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Actitudes ambientales

Juan C. Martínez Berriozabal y Leonel Romero Uribe

El 11 de marzo de 2011 a las 14:46 hora local se produjo un maremoto frente a la


costa de Honshu, 130 km al este de Sendai, en la prefectura de Miyagi Japón.
Aproximadamente una hora después del terremoto se produjo un Tsunami que
terminó por completar la tragedia que asoló las costas japonesas. Los efectos de
tales fenómenos de la naturaleza agravaron los daños que sufrieron varios
reactores japoneses, especialmente los del aplazamiento de Fukushima.

Aproximadamente el 20% de las emisiones radioactivas se extendieron hacia el


Noroeste de Fukushima debido a los vientos dominantes. Las emisiones
radioactivas han contaminado el agua, la leche y los alimentos a mas de 40 km de
la central. La nube radiactiva llego a Tokio y su área metropolitana situado a unos
250 km de la central.

El accidente nuclear en la Central de Fukushima mostro al mundo que la energía


nuclear mal manejada es peligrosa y que por mas precauciones que se tomen no
se puede prever todo y que finalmente es cuando ocurre un accidente, dado que
este pudo ser el segundo mas grave de toda la historia en cuanto al número de
victimas, tras el de Chernóbil ocurrido en 1986 a 3 kilómetros de la ciudad de
Pripyat, al norte de la actual Ucrania.

El accidente de Fukushima tuvo dos particularidades: Se produjo por un fenómeno


externo a la central y en un país que es una potencia tecnológica de primer orden.
Lo primero muestra una nueva dimensión de la seguridad nuclear: es imposible
prever todo lo que pueda llegar a ocurrir en las cercanías de las centrales. Lo
segundo es que ni siquiera un país como Japón puede evitar un accidente como
este ni vencer los enormes desafíos que supone la contaminación radioactiva del
agua y del territorio. (Castejón, F. 2014)

Desde la década de 1980 y hasta la actualidad la energía nuclear se ha convertido


en un problema complejo ampliamente debatido ya que son muchos los
argumentos a favor y en contra de este tipo de energía como una fuente
alternativa en la que otro tipo de recursos como el petróleo están cada vez mas en
decadencia. Existen también muchos otros tipos de problemas ambientales, como
la contaminación atmosférica, del agua y de los suelos, que cobran mayor
importancia en la conciencia de la sociedad pero generan poca acción conjunta. El
estudio del comportamiento humano y su relación con diversos problemas y
eventos ambientales son el objeto de estudio de la psicología ambiental, entre
otras cosas esta área aborda el estudio de factores psicológicos, tales como
creencias, actitudes, motivos, conocimientos, competencias y la manera en la cual
estas variables afectan y son afectadas por la interacción individuo – medio
ambiente (Baldi & García, 2005). Las actitudes que tenían ante el uso de la
energía nuclear los sujetos involucrados y las sociedades expectantes antes del
accidente de Fukushima eran unas y después naturalmente fueron otras.

Este capítulo se tratara de cómo se forman las actitudes y como estas influyen en
la conducta y problemas ambientales y algunas investigaciones para ilustrar los
principios básicos.

El concepto de actitud es una de las nociones mas representativas e importantes


psicología social y ambiental. Su desarrollo y auge se debió a los estudios
norteamericanos de acuerdo con la orientación predominante en ellos durante
cierta etapa mantuvo un carácter psicologista.

Esta, noción de actitud, ha desempeñado un importante papel en la psicología


social en las últimas décadas; pese a esto los psicólogos han querido ponerse de
acuerdo en la totalidad de su definición y concepto, para formar parte de una sola
teoría elaborada sistemáticamente, de la cual existen una gran multiplicidad. Por
consiguiente si se quiere ver de una forma exigente, presenta un reto en términos
del trabajo que se debe realizar. Al ser no únicamente un concepto técnico sino
también uno que forma parte del sentido común, cuando se introdujo dicho
concepto en psicología, se presentó el problema de tener que aceptar que existe
una preparación o disposición (readiness) que la anticipe y explique al individuo, o
la colectividad, algo que antecede a la acción, conducta o comportamiento.

El estudio científico de las actitudes fue producto de un artículo titulado “Las


actitudes pueden ser medidas" realizado por Thurstone (1928). Este autor tuvo la
idea de tratar de evocar las actitudes como percepciones evaluativas que
establecen "un potencial de acción" hacia el estímulo. La aplicación de teoría y
métodos desde el estudio psicofísico de ellas facilitó que pudieran ser medidas a
través del uso de metodologías psicofísicas establecidas, y sentó la infraestructura
para el estudio contemporáneo de la medición de las actitudes. Sin embargo,
Thurstone fue cuidadoso en señalar que no hay garantía, de que una actitud
expresada, es un índice válido de una percepción evaluativa individual.

DEFINICIÓN DE LAS ACTITUDES

Una de las primeras definiciones de actitud fue la propuesta por Thomas y


Znaniecki (1918), como un ".... estado mental del individuo dirigido hacia un valor."
Más tarde apareció Bogardus (1926), la definió como "...tendencia a actuar en
favor o en contra de un factor circundante, y que adquiere así un valor positivo
negativo. En forma posterior Thurstone (1931), propuso que la actitud es carga de
afecto en favor o en contra de un objeto psicológico. Allport (1935), definió las
actitudes como un estado mental o neuronal de disposición organizado mediante
la experiencia, que ejerce una influencia directiva o dinámica sobre la respuesta
del individuo a todos los objetos o situaciones con los que se relaciona. Doob
(1947), definió la actitud como una "...respuesta implícita productora de impulsos
(drive producing), que es considera socialmente significativa en la sociedad del
individuo.”. Mientras por otro lado en los sesenta, las actitudes fueron definidas
clásicamente como vinculadas a las cogniciones, los afectos y conductas (Katz &
Stotland, 1959; Rosenberg & Hovland, 1960; Hogg, Vaughan, & Morando, 2010)

Para, Kimball, (1977) se definió la actitud de la siguiente manera:

"...la tendencia o predisposición aprendida más o menos generalizada y de


tono afectivo, a responder de un modo bastante persistente y característico, por lo
común positiva o negativamente (a favor o en contra), con frecuencia a una
situación, idea, valor, objeto o clase de objetos materiales, o a una persona o
grupo de personas.", (p. 9).

También debe considerarse que las actitudes son posiciones individuales,


pero son compartidas socialmente. La actitud es tomar posición respecto a un
problema, una persona o un grupo social.

De este modo aunque las actitudes han sido conceptualizadas por lo menos
correctamente como para permitir una evaluación que conlleve a una conducta,
aun cuando no hay garantía de que esta conducta dada o una actitud expresada
es un índice totalmente valido de una percepción evaluativa individual. Son
verdaderamente numerosas las situaciones y factores disposicionales que han
sido identificadas como los que pueden influenciar selectivamente expresiones
conductuales de actitudes, incluyendo perspectivas variables, como sentimientos
de respuesta; evaluación de aprehensión o automotivación de características de
demanda y la tendencia a buscar aprobación social.

Mientras en Villoro (1994), la actitud se refiere solo a disposiciones


adquiridas por individuos pertenecientes a un medio social determinado; la cual se
define en la dirección de favorables a desfavorables hacia un objeto, es un estado
mental o neuronal de disposición organizado mediante la experiencia, que ejerce
una influencia directiva o dinámica sobre la respuesta del individuo a todos los
objetos o situaciones a los que está relacionado.

Así, las actitudes pueden estar definidas como las evaluaciones de


entidades, incluso la conducta que es el resultado en las percepciones de favor o
desagrado (Eagly & Chaiken, 1993). Años después Eagly y Chiken (2005),
mantienen que su definición concibe a las actitudes como una tendencia
psicológica que se expresa por una evaluación de una entidad particular con cierto
grado de agrado o desagrado.

Frente a la variedad de las acciones sociales, siempre pareció necesario


crear categorías que permitieran reducir la experiencia a tipos comunes, a la par
de encontrar sus causas más generales, dejando a un lado las explicaciones
fundadas sobre factores biológicos, físicos o geográficos, por lo que la psicología
social en alguna medida se enfocó a las categorías de naturaleza interna, ya
fueran estas colectivas o individuales.

Fishbein & Ajzen, (1975), afirman que las actitudes tienen su base en las
creencias, aun cuando estas y las actitudes están muy relacionadas entre sí, no
son equivalentes. Así la actitud de una persona hacia un objeto estará
determinada por una combinación compleja de creencias notables hacia un objeto.
Proponen dos factores importantes para la formación de conductas voluntarias:
actitudes y normas subjetivas. Se puede hacer la distinción entre actitud y
creencia. Se definen las actitudes como sentimientos evaluativos a cerca de una
conducta mas cercanas a las emociones o afectos; mientras las creencias son
suposiciones o hipótesis basadas en atribuciones hacia los objetos, mas apegadas
a las cogniciones e intenciones conductuales.

Aunque los procedimientos desarrollados han sido para incrementar la exactitud


del reporte de actitud en situaciones en las cuales los individuos deberán de
alguna manera estar indispuestos a reportar sus actitudes, esta técnica sirve no
solo para medir actitudes sino conceptos en general. La mayoría de las personas
constantemente evalúa varios aspectos de su ambiente, se forman las actitudes
como resultado de este proceso de evaluación continua.
ACTITUDES AMBIENTALES

Uno de los campos de estudio de la psicología ambiental está ligado con la


preocupación ambiental basada en los valores humanos, se ha llevado a cabo
desde una postura utilitarista donde la protección o deterioro del medio ambiente
se valora en función de la utilidad e interés personal. Esta línea está caracterizada
principalmente por aquellas investigaciones que utilizan la Teoría de la Acción
Razonada (Fishbein & Ajzen, 1980) para predecir la conducta medioambiental.
Desde esta posición, basada en procesos cognitivos de expectativa y utilidad
subjetiva esperada, se postula que la persona al decidirse por una conducta
relativa al medio ambiente evalúa las consecuencias subjetivas esperadas de las
diferentes conductas posibles y elige aquella que menos costos le suponen y que
más beneficios le aporta. (González, 2002).

Resulta un tanto complicado separar la psicología ambiental de otras ciencias


como la biología, sociología, antropología, geografía, puesto que el interés
ecológico implica una gran variedad de aspectos culturales. Cabe mencionar que
la escuela juega un papel importante en la adquisición y  desarrollo de conductas
ambientales desde el nivel preescolar hasta el nivel superior, dicha formación
incluye la protección del ambiente, ayudando a los niños, jóvenes y adultos a que
creen y aprendan actitudes favorables hacia el mismo con el fomento de valores
como el respeto y el cuidado por la vida , creando de esta manera hábitos y
costumbres que influyen de forma positiva en el desarrollo de una cultura
ambiental (Quevedo, 2007).

La mayoría de las personas constantemente evalúan varios aspectos de su


ambiente. Este proceso es a menudo conductual en su enfoque (por ejemplo, me
gusta "comer la comida rápida"; el mismo examen del Pecho "es una pérdida de
tiempo"; "los condones son una manera buena de prevenir el embarazo"). Las
actitudes se forman como resultado de este proceso de evaluación continua. Por
consiguiente, las actitudes pueden predisponer a los individuos para adoptar o
rechazar las conductas de salud relacionadas, con el medio ambiente.

La evidencia sustancial sugiere que las actitudes tienen una influencia importante
en la adopción de conductas de salud como por ejemplo: anticoncepcional y uso
del condón; protección de cáncer para el pecho, cervical o colonrectal; el
mantenimiento de una dieta saludable; y la conducta de fumar. Sin embargo, la
relación entre las actitudes y la conducta es compleja, y si se entiende cómo las
actitudes influencian en la conducta esta puede ser mejorada por el uso de un
armazón teórico.

Según Diclemente, y Crosby (2002). La teoría de la conducta planeada está


basada en la premisa de que las actitudes: 1. - Influyen en la conducta al unísono
con otros dos factores. 2. - Las percepciones de normas sociales (por ejemplo, “Es
algo que mis amigos piensan que yo debo hacer") y 3. - Creencias acerca de una
habilidad personal de realizar una conducta específica. Los estudios de varias
conductas de salud han encontrado que las actitudes, las normas sociales
percibidas, y la creencia de habilidad de cada uno contribuye, en las
combinaciones variantes de importancia, para predecir la conducta y la intención
conductual. Así, es apropiado considerar las actitudes hacia una conducta como
una de estas tres grandes clases de determinantes psicológicos de la salud.

Un problema común encontrado es que las actitudes o pueden influir en las


conductas o pueden ser influidas por las conductas. Por ejemplo, una evaluación
favorable de anticoncepcionismo oral puede incitar a una mujer para confiar en la
píldora para el anticoncepcionismo. Alternativamente, una mujer que empieza
usando la píldora porque es popular (normas sociales) o porque es fácil usar
(percibió la habilidad) puede inferir como consecuencia que ella cree que la píldora
es una cosa buena (una actitud). En el último caso, la conducta precedió la actitud.
Eagly y Chaiken (1993) proporcionan una vista comprensiva de cómo las
personas infieren sus actitudes basadas en su conducta.

La literatura profesional en el campo de salud pública contiene numerosos


ejemplos de investigaciones basados en la teoría que ayudan a determinan la
influencia de las actitudes en la conducta salud. Por ejemplo, Jennings-Dozier
(1999) usó la teoría de conducta planeada para predecir las intenciones entre
minorías de mujeres para obtener una muestra de raspado (una prueba para el
cáncer de la cerviz, conocida como Papanicolau). Las actitudes evaluadas hacia
obtener una muestra, eran los predictores más buenos de este intento entre las
mujeres afro americanas y latinas. La implicación de estos resultados es que,
asumiendo que los servicios son accesibles y económicos, los programas de la
prevención pueden promover las muestras, tempranas que pueden proporcionar
información e influye en la evaluación de la prueba y procedimiento en las
mujeres. De hecho, el volumen de programas de la prevención se diseña a
menudo para resaltar los beneficios de una entidad (por ejemplo, las comidas de
la alto-fibra previenen la enfermedad del corazón y algunos formas de cáncer) o
otra conducta como (por ejemplo, utilizar menos el automóvil conservará en mejor
estado el planeta)

Prislin, Dyer, Blakely, y Johnson (1998), es otro ejemplo de cómo el estudio de


actitudes puede aplicarse al campo de salud pública. Ellos encontraron que
normalmente las creencias sostenidas por los padres sobre la inmunización de
niñez predijo el estado de la inmunización de sus niños. Los resultados sugieren
que las proporciones de inmunización de niñez pudieran ser aumentadas
facilitando las creencias paternales en la eficacia y seguridad de las vacunas y
evitar difundir la creencia falsa de que es bueno adquirir la inmunidad
enfermándose más que recibiendo una vacuna. Estas creencias contribuyen a la
evaluación global de padres (su actitud) hacia tener sus niños inmunizados. Dado
que los padres tienen en su mayoría el acceso a la vacunación, es probable que
una actitud más favorable influya en la complacencia mayor con las
inmunizaciones recomendadas.

Educación ambiental

La educación ambiental se propone a través del desarrollo de diversas estrategias


pedagógicas, contribuir a la formación de una conciencia sobre la responsabilidad
del género humano en la continuidad de las distintas formas de vida en el planeta,
así como la formación de sujetos críticos y participativos ante los problemas
ambientales. De la misma manera a la educación ambiental  le interesa no sólo
explicar los problemas del ambiente natural, sino también del social y el
transformado, en el que se manifiestan con toda claridad las distintas
responsabilidades de los sectores sociales. Estos problemas hacen evidente la
necesidad de decidir y actuar sobre los retos inmediatos, sin perder de vista las
acciones a mediano y largo plazos. La educación puede generar y mantener
nuevos comportamientos, actitudes, valores y creencias que impulsen el desarrollo
social,  productivo y creador; como consecuencia puede ser el medio para el logro
de nuevas relaciones entre los seres humanos.

La educación ambiental puede definirse como el proceso interdisciplinario para


desarrollar ciudadanos conscientes e informados acerca del ambiente en su
totalidad, en su aspecto natural y modificado; con capacidad para asumir el
compromiso de participar en la solución de problemas, tomar decisiones y actuar
para asegurar la calidad ambiental. La educación  fomenta la construcción de un
nuevo tipo de conciencia que se le denomina planetaria (Calixto, 2012). Cuando
se adquiere esta conciencia se fomenta la capacidad de analizar y reflexionar
sobre la evolución de la especie humana, del planeta y del universo, donde al
mismo tiempo convergen y divergen la historia de las distintas formas de vida: de
la especie humana, de nuestro universo, del planeta tierra y de la cultura humana.
Además se concibe a la educación ambiental como un instrumento indispensable
para formar personas que apliquen criterios de sostenibilidad a sus
comportamientos. No dejarlo solamente en lo teórico como se ha venido haciendo
en los últimos años, (Calixto, 2012) no solo concientizar a la población, sino llevar
todos estos conocimientos al ámbito práctico.

Para lograr este objetivo es importante tomar en cuenta los puntos que propone,
(Sauvé, 1994; en Álvarez, P. & Vega P. 2009).

1. Un saber-hacer, que implica conocimientos e información que permitan a


las personas conocer el carácter complejo del ambiente y el significado del
desarrollo sostenible.
2. Un saber-ser, que supone la sensibilización y concientización  sobre la
necesidad de lograr un modelo de desarrollo y sociedad sostenibles,
fomentando, para ello, las actitudes y valores que implican la sostenibilidad.
3. Por último un saber-actuar, se debe proporcionar a las personas una
formación en aptitudes que les permita diagnosticar y analizar las
situaciones, propiciando una actuación y participación; ya sea de forma
individual o colectiva,  responsable, eficaz y estable a favor del desarrollo
sostenible, ya que  un requisito previo para la acción es que las personas
posean las habilidades necesarias para llevarla a cabo.

Para llevar a cabo  acciones que implican dicha sostenibilidad existen algunos
factores fundamentales relacionados con la conducta ecológica responsable que
deben considerarse como son; el compromiso o intención de conducta,
conocimiento de temas ambientales,  conocimiento de estrategias de acción,
habilidades para la acción y factores  personales como las actitudes, el locus de
control y la responsabilidad hacia el medio  ambiente.
Por su parte los factores situacionales como la presión social, los condicionantes
económicos o la posibilidad de elección entre alternativas, pueden contrarrestar o
fortalecer la puesta en marcha de la conducta ecológica.  tras un análisis empírico
de este modelo aplicado al cuidado  del medio ambiente, puede decirse que la
motivación altruista de cuidado activo, medida  a través de sentimientos de
preocupación y simpatía por los otros, es  un  predictor significativo de la conducta
ambiental que se espera manifestando un cuidado activo,  como forma de
motivación altruista, contribuye a la motivación individual para  actuar a favor del
medio ambiente. (Allen & Ferrand, 1999. en González L,  2002).

Ahora bien, la forma en que las personas actúan, ya sea para preservar o
deteriorar el ambiente, depende su forma de pensar, y de cómo evalúan el impacto
que tienen las problemáticas ambientales en su bienestar. Por lo tanto, se puede
entender que la educación ambiental, proviene directamente de las creencias y
habilidades del sujeto (Lazarus & Folkman, 1984. en Martínez,  Montero & Lena,
2001).
       
Las habilidades y conocimientos ambientales, que son fundamentales transmitir en
la educación,  son entendidos como la creencia que tiene el sujeto respecto a si
posee o no conocimientos de la conducta ambiental, así como la habilidad para
ejecutarlos. Smith, B., Bruner, S. & White, W. (1995) dichas habilidades y
conocimientos ambientales a estimular, pueden ser clasificados de la siguiente
manera

 Acción cívica: conductas que intenta promover el cuidado del medio a


través de actividades políticas.
 Acción educativa: cualquier conducta que esté enfocada a adquirir
conocimiento o información sobre aspectos y problemáticas ambientales.
 Acción financiera: conductas dirigidas al intercambio de dinero (deducción o
ajuste de impuestos) para promover el cuidado del ambiente natural.
 Acción legal: conductas jurídicas o legales que tengan como objetivo
reforzar aspectos de la ley ambiental, o bien ejercer alguna restricción legal
contra cierta conducta ambientalmente indeseable.
 Acción persuasiva: conductas que tengan como objetivo motivar a otro a la
preservación del ambiente natural.
 Acción física: conductas que requieren de un esfuerzo físico  dirigido a la
preservación del medio.

Actitudes y conducta Pro-Ambientales

No cabe duda que la degradación del medio ambiente, así como el consumo
excesivo de los  recursos naturales, ha dado lugar a problemas ambientales como
lo señala González (2006) algunos de estos son: la contaminación (agua, aire y
suelo), la deforestación, el desgaste de la capa de ozono, escasez de agua, el
cambio climático los cuales son ocasionados según Vargas et al. (2001) por la
falta de actitud o de sensibilización ambiental de la población en general.

Es por ello que desde la Psicología Ambiental, (Alvarez & Vega, 2009) define a las
actitudes ambientales como “los sentimientos favorables o desfavorables que se
tienen hacia alguna característica del medio o hacia un problema relacionado con
él”.

Por su parte,Taylor & Tood (1995),  las actitudes y la intención de actuar tienen
una importante influencia sobre el comportamiento cuando otros factores no
impiden que éste se lleve a cabo, sobre todo en lo que se refiere a los
comportamientos individuales de consumo y de participación ambiental, en
resumen, los autores entienden la actitud ambiental como un determinante directo
de la predisposición hacia acciones a favor del medio.
Asimismo, Baldi & García  (2005) definen la actitud pro-ambiental como la
información que promueve en los individuos los pensamientos, conocimiento, y
creencias para mejorar y desarrollar opiniones para poder tomar decisiones
saludables; además las actitudes pro-ambientales constituyen los juicios,
sentimientos y pautas de conductas favorables o desfavorables que una persona
manifiesta hacia un hábitat o ambiente determinado y que condicionan su
comportamiento dirigido a la conservación o degradación del ambiente en
cualquiera de sus manifestaciones.

Ahora bien, nadie puede ignorar aunque entre la ciudadanía de los países
occidentales existe una gran preocupación por la actual crisis ambiental, evitan la
implicación personal y como señalan Alvarez & Vega (2009), culpan a las
instituciones de estos problemas de la degradación del medio ambiente, además
de una escasa relación entre esta preocupación ambiental (actitud proambiental)
que manifiestan y su estilo de vida, el cual es incompatible con esta sostenibilidad,
ya que por ejemplo, a pesar de que entre la población, hay un alto porcentaje de
sujetos que se muestra preocupado por el medio ambiente, no obstante, el
número de personas lleva a cabo conductas concretas como no arrojar basura al
suelo, ahorrar agua o reciclar, es reducido. (Perelló & Luna, 1989, en Álvarez &
Vega, 2009).

Por consiguiente Milbrath (1986), señala que las actitudes y la conducta


proambiental se definen como un conjunto de creencias, valores y
comportamientos que se refieren principalmente al cuidado de la naturaleza,
considerando para ello  la participación, la cooperación y la economía sustentable
que ayudaran con el  beneficio del medio ambiente.

Por otro lado (Hernández & Hidalgo, 1998 citado en Martínez, 2004) mencionan
que la conducta proambiental también es conocida de diversas formas como por
ejemplo: “conducta protectora del ambiente”, “Conducta proecológica”, “conducta
ambiental responsable”, “conducta ecológica responsable” así como “conducta
ambiental amigable” empleado así más recientemente, aunque el nombre más
popular es conducta pro-ambiental.

Mientras que Verdugo (2000) utiliza el término “conducta pro-ambiental” y lo define


como el conjunto de acciones intencionales, dirigidas y efectivas que responden a
requerimientos sociales e individuales y que resultan en la protección del medio
ambiente. Este autor rescata tres elementos fundamentales en la definición: la
intención, la dirección y la efectividad entendida como el producto de las
competencias (conjunto de habilidades) desplegadas. No es suficiente querer
cambiar o preservar el entorno, también se requieren competencias para lograrlo.
La posesión de habilidades de cuidado del medio es una influencia directa en este
tipo de comportamientos.

De hecho, las correlaciones entre actitudes proambientales (preocupación por los


problemas ambientales) y conductas ecológicamente responsables son, en
general, muy bajas (Aragonés, 1997; Dunlap, 1991; Íñiguez, 1994; Schultz,
Oskamp & Manieri, 1995; Scot y Willits, 1994, en Alvarez & Vega, 2009); lo que ha
llevado a plantear que una alta concienciación respecto los problemas del medio
ambiente, por sí sola, no asegura la puesta en práctica de comportamientos
ecológicos responsables

De manera que actualmente, la mayor parte de las investigaciones sobre las


actitudes se centran principalmente en el valor predictivo que éstas pueden tener
sobre las conductas. Pero, aunque son muy numerosos los trabajos realizados
para identificar los factores que determinan las actitudes hacia el medio ambiente
a fin de predecir la realización de conductas proambientales se encuentran
dificultades por la falta de consenso sobre el propio concepto de actitud ambiental.
Stern y Oskamp (1998)mantienen que existe una relación positiva entre las
actitudes a favor del medio y la realización de conductas proambientales; aunque
no se pueda afirmar que se trate de una relación causa efecto, esto debido a la
influencia de otras variables moduladoras(Álvarez & Vega, 2009).

Otros factores que inducen el comportamiento pro-ambiental aunque en menor


medida, tales como son: variables demográficas como la edad, la educación, el
liberalismo, el género y el ingreso económico. Como también factores
situacionales como el comportamiento, la convivencia, el tiempo y el esfuerzo, las
normas sociales, la identidad comunitaria y el efecto de los medios de
comunicación afectan significativamente a la conducta pro-ambiental (Guevara &
Mercado, 2002).

Finalmente siguiendo a Van Liere y Dunlap (1981), las personas que llevan a cabo
alguna conducta pro-ambiental suelen mostrar una actitud más favorable hacia
esa conducta concreta y no tanto una actitud general favorable hacia el medio
ambiente. Por tanto, cada persona expresa su preocupación por el medio
ambiente a través de alguna conducta relacionada con un aspecto concreto del
mismo.

Actualmente en todo el mundo se observa que los problemas ambientales están


relacionados con las formas en que la sociedad interactúa con la naturaleza,
afectando la mayoría de los recursos naturales, los ecosistemas, las formas de
vida, entre otros, por lo que se considera que la escasez de agua es uno de los
problemas más grandes del siglo XXI, (Corral & Pinheiro, 2006).
Con respecto a ello se hace una investigación sobre el consumo de agua ya que
ha tenido fuertes alteraciones por las actividades humanas. Por lo tanto, Restrepo
(1995), considera que el agua dulce poco a poco se ha convertido en un problema
ambiental y político, pues se ha afirmado que solamente el 0.007% de las aguas
dulces se encuentran disponibles a todos los usos humanos directos.

Por lo cual a través del programa de Cultura del Agua del Organismo de Cuenca
Aguas del Valle de México (OCAVM), se hace una investigación, en la que se
aplicó un instrumento para la formación y capacitación de promotores de  la
Delegación Tlalpan del Distrito Federal, que evaluó las creencias, conocimientos y
motivos sobre el ahorro del agua. Finalmente esta investigación, se llevó a cabo
para poder lograr un cambio de actitud y de comportamientos hacia la
problemática.

Maldonado (2006, en Bermúdez, Terán, Caldera & Castillo, 2011) menciona que
desde finales del siglo XX hasta la actualidad, en el siglo XXI, la demanda de
recursos naturales, en consideración a la excesiva sobrepoblación, ha obligado a
los gobiernos a racionalizar los recursos naturales para el abastecimiento humano.
Esto a su vez, genera mayor cantidad de residuos sólidos, que, según Maldonado,
son productos reutilizables, ya que la mayoría de estos residuos pueden ser
utilizados como materia prima.

Según la Fundación ECOCICLA (2004), en Caracas, Venezuela, existen por lo


menos 8 causas para la problemática del manejo inadecuado de residuos sólidos:

1) Marco legal disperso, desconocido e inobservado.


2) Ausencia de aplicación de criterios técnicos en el manejo de residuos sólidos.
3) Falta de coordinación interinstitucional para el manejo de residuos sólidos.
4) Incoherencia entre las políticas de manejo de residuos y los intentos de
implantar programas de aprovechamiento y reciclaje
5) Hábitos de producción y consumo poco responsables.
6) Ausencia de cultura y participación para la gestión ambiental de los residuos
sólidos.
7) No percepción de los residuos como problema por los actores sociales.
8) Desconocimiento de conceptos e iniciativa en materia de manejo en los
residuos sólidos.

Si se implementara una campaña adecuada, accesible y educativa respecto al


cuidado del medio ambiente para mejorar la relación de las personas con su
entorno, incrementarían el conocimiento y cuidado hacia el entorno, y la actitud a
la conservación del ambiente (Escalona & Pérez, 2006).

A manera de resumen se puede decir que el concepto de actitud es una de las


nociones características e importantes psicología social y ambiental. También se
dice debe considerarse que las actitudes son posiciones individuales, pero son
compartidas socialmente. En si las actitudes constituyen valiosos elementos para
la predicción de la conducta. Estas actitudes pueden cambiar; las interpretaciones
teóricas se implican sobre la naturaleza de las actitudes. También se proponen
dos factores importantes para la formación de conductas voluntarias: actitudes y
normas subjetivas. La expectativa de que las actitudes generales deberían
predecir conductas específicas es razonable. Sin embargo el interrogante de tales
actitudes generales para predecir conductas específicas contiene las llamadas
producidas para reflexionar el concepto de actitud. Sin embargo, la relación entre
las actitudes y la conducta es compleja, y si se entiende cómo las actitudes
influencian en la conducta esta puede ser mejorada por el uso de un armazón
teórico. Un problema común encontrado al estudiar es que las actitudes o pueden
influir en las conductas o pueden ser influidas por las conductas.
Así, la psicología ambiental tiene como objeto de estudio el comportamiento
humano y su relación con diversos problemas y eventos ambientales. Se centra en
lo que es la conducta ambientalmente responsable, actitudes y valores hacia el
medio ambiente, educación y comunicación ambiental y las creencias sobre el
medio ambiente. Los problemas ambientales detonan el surgimiento de la
educación ambiental, ya que el objeto de estudio de ésta es el medio. La acción
educativa es cualquier conducta que esté enfocada a adquirir conocimiento o
información sobre aspectos y problemáticas ambientales y promover la acción
persuasiva, conductas que tengan como objetivo motivar a otro a la preservación
del ambiente natural; ante la falta de actitud o de sensibilización ambiental de la
población en general.

Además se menciona que la conducta pro-ambiental también es conocido por


diversos nombres como por ejemplo: “conducta protectora del ambiente”,
“Conducta pro-ecológica”, “conducta ambiental responsable”, “conducta ecológica
responsable” así como “conducta ambiental amigable” empleado así más
recientemente, aunque el nombre más popular es conducta pro-ambiental. Una
consideración que deja lugar a una profunda reflexión es que las personas que
llevan a cabo alguna conducta pro-ambiental suelen mostrar una actitud más
favorable hacia esa conducta concreta y no tanto una actitud general favorable
hacia el medio ambiente.

A manera de resumen, en un primer momento, la psicología ambiental tiene como


objeto de estudio el comportamiento humano y su relación con diversos problemas
y eventos ambientales. El segundo aspecto en que se centra es la conducta
ambientalmente responsable, actitudes y valores hacia el medio ambiente,
educación, comunicación ambiental y las creencias sobre el medio ambiente.

La educación ambiental es uno de los aspectos fundamentales que se detonan al


surgimiento de la psicología ambiental, ya que el objeto de estudio de ésta es el
medio ambiente. La acción educativa es cualquier conducta que esté enfocada a
adquirir conocimiento o información sobre aspectos y problemáticas ambientales.

Por otro lado la conducta proambiental también es conocida por diversos nombres
como por ejemplo: “conducta protectora del ambiente”, “Conducta proecológica”,
“conducta ambiental responsable”, “conducta ecológica responsable” así como
“conducta ambiental amigable” empleado así más recientemente, aunque el
nombre más popular es conducta pro-ambiental.

Siguiendo a Van Liere y Dunlap (1981), las personas que llevan a cabo alguna
conducta pro-ambiental suelen mostrar una actitud más favorable hacia esa
conducta concreta y no tanto una actitud general favorable hacia el medio
ambiente. En si las actitudes constituyen valiosos elementos para la predicción de
la conducta. Estas actitudes pueden cambiar; las interpretaciones teóricas se
implican sobre la naturaleza de las actitudes. También se proponen dos factores
importantes para la formación de conductas voluntarias: actitudes y normas
subjetivas. La expectativa de que las actitudes generales deberían predecir
conductas específicas es razonable. Un problema común encontrado al estudiar
es que las actitudes o pueden influir en las conductas o pueden ser influidas por
las conductas.

Referencias

Allport, G. (1935). Attitudes. In C. Murchinson (Ed.), The handbook of social psychology.


Worcester: Clark University Press.

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