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SEMINARIO DE

BIOÉTICA

UNIDAD III: JUSTICIA DEL RECONOCIMIENTO

INTRODUCCIÓN
En la clase anterior hemos analizado brevemente las concepciones principales de justicia
distributiva en sus tres niveles: macro (justificación ética del derecho a la salud), nivel messo
(criterio de acceso a la salud/normalidad natural), y nivel micro (racionamiento de recursos
en la cama del paciente). Presentamos, esquemáticamente, las teorías igualitaristas (Rawls,
Daniels, Sen, Nussbaum), no igualitaristas (Nozick-Engelhardt) y sus críticas (feminismo
latinoamericano y comunitarismo, Walzer). Haciendo un escueto resumen, es importante
tener en cuenta:
1.Nivel macro: la justificación ética del derecho a la salud como derecho humano constituyó
un avance, frente al mercantilismo en salud –libertarianismo-, para la defensa institucional
de los seguros sociales y el sistema de salud pública. No obstante, por su carácter ideal, desde
el comunitarismo y feminismo, se critica su carácter no situado y ahistórico, como así
también sus supuestos patriarcales. En este punto, acordamos que la forma de satisfacer y
dar contenido a esas necesidades es cultural, desde un pluralismo situado e histórico, aun
cuando consideramos imprescindible partir de una abierta y dinámica lista de necesidades
como criterios para evadir el daño serio al desarrollo, y posibilitar el disenso de la
comunidad, y resguardando derechos humanos situados.
2.Nivel messo: la determinación del criterio de acceso a la salud en el concepto de
enfermedad, entendido como la desviación de la normalidad natural de la especie, y
presentado como neutral y objetivo desde el modelo liberal igualitario, no permite definir las

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necesidades sico sociales ni la complejidad de problemáticas de diversidad funcional,
cultural, y genérica.Por ello, proponemos ampliar la concepción de salud hacia la salud
colectiva, entendiendo la misma como un proceso que no puede separarse de los modos
productivos, las relaciones sociales, los determinantes sico sociales y ecológicos(Breihl) La
salud es un término relacional y multidimensional, definido en un proceso histórico y
contextual determinado, donde entran en conflicto lo individual y lo social en un entramado
complejo de relaciones legales, económicas, psicosociales y culturales. La salud pone en
escena la vida y la subjetividad en el sentido social y singular, la cuestión del Estado y
políticas sociales, las categorías de género o de pertenencia cultural-étnica, las
problemáticas de la subjetividad, del conocimiento científico, así como nuevos objetos
complejos como la violencia (Stolkiner, 2012). En este sentido, las políticas en pandemia no
deberían circunscribirse a un enfoque biomédico, considerando que resulta clave actuar a
nivel comunitario.
3.Nivel micro: los supuestos criterios neutrales y objetivos de racionamiento, centrados en
el triage, y la calidad de vida, defendidos por la comunidad médica en emergencia, esconden,
bajo criterios de eficiencia y utilidad médica, criterios de utilidad social (ej. valoración
social de calidad de vida de una persona con diversidad funcional pobre), como los analizados
en el caso del trasplante de órganos. Para no reforzar la injusticia estructural que sufren los
“grupos vulnerables” en la toma de decisiones en la cama del paciente (discapacitados,
mujeres, grupos étnicos, migrantes) es necesario desarrollar políticas integrales a largo
plazo destinadas a compensar estas desigualdades (entorno social, visiblización, inclusión),
criticar los criterios que suponen esta “capacidad corporal obligatoria”, desvelando las
injusticas de los criterios de racionamiento en emergencia. Anticipar la discriminación,
desenmascarar las injusticias estructurales, proponer políticas compensatorias e
interseccionales, y evitar, ante el accionar oportuno de comités de ética en el esclarecimiento
de situaciones de injusticias estructurales que sufren estos grupos, que éstos criterios no se
sigan reproduciendo y naturalizando, dejando sólo en manos de los médicos el deber ético
de respetar, proteger y promover los derechos humanos que se basan en la dignidad-estatus
de las personas
CASO
Seguidamente, antes de comenzar con la unidad de Justicia de Reconocimiento,
proponemos comenzar con el caso presentado por Leandro, para retomar la discusión
anterior de criterios de racionamiento desde “grupos vulnerables”, diversidad
funcional.

Discapacidad y calidad de vida en decisiones de triaje


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Resumen

La utilización de las categorías de DALYs y QALYs como criterios para dirimir en torno a
pacientes con COVID-19 se presenta como una respuesta adecuada a la urgencia de la crisis
sanitaria. Sin embargo, estas categorías están implícitamente constituidas por prejuicios
identitarios negativos comprendidos bajo la perspectiva estándar de la calidad de vida de
las personas con discapacidad, que sostiene que las personas con diversidad funcional
poseen, a causa de sus condiciones psicofísicas, de una calidad de vida inferior al resto de
la población. Teniendo en cuenta la influencia de esta perspectiva en una gran variedad de
prácticas importantes de la vida contemporánea, se comprende que produce efectos
performativos tanto en las personas que son categorizadas bajo dicha clasificación, como
en aquellas con las cuales interaccionan socialmente. Esto genera, a través de la
naturalización y normalización de los estereotipos, un imperativo social llamado
“capacidad corporal obligatoria”, que entiende al cuerpo como una máquina con
funciones que determinan aquello que será entendido como natural. Además, la
perspectiva estándar de la discapacidad es falaz por al menos tres razones: carece de
evidencia empírica, sus conexiones con el dolor y la enfermedad son contingentes y, en
muchos casos, evitables o remediables, y su exigencia de disponibilidad del goce de todos
los bienes es sumamente demandante y tendenciosa.La aplicación de los DALYs y QALYs
como criterios en decisiones de triaje no es éticamente permisible. Esto se evidenció a partir
del concepto de injusticia estructural, entendida como explotación sistemática sobre un
grupo social determinado. Cuando la perspectiva estándar de la discapacidad sirve como
justificación oculta para excluir del acceso a recursos sanitarios a las personas con
diversidad funcional, se retroalimentan injusticias estructurales que reiteran y sistematizan
instancias de explotación dirigidas hacia dicho grupo social. Por su parte, el marco de la
equidad permite identificar que dichas injusticias son remediables o evitables y que,
cuando se producen, incumplen el deber ético de respetar, proteger y promover los
derechos humanos que se basan en la dignidad-estatus de las personas. Por último, un
examen de la retórica de la pandemia de COVID-19 figurada como “crisis” logra desocultar
aquellas injusticias estructurales que producen inequidad y que son condición necesaria
de los dilemas bioéticos del presente. A partir de este discurso, se legitiman medidas de
emergencia, excepción y urgencia que simulan la igualación de todas las personas con el fin
de “combatir un enemigo común”, pero que en realidad obturan formas alternativas de
pensar en políticas integrales, colectivas y a largo plazo. Es por ello que estimo que, para
desarrollar medidas que superen la inmediatez de estos planteos recurrentes, será
fundamental tener en cuenta la capacidad performativa y normativa de las decisiones en
bioética, y su impacto en las estructuras sociales que producen inequidades injustas.
Además, las personas afectadas podrán reivindicar sus derechos y reforzar las resistencias
colectivas que ya vienen oponiendo a estas desigualdades únicamente en tanto dejen de
ser excluidas de los espacios de participación política y de decisión institucional. Solo
teniendo en cuenta estas conexiones inescindibles, considero posible hacer frente al desafío
del trabajo simultáneo en el que las respuestas a los problemas urgentes no impidan una
transformación social profunda.

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ÍNDICE
1.El derecho a la salud y su justificación ética en DDHH. Precisiones conceptuales
a. Repensando el concepto de salud
b. El derecho a la salud y la equidad: términos polisémicos
2.Dimensiones de la salud
a. Justicia distributiva
b. Justicia de reconocimiento. Las políticas de la diferencia y el
feminismo en bioética.
3. El problema de la reificación de los grupos vulnerables y la necesidad de un enfoque
situado. La propuesta de la interseccionalidad como salida.
4.El ejemplo de la triple discriminación en discapacidad
5 Anexo: Olas feministas. DDHH y feminismo.
BIBLIOGRAFÍA

1. EL DERECHO A LA SALUD COMO DERECHO HUMANO


a. Repensando el concepto de salud
El concepto de “salud”, como así también los conceptos de “equidad” y “derecho a la salud”
no son conceptos unívocos. Existen variadas definiciones de salud y diferentes enfoques para
aproximarnos a conceptualizar el derecho a la salud, lo cual implica que no siempre nos
refiramos al derecho a la salud en el mismo sentido desde diferentes disciplinas.
Distinguiremos, entonces, cuando hablamos del derecho a la salud desde una perspectiva
ética y filosófica, como cuando hablamos del mismo desde la perspectiva jurídica.
La historia de la definición de salud/enfermedad nos remonta, en primer lugar, a la
concepción naturalista/biológica. Uno de sus representantes principales, Boorse (1997),
considera a la enfermedad como la desviación de la normalidad natural en el funcionamiento
de la especie. Esta concepción biológica de salud/enfermedad prevalece en la formación del
profesional y en la práctica sanitaria hasta nuestros días (de Ortúzar, 2006). En torno a tal
modelo biomédico se ha dado un fuerte desarrollo de la industria de la salud, con centro en
los países desarrollados e influencia en los periféricos (Menéndez, 1987, 2003). Otra
consecuencia notable ha sido la división del saber médico en especialidades, cada una con
sus respectivos avances técnico-científicos, que ha dado lugar a la profesionalización
corporativa. Asistimos al aumento exponencial de enfermedades (disease mongering). Estas
nuevas clasificaciones de enfermedades originan problemas éticos, psicosociales, y legales
(estigmatización, etnocentrismo, mercantilización), olvidando las prioridades de nuestra
sociedad compleja y favoreciendo al mercado de salud. Nos encontramos, entonces, con un
impresionante desarrollo tecnológico en el ámbito médico, a la vez que somos conscientes
de los límites del enfoque biologicista (de Ortúzar; 2006). Las nuevas tecnologías han vuelto
menostransparente la idea de normalidad. Por ejemplo, en medicina reproductiva el ciclo de

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vida activo es cuestionado dado que es posible que mujeres post-menopáusicas puedan tener
hijos entre los 50 y los 65 años (Gert, 1996). Asimismo, surgen una serie de limitaciones al
aplicar el criterio de normalidad natural a las necesidades psicosociales en salud mental. Las
necesidades psicosociales no se reducen a necesidades biológicas, ejerciendo el poder médico
en la salud de mujeres (Nussbaum, 2007; Martin, 2001; Fraser, 2006; Okin, 1989). Otro tanto
ocurre con reducir las capacidades diversas a lo anormal, sin considerar que el no actuar
oportunamente sobre el entorno social y el no promover la integración social puede generar
la misma la discapacidad (de Ortúzar, 2018). Por otra parte, la medicina predictiva, centrada
en el perfil individual, crea nuevas enfermedades genéticas y el mismo estatus de portador
(Gert, 1996; Stolkiner, 2012), las cuáles no siempre se condicen con los avances de las
investigaciones en el terreno de la epigenética (King, 1997; Ansermet, 2009). La ausencia de
una definición clara de salud/enfermedad también ha tenido consecuencias en cuanto al
compromiso de los países para garantizar algunos derechos. Por ejemplo, la definición de la
OMS de salud como bienestar (1966), a pesar de sus virtudes en la ampliación de la
concepción política de salud positiva, tuvo como debilidad no brindar criterios claros de
evaluación del bienestar,5 lo cual posibilitó también una cascada de definiciones corporativas
sobre enfermedad (Moynihan, 2002).
En un claro avance sobre la concepción de la salud, los debates teóricos y políticos de los
últimos cuarenta años giran en torno a repensar la salud en relación a los determinantes
sociales, mostrando desde la epidemiología cómo las desigualdades sociales generan
desigualdades en salud. Esta concepción nos lleva a ampliar el concepto de salud (salud
social o colectiva) y a estudiar no sólo a los individuos y a sus agentes patógenos, sino
también los factores o determinantes psicosociales, Fenómenos como el estrés crónico,
producto de los enormes cambios en el ambiente en el que vivimos, muestran la ineficiencia
de un modelo médico biológico concentrado en los síntomas corporales, que prescinde de
abordar los víncuos de las enfermedades con el medioambiente y los factores psicoociales y
productivos. En este sentido, el mayor conocimiento que se tiene de la influencia de los
factores psicosociales en la salud (Wilkinson, 2009; Breihl, 2013), ha permitido no sólo
mostrar las limitaciones del modelo biomédico dominante (de Ortúzar, 2014; 2015; 2016),
sino también dejar en claro que la política sanitaria no puede reducirse a la simple asistencia
sanitaria (la atención de la salud no se reduce a la atención hospitalaria). Desde la medicina
social latinoamericana, pensar la salud implica reconstruir la relación que se plantea entre el
individuo y el medio ambiente en el sistema productivo (Filho y Paim, 1999; Testa, 1990;
Breihl, 2013).

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Según Breihl (2013),pensar la salud no es pensar a la salud/enfermedad como un estado, sino
como [5]  Esta fue la razón que utilizaron los países contrarios a reconocer el derecho a la
salud –como Estados Unidos– para no adherir al Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Culturales y Sociales (PIDESC). Su decisión se justificó en la inexistencia de
una definición precisa de la salud que permitiera evaluar/medir su estado en un individuo o
comunidad a fin de establecer qué derechos tienen los ciudadanos Es necesario actuar en el
entorno social, desde el Estado, organizaciones y movimientos sociales, reconociendo la
responsabilidad ética y política frente a la salud y la ampliación de derechos económicos,
sociales y culturales. En concordancia con este enfoque se encuentra la incorporación del
“buen vivir” (Sumak Kawsay) en las constituciones de dos países: Bolivia y Ecuador (Acosta,
2013). Este derecho permite distinguir los determinantes eco-sociales que afectan la salud de
los pueblos originarios y comunidades tradicionales por el avance de los procesos de
urbanización no planificada, ni participativa; el desplazamiento de la frontera agropecuaria,
en general, la afectación de los equilibrios y resiliencias eco-sistémicos que generan bienes
socioambientales a los que está vinculada la noción de salud que tienen dichas comunidades
y pueblos, así como en general la calidad de vida y el bienestar de las poblaciones afectadas.
En este contexto, el Movimiento Nacional Campesino Indígena de Argentina se define a la
salud campesina, indígena, como la defensa de la vida y del buen vivir, es estar organizados,
luchar por nuestros derechos, producir alimentos sanos, cuidar el monte, la madre tierra y
valorar nuestros saberes ancestrales.
A modo de síntesis, consideramos que la salud es un término relacional y
multidimensional, definido en un proceso histórico y contextual determinado, donde
entran en conflicto lo individual y lo social en un entramado complejo de relaciones
legales, económicas, psicosociales y culturales. La salud pone en escena la vida y la
subjetividad en el sentido social y singular, la cuestión del Estado y políticas sociales,
las categorías de género o de pertenencia cultural-étnica, las problemáticas de la
subjetividad, del conocimiento científico, así como nuevos objetos complejos como la
violencia (Stolkiner, 2012). Esta concepción amplia y relacional de salud -que incorpora de
categorías de género, etnia, cultura, diversidad, clase social, determinantes sociales, entre
otras-; exige también repensar el derecho a la salud, la equidad/justicia en salud, en sus
nuevas dimensiones.
*PARA PENSAR: ¿Qué concepción de salud predominó en la visión y tratamiento de
la pandemia?

b. El derecho a la salud y la equidad: términos polisémicos


El derecho a la salud posee diferentes significados e implica diferentes connotaciones
dependiendo si el enfoque es filosófico, jurídico o histórico. Cuando desde esas diferentes
disciplinas hablamos del derecho a la salud no siempre estamos hablando de lo mismo. En
principio, bastaría aclarar el sentido –la perspectiva- sobre la cual nos referimos a este
derecho. Por ejemplo, si nos referimos en un sentido filosófico, este sentido nos remonta a la
intersección entre ética y política dada por el marco teórico de justicia/igualdad que se aplica
a la justificación filosófica del derecho a la salud. Desde lo jurídico el reconocimiento del
derecho a la salud como derecho humano se encuentra explícito en diversos documentos
internacionales, formando parte del conjunto de derechos económicos, sociales y culturales
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(segunda generación). Entendido como derecho universal, el acceso igualitario a la atención
de la salud, garantizado y financiado con recursos públicos, surge en la Europa de Posguerra,
en pleno apogeo del Estado de Bienestar. Su primera formulación legal nos remonta, a nivel
internacional, al Informe del Lord Beveridge (1942). Mientras, en Argentina en la década del
40 la esfera pública crece exponencialmente, y dentro de ella la salud se transforma en cosa
pública (Estado de compromiso). Los derechos sociales, en particular los de la salud, se
expanden. Esta conquista del derecho a la salud implica reconocer la salud como el
derecho del ciudadano y la responsabilidad del Estado en la cobertura y aumento de
accesibilidad de los servicios (Tobar, 2002). Siguiendo aquí a Vidiella et. al (1997: 50-54)
es en 1994, momento de implementación del libre mercado en Argentina, cuando se
incorpora -paradójicamente- el derecho a la salud en nuestra Constitución argentina,
otorgándole jerarquía constitucional e introduciendo nuevos derechos y garantías en el art.
42, y bajo el concepto de calidad de vida.
*Para pensar: ¿Cuál ha sido el grado de avance del derecho a la salud en Argentina?
(Sigue los puntos históricos señalados a continuación)
 70 Declaración de Alma Ata —«salud para todos”
 90 Banco Mundial, Invertir en salud
 2002 emergencia sanitaria nacional, bienes y servicios sanitarios esenciales
 2007 CUS- Cobertura Universal de Salud

2.DIMENSIONES DEL DERECHO A LA SALUD


a-Dimensión de justicia distributiva: Como hemos visto en la unidad anterior, cuando
hablamos del derecho a la salud desde la filosófica política y la ética nos ubicamos en los
debates sobre complejos marcos teóricos de justicia social y justica en salud, los cuáles
brindan la justificación del derecho a la salud como así también de sus criterios de acceso,
distribución y racionamiento sanitario. Por ejemplo, desde el liberalismo igualitarista todas

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las personas tienen derecho al acceso igualitario a la atención de la salud por ser
personas morales, independiente de factores moralmente irrelevantes -raza, condición
social, trabajo, etnia, género, entre otros-. El nudo problemático de esta justificación, más
allá de su abstracción, se encuentra en promover la igualdad de oportunidades de todo
ciudadano para el desarrollo de su plan de vida, pero en base a un criterio restrictivo: el
rango normal de oportunidades definido desde la normalidad natural (Rawls-Daniels,
1985). Este criterio biológico de enfermedad, presentado como objetivo, neutral y universal,
constituye el criterio de acceso impuesto por un modelo biomédico que cercena las
necesidades sicosociales de la población. Desde la medicina social: “El concepto de equidad
fue desarrollado en países centrales en la búsqueda de compensar los efectos sociales del
abandono de las políticas universalistas del Estado Benefactor. Esta no es la situación en
nuestras sociedades latinoamericanas (…), por lo tanto, el concepto de equidad debe ser
problematizado y contextualizado.” (Spinelli; H; Alazraqui, 2008:19)
En este sentido, consideramos imprescindible partir de una teoría de necesidades sico sociales
definidas, de acuerdo a Doyal como aquello que todo ser humano necesita acceder para evadir
un daño serio.Esta lista es amplia y dinámica, con especificidad plural en los indicadores, es
decir la forma de satisfacer la misma dependerá de cada cultura y situación.La salud no puede
aislarse de lo social, del medio ambiente, de la cultura, de las condiciones laborales, de las
relaciones sociales (determinantes sociales). Así, en el debate filosófico sobre el derecho a la
salud tampoco existe una única justificación del mismo, desarrollándose diferentes
alternativas en torno a esta teoría: a- las teorías comunitaristas, critican la abstracción y
propone una concepción del bien común (Walzer, 1993), b- las feministas denuncias, a
grandes rasgos, cuestiones históricas de opresión y de poder ausentes en la primera teoría
distribucionista, y promueven el reconocimiento. Pero, de acuerdo a Fraser (2006), sin
igualdad económica no existe reconocimiento real (volveré sobre este punto). Asimismo, c-
Filho (1999) propone definir la desigualdad como la inequidad de lo que es no solamente
evitable sino también desleal, vergonzoso e injusto, resultante de la injusticia social ante
diversidades, desigualdades y diferencias. Finalmente, en un plano intermedio, d- la
igualdad de capacidades reconoce la importancia de tener en cuenta la variabilidad
subjetiva en relación al medio ambiente, considerando su especificación plural de acuerdo al
contexto histórico y geográfico (Sen,2009). Pero también existen corrientes filosóficas que
niegan la existencia de este derecho, por considerar una invasión del Estado de disponer de
nuestros bienes a través de impuestos no consentidos -comprendiendo esta definición de
bienes como propiedad absoluta- e-(Nozick-Englehardt, 1974).

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b. D imensión justicia del reconocimiento y feminismo de la diferencia
En base a las demandas sociales se ha conseguido ampliar las concepciones filosóficas de
justicia en salud, debido a que ésta no se reduce sólo al factor económico (justicia
distributiva) sino que abarca también otros factores, como el reconocimiento de la ciudadanía
(derechos civiles, sociales políticos y culturales - justicia del reconocimiento-), y factores de
desigualdades múltiples: género, clase social, etnia, diversidad sexual, factor geopolítico,
edad, diversidad de capacidades, entre otros. En lo que respecta a la bioética feminista, esta
visibilización de los procesos de dominación y opresión constituyen elementos centrales, en
tanto la opresión basada en género debe ser denuncia, visibilizando los mecanismos de
poder (Wolf, 1996). Desde las perspectivas decoloniales y las epistemologías del Sur han
señalado que el criterio de racionalidad es eurocéntrico y que, como tal, no da cuenta de las
demandas que no se ajustan a los parámetros occidentales (Boaventura, 2017).
El primer problema de poder denunciado desde el feminismo en salud es el problema
reproductivo, seguido de problemas de salud mental y siquiatría, que llevaron a visibilizar
mecanismos de poder, salud y enfermedad. Por ejemplo, se sostiene que la depresión y la
ansiedad, definidas como patologías, fortalecen roles de género y son inducidas socialmente
en las mujeres (uso de medicamentos, antidepresivos y ansiolíticos), perpetuando la opresión
y desviando la injusticia de la situación. El feminismo de la diferencia plantea la contra
cultura, criticando la ética racionalista y universal y denunciando cuestiones de poder
y opresión. Señala que no puede responsabilizarse a la persona por su sufrimiento, ya que
este es producto de desigualdades e injusticias, necesitando dar voz a los afectados (amor,
cuidado, responsabilidad). En este camino, las conquistas del derecho de mujeres y derechos
de diversidad, han ampliado el horizonte de lucha. Examinemos el mismo:
- Ley de Identidad de Género (2012), permite despatologizar las conductas trans y brindar
oportunidades de expresarse por la identidad autopercibida y elegir el cambio de sexo
(adecuación del cuerpo a la identidad autopercibiida como asunto de salud). Ahora bien, la
mayoría de las personas trans viven una vida muy corta (35 años) producto de su marginación
laboral (condenadas a la prostitución). Ante la falta de cupos laborales, excluidas
socialmente, estigmatizadas, no acceden a la educación, a trabajos dignos. A pesar de

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modificarse en los contextos de salud la despatologización de conducas de este grupo, no se
logrado aún su integración social en la Universidad y trabajos.
- Ley de Educación Sexual Integral (2006), la ley de salud mental y Ley de Interrupción
Voluntaria del Embarazo (2020), se da un gran desabastecimiento no casual a los grupos
interdisciplinarios que cumplen con la aplicación de la ley de educación sexual integral. Esta
Ley de educación exige igualdad material y defensa cultural, para evitar su uso político
y elitista. Como se sostiene institucionalmente desde la Universidad Nacional de La Plata,
la Ley de Educación Sexual Integral está siendo fuertemente atacada en términos discursivos,
simbólicos y materiales, es fundamental fortalecer los espacios de conocimiento y reflexión
en defensa de la misma, así como el encuentro formativo entre lxs docentes y estudiantes.

El avance que significaron éstas y otras leyes, como el Parto respetado y/o intercultural, en
el reconocimiento de los grupos sociales subalternos, y la politización del tradicional debate
distributivo, visibilizó reclamos de grupos subalternos. De acuerdo a Young (2006), la
dominación y opresión no necesariamente se reduce a lo distributivo, pudiendo la
consideración aislada de este factor despolitizar la lucha. No obstante, también puede
plateanrse que la reificación de grupos subalternos, grupos con derechos vulnerados, puede
llevar al uso político de los mismos, siendo este reconocimiento sólo formal. La propia
categorización es un acto de poder. Y puede reforzar las desigualdades,
El divorcio planteado entre ambos paradigmas (distribucionista y del reconocimiento)
contribuyó, en gran medida, al uso instrumental y político de esta ley, transformándola en
elemento retórico del discurso, sin reconocer la dimensión epistémica -cultural- del derecho
a la salud. Al respecto, como hemos visto anteriormente, Fraser (2008) considera insuficiente
el aspecto distributivo por sí mismo, incorporando el reconocimiento cultural como una de
las condiciones para la justicia social. En otras palabras, existirían otras formas de
dominación e injusticia social en salud, como las injusticias étnico raciales y las
múltiples desigualdades.
 PARA PENSAR. ¿Cómo se articularían estas dimensiones en la práctica? ¿Cómo han
sido protegidos los mal denominados “grupos vulnerables” bajo el ASOP y durante
la pandemia? ¿Qué desigualdades han quedado visibilizadas a partir de la COVID en
el caso de las mujeres? Pensar ejemplos de racionamiento desde la teoría queer.

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4.Movimientos de derechos civiles y “grupos vulnerables”. El problema de la reificación
de los grupos vulnerables y la necesidad de un enfoque situado
“El establecimiento de categorías sociales degenera en desigualdad
por la valoración diferente de los grupos (jerarquización) y sitúa a
unos y otros en posiciones privilegiadas o desfavorecidas respecto
de los recursos, el poder o la consideración social. Los derechos de
unos se enfrentan a los de los otros, y se naturaliza la desigualdad
basándose en la diferencia (Grupo Inter, 2007:54). En el ámbito de
la diversidad cultural y educación, buena parte de investigaciones
responden a planteamientos iniciales que vinculan diversidad
cultural con categorías previas ligadas al origen geográfico, en
respuesta a los cambios demográficos de los últimos años” (Melero-
Jaurena,2015)
En las últimas décadas los movimientos sociales desplegaron sus banderas de lucha por sus
derechos. Estas mujeres, grupos étnicos, personas con capacidades diversas, entre otros han
sido considerados, en bioética (clínica y de investigación) como “grupos vulnerables”. El
concepto de vulnerabilidad es, en sí mismo, un concepto ambiguo (demasiado amplio o
demasiado estrecho; fijo o dinámico; genera dependencia o promueve la autodeterminación).
De acuerdo a la Real Academia Española (2019) una persona vulnerable es “aquella que
puede ser herida o recibir una lesión física o moral”. En filosofía, la vulnerabilidad es
condición humana inherente a su existencia, en su finitud y fragilidad, de manera tal que no
puede ser superada o eliminada (O’NEILL, 1996). Neves (2011) sostiene que al reconocerse
como vulnerables, las personas comprenden la vulnerabilidad del otro, así como la necesidad
del cuidado, de la responsabilidad y de la solidaridad, y la no explotación de esa condición
por parte de otros. Pero, si definimos la vulnerabilidad en sentido estrecho, apelando a
las características atribuidas a grupos (mujeres, ancianos, niños, discapacitados,
comunidades étnicas, entre otros), esto nos lleva a considerar que los rasgos de estos
grupos son fijos y estáticos, condenándolos a no cambiar y estigmatizando a los mismos.
Necesitamos de una categoría de vulnerabilidad que reconozca responsabilidades en la
protección de derechos básicos, recuperando el sentido dinámico, histórico, crítico y
relacional de la vulnerabilidad para el empoderamiento de las personas y grupos. Al
respecto, adherimos a la definición propuesta por Goodin (1985, p. 112): “la vulnerabilidad
no es un estado azaroso, implica una relación asimétrica de poder. Supone la existencia de
un agente capaz de ejercer una elección efectiva tanto para causar, prevenir o evitar la
amenaza del daño”. La citada definición nos permite ampliar el análisis a las relaciones
asimétricas de poder Aquí es preciso entender que el daño es evitable y previsible,
pudiéndose anticipar y actuar a través de políticas públicas para revertirlo. Por ejemplo,
si existe un responsable por el aumento de migraciones forzosas -daño generado por razones
económicas, ambientales o políticas que obligan a las personas a migrar-; éste daño debe ser
compensado a través de políticas inclusivas basadas en modelos de migraciones inspirados
en derechos humanos. Al respecto, las políticas de DDHH permiten prever riesgos y actuar
sobre la vulneración de derechos de migrantes; mientras que las políticas securitistas, al no

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prever el daño, anticiparlo o revertirlo, contribuyen aún más a la vulneración de los derechos
de las personas migrantes.
En este punto distinguimos entre personas vulnerables y derechos vulnerados. De
acuerdo a Schramm (2006) y Kottow (2008) todos somos vulnerables, en tanto la fragilidad
es constitutiva de la naturaleza humana. Por ello, los derechos humanos protegen la
vulnerabilidad humana resguardando bienes básicos y el acceso igualitario a los mismos
para impedir el daño o lesión de la persona. Cuando este daño se produce,existen derechos
vulnerados que deben atenderse por las instituciones sociales para compensar y empoderar a
los desfavorecidos. Requiere de parte del Estado acciones afirmativas y reparadoras que
interfieran en la autonomía, la integridad y la dignidad de los vulnerados.

5.La propuesta de la interseccionalidad como salida


Por lo tanto, se hace necesario repensar la igualdad en salud desde sus dimensiones
complejas, analizando el porqué de la discriminación en salud y visibilizando múltiples
desigualdades que atraviesan a las mujeres. Para el tratamiento de las múltiples opresiones
y violencias, comprendidas como el efecto del entrecruzamiento de distintas relaciones de
dominación que producen jerarquías, privilegios y desigualdades estructurales (Parra, 2021).
Las que, en primera instancia deben ser visibilizadas para evitar quedar sedimentadas y
naturalizadas.
La interseccionalidad, definida por primera vez como tal en un artículo publicado en 1989
por la abogada y feminista negra Kimberle Crenshaw, buscaba dar una respuesta en el
ámbito de la legislación antidiscriminatoria en Estados Unidos.
Fue Kimberlé Crenshaw quien acuñó el término Interseccional para
poner de manifiesto cómo las luchas feministas o antirracistas podían
producir el efecto perverso de aumentar la opresión en los casos en
que distintos ejes de diferenciación social operaban conjuntamente,
como en el caso de las mujeres negras (Crenshaw, 1991). Planteando
además que la falta de visión interseccional en las políticas y
reivindicaciones antirracistas y feministas proporcionan espacios no

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impugnados que pueden convertirse en debilidad de ambos
movimientos (Crenshaw, 2012

Sin embargo, su antecedente más importante se encuentra en las elaboraciones de las


feministas negras de los años 70 como el colectivo Combahee River Colective, quienes
plantearon una crítica “interseccional” a los movimientos de liberación, en el marco de la
segunda ola feminista y la radicalización política del período”.
Al respecto, los estudios en torno al enfoque interseccional tienen una historicidad reciente
en las ciencias sociales y ciencias humanas en general y especialmente en Latinoamérica, El
Caribe y el Sur Global. Trabajar en la transformación del mismo marco epistémico desde
epistemologías feministas situadas (Haraway, 1988), colaborativas (Leavy,2014);
emocionalmente sensibles (Ahmed, 2010), e interseccionales (Hill Collins, 2019) nos
permitirá escuchar la diversidad de voces, tantas veces silenciadas y oprimidas, y
propiciar nuevos sujetos políticos.
Sin embargo, el término sigue siendo polisémico y controvertido. 1
El peligro estaría en esencializar las diferencias como forma de legitimar dicha
desigualdad. – Estas diversas categorías de diferenciación no funcionan de forma aditiva o
multiplicativa, sino mutuamente constitutivas.
Por todo ello podemos entender la interseccionalidad como “los
complejos, irreductibles, variados y variables efectos que resultan
cuando múltiples ejes de diferencia –económica, política, cultural,
psíquica, subjetiva y experiencial– se intersectan en contextos
históricos específicos” (Brah y Phoenix4, citadas en Brah, 2013:14).

1
En los análisis interseccionales se han distinguido diversos acercamientos (McCall, 2005; Yuval-Davis,
2013):1 • los acercamientos Intercategoriales se concentrarían en la forma en que las distintas categorías
sociales se relacionan entre sí. Centran su interés en la relación entre las diversas categorías y los distintos
grupos sociales que estas categorías definen, lo que hace que sean criticados porque pueden asumir un enfoque
aditivo de las categorías, y porque la propia categorización es vista como sospechosa al simplificar la
complejidad de la realidad social y producir exclusiones que pueden conducir a la desigualdad.2.• En el otro
extremo se situaría el acercamiento Anticategorial que, en línea con las críticas anteriores y con posiciones
posmodernas, trata de deconstruir las categorías como forma de deconstruir las desigualdades, y propone por
tanto eliminar las categorías sociales como único camino posible para suprimir la opresión en la sociedad
(McCall, 2005). Desde este planteamiento la realidad social no encaja perfectamente en ninguna construcción
categórica si no es por la imposición de un orden previo homogeneizante. Teniendo en cuenta además que las
categorías sociales han sido utilizadas tradicionalmente para naturalizar y esencializar las diferencias
legitimando la desigualdad (Olmos y Rubio, 2014). 3• Entre uno y otro se encontraría el acercamiento
Intracategorial que problematiza el significado y los límites de las mismas categorías, a la vez que trata de que
las categorizaciones no sean producidas apriorísticamente, sino desde las realidades estudiadas. Tanto este
acercamiento como el anterior suelen utilizar aproximaciones etnográficas y estudios de caso para comprender
de manera compleja y densa la realidad estudiada, centrándose más en las realidades de un solo grupo o caso
de estudio. Como toda clasificación, esta no agota la realidad de las distintas investigaciones sobre la
interseccionalidad, pues no todas podrían clasificarse en estos acercamientos y algunos casos cruzarían los
límites de los mismos (McCall, 2005).

13
Desde esta definición podemos enfrentarnos al proceso de categorización entendiendo que
las categorías no son intrínsecamente válidas, sino que parten de un conocimiento situado
(Haraway, 1995). Es decir, en situaciones específicas en relación con personas específicas
unas categorías serán más importantes que otras, aunque al mismo tiempo podamos
encontrar algunos ejes de diferenciación o divisiones sociales que tienden a estar presentes
de manera más habitual. Sin olvidar a su vez que en ningún caso son estáticas, estando
siempre bajo continuos procesos de impugnación y cambio (Yuval-Davis, 2006).

5-El ejemplo de la triple discriminación en discapacidad


La aplicación de la interseccionalidad (género, raza/etnia y clase social), a mujeres migrantes
y poblaciones indígenas, diversidades funcionales y culturales, permite evidenciar la triple
discriminación que sufren las mujeres migrantes descendientes de indígenas en nuestro país.
Según Pizarro (2009), la vulnerabilidad de las migrantes posee raíz estructural
(desigualdades jerárquicas económicas-étnicas que generan sufrimiento en su vida
cotidiana); cultural (discriminados por encarar la imagen del indígena/ xenofobia y racismo)
y jurídica (sub-ciudadanos fácticos). De acuerdo a la citada autora, el hecho de que estas
inmigrantes sean “portadores de rostro” (es decir, que tengan fenotipos factibles de ser
asociados con una posible pertenencia indígena) y que, por otra parte, hayan nacido en países
posicionados desfavorablemente en el ranking internacional, contribuye a que su extranjería
sea poco tolerada y su proceso de incorporación al colectivo de identificación sea difícil. Por
razones de espacio, remitimos al texto específico para profundizar sobre el tema, y
retomaremos el problema de la interculturalidad y participación en la unidad siguiente
*PARA PENSAR: ANALIZAR LA DISCRIMINACIÓN MÚLTIPLE DE MUJERES CON
CAPACIDADES DIVERSAS, POBRES Y PERTENECIENTES A GRUPOS ÉTNICOS
NO DOMINANTES (Véase bibliografía específica del tema adjunta)

14
Reflexión general
El derecho a la salud, pensado en un contexto socioculturalmente complejo y plural,
implica no sólo una idea horizonte que articule los aspectos de redistribución y
reconocimiento (FraserHonneth, 2006), sino también exige una idea de igualdad que no
inferiorice socialmente ni homogeneice culturalmente, e incorpore la dimensión de
justicia epistémica. A la erosión de los fundamentos económico-sociales de la salud pública
se articula la negación del reconocimiento a la dimensión cultural del derecho a la salud, que
afecta especialmente a los pueblos originarios y campesinos, pero también a los sectores
populares urbanos migrantes, inmigrantes, mestizos o de pueblos originarios en ámbito
urbano. Hace falta también aquí una noción fuerte de diálogo intercultural que involucre
activamente las ideas de relación con la naturaleza y sus incidencias en la salud de los pueblos
originarios y campesinos, los saberes prácticos al respecto de las comunidades tradicionales
y originarias.
Abordar desde esta perspectiva la formación de los profesionales exige un replanteamiento
radical y diagnosticar la multidimensión que afecta a los macro y micropoderes que inciden
sobre el bien social salud, incluyendo la dimensión de colonialidad del saber y el género.
Desde estas premisas es posible también enriquecer las nociones de medicina social y de
derecho de la salud, desde una dimensión intercultural. Toda política pública que se haga
cargo de estas dimensiones de la salud tiene el desafío de articular formatos de genuino
diálogo y participación que incorpore las experiencias de saberes prácticos de las
comunidades originarias y campesinas, desde su contexto territorial de vinculación con la
naturaleza. En este sentido, la “justicia en salud” implica actuar sobre la complejidad de
problemas que inciden en la salud, incluyendo la naturaleza, el modelo social productivo, los
problemas de poder, género y abordaje intercultural (demodiversidad en salud), y la
integración de saberes. La revalorización de conceptos propios como “buen vivir”,
proveniente de la tradición indígena, permite replantear la finalidad social de la justicia en
salud, y exige la misma transformación del modelo productivo que produce relaciones
insalubres con los otros, con el entorno social, con la misma naturaleza, afectando
principalmente a los excluidos.
Anexo general
OLAS FEMINISTAS

“Primera Ola Feminista” se centró en la polémica sobre la naturaleza de la mujer y la


jerarquía de sexos. Sus pensadoras cuestionaron los privilegios masculinos afirmando que no
son una cuestión biológica o natural. Las autoras de referencia son: Poullain de Barre,
Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft; esta última autora del famoso texto Vindicación
de los derechos de la mujer (1792), un punto de partida fundamental para cambiar el
pensamiento de la época. Allí, “abogaba por el igualitarismo entre los sexos, la independencia
económica y la necesidad de la participación política y representación parlamentariaVotes
for Women", el periódico fundado en 1907 por Emmeline Pethick-Lawrence y su esposo.

La “Segunda Ola Feminista” se dio desde mediados del siglo XIX hasta la década de los
cincuenta del siglo XX. Aborda entre sus puntos principales el derecho al voto femenino.
Es aquí cuando el debate alrededor del sufragio universal se intensifica (la película Las

15
sufragistas, del año 2015, retrata este momento en Inglaterra). Además, las mujeres reclaman
el acceso a la educación superior, critican la obligatoriedad del matrimonio y comienzan a
liberarse en su aspecto físico. “Las sufragistas no reivindicaban solo el derecho al voto, el
sufragio universal. Confiaban en que una vez conseguido éste, sería posible alcanzar la
igualdad en un sentido muy amplio”.Entonces, la Segunda Ola Feminista se ocupó también
del libre acceso a los estudios superiores y a todas las profesiones, los derechos civiles,
compartir la patria potestad de los hijos y de administrar sus propios bienes.

La “Tercera Ola Feminista” llegó en la década del sesenta y hay distintas opiniones respecto
a su finalización. Mientras que algunos sostienen que sigue vigente, otros afirman que
finalizó en los años ochenta. Es en esta “Tercera Ola Feminista” cuando aparece el feminismo
radical. Tal como rememoró Nuria Varela, “para las radicales, no se trata solo de ganar el
espacio público (igualdad en el trabajo, la educación o los derechos civiles y políticos),
sino que es necesario transformar el espacio privado”. “Lo personal es político” emergió
como un eslogan que perduraría insistentemente en los reclamos feministas y que involucran
a “las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad”. Además, aquí
comenzó a visibilizarse la violencia de género. En este movimiento fueron fundamentales los
anticonceptivos, porque le otorgaron el poder del control de la natalidad (y la liberación del
goce sexual, no atado a la reproducción) y el divorcio se hizo ley en muchos países.
Ecofeminismo, feminismo institucional, feminismo de la diferencia y posfeminismo son
corrientes que aparecen aquí. Es en este momento, además, cuando se realizan grandes
protestas en las calles, así como también se multiplican los espacios de organización.

La “Cuarta Ola Feminista” comienza con el siglo XXI y es la que vivimos en la actualidad
y donde el activismo presencial y online cobraron gran protagonismo. Plantea el fin de los
privilegios de género establecidos históricamente hacia el hombre. Además, repudia la
violencia de género establecida en todos los ámbitos de la vida, así como repudia la violencia
sexual y el acoso. En cuestión de derechos, la lucha por el derecho a la interrupción legal
del embarazo aparece aquí como otro punto clave. También aparece con mucha fuerza el
discurso antiestereotipos: nace el feminismo descolonial (contra el predominio de la raza
blanca como modelo de éxito social), el feminismo gordo (contra la delgadez impuesta por
el mundo de la moda) y hay una mayor unión con el movimiento LGTB, queer y de
liberación sexual. Esta “Cuarta Ola Feminista” visibilizó la crisis de cuidados y puso de
relieve cómo la distribución de tareas sigue siendo desigual. Fue aquí también que se dio
el Primer Paro Internacional de Mujeres, el 8 de marzo de 2017. “Si algo caracteriza a
esta cuarta ola es que por primera vez en la historia del feminismo se ha hecho global”,
aseguró Varela.

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