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es
En este sentido se expresa, por ejemplo, Francis Bacon en su Novum Organon (escrito
en oposión al Organon de Aristóteles): “es necesario exigir que se introduzca un mejor
y más perfecto uso y aplicación de la mente y del intelecto humano”. Estamos en una
época donde la verdad –o la aspiración a ella– es una exigencia del filosofar, pero se
requieren nuevas reglas, nuevos marcos teóricos que dirijan el pensamiento hacia
conocimientos seguros. Así lo pone de manifiesto con absoluta claridad Descartes, por
ejemplo, en la Reg. IV, cuyo significativo título es: Necessaria est Methodus ad rerum
veritatem investigandam (“es necesario un método para investigar la verdad de las
cosas”): “En efecto, es incomparablemente mejor no preocuparse jamás de investigar la
verdad de ninguna cosa que hacer esto al margen del método”.
Esta tarea la lleva a cabo Descartes en diversas obras, que expondremos a continuación.
Descartes nace en marzo de 1596 en La Haya. Se educa en la Flèche, colegio jesuita
donde permanece de 1604 a 1612. Después de años agitados, en los que incluso
participa en la Guerra de los Treinta Años, en 1622 vuelve a Francia con una amplia
formación en matemáticas y física, y en el 1628 se establece en Holanda, país de la
libertad y la tolerancia religiosa. Fue entonces cuando Descartes empieza dar forma a su
obra, escribiendo una obra importante, pero publicada póstumamente (en 1701): las
Regulae ad directionem ingenii (Reglas para la dirección del espíritu). En 1633
Descartes había acabado también su Tratado del Mundo, un libro que decidió no
publicar tal cual tras conocer la noticia de la condena de Galileo (en él Descartes
aceptaba la tesis de Copérnico). En su lugar, quitó algunas partes y en 1637 vieron la
Descartes. Contextualización antonio.hidalgo@murciaeduca.es
luz tres ensayos: Dióptrica, Los meteoros y la Geometría; los tres con un prólogo que
ha pasado a la historia como un texto fundamental: el Discurso del método. Mientras
tanto, Descartes iba redactando un tratado de metafísica, obra dirigida a los doctos (de
ahí que la escribiera en latín), publicada en 1641 seguida de una serie de Objeciones, a
las cuales Descares añadió sus Respuestas. La obra llevaba el título de Meditationes de
prima philosophia in qua Dei existentia et animae immortalitas demonstrantur. Seis
años después se publica en francés; es la obra que conocemos como Meditaciones
metafísicas. Posteriormente, Descartes reelabora los materiales de su Tratado del
Mundo en una obra nueva, los Principia philosophiae, cuatro libros que, según era su
intención, debían servir en las escuelas como sustituto de la enseñanza aristotélica. La
obra de Descartes no es recibida sin polémica en los ambientes holandeses, y Descartes,
a punto de volver a Francia, decide aceptar la invitación de la reina Cristina de Suecia
(lo había invitado para que fuera a instruirla en la filosofía), y en 1650 muere de
pulmonía. Un año antes había dejado en imprenta su última obra: el Tratado sobre las
pasiones. Otras obras se publican póstumamente, además de las Regulae: un
Compendium musicae (1950), el Tratado del hombre (en francés, 1664), Tratado de la
luz (también en 1664) y las Cartas (1657-67).
En cuanto a la temática de las obras, y teniendo en cuenta los cuatro bloques clásicos en
los que se divide el quehacer filosófico –epistemología, ontología, estética y ética–
podríamos decir que en la filosofía cartesiana predominan las investigaciones de tipo
epistemológico y ontológico. Aunque en realidad, Descartes no utiliza esa nomenclatura
y entiende que su trabajo se corresponde con el de la filosofía primera o metafísica, es
decir, con un tipo de ciencia o saber que no se ocupa de regiones o ámbitos particulares
(así, por ejemplo, la medicina, la física, la mecánica, etc.) sino con los fundamentos
teóricos de cada una de las ciencias particulares. Es decir, un sistema teórico a la altura
de la nueva ciencia que despuntaba con las investigaciones de Kepler y Galileo. Aunque
no faltan en la producción teórica de Descartes las reflexiones sobre física, ámbito en el
que formula las tres famosas leyes de la naturaleza (el principio de inercia, la segunda
ley, según la cual todo tiende a moverse en línea recta, y el principio de conservación
del movimiento), basadas en su nueva ontología mecanicista. En resumen, como hemos
dicho, el objetivo de Descartes fue descubrir un conocimiento seguro, bien fundado,
como hacen las matemáticas, disciplina que admiraba “por la certeza y evidencia de sus
razonamientos”. Pero lo más importante, en términos filosófico, es su conquista del yo
como concepto, como tiempo después reconocería Hegel.