Está en la página 1de 8

El poder invisible de la compasión

La bondad, la compasión y el amor son palabras que


suenan muy bien, pero que no siempre tienen buena
prensa en un mundo en el que, a menudo, priman
otras cualidades y valores.
En una sociedad que nos impulsa a competir, a
“escalar la montaña del éxito”, a acumular bienes, al
consumo casi instantáneo de cualquier deseo o
apetencia, a tener y tener más… Parece que no
siempre hay cabida para las tres cualidades
mencionadas.
Sucede, no obstante, que cuando alcanzamos los
“objetivos-zanahoria”, éstos se tornan insuficientes, y
es entonces cuando nuestra mirada comienza a
rastrear en busca de “algo más”.
En realidad, tras nuestra insaciabilidad y consumo de
todos los nuevos productos, bien podría ser que
hubiera una búsqueda más profunda: la de disfrutar
de verdadera felicidad y aliviar nuestro propio
sufrimiento, e incluso el de otros.
En esta búsqueda puede que se nos cruce en el
camino “casualmente” una frase, un libro, una
persona…, que nos muestre otros caminos para lograr
esa meta profunda y auténtica.
Así es como muchos llegamos a interesarnos por la
meditación y/o el mindfulness. Nos compramos ese
libro, acudimos a charlas, asistimos a algún taller, nos
compramos el equipamiento necesario… Y ponemos
esfuerzo y empeño durante un tiempo en esta
milenaria práctica de indagación y crecimiento
personal.
La energía inicial con la que empezamos puede
ayudarnos mantener la perseverancia durante un
tiempo. Pero lo cierto es que, en muchas ocasiones, la
práctica va perdiendo fuerza…, hasta casi
desaparecer.
¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué disminuye nuestra
práctica?
Sostener la curiosidad ante lo que ocurre, sin juzgar,
aceptando y soltando con paciencia, confiar con una
mirada atenta e inocente, son actitudes centrales del
Mindfulness, pero insuficientes por sí mismas.
La clave, una vez más, es el amor.
En este caso, se trata de un tipo concreto de amor: el
de la compasión y la auto-compasión.
“Ser compasivos es una práctica muy importante.
Cuando estemos cansados, enojados, o desesperados,
debemos saber cómo regresar a nosotros mismos y
cuidar el cansancio, el enojo y la desesperación. Es por
este motivo que practicamos el sonreír, el andar y el
comer conscientemente.” 
–Thich Nhat Hanh–

Bondad hacia uno mismo y compasión

 
Se podría definir la compasión como una cualidad del
ser que revierte en amor hacia uno mismo y hacia los
demás. La compasión nos mueve a hacer algo para
contribuir a la felicidad de los demás.
Este es el verdadero impulso, la energía y el poder
invisible que nos abre la puerta a estados de mayor
apacibilidad, amplitud y profundidad de conciencia;
esa conciencia que trasciende el ego para llegar a un
estado transpersonal, desde donde establecer una
empatía auténtica, de corazón a corazón.
El primer paso para desarrollar esta cualidad que
todos poseemos de forma innata, es el de desplegar
la mirada interna. La mirada interna nos permite
conocer en profundidad qué partes de nosotros
rechazamos. Estos aspectos no–reconocidos de
nuestra personalidad requerirán de mucha aceptación
y compasión.
 
¿Cómo podemos dar a los demás aquello que no
poseemos o que es escaso en nosotros?
¿Cómo podemos ser amorosos con los demás cuando
desatendemos el amor hacia nosotros mismos?
Sin duda, hay que empezar por la propia casa: por
nuestro ser profundo, por indagar cuánta compasión
o auto-compasión nos permitimos expresar:
¿Me permito disfrutar, descansar, sonreír, llorar?
¿Me siento afortunado con mi cuerpo, familia,
trabajo…?
¿Me siento merecedor de lo que tengo?
¿Estoy a gusto conmigo mismo, conmigo misma?
El reconocernos con plenitud, así como con una
mirada limpia e inocente, puede ayudarnos a sentir
bondad y amabilidad para con nosotros mismos;
porque, al fin y al cabo, eso es lo que somos en
realidad: amor.
En general nos queremos poco, más bien muy poco.
Es algo que se transmite de generación en
generación, de sociedad en sociedad… Forma parte
del gran inconsciente colectivo, perpetuando el
sufrimiento en el tiempo.
Si queremos aliviar nuestro sufrimiento, convendrá
comenzar a invertir en esa faceta poco atendida: la de
aprender a querernos.
Aquí es donde Mindfulness nos puede ayudar. Al
dirigir la atención hacia nuestra verdadera naturaleza
y reconocerla, podemos descubrir todo el potencial
que tenemos/somos; entonces podemos ejercer la
compasión hacia nosotros mismos, en primer término,
para desde allí expandirlo hacia nuestra familia,
amigos y el resto del mundo.

La autocompasión nos conduce a la integración


Podríamos iniciar la aventura de la autocompasión
con la aceptación: aceptación amorosa de lo que
somos y de lo que vivimos. Esto implica ser amables
con nosotros mismos, dejándonos sentir las
emociones, las sensaciones y los pensamientos, sin
perder la perspectiva del no juicio y la no
culpabilidad.
Si comprendemos y experimentamos esta realidad en
nosotros, es más sencillo mirar al otro desde la
empatía, puesto que somos más parecidos de lo que
creemos.
Cuando la atención sostenida y la compasión están en
sintonía, surgen experiencias de cercanía y de
reconocimiento de la bondad: la nuestra y la del otro.
El primer éxito de nuestra neo-consciencia es el de
permitirnos experimentar.
Por ejemplo, el dolor físico es, desde la perspectiva
fisiológica, solo dolor ante una circunstancia externa
o interna que lo provoca. En este sentido, la
intensidad es subjetiva, pero la experiencia es real.
El ejercicio de “soltar” las elaboraciones mentales que
acompañan al dolor nos libera de su carga emocional;
o, dicho de otro modo, nos libera del sufrimiento
incorporado por el “coco”.
Cuando nos entrenamos en aceptar el dolor físico y a
la vez mantener una actitud de atención compasiva
hacia éste, estamos limitando la contaminación que
generan los pensamientos distorsionados, las
previsiones futuras y los recuerdos de experiencias
dolorosas pasadas.
Esto no conlleva dejar de observar si podemos hacer
algo realmente con ese dolor, y actuar
consecuentemente; es decir, no dejamos de ir al
médico, de tomar una mediación, etc.
Convendrá cambiar la pregunta:

 
¿Por qué me duele?” por: “¿para qué me duele?
¿Qué tengo que atender en este momento, aquí y
ahora?
De esta forma volvemos al cuerpo, a casa, para
atender un desajuste, una necesidad que necesita ser
expresada; y nos acompañamos a nosotros mismos
en su reparación o equilibrio desde una actitud más
apacible, serena, lúcida y con aceptación compasiva.
Aceptar no significa ser observadores inertes.
Motivados por las comprensiones que surgen de la
observación atenta, podemos actuar. Y actuar puede
suponer tomar una decisión y cambiar algún
aspecto… O no mover nada. En ambos casos estamos
actuando.
Al observar así los problemas, podemos seguir
investigando su naturaleza; y con el tiempo nos
damos cuenta de que no son tan inamovibles, rígidos
ni sólidos como podía parecer inicialmente.
En realidad, progresivamente nos vamos dando
cuenta de que los “problemas” son cambiantes y, en
último término, impermanentes. Esta toma de
consciencia y reltaivización hace que los problemas,
de alguna forma, se tornen más “pequeños”.
Reducir la intensidad de los momentos desagradables
nos permite vislumbrar los momentos de goce que
nos va ofreciendo la vida; sin tanta necesidad de vivir
momentos de intensidad y perfección casi absoluta.
Empezaremos a disfrutar de lo pequeño, de lo
cotidiano, del día a día… Del aquí y ahora con todos
sus matices; puesto que este momento es único,
podemos disfrutarlo si disponemos de una mirada
amable y atención sostenida.

Los obstáculos diarios

 
Sabemos que la aventura vital está plagada de
dificultades que ponen a prueba nuestras
capacidades, destrezas y aprendizajes. Parece que no
existe ningún día que no tenga su propio obstáculo. A
menudo tendemos a pensar que estos vienen de
“fuera”, que la Vida nos los pone delante, y que no
nos queda más remedio que enfrentarlos o evitarlos,
en su caso.
Esta perspectiva de mero espectador del camino nos
limita en la posibilidad de encontrar perspectivas y
respuestas. Dejar de enfocar fuera y empezar a mirar
dentro para encontrarnos, posibilita el empezar a
tomar las riendas de nuestra existencia. Al mismo
tiempo, la mirada interna ante el obstáculo permite
que tomemos consciencia de detalles, e incluso de
soluciones, que antes nos pasaban desapercibidos.
Esta actitud nos deja mucha fuerza disponible, fuerza
que podemos enfocar a atender todos lo que la vida
nos va presentando.
Este ingrediente esencial, este poder invisible, nos
permite disponer de una mirada de acogimiento hacia
los obstáculos diarios. De hecho, dichos obstáculos se
convierten desde este estado de consciencia en una
verdadera fuente de crecimiento, al tiempo que en
una oportunidad de mejora continua.
La sabiduría que emerge de la compasión nos permite
atender la vida, la nuestra y la de los demás, con una
mirada limpia, serena y en calma desde la que
responder con amor.
La compasión profunda, como actitud amigable y
bondadosa, aporta a la vida un gran significado en
cada instante, en cada momento, en nuestro aquí y
ahora.

También podría gustarte