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Capítulo XI
Los Revisionistas
1. Nacionalismo y Revisionismo.
En la tercera década del presente siglo, los estudios históricos parecían
encaminados hacia una revalorización sustancial del pasado, en base a
investigaciones que presentaban desde una nueva óptica hechos que antaño se
consideraban definitivamente juzgados. Cierto que la enseñanza seguía
petrificada en el más ortodoxo lopizmo; pero los estudios de alto nivel,
fuertemente impulsados por la Nueva Escuela, convencieron a muchos
historiadores de que debían modificarse algunos conceptos tradicionales,
heredados de los clásicos del siglo anterior y superados o negados por los nuevos
aportes documentales.
Revisar significa volver a ver, registrar y examinar con cuidado una cosa. Todo
conocimiento humano, sin posible excepción, está sujeto a permanente revisión.
Y la historia es parte del conocimiento humano. Tan absurdo es pretender que en
ella se ha dicho la última palabra, o que tal cosa es así porque lo afirmó
determinado maestro, como pretender que la cúspide del conocimiento médico
se alcanzó cuando Laennec inventó el estetoscopio hace más de cien años, o que
la física llegó al no va más con Torricelli. Más que absurdo, es peligroso
considerar terminado o canonizado un conocimiento dado.
Desde ya, esta visión ofrecía muchos flancos a la crítica, por lo intensamente
parcializada; pero precisamente de su concentración en el período de Posas
extrajo sus más positivos aportes al conocimiento del pasado nacional. También
hay que tener en cuenta la fuerte connotación política del revisionismo. Era una
historia militante y combatiente, muy polemista, que rechazaba toda serenidad
académica. El choque con la escuela liberal fue inmediato y violento. Los
liberales acusaron a los revisionistas de hacer política con la historia, lo que era
cierto, pero no tenía muy en cuenta que la misma versión liberal también era una
expresión interpretativa de una política. Se probó cuando quedó tácitamente
establecida como historia oficial, dogma inmutable y sagrado al que era difícil e
inconveniente oponerse.
Día a día el encono fue subiendo de tono, hasta alcanzar elevadas temperaturas.
Para los liberales, todo revisionista era un fascista por definición. Para los
revisionistas, cualquier liberal era cipayo por excelencia. La disputa perdió todo
carácter polémico, para convertirse en un cambio de diatribas. Se empleó hasta
la presión de instituciones, ministerios y óranos periodísticos, decretándose el
destierro in situ de los revisionistas. Refiere Julio Irazusta: “No podría decir si
como causa o como efecto de la acción desarrollada por mis compañeras de
lucha, hacia esa época se organizó entre nosotros una dogmática histórica, que
excluía de su seno al que se apartara un ápice de las conclusiones alcanzadas por
los historiadores clásicos del país. Era una ortodoxia celosísima de su verdad, y
con mayor espíritu inquisitorial que la católica... Nuestros dogmatizadores de lo
temporal y pasajero, llegaron a proyectar o hacer votar una ley que penaba
hasta con prisión de varios años a los insultadores de los próceres, en términos
vagos que dejaban el pensamiento histórico a merced de una represión... Los
componentes del movimiento quedamos en un ostracismo intelectual,
equivalente a una emigración en el interior. El revisionista de la histeria
argentina debía renunciar a la notoriedad, a los honores y emolumentos, a las
cátedras universitarias, a los cargos públicos de las reparticiones culturales del
Estado a que podía aspirar por su mérito, el que lo tuviese... Lo singular era que
tal dogmatismo fuera mantenido por quienes se llamaban liberales y se decían
continuadores de los que fundaron el régimen imperante, personajes que si
cometieron errores (como todos nosotros), no son responsables de los extremos
en que incurrieron sus epígonos”.
Es obvio destacar que ningún liberal citaba jamás en seis trabajos a ningún
revisionista, y viceversa. Endurecidas las posiciones, desatada la guerra santa,
nadie estaba dispuesto a dar un paso atrás ni a reconocer el más ínfimo mérito en
el oponente. El problema dejó de ser histórico para tornarse histérico, y
emergieron los sectores extremos de ambos bandos: el liberal beato quemando
incienso a Rivadavia, frente al revisionismo frenético detectando la presencia del
imperialismo británico hasta bajo las frazadas de cualquier enemigo de Rosas. No
se llegó al campo de los hechos, porque los historiadores difícilmente manejan
algo más contundente que la pluma; de otro modo, hubiéramos vuelto a la época
de los degüellos y ejecuciones sumarias. El delirio alcanzó ribetes de fantasía:
muchachos revisionistas embadurnaban de alquitrán los omnipresentes bustos del
aborrecido Sarmiento, y al día siguiente el magisterio en pleno organizaba un
desagravio con delantales blancos y loas al padre del aula.
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