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EMPRESAS POLÍTICAS

AÑO V · NÚMERO 7 · 1 er/2º SEMESTRE 2006


Africanismo y africanistas españoles (I): José María
Cordero Torres

Jerónimo Molina
Universidad de Murcia

1. Sobre el africanismo español

l Derecho colonial es una rama del Derecho público que ha contado en España con ante-
E cedentes tan ilustres como la Política indiana o De indiarum jure (1648) de Juan Solórza-
no Pereira [1575-1655]. Las Leyes de Indias constituyen uno de los grandes monumentos ju-
rídicos de la gente hispana, de espíritu en otro tiempo muy dotado para el derecho, como solía
recordar Jesús Fueyo [1922-1993]. El Padre Francisco de Vitoria [1485-1546], en cuya obra se
columbra la ordenación jurídica de un espacio que ha adquirido repentinamente dimensiones
planetarias, sólo puede ser ejemplo o muestra de la superior cualificación jurídica de un pue-
blo. La declinación política de la Monarquía hispano-indiana, contenida algo más de un siglo
después de las paces renanas, culminó en el Ayacucho peruano1. La españolidad del ultramar
antillano, mantenida casi milagrosamente hasta 1898, no dejaba de ser un espejismo político.
Pues la verdadera posición internacional de la menguante potencia española se denunciaba
en la irrelevancia de sus posiciones coloniales en África. De las glorias del Imperio virreinal
sólo quedaba en 1899 una presencia testimonial en la fachada atlántica del territorio sahárico,
en las plazas y peñones tingitanos y en Guinea y Fernando Poo. Con todo, también en estas
circunstancias comparecían África y el africanismo como constantes del pensamiento político
o geopolítico español.
Las derrotas imperiales y el repliegue peninsular de los españoles han predispuesto la inte-
ligencia política de este pueblo, tal vez, para gravitar sobre la situación de excepción (Ausnah-

1 La derrota de los españoles peninsulares frente a los españoles americanos –denominación corriente hasta su sustitución por «crio-
llos», palabra de influencia francesa que se va imponiendo en América mediado el siglo XVIII– sólo es, no obstante su magnitud,
el primero de los ayacuchos hispanos. Ha habido otros de desenlace muy desigual: las tres guerras carlistas; las Guerras de Cuba;
la Guerra de las Filipinas y la Guerra civil. Mas no todos los ayacuchos fueron bélicos, pues se cuentan también en la serie histórica
la entrega del Ifni a Marruecos y el abandono del Sáhara y la Guinea hispánica (continental e insular). Otros ayacuchos incruentos,
especialmente insidiosos dada su naturalización constitucional, han sido la federalización peninsular en tiempos de la I República,
los estatutos de autonomía de la república integral de 1931 y los estatutos de autonomía de la Monarquía del 22 de noviembre. A
los ayacuchos españoles, en los que comparece una nación política declinante, se opone, a modo de katejón, la estatificación de
la forma política tradicional de los españoles.

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mezustand). También han confirmado en él una vocación africana. En la vocación africana
de España se conserva la memoria de una enemistad varias veces secular2 y, al mismo tiempo,
vislumbres de una posición segura, alejada de las guerras europeas. No parece casual que dos
españoles como Diego Saavedra Fajardo [1584-1648] y Ángel Ganivet [1865-1898], separa-
dos más de dos siglos, pero unidos por la tribulación política de su patria, vean en África
una parte de la genuina empresa hispánica. El murciano Saavedra Fajardo, sin despreciar las
ventajas políticas del dominio de los océanos3, aconsejaba en sus Empresas Políticas (1640)
asegurar la monarquía sobre Italia, España y África. Ángel Ganivet, de cuyo Idearium español
(1897) trasciende la locura americana de España, portadora a su juicio de tantos males, era
partidario de retornar a la proyección natural de Castilla sobre el África.
El africanismo español, sobre todo el posterior al Noventayocho, no es un pensamiento
extemporáneo, utilitario y oportunista, una suerte de sustitutivo de la vieja tradición colonial
americana. Entretenimiento poco glorioso para una potencia declinante. Un juicio semejante
tiene que ver más bien con el complejo de inferioridad hispano y con la evolución límite de
la rancia Leyenda negra, que con la obra colonial española4. Nada hay de adventicio o sobre-
venido en la vocación africana de España, a no ser, precisamente, las decisiones que determi-
naron su papel africano en la Conferencia de Berlín de 1885. Remedando un famoso título
de Barcia Trelles [1888-1977], ha sido África un punto cardinal de la política internacional
española. Por encima de dinastías y repúblicas, restauraciones y dictaduras. Lo han entendido
así algunos hombres de Estado que ha dado España en el siglo XX5 (Antonio Maura [1853-
1925], Primo de Rivera [1870-1930], Franco [1892-1975]) y una gavilla de escritores políticos,
juristas, geógrafos y economistas políticos.

2 La hostilidad de la región tingitana está condicionada por la posición geográfica (cuasicontigüidad) de las dos orillas calpenses. Pero
lo que verdaderamente la determina políticamente, actualizándola, desde el siglo VIII, es la presencia en las antiguas provincias
romanas de los mahometanos.
3 Saavedra, que conocía las ventajas de la existencia marítima de un pueblo, tenía de América una visión patrimonialista y puramente
económica. Resulta por ello irónico que, como consejero de Indias, ocupara sus últimos años proveyendo cargos y destinos en la
administración de los virreinatos. Véase, en este mismo número de Empresas políticas, P. L. G. B., «Saavedra Fajardo y la política
marítima de España».
4 Para cierto neoafricanismo español que se ha desarrollado después de la Dictadura del General Franco, el africanismo precedente
era una válvula de escape política y un factor retórico. En suma, un artificio ideológico. Es la opinión, nada casual, de los militantes
de un vano tercermundismo intelectual (multiculturalismo, internacionalismo pacifista, antihispanismo, latinoamericanismo). Hasta
hace relativamente poco tiempo seguía en vigor la identificación entre franquismo y africanismo. El neoafricanismo, «depurado»
de franquismo, resulta empero culturalmente estéril y políticamente contraproducente para los intereses españoles. Su mal tiene
que ver también con la llamada «interculturalidad», barbarismo insensato. La retahíla de prejuicios del neoafricanismo español, a
pesar de los autores, está muy presente en la obra de dos «africanistas profesionales»: Gustau Nerín [1968] y Alfred Bosch [1961],
El imperio que nunca existió. La aventura colonial discutida en Hendaya. Barcelona, Plaza y Janés, 2001. Me ocupé de este libro en
Razón Española, nº 110, 2001, pp. 368-370.
5 No parece necesario remontarse en este punto a la política de conquista del Cardenal Cisneros [1436-1517], Carlos V [1500-1558]
y sus sucesores en el norte de África (y, asimismo, la erección de defensas en las costas de Andalucía oriental y el Reino de Murcia
–al sur de San Juan de los Terreros– mediado el siglo XVIII). Por otro lado, la deficiente realización de esa política es asunto que
escapa del objeto de este estudio, materia por tanto de otro relativo a la pérdida de las posiciones defensivas (presidios) en el
poniente del Oranesado, uno de los puntales de la política castellana en el Mediterráneo occidental. Orán fue abandonado por
los españoles en 1792. Los flujos migratorios, bien sur-norte (desde la invasión mahometana del siglo VIII a la masiva afluencia
contemporánea de vientres marroquíes a España), bien norte-sur (emigración almeriense y murciana a la Argelia francesa desde el
último cuarto del siglo XIX; destinos militares y administrativos en el Protectorado marroquí), son la constante demográfica de los
procesos políticos aquí esbozados.

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Gonzalo de Reparaz Rodríguez [1860-1939]6 es sin duda el geógrafo africanista epónimo
de una singular promoción de españoles, la generación dramática del Noventayocho. Colabo-
rador, acaso discípulo de Reparaz y en buena medida continuador de su obra de conciencia-
ción nacional y «penetración pacífica», fue José María Cordero Torres [1909-1977], miembro
de la notable promoción de universitarios españoles nacidos antes de la Guerra mundial I7, la
de los juristas del 278. Cordero Torres ha sido el gran africanista y colonialista de su genera-
ción, en la que rayaron también muy arriba el General José Díaz de Villegas (pseud. Hispanus)
y el geógrafo Juan Fontán y Lobé, Director General de Marruecos y Colonias. De la contribu-
ción de aquellos hombres ha quedado, como un estilizado monumento a su memoria intelec-
tual y patriótica, El africanismo en la cultura hispánica contemporánea, de Cordero Torres. El
balance del africanismo español en su década dorada, los años cuarenta, es impresionante: en
la divulgación de la cultura africana en España, en las aportaciones a la exploración de aquel
continente y en la acción educativa y cultural en Marruecos y en el África occidental y ecua-
torial9. El Instituto de Estudios Africanos (Patronato Saavedra Fajardo del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas) o publicaciones como Archivos del Instituto de Estudios Afri-
canos y Cuadernos de Estudios Africanos (del Instituto de Estudios Políticos), no obstante sus
magros recursos financieros, han quedado muy por encima de empeños más recientes. Basta
con cotejar sus índices y series temporales con trayectorias irregulares como las de Studia
Africana o Nova Africa10 o África-América Latina. Cuadernos11, u oportunistas como África
Internacional12 o Cuadernos Centro de Estudios Africanos13. Mención aparte merecen empero
los Estudios Africanos, de la Asociación Española de Africanistas y, sobre todo, Mundo Negro,

6 Sobre la azarosa vida de Reparaz y las contradicciones de su acción publicística se echan en falta monografías de cierta profundi-
dad. Hay no obstante algunos estudios provisionalmente útiles: Ignacio C. Soriano Jiménez, «El archivo de Gonzalo de Reparaz»,
en Documents d’Anàlisi Geográfica, nº 34, 1999, y Francisco Quirós Linares [1933], «Dos geógrafos españoles en el noventa y
ocho: Gonzalo de Reparaz y Enrique d’Almonte», en Ería, nº 46, 1998, espec. pp. 183-186.
7 Luis Recaséns Siches [1903-1977], Luis Legaz Lacambra [1906-1980], Juan Beneyto Pérez [1907-1994], Gaspar Bayón Chacón
[1909-1979], Javier Conde [1908-1975], Manuel García-Pelayo [1909-1991], Enrique Gómez Arboleya [1910-1959], Eustaquio
Galán Gutiérrez [1910-1999], Luis Díez del Corral [1911-1998], José Antonio Maravall [1911-1986], Carlos Ollero [1912-1993],
Luis Sánchez Agesta [1914-1997], Álvaro d’Ors [1915-2004]. Todos ellos y algún otro que se me escapa integran la generación
magna de nuestros juristas del siglo XX. Una de las manías políticas de los escritores y publicistas españoles, el antifranquismo
crónico (compensación de un severo complejo de inferioridad intelectual), impide contemplar con orgullo y sosiego lo que parece
un medio siglo de oro para el pensamiento jurídico-político español del Novecientos. Véase J. Molina, Estudio preliminar («Un
anticipador de la constitución política española. Las posiciones jurídico-políticas de Javier Conde»), en J. Conde, Introducción al
Derecho político actual. Granada, Comares, 2006, pp. III-LIII.
8 En torno al año 1927 principian todos a dar los primeros frutos intelectuales (redacción de tesis doctorales) y a incorporarse a la
vida universitaria (auxiliarías de cátedra). La fórmula adoptada no parece del todo impropia. También se habló hace unos años
de los economistas del 27. Véase Alfonso Sánchez Hormigo, Valentín Andrés Álvarez. Un economista del 27. Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza, 1991.
9 Véase J. M. Cordero Torres, El africanismo en la cultura española contemporánea. Madrid, Cultura Hispánica, 1949.
10 Publicaciones editadas por el Centro d’Estudis Africans de Barcelona desde 1990 y 1995.
11 El primer número apareció en 1990, editado en Madrid por la Asociación de Cooperación y Estudios Internacionales y Solidaridad
para el desarrollo y la Paz.
12 Editado en Madrid por el Instituto de Estudios Políticos para América Latina y África (IEPALA) en 1986. Ignoro si esta publicación y
las mencionadas en las dos notas anteriores siguen vivas.
13 Editados por el Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Murcia entre 2001 y 2003. Cuenta cuatro números muy des-
iguales.

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publicación con más de 45 años de antigüedad que editan los Misioneros Combonianos14.
Hay también, naturalmente, trabajos y trayectorias personales notables, generalmente ajenas
a cualquier motivación ideológica15.
El nombre de Cordero Torres está ligado a los mejores y más nobles esfuerzos de la inteli-
gencia colonial hispana. Tal vez por ello no se ha escrito todavía la monografía que honre su
figura académica, intelectual y áulica. En esta omisión escandalosa se puede reconocer a la
mediocridad haciendo carrera universitaria. Cordero Torres fue un patriota, personalmente
comprometido con la elevación del nivel y tono de la ciencia nacional. Autor de una obra
vastísima, dispersa en infinidad de artículos, en centenares de crónicas y notas bibliográficas
y en una gavilla de libros de referencia para la doctrina colonial española del siglo XX. Ha
representado entre nosotros, como otros universitarios de su generación, la mejor tradición
de las Staatswissenschaften, pues en su obra y magisterio se da el ensamblaje perfecto entre
el jurista y el escritor político con algo de economista, perfiles que en él aparecen tamizados
por la geopolítica, las relaciones internacionales y la diplomacia, al servicio de los intereses
nacionales. Periodista cartográfico y divulgador de los problemas internacionales, fue norte
de todos sus empeños la creación de una «conciencia española en materia internacional y
colonial»16. La empresa divulgadora de los asuntos coloniales hispánicos, por él acometida
con un énfasis singular durante los años cuarenta y cincuenta, le convierten en el colonialista
español más distinguido de la época contemporánea.
El presente estudio sobre el africanismo, que en realidad está enlazado temáticamente con
otros dedicados al realismo político español –algunos publicados en Empresas políticas–,
tiene muy modestos objetivos: ofrecer el esquema de una aproximación a la vida y obra de
Cordero y, salvo omisiones involuntarias o descuidos, colacionar la mayoría de sus trabajos
académicos y doctrinales (más de 20 libros y 200 artículos)17.

2. Cordero Torres, juscolonialista y «geógrafo autodidacta y vocacional»

El colonialista José María Cordero Torres, «hispánico total»18, nació en Almería el 14 de


diciembre de 1909 y murió en Madrid el 23 de marzo de 1977. Cordero de Torres, miembro de
una familia de médicos vocacionales, se inclinó por el derecho. Después de cursar el bachille-
rato en su ciudad natal marchó a estudiar Leyes a la Universidad de Granada. El 30 de octubre

14 Mundo negro es, tal vez, una de las revistas mejor informadas en lengua española sobre la situación política y económica del
continente africano. Su balance es espectacular: más de 500 números impresos y una tirada de 100.000 ejemplares. Llamó mi
atención sobre la relevancia de esta publicación el profesor de Santiago Carlos Ruiz Miguel [1964], gran conocedor de la política
hespérica y rifeña, constitucionalista in partibus infidelium. Que uno de los más interesantes africanistas españoles sea hoy un
jurista político da que pensar sobre la orientación de nuestro africanismo académico o profesionalizado.
15 Para una visión de la situación académica actual de los estudios africanos se consultará con gran provecho: Alejando R. Díez Torre
(ed.), Ciencia y memoria de África. Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá de Henares, 2002.
16 Véase J. M. Cordero Torres, Aspectos de la misión universal de España. Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular,
Madrid, 1942, pp. 6-7.
17 Me sentiría muy honrado si estas páginas sirvieran, al menos, para llamar la atención sobre el pensamiento del afanoso jurista
andaluz. Ojalá que a mi estudio, tributado a la memoria de Cordero Torres en la cercanía del XXX aniversario de su muerte,
siguieran pronto los de otros investigadores.
18 Véase «In memoriam José María Cordero Torres», en Revista de Política Internacional, nº 150, marzo-abril de 1977, p. 7.

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de 1929 se doctoró en Derecho por la Universidad Central con una tesis titulada Estudio de
los medios de solución pacífica de los conflictos internacionales en América (1930). El tribu-
nal, integrado por Adolfo G. Posada (Presidente) [1860-1944], [¿Manuel?] Martín-Veña [¿y
Ranero?] (Secretario) y los vocales Alfredo Mendizábal Villalba, José Castillejo [1877-1945]
y Leopoldo Palacios Morini [1876-1952], le premió con un sobresaliente. La tesis, un escueto
texto escolar de los que se estilaban en la época, presenta el deslinde sistemático de arbitraje y
mediación, así como el desarrollo histórico de la institución arbitral, peculiaridad del Derecho
internacional americano19.
Durante los últimos meses de la declinante dictadura comisaria de Primo de Rivera ejerce
la abogacía en el Colegio de Madrid y prepara las oposiciones a Letrado del Consejo de
Estado. Un remoto antecedente familiar20 le hizo tal vez anhelar un destino en la Alta institu-
ción. Obtuvo plaza (Oficial de 1er ascenso) el 5 de abril de 193021. Se anuncia entonces en su
ubicación burocrática la inclinación por el cultivo del Derecho público y político, desplazada
de su quehacer intelectual inmediato en el ecuador de su vida, pero reavivada en sus últimos
años. En el Alto órgano consultivo transitó, ya en la época republicana, por el cursus honorum
previsto para el cuerpo de Letrados. Así, el 22 de enero de 1935, según las previsiones ordina-
rias, recibió el nombramiento de Oficial de 2º ascenso22.
Los años de la República trágica tuvieron para Cordero Torres una intensidad intelectual
extraordinaria. Frecuentó círculos y ambientes tan dispares en apariencia como el ateneísta y
el jonsista; personalidades ideológicamente contrapuestas como Baldomero Argente [1877-
1965], apóstol del reformismo social agrario y presidente de la Asociación Georgista Española23,
el geógrafo anarquista y algo anárquico Gonzalo de Reparaz y el revolucionario de derecha
Ramiro Ledesma Ramos [1905-1936]. Aunque no lo parezca a primera vista, hay al menos un
vínculo unitivo entre todas esas influencias: la preocupación por la acción exterior de España,
por sus posiciones geográficas y políticas en el mundo. Así, no obstante su vocación jurídica,
despertó en Cordero la vocación de un «geógrafo tan espontáneo como autodidacta», alejado
de la geografía física pero muy bien dotado para la geografía diplomática e histórica24.

19 Véase J. Mª cordero Torres, Estudio de los medios de solución pacífica de los conflictos internacionales en América. Almería,
Tipografía del Diario de Almería, 1930, p. 12. Según Cordero el principio del arbitraje, que se introduce también en el Derecho
constitucional americano (art. 31 de la Constitución argentina), es una consecuencia político-jurídica lógica de la Doctrina de
Monroe. En libros como el de Cordero va cuajando, en cualquier caso, el impulso renovador de la Ciencia del Derecho interna-
cional de Camilo Barcia Trelles y José Yanguas Messía [1890-1974]. De las páginas de su Estudio trasciende pues la atmósfera del
pacifismo internacionalista de la época. Apenas tres años después el autor ya marcha por otros derroteros intelectuales. Esa es
la impresión que causa «El fracaso de los mitos del siglo XIX en América», en JONS, nº 1, mayo de 1933, pp. 37-45: apud Erik
Norling [1964], Las JONS revolucionarias. Compañeros de Ramiro Ledesma: los otros jonsistas. Semblanzas y textos. Barcelona,
Ediciones Nueva República, 2002, p. 214.
20 Su bisabuelo, el Vicealmirante José María Soroa y Sant-Martín [1822-¿?], Diputado por Murcia (1869-1871) y Senador por Alme-
ría (1871-1872), fue Consejero en la Sección de Guerra y Marina del Consejo de Estado en 1884.
21 Gaceta del 8 de mayo de 1930.
22 Gaceta del 26 de enero de 1935.
23 Las ideas económicas de Cordero Torres fueron elementales. Del agrarismo a la Henry George [1839-1897], que tuvo muchos
seguidores en España hasta los años republicanos, pasó, después de la Guerra, al industrialismo característico de la teoría de la
dependencia de Mihail Manoilescu [1891-1950].
24 Véase J. Mª Cordero Torres, Fronteras hispánicas. Geografía e historia. Diplomacia y Administración. Madrid, Instituto de Estudios
Políticos, 1960, p. 12.

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El 6 de abril de 1934, el coronel Osvaldo Fernando Capaz Montes [1894-1936], siguiendo
las instrucciones del gobierno Alejandro Lerroux [1864-1949], se posesionó del Ifni; la II
República se decidía pues a impulsar la política Española en África25. El abandonismo como
política de Estado había empezado a cambiar, tal vez, a finales de los años 20, con la vindica-
ción que Ramiro de Maeztu [1875-1936] hizo del explorador y africanista Manuel Iradier y
Bulfy [1854-1911]26. Las circunstancias políticas parecían pues propicias para la acción doc-
trinal en la política de Estado. A principios de 1934, el 18 de enero, junto al socialista José
Diosdado Prat García [1905-1994], Letrado del Consejo de Estado, con la ayuda de Fernando
Mª Castiella Maíz [1907-1976] y Salvador Lissarrague Novoa [1910-1967] y bajo el patrocinio
intelectual de Reparaz, a quien se ofreció la presidencia, fue cofundador de la Sociedad de
Estudios Internacionales y Coloniales. Inicialmente ligada al Ateneo de Madrid y desde 1939
al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tenía como misión «crear una conciencia
española en materia internacional y colonial». Incluso propiciar una especie de Bloque colo-
nial que, siguiendo el ejemplo francés, tuviese algún peso en el parlamento nacional.
Cordero Torres, uno de los miembros más entusiastas de aquella Sociedad patriótica27, vio
entonces expedito el ingreso en la carrera universitaria. Ese mismo año fundacional se con-
virtió en Profesor auxiliar en la cátedra de Derecho internacional público de la Universidad
Central, regentada por Yanguas Messía. Ocupaba entonces su tiempo en sus clases y en la ela-
boración de informes y proyectos para la Sociedad de Estudios Internacionales y Coloniales28.
Algunos de ellos trascendían, bajo el género del artículo periodístico doctrinal, en publicacio-
nes como JONS, de Ledesma Ramos29. La sintonía con el jonsismo era pues plena en los puntos
sensibles de la política exterior hispánica: Marruecos y estatuto para Tánger, Gibraltar, África
Ecuatorial Española, Francia30.

25 Responde también a ese nuevo espíritu el intento fallido de establecer en 1934 una Escuela colonial. Su cometido, de haber
llegado a constituirse, hubiese sido la formación de los administradores para la Guinea.
26 Al viaje de Iradier a Guinea (1884) se debió el reconocimiento internacional de los derechos españoles sobre aquellas tierras. Así
se recuerda en la Exposición de motivos del Real Decreto nº 45, de 31 de diciembre de 1929 (Gaceta del 4 de enero de 1930),
que concedía al hijo del explorador y a sus descendientes, a perpetuidad, mil hectáreas de terreno en la Guinea continental (Finca
Iradier). Cordero, en su preciosa biografia del navegante vasco, atribuye oportunistamente ese gesto al Nuevo Estado. Véase J.
Mª Cordero Torres, Iradier. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1944, prólogo. Una bella semblanza de Iradier en Jesús Laínz
[1965], La nación falsificada. Madrid, Ediciones Encuentro, 2006, pp. 348-353.
27 En la Sociedad de Estudios Internacionales y Coloniales hubo socialistas, derechistas fascistizados y jonsistas, todos ellos caracte-
rizados por sus altos ideales patrióticos. Un ambiente de exaltada camaradería, más allá de los estrechismos ideológicos, parece
ser entonces el signo de los tiempos. No es pues fácil adjudicar etiquetas a los miembros de la nueva y fluctuante generación.
«Generación a la intemperie, escribe Norling, que nadaba entre dos fuegos revolucionarios y que en Europa se dieron por
doquier». Véase E. Norling, Las JONS revolucionarias, p. 109.
28 Véase, por ejemplo, Bases universales de la colonización, «presentado en 1934 por el autor a la S. E. I. C.», en J. M. Cordero
Torres, La evolución de la personalidad internacional de los países dependientes. Madrid, C. S. I. C. – Instituto de Estudios Afri-
canos, 1950, pp. 273-280 (Apéndice I). Su concepción de la colonización como «misión capacitadora» es desde entonces una
constante en su obra. En aquellas páginas se supedita esa misión a la vigilancia de una «Comunidad Universal de Naciones»,
organización que dotará a las dependencias de una Carta tutelar (base XIV) de contenido constitucional (base XVIII).
29 La firma de Cordero Torres, según ha documentado Norling, aparece en cuatro ocasiones en la publicación JONS: «El fracaso
de los mitos del siglo XIX en América» (nº 1, mayo de 1933); «Las dificultades de la situación actual del mundo. Sus orígenes
y salidas» (nº 7, diciembre de 1933); «Un mes bajo el emblema del líctor romano» (nº 10, mayo de 1934); «Las dificultades de
Austria y la confabulación de las potencias» (nº 11, agosto de 1934). Véase E. Norling, op. cit., pp. 213-220.
30 En los puntos VI y VII del Manifiesto de La conquista del Estado rezaba la «Afirmación de los valores hispánicos» y la «Difusión
imperial de nuestra cultura». Cordero fue, al menos hasta finales de 1934, uno de los otros jonsistas de los que habla Norling,

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Por otro lado, el desempeño de sus funciones en el Consejo de Estado le mantuvo vincu-
lado con los problemas constitucionales de su tiempo, determinados por el angostamiento
exterior de la patria. «A medida que España se contrae exteriormente, escribía poco antes de
su muerte, en sus crisis aumenta la huella exterior»31. En los años 30 aconteció justamente «el
enlace entre [dos] ciclos [españoles] con signo histórico propio», la Restauración y el repu-
blicanismo estatificador. Como jurista de Estado, siquiera por su empleo en el Consejo, su
actitud ante el problema de la vigencia de la constitución canovista después de la suspensión
primorriverista no fue proclive a la ruptura, sino conservadora de la decisión política origi-
naria. Tiene interés en este punto recordar un proyecto constitucional de 1930 que recogía,
en 50 artículos y 20 disposiciones adicionales y transitorias, un texto refundido y reformado
de la constitución de 1876. Lo incluyó como apéndice en su discurso académico «Los valores
de la constitución canovista»32. Podría aventurarse que se trata de un informe del Consejo
de Estado en cuya redacción tuvo Cordero Torres alguna responsabilidad33. El autor fue, en
último análisis, un jurista de convicciones monárquicas. Parece como una astucia de la razón
que el primero de sus textos conocidos –el mencionado proyecto de refundición constitucio-
nal– y el último, tengan que ver con la forma monárquica de gobierno34. Corroboran estas
opiniones, a contrario, sus fríos juicios sobre la II República, gobernada por «un texto consti-
tucional de rasgos socialistas (España República de trabajadores, socializaciones y nacionali-
zaciones), laicos (en realidad anticatólicos), ultrarregionalistas (estatutos regionales), conven-
cionales (Cámara única por sufragio universal, con una diputación permanente y poderes de
elección general y destitución de los Jefes de Estado y de Gobierno, ampliamente ejecutados)
y pacifistas (renuncia a la guerra como instrumento de política nacional)»35.

op. cit. Su trayectoria entre 1936 y 1939 permite conjeturar que meses antes de la guerra pudo alejarse del activismo ideológico
del grupo jonsista.
31 Véase J. Mª Cordero Torres, «Las crisis españolas de fin de centuria: ante el bimilenario», en Anales de la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, vol. LIII, 1976, p. 165.
32 En Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, vol. LII, 1975. El mismo conservadurismo jurídico inspira su texto
refundido (70 artículos) de las Leyes Fundamentales, recogido en J. Mª Cordero Torres, «Las formulaciones constitucionales», en
Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, vol. IL, 1973.
33 Son muy significativas, en este sentido, las alusiones en el articulado a Melilla, Lliviá y Olivenza, referencias ajenas al constitucio-
nalismo histórico español.
34 En «La monarquía en el mundo actual», un discurso académico publicado póstumamente, reza que «la monarquía es un régimen
minoritario a fuer de selecto, delicado y no falsificable, que exige ponderados cuidados, y amplias cooperaciones no en beneficio
de un sector privilegiado, ni de un grupo minoritario, sino de toda la masa ciudadana posible». Véase J. Mª Cordero, «La monar-
quía en el mundo actual», en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, vol. LIV, 1977, p. 94. Sobre su adhesión
al sucesor de Franco: J. Mª Cordero Torres, «Tras la muerte de Franco y la proclamación de Juan Carlos I: Honor al Caudillo y viva
el Rey», en Revista de Política Internacional, nº 142, noviembre-diciembre de 1975, pp. 5-9.
35 Véase J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España. Problemas de la presencia española en el mundo. Madrid, Ediciones
del Movimiento, 1954, p. 146, n. 3. Más tarde, en 1973, insiste en su concepto de la constitución de 1931: «texto extraño a la
procedente tradición constitucional de 1834 a 1931 [...], era monocameral tirando a convencional (se vio en 1936); prefedera-
lizante –con el Estatuto catalán como única concreción de esta tendencia–; de un laicismo hostil al confesionalismo; una pro-
socialización confusa –poco concretada en la Reforma agraria– y una contradictoria mezcla de individualismo y socialismo; creó
un escasamente actuante Tribunal de Garantías constitucionales. Y diseminadas en el texto, ciertas gotas internacionalistas; ya
buenas (doble nacionalidad), ya exageradas (renuncia a la guerra, Liga ginebrina)». Véase «Las formulaciones constitucionales»,
loc. cit., pp. 92-93.

79 o
«La guerra de 1936-39, algo más compleja que una mera Cruzada interna y, desde luego,
mucho más que una vulgar guerra civil»36, le sorprendió en el desempeño ordinario de sus
funciones jurídicas asesoras. Por alguna razón particular que se me escapa, pero sin duda rela-
cionada con el amparo de sus mentores izquierdistas del Alto cuerpo consultivo37, Cordero
Torres no fue depurado en la sesión que a esos efectos celebró el Consejo de Estado el 14 de
agosto de 193638. En situación interina en virtud del Decreto de 27 de septiembre de 1936, por
Orden de 29 de mayo de 1937 fue empero reintegrado en el cuerpo sin contratiempo político
alguno39. Cordero Torres pudo seguir desempeñando con relativa normalidad sus funciones
en Valencia y Barcelona, ciudades a las que fue trasladado el Consejo. Al ser movilizado el
reemplazo de 1930, al que pertenecía Cordero, «fue declarado no apto para el servicio militar
activo y destinado a servicios auxiliares del Ejército popular de la República en Barcelona»40.
Por mediación del Presidente del Consejo, Pedro Coromina Muntanya [1870-1939], redac-
tor en 1931 del llamado Estatuto de Nuria, siguió desempeñando sus funciones de Letrado,
con adscripción a la Sección de Guerra y Marina. La actividad del Consejo cesó a finales de
diciembre de 1938 y Cordero, declarado excedente, fue incorporado al servicio militar activo
por Orden del Consejo de Ministros de 29 de enero de 193941.
Después de la Guerra y restablecido el Consejo de Estado por la Ley de 10 de febrero de
1940, Cordero se convirtió en Oficial Letrado de término42. Un Decreto de 22 de octubre de
1945 le elevó al primer lugar del escalafón de su cuerpo, Letrado Mayor43.
Pero su gran preocupación intelectual y patriótica seguía siendo la empresa colonial hispá-
nica, a la que el Nuevo Estado parecía mejor dispuesto que los regímenes anteriores44. Encua-
drado en el sector mejor de la intelectualidad falangista (Vicesecretaría de Educación Popu-
lar), Cordero Torres se dedicará con denuedo al fortalecimiento, puesta al día y divulgación
de la «doctrina internacional y colonial española», que no es, en muchos casos, «ni siquiera
original[,] porque arranca y está en la trayectoria de la Escuela hispánica que desde Vitoria a
Labra viene proclamando la primacía de los objetivos altruistas y espirituales de toda misión

36 Pues, prosigue el autor, está «enlazada con la defensa de nuestra patria contra las agresiones, la asechanzas y las dentelladas
durante la II Guerra mundial y su interminable postguerra». J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España, p. 9.
37 Tal vez su compañero José D. Prat, miembro destacado del Partido Socialista Obrero Español.
38 Se refiere a esta sesión José Leandro Martínez-Cardós Ruiz, La presidencia del Consejo de Estado. Madrid, E. a., 2002, p. 115,
nota 112.
39 Gaceta del 2 de junio de 1937.
40 Véase J. L. Martínez-Cardós Ruiz, op. cit., ibídem.
41 Véase J. L. Martínez-Cardós Ruiz, op. cit., ibídem.
42 Orden de 13 de diciembre de 1940 (Boletín Oficial del Estado de 16 de diciembre de 1940). En la sesión del 23 de noviembre de
1940 de la Comisión Permanente del Alto órgano Cordero había sido adscrito a la Sección 2ª de Asuntos Exteriores y Justicia.
Esta información en el meritorio estudio de J. L. Martínez-Cardós Ruiz, op. cit., p. 119, nota. 115. A pesar de su permanencia en
zona roja después del Alzamiento, Cordero desempeñó funciones asesoras en la Comisión depuradora del personal del Consejo
de Estado. Lo atestigua J. L. Martínez-Cardós Ruiz, op. cit., p. 115, nota 112.
43 Boletín Oficial del Estado de 27 de octubre de 1945.
44 Desde 1936 se desenvuelve en España, según el autor, un «intenso periodo colonial» que terminará con las provincializaciones
africanas de 1956 a 1959 y 1961. Véase J. Mª Cordero Torres, y Julio Cola Alberich [1918-¿?], «La evolución de la España ultrama-
rina», en El Nuevo Estado español. Veinticinco años de Movimiento Nacional (1936-1951). Madrid, Instituto de Estudios Políticos,
1961, p. 117.

o 80
tutelar»45. Su activismo colonialista tendrá durante los años 40 dos vertientes complementa-
rias pero singularmente definidas. Una de ellas es el doctrinarismo político, intelectualmente
beligerante y reivindicador para España de una mejorada posición en el mundo. La otra es la
docencia universitaria, con desarrollos sumamente interesantes de disciplinas hasta entonces
inéditas: el derecho y la política coloniales.
La labor doctrinaria y política de Cordero Torres fue importantísima entre 1941 y 1944.
Dos de sus folletos de esa época llegaron a alcanzar tanta notoriedad, nacional e internacional,
como las célebres Reivindicaciones de España46, «la Biblia y el Corán del africanismo espa-
ñol»47. De hecho, aunque el autor lo negara expresamente en alguna ocasión48, constituyeron
la médula de la política internacional de los primeros gobiernos de Franco49. Fueron también,
con razón o sin ella, la prueba documental de cargo «citada extensamente en el Informe de
la Comisión de la Asamblea General de la O. N. U. que condenó a España como programa
fascista»50. Cordero, en quien, por lo demás, existía un acentuado sentimiento patriótico de
agravio ante las inteligencias e injerencias de potencias extrañas en la política española51, no
fantaseaba al referirse en esos términos al destino de su opúsculo Aspectos de la misión uni-
versal de España52. Todo su contenido giraba en torno a la delimitación de un «espacio vital
de España», asunto que recorre toda su obra y que volvería a presentar, depurada ya la retó-
rica misional, en su tratados de Relaciones exteriores de España (1954) y Fronteras hispánicas
(1960).

45 J. Mª Cordero Torres, Política colonial. Madrid, Cultura Hispánica, 1953, p. 12. Este denso tratado sistemático, culminación de su
obra juscolonialista, fue redactado entre 1949 y 1953 pensando en sus clases de la Facultad de Ciencias políticas y económicas.
En efecto, constituyó el manual de su disciplina durante sus últimos años docentes en las aulas de la Central.
46 Véase F. Mª Castiella y J. Mª de Areilza [1909-1998], Reivindicaciones de España. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1941. Los
escritos aludidos de Cordero Torres son La misión africana de España. Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1941, 19422ª;
y Aspectos de la misión universal de España. Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1942, 19442ª. Su contenido es una
síntesis de las declaraciones y programas elaborados en la Sociedad de Estudios Internacionales y Coloniales entre julio de 1934 y
junio de 1936. Más que a un supuesto franquismo responden al espíritu del nacionalismo geográfico hispano inflamado a partir
de 1898, anterior por tanto a la dictadura constituyente y pragmática –despolitizadora según Raymond Aron [1905-1983]– del
General Franco.
47 Véase J. Mª Cordero Torres, El africanismo en la cultura hispánica contemporánea. Madrid, Cultura Hispánica, 1949, p. 41.
48 Cordero Torres, que siempre creyó «recoge[r] la tradición internacional española», a la cual respondía también, por imperativo
histórico, el Nuevo Estado, rechazaba que a su visión política internacional se le achacasen subjetivismo o segundas intenciones
ideológicas. Negaba pues que «las premisas españolas ante el mundo actual fuesen las de su minoría gobernante». «¿No hemos
leído en varios idiomas extranjeros –ironizaba con la amargura con que hiere la incomprensión– que Gibraltar es una reivindica-
ción falangista?». Véase J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España, pp. 12 y 13.
49 Cfr. José Mª Martínez Val [1918-¿?], ¿Por qué no fue posible la Falange? Barcelona, Dopesa, 1975, pp. 60-61.
50 Véase J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España, p. 62, n. 3.
51 En su bello libro sobre Iradier se expresa Cordero, en este sentido, de modo insuperable; constata el autor en esas páginas la exis-
tencia de «[una] mala voluntad hacia las cosas y los hombres de España, difícilmente rectificable». J. Mª Cordero Torres, Iradier,
p. 13.
52 En el catálogo de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos existe un volumen de 131 páginas, de la autoría de Cordero
Torres y con el expresivo título The Spanish Falange Program for Latin America. Excerpts relating to Latin America from Aspectos
de la misión universal de España. Washington, Department of State – Office of Inteligence Research, 1944. A pesar de los per-
juicios que le acarreó aquel escrito –particularmente durante los años palinódicos e ingratos del tardofranquismo–, escribía en su
vejez que «el autor no se arrepiente de su pêché de jeunesse: Aspectos de la misión universal de España». Véase J. Mª Cordero
Torres, «Alteraciones trascendentales en las relaciones exteriores de España, por el advenimiento de una nueva era mundial, a
consecuencia del cambio social», en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, vol. LII, 1975, p. 44, n. 1.

81 o
Pero, al mismo tiempo, volvían a alentar en el jurista las promesas de una carrera universita-
ria, fuente para él de no pocos sinsabores53. No parece probable que su íntima desazón tuviese
que ver con la remota posibilidad de que el Ministerio dotara una cátedra colonialista54, pues
sus asignaturas eran cuatrimestrales, sino más bien con el vacío creciente que cercaba su vasta
producción científica55. Silencio elocuentísimo ya apenas mediados los años 50.
Por de pronto, en el plan de estudios de la nueva Facultad de Ciencias políticas y económi-
cas56 se incorporaron –por vez primera– dos asignaturas a su medida, de las que se encargará
durante más de diez años como profesor encargado de cátedra: Geografía y política econó-
micas de Marruecos y colonias y Política colonial y administración de Marruecos y colonias57.
Mas Cordero no sólo era un destacado doctrinario de la política exterior del régimen, sino
también un consumado redactor de diáfanos y exhaustivos tratados coloniales. El primero
de ellos, fechado en 1941, es su Tratado elemental de Derecho colonial español, en cuyo fron-
tispicio pone por delante su vocación de «colonialista convencido», su convicción sobre la
necesidad de colonias para España y la acreditación de su trayectoria personal en el renaci-
miento o generación de una vocación colonial en España58. Poco después dio a los tórculos la
obra complementaria de la anterior, Organización del protectorado español de Marruecos, en
dos tomos59. Tanto este último como el Tratado elemental tienen su origen inmediato en los
cursos que el autor impartió en el Instituto de Estudios Políticos en 1941 («Organización del
Protectorado español en Marruecos») y 1942 («Derecho colonial español»).

53 Las ambiciones académicas de Cordero no fueron personalistas, pues todo en él se supeditaba a la elevación del tono de las
ciencias coloniales hispánicas. En este sentido, pocas cosas le agradaban tanto como poder estampar en el prólogo de algún libro
su saludo entusiástico al autor de una nueva obra de tema colonial. Todo esfuerzo, en el peor de los casos, lo veía orientado al
allanamiento de un camino en el que, tal vez, libros como los suyos desempeñarían un «difícil papel de hormigas preparadoras
de las grandes empresas». Véase J. Mª Cordero Torres, prólogo a Abelardo de Unzueta [¿?], Historia geográfica de la isla de
Fernando Poo. Madrid, Instituto de Estudios Africanos, 1947. En las páginas liminares de su libro sobre el Consejo de Estado
manifestaba ya su preocupación por acortar distancias científicas con el extranjero; así, los libros, decía, mejores o peores, había
que escribirlos. Véase J. Mª Cordero Torres, El Consejo de Estado. Su trayectoria y perspectivas en España. Madrid, Instituto de
Estudios Políticos, 1944, prólogo.
54 Pudo no obstante aspirar a ella, del mismo modo que pretendía que el Derecho colonial se incluyera en los estudios del doctorado
en Derecho.
55 «El autor desea sencillamente que su obra sirva. Otra cosa no podría pretender, como le dice su reiterada experiencia sobre los
simbólicos cuando no ingratos resultados de su extensa producción bibliográfica, que no está constituida por obras de éxito
mercantil y que ha solido ser más utilizada que citada, y esto último en mayor proporción fuera que dentro de España». Véase J.
Mª Cordero, Fronteras hispánicas. Geografía e historia. Diplomacia y administración. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1960,
p. 14.
56 Aprobado por el Decreto sobre Ordenación de la Facultad de Ciencias políticas y económicas de 7 de julio de 1944.
57 La primera sería impartía por Cordero desde el año académico 1945-46 en el 3er curso, 5º cuatrimestre (2 horas por semana);
la segunda desde 1946-47, en el 4º curso, 7º cuatrimestre (2 horas por semana). La terecera asignatura colonialista, Política y
economía colonial, la impartía Román Perpiñá Grau [1902-1991].
58 Véase J. Mª Cordero Torres, Tratado elemental de Derecho colonial español. Madrid, Editora Nacional, 1941, p. 7. La obra consta
de tres partes. En la primera desarrolla el concepto de Derecho colonial («ciencia jurídica independiente integrada por elementos
muy dispares entre si, pero con trabazón orgánica, metodológica y de sistemática institucional», op. cit., p. 20; o «sistemática
jurídica relativa al ejercicio de la colonización en su más amplio sentido», id.). La segunda, las más extensa del tratado, expone
todo el derecho español (administrativo, civil, penal, procesal, fiscal) relativo a la organización de Guinea, «la más última y más
pequeña de las nuevas Españas», op. cit., p. 258. La tercera, mucho más breve, se ocupa del derecho y las instituciones del Sáhara
y el Ifni.
59 Madrid, Editora Nacional, 1942. Se trata de una exposición sistemática de la labor legislativa y política española en el Protecto-
rado. Hasta ese momento, desfasados ya los compendios legislativos de 1917 y 1931, las obras disponibles sobre el Protectorado
marroquí se limitaban a los apuntes y cuestionarios de oposiciones.

o 82
Las asignaturas colonialistas de la Facultad de Ciencias políticas y económicas respondían,
sin duda, a la misión atribuida a la misma de formar los cuadros superiores de la adminis-
tración estatal. Fue ese también un leiten Motiv de Cordero Torres, abogado de la «tecniza-
ción general» del funcionariado y partidario de la creación de un Cuerpo General colonial60.
Pensando justamente en su instrucción, Cordero y su amigo y colaborador de la Sociedad de
Estudios Internacionales y Coloniales, José César Banciella Bárzana [¿?], habían preparado en
1942 el proyecto para la fundación de un Instituto de Estudios Africanos. Este se constitui-
ría como escuela de funcionarios internacionales. La organización resultante nació61 empero
limitada a la coordinación de los estudios de tema africano dispersos en los numerosos insti-
tutos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Mas el impulso estatal del africanismo empezó a perder vigor a principios de los años
50. Cordero Torres y el resto de colonialistas españoles seguían no obstante con su labor
proselitista. El almeriense, «conferenciante –sin ser nunca orador– y profesor en cursos hete-
rogéneos»62, se prodigó en cursos y lecciones en la Escuela Diplomática y en la Escuela de
Funcionarios Internacionales. También en sus contribuciones periódicas publicadas en la
magna serie de los Cuadernos de Estudios Africanos. Su presencia así mismo constante en los
Cuadernos de Política Internacional, del Instituto de Estudios Políticos, le elevaron, mediados
ya los años 60, a la presidencia de la Sección de Relaciones internacionales de dicho Instituto.
Desde 1965 y durante algo más de una década, aquella publicación, ahora con un nuevo
rótulo (Revista de Política Internacional), reunió a cuatro de los más notables internacionalis-
tas españoles del siglo pasado, cultivadores por igual del Derecho internacional y la política
y las relaciones internacionales63: el maestro Barcia Trelles, Leandro Rubio García [¿?], Luis
García Arias [1921-1973] y el mismo Cordero Torres.
El africanismo español, con una trayectoria científica y doctrinal que se había renovado en
193464 para consolidarse, durante los años 40, como un sector pujante del pensamiento polí-
tico y académico hispánico comenzó a eclipsarse, nuevamente, a partir de 1949. La memoria
de esos años de la postguerra, tan intensos y fecundos, la registró el propio Cordero Torres
en el inventario extraordinario que constituye su libro El africanismo en la cultura hispánica
contemporánea, ya mencionado aquí. A la primera ocasión, la reforma de los estudios de
Ciencias políticas y económicas apeó del Plan de la Facultad las asignaturas de 1944, pasando
a ser sustituidas por una única disciplina residual: Administración y economía de Marruecos

60 Véase J. Mª Cordero Torres, Tratado elemental de Derecho colonial español, p. 264.


61 El Instituto de Estudios Africanos, adscrito al Patronato Saavedra Fajardo, se creó por Decreto de 28 de junio de 1945 (B. O. E.
del 17 de julio de 1945.)
62 Así se confiesa el autor en los incisos finales de su «De Re Académica: Los Secretarios de la Real Academia de Ciencias Morales
y Políticas», en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, nº 53, 1975, p. 334.
63 En casi todos ellos, no en el almeriense, había prendido la inteligencia schmittiana de la política y el derecho internacionales.
Su impagable contribución al desarrollo en España de las «Relaciones internacionales» no ha sido tomada en consideración. Se
ignora que Relaciones exteriores de España (1954), de Cordero Torres, es el primer intento de sistematizar las relaciones inter-
nacionales de nuestro país. No recuerdo haber oído mencionar el nombre o las obras de estos internacionalistas, ni una sola
vez, entre 1986 y 1991, en la Facultad complutense de Ciencias políticas y sociología. Supongo que la situación, si es que no ha
empeorado, no habrá cambiado mucho desde entonces.
64 Gracias, entre otras razones, al renacimiento cultural que tiene lugar bajo el reinado de Alfonso XIII. Florecimiento que suele
atribuirse, sesgadamente y en exclusiva, a la II República.

83 o
y colonias65. Los ambiciosos proyectos científicos de la década anterior se habían esfumado.
Vencía otra vez «una larga tradición de inercia», «intereses inconfesables en empequeñecer
el valor de la contribución española a la cultura universal sobre África»66. Pero el factor más
determinante, sin duda, era que el mundo se había adentrado ya por la senda de la descolo-
nización.
En efecto, la conclusión de la Guerra mundial II supuso una divisoria para el colonia-
lismo67. Las transformaciones en los usos lingüísticos (dependencias), que por otro lado no
eran nuevas, ponían de manifiesto el factum brutum de la motorización descolonizadora.
Desde 1945 se había descolonizado infinitamente más que entre 1783 y 1945. Si algo carac-
terizaba este complejo proceso del acceso a la soberanía era, a juicio de Cordero Torres, el
empequeñecimiento del mundo, razón última de la internacionalización de la descoloniza-
ción. Desde los mandatos y fideicomisos de la Sociedad de las Naciones, esta había dejado de
ser un asunto político bilateral68. La internacionalización, por otro lado, explicaba la rapidez
de un proceso que habría seguido patrones muy distintos de haber dependido exclusivamente
de los países del Tercer mundo69.
Cordero Torres siguió vinculado a la Facultad madrileña, encargado de las asignaturas del
plan a extinguir, hasta que concluyó el curso 1954-55. Aquel verano fue llamado a la Sala IV
del Tribunal Supremo70. Abandonó su Facultad con un nuevo doctorado en Ciencias políticas,
colacionado en 1954 con la tesis El estatuto internacional de la colonización71. Llegaron poco
después los reconocimientos que se podrían denominar reglamentarios, ninguno de ellos
directamente ligado a su labor africanista. Entre otros: Cruz de Honor de San Raimundo de
Peñafort72 y Gran Cruz de la Orden del mérito civil73.
El 14 de abril de 1970 ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas74 con
un discurso, Del federalismo al regionalismo, contestado por el historiador y jurista Carmelo
Viñas y Mey [1898-1990]. La medalla número 19 de la Docta casa fue un honor que, al menos
en parte, tuvo que compensar a quien había visto defraudas sus esperanzas políticas y aca-
démicas por el curso de los acontecimientos históricos, ante los que nunca quiso transigir, y
una cierta incuria diplomática. Su labor en la Académica fue entusiasta, no pasando desaper-

65 El Plan de estudios de Ciencias políticas y económicas, aprobado el 11 de agosto de 1953, la incluía en el 5º curso de la Sección
de Políticas, pero tan sólo para la Especialidad en «Estudios político-administrativos».
66 Véase J. Mª Cordero Torres, El africanismo en al cultura hispánica contemporánea, p. 58. «La acción española en África, escribe
poco después, no tiene, como la americana, una Leyenda Negra. Tiene algo peor: silencio y ocultación», op. ult. cit., p. 71. De
ello hacía también responsables a sus compatriotas.
67 Cuando Cordero Torres redactaba, con no poca osadía, su tratado de Política colonial, el término «colonia» ya había sido des-
plazado por «dependencia», mucho más neutral. Cfr. J. Mª Cordero Torres, La evolución de la personalidad internacional de los
países dependientes, p. 13.
68 Véase J. Mª Cordero Torres, La evolución de la personalidad internacional de los países dependientes, pp. 123 y 256.
69 Véase J. Mª Cordero Torres, Las descolonización, un criterio hispánico. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 19672ª, p. 137.
70 Decreto de 17 de junio de 1955 (Boletín Oficial del Estado de 27 de junio de 1955). Por Orden de 11 de agosto de 1955 (Boletín
Oficial del Estado de 13 de agosto de 1955) quedó en situación de excedencia en el Consejo de Estado.
71 No he encontrado más referencia a esta tesis que la mención que de la misma hace el autor en su antología jurídica anotada
Textos básicos de la organización internacional. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1955.
72 Orden del 1º de octubre de 1959 (Boletín Oficial del Estado de 20 de octubre de 1959).
73 Decreto 534/1961, de 1 de abril (Boletín Oficial del Estado de 6 de abril 1961).
74 Académico electo el 26 de octubre de 1969.

o 84
cibida. Tal vez encontró allí el refugio que este tipo de instituciones ofrecen, especialmente en
tiempos de mudanza política75, a las inteligencias que la nueva clase da por amortizadas. En la
Plaza de la Villa se desempeñó como Académico Bibliotecario entre 1972 y 1975, impulsando,
como bibliófilo que era, las adquisiciones bibliográficas que la Academia exigía76. En 1975 fue
nombrado Secretario por sus compañeros. Su sucesor en la ostentación de la medalla nº 19,
José Antonio García-Trevijano Fos [1928-1991], hizo en su Discurso de ingreso una breve e
irrelevante mención de los méritos de su antecesor. Los Anales de la Academia nunca publica-
ron, en contra de lo que suele ser norma de la institución, su semblanza necrológica.
La Revista de Política Internacional, a cuya trayectoria siempre estará vinculado el pen-
samiento de Cordero, alabó su ejemplaridad en el «pensamiento global político; jamás en la
acción», con respecto a la cual mantuvo la posición secundaria del consejero de príncipes77.
Aunque su criterio no fue tenido en cuenta, sin duda tuvo que ser oído en el trance del aban-
dono de las posiciones africanas. Cordero aceptaba la ineluctabilidad de la descolonización
de Guinea78, pero rechazó la manera de proceder de las autoridades españolas. Expirado ya el
proceso que había culminado con el abandono de la última tierra española del hemisferio aus-
tral (Annobón), nuestra presencia en África «se [había] ido liquidando en forma desastrosa
para lo lógicamente conservable»79. Recordando seguramente el ejemplo de Cuba, salvada
milagrosamente80 en 1824 de la marea independentista al constituir un refugio seguro para
los exiliados del continente y sus capitales, lo mismo podía haber sucedido con Fernando
Poo, la Cuba ecuatorial, cuya independencia, según Cordero, fue «impuesta» por el sector
abandonista metropolitano81. Los errores cometidos le hacían pensar en la brutal deshispani-

75 Ante semejantes «desajustes del mundo» encontraba el autor confortación en «nuestro clásico y olvidado Saavedra Fajardo»,
con quien tantas afinidades mantenía. Véase J. Mª Cordero Torres, «De los veranos calientes a los años calentados», en Revista
de Política Internacional, nº 134, julio-agosto de 1974, p. 7.
76 A su muerte quiso beneficiar a la Academia con un legado de dos mil volúmenes. El mismo, que comprendía parte de su biblio-
teca, estaba constituido por libros de temas coloniales y africanos.
77 «In memoriam José María Cordero Torres», loc. cit. Pocos meses antes de su muerte, Cordero fue nombrado Presidente de la Sala
IV del Tribunal Supremo, sala que tendría que conocer, entre otros asuntos, de lo relativo a la legalización del Partido comunista
en la Pascua de 1977.
78 En 1949 deseaba que, contando también las posesiones portuguesas de ultramar, «tres nuevos miembros africanos [se contaran]
en la gran familia de pueblos hispánicos»: J. Mª Cordero Torres, El africanismo en la cultura hispánica contemporánea, p. 136.
79 Véase J. Mª Cordero Torres, «Alteraciones trascendentales en las relaciones exteriores de España, por el advenimiento de una
nueva era mundial, a consecuencia del cambio social», loc. cit., p. 46. La latitud austral de Annobón, en opinión de Cordero,
hubiese dado a España justo título para reivindicar un sector antártico.
80 El hispanismo político de Cordero, fundado sobre bases racionales, era en última instancia providencialista. El almeriense veía la
mano de la Providencia en la conservación de Canarias y Baleares («milagros de 1797 y 1802-1939»), y en la de Ceuta y Melilla,
«otra suerte de milagro, que los españoles ni siquiera perciben». Véase J. Mª Cordero Torres, «Un vacío orgánico regional: el
Mediterráneo», en Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, nº 51-II, 1974, p. 101. ¿Acaso no fue extraordinario, escribió
en otro lugar, la no deshispanización de Hispanoamérica en su anárquico siglo XIX? Véase J. M.ª Cordero Torres, «Mutaciones de
la hispanidad», en Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, nº 48, 1971, pp. 124 y 130.
81 Véase J. Mª Cordero Torres, «Alteraciones trascendentales en las relaciones exteriores de España, por el advenimiento de una
nueva era mundial, a consecuencia del cambio social», loc. cit., p. 50. España, sujeto pasivo y activo (Gibraltar) de la desco-
lonización, habría podido tal vez, conservar la hermosa isla (Plan Castiella). ¿No ha mantenido Francia sus departamentos de
ultramar?

85 o
zación del que llamaba el «Marruecos andaluz» después de la independencia82; también en la
erradicación de la lengua española de las Filipinas, el verdadero 98 de España83.

3. Perfil de un realista político

José María Cordero Torres fue un jurista completo que hizo suya «la concepción cristiana
de las gentes hispanas»84. Adicto a un «nacionalismo hispánico de tendencia universalista»85.
Su filiación política intelectual fue la de un realista, con las peculiaridades que el catolicismo,
no siempre abierta o declaradamente, imprime en las conciencias españolas. «Las realidades
nos buscan, decía, y nos han de encontrar […] inexcusablemente, estemos o no preparados
para afrontarlas»86. En el trasfondo filosófico-político de su pensamiento opera la hostilidad
inter gentes como elemento configurador de la acción política, la cual, precisamente por eso,
se desenvuelve en la historia como una inagotable búsqueda de la potencia y la gloria. La
política exterior o de Estado es, en la obra de Cordero, la política por excelencia. Así, un
principio trascendental del realismo político europeo, el agnosticismo en cuanto a la forma
de gobierno, se presenta en su pensamiento como una consecuencia de la interdicción de toda
injerencia extranjera en la política interna de un país.
El realismo político de Cordero Torres, que es el de una de las generaciones rectoras del
franquismo, nada tiene que ver con las vacilaciones políticas de la Restauración y la ceguera
de los hombres del 98 para la proyección internacional de una potencia. La cifra de aquel
tiempo, que bajo la dictadura constituyente se creía para siempre fenecido, es Canovas procla-
mando «no suscitar, y ante lo suscitado, transigir». He ahí el error del neutralismo de España.
Pues ¿acaso podría un neutral desarmado, frente a la presión de los beligerantes, afirmar o
mantener su neutralidad?87

82 «Lo más grave para España, y lo irreparable en general, es que la absorción del norte [de Marruecos] por el resto ha barrido la
cultura española –de la que quedan lógicos restos– y más que en beneficio de la árabe, para reemplazarla por otra más extraña,
la francesa». Véase J. Mª Cordero Torres, La descolonización. Un criterio hispánico, p. 175. Cordero, gran conocedor de la historia
de Marruecos, «una fundación andaluza», era contrario de la entrega del Protectorado sobre el Rif al Majzén profrancés. Era de
interés para nuestro país proteger la identidad del fondo étnico hispano-bereber, impidiendo el «sistema de arabización forzada»
(J. Mª Cordero Torres, Aspectos de la misión universal de España, p. 37). España debería, por tanto, haber favorecido en los años
50 el nacionalismo rifeño frente al Anschluβ marroquí. Por otro lado, el Majzén no deja de ser un mito, pues la mayor parte de su
territorio siempre fue políticamente insumiso (J. Mª Cordero Torres, El africanismo en la cultura hispánica contemporánea, p. 15).
Sobre la verdadera significación geográfica, política e histórica de Marruecos: J. Mª Cordero Torres, «Marruecos, su unidad y sus
límites», en Revista de Estudios Africanos, nº 1, 1946; nº 2, 1946 y nº 3, 1947. Las tres partes de ese texto conforman en realidad
un libro que merecería ser publicado. Desharía no pocos equívocos sobre el hostil vecino del sur, que no tiene unas fronteras
reconocidas con ninguna de las potencias con él confinantes. Sobre Marruecos como rogue State (o État voyou) hay reflexiones
clarificadoras en la disertación de C. Ruiz Miguel sobre Prometeo marroquí en el Sáhara occidental. Seminario 722/2004 de F. A.
E. S. (Madrid, 30 de noviembre de 2004).
83 Véase J. Mª Cordero Torres, «Alteraciones trascendentales en las relaciones exteriores de España, por el advenimiento de una
nueva era mundial, a consecuencia del cambio social», loc. cit., p. 46.
84 Véase J. Mª Cordero Torres, El africanismo en la cultura hispánica contemporánea, p. 8.
85 Véase J. Mª Cordero Torres, Textos básicos de África. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1962, p. 6. Su imperialismo de los
años 40, vindicador de un «espacio vital para España» y de la rectificación de sus fronteras internacionales, cedió la vez, con los
años, a un hispanismo más espiritualizado, pero igualmente beligerante en lo cultural.
86 Véase J. Mª Cordero Torres, Tratado elemental de Derecho colonial español, p. 257.
87 Véase J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España, p. 41.

o 86
Dispuso Cordero Torres su saber al servicio de la verdad, lo cual, casi por imperativo deon-
tológico, no tiene porqué resultar contradictorio con un acendrado patriotismo. Pues exponer
los criterios hispánicos no es propaganda88. Por qué había de estar vedado a España, se pregun-
taba a veces, el patriotismo. Tenía el internacionalista de Almería una concepción realista,
pero no cínica, del Derecho internacional89, consecuente con su diáfana visión de la enemis-
tad política y, asimismo, de las diferentes formas de hostigamiento internacional, particular-
mente de los métodos franceses («separatismos protegidos –sin excluir al terrorista–»90) e
ingleses (gibraltarización de España91). Aunque durante sus años de formación se dejó influir
por el «fatalismo de la posición geográfica» –propio de la Geopolítica– y la convicción, muy
relacionada con ello, de que hay enemigos permanentes, ni una cosa ni otra pueden quedar
finalmente incorporadas a su balance intelectual. Cordero, consciente de que la enemistad es
un elemento político dinámico, desmintió categóricamente sus prejuicios juveniles. No hay
pues enemigos hereditarios, «aunque ciertos Estados hagan todo lo posible para que los espa-
ñoles, amantes de la concordia mundial, los califiquemos así»92. Tampoco puntos cardinales
inmutables para una política de Estado93.
Su sentido de lo hispánico era espiritual, pero también político. Desde luego, no operaba
en él como un vago tópico cultural, sustituto de una grandeza pretérita. Se oponía Cordero
al cosmopolitismo y a su creatura, el homo sintheticus universalis. El internacionalismo polí-
tico no es capaz de borrar las profundas diferencias entre los modos de ser hombre. Uno de
esos modos o figuraciones de lo humano es precisamente la Hispanidad. Sin el peso de los
«principios perennes de la hispanidad», la lengua común y la espiritualidad94 y la visión de la
vida asimismo comunes, no se alcanza a comprender la raíz su pensamiento. Pocos escritores
hispanos, de uno u otro lado del vastissimun immensunque pontum, han calado como él en la
dimensión política de la hispanidad. Contra lo que muchos creen, el enemigo de lo hispánico
no es el latinismo (o el latinoamericanismo), tampoco el sajonismo ni el indigenismo, sino el
«panamericanismo montado por Estados Unidos en 1898»95. El panamericanismo ha sido, tal
vez, la fuerza que hasta la fecha ha impedido la efectiva reconciliación política96 de las «dos

88 Véase J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España, p. 12.


89 En «materia internacional para bien o para mal, separar lo político de lo propiamente jurídico es muy difícil y puede ser inconve-
niente»: J. Mª Cordero, Fronteras hispánicas, p. 11.
90 Véase J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España, p. 68.
91 La gibraltarización de España «consiste en frustrar sus iniciativas y vetar sus razonables designios externos, mientras nos somete a
injerencias y riesgos, de raíz y conveniencias ajenas, casi siempre malas para nosotros». Véase J. Mª Cordero Torres, «Alteraciones
trascendentales en las relaciones exteriores de España, por el advenimiento de una nueva era mundial, a consecuencia del cambio
social», loc. cit., p. 45.
92 El autor se refería fundamentalmente a Francia, hacia la que sentía, como Saavedra Fajardo, el más antifrancés de nuestros
clásicos, un indisimulado odium politicum. Véase J. Mª Cordero Torres, Relaciones exteriores de España, p. 11.
93 Véase J. Mª Cordero Torres, «Alteraciones trascendentales de las relaciones internacionales de España, por el advenimiento de
una nueva era mundial, a consecuencia del cambio social», loc. cit., pp. 44 y 47. Cfr. C. Barcia Trelles, Puntos cardinales de la
política internacional española. Madrid, Ediciones FE, 1939.
94 El último vínculo con la Hispanidad de las Filipinas lo constituyen precisamente las abigarradas manifestaciones del catolicismo.
Cfr. J. Mª Cordero, «Mutaciones de la Hispanidad», loc. cit., p. 135. Sobre el homo sintheticus véase también, de Cordero, Rela-
ciones exteriores de España, p. 19.
95 Véase J. Mª Cordero Torres, «Mutaciones de la hispanidad», loc. cit., p. 132.
96 Sobre este punto tienen interés sus consideraciones sobre una «organización de la Hispanidad» a la que debería dar cuerpo una
«Asociación Internacional de Estados Hispánicos» y un «Tribunal de Justicia Interhispánico». Véase J. Mª Cordero Torres, Aspectos

87 o
hispanidades escindidas», la europea, determinada por «una angostura marítima vital, dema-
siado importante para un Estado débil», y la americana97.
No existe el vacío de poder en las relaciones internacionales. Así se podría conceptualizar
otra de las características de su realismo político. Escuela de ese pensamiento cratológico
es precisamente el Mediterráneo, región en la que «no es un tópico el de obrar o ser mani-
pulado»98. No hay por tanto alternativa al dilema capital de toda política internacional: ser
objeto de la política o sujeto o actor de ella en la historia. Un nacionalista como Cordero tenía
que rechazar con vehemencia, radicalmente, toda injerencia extranjera en la política hispana,
particularmente en lo relativo a la forma de gobierno. La Gobernación hispana de las décadas
de Franco no era, en su concepto, ni mejor ni peor que la de otros pueblos: «un régimen como
todos, humano y no angelical; con crasos errores; pero manteniendo un mínimo de paz»99.
Bien distinta era empero la apreciación de la O. N. U., asilo de democracias dudosas y ariete
contra los gobiernos de concentración nacional de Franco100. No parece que, en este punto de
las credenciales políticas democráticas, Cordero Torres sufriera el terrible complejo de infe-
rioridad que confundió a muchos juristas españoles del tardofranquismo101.
En realidad, la cuestión de la Gobernación de Franco y su mala prensa internacional tenía
la mayor importancia en el plano de la política de Estado. Pues «no se trataba tanto de que
España escogiese la democracia [...], como de ordenar a España lo que tenía y lo que no tenía
que hacer, a gusto de los aprovechados mentores»102. La injerencia extranjera, revestida de
doctrinarismo democrático, pretendía imponer a España otra forma de gobierno103. A esa
práctica, ciertamente frecuente, la llamó Cordero «satelitismo constitucional»104. Para un rea-
lista político carece de sentido que un pueblo tenga la pretensión de imponer su forma de
gobierno a otro, pues «los preceptos de una constitución o ley fundamental no brotan en el

de la misión universal de España, pp. 9, 17, 19 y 86. Sobre la «liberación» Filipinas y Puerto Rico, op. ult. cit., p. 20; sobre la
reivindicación de las Islas Malvinas y la Baja California, a favor de Argentina y México, op. ult. cit. p. 82.
97 Véase J. Mª Cordero Torres, «Mutaciones de la hispanidad», loc. cit., p. 130.
98 Véase J. Mª Cordero Torres, «Un vacío orgánico regional: el Mediterráneo», loc. cit., p. 105.
99 Véase J. Mª Cordero Torres, «Interdependencia, sí; vasallaje, no», en Revista de Política Internacional, nº 134, enero-febrero de
1976, p. 7.
100 Véanse las ironías de Cordero sobre la hipocresía de las Naciones Unidas: Relaciones exteriores de España, p. 151, n. 3.
101 Impidiéndoles, por cierto, cuajar una obra de cierta altura y sin servidumbres ideológicas. ¿O resultará que la constitución social-
demócrata de 1978 se otorgó sin mácula ideológica alguna? La desorientación de ese periodo de nuestro constitucionalismo ha
quedado confirmada para la historiografía política española (del futuro) en las pomposas renuncias de muchos juristas a estudiar
el Derecho constitucional de las Leyes fundamentales. Las eximentes proverbiales –el régimen franquista carece de constitución;
el Estado del 18 de julio no es un Estado de derecho– sirvieron para que algunos se labraran un porvenir, transitando por la uni-
versidad franquista como el pueblo de Dios atravesó, sin mojarse, el Mar Rojo. Mas aquella literatura no ha de servir para mucho
más a los profesores utilitarios. Aunque no guste reconocerlo a quienes cuidan de la ortodoxia política constitucional, imponién-
dola mediante el sistema de promoción universitaria, fueron las Leyes Fundamentales la «constitución escrita y fragmentada»,
«flexible y evolutiva» de España. A esa caracterización respondía, en efecto, la morfología constitucional hispana entre 1938 y
1966. Véase J. Mª Cordero, «Las formulaciones constitucionales», loc. cit., p. 79, y Relaciones exteriores de España, p. 149.
102 Véase J. Mª Cordero Torres, «Interdependencia, sí; vasallaje, no», loc. cit., p. 7.
103 «Con la fórmula no queremos intervenir en España –que acuñó M. Giscard d’Estaing [1926] en Barajas–, todo el mundo se lanzó
a intervenir, y cada vez de peor manera»: en J. Mª Cordero Torres, «Interdependencia, sí; vasallaje, no», loc. cit., p. 9.
104 Véase J. Mª Cordero Torres, «Las formulaciones constitucionales», loc. cit., p. 89. Como he apuntado en otro lugar, lo que Cor-
dero llama «satelitismo» o Eustaquio Galán «arcaísmo constitucional» es ratio essendi de la política constitucional europea de la
II postguerra. Cfr. J. Molina, «La constitución como golpe de Estado», en Razón Española, nº 135, enero-febrero de 2006, y «Las
cuatro derrotas del comunismo», en Razón Española, nº 136, marzo-abril de 2006.

o 88
vacío de una abstracción. Se producen en países y en épocas concretas, teniendo en cuenta las
condiciones y rasgos de las sociedades políticas a las que se dedican»105.

4. Bibliografía de José María Cordero de Torres

A continuación aparece compilada y ordenada cronológicamente la parte más importante


de la bibliografía de Cordero Torres. En la primera sección se colacionan exhaustivamente
sus libros y opúsculos; en la segunda, dos centenares de artículos y notas. Las tres últimas
secciones de este apartado recogen (c) escritos y trabajos del jurista que merecen otra con-
sideración (programas universitarios, temarios de oposiciones, notas de actualidad política
internacional); (d) media docena de prólogos de libros y (e) la escasa bibliografía disponible
sobre su vida y pensamiento.

A) Libros

A.1. Estudios de los medios de solución pacífica de los conflictos internacionales en América. Madrid,
Tipografía Diario de Almería, 1930, 182 pp.
• Se trata de la tesis doctoral defendida en 1929.
A.2. Tratado elemental de Derecho colonial español. Madrid, Editora Nacional, 1941, 384 pp.
A.3. La misión africana de España. Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1941, 95 pp.
• 2ª ed.: La misión africana de España. Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1942, 22
pp.
• La 2ª ed. es reimpresión de la primera en un formato editorial diferente.
A.4. Aspectos de la misión universal de España. Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1942, 93
pp.
• 2ª ed.: Aspectos de la misión universal de España. Doctrina internacional y colonial española.
Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1944, 158 pp.
• La 2ª ed. es reimpresión de la primera en un formato editorial diferente.
A.5. Organización del Protectorado español en Marruecos. Madrid, Editora Nacional, 1942, 2 t.
A.6. Iradier. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1944, 213 pp.
A.7. El Consejo de Estado. Su trayectoria y perspectiva en España. Madrid, Instituto de Estudios Políti-
cos, 1944, 602 pp.
A.8. Consecuencias administrativas de la demografía del África española. Madrid, Ministerio de Tra-
bajo, 1946, 80 pp.
• Se trata de la ponencia presentada al Congreso de Estudios Sociales, celebrado en 1946.
A.8. El africanismo en la cultura hispánica contemporánea. Madrid, Cultura Hispánica, 1949, 141 pp.
A.9. La evolución de la personalidad internacional de los países dependientes. Madrid, Instituto de Estu-
dios Africanos, 1950, 304 pp.
A.10. Política colonial. Madrid, Cultura Hispánica, 1953, 800 pp.
A.11. El estatuto internacional de la colonización. 1954.

105 Véase J. Mª Cordero Torres, «La Administración consultiva del Estado en la Ley Orgánica del Estado», en Revista de Estudios
Políticos, nº 152, marzo-abril de 1967, pp. 25-26.

89 o
A.12. Relaciones exteriores de España. Problemas de la presencia de España en el mundo. Madrid, Edicio-
nes del Movimiento, 1954, 346 pp.
A.13. Marruecos: Acción administrativa, económica y social de España en el protectorado. 1954.
A.14. Textos básicos de la organización internacional. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1955, 406
pp.
A.15. Textos básicos de América. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1955, 336 pp.
A.16. Fronteras hispánicas. Geografía e historia. Diplomacia y administración. Madrid, Instituto de Estu-
dios Políticos, 1960, 470 pp.
A. 17. Textos básicos de África. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1962, 2 t.
• «Parte general», t. I, y «Parte especial», t. II.
A.18. El Sáhara español. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1963, 178 pp.
• En colaboración con Francisco Hernández Pacheco.
A.20. La descolonización. Un criterio hispánico. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1964, 299 pp.
• 2ª ed.: La descolonización. Un criterio hispánico. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1967,
819 pp.
A.21. Del federalismo al regionalismo. La evolución de los federalismos contemporáneos. Madrid, Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1970, 69 pp.
• Discurso de ingreso en la R. A. de CC. MM. y PP., pronunciado el 14 de abril de 1970. Contes-
tación de Carmelo Viñas y Mey.

B) Artículos

B.1. «El fracaso de los mitos del siglo XIX en América», en JONS, nº 1, mayo de 1933, pp. 37-45.
B.2. «Las dificultades de la situación actual del mundo. Sus orígenes y salidas», en JONS, nº 7, diciem-
bre de 1933.
• Reimpresión abreviada en E. Norling, Las JONS revolucionarias. Compañeros de Ramiro
Ledesma: los otros jonsistas. Semblanzas y textos. Barcelona, Ediciones Nueva República, 2002,
pp. 217-220 [véase E.7].
B.3. «Un mes bajo el emblema del líctor romano», en JONS, nº 10, mayo de 1934, p. 135-142.
B.4. «Las dificultades de Austria y la confabulación de las potencias», en JONS, nº 11, agosto de 1934,
pp. 188-190.
B.5. «Trayectoria y perspectiva de nuestra expansión territorial», en Escorial, mayo de 1942, t. XIX.
B.6. Caracteres de la acción ultramarina de España. Madrid, Servicio Histórico Militar, 1944.
• Conferencia pronunciada en el Servicio Histórico Militar el día 13 de junio de 1944.
B.7. «Marruecos, su unidad y sus límites», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 1, 1946, pp. 1 sq.
B.8. «Marruecos: su unidad y sus limites (continuación). En Cuadernos de Estudios Africanos, nº 2,
1946, pp. 3 sq.
B.9. «África en la política internacional», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 2, 1946, p. 157.
B.10. «La demografía en la política internacional en la postguerra», en Revista Internacional de Sociolo-
gía, vol. 4, nº 15-16, julio-diciembre de 1946, pp. 197 sq.
B.11. «La demografía en la política internacional en la postguerra», en Revista Internacional de Sociolo-
gía, diciembre de 1946.
B.12. «Demografía y colonización», en Revista Internacional de Sociología, vol. 5, nº 17, enero-marzo de
1947, pp. 105 sq.

o 90
B.13. «Marruecos: su unidad y sus límites (conclusión)», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 3,
1947, pp. 57 sq.
B.14. «La evolución de la personalidad internacional de los países dependientes», en Revista Española
de Derecho Internacional, vol. 1, nº 1, 1948 p. 341-68.
B.15. «El Estatuto internacional de la frontera pirenaica occidental», en Revista Española de Derecho
Internacional, vol. 1, nº 1, 1948, p. 143.
B.16. «La evolución de la personalidad internacional de los países dependientes», en Revista Española
de Derecho Internacional, vol. 1, nº 2/3, 1948, p. 341 sq.
B.17. «La politique indigène de l’Espagne en Afrique», en Actes de la Semaine coloniale, Amberes,
1948.
B.18. «Reparto del mundo y emancipación colonial», en Estudios Internacionales y coloniales, I, 1948.
B.19. «Ideas sobre la reforma de la O. N. U.», en Estudios Internacionales y Coloniales, II, 1949.
B.20. «Viejas y nuevas formas políticas de la colonización», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 6,
1949, pp. 35 sq.
B.21. «Honni soit qui mal y pense... (Cómo informa un periódico británico a sus lectores sobre el
Marruecos jalifiano), en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 8, 1949, p. 83.
B.22. «¿Independencia colonial o evolución colonizadora?», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 11,
1950, pp. 21 sq.
B.23. «Un tipo especial de relación internacional: las vinculaciones post-coloniales, en Cuadernos de
Política Internacional, nº 4, octubre-diciembre de 1950, pp. 81 sq.
B.24. «Marruecos. La Unión Francesa y España», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 13, 1951, pp.
35 sq.
B.25. «Problemas de la ‘Administración a distancia’. La organización metropolitana de las dependen-
cias», en Revista de administración pública, vol. 2, nº 5, mayo-agosto de 1951, pp. 11-60.
B.26. «Política y Derecho internacional en las polémicas entre Oriente y Occidente», en Cuadernos de
Estudios Africanos, nº 16, 1951, pp. 15.
B.27. «La colaboración interzonal en Marruecos», en Cuadernos de Política Internacional, nº 8, octubre-
diciembre de 1951, pp. 97 sq.
B.28. «El problema de Tánger», en Cuadernos de Política Internacional, nº 9, enero-marzo de 1952, pp.
9 sq.
B.29. «Faits saillants de cette période», en Civilisations, vol. 2, nº 2, 1952, p. 268.
B.30. «Esquisse générale», en Civilisations, vol. 2, nº 2, 1952, p. 268.
B.31. «Maroc», en Civilisations, vol. 2, nº 2, 1952, p. 269.
B.32. «Afrique Espagnole de l’Ouest (Rio de Oro et Ifni)», en Civilisations, vol. 2, nº 2, 1952, p. 271.
B.33. «Guinée Espagnole», en Civilisations, vol. 2, nº 2, 1952, p. 272.
B.34. «Conclusions», en Civilisations, vol. 2, nº 2, 1952, p. 273.
B.35. «Afrique du Nord», en Civilisations, vol. 2, nº 3, 1952, p., 413.
B.36. «Afrique de l’Ouest», en Civilisations, vol. 2, nº 3, 1952, p. 415.
B.37. «Afrique Equatoriale», en Civilisations, vol. 2, nº 3, 1952, p. 415.
B.38. «Les territoires espagnols, Civilisations, vol. 2, nº 4, 1952, p. 623.
B.39. «¿Política o administración? ¿Colonial, africana, ultramarina o dependiente?», en Cuadernos de
Estudios Africanos, nº 19, 1952, pp. 142 sq.
B.40. «Balance colonial del último tercio de siglo», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 20, 1952, pp.
9 sq.

91 o
B.41. «Las modificaciones del régimen tangerino», en Cuadernos de Política Internacional, nº 12, octu-
bre-diciembre de 1952, pp. 9 sq.
B.42. «Ecúmene independiente y ecúmene colonial, en Boletín de la Real Sociedad Geográfica, vol. 88,
nº 1/12, 1952, p. 727.
B.43. «Diversas áreas para la unidad económica europea. Consideraciones desde el punto de vista de
la política mundial», en Estudios sobre la unidad económica de Europa. Madrid, Espasa-Calpe,
1952.
B.44. «Tanger. Le dernier co-imperium dans un pays de Civilisations diferentes», en Civilisations, vol. 3,
nº 1, 1953, p. 129.
B.45. «Guinée espagnole», en Civilisations, vol. 3, nº 1, 1953, p. 134.
B.46. «Afrique occidentale espagnole», en Civilisations, vol. 3, nº 1, 1953, p. 134.
B.47. «Maroc», en Civilisations, vol. 3, nº 1, 1953, p. 133.
B.48. «Nuevas perspectivas sobre el problema de Gibraltar», en Cuadernos de Política Internacional, nº
13, enero-marzo de 1953, pp. 9 sq.
B.49. «La evolución del Protectorado francés en Marruecos: Del control a la soberanía», en Cuadernos
de Política Internacional, nº 15, julio-septiembre de 1953, pp. 57-72.
B.50. «Maroc espagnol», en Civilisations, vol. 3, nº 2, 1953, p. 291.
B.51. «Afrique occidentale (Ifni et Sahara)», en Civilisations, vol. 3, nº 2, 1953, p. 291.
B.52. «Guinée espagnole», en Civilisations, vol. 3, nº 2, 1953, p. 292.
B.53. «Territoires espagnols en 1952 (A.)», Civilisations, vol. 3, nº 3, 1953, p. 389.
B.54. «Territoires espagnols en 1952», en Civilisations, vol. 3, nº 4, 1953. p. 597.
B.55. «Crónica internacional», en Cuadernos de Estudios Africanos, nº 24, 1953, p. 67.
B.56. «Marruecos en las relaciones franco-españolas», en Cuadernos de Política Internacional, nº 16/17,
octubre de 1953 - marzo de 1954, pp. 9 sq.
B.57. «Territoires espagnols en 1953», en Civilisations, vol. 4, nº 1, 1954, p. 123.
B.58. «Vue générale - Production - Commerce et finances - Propriétés de l’Etat et services publics», en
Civilisations, vol. 4, nº 2, 1954, p. 311.
B.59. «La organización de la zona internacional de Tánger», en Cuadernos de Política Internacional, nº
18, abril-junio de 1954, pp. 147 sq.
B.60. «Territoires espagnols (A.)», en Civilisations, vol. 4, nº 4, 1954, p. 618.
B.61. «Las últimas derivaciones internacionales del problema marroquí», Cuadernos Africanos y Orien-
tales, nº 25, 1954, pp. 9.
B.62. «El comunismo, Marruecos y España», en Cuadernos de Estudios Africanos y orientales, nº 26,
1954, p. 69.
B.63. «Las Agrupaciones políticas regionales», Boletín de la Real Sociedad Geográfica, vol. 90, nº 1/12,
1954, pp. 459.
B.64. «Territoires espagnols», en Civilisations, vol. 4, nº 3, 1954, p. 486.
B.65. «Territoires espagnols d’Afrique (A.)», en Civilisations, vol. 5, nº 1, 1955, p. 127.
B.66. «Considérations générales», en Civilisations, vol. 5, nº 2, 1955, p. 271.
B.67. «Production, commerce, communications et travaux publics», en Civilisations, vol. 5, nº 2, 1955,
p. 272.
B.68. «Finances publiques», en Civilisations, vol. 5, nº 2, 1955, p. 273.
B.69. «El Mediterráneo, nexo de colaboración hispano-árabe», en Cuadernos Africanos y Orientales, nº
31, 1955, pp. 9 sq.

o 92
B.70. «Mesures officielles», en Civilisations, vol. 5, nº 3, 1955, p.437.
B.71. «Relations sociales», en Civilisations, vol. 5, nº 3, 1955, p. 438.
B.72. «Nueva fase en el interminable problema marroquí», en Cuadernos Africanos y Orientales, nº 32,
1955, pp. 9 sq.
B.73. «La influencia española en Marruecos: Lo que permiten y no que prohíben las estipulaciones
internacionales de 1912», en Cuadernos Africanos y Orientales, nº 29, 1955, pp. 53 sq.
B.74. «L’indépendance du Maroc espagnol», en Civilisations, vol. 6, nº 2, 1956, p. 243.
B.75. «Panorama diplomático de Afrasia», en Cuadernos Africanos y Orientales, nº 33, 1956, pp. 9 sq.
B.76. «Lección en Marruecos: Advertencia para Guinea», en Cuadernos Africanos y Orientales, nº 34,
1956, pp. 9 sq.
B.77. «El pensamiento español sobre Marruecos: problemas nuevos, criterios perennes», en Cuadernos
Africanos y Orientales, nº 35, 1956, pp. 9 sq.
B.78. «Plazas y Provincias Africanas», en Cuadernos Africanos y Orientales, nº 36, 1956, pp. 9 sq.
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nº 22, 1956, pp. 175-192.
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• Se trata del texto B.81.
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• 2ª ed.: El Nuevo Estado Español (1936-1963). Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1963.
• En colaboración con Julio Cola Alberich.

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• Se trata de una conferencia de José María Cordero Torres en el curso sobre Nuevos plantea-
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Madrid, Organización para el Fomento de la Enseñanza, 1962.
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1962-63. Madrid, Organización para el Fomento de la Enseñanza, 1962.
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[C.9. Redacción de la sección «Crónica internacional» de Cuadernos de Estudios Africanos y Cuadernos
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