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LAS ENFERMEDADES DEL ESPÍRITU

“Una sola cosa hace falta para ser felices y hacer de la vida una antesala del cielo: vivirla con
grande amor a Dios, con plenitud y entusiasmo. Las entregas a medias van poco a poco
secando el alma de todo gusto por las cosas de Dios y acaban por hacer enfadoso e
insoportable el cumplimiento de su voluntad”

La siguiente es una charla preparatoria a la formación sistemática parroquial, ya que es


posible que en más de alguna ocasión hayamos experimentado estas enfermedades o incluso
las estemos experimentando. El descubrirlo nos ayudará a estar más anuente y perseverante
en esta formación quincenal que daremos inicio hoy.

Esquema: A. Enfermedades de la vida espiritual. B. Enfermedades espirituales de base


fisiológica. C. Enfermedades de la vida espiritual de implicación psicológica.
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1. ENFERMEDADES DE LA VIDA ESPIRITUAL


En un sentido dilatado, puede considerarse como enfermedades espirituales cada uno
de los vicios capitales que tientan al hombre; al menos cuando llegan a tal grado, que el
hombre se siente vencido por él de manera que no se cree ya capaz de superarlo.
Vamos a detenernos en dos enfermedades espirituales que pueden llamarse formalmente
«enfermedades de la vida espiritual» y que hacen destrozos entre los que con todo ánimo
la comenzaron: la tibieza y la mediocridad.
1. La tibieza espiritual
La literatura espiritual es unánime en señalar la tibieza como la enfermedad peligrosa del
progreso espiritual. En el cuidado de la dirección se trata, más bien, de prevenirla, que es
más fácil que curarla.
a. Síntomas y signos
-La tibieza lleva consigo aridez, pero sin el afán consentido de desahogo en disfrutes del orden
de los sentidos;
-No es la sequedad o falta de fervor de quien aún no ha entrado por los caminos altos del
espíritu, sino que tiene el matiz de «envejecimiento», de algo que se marchita, se comienza
a hundir.
-Lleva consigo un sentido de «relajación», de necesidad de satisfacción inferior, junto con
pesadez y desgana para, los valores espirituales como tales, especialmente para la oración y
soledad espiritual, con aburrimiento en el cumplimiento del deber cotidiano vivido en su
dimensión de servicio de Dios, dejándose invadir por una visión práctica y utilitaria y activista
de la vida. Basta el menor pretexto para suprimir la oración; En la oración, cuando la hace,
falta la preparación, se nota irreverencia, languidece con aburrimiento y voluntarias
distracciones.
-Actúa sin reflexión, por pasión y por respetos humanos, según el gusto, dando preferencia
a la vanidad, sensualidad y amor propio. Desprecia las atenciones delicadas de la vida
espiritual.
-Pero todo esto puede ser pasajero, momentáneo relativamente, un período de cesión y
abandono. Entonces puede no tratarse de tibieza, sino de un período de tentación. Para la
tibieza tiene que darse un estado crónico vital habitual con aceptación frecuente del
pecado venial deliberado.
-Tibio es, pues, aquel que, asustado por la dificultad que siente en el camino de la virtud y
cediendo a las tentaciones, pasado el primer fervor del espíritu, deliberadamente determina
pasar a una vida cómoda y libre, sin molestias, contento con cierta apariencia exterior, con
horror a todo progreso en las virtudes, quizá con un compromiso de conciencia,
tranquilizándola con el argumento de que no comete faltas mayores.
-No suele ser raro que este cuadro se complete con un sentimiento de cierta paz aparente del
alma, sobre todo porque no siente muchas tentaciones y agitaciones. El mal espíritu favorece
este estado y procura que sienta satisfacción en su modo de vivir para que, hinchado y
soberbio, vaya creyendo que él entiende mucho de la sensatez de la virtud y llegue a
convencerse de que va bien y no necesita otros esfuerzos, condenando a los demás con toda
libertad.
b. Remedios de la tibieza.
Hay que ser conscientes de que se trata de una enfermedad muy seria, que puede arruinar
todas sus posibilidades espirituales. De manera especial, la curación ha de ser obra de la
gracia y misericordia de Dios, que ha de comenzar por invocar él, mismo con una continuada
y ferviente oración. Pero ha de prestar su colaboración, que en el caso se caracterizará por
una firmeza unida a la inspiración de confianza.
El tratamiento abarcará una sugerencia de actitudes espirituales antes de la aplicación de
unos medios prácticos, que deberán estar precedidos y acompañados por aquellas actitudes.
1) Actitudes espirituales.
-Es un estado preocupante, que su vida espiritual está paralizada y que su misión vital está
frustrada. Que no puede resignarse a semejante nivel de vida, que está en contraste con la
dinámica de la caridad y la profesión del seguimiento personal de Cristo propia del cristiano.
-Actitud que presenta signos alarmantes que plantean una seria interrogación sobre su
estado de gracia, ya que tiene obligación como cristiano de tender a la perfección; y se
acumulan en él tantos pecados de temeridad, ignorancia, ceguera, error culpable, que con
ellos, de hecho, puede pecar ante Dios, aunque no esté cierto aquí y ahora de que peca.
No es conveniente dirigirse hacia la desesperación o el desaliento, sino que debemos abrirnos
a la confianza de su curación.
2) Remedios prácticos.
-Para cuanto se refiere al remedio de la acedía insistían los clásicos de la espiritualidad en el
doble frente de la actividad y la oración.
-En ese doble frente se ha de actuar igualmente el remedio de la tibieza. Y, ante todo, la
oración, la petición constante del remedio. Y, junto a la oración, la colaboración, que,
partiendo de una actitud interior renovada, ponga los medios prácticos aun a pesar de la
resistencia de la naturaleza, todavía desganada.
-Es preciso decidirse a comenzar una vida nueva, renacer de nuevo, tomando decididamente
el camino de la generosidad; fomentar el amor y la caridad en el corazón, con un propósito
diariamente renovado de entregarse del todo a Dios, unido al sacrificio eucarístico diario.
-Una actitud de arrepentimiento del estado en que se ha encontrado, renovado
continuamente por un dolor de contrición sabrosa por los fallos que puedan seguir
ocurriendo, y que está decidido a no dejar impunes.
-Trabajo de fidelidad a la gracia y mortificación de las pasiones con sacrificios discretos
voluntarios y oportunos penitencia corporal. Fidelidad a los ejercicios espirituales y a la
práctica más asidua de la dirección espiritual y confesión. Un esfuerzo serio por llevar
diariamente una vida ordenada.
-Muy oportunamente, como comienzo de este nuevo ritmo de vida podría ofrecerse un serio
retiro espiritual de ejercicios. A veces, Dios mismo sacude, por los caminos que él escoge, la
somnolencia del alma tibia.
2. La Mediocridad Espiritual
-Es un lamentable estado espiritual, generalizado hasta un elevado porcentaje entre los que
siguen la vida de perfección evangélica. La palabra «mediocridad», acuñada para designar
este estado por el P. De Guibert, no se toma en su sentido peyorativo de mediano, pasable,
ordinario, sino en cuanto se opone a notable, considerable, superior a la media.
-Es, pues, enfermedad, en sentido relativo de falta de plena salud. Y merece particular
atención en una dirección espiritual estricta, porque suele causar graves daños al dejar en
un nivel medio a quienes en los planes de Dios y según el ritmo que habían comenzado a
llevar estaban llamados a cumbres excelsas de transformación en Cristo.
a. Síntomas.
-No son incipientes, puesto que suele tratarse de personas que llevan un tiempo
relativamente largo de vida espiritual seria, en el cual han asimilado fundamentalmente los
principios de la vida cristiana y los viven hasta cierto punto. Tiene el carácter de un cierto
retroceso, empapado de un cierto cansancio y desilusión. Pero tampoco son tibios, puesto
que ni de ordinario suele predominar en ellos la aridez, aburrimiento y desgana espiritual;
ni, sobre todo, admiten habitualmente el pecado venial deliberado.
-Viven la vida espiritual; pero su vida tiene algo de superficial, de ficticia, de falta de
encarnación real. Hay una renuncia práctica a la santidad total, aunque quizá de palabra
siga hablando de ella. Tiene momentos de arranque interior; luego se cansa, se vuelve a
parar. En otros ejercicios vuelve a empezar, y de nuevo se cansa y se para. El resultado es
que no hay progreso en el modo de vida espiritual.
-Este mismo esfuerzo relativo le sirve de justificación y favorece su persuasión de sensatez.,
La favorece también el que, ordinariamente, la persona caída en la mediocridad suele
mantener las actitudes de bondad y de piedad con delicadeza en su trato.
-Con todo, la persona caída en la mediocridad mantiene y fomenta positivamente vicios
notables, como son la vanidad, gula, susceptibilidad, curiosidad,
impresionabilidad. Sus esfuerzos en este campo tampoco son nulos, pero se reducen a
mantenerse sin pecar, frenando esas tendencias cuando llegan a pecado deliberado.
b. Remedios.
-La superación del estado de mediocridad es particularmente obra de la gracia, que suele
mostrarse patente en algunas reanimaciones espirituales. En algunos casos se presenta en
forma de impulso interior irresistible, que no deja en paz al individuo hasta que acaba por
rendirse. Este impulso se presenta a veces en forma repentina, pero otras va preparado por
pequeños impulsos parciales y progresivos.
-También suele manifestarse esa acción de Dios acompañando a circunstancias exteriores
providenciales, sean de signo humanamente negativo, como una enfermedad, o separaciones
dolorosas, o humillaciones fuertes que le sacuden; o de signo positivo espiritual, como un
éxito apostólico inesperado, o el contacto con una obra extraordinaria de Dios, o con una
persona especialmente poseída por el Espíritu del Señor.
-Esta gracia medicinal de la mediocridad es, evidentemente, puro don de Dios. Pero puede
ser objeto de petición.
-Habrá algunos que le muevan; como, quizá, el servicio del bien de las almas, o las
dificultades halladas en el ministerio y que ponen de manifiesto la insuficiencia de los medios
humanos, o la responsabilidad por las gracias recibidas de Dios. Esa idea-fuerza procure
empaparla en espíritu de fe, confianza y amor generoso.
-Igualmente, se le ha de llevar a ejercitar cierto control, aunque sea parcial y esporádico, de
la impresionabilidad y actividad desbordante, procurando dominarla y ser dueño consciente
de ella.
2. ENFERMEDADES ESPIRITUALES DE BASE FISIOLÓGICA
La buena función orgánica —salud corporal— y la buena función psicológica —equilibrio
psíquico— entran en la constitución de la vida espiritual.
Algunos momentos espirituales conflictivos y enfermizos, con depresiones, irascibilidad,
insoportación, apatía espiritual, etcétera, suelen tener su origen en perturbaciones
orgánicas, sean transitorias, sean de carácter estable por su base temperamental o crónica.
De base temperamental con componente orgánico puede ser, por ejemplo, un estado ansioso
generalizado y permanente. Y transitorios suelen ser ciertos estados espirituales conexos con
crisis de enfermedades orgánicas o períodos críticos del desarrollo fisiológico.

3. ENFERMEDADES DE LA VIDA ESPIRITUAL DE IMPLICACIÓN PSICOLÓGICA


-El cristiano debe encontrar su perfecta integración sólo en Cristo. Esta debe abarcar
no sólo la inteligencia y la voluntad, sino también la afectividad y la sensibilidad
misma. Es el trabajo de maduración, en la que todo el hombre debe tomar parte.
-La vida espiritual cristiana como tal contiene valores preciosos para restablecer el
equilibrio psicológico. Con frecuencia, un buen director, en determinados casos
psíquicos, puede hacer más que un psicólogo de profesión, si sabe aprovechar los
valores equilibrantes del conjunto del contenido cristiano.
-El espíritu evangélico y el compendio de la doctrina católica ofrecen otro elemento de
gran equilibrio, sanísimo y con capacidad universal de curación.
-Como ejemplo podríamos decir la doctrina de la Providencia, que hay que unir con la
colaboración verdadera del hombre; del sentido redentor del sufrimiento, unido a la lucha
por superarlo y a la esperanza; el combate contra, la injusticia con la aceptación de la cruz.
-Muchos han obtenido una sólida seguridad interior en la fe auténtica por una participación
misteriosa de la vida eterna o conocimiento amoroso de Dios, que se comunica en el comienzo
de todo movimiento que lleva al hombre sobrenaturalmente hacia Dios y que se afirma y se
va haciendo factor espiritual a medida que el fervor de la caridad crece en el corazón.
Cuestionario y examinación personal (Las siguientes preguntas son de uso personal)
1. ¿Me esfuerzo por no dejarme atrapar por la tibieza espiritual?
2. ¿Me repugna la mediocridad, tanto en lo espiritual como en lo intelectual o en lo humano?
¿Por qué?
3. ¿Está vivo y latente en mí el anhelo y el impulso hacia la santidad? ¿O con lo que ya he
alcanzado me siento satisfecho?
4. ¿Mido mi entrega? ¿Llevo cuentas de todo lo que hago por Dios? ¿Mi entrega es cada vez
más íntima y profunda?
5. ¿Siento desgana, disgusto por las cosas espirituales de manera habitual? ¿Soy superficial
en ellas? ¿Las hago más por rutina que por amor?
6. ¿Estoy “acomodado” en mi fe? ¿Se traducir mi fe en obras? Cuando se me presentan
dudas y problemas ¿sigo firme?
7. ¿Acudo y aprovecho la dirección espiritual o confesión para crecer en el camino de
santificación personal? ¿Siempre encuentro excusas para justificar la mediocridad en mi
entrega?
8. ¿Por qué no soy más fiel a la gracia de Dios?

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