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Descartes. Contextualización antonio.hidalgo@murciaeduca.

es

A la hora de contextualizar un autor y su pensamiento, es posible trabajar,


fundamentalmente, sobre tres marcos de referencia: por un lado, el relativo al conjunto
de la obra del autor; por otro lado, el que concierne a la historia de la filosofía, y por
último, el que tiene que ver con su época. En el caso del pensamiento que Descartes,
daremos cuenta del mismo poniéndolo en relación con dos de estos contextos
referenciales: en primer lugar, nos ocuparemos la época en la que vivió, intentando que
los datos que ofrezcamos sean relevantes para comprender mejor su filosofía; y en
segundo lugar, revisaremos el conjunto de su obra, indicando títulos, temas, evolución,
etc.

Si la modernidad sin adjetivos nace con el Renacimiento y, en buena medida, se


consolida como actitud vital y como estilo de cultura en el siglo XVI, por el contrario,
la modernidad que se adjetiva como “modernidad filosófica” no se considera constituida
hasta el siglo XVII. En la búsqueda de su genealogía, habría que retrotraerse a los siglos
anteriores, posiblemente hasta el siglo XIV, pero, indudablemente, el momento
decisivo, cuando la modernidad filosófica se muestra plenamente consciente de sus
propias –y nuevas– exigencias teóricas, llega con Descartes. Descartes abre e inaugura
una época, que seguramente no se cierra hasta Kant. Ahora bien, ¿qué podemos afirmar
de ese siglo XVII en el que se hace presente la filosofía cartesiana, y qué es lo que
permite hablar de ella como de una filosofía eminentemente moderna? Pues bien, lo que
domina el contexto intelectual de la época de Descartes, y lo que es, por tanto, uno de
los rasgos esenciales de la modernidad filosófica, así como de la filosofía cartesiana, es
su irrenunciable preocupación metodológica. Como escribe Gusdorf, “la exigencia del
método aparece como un carácter esencial de la consciencia intelectual moderna”. De
hecho, los filósofos observan el cambio respecto del pensamiento de épocas anteriores
como una cuestión de método, de cambio metodológico. Esto se percibe como
fundamental, puesto que sólo desde una previa aclaración metodológica puede
originarse un pensamiento filosófico que no sea simplemente correcto, sino verdadero.

En este sentido se expresa, por ejemplo, Francis Bacon en su Novum Organon (escrito
en oposión al Organon de Aristóteles): “es necesario exigir que se introduzca un mejor
y más perfecto uso y aplicación de la mente y del intelecto humano”. Estamos en una
época donde la verdad –o la aspiración a ella– es una exigencia del filosofar, pero se
requieren nuevas reglas, nuevos marcos teóricos que dirijan el pensamiento hacia
conocimientos seguros. Así lo pone de manifiesto con absoluta claridad Descartes, por
ejemplo, en la Reg. IV, cuyo significativo título es: Necessaria est Methodus ad rerum
veritatem investigandam (“es necesario un método para investigar la verdad de las
cosas”): “En efecto, es incomparablemente mejor no preocuparse jamás de investigar la
verdad de ninguna cosa que hacer esto al margen del método”.

Esta preocupación metodológica se comprende por varios factores que ayudan a


comprender mejor el contexto en el que piensa Descartes, factores entre los cuales cabe
citar la crisis del aristotelismo, la apuesta filosófica no resuelta del humanismo
renacentista, y la incidencia del escepticismo desencadenado en Europa occidental, muy
especialmente en Francia. Algunas observaciones breves: por un lado, desde Bacon a
Descartes. Contextualización antonio.hidalgo@murciaeduca.es

Descartes, existe un consenso bastante amplio sobre la ineficiencia de la silogística


tradicional aristotélica. Frente a ésta, tanto el racionalismo como el empirismo van a
focalizar su atención bien sea en los facta rationis (por ejemplo, Descartes) o en los
facta experientiae (los empiristas, por ejemplo Hume). Es así, por lo demás, como
comienzan a estructurarse las dos tradiciones que recorren la filosofía moderna:
racionalismo y empirismo, radicalmente opuestas en su enfoque, pero coincidentes en
un punto determinante: la centralidad que ambas otorgan al sujeto de conocimiento.
Descartes apostará por las denominadas “ideas innatas”, los empiristas como Hume, sin
embargo, por las impresiones que rigen nuestra percepción del mundo. El
Renacimiento, por su parte, había supuesto una cierta liberación de las “autoridades”,
tanto religiosas (mediante el luteranismo) como de las filosóficas, determinando como
marco teórico de referencia ya no uno de tipo teocéntrico, sino antropocéntrico, es decir,
basado en una nueva concepción (que va consolidándose poco a poco) del ser humano
como ser autónomo y libre. Aunque no se suele poner de relieve, en este proceso que
nos conduce a Descartes tendrá una importancia capital la filosofía humanista española,
que se encarga de dar los primeros pasos en esta necesidad de explicar el conocimiento
a partir no ya de Dios, sino del ser humano en sí mismo. Y en lo que concierne al
repliegue escéptico, diríamos que éste viene a explorar el horizonte que había abierto el
humanismo, un horizonte marcado por la negación del valor de la autoridad, dicho en
términos muy generales, y que anima, a la corriente escéptica, a llevar hasta sus últimas
consecuencias la idea de que ninguna posición, sea teórica, religiosa o política, está en
condiciones de presentarse como garante del conocimiento y de la verdad.

Como es sabido, Descartes se sitúa en las antípodas de este programa, en contra


radicalmente de ese programa escéptico: él pertenece a esa corriente de moderado
optimismo que surge en Europa, y que se alimenta de los descubrimientos de la nueva
ciencia (sobre todo en el campo de la astronomía, la física y la matemática), una
incipiente técnica y un progresivo desarrollo económico. El suyo es, por tanto, un
programa filosófico dirigido a proporcionar conocimientos rigurosos y ciertos que
sirvieran como fundamento indubitable de las ciencias. Su conquista, decisiva para la
historia de la filosofía, convertir el yo en concepto angular y fundamento de aquello que
podemos saber con certeza.

Esta tarea la lleva a cabo Descartes en diversas obras, que expondremos a continuación.
Descartes nace en marzo de 1596 en La Haya. Se educa en la Flèche, colegio jesuita
donde permanece de 1604 a 1612. Después de años agitados, en los que incluso
participa en la Guerra de los Treinta Años, en 1622 vuelve a Francia con una amplia
formación en matemáticas y física, y en el 1628 se establece en Holanda, país de la
libertad y la tolerancia religiosa. Fue entonces cuando Descartes empieza dar forma a su
obra, escribiendo una obra importante, pero publicada póstumamente (en 1701): las
Regulae ad directionem ingenii (Reglas para la dirección del espíritu). En 1633
Descartes había acabado también su Tratado del Mundo, un libro que decidió no
publicar tal cual tras conocer la noticia de la condena de Galileo (en él Descartes
aceptaba la tesis de Copérnico). En su lugar, quitó algunas partes y en 1637 vieron la
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luz tres ensayos: Dióptrica, Los meteoros y la Geometría; los tres con un prólogo que
ha pasado a la historia como un texto fundamental: el Discurso del método. Mientras
tanto, Descartes iba redactando un tratado de metafísica, obra dirigida a los doctos (de
ahí que la escribiera en latín), publicada en 1641 seguida de una serie de Objeciones, a
las cuales Descares añadió sus Respuestas. La obra llevaba el título de Meditationes de
prima philosophia in qua Dei existentia et animae immortalitas demonstrantur. Seis
años después se publica en francés; es la obra que conocemos como Meditaciones
metafísicas. Posteriormente, Descartes reelabora los materiales de su Tratado del
Mundo en una obra nueva, los Principia philosophiae, cuatro libros que, según era su
intención, debían servir en las escuelas como sustituto de la enseñanza aristotélica. La
obra de Descartes no es recibida sin polémica en los ambientes holandeses, y Descartes,
a punto de volver a Francia, decide aceptar la invitación de la reina Cristina de Suecia
(lo había invitado para que fuera a instruirla en la filosofía), y en 1650 muere de
pulmonía. Un año antes había dejado en imprenta su última obra: el Tratado sobre las
pasiones. Otras obras se publican póstumamente, además de las Regulae: un
Compendium musicae (1950), el Tratado del hombre (en francés, 1664), Tratado de la
luz (también en 1664) y las Cartas (1657-67).

En cuanto a la temática de las obras, y teniendo en cuenta los cuatro bloques clásicos en
los que se divide el quehacer filosófico –epistemología, ontología, estética y ética–
podríamos decir que en la filosofía cartesiana predominan las investigaciones de tipo
epistemológico y ontológico. Aunque en realidad, Descartes no utiliza esa nomenclatura
y entiende que su trabajo se corresponde con el de la filosofía primera o metafísica, es
decir, con un tipo de ciencia o saber que no se ocupa de regiones o ámbitos particulares
(así, por ejemplo, la medicina, la física, la mecánica, etc.) sino con los fundamentos
teóricos de cada una de las ciencias particulares. Es decir, un sistema teórico a la altura
de la nueva ciencia que despuntaba con las investigaciones de Kepler y Galileo. Aunque
no faltan en la producción teórica de Descartes las reflexiones sobre física, ámbito en el
que formula las tres famosas leyes de la naturaleza (el principio de inercia, la segunda
ley, según la cual todo tiende a moverse en línea recta, y el principio de conservación
del movimiento), basadas en su nueva ontología mecanicista. En resumen, como hemos
dicho, el objetivo de Descartes fue descubrir un conocimiento seguro, bien fundado,
como hacen las matemáticas, disciplina que admiraba “por la certeza y evidencia de sus
razonamientos”. Pero lo más importante, en términos filosófico, es su conquista del yo
como concepto, como tiempo después reconocería Hegel.

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