Está en la página 1de 7

Una reflexión sobre "La rebelión de los naúfragos", de Mirtha Rivero

Gustavo Coronel

“…debe haber una larga lista de gente que por acción u omisión contribuyó a una
situación que terminó tumbando a Pérez…”
Moisés Naím, página 129 de “La rebelión de los naúfragos”.

Mientras leía la interesante obra de Martha Rivero, “La rebelión de los naúfragos”,
título tomado del discurso de despedida de Carlos Andrés Pérez al tener que abandonar
su segunda presidencia, sentía una extraña mezcla de incomprensión y de indignación.
Incomprensión porque mucho de lo que leía era nuevo para mí y evidenciaba que yo
tenía una laguna significativa sobre esta etapa política de la vida nacional, a pesar de su
indudable importancia. Indignación, porque en las páginas de la obra de Rivero se
describe una sociedad muy mediocre, llena de intereses mezquinos provenientes de
muchos sectores de la vida nacional y hasta de una posible actitud poco loable de
personas quienes siempre han sido objeto de mi endiosamiento, como Arturo Uslar
Pietri. El libro me llenó de un deseo de revisar, (1), que diablos andaba haciendo yo en
esa época y si había sido yo uno de los naúfragos a quienes se refirió CAP II en su
discurso; (2), cual es la verdad sobre esa etapa de la vida nacional representada por el
gobierno de CAP II, y (3), cual fue la responsabilidad de íconos nacionales como Arturo
Uslar Pietri en la conspiración que aparentemente existió para sacar a CAP de la
presidencia.
I. Que diablos estaba haciendo yo en esa época? Fuí
acaso uno de los naúfragos de quienes CAP II habló en
su último discurso?
Lo primero que debo decir sobre el libro de Rivero es que me hizo ver esa época bajo
una luz muy diferente a la que yo recordaba. Tanto así, que me obligó a tratar de
reconstruír mis actitudes durante esos años. Para ello me dí a la taresa de revisar los
centenares de artículos que publiqué en ese período en El Nacional y, especialmente, en
El Diario de Caracas. Aprovechando los días postreros de 2010 los examiné
rapidamente, sobre todo porque un amigo mío, por quien tengo especial admiración y
afecto, me había reprochado haber sido muy duro con CAP, de haberlo fustigado
injustamente argumentando la corrupción durante sus dos presidencias, sin reconocerle
suficientemente sus cualidades.

En primer lugar, debo decir que el examen de mis artículos me tranquilizó


enormemente. Un buen noventa por ciento está enteramente dedicado a temas
petroleros, en especial la defensa de PDVSA, o a temas comunitarios, como presidente
que fuí de una organización llamada Agrupación Pro-Calidad de Vida, la cual se dedicó
a Educación Ciudadana y a la prédica contra la corrupción por diez años, entre 1990 y
2000. En estos centenares de artículos hay una sorprendente carencia de artículos de
naturaleza puramente política. Hay pocas menciones de CAP como tal y bastantes
menciones sobre el gobierno de CAP II, de naturaleza tangencial y casi siempre
positivas, en especial sobre sus deseos de modernizar la administración pública y sobre
su uso de jovenes tecnócratas brillantes y no contaminados de la pequeñez del sector
político.

Sin embargo, debo admitir que, como presidente de Pro Calidad de Vida, hablé mucho
sobre corrupción y, al hacerlo, incluí al entorno de CAP II en mis comentarios críticos,
con nombre y apellido. Algunos de mis artículos hablaban de Gardenia Marínez,
Orlando García, del Banco de los Trabajadores, de Antonio Ríos y de Eleazar Pinto, de
la Sra. Cecilia Matos y su esfera de influencia, en tono bastante condenatorio. Casi
nunca aludí directamente a Pérez, excepto para preguntarme porque un hombre tan
osadamente modernizante y con rasgos de grandeza y de estadista podía co-existir con
un entorno tan mezquino como ese.

Más aún, en dos ocasiones me acerqué a su gobierno con ánimo de participar. La


primera vez Pérez me invitó a su despacho y casi me nombró presidente del IVSS, ya
que le dije que podía limpiar aquello. Sin embargo, alguien del sector sindical, alarmado
por mi posible presencia fumigadora en aquél antro de corrupción, le pasó un artículo
mío publicado en El Nacional en 1990, titulado “Regreso a un país andrajoso y
promisor”. Después de leerlo y prestarle más atención a lo de andrajoso que a lo de
promisor, Pérez decidió no nombrarme para el cargo. Luego, en Junio de 1992, si acepté
la presidencia de un nuevo organismo llamado IDEC, el Instituto de Defensa y de
Educación del Consumidor. Cuando Pérez me juramentó me preguntó porque había
aceptado esta tarea y le había rechazado el Ministerio de Turismo y le respondí que esa
si era una tarea donde pensaba que podía hacer una buena labor.

En eso duré apenas tres semanas, tiempo suficiente para convencerme de que el ministro
de fomento del momento, Pedro Vallenilla, me había embarcado en una tragicómica
aventura, en la cual hasta mis viajes al interior tuve que pagar con dinero de mi bolsillo,
porque nunca recibí dinero, personal, oficina o teléfonos del gobierno. Esto lo digo, no
para criticar a Vallenilla, quien posiblemente me nombró de buena fe, sino para abonar
la tesis de que no fuí uno de los naúfragos en rebeldía sino un venezolano deseoso de
ser útil, sin poder llegar a serlo. En efecto, hasta un artículo escribí en El Diario de
Caracas, el 13 de Septiembre de 1993, llamado: “El optimismo incondicional”, en el
cual hice un recuento de todo lo bueno que teníamos, incluyendo la acción
gubernamental de privatizaciones, de ajustes económicos, de PDVSA y de inversiones
foráneas. Al final de ese artículo sugería que “estabamos dejando atrás el subdesarrollo”
y que debíamos ver hacia adelante “con optimismo, confiando en nuestros líderes”.

Es cierto que mi postura anti-corrupción, como parte de las actividades de Pro Calidad
de Vida, me dió cierta fisonomía de opositor. En efecto, muchos de mis escritos
hablaban de una corrupción sistémica en el país, de un tejido complejo de
complicidades entre los partidos políticos, empresarios y algunos funcionarios del
gobierno que no permitían al país echar adelante. Inclusive, hablé de lo que me parecía
indecisión y debilidad por parte de CAP II para cortar definitivamente con ese mundo
tenebroso. Llegué a publicar un artículo donde pedía que “el verdadero Carlos Andrés
Pérez se pare, por favor”, hablando de su compleja personalidad repleta de
contradicciones, entre lo sublime y lo ridículo. Más aún, debo reconocer que defendí mi
versión personal de lo que ya se llamaba “la conspiración”. El 16 de octubre de 1992
publiqué un artículo en El Diario de Caracas, “Una conspiración transparente”, en el
cual hablaba de la postura de algunas organizaciones de la sociedad civil, la cual era
denunciada por Luis Herrera como “una conspiración contra los partidos políticos”. En
ese artículo hablé de la educación como nuestra única industria básica (frase feliz de
Diego Bautista Urbaneja) y de la necesidad de desagregar el “gran” problema
venezolano en una serie de pequeños problemas capaces de ser solucionados uno a uno.
Pedía, en contra de la tesis de Herrera, que el estado dejase de ser el tutor de la
sociedad.

El 23 de Julio de 1993, también en EDC, hablé en otro artículo de “Antipartidismo no,


anti-corrupción sí”. Mucho después, el 6 de Mayo de 1994, en “A todo vapor hacia el
ridículo” (EDC), fustigué al senador Juan José Caldera por “sus acusaciones de
conspiradores contra Miguél Rodríguez, Moisés Naím, Gerver Torres y otros
destacados ex-funcionarios del gobierno pasado”. Y agregué: “En el esquizofrénico
entorno gubernamental de Carlos Andrés Pérez (II) estos jovenes tecnócratas formaron
un valioso núcleo modernizante… cometieron errores… actuaron con impaciencia…
pero bastantes de sus iniciativas nos han abierto el camino hacia el verdadero desarrollo.
Los ataques que han sufrido nos dan asco”.

En fin, este exámen introspectivo, basado en lo que dije e hice en esa etapa, me
tranquiliza un tanto. No creo haber sido uno de los naúfragos que mencionó CAP II
pero si fuí, alternativamente colaborador y opositor a su gobierno, por razones que creí
de peso en cada momento. Si cometí errores de juicio no fue por tenerle inquina a CAP
II. Al contrario, me acerqué a él lo más posible y en ocasiones fuí su opositor leal. Nada
de conspiración.
II. Cual es la verdad sobre esta etapa de la vida
nacional, esta presidencia de CAP II?
El libro de Rivero levanta una porción del velo sobre esta etapa pero no todo el velo. La
lectura de algunos capítulos es esclarecedora, unos por su lucidez, como las entrevistas
con Moisés Naím, con Carlos Raúl Hernández y con Ricardo Haussman. Otros porque
revelan los grotesco de nuestro sistema de gobierno y de toma de decisiones, como la
entrevista con Carmelo Lauría o lo dicho por Doña Blanca Rodríguez de Pérez sobre el
proyectado atentado contra Pérez en Turiamo. Algunos otros revelan la pequeñez de
nuestros dirigentes políticos. El libro también refuerza la actitud modernizante de CAP
II y su olímpico desdén por los colegas del partido que iba dejando atrás. En especial,
ese contraste entre la actitud de un Lusinchi que nombraba a dedo a sus secretarios
adecos como gobernadores y la de CAP que forzó la elección directa de gobernadores y
alcaldes. En cierta manera, CAP ajustició la injusta hegemonía partidista en Venezuela,
por lo que es justo decir que ha sido uno de nuestros más grandes demócratas. Al mismo
tiempo el libro de Rivero deja en claro como Pérez no pudo desprenderse de la posición
tradicional del político venezolano hacia las instituciones internacionales y su celo por
la llamada “soberanía nacional”. Es citado diciendo que “nunca he dejado de denunciar
al Fondo Monetario Internacional”. Su posición internacional fue más cercana al grupo
de los no alineados (que siempre estuvieron muy alineados en una postura
izquierdizante) y a un tercer mundo que incluía a la Cuba de Fidel. Nunca pudo superar
esos resabios.

CAP II no promovió la corrupción que venía andando desde el trágico quinquenio


lusinchista. Durante su gobierno se enjuiciaron a José Angel Cilberto, a Omar Camero,
a Blanca Ibañez y hasta al mismo Jaime Lusinchi, pero se toleraron las sinverguenzuras
de Gardenia Martínez, de Orlando García, Eleazar Pinto, Antonio Ríos y Cecilia Matos
y el CDN de AD levantó la expulsión de once dirigentes adecos acusados de corrupción.
Su inauguración fue un acto ostentoso e insensible. Su primer anuncio sobre el alza de
la gasolina fue hecho mientras él se encontraba de viaje en el exterior.

No es sorprendente, por tanto, que en Enero de 1992 una encuesta de Gaithier mostraba
que un 65 por ciento de los venezolanos rechazaba las políticas del gobierno de CAP II
y un 56 por ciento desaprobaba de CAP a título personal. La animadversión de algunos
políticos de viejo cuño iba dirigida también contra los jovenes miembros del gabinete de
CAP II. Fernando Martínez Mótola cuenta en el libro (página 262) que Maza Zavala
(fallecio hace pocos meses), miembro del Consejo Consultivo nombrado por Pérez, no
se reunía con estos ministros por considerarlos “indignos”. El rechazo de Maza Zavala
al sistema fue causado por razones ideológicas. El mismo Maza Zavala no tendría
problemas, años después, en ser cómplice por omisión del saqueo que Chávez hizo al
Banco Central de Venezuela, eliminando su autonomía con la ayuda del directorio
donde Maza Zavala figuraba.

No hay dudas de que mucho del rechazo a CAP II tuvo que ver on la figura de la
barragana y con la influencia que ella tenía en los asuntos de gobierno. Era la versión
nueva de la Blanca Ibañez de Lusinchi. CAP II había criticado a Lusinchi por dejar que
una mujer influyese en su gobierno pero permitió algo muy similar en el suyo. El
contraste entre la figura de Cecilia Matos, cargada de joyas, y la digna esposa de CAP,
Blanca, servía para alimentar el rechazo. La señora Matos dice algo interesante en el
libro (página 320): “Yo no me montaba en los aviones de la presidencia… Yo tenía el
avión de Armando de Armas… me recogía y me llevaba a Rusia o… a Suiza”. Esto
revela la complejidad de la corrupción. Nunca se preguntó la señora por qué el avión de
De Armas estaba a su disposición? Lo hubiera estado para ir a Rusia o Suiza si Cecilia
Matos no hubiera sido la querida del presidente? Lo que dice la señora en el libro suena
similar a lo que dice Chávez cuando dona parte de su modesto “sueldo” para becar a un
estudiante pobre. Pamplinas! Anda en un airbus de $65 millones, usa un reloj de
$150.000 y alquila pisos enteros de los mejores hoteles del mundo para sus
guardaespaldas y cocineros.

El “General” Carmelo Lauría.

Uno de los pasajes que muestra claramente la fragilidad de nuestras instituciones de la


época (y quizás, de todas las épocas) está en las páginas 210 y siguientes, en las cuales
Carmelo Lauría cuenta su versión de los eventos del golpe de Chávez, el 4 de febrero de
1992. Dice que llamó al presidente para enterarse de lo que estaba sucediendo y que este
le puso a cargo de averiguar que televisora estaba en capacidad de transmitir su
mensaje. Inmediatamente Carmelo, ex-ministro, a título personal, se pone en
movimiento. Llama a Granier, a Ricardo Cisneros, Llama a Fernando Ochoa Antich,
ministro de la defensa, quien le dice que “el gobierno está caído”( a esa hora, a las
primeras de cambio). Llama a Consalvi en Washington y a Arria en Nueva York. Llega
a su casa Reinaldo Figueredo. Llama al general Freddy Maya Cardona y luego al
General Leixa Madrid y los arenga. Se encuentra con Pérez en Venevisión y le persuade
a cambiar de estrategia militar, usando tanquetas en lugar de tanques. Y, de repente, uno
piensa: “caramba, esto suena a General Carmelo Lauría, ministro de la defensa”. Pero
Carmelo no era ni siquiera miembro del gabinete sino un asomado con iniciativa, quien
parece haber pasado por encima de todo el sistema militar y civil de defensa de la
presidencia para tomar las riendas de la acción. Esto de Carmelo recuerda los cuentos de
Don José Giacopini, quien nos decía que, como iba pasando por Miraflores con una
máquina de escribir el dia del golpe que tumbó a Medina, lo nombraron secretario de la
Junta de Gobierno! Vainas que no se ven sino en nuestro país.

Julio, el hijo de Petrica salvó a Pérez de un atentado.

En otro pasaje asombroso del libro (Capítulo 24, páginas 341 y siguientes) se narra
como Julio, el hijo de Petrica, una antigua empleada de la familia Pérez Rodríguez, oye
una conversación sobre un complot contra Pérez y se lo cuenta a su mamá, Petrica. Esta
se lo cuenta a su jefa Doña Blanca y Doña Blanca se lo cuenta a su marido Carlos
Andrés Pérez. Le dice que no vaya a Turiamo ese sábado “porque lo van a poner preso”.
Y Pérez se molesta con ella porque lo que piensa es que Doña Blanca está
averiguándole sus enredos con Cecilia. Esto es de telenovela, superior a cualquier cosa
que Ibsen Martínez hubiera podido imaginar. El complot aparentemente no fue
descubierto por las expertas agencias de inteligencia del estado sino por el hijo de
Petrica. Yo hubiera esperado que Julio saliese de esa historia promovido, como nuevo
ministro del interior, en reemplazo de Don Luis Piñerúa.

Es en este ambiente que transcurre la azarosa etapa de CAP II, esa combinación de
modernas políticas publicas, de grandes aciertos como la privatización de la CANTV, y
de mezquindad en el sector político, con asomados de todo tipo, con un gabinete
talentoso pero sin burdel, con un grupo de notables donde co-existían íconos nacionales
como Uslar Pietrri con golpistas como José Vicente Rangel y con los restos de un
sistema bipartidista perverso que se negaba a morir. En ese remolino se vió enredado el
hombre que parecía politicamente inexpugnable, como un Gulliver aprisionado por
miles de las pequeñas sogas de los liliputienses.

III. Cual es la responsabilidad de íconos nacionales


como Arturo Uslar Pietri en la conspiración que
aparentemente existió para sacar a CAP II de la
presidencia?
El libro (páginas 248 y siguientes) nos describe la evolución del llamado grupo de Los
Notables, desde un inicio caracterizado por planteamientos individuales de Uslar Pietri
y otros a la constitución de un grupo más formal, como asociación civil. Entre los
miembros de este grupo el libro menciona a Arturo Uslar Pietri, Manuél Quijada,
Angela Zago, Pablo Medina, Domingo Maza Zavala, Ernesto Mayz Vallenilla, José
Antonio Cova Miguél Angel Burelli Rivas y José Vicente Rangel. Uno diría, no están
todos los que son ni son todos los que están.

Eso de Uslar Pietri y Mayz Vallenilla junto a José Vicente Rangel y Manuél Quijada
suena a arroz con mango. Rangel era un golpista desde el inicio de la conspiración de
Chávez. Manuél Quijada era uno de los líderes de aquellas horrorosas aventuras
llamadas El Carupanazo y El Porteñazo. Angela Zago se puso a favor de los golpistas
del 4 de Febrero. Algunos de los miembros de este grupo eran, pués, golpistas confesos.
Habría que preguntarle al Dr. Uslar, “que hacía usted en esta compañía”?

Sin duda alguna, Uslar cometió un error asociándose con estos personajes. Sin embargo,
el libro no aporta mayor prueba sobre una conspiración con la ayuda activa de Uslar
Pietri para tumbar a CAP. Se limita a exponer los planteamientos de Uslar Pietri,
muchos de los cuales yo suscribía a título conceptual, como la uninominalidad y la
depuración de las instituciones, así como la lucha contra la corrupción. Algunas
entrevistas mencionan la animadversión personal de Uslar contra AD, contra lo que se
le había hecho a la caída de Isaias Medina, resentimiento no sin justificación, pero no
hay en el record, que yo conozca, ataques de tipo personal de Uslar contra Pérez.

Carlos Raúl Hernández (página 330) llega a decir que “Uslar Pietri nunca creyó en la
democracia; el siempre fue partidario del cesarismo democrático…gomecista, lopecista,
medinista… enfrentado al sistema [democrático]”. Hernández se equivoca al decir que
ser partidario de López y de Medina Angarita hacía de Uslar un anti-demócrata cuando
solo lo hacía un demócrata conservador. Hernández pasa por alto que la actitud
ciudadana de Uslar por décadas fue una prueba viviente de su espíritu civilista y
democrático, eso sí, con un toque aristocrático de naturaleza intelectual y humanista,
quizás hasta arrogante, pero nunca de conspirador por debajo de la mesa. También
parece exagerado el juicio de Beatrice Rangel al decir (página 304): “me da risa cuando
dicen que sacaron a CAP por corrupto…no, a CAP lo sacó la corrupción”. Tiene razón
al decir que el juicio que culminó en su salida no tuvo que ver con corrupción sino con
un tecnicismo en el uso de la partida secreta. Pero no hay dudas de que CAP II perdió
mucho apoyo político por su negativa a desembarazarse de su entorno macabro. Los
miembros de su gabinete hablaban con Dr. Jekyll pero Cecilia y Gardenia interactuaban
con Mr. Hyde. Por eso es que Petkoff decía en un escrito en El Diario de Caracas (17 de
Mayo de 1993): “El país ya sentenció: quiere revocarle el mandato. Ese es un derecho
tan democrático como elegir”. No era la corrupción la que sacaba a CAP II, como alega
Beatrice Rangel, sino el peso de una matriz de opinión mayoritaria que, para bien o para
mál, correcta o incorrectamente, revocó su mandato.

Para bien o para mál?

En retrospectiva, en frío, veo hacia atrás y no me gusta la manera como actué en el


momento de la salida de CAP II. La.ví en el momento como una medida democrática
irreprochable, de la cual me sentí orgulloso. Pensé que las instituciones de mi país
habían funcionado a la altura de las instituciones nórdicas. Quizás pensé que CAP II era
nuestro Nixon. Acepté su salida con alivio, no me opuse a ella y celebré la llegada de
Ramón Velaquez a la presidencia con renovadas esperanzas en un proceso de limpieza
institucional.

Creo que me equivoqué. Porque si CAP no salió, como lo sugiere el libro de Rivero,
mediante un acto de verdadera justicia, sino mediante una extraña confabulación de la
izquierda y de la derecha para sacar a un presidente que amenazaba al sistema que ellos
representaban, entonces ello no podía ser bueno para la democracia. No estoy seguro de
que este acto haya desatado los acontecimientos que abrieron la puerta a Chávez. En esa
llegada de Chávez al poder la mayor responsabilidad no la tienen ni CAP II ni quienes
sacaron a CAP II sino la actuación errática e inexplicable de Rafaél Caldera y de los
venezolanos demócratas quienes pidieron el sobreseimiento de Chávez, sin juzgarlo y
condenarlo a prisión por los 30 años que le correspondían. Esta es la pena que ahora el
déspota le ha impuesto a Simonovis y pretende imponerle a la juez Afiuni sin que les
corresponda.

La salida de CAP II, como se llevó a cabo, no fue para bien porque no fue justa. Debo
agradecerle a Mirtha Rivero que me haya aclarado el punto. Pero debemos ver al
hombre, CAP II, como un todo y no solamente a una de sus partes. Al verlo como un
todo, creo que la historia será amable con él pero no le dará el sitial que él soñó.

También podría gustarte