Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
¡Qué bien conocía desde niña los estados de ánimo de mi madre, con
sólo oírla cantar! Eso sí, no necesitaba estar alegre para hacerlo, ella siempre
cantaba, tanto si estaba triste, contenta, preocupada o agotada. Necesitaba
cantar.
Durante el año, los viernes, era el día de la semana en que todas las
vecinas limpiaban las escaleras de sus pisos. Entonces se decía “arenar las
escaleras”, que eran de madera y se frotaban con un cepillo de púas gordas y
una arena especial para fregar. Esta arena también se utilizaba para las
chapas o cocinas de hierro, que resplandecían después de bien frotadas.
Esos días, los viernes, eran toda una competición de voces y de canciones.
Como se abrían todas las ventanas de las escaleras para que secasen bien,
podíamos oír las jotas de “la navarra”, las romanzas de “Puri”, los pasodobles
de “Emilia”, las canciones populares de mi madre y hasta alguna canción con
connotaciones políticas que hacían mención a la guerra civil.
Mi madre no tenía una gran voz pero entonaba bastante bien e igual
que de mi abuela, aprendí muchas canciones de ella. Me gustaba mucho la
canción del pajarillo que si no cantaba se moría, aunque sabía que cuando la
cantaba, por algún motivo, estaba triste. Del mismo modo sabía que cuando
cantaba “De colores se visten los campos en la primavera…”, estaba
contenta.
También los cuentos que se contaban a los niños eran mucho más
apreciados si llevaban canción, casi todos los más conocidos la llevaban:
“Los tres cerditos”, “Los siete cabritillos”, “La cenicienta”... Y tantos otros.
Quienes como yo, aún no han perdido del todo la buena costumbre de
cantar, podrán asegurar que es el mejor “quitapenas” que hay en el mercado.