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Eli de Gortari

SIETE ENSAYOS
FILOSOFICOS SOBRE
LA CIENCIA MODERNA

EDITORIAL GRIJALBO, S. A.

México, D. F., 1973


56

COLECCION 70
Segunda Serle
Dirigida por Alberto Sánchez Mascuñán

SIETE ENSAYOS FILOSOFICOS SOBRE LA CIENCIA


MODERNA

SEGUNDA EDICION

D. R. ©, 1969, Eli de Gortari, Bahía de Chachalacas Nº


78-2. México 17, D. F.

Reservados todos los derechos. Este libro no puede ser re­


producido, en todo o en parte, en forma alguna., sí.n permiso.

IMPRESO EN MEXICO

PRINTED IN MEXIOO
INDICE

Nota preliminar . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

I GALILEO: EL CREADOR DE LA CIENCIA


MODERNA . ... . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . ... . . 13

II OPOSICION ENTRE LA FISICA Y LA META-


FISICA EN DESCARTES .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

El dualismo cartesiano . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

Los resultados de la física ............. ...... 35

Los alcances de la razón . ...... ............. 36

La dialéctica cartesiana . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . 37

El espacio material . . . . . . .. . .. . .. . .. . .. . .. . . . 40

La universalidad del movimiento . . . . . .. . . . .. . 43

Unidad del universo y unidad de la ciencia .. . . . 45

El método cartesiano ................... . .... 47

El alma inútil y los reflejos nerviosos .. . . . . . . . 49

Determinismo mecanicista y metafísica superflua 51

III ORISFERAS Y ASINTOTAS .. . . . . . . . . . . . . . . . 55

IV FILOSOFIA DE LA EVOLUCION .. ......... 69

V LA FILOSOFIA CIENTIFICA DE HENRI


POINCARE .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

VI ARQUEOLOGIA, ANTROPOLOGIA Y EVOLU­


CION SOCIAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . 115

VII UNA REVOLUCION EN LA MATEMATICA 127


......
.._ ,_ __
Nota prellminar

Los ensayos aquí reunidos fueron escritos con diver­


sos propósitos a lo largo de diez y seis años. Se publica­
ron originalmente entre 1950-1965, en la fonna de once
artículos, tal como se precisa al final de esta nota. Cua­
tro de esos artículos aparecen, prácticamente, tal y como
fueron escritos. Los otros siete artículos han servido de
base para formar tres ensayos, principalmente por si'
convergencia en otros tantos temas centrales. En todos
los casos, se ha respetado casi por completo la redacción
original, conservando el estilo y la disposición correspon­
dientes a la época y las circunstancias que motivaron su
hechura. En general, los cuatro artículos que se recogen
íntegramente, solo han sido retocados ligeramente, sobre
todo en aquellos casos en que así se consiguió una expre­
sión más clara o una mejoría obvia en el texto. En lo
que respecta a los otros siete artículos, además de darles
unidad, lo que se ha hecho es evitar las redundancias o
francas repeticiones y aliviar los pasajes demasiado téc­
nicos, para facilitar su lectura y mantener, hasta donde
ha sido posible, un nivel homogéneo en la exposición.
·

El panorama de las implicaciones filosóficas de la


ciencia moderna que aquí se ofrece, dista mucho de ser
completo y tampoco es general. Sin embargo, tiene la fe­
liz coincidencia de referirse tanto a Galileo, el iniciador

7
de Ja ciencia moderna, como a Goedel y a Cohen, quie­
nes han desencadenado la más reciente de las revoluciones
científicas de nuestro tienipo. Además, incluye otras
cinco obras cumbres representativas del desarrollo cientí­
fico, como son las de Descartes, Lobachevski, Darwin,
Poincaré y Gordon Childe, que han ejercido una influen­
cia muy considerable en la filosofía moderna y contem­
poránea. Por supuesto, el autor es el más interesado en
poder llenar después algunas de las lagunas mayores, su­
perando los obstáculos y venciendo las adversidades que
Ja vida le ha deparado, pn.ra ofrecer de esa manera un .
panorama menos incompleto.
Para su mejor comprensión, se han ordenado histó­
ricamente los ensayos, en vez de seguir el orden crono­
lógico en que fueron escritos. De esa manera, se pueden
ad<:ertir los vínculos estrechos que enlazan las diversas
etapas del desarrollo científico y, a través de las referen­
cias obligadas a las aportaciones hechas por otros hom­
bres de ciencia, queda mostrada la continuidad histórica
de la actividad científica. En cuanto a la significación
filosófica de los profundos cambios introducidos en la .

ciencia por las grandes figuras a quienes están dedicadas


los ensayos reunidos en este volumen, resulta que la vi­
sión de conjunto así lograda permite apreciar mucho me­
jor la influencia definitiva y saludable que esos cambios
han producido en el dominio de la filosofía. Desde lue­
go, impusieron primero la necesidad de formular una
filosofía científica. Luego, han ido conf armando, orien­
tando y matizando las interpretaciones filosóficas. En al­
gunas ocasiones han impedido decididamente el dogmatis­
mo y han provocado sacudidas suficientemente vigorosas
para prevenir Ja absolutización )' el apriorismo de las con­
cepciones filosóficas. También han planteado, como una
exigencia ineludible, que todas las reflexiones filosóficas

8
se ocupen de la ciencia, aun cuando las interpretaciones
resultantes no siempre resulten ser precisamente cientí­
ficas. En fin, las revoluciones científicas y sus conse­
cuencias han acabado por crear la necesidad de estable­
cer y dNarrolla1' una ntf,eva discipHna, q'<.te cada día
suscita mayor interés y tiene más cultivadores, como es
la filosofía de la ciencia.
El primer ensayo, "Galileo: el creador de la ciencia
moderna", fue publicado con ese mismo título en El Ga­
llo Ilustrado, Suplemento Dominical de El Día, Núm.
106, de 5 de juli(J de 1964. El segundo, "Oposición en­
tre la física y la metafísica en Descartes", apareció con
ese título en Filosofía y Letras, Revista de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Au­
tónoma de Mé:rico, Núm. 39, julio-septiembre de 1950_,
pág. 41-56. El tercero, "Orisferas y asíntotas", se pu­
blicó con igual título en la revista Universidad de Méxi­
co, de febrero de 1957. El cuarto ensayo, "Filosofía de
la evolución", está basado en los artículos: "La signifi­
cación filosófica de la evolución', publicado en la revista
Humanismo, La Habana, A1io VIII, Núms. 55-56, ma:yo­
agosto de 19 59, págs. 5-16: "La evolución dialéctica en el
«Origen de las especies»", que apareció en Cuadernos
Americanos, Atio XVIII, Núm. 6, noviembre-diciembre
de 19,59, págs. 120-135; y "La significación f�losó­
fica de la evolución", publicado en la Revista de la So­
ciedad Mexicana de Historia Natural, Tomo XX. Núms.
1-4, diciembre de 1959, pág. 19-29. El quinto ensayo, "La
filosofía científica de Henri Poi· ncaré'', es la "lntrodyc­
ción" al libro de Poincaré, Filosofía de la Ciencia, lvfé­
xico, U.N.A lvf
. . , Colección Nuestros Clásicos, Volumen
32, 1964 págs.
, VII-XXIII. El sexto ensayo, "Arq1teología,
antropología y evolución social", está basado en los ar­
tículos: "GordtJn Childe y la evolución social", que apa-

9
reci6 en Indice, Primer Año; Núm. 2, octubre-diciembre

de 1951, págs. 126-134; y "Cultura arqueológica y cul­


tura antropológica"', publicado en Homenaje a Gordon
Childe. Suplemento Núm. 17, Segunda Serie, del Semi­
nario de Problemas Científicos y Filosóficos, U.N.A.M.,
1959, págs. 327-332. Y el séptimo ensayo, "Una revolu­
ción en la matemática", está basado en los artículos: "Una
revolución en la matemática", publicado en Cuadernos
Americanos, Año XXIV, Núm. 1, enero-febrero de 1965,
págs. 120-127; y "La prueba de Cohen: culminación de
la crisis en la axiomática'', que apareció en Diáncia, Anua­
rio del Centro de Estudios Filosóficos de la Universidad
Nacional Autónoma de Mézico, Año XI, Núm. 11, 1965,
págs. 40-59.
El autor expresa su agradecimiento a la Editorial Gri­
jalbo por haberlo invitado a preparar este volumen de la
importante y útil Colección 70, lo cual constituye un ho­
nor señalado. De im modo singular, el autor hace desta­
car el amor, la ayuda y la abnegación que le han brin­
dado constantemente y en todas las farmas su esposa y
sus hijos, fortaleciéndolo así para trabajar.

E. de G.
Marzo de 1969.

10
A mi hijo y amigo: H 1 RA
1

Galileo: el creador de la
ciencia moderna
...
El Renacimiento puede caracterizarse, en su sentido
más propio, como t!l renacimiento de la confianza en el
hombre y en su destino terreno. Después del largo trans­
curso medieval, lo humano triunfó de nuevo entre los
hombres, se exaltó la vida en todos sús aspectos, resur­
gió la exigencia antigua por el estudio directo de la
naturaleza y fue repudiado el sometimiento ciego a la tra­
dición y la autoridad. Luego, justamente cuando se superó
dialécticamente la universalidad de la actividad renacentis­
ta, surgió de ella, como su mejor fruto, la ciencia mo­
derna. La obsenración permitió entonces descubrir, con
fundada objetividad, las causas que producen la infinita
variedad de las formas en que las cosas ponen de mani­
fiesto su existencia. A su vez, la reflexión penetrante
sobre los hechos observados experimentalmente, llevó al
establecimiento de las leyes que gobiernan el comporta­
miento de los objetos de la naturaleza. Así, con apoyo
en los resultados de la ciencia, la imagen del mundo se
conformó a las dimensiones y posibilidades reales del
hombre. El paraíso perdido fue descubierto en la Tierra.
La inducción se convirtió en el instrumento metódico pa-.
ra la manipulación experimental de los hechos, haciendo
posible la intervención planeada en los procesos, me­
diante el aislamiento y la medición de sus formas ele­
mentales, para poder esclarecerlos en su conjugación y en
sus múltiples acciones mutuas. En particular. a través

15
:-e � i::::e-.--a ciencia de la mecánica se estableció, en for­
::2 ex;·l:cit2, la teoría y la práctica de la investigación
científica. Al propio tiempo, con el desarrollo de esa y
otras disciplinas, se realizó la transformación crítica de
la ciencia, que ·dejó de ser el estudio cualitativo de las
magnitudes y las relaciones entre los objetos, para conver­
tirse en la determinación cuantitativa precisa de las cua­
lidádes y la consiguiente generalización de sus relaciones
fundamentales, para expresarlas en la fonna de leyes
científicas. De esa manera, acumulando y comparando los
fabulosos descubrimientos que entonces se hicieron en di­
versos dominios científicos, se volvió a integrar la uni­
dad del universo, solamente que en un plano muy supe­
rior al de la filosofía griega y sustituyendo con hechos
experimentales lo que antes eran meras anticipaciones
geniales.
Desde sus comienzos, la ciencia moderna mostró con
claridad dos caracterÍsticas muy importantes: su indepen­
dencia de la teología y el contenido revolucionario de su
actividad. Nacida directamente de las mismas necesida­
des sociales que hicieron surgir la producci6n mercantil
en grande escala, la manufactura y la fábrica mecani­
zada, la ciencia moderna se constituyó en uno de los fac­
tores que dieron mayor impulso a ese desarrollo, Y, a
la vez que coadyuvó a la transformación de las condi­
ciones de la existencia humana, la ciencia moderna pro­
dujo un cambio profundo en las maneras de pensar y,
con ello, redobló su vigor como fuerza revolucionaria de
la sociedad, en el dominio económico, en el campo de la
política y en el ámbito cultural. Así fue como Bacon,
rompiendo decididamente con el esquema petrificado de
la lógica escolástica, se esforzó en fundamentar la inda­
gación de los conocimientos en la experiencia. En ese
mismo sentido fue como Copérnico tuvo el atrevimiento

16
de repudiar la imagen bíblica y, al mostrar con claridad
que el Sol es el centro alrededor del cual se mueve la Tie-
. rra, estableció una verdad que luego Galileo se encargó
de comprobar objetivamente. Por otra parte, la actividad
extraordinaria que llevó al descubrimiento de A frica,
América v la Tierra entera, vino a probar las inmensas
posibilidades que el hombre tiene para superar sus pro­
pias facultades y ampliar su dominio sobre la naturaleza.
La reflexión en torno a la concepción copernicana en­
señó también que, de la misma manera como. la Tierra
no es un cuerpo privilegiado en el universo, tampoco lo
es el hombre que la habita, ya que en la naturaleza no
existen privilegios de ninguna especie. Más tarde se acabó
por llegar al descubrimiento y la convicción cierta de
que los privilegios sociales son destructibles por la ac­
ción del hombre, puesto que no están ligados de mane­
ra ineludible a la naturaleza humana, ni menos aún son
intrínsecos a ella. Entonces, como consecuencia de este
hecho medular, se llegó a concluir la posibilidad de es­
tablecer una sociedad sin privilegios. La abolición de los
privilegios dentro de la naturaleza, expresada abiertamen­
te y con plena transparencia, fue el meollo del pensamien­
to que Giordano Bruno propagó por toda Europa, hasta
terminar con ser quemado vivo por la Inquisición, en una
plaza de Roma, el 17 de febrero de 1600. En cuanto al
anhelo indeclinable de mejorar la sociedad, estableciendo
condiciones más favorables para la vida humana, dicha
idea quedó bellamente expresada por entonces en las uto­
pías de Moro, Bacon y Campanella. Por lo que respecta
a los avances de la ciencia, todavía el 22 de junio de 1633,
la Inquisición dictó su conocida sentencia por herejía en
contra de Galileo, encarcelándolo, ultrajándolo, confinán­
dolo y desterrándolo, aun cuando sin atreverse ya a con­
denarlo a muerte. Pero la represión eclesiástica resultó

56.-2 17
impotente para detener el impulso revolucionario de las
nue\-as concepciones científicas. El espíritu moderno y
las nuevas fuerzas sociales que le sirvieron de fundamen­
to, acabaron por imponer dos cambios básicos en la orien­
tación del pensamiento: la indagación experimental di­
recta en los procesos de la naturaleza y el desarrollo de
la explicación racional de los resultados de dicha inda­
gación. Y fue precisamente su fecundo trabajo de con­
jugación armoniosa entre ambos caracteres del conoci­
miento, lo que significó a Galileo como el creador de
la ciencia moderna.
Como es sabido, la exposición filosófica del método
inductivo, hecha en forma sistemática y explícita, fue
obra de Francis Bacon. Sin embargo, Bacon no logró
aplicar con acierto el método preconizado en su obra. En
realidad, fue Galileo quien expuso y practicó por pri­
mera vez, de un modo decisivo y con gran fecundidad, el
método inductivo. Al fundar la mecánica y, con ella, la
ciencia moderna en su más claro sentido, Galileo esta­
bleció al mismo tiempo y en forma expresa, la teoría y
la práctica de la inducción lógica. Adelantándose incluso
al desarrollo de las tendencias iniciadas posteriormente
por Bacon y Descartes, Galileo logró superar con su tra""
'
bajo tanto la exageración empirista como el racionalíSmo
unilateral. Desenvolviendo las posibilidades del maodo ex­
perimental, en sus principios y en las técnicas de su apli­
cación, Galileo consiguió destacar las bases fundamenta­
les de la revolución científica de la época moderna, a
la cual hizo avanzar considerablemente con sus propias
y notables contribuciones. Siempre tomando como base
los resultados de sus observaciones, Galileo logró planear
diversos experimentos rigurosos, que luego realizó ef ec­
tivamente en los procesos del universo. De esa manera
pudo descubrir varias de las propiedades fundamentales

18
de dichos procesos, estableció una manera de medirlas
con gran exactitud e invariabilidad y, entonces, consi­
guió esclarecer sus relaciones básicas y expresarlas con
ta.l acierto, que se integraron definitivamente al caudal
.:e los conocimientos científicos fundamentales. A la vez,
Galileo descubrió que la matemática constituye el método
más preciso para expresar las medidas y las relaciones
entre esas propiedades fundamentales de los procesos, con
lo cual habilitó a la matemática como instrumento me­
tódico para las investigaciones físicas. Por todo ello es
que la obra de Galileo no solamente representa a la ciencia
:noderna en el momento de su surgimiento, sino también
en el curso de su desarrollo hasta alcanzar un punto de
madurez.
En la interpretación lógica del método científico, una
de las grandes conquistas realizadas por Galileo fue la de
.:omprobar que el pensamiento lógico puro es estéril,
puesto que no permite. adquirir ningún conocimiento de
ia realidad objetiva; o sea, que las conclusiones a las
c:iales se llega, valiéndose de medios exclusivamente ló­
gicos, son completamente vacuas. Esta conquista galilea­
na resultó tan clara y convincente, que s e convirtió desde
,
luego en una propiedad común de los investigadores
científicos. Por otra parte, al descubrir el método expe­
rimental y enseñar a manejarlo con maestría, Galileo lle­
gó a destacar con nitidez cómo es que todo conocimiento
de la realidad objetiva empieza con la experiencia y ter­
mina en ella. Con los resultados obtenidos mediante la
aplicación del método experimental, Galileo pudo destruir
también las explicaciones subjetivas que todavía preva­
lecían, sustentadas por la fuerza del argumento de auto­
ridad e impuestas por la autoridad con el argumento de
la fuerza. N o obstante, en modo alguno puede conside­
rarse a Galileo como un empirista. Lo que hizo fue poner

19
al descubierto q·..:e la experimentación es la base del ra­
zonamiento. Por eso abandonó la deducción formalista
y a;:.:-er:.jió a razonar de acuerdo con lo que la propia
nat:.iraleza muestra a través del experimento. Por lo tan­
to. ei método científico establecido y practicado por Ga­
lileo, consiste en comenzar por la experimentación de he­
chos particulares, para luego formular inductivamente una
hipótesis general que posiblemente los explique y, des­
pués, permita anticipar racionalmente ciertas consecuen­
cias que, finalmente, puedan ser sometidas a comproba­
ción en nuevos experimentos. En este sentido es que
debemos a Galileo la formación del espíritu de la ciencia
moderna, basado en la armonía entre el experimento y
la teoría, aunque siempre reconociendo la primacía del
experimento.
El dominio de la dinámica clásica está constituido
por el estudio de los movimientos de los cuerpos, bajo la
acción de las fuerzas que actúan sobre ellos, incluyendo
como caso particular, el del equilibrio estático de esas
fuerzas. Sus principios fueron formulados por Isaac N ew­
ton en 1686, tomando en buena parte como base la obra
de Galileo Galilei, su desarrollo se enriqueció con las
aportaciones de muchos físicos durante los siglos XVII,

XVIII y XIX, y tuvo su culminación en los trabajos de


James Clerk Maxwell sobre el electromagnetismo. En­
tre las muchas contribuciones de Galileo a la dinámica,
fue de particular importancia el hecho de haber conse­
guido dar expresión matemática a la distancia, el tiempo,
la velocidad y la aceleración, haciendo así de ellas mag­
nitudes científicamente mensurables y, por ende, verifica­
bles experimentalmente en cualquier momento. En todos
los casos, Galileo expresó esas magnitudes y sus relacio­
nes respectivas, con estricto apego a sus reiteradas ex­
penenc1as. A la vez, inventó una manera de medir el

20
movimiento, en el cual se conjugan esas cuatro magnitu­
des, de tal manera que cada movimiento observado pueda
ser determinado cuantitativamente, siguiendo un procedi­
miento especificado rigurosamente. Después de Galileo
se han sugerido varios procedimientos di ferentes; pero,
hasta ahora, los físicos y todos los demás hombres siguen
utilizando el procedimiento establecido por Galileo, que
consiste en medir el movimiento por medio del espacio
recorrido por el cuerpo móvil en un tiempo dado. Para
poder utilizar ese procedimiento, Galileo convirtió el
tiempo en un elemento de cálculo, haciéndolo así suscep­
tible de ser determinado con exactitud. Mas aún, desde
1583 descubrió por medio de la observación el isocronis­
mo del péndulo, esto es, que sus oscilaciones duran siem­
pre el mismo intervalo de tiempo, siendo más amplias
y rápidas al principio, y más reducidas y lentas al final.
Después lo comprobó experimentalmente y formuló con
precisión la correspondiente ley, estableciendo que el tiem­
po de oscilación de un péndulo es proporcional a la raíz
cuadrada de la longitud de la cuerda, pero es independiente
de la magnitud de la masa y del material de que esté
hecho el péndulo. Cuando ya se encontraba ciego, en 1641,
todavía pudo dictar el proyecto de un reloj de péndulo
-construido más tarde por su hijo- que fue la pri­
mera máquina capaz de medir el tiempo con gran exac­
titud y suficiente regularidad, inclusive en lapsos muy
breves.
La ley de la caída de los cuerpos fue descubierta ex­
perimentalmente por Galileo en 1604. De acuerdo con di­
cha ley, todos los cuerpos caen con una aceleración cons­
tante. De lo cual se desprende que los cuerpos quedan
sometidos a una fuerza constante. En efecto, Galileo com­
probó experimentalmente que no hay diferencia mensu­
rable entre masas pequeñas y grandes, durante su caída.

21
Más brevemente dicho, resulta que todos los cuerpos caen
con la misma rapidez, partiendo del reposo, ya que la ve­
locidad es proporcional al tiempo de caída. Es cierto que
las obsen-aciones de Galileo se restringieron a regiones
muy cercanas a la superficie terrestre, de manera que
el peso de· los cuerpos no menguaba con la elevación y,
por eso, concluyó que el campo gravitatorio de la Tie­
rra es constante. Pero, también es cierto que, todavía
en la actualidad, es imposible medir experimentalmente
alguna diferencia apreciable en el peso de un cuerpo,
cuando se eleva sobre la superficie terrestre. Por lo
tanto, la ley newtoniana de la gravitación universal -con­
forme a la cual, las fuerzas son inversamente propor­
cionales al cuadrado de las distancias- se convierte en
una ley de fuerzas constantes, cuando se aplica a la cer­
canía inmediata de la superficie terrestre, puesto que re­
sulta despreciable la diferencia entre las distancias de un
cuerpo al centro de la Tierra, debido a la magnitud del
radio terrestre. A mayor abundamiento, aun cuando la
fuerza de gravitación es directamente proporcional al pro­
ducto de las masas· de los dos cuerpos entre los que se
ejerce, como la masa de cualquier cuerpo que caiga en esa
cercanía inmediata será sumamente pequeña, en compara­
ción con la masa de la Tierra, también resultará despre­
ciable la diferencia entre su producto por la masa de la
Tierra y el producto de cualquier otra masa de dimensio­
nes semejantes. Por eso, la ley galileana es una primera
aproximación que sigue siendo válida dentro de las con­
diciones señaladas; mientras que la ley de Newton es
una generalización y un refinamiento de la ley de Gali­
leo. Por otra parte, es muy interesante señalar cómo apro­
vechó Galileo el hecho de que la ley de la caída sea apli­
cable tanto en el caso de una caída libre, como en el caso
de un deslizamiento sin fricción sobre un plano inclina-

22
do. Cuando el plano se encuentra en posición vertical,
el deslizamiento corresponde enteramente a fo. caída libre.
Pero, a medida que se va disminuyendo la inclina­
ción del plano, se va retardando el tiempo del desliza­
miento y, por lo tanto, el tiempo en que el cuerpo reco­
rre la distancia vertical entre un nivel y otro. Entonces,
la inclinación del plano permitió a Galileo controlar el
experimento, retardando de esa manera el tiempo del des­
lizamiento, en la medida necesaria para observar me.ior
el proceso de caída e introduciendo todas las variaciones
necesarias para aumentar o disminuir la duración de la
caída.
En 1638, Galileo formuló la ley de la inercia, hacien,
do ver que es una fuerza que todos los cuerpos poseen
y la cual se opone a cualquier cambio en su movimiento.
Esta ley galileana fue enunciada después por Newton,
como primera ley del movimiento, de esta manera: Toda
partícula material persiste en su estado de reposo o de
movimiento uniforme rectilíneo, salvo cuando es compe­
lida por la acción de una fuerza a cambiar dicho estado.
Como es fácil advertir, esta ley expresa una divergen­
cia radical con el aristotelismo, en dos sentidos. Por una
parte, destaca sin dejar lugar a dudas que el reposo no
es una condición privilegiada de los cuerpos, sino que
su estado natural es el movimiento. Con este descubri­
miento galileano desapareció la "necesidad" lógica de te­
ner que considerar un primer motor. Por otro lado, la
inercia sinrió también para demostrar que el movimien­
to "natural" es el rectilíneo y no el circular; con lo <;ual
estableció uno de los fundamentos de la mecánica celeste,
desarrollada por Kepler y Newton. Ahora bien, para po­
ner mejor de manifiesto la importancia que tiene el con­
cepto de inercia en la física, podemos señalar algunas
consecuencias de su desarrollo. Cuando se estudia el mo-

23
Y::n1ento de una partícula material o de un sistema di­
nárr:ico de partículas materiales, los diversos desplaza­
mientos y los otros movimientos que experimenta se tienen
que medir con respecto a un cierto sistema de refe­
rencia.' Los sistemas de referencia usados generalmente
en dinámica son los llamados sistemas inerciales o gali­
leanos. Estos sistemas pueden moverse unos con respec­
to a otros en forma recti\ínea y uniforme, pero no pueden
girar ni tener aceleración de ninguna otra especie con
respecto al sistema estelar de referencia, por ejemplo.
Recordemos que el propio Galileo descubrió que la ace­
leración es el cambio en la magnitud o en la dirección
de la velocidad -por eso es que un sistema inercial se
acelera cuando gira, puesto que la velocidad cambia de
dirección-- y, por otro lado, que la aceleración se debe
siempre a la acción de alguna fuerza, tal como lo expresa
la primera ley del movimiento. La razón de que los sis­
temas galileanos desempeñen una función tan importan­
te, es la de que las leyes de la dinámica asumen su for­
ma más simple cuando son referidas a dichos sistemas y,
lo que es más, que tales leyes son exactamente las mismas
en todos los sistemas galileanos de referencia. Por lo tan­
to, un proceso mecánico realizado en un sistema gali-
. leano o en otro cualquiera, también galileano, estará
expresado por las mismas leyes. Entonces, mediante expe­
rimentos mecánicos no podemos diferenciar entre los
diversos sistemas galileanos, ni tampoco sería posible de­
terminar así que alguno de los sistemas galileanos se en­
contrara en reposo en el espacio. Esta conclusión es pre­
cisamente la expresión física del principio de relatividad
de Galileo. Pues bien, la teoría de la relatividad intro­
dujo en este sentido una nueva transformación, que sus­
tituye a la galileana y la incluye como un caso particu­
lar. En efecto, el supuesto cardinal de la teorfa de la
·

24
relatividad restringida es el de la invariancia de la veloci­
dad de la luz en todos los sistemas galileanos. Por consi­
guiente, el principio de la relatividad restringida de Eins­
tein es una réplica exacta del principio galileano, con el
único agregado de que no se limita a los procesos mecá­
nicos y los sistemas de partículas materiales, sino que tam­
bién comprende los procesos electromagnéticos y ópticos.
En cambio, el principio de la relatividad generaliza­
:.a establece que las ex¡presiones matemáticas de las
:e:yes de la naturaleza conservan la misma forma, inde­
�-e...idientemente de que el sistema sea galileano, o de que
�:é acelerado o incluso retorcido como un pulpo, y de
:;_·..:e los relojes situados a través del sistema puedan os­
.:::..C::.::- a los ritmos más caprichosos. De esa manera, el..,
� :-:n..::ipio galileano de relatividad fue extendido primero
�·�=- la teoría de la relatividad restringida y, luego, fue
negado dialécticamente por la teoría de fa. relatividad ge­
neralizada.
El descubrimiento de que la trayectoria de un proyec­
til es una parábola, fue hecho por Galileo en 1609. Di­
cho movimiento es una composición del movimiento hori­
zontal producido por el impado que dispara al proyectil
y del movimiento vertical debido a la ley de la caída de
los cuerpos. Como se puede advertir fácilmente, el movi­
miento parabólico del proyectil es un simple caso de com­
posición de las fuerzas y de los movimientos correspon­
dientes, que se encuentra regido por la ley de adición del
paralelogramo de fuerzas. Y esa ley para la suma de las
magnitudes vectoriales, fue formulada por el propio qa­
líleo. También realizó otros trabajos matemáticos de gran
importrtncia. Entre ellos p9demos mencionar su descubri­
miento de que la superficie cubierta por la porción de
una cicloide comprendida entre dos cúspides y la recta
que une dichas cúspides, es igual al triple de la super-

25
ficie del círculo generador. Se ocupó de la teoría de los
números infinitos, en donde tuvo atisbos cuya - visión y
originalidad sólo fueron superadas hasta la época de De­
dekind y Cantor. Asimismo, hizo algunas anticipaciones
en el dominio del cálculo de las probabilidades y realizó
algunas operaciones que constituyen un germen del
cálculo integral. Igualmente, como ya lo hemos dicho, dio
expresión matemática a las magnitudes fundamentales de
la física y las convirtió así en elementos del cálculo. Por
otra parte, utilizó en forma simple los modelos mate­
máticos. Como es sabido, utilizar un modelo matemático
significa seleccionar alguna rama de la matemática cu­
yas operaciones sean equivalentes a los cambios de los
procesos físicos que se estudien y, entonces, tratar de pre­
decir lo que ocurrirá en los procesos con base en los
resultados de las operaciones ejecutadas en el modelo.
Esto fue lo que hizo Galileo al descubrir que la tra­
yectoria seguida por un proyectil es una parábola: apli­
car por primera vez el modelo matemático de las sec­
ciones cónicas a la física. Por cierto que su ejemplo fue
seguido de inmediato por Kepler, al encontrar de esa
manera que las órbitas descritas por los planetas son
elípticas. Más tarde, el desarrollo de los métodos inicia­
dos por Galileo influyó decisivamente en la ciencia en
muchas de las disciplinas, abarcando entre ellas la lla­
mada matemática pura y la matemática aplicada.
Galileo fue también el descubridor del principio de
similitud o de similaridad dinámica. Frecuentemente ocu­
rre que, entre las fuerzas que actúan en un sistema, al­
gunas de ellas varían de acuerdo con la elevación a una
potencia y otras según la elevación a otra potencia de las
masas, distancias u otras magnitudes implicadas. En
las ecuaciones de equilibrio, las dimensiones siguen sien­
do las mismas, pero los valores relativos se alteran con

26
escala. Así, por ejemplo, la resistencia de una viga de
acero varía con la sección transversal de sus miembros,
_- cada sección transversal varía de acuerdo con el cua­
rado de la dimensión lineal; pero, en cambio, el peso
e la estructura entera varía con el cubo de la dimensión
· eal. Por lo tanto, si se construyeran dos puentes geo­
métricamente similares, a distintas escalas, entonces el
nás débil de los dos sería el de mayores dimensiones.
En consecuencia, cualquier estructura hecha de un mate­
rial determinado tiene un límite en sus dimensiones, que
es el de la resistencia a su propio peso. Igualmente, para

que una máquina alcance la mayor eficiencia, ha de tener


determinadas dimensiones; y, si se aumenta una diffi'en­
.:ión, no es suficiente con hacer las otras dimensiones
o-eométricamente proporcionales a ella, sino que la má­
quina debe diseñarse de nuevo para obtener la misma efi­
ciencia. Esta ley de similitud tiene que tomarse en cuen­
ta, indispensablemente, para la realización satisfactoria
de experimentos con modelos construidos a escala. Tam­
bién tiene muchas aplicaciones en la biología, en relación
con las tallas de los organismos y las dimensiones de
sus diversos órganos. Por otra parte, Galileo fue el ini­
ciador de la neumática y de la teoría de la elasticidad,
y el inventor de la balanza hidrostática y del compás de
proporción. Pero fue tan vasta su obra que nos es im­
posible referirnos aquí a todos sus detalles. Terminare­
mos, entonces, hablando de sus descubrimientos astronó­
micos.
No se ha podido saber bien si el inventor del tel�s­
copio fue J anszoon, Lippersheim, Adrianszoon o algún
otro; o si fue inventado simultáneamente por varios, pero
el hecho es que la noticia fue dada a conocer en octu­
bre de 1608. En cuanto supo de ello, Galileo se puso a
trabajar en la construcción de su primer telescopio, que

27
terminó en 1609 y aproximaba los objetos tres veces,
aumentándolos 9 diámetros. Poco después construyó otro
que aumentaba los objetos mil diámetros, acercándolos
más de 30 veces. Ese mismo año de 1610 construyó un
occhialino, que luego recibió el nombre de microscopio.
Lo que resulta indudable es que los primeros descubri­
mientos científicos importantes hechos con el telescopio
se deben a Galileo, quien fue el primero en utilizar ese
instrumento de una manera científica. Con sus observa­
ciones telescópicas, Galileo desmintió muchos prejuicios
tradicionales y comprobó la validez de la teoría copernica­
na. Lo primero que descubrió fue que había muchas
más estrellas que las que hubiera podido sospechar la
imaginación más desbordada. También encontró que las
nebulosas, entre las cuales se encuentra la Vía Láctea,
no están formadas de polvo, vapores y nubes, sino de
conglomerados de estrellas. Al observar la Luna des­
cubrió que, en vez de tener una superficie lisa, tiene
montañas y cráteres. Por lo tanto, demostró que dicho saté­
lite es un cuerpo cuya forma y aspecto físico corres­
ponden enteramente a los de la Tierra. Con eso recibió
un golpe de muerte el dogma de la perfección y la inmu­
tabilidad de los cielos. Igualmente descubrió el movimien­
to de rotación de la Luna y las fases de Venus y, por
ende, el movimiento planetario de rotación, con lo cual con­
firmó la teoría copernicana. El 7 de enero de 1610 des­
cubrió tres de los satélites de Júpiter y, siete días después,
otro satélite más, determinando su movimiento de revo­
lución alrededor del planeta. De esa manera puso de
manifiesto la existencia de otro centro de rotación distinto
a la Tierra, ampliando así mucho más los alcances de
la teoría copernicana. Luego pudo calcular aproximada­
mente las alturas de algunas montañas lunares. Asi­
mismo, descubrió que los planetas no tienen luz propia, o

28
sea, que no son estrellas, ya que brillan solamente por
reflejo de la luz del Sol. En fin, fue el primero en ob­
servar las manchas solares. Todavía, en relación con sus
tentativas de comprobar que la luz tiene una velocidad
finita, cosa que no pudo lograr, Galileo sugirió sin em­
bargo que los eclipses experimentados por los satélites
de Júpiter, al quedar ocultos detrás del planeta, podían
servir para conseguir tal propósito. Y, en efecto, deter­
minando con precisión dichos eclipses, fue como Roe­
mer logró medir la velocidad de la luz en 1676.
La publicación de los resultados de sus observaciones
provocó una tempestad en torno a Galileo. Algunos se
negaron a creer lo que veían sus ojos, teniéndolo por ilu­
sorio. Otros se rehusaron a mirar por el telescopio y no
faltaron quienes suscribieran una solemne declaración de
que todo era falso. Eso mismo hizo el Tribunal de la
Inquisición, certificando en su condena que: "La propo­
sición de que el Sol es el centro de la Tierra y está in­
móvil en su lugar, es absurda, filosóficamente falsa y
formalmente herética, por ser expresamente opuesta a la
Sagrada Escritura". Con dicha sentencia se obligó a Ga­
lileo a declarar que renegaba de sus formulaciones, pero
sin conseguir doblegarlo realmente, como lo demuestra,
objetivamente la publicación de sus Discorsi e Dimos­
trazioni Matematiche, in torno a due nuove scienze, edi­
tados en Leyden, Holanda, en 1638 (cinco años después
de la condena), lo mismo que todos sus trabajos y la
actitud científica que mantuvo hasta el día de su muerte.
Pero, en cambio, lo que sí logró la Inquisición fue ?a­
cer que el desarrollo científico de Italia no pudiera se­
guir at ritmo formidable.,que le había impuesto Galileo.
Sin embargo, la ciencia moderna se desenvolvió impetuo­
samente en otros países europeos y acabó por triunfar
de esa manera tan grandiosa de la cual todos somos tes-

29
tigos y usufructuarios. En todo caso, por la trascenden­
cia de sus resultados y la amplitud de sus perspectivas,
la obra de Galileo representa justamente la transformación
del esplendor renacentista en el fruto maduro de la ciencia
moderna. Por ello es que se da la notable coinciden­
cia de que la vida de Galileo -del 15 de febrero de 1564
al 8 de enero de 1642- transcurriera precisamente entre
el año de la muerte de Miguel Angel y el año del naci­
miento de Newton.

30
11

Oposlcl6n entre la ffslca J la

metaffslca en Descartes
EL DUALISMO CARTESIANO

Tal como se acostumbra presentarlo, siguiendo un

arraigado prejuicio, en el pensamiento cartesiano se en­


cuentra un dualismo irreductible. Por una parte el es­
píritu, por otra parte la materia, como dos mundos que
se desarrollan paralelamente, pero con completa indepen­
dencia entre ellos. Como si de ese modo se exhibiera la
contradicción entre la escolástica aprendida de sus pre­
ceptores jesuítas y los resultados científicos adquiridos
por cuenta propia. Y, sin embargo, si bien no puede du­
darse que Descartes procura separar cuidadosamente su
física de su metafísica, lo cierto es que establece entre
ellas una oposición tan destacada, que por eso mismo es
que se encuentran ligadas estrechamente a lo largo de to­
da su obra. Sólo que, en contraposición a las tendencias
escolásticas, que supera y liquida, Descartes invierte por
completo la relación entre la física y la metafísica. Mien­
tras los esfuerzos anteriores se enderezaron al logro de
un sustento metafísico para la actividad humana, el pen­
samiento cartesiano, por lo contrario, trata de hallar u.n
fundamento científico para la metafísica.
En su física, Descartes. asocia a la materia una fuerza
autocreadora y considera al movimiento mecánico como
su manifestación intrínseca. En tanto que, con su meta­
física, se coloca en la posición del espiritualismo cristia-

33
no y convierte al pensamiento en partícipe de la inteli­
gencia divina. De esa manera, en el cartesianismo se
originan dos tendencias contrapuestas. La primera, el ma­
terialismo mecanicista, tuvo sus grandes triunfos en el
desarrollo de las ciencias y constituye el antecedente his­
tórico en cuya negación superior se apoya el materialis­
mo dialéctico de las ciencias sociales y de las ciencias
naturales de nuestros días. La segunda tendencia, la me­
tafísica de la conciencia, encontró su desenvolvimiento
en el idealismo objetivo y viene a desembocar contempo­
ráneamente, como fruto raquítico de la ·renegación de su
senectud, en el desesperado subjetivismo. de los existen­
cialistas. Así, ya en su origen mismo, el materialismo
cartesiano tiene como antagonista a la metafísica del pro­
pio Descartes.
No obstante, y aun en su clara oposición, Descartes
se conduce .en la exposición de sus investigaciones cien­
tíficas como sobre un terreno que cultiva con mucho más
éxito que el de la metafísica. Desde un principio, no con­
cede gran valor a toda su teoría metafísica, mientras
que, por lo contrario, siempre considera de la mayor im­
portancia sus indagaciones en el conocimiento de la na­
turaleza, de la matemática y de la aplicación de su teo­
ría mecánica al conjunto de los procesos existentes en el
universo. Como deja expresado en el Discurso del M é­
todo, es sólo una medida de prudencia, adoptada a re­
sultas del proceso que la Inquisición sigue a Galileo, la
que lo decide a no publicar como obra primogénita su
tratado del Mundo. En esas condiciones, y siendo pos­
terior a la ejecución del trabajo científico la reflexión
acerca del método utilizado en aquél, tenemos en conse­
cuencia que es el sum el que precede en realidad al co­
gito, el existir antes que el pensar. Y, así, a pesar de
que los idealistas especulen con su pensamiento metafí-

34
sico, aferrándose al cogito, lo que Descartes destaca con
nitidez es la sólida base materialista en la cual apoya
su sistema entero. En último término, esta física carte­
siana es la que predomina, en su oposición declarada o
latente, sobre la armazón metafísica que soporta.

LOS RESULTADOS DE LA FISICA

Los frutos que obtiene Descartes en su investigación


científica de la naturaleza, son la mejor prueba de la su­
perioridad de su física y de la fecundidad de su concep­
ción materialista. Muchos de sus trabajos constituyen
puntos culminantes en los diferentes dominios de que
se ocupa. Descubre el tratamiento algebraico del espacio
y hace de la geometría analítica así establecida, un ins­
trumento eficaz para emprender otros estudios. Encuen­
tra la ley de la refracción de la luz y, luego, la demuestra
teóricamente. Establece la causa del flujo y el reflujo de
las mareas, en la atracción lunar. Descubre que la can­
tidad de trabajo mecánico se conserva en las máquinas
simples y, con ello, vislumbra ya la ley fundamental de
la conservación universal de la energía. Encuentra que la
cantidad total de movimiento en el unive.rso se con­
serva y que, también, la cantidad de masa de la materia
es constante; llegando a formular la conexión entre esas
constantes, en la ley de la conservación del producto de
la masa por la velocidad. Halla numerosas comprobacio­
nes del cumplimiento inexcepcional de la ley de la inercia.
Expresa la teoría de la acción recíproca universal ent�e
la totalida d de Jo existente. Y establece el fundamento
principal de la neurofisiología y de la psicología contem­
poráneas, con el descubrimiento de los reflejos nervio.sos.
Por otra parte, la noción del éter cartesiano sin e d e

...
apoyo al descubrimiento de la naturaleza ondulatoria
de la luz, que Huygens logra en 1690 y Fresnel demues­
tra con sus experimentos de 1820. Con esa noción se
hace inteligible la transmisión de las fuerzas y de los mo­
vimientos en el espacio, lo mismo que las atracciones gra­
vitatorias y el curso de las corrientes eléctricas y magné­
ticas. Por esa misma noción, Descartes puede prescindir
de hipótesis especulativas, como la controvertida "acción
a distancia", de la cual el propio Newton desconfía cuan­

do la establece. Asimismo, la idea cartesiana de la trans­


misión de las fuerzas electromagnéticas por contigüidad,
condujo al descubrimiento de las ondas electromagnéticas
y de la naturaleza electromagnética de las ondas lumino­
sas. Con respecto al éter de Descartes, lo que se des­
truye después es la ilusión mecanicista del medio inmuta­
ble, pero queda en pie el reconocimiento de la existencia:
y de la naturaleza material del espacio.

LOS ALCANCES DE LA RAZON

"El buen sentido", dice Descartes, "es la cosa mejor


repartida en el mundo". Con eso, afirma su extraordina­
ria confianza en la razón y, a la vez, la establece como
posesión común de la humanidad. Sobre la razón edifica,
entonces, la filosofía y la ciencia. Se rebela contra el
yugo de los argumentos de autoridad, porque considera
que para ser filósofo no basta con creer, ni se nece­
sita siquiera, sino que hay que pensar ante todo, y esto
si es necesario y suficiente. Así, e�cribe que "la ló­
gica, sus silogismos y la mayor parte de sus instruc­
ciones, sirven más bien para explicar a otros las cosas
que se saben o aun, como en el arte de Lulio, para ha­
blar sin juicio de las que se ignoran, que para aprender-

36
las . . . ". Como consecuencia, el aprendizaje tiene que ob­
tenerse directamente en el escrutinio experimental y, de
modo tal, que el pensamiento que explica los resultados
solamente es correcto en la medida en que corresponda a
Ja conexión real que liga a los hechos observados. De
ese modo, el análisis de la experiencia lo conduce a la
extensión de la razón, y recíprocamente, el examen de
la razón lo lleva a ampliar la experiencia.
A tal poderío humano de la razón se debe el entendi­
miento infinito e ilimitado del mundo. Porque " . . . no hay
cosas tan lejanas que la razón no pueda abarcar, ni tan
ocultas que no llegue a descubrirlas . . . ". Aun el estupor
ante el misterio y la admiración que produce lo maravi­
lloso, están llamados a ceder su puesto a la razón. Ya
que, en todos los casos, " . . . se llegará pronto al conven­
cimiento de que es posible, cualesquiera que sean, encon­
trar las causas de todas las cosas del mundo, por muy
admirables que se muestren". De ese modo, no solamente
se explican las cosas y se contemplan tal como son en
realidad, sino que, y esto es lo más importante, se avan­
za en la tarea humana P?r excelencia de dominar a la
naturaleza, hasta que lleguemos a "convertirnos en due­
ños y señores de ella". Y así es como, animado por este
racionalismo esencialmente optimista, aplicado por Des­
cartes en todos sus trabaj os, utiliza al pensamiento teórico
para trascender los datos sensibles, reivindicando al pro­
pio pensamiento sobre el empirismo sensualista.

LA DIALECTICA CARTESIANA

Descartes es, al mismo tiempo, un gran dialéctico. Al


explicar las figuras geométricas como funciones de mag­
nitudes variables, proporciona el modelo para poder re-

37
<lucir una forma cualquiera a sus elementos generadores.
Lo cual introduce al punto crítico de la matemática, po­
niendo al descubierto su movimiento y destacando su dia­
léctica interna. De aquí se sigue, como algo inmediato
y necesario, el cálculo diferencial e integral, que pronto
habría de ser perfeccionado por Leibniz y Newton. Pero,
aun sin ese desarrollo ulterior, las magnitudes variables
constituyen en manos de Descartes un instrumento afi­
nado y fructuoso para sus investigaciones científicas. Y,
en todo caso, lo hacen avanzar en su camino que, en este
sentido, se caracteriza por la preocupación constante de
llegar a romper la envoltura engañosa y vana de la ma­
temática, para hacer aparecer mejor el alcance de su
aplicación a las ciencias de la naturaleza.
Pero el desarrollo dialéctico no lo constriñe Descar""
tes únicamente al seno de la matemática, sino que lo
encuentra, en rigor, en el universo entero. El problema
no radica para Descartes en aceptar la creación del mun­
do en el Génesis, sino en averiguar cómo se ha desarro­
llado naturalmente después. Porque es imposible hallar
cosa alguna que permanezca en el mismo estado : todo
se encuentra en movimiento y en desarrollo continuos.
Y es la propia "naturaleza de las cosas materiales, (la
que) nos induce a concebirlas surgiendo poco a poco y
no a considerarlas ya completas de súbito". Además, tan­
to el movimiento co�o el desenvolvimiento que produce,
se transmiten indefinitivamente de unas cosas a otras, es­
tableciendo una interdependencia universal. De tal modo
que no sólo hay un enlace indestructible entre todas
ellas, sino que, al propio tiempo, los movimientos se ori­
ginan en otros movimientos que, a su vez, surgen de otros,
y así sucesivamente.
Descartes encuentra, en las propias formas del pensar,
que la inducción supone a la deducción y gracias a ella

38
se fecunda. Análogamente, descubre que la deducción se
funda en la inducción y la requiere a cada paso. Y esta
relación recíproca entre el fundamento y la consecuencia,
la encuentra en todas las cosas y, entonces, la establece
como ley general del pensamiento. "Porque las razones
se entrelazan de tal modo", dice, "que, si las últimas
son demostradas por las primeras que son sus causas,
estas primeras lo son recíprocamente por las últimas, que
son sus efectos. Y no se imagine nadie que así se come­
te la falacia que los lógicos llaman círculo vicioso; por­
que lo que es cierto es aquello que la experiencia nos
muestra, de manera que las causas de que se deduce sir­
ven más para explicarlo que para probarlo; así, son las
causas las que se prueban por sus efectos, y no al con­
trario".
En su reconocimiento de la interacción de todo lo
existente, Descartes se da perfecta cuenta de la determi­
nación que el mundo exterior ejerce sobre la concien­
cia. Así, expresa cómo "aspiraba siempre. . . a cambiar
(sus) deseos y no a que el orden del mundo se cambiara
para cumplirlos". Y, del mismo modo, condiciona su vo­
luntad a las posibilidades reales que el propio mundo le
presenta. "Si nuestra voluntad", dice, "no desea sino las
cosas que nuestro entendimiento nos presenta como posi­
bles de alguna manera, ciertamente que consideraremos
todos los bienes exteriores a nosotros como igualmente
alejados de nuestro poder, no sintiendo la carencia de
ninguno, como no res�ntimos el no poseer los reinos
de China o de México".
Sin embargo, es preciso señalar también las contra­
dicciones internas que, en este aspecto, presenta el pen­
_
samiento cartesiano. Por una parte, encontramos la
oposición tenaz entre su base materialista y sus espe­
culaciones metafísicas, aun cuando siempre predomine la

39
primera. Por otro lado, el conflicto de la dialéctica
espontánea -que se manifiesta profundamente en su sen­
tido del movimiento y en el rotundo · dominio de éste so­
bre la inmovilidad- que choca con la estrechez de su con­
cepción puramente mecánica del movimiento. Por eso es
que los poderosos impulsos dialécticos de su ciencia, se
tropiezan constantemente con el obstáculo de sus abstrac­
ciones metafísicas.

EL ESPACIO MATERIAL

En la física cartesiana, la materia es la sustancia úni­


ca y ella sola constituye por sí misma la razón de la exis­
tencia y del conocimiento. La materia llena por completo
el espacio, e igualmente el espacio es materia en su to­
talidad. Los cuerpos son concentraciones de materia, y
los intersticios entre cuerpo y cuerpo están ocupados por
materia también, aunque más tenue. En rigor, espacio
y materia se confunden y constituyen al universo como
un continuo físico homogéneo que se extiende indefinida
e inconmensurablemente. La materia se define, entonces,
por una sola de sus propiedades : la extensión. Todo lo
que es material es extenso y, recíprocamente, todo lo que
es extenso es material. Los atributos de la sustancia son,
a la vez, las propiedades del espacio. Con esa identifi­
cación, la geometría se ha�e física general y la física se
convierte en la geometría de lo particular.
Esa noción del espacio sirve de base a Descartes para
llevar al cabo dos reformas conexas en la investigación.
Reduciendo los problemas geométricos a operaciones �1-
gebraicas, generaliza la matemática y la prepara para
efectuar, entonces, la extensión del método matemático
a la universalidad de los problemas cosmológicos. Así, en

40
física no selecciona de los fenómenos sensibles ·sino
!las determinaciones que son mensurables valiéndose
_e la extensión. En la geometría, por lo contrario, hace
abstracción de las formas para escoger solamtnte la cuan­
tificación de las relaciones entre las figuras, por medio
de ecuaciones. Hasta ese punto es que el peP-samiento de
Descartes gira alrededor de la dimensión espacial. Pero
esta dimensión espacial es siempre un objeto que la in­
teligencia se representa como siéndole exterior. De tal
modo que el propósito ca1tesiano de extender la geome­
tría al universo, teniendo como elemento básico la di­
mensión espacial, no puede entenderse como una inten­
ción especulativa, sino que, en realidad, constituye el
reconocimiento de la imposición y de la primacía del mun­
do externo sobre el pensamiento.
Ahora bien, "el espacio o lugar interno y la sustan­
cia corpórea en él contenida no son diferentes, sin embar­
go, más que en el modo en que son concebidos por nos­
otros. Porque, en realidad, la misma extensión en

longitud, anchura y profundidad, que constituyen al es­


pacio, también constituyen al cuerpo. . . ". La diferencia
entre la extensión de los cuerpos individuales y la del ts­
pacio en general, no es otra que la distinción que se
hace entre lo particular y lo general. Pot lo tanto, el
vacío no existe sino como una apariencia, o mejor, como
una expresión. Un recipiente que no contiene agua, está
vacío de ella, pero lleno de una u otra sustancia ma­
terial; del mismo modo que un barco descargado, o vacío
de carga, contiene siempre · algún medio material. Es�a
materia sutil que compone al espacio en su extensión ili­
mitada' es capaz de arrastrar a los astros en sus torbe-
'

llinos y de transmitir la luz, la fuerza, el magnetismo y,


,
en general, todo el movimiento. "Su historia", dice Eins­
tein refiriéndose a esta concepción cartesiana, "lejos de

41
haber terminado, se ha continuado en la teoría de la re­
latividad." Y, en la actualidad, se expresa en el campo
material de fuerzas -medio activo de movimientos ince­
santes- que !a física ha descubierto como continente
y contenido de la energía, de la masa, de la cantidad de
movimiento y de las otras propiedades fundamentales
de la materia.
De ese modo, la concepción cartesiana del espacio es
materialista, y su idea de la conexión inseparable entre
el espacio y la materia resulta sumamente fructuosa. Sin
tmbargo, el propio Descartes lleva demasiado lejos esta
noción de la unidad estrecha entre !a materia y el espa­
cio, suponiéndo metafísicamente su absoluta identidad.
Porque, así, considera a la materia exclusivamente por
una sola de sus formas de existencia que, si bien es fun­
damental, no por eso es única. La reducción unilateral
de la materia a una sola de sus propiedades -la exten­
sión espacial- es una operación típicamente metafísica.
Descartes abstrae de esa manera, entre las infinitas ma­
nifestaciones que la materia pone al descubierto, sólo una
de ellas y en exclusividad, confundiendo el todo con la
parte. Por otro lado, también encontramos en ta con­
cepción cartesiana del espacio otro aspecto metafísico, en
la consideración de la divisibilidad infinita y homogénea
de la materia, en sentido puramente cuantitativo. Ya que,
en realidad, la división cuantitativa reiterada acaba siem­
pre por producir transformaciones cualitativas en la ma­
teria. Por lo demás, esta falla dialéctica en el pensamiento
de Descartes, se liga con su concepción limitada del mo­
vimiento, ya que lo consideraba exclusivamente mecá­
nico en todas sus formas y manifestaciones.

42
LA UNIVERSALIDAD DEL MOVI M IENTO

La más acusada característica de la física cartesiana


se encuentra en su consideración sistemática del movi­
miento, en el sentido de su translación espacial y, por lo
tanto, material. Para Descartes, la objetividad de los fe­
nómenos radica en la manifestación de su movimiento, y
es · acerca de éste que se pueden determinar explicaciones
acertadas de los propios fenómenos. Por el movimiento
es que la extensión continua del espacio material se es­
cinde en fragmentos, puesto que son los cuerpos los que
se transportan. Y, como todo desplazamiento produce ne­
cesariamente otros desplazamientos -ya que el vacío no
existe, ni siquiera es posible-, resulta que el movimiento
es continuo. Este movimiento universal es el "que hace
que los cuerpos pasen de un lugar a otro y que ocupen
sucesivamente todos los espacios existentes entre ellos".
"Los geómetras mismos", agrega Descartes, . . . ( expli­
can) la línea por el movimiento de un punto, y la super­
ficie por el movimiento de una línea". Y, en consecuencia,
solamente las nociones de las figuras, de las magnitudes
y de los movimientos, constituyen las ideas claras y dis­
tintas que, en relación con las cosas materiales, pueden
estar en nuestro entendimiento.
"La ciencia del universo", afirma Descartes, "debe­
rá, entonces, tratarse únicamente en términos de exten­
sión y de movimiento, siguiendo los p rincipios de la geo­
metría y la mecánica; ya que los principios mecánicos
son homogéneos con los geométricos, puesto que la idea
de movimiento no contiene ningún elemento que no esté
implicado en la noción del espacio". Si la materia queda
def i.üda, en el pensamiento cartesiano, como aquello que
es extenso en longitud, anchura y profundidad, resulta
que el movimiento es también una magnitud cuya dimen-

43
s1on es susceptible de medida. A la cuantificación del
volumen se debe agregar la IT-edida del movimiento, para
tener los elementos que constituyen las ecuaciones fun­
damentales de la mecánica. Porque, considerando la varia­
ción de la posición y de la velocidad, es posible explicar
todo "lo que nosotros podemos percibir por inter­
medio de los sentidos". Y, con esto, tenemos "que no
hay nada en todo el mundo, en tanto que es visible o sen­
sible, más que las cosas que (así) se explican". Y, al
propio tiempo, concluye, "que no hay _ fenómeno alguno
en la naturaleza cuya explicación no pueda darse".
Por lo tanto, "todas las diversidades que se tienen
en la materia, dependen del movimiento de sus partes",
y, recíprocamente, "el movimiento, en su significación
propia, solamente puede atribuirse a los cuerpos que se
mueven". Esto es, que el movimiento es enteramente ma­
terial. Y, siendo el movimiento la característica esencial
del universo existente, también las leyes de la naturaleza
tienen su fundamento en el movimiento. "Cada cosa per­
manece en el estado en que se encuentra", expone Des­
cartes, "en tanto que no es perturbada por algo que la
cambie"; y "todos los cuerpos que se mueven tienden
a conservar su movimiento en linea recta" ; acusando así el
carácter dinámico de la inercia y considerando que, tan­
to el reposo como el movimiento, son el resultado de la
acción de fuerzas contrarias. También afirma, de modo
claro y penetrante, la relatividad del movimiento, al es­
tudiar el problema de la composición de los diversos mo­
vimientos de que participa un mismo cuerpo. Finalmente,
descubre que la cantidad de movimiento se conserva, pri­
mero observándolo en casos especiales, como en el choque
de dos cuerpos, hasta llegar a establecer después la ley de
la conservación de la cantidad de movimiento en el uni­
verso.

44
e_ TIDAD DEL UNIVERSO Y UNIDAD DE LA
CIENCIA

El pensamiento cartesiano se encuentra penetrado con


la noción de la unidad de la ciencia. En este sentido, lle­
ga -a establecer los principios fundamentales de la ciencia
moderna : unidad de la teoría y de la práctica; raciona­
lismo y objetividad en las investigaciones; carácter so­
cial del trabajo científico. La física experimental a la
que tanto contribuye, significa la ruptura brusca y defi­
nitiva, tanto con la física idealista de los escolásticos, co­
mo con la física empírica de los artesanos. La unidad
del método, la identidad entre lo objetivo y el objeto, lo
mismo que el apoyo constante e imprescindible que los
desarrollos teóricos tienen en los resultados de la expe­
riencia, hacen de la ciencia una explicación racional y ob­
jetiva del universo. La organización del trabajo científico,
el reconocimiento del valor social de la investigación, la
procuración de la ayuda financiera y de la protección del
Estado, la preocupación por la enseñanza y la difusión
de la ciencia, la creación de Academias para la comu­
nicación, la organización del intercambio internacional, la
consideración de la razón como patrimonio común de
la humanidad, y la afirmación del carácter progresista
que tiene el avance del conocimiento, demuestran con
claridad las cualidades que Descartes reconoce en la cien­
cia, considerándola como una obra social, histórica y de­
mocrática.
En todos sus trabajos, Descartes muestra su pra­
fundo convencimiento acerca del orden de la naturaleza,
de la coherencia necesaria ·entre todos los fenómenos, de
la existencia objetiva de las leyes generales que los go­
biernan y, sobre todo, de la unidad del universo. En esta
unidad material de todo lo existente, es en la que basa

45
a la unidad de la ciencia. El orden de la naturaleza se
reproduce, de cierta manera, en la racionalización de
los resultados experimentales. La coherencia y la acción
recíproca entre los procesos del universo, se reflejan en
la unidad del método científico y en la mutua fecunda­
ción entre las diversas disciplinas. Así es como la física
avanza con la geometría, la geometría con el álgebra, el
álgebra con la lógica, la medicina con la fisiología, la fi­
siología con la física, y recíprocamente. Por último, la
unidad del universo se comprueba también en el hecho in­
dudable de que las leyes de la naturaleza se expresan en
las formas lógicas del pensar científico.
Descartes tiene la audacia de publicar el Discurso del
Método en la lengua popular, pronunciándose contra el
formalismo, rechazando la falsa ciencia y luchando contra
el dogmatismo .;y la sujeción al principio <le autoridad.
"Escribo en francés, que es la lengua de m i país, y no
en latín, que es la de mis preceptores", dice, "debido a
que espero que aquellos que no se sirvan sino de su razón
natural, juzgarán mejor de mis opiniones que los que sólo
creen en los libros antiguos; y porque aquellos que aú­
nen el buen sentido con el estudio, que son los que deseo
por jueces, no serán tan parciales al latín, estoy cierto,
que se rehúsen a entender mis razones porque las haya
explicado en lengua vulgar". Al propio tiempo, hace ver
cómo el trabajo científico no consiste en la mera acumu­
lación exhaustiva de los conocimientos anteriores -lo
cual es, por lo demás, imposible-, sino en el estudio pe­
netrante de los hechos y de las conexiones que los ligan.
"No se crea", dice, "que intenté aprender todas las ciencias
particulares, que se llaman comúnmente matemáticas : sino
que, al ver que por diferentes que sean sus objetos, coin­
ciden, sin embargo, en que todas ellas no consideran otra
cosa que las diversas relaciones o proporciones que se

46
descubren. pensé que era mejor examinar solamente estas
proporciones en general, a fin de poderlas aplicar a to­
das las otras cosas susceptibles de ello".

EL METODO CARTESIANO

Ya el solo planteamiento de la necesidad de un mé­


todo para la investigación, constituye un gran mérito para
Descartes. Pero éste se agiganta, cuando podemos ob­
servar que el método que propone se funda en la natu­
raleza misma. de las cosas. Entonces, la facilidad y la
simplicidad de las soluciones, lo mismo que la claridad
y la distinción de los conocimientos, se ponen de mani­
fiesto como consecuencias de la penetración experimental
en la naturaleza y de la reflexión racional acerca de sus
resultados. Las consideraciones metódicas, producidas co­
mo consecuencia de sus investigaciones anteriores, desarro­
llan las reglas según las cuales la razón amplía los datos
del experimento ; pero requieren siempre, después, de la
confrontación en la experiencia, para confirmarse en ella
y constituir, entonces, la lógica del descubrimiento. En todo
caso, la aplicación de los principios lógicos a los proce­
sos materiales del universo, no es automática ni arbitraria,
sino que depende de las propiedades específicas que los
procesos mismos manifiestan. Así, la función del método
estriba en ordenar la experiencia, bajo las relaciones y
regularidades más simples y más generales que correspon­
dan a las conexiones objetivamente encontradas. Y eso,
sin olvidar nunca que "las experiencias son tanto más
necesarias cuanto más se ha avanzado en el conocimiento"�
"Por medio de mi Dióptrica y de mis Meteoros'', di­
ce Descartes, "he procurado convencer de que mi método
es mejor que el método corriente; ahora, por medio <le

47
mi Geometría, afirmo que lo he demostrado". De esa
manera, destruye la falsa opinión de que la exposición
del método, que hace en el Discurso, anteceda realmente
a su aplicación de los tratados que cita, dejando en claro
que sus reglas metódicas son el resultado lógico a pos­
teriori de sus investigaciones, y que nunca llega a pensar
que su eficacia pudiera desprenderse simplemente de la
exposición que de ellas hace en el Discurso. Las condu­
siones que extrae como consecuencia de sus trabajos cien­
tíficos, las expresa en forma de reglas. "La primera . . .
es no recibir j amás como verdaderas aquellas cosas que
no las reconozca evidentemente como tales, evitando cui­
dadosamente la precipitación y los prejuicios, y no agre­
gando a mis juicios sino aquello que se me presente tan
clara y distintamente a mi espíritu, que nunca me pueda
caber duda alguna." "La segunda, dividir cada una de
las dificultades con que se tropiece la investigación, en
tantas partes como sea nece5ario para resolverlas." "La
tercera, conducir ordenadamente los pensamientos, empe­
zando por los objetos más simples y más fáciles de co­
nocer, para elevarse gradualmente hasta el conocimiento
de los más complejos y suponiendo un orden en aquellos
que se antecedan naturalmente entre sí." "Cuarta y últi­
ma, hacer enumeraciones tan completas y generales, que
se tenga la certeza de no haber omitido nada."
El método cartesiano es el primer intento de un méto­
do dialéctico para la ciencia JJlOderna. Su propósito es la
investigación, la conquista del conocimiento y la lucha por
la verdad. Sus caracteres principales son el dinamismo
y la combatividad. Las nociones "claras y distintas" re­
suelven la exigencia de un punto de partida sólido y fir­
me. La duda de la existencia es solamente una duda me­
tódica, y no real, que se convierte, al afirmarse, en la
mejor prueba demostrativ� de la existencia misma. Lo

48
.-

cual hace que las constantes reflexiones que se resisten


a la prueba de la duda metódica, se delimiten y afirmen
por una operación previa de negación. En fin, el método
comprende, además, una actividad fundamental de aná­
lisis fecundo y penetrante, que no solamente determina
las clases de hechos, sino que, al propio tiempo, encuen­
tra las conexiones mutuas que éstos exhiben en la obje­
tividad de su existencia.

EL ALMA INUTIL Y LOS REFLEJOS


NERVIOSOS

Descartes considera al pensamiento como el atributo


fundamental del alma, en analogía con la extensión co­

mo principal propiedad de la materia. Pero, luego, con­


fiesa el no haber expuesto con suficiente amplitud de
dónde o cómo sabe que el alma sea una sustancia radi­
calmente distinta del cuerpo y que su naturaleza consista
únicamente en el pensamiento. Después insiste más bien
en la unión de alma y cuerpo en su oposición, que no en
su separación distinta. Más adelante, afirma que el pro­
greso de la medicina habría sido mayor, "si se hubiera
tratado de conocer la naturaleza de nuestro cuerpo y no
se hubieran atribuido al alma las funciones que sólo de­
penden de él y de la disposición de sus órganos". Toda­
vía más, dice que "el alma depende de tal modo de la
disposición de los órganos del cuerpo que, si es posible
encontrar algún modo de que los hombres sean buenos
·
e inteligentes, creo que ese medio hay que buscarlo en la
medicina". Encuentra, más tarde, que "el alma no siente,
sino en tanto que se encuentra en el cerebro", y que "el
cuerpo no muere porque lo abandone el alma, sino que
el alma abandona al cuerpo porque éste se hace m-

49
56.-4
servible". Al fin, termina por abandonar aun esa expli­
cación de la interacción entre alma y cuerpo, al descu­
brir que el alma es inútil, porque "no puede excitar nin­
gún movimiento en el cuerpo, salvo cuando todos los
órganos corporales requeridos para la ejecución de ese mo­
vimiento, están en perfectas condiciones para realizarlo;
mientras que, por el contrario, cuando el cuerpo tiene to­
dos sus órganos dispuestos a ej ecutar un movimiento, no
necesita del alma para producirlo".
Así, en la cuestión del alma, cuando Descartes parece
encontrarse en la más viva oposición con el materialis­
mo es, justamente, cuando descubre el fundamento de la
explicación material de los fenómenos naturales más com­
plejos, como son las funciones nerviosas. En este pro­
blema, el pensamiento cartesiano no reconoce diferencia
alguna, esencial, entre la· naturaleza orgánica y la inorgá­
nica. Por-que considera que los cuerpos sensibles se en­
cuentran compuestos de partes insensibles. Es un meca­
nismo de presión y de impulsión, que Descartes detalla
con gran sagacidad en todos sus grados, el que forma una
cadena no interrumpida de efectos producidos por los ob­
jetos exteriores en el cerebro, mediante los sentidos ; y,
recíprocamente, también se produce, en respuesta, una
sucesión de efectos en el medio exterior, cuyo impulso
parte del cerebro y se propaga y ej ecuta mediante los
nervios y las fibras musculares. Esta acción refleja ex­
plica los apetitos y las pasiones, el pensamiento y la ima­
ginación, y aun la retención o huella de los pensamientos
en la memoria. "Sabemos por propia experiencia", con­
firma Descartes, "que todo lo que sentimos procede de
algo distinto a nuestro pensamiento. . . (y que) un sen­
timiento . . . sólo depende del obj eto que lo causa . . . ". Y,
como es fácil comprobar, "los pensamientos que desde el
comienzo de nuestra vida acompañaron a ciertos moví-

50
mientos del cuerpo, los acompañan también más tarde;
de modo que, si los mismos movimientos son excitados
nuevamente por alguna causa exterior, excitan . . . los mis­
mos pensamientos y, también, los mismos pensamientos
producen los mismos movimientos".
De ese modo, concluye Descartes, "sólo el movimien­
to, la figura o situación y la magnitud de las partes de
los cuerpos, son capaces de excitar en nosotros algún sen­
timiento". Los movimientos de la materia son suficientes
para explicar nuestras sensaciones y, además, por ellas
llegan a producirse otros movimientos en la materia. Este
descubrimiento de la actividad refleja de la médula es­
pinal, sirve a Descartes como fundamento de su concep­
ción mecánica de la totalidad de las conexiones existen­
tes en el universo. Pero lo que es más importante, sin
embargo, es que con su descubrimiento establece fa base
objetiva y real que sirve de apoyo al estudio entero de
la fisiología del sistema nervioso y del organismo en ge­
neral y, también, de la psicología científica. Por lo tanto,
cuando Pavlov comprueba que el cerebro produce, aná­
logamente, una respuesta determinada a cada excitación
sensible, estableciendo así que las funciones nerviosas
superiores son también actos reflejos, se cierra el capí­
tulo fundamental de la fisiología que, como acabamos de
expresar, fue iniciado por Descartes.

DETERMI N I SMO MECANICI STA Y METAFISI­


CA SUPERFLUA

En rigor, Descartes es· el primero que estudia a la


naturaleza desde el punto de vista de la mecánica. En
toda su teoría del mundo material, su pensamiento es
estrictamente determinista, atribuyendo a la mecánica la

51
pnm.::rp¡ll importancia, la filosofía cartesiana de la natu­
raleza no es otra cosa que una mecánica universal : único
medio que considera suficiente para lograr una explifa­
ción objetiva de la naturaleza. Pero, esta ampliación de la
mecánica hasta convertirla en explicación universal de
todo lo existente, depende fundamentalmente de la expe­
riencia. La misma mecánica le sirve a Descartes para
encontrar explicaciones mejores y más profundas de otros
fenómenos, tales como las actividades psíquicas, el color,
el sonido y las sustancias orgánicas. Cuando considera a
las plantas y los animales como simples máquinas a las
cuales falta pensamiento y conciencia, llega incluso a apro­
ximarse a la noción de la evolución histórica de los or­
ganismos, aun cuando nunca formula nada explícito a
este respecto.
La obra que Descartes realiza en el estudio mecánico
de la naturaleza, reflej a también, de manera notable, las
condiciones económicas de la sociedad de su tiempo. El
desarrollo de la manufactura depende, entonces, del au­
mento de la producción y de la multiplicación de los me­
canismos. Lo cual exige el estudio del trabajo mecánico,
el descubrimiento de su conservación y el establecimiento
de una mecánica racional. A tales necesidades vienen a
responder la ciencia y la filosofía cartesianas. Ellas mis­
mas lo llevan a reconocer que, "ent:e las máquinas que
construyen los artesanos y los diversos cuerpos que la
naturaleza compone por sí sola", no existe diferencia al­
guna. Y, más aún, que "todas las cosas artificiales son,
por ello, naturales". De esa manera, sin separar nunca
la especulación de la actividad, el espíritu de la materia, la
ciencia de la técnica, es como se vislumbra por primera
vez la noción dialéctica de la realidad social de la na­
turaleza.
Tenemos que destacar, sin embargo, un carácter pecu-

52
liar de la reflexión cartesiana. En ella se hace depen..: c­
la realidad de las cosas materiales, tanto de las relacio­
nes que llevamos apuntadas, como también, y en último
término, de la existencia divina. No obstante, examinan­
do esta tesis final que Descartes recalca, cabe preguntar,
con la más fundada sospecha, si esta teoría metafísica no
representa en el pensamiento cartesiano, algo más que
un simple expediente para no chocar por completo con
la doctrina religiosa. Y, más todavía, si no es algo menos
que un subterfugio obligado para lograr que sus descu­
brimientos tuvieran un alcance y una difusión mayores.
En todo caso, la divinidad cartesiana es una especie de
monarca constitucional, sometido a la legalidad de la na­
turaleza. Además, con la inversión que practica en el
pensamiento consagrado, se advierte clara y distintamente
que lo que Descartes pretende es fundar la metafísica en
la física. Como consecuencia, mientras la metafísica
necesita ineludiblemente de la física, ésta, en cambio, se
libera definitivamente de la metafísica y prescinde de
ella. De aquí que la metafísica resulte superflua. Por
lo tanto, podemos afirmar que la oposición radical que
se manifiesta en el curso entero del pensamiento carte­
siano, entre la física y la metafísica, se resuelve decidi­
damente a favor de la física. Finalmente, es indudable
que la poderosa influencia ejercida por Descartes hasta
nuestros días, en todo lo qu� tiene de positivo para el
progreso y el mejoramiento de la humanidad, y de su
pensamiento, se funda en la superioridad incontrastable
de su física.

53
111

Orlsferas y aslntotas
Hace más de 140 años que la consideración de las oris­
feras y las asíntotas permitió al genio matemático del
ruso Nicolai Ivanovich Lobachevski establecer la geo­
metría no-euclidiana. La orisf era es la superficie límite
a la cual tiende la esfera cuando su radio se hace infi­
nito; y las asíntotas son las rectas paralelas que, en vez
de ser equidistantes, se acercan continuamente sin llegar
� encontrarse. La construcción teórica fundamental rea­

lizada por Lobachevski no sólo sirvió para formular una


geometría más general que la ordinaria, sino que produjo
una profunda transfom1ación de la matemática entera y,
después, desbordó los dominios de las ciencias exactas
y acabó por desatar una de las revoluciones de mayor
alcance en el pensamiento científico y filosófico. Por ello,
es importante destacar los resultados principales logrados
por Lobachevski y señalar las magnas consecuencias que
han provocado.
Lobachevski nació el primero de diciembre de 1792
en la ciudad de Nijni-Novgorod, ubicada en la confluen­
cia del Oka y el Volga y celebérrima por su fería anual.
Realizó sus estudios medios y superiores en la ciudad de
Kazán, actualmente capital de la República Soviéti:ca
Tártara. Efi 1814, a poco de recibir su grado de m1.estro
en ciencias en la Universidad de Kazán, obtuvo por opo­
sición e1 nombramiento de profesor en la Facultad de Fí­
sica y Matemáticas de la misma, ligando así el resto de

57
su vida con la historia de esa universidad. En ella fue,
además de catedrático eminente, decano de la Facultad de
Física y Matemáticas, presidente del Comité de Construc­
ciones, director de la Biblioteca Científica, director del
Observatorio Astronómico y, finalmente, rector por más
de 20 años. Los profeso res de la Universidad de Kazán
conocieron el desarrollo original de la nueva geometría,
contenido en la Exposición compendiada de los principios
de la geometría, con una demostración rigurosa del pos­
tulado de las paralelas, cuando Lobachevski la presentó
en la memorable reunión del 23 de febrero de 1826. Los
últimos diez años de su vida, liberado ya de las tareas
magisteriales y administrativas, los empleó Lobachevski
en preparar la redacción final de sus obras geométricas
completas, que aparecieron simultáneamente en ruso y en
francés, en 1886. Su muerte ocurrió en Kazán, el 24 de
febrero de 1856.
La pangeometría, nombre dado por Lobachevski a su
teoría geométrica no-euclidiana, en lugar de empezar
con el plano y la recta de la geometría ordinaria, parte
de la esfera y el círculo, cuyas definiciones son dinámicas.
De esa manera, el plano resulta definido como "el lugar
geométrico de las intersecciones de las parejas de esfe­
ras iguales descritas tomando como centros, respectiva­
mente, a dos puntos fijos". A su vez, la línea recta ec;
definida como "el lugar geométrico de las intersecciones
de las parejas de círculos iguales, situados en el mismo
plano y trazados tomando como centros a dos puntos fi­
jos, respectivamente, de dicho plano". Con base en esas
definiciones, Lobachevski pudo explicar y demostrar toda
la teoría de los planos y las rectas, de manera mucho más
simple y breve que la acostumbrada.
Pues bien, tomando una línea recta y un punto en el
mismo plano, Lobachevski definió como paralela a dicha

58
recta por ese punto, a la línea límite entre las rectas
que cortan a la línea dada y las que no la cortan ---de
todo el haz de rectas trazado por el punto en cuestión­
cuando se prolongan hacia un mismo lado de la perpen­
dicular bajada desde el punto a la recta. Así, a cada lado
de esta perpendicular existe una paralela a la recta con­
siderada. Por consiguiente, el postulado de Euclides queda
sustituido por este otro: Por un punto dado pasan dos
rectas paralelas a otra recta dada. Como se puede adver­
tir, las paralelas lobachevskianas no se cortan entre sí
y están contenidas en el mismo plano, tal corno ocurre con
las paralelas euclidianas. Pero, en cambio, las paralelas
de Lobachevski no se mantienen equidistantes, sino que,
por el contrario, su distancia va decreciendo hacia un la·
do de manera asintótica, o sea, que cada vez se aproxi·
man más pero sin tocarse jamás, como sucede con la
imagen en perspectiva de una larga avenida. En realidad,
la paralela euclidiana única viene a ser, simplemente, el
caso particular en que las dos paralelas no-euclidianas
coinciden y se confunden en una sola.
Por otra parte, Lobachevski pudo demostrar un gran
número de teoremas geométricos, prescindiendo de la con­
sideración del paralelismo euclidiano. Además, demostró
que la suma de los tres ángulos de un triángulo rectilí­
neo nunca puede ser mayor que dos ángulos rectos y
que, por lo tanto, cuando más puede ser igual a dos
rectos o, también, menor que dos ángulos rectos. Luego,
introduciendo las nociones de oriciclo -circunferencia
límite a la cual tiende el círculo cuando su radio se hace
infinito- y de orisfera, Lobachevski consiguió demos­
trar que la geometría euclidiana está contenida en la pan­
geometría, como un caso ,Particular. En efecto, sobre la
orisfera resulta válida la geometría euclidiana y, al mis­
mo tiempo, se cumple la trigonometría plana ordinaria.

59
Ad� Lobachevski comprobó que la trigonometría es­
ferica se mantiene invariable, ya sea que se adopte el
:supuesto de que la suma de los tres ángulos de un trián­
gu o rectilíneo es siempre igual a dos ángulos rectos, co­
mo ocurre en la geometría euclidiana, o bien, que se con­
sidere a dicha suma como menor que dos ángulos rectos,
como sucede en la geometría no-euclidiana. Dicho de
otra manera, existen triángulos rectilíneos cuyos ángu­
los suman dos rectos, y triángulos curvilíneos cuyos án­
gulos suman menos que dos rectos. Entonces, si a los la­
dos de los primeros triángulos les damos el nombre de
:ectas, trabajamos con la geometría euclidiana; mientras
que, si denominamos rectas a los lados de los triángulos
curvilíneos, nos encontramos dentro de la geometría no­
euclidiana de Lobachevski.
Con los elementos anteriormente apuntados, Loba­
chevski logró desarrollar rigurosamente una teoría geo­
métrica nueva y de mayor generalidad, construida sobre
la negación del postulado euclídeo de las paralelas y con­
servando los otros 4 postulados y las 23 definiciones de
Euclides. De esa manera, puso de manifiesto que la sus­
titución de una proposición geométrica fundamental por
su opuesta, no conduce a contradicciones, sino a una geo­
metría cuya estructura lógica es tan correcta, consecuente
y susceptible de formulación analítica como lo es la geo­
metría euclidiana. En particular, las ecuaciones lobachevs­
kianas de la geometría no-euclidiana, constituyen Ja prueba
de la independencia lógica del postulado de las paralelas,
con respecto a los otros postulados. Por ende, también
prueban el carácter indemostrable de dicho postulado. En
este sentido, los trabajos matemáticos de Lobachevs­
ki representan el desenlace de la crisis, iniciada des­
de la Antigüedad y mantenida durante dos milenios, que
se había suscitado en torno a las rectas paralelas. Por su

60
parte, la geometría no-euclidiana provocó una nueva cri­
sis de gran envergadura en la ciencia y en la filosof fa.
Lobachevski no se limitó a desarrollar las consecuen­
cias de su nueva concepción de la geometría, demostrando
que de esas consecuencias no surgía contradicción al­
guna. También se planteó el problema de recurrir al cri­
terio de la experiencia para decidir en definitiva si el
espacio físico es euclidiano o es no-euclidiano. Concreta­
mente, propuso que se hiciera la medición precisa de los
ángulos de triángulos que tuvieran lados de dimensiones
enormes, para verificar si su suma era igual o menor
que dos ángulos rectos; ya que en la pangeometría se
tiene una dependencia recíproca entre las dimensiones de
los lados y las de los ángulos que forman en un trián­
gulo. Para ese efecto, señaló que podía hacerse la medi­
ción de las paralaj es de estrellas lejanas. Como es sabido,
la paralaj e es el ángulo formado en el centro de un
astro, entre el visual del observador y la línea que une
el centro de la Tierra con el astro. Una vez que se .hi ­
cieron esas mediciones con todo esmero. Lobachevski
reconoció honestamente que los resultados obtenidos lle­
vaban a la conclusión de que, en el nivel de los conoci­
mientos de su época, el espacio físico se mostraba como
euclidiano, con una aproximación superior a la precisión
de los instrumentos más perfectos de entonces.
Sin embargo, aun cuando las relaciones espaciales ob­
servadas entre los objetos del universo se manifestaban
conformes con las propiedades euclidianas, no quedaba
eliminada la posibilidad de que el espacio físico fuese no­
euclidiano, ya que tampoco se había encontrado alguna
contradición con los po�tulados no-euclidianos. Por lo
tanto, al menos teóricamente, quedó planteada la posi­
bilidad de efectuar después mediciones todavía más pre­
cisas sobre triángulos suficientemente grandes, para vol-

61
ver a someter a prueba el sistema no-euclidiano. Desde
luego, aquí se advierte claramente la concepción de Lo­
bachevski, caracterizando a la geometría como una ciencia
racional y tan objetiva como las ciencias naturales. Aho-
ra bien, como es sabido, ya en nuestro siglo se vino a
dilucidar, con la comprobación experimental de la teoría
de la relatividad, que el espaciQ físico en sus dimensiones
astronómicas tiene propiedades distintas a las que mues­
tra directamente en los objetos que están a nuestro al­
cance y que, entre ellas, se encuentran las propiedades
no-euclidianas. De esa manera, tal como la mecánica new­
toniana es el caso particular de la mecánica relativista \.
aplicada a la escala de las dimensiones humanas, así tam­
bién la geometría euclidiana es el caso particular de la
geometría no-euclidiana aplicada a esa misma escala.
Como se sabe, a través de la consideración de la geo­
metría euclidiana cerno un esquema inmutable, fue como
Kant postuló al espacio como una representación necesa­
ria. a priori, para servir como condición de posibilidad
de los fenómenos y constituir su fundamento ineludible.
Frente a esa concepción kantiana, los resultados de Loba­
chevski y sus continuadores mostraron de un modo irre­
futable que la geometría euclidiana no .es la única repre­
sentación del espacio, sino que, por lo contrario, son
posibles muchas geometrías. Además, el establecimiento
de la geometría no-euclidiana vino a poner de manifiesto
que los di ferentes sistemas geométricos reflejan, de cier-
-
ta manera, propiedades definidas del espacio real y de
las configuraciones espaciales entre los objetos. Por eso
mismo, también se puso en claro que lª concepción hu­
mana del espacio es la que depende de las cualidades
existentes en los obj etos, y no al revés como lo preten­
día Kant. Por otra parte, la pangeometría mostró igual­
mente que la validez de los teoremas geométricos es re-

62
lativa, ya que los propios teoremas varían con el avance
de los descubrimientos científicos, puesto que expresan
a posteriori los conocimientos conquistados por el hom­
bre. Con esta demolición de la filosofía kantiana sobre
el espacio, la inteligencia geométrica liberada decidida­
mente de la superstición del a priori, pudo recuperar el
vigor y la fecundjdad de su propio dinamismo. Luego,
esas ca�acterísticas se propagaron al resto de las mate­
máticas, a las otras disciplinas científicas y a la filoso­
fía. Esta renovación radical del espíritu científico ha he­
cho surgir serios problemas en el seno de la filosofía,
pero, al mismo tiempo, la ha enriquecido grandemente y
ha hecho que sus frutos se multipliquen.
La obra de Lobachevski, como todos los descubrimien­
tos científicos, fue el resultado de muchos esfuerzos te­
naces y tuvo antecesores, coetáneos y continuadores muy
notables. El más inmediato de sus predecesores, el ita­
liano Gerónimo Saccheri, fracasó en lo que constituyó
el máximo intento de demostrar que el sistema eucli­
diano era el único posible. Pero su brillante fracaso lle­
vó a la. geometría clásica a un callejón sin salida que
solamente podía ser superado con la negación de aquella.
Así lo advirtió con nitidez Lobachevski, cuando decía :
" . . .lo infructuoso de las tentativas hechas por espacio de
dos milenios, desde la época de Euclides, despertó en mí
la sospecha de que en los mismos datos no estuviese
contenida la verdad que se había querido demostrar, y
que para su confirmación pudieran servir, como en el
caso de otras leyes naturales, las experiencias, a ejempl!J
de las observaciones astronómicas". La madurez en que
se encontraban en esa época las investigaciones matemá­
ticas para llegar a-establecer la nueva geometría, lo revela
el hecho de que en 1829 -apenas tres años después
de la Memoria de Lobachevski- el matemático húngaro

63
János Bolyai haya terminado su opúsculo en el que dio
a conocer su construcción independiente d e una geome­
tría no-euclidiana, cuyas características son extraordina­
riamente semejantes a las de la teoría del matemático
ruso. Es más cuando el ilustre investigador alemán Carl
Gauss supo del trabajo de Bolyai, comunicó al padre de
éste que " . . .todo el contenido de la obra, el camino tra­
zado por tu hijo, los resultados a que Úegó, coinciden casi
enteramente con mis meditaciones, que han ocupado en
parte mi mente de treinta a treinta y cin co años a esta par­
_
te. . . así, es para mí una agradable sorpresa . . . y estoy,
sumamente contento de que sea precisamente el hijo de\
mi viejo amigo quien me haya precedido de un modo tan
notable".
Años más tarde, en su disertación de 1854, Ueber
die Hypothesen welche der Geometrie zu Grunde liegen,
el también matemático alemán Bernhard Riemann gene­
ralizó la geometría no-euclidiana y estableció su interpre­
tación concreta sobre una superficie de curvatura cons-
1.ante, que puede ser positiva o negativa. En dicha
interpretación, la geometría euclidiana representa el caso
particular en que esa curvatura es nula. Después, al ser
desarrollada en otro sentido, la geometría no-euclidiana
suscitó la idea de recusar, uno tras otro, cada uno de los
principios de la geometría clásica, a fin de iluminar Ja
estructura lógica del sistema y decidir sobre la dependen­
cia o la independencia de sus postulados. De aquí sur­
gió la axiomática, elaborada principalmente de acuerdo ­
con el programa trazado por David Hilbert en 1899, en
sus Grundlagen der Geometrie, que ha permitido acla­
rar y hacer más rigurosa la estructura sistemática de la
ciencia; independientemente de sus vanos y extraños in­
tentos de sustituir a la ciencia misma. Todavía en otro
sentido, la geometría no-euclidiana dio lugar a la elabo-

64
rac1on definida de las filosofías logísticas de la mate­
mática, que han traído consigo la hechura de amplias al­
teraciones en la lógica formal tradicional. En fin, como
geometría riemanniana, la geometría no-euclidiana del es­
pacio tuvo un papel sumamente importante en la formu­
lación de la teoría de la relatividad y, sin duda, com­
parte la verificación experimental lograda ulteriormente
para la física de Einstein.
Las ideas matemáticas de Lobachevski no se pueden
comprender correctamente si se elude su concepción del
mundo. Esa concepción se b�sa en su profunda convic­
ción de que las teorías científicas constituyen un reflejo
del conocimiento objetivo. Dentro de la geometría, su
posición principal consiste en reconocer una relación or­
gánica inseparable entre el espacio y las otras propie­
dades de la materia. El espacio no es siquiera compren­
sible sin la materia, aunque sea posible investigar su
forma considerándola relativamente aislada de sus otras
características. El cuerpo geométrico es el cuerpo físico
del cual se abstrae, por medio de la razón, un grupo de
sus propiedades de todas las demás. Ese grupo es el
de las propiedades espaciales. Todos los cuerpos geomé­
tricos forman en su conjunto un cuerpo geométrico úni­
co, al cual denominamos espacio. "Al unirse dos cuer­
pos", dice textualmente Lobachevski, "se forma con ellos
un cuerpo; por consiguiente, podemos imaginar que to­
dos los cuerpos juntos forman uno solo : el espacio". En­
tonces, de la misma manera en que el cuerpo geométrico
no existe por sí solo en la naturaleza, aparte o sin cuer­
po físico, tampoco existe el espacio por sí solo, sepa:.
rado, aparte o sin cuerpos . físicos. Por eso, las propie­
dades geométricas de los objetos existentes dependen de
sus propiedades físicas; y, entre las leyes que sirven
de fundamento a la geometría, se encuentran desde luego

65
56.-5
las leyes que estudia la física. De aquí que, como otro
notable descubrimiento anticipado de lo que iba a ser
puesto completamente en claro por la física de nuestro
siglo, Lobachevski haya establecido una dependencia mu­
tua entre las magnitudes angulares y las dimensiones li­
neales de los cuerpos. Por otra parte, como ya lo expusi­
mos antes, en la geometría de Lobachevski se encuentra
implicada la curvatura constante y negativa del espacio.
Pues bien, las investigaciones contemporáneas permiten
considerar que el espacio físico tiene_ efectivamente una
curvatura constante que no _es nula, pero no hacen posible
todavía que se pueda decidir si dicha curvatura es nega­
tiva o positiva. Cuando se logre establecer esa decisió�
si la curvatura es positiva, el universo resultará ser ce­
rrado y finito, conforme a la geometría de Riemann; mien­
tras que, si dicha curvatura es negativa, entonces el uni­
verso será abierto e infinito, de acuerdo con la geometría
de Lobachevski.
No obstante que con la geometría no-euclidiana vinie­
ron a culminar muchos siglos de preparación lenta y con­
tinua, cuando se llegó a formular, fueron muy pocos los
matemáticos que le prestaron atención en un principio.
Al parecer, hubo desconfianza e incredulidad acerca de
ella, sin faltar quienes pensaran que no era "verdadera"
o que jamás llegaría a tener algún valor científico. Esa
situación se mantuvo hasta 1868, cuando el italiano Eu­
genio Beltrami disipó las dudas sobre el carácter estricta­
mente matemático de la geometría no-euclidiana. Por lo
demás, no debemos extrañarnos mucho de tal acogida, ya,.
que la historia de la ciencia nos enseña que todo cambio
radical no derrumba de un golpe, ni menos con rapidez,
las convicciones y las preocupaciones sobre las cuales se
han edificado las doctrinas anteriores, sancionadas por la
tradición e interpretadas por el "sentido común" petri-

66
ficado. Más aún, no hay que olvidar que el descubrimien-
to de la pangeometría no hubiese sido posible sin separar
la teoría geométrica del espacio concebido metafísica­
mente. Por lo tanto, la geometría no-euclidiana surgió con
esa condición y como superación de esa condición. Su
formulación constituyó un salto cualitativo de enorme im�
portancia, con el cual culminó un prolongado período
evolutivo y se inauguró una nueva época de progresos
grandiosos en la ciencia. El significado más hondo e in­
trínseco de la geometría de Lobachevski es el de haber
cambiado las bases de la teoría del conocimiento cientí­
fico, a la vez que destruido los fundamentos mismos <le
la filosofía idealista construida con mayor rigor crítico,
como es la filosofía kantiana. De esa manera, se abrió un
camino nuevo y mejor para la ciencia y la filosofía. Ade­
más de rescatar a las matemáticas de las "manos muer­
tas" de la tradición y del kantismo, la geometría no-eucli­
diana coadyuvó eficazmente a producir la revolución cien­
tífica dentro de la cual vivimos todavía. Para encontrar
otra revolución del pensamiento que se pueda comparar
en importancia a la actual, es necesario que nos remon­
temos hasta Copérnico y, aun así, tal vez tendríamos que
guardar las proporciones en esa comparación. Como pun­
to final, debemos señalar que el derrumbe de la doctrina
de las verdades matemáticas absolutas y eternas, de in­
dudable y vetusta filiación platónica, que fue iniciado por
la obra de Lobachevski, representa el comienw de la hu­
manización de las matemáticas.
IV

Fi losofía de la evolución

Las ideas evolucionistas surgen en la historia al mis­
mo tiempo que la filosofía. Tanto en los fragmentos de
los primeros filósofos griegos como en los manuscritos
que se han conservado de sus contemporáneos chinos, se
encuentran expresadas claramente algunas nociones fun­
damentales acerca de la evolución de los organismos vivien­
tes y, lo que resulta todavía más importante, esas concep­
ciones estaban insertadas en su imagen general del universo
en transformación y cambio incesantes. Entre esas formu­
laciones podemos mencionar las de Anaximandro, acer­
ca de que las especies se conforman necesariamente a las
posibilidades de supervivencia y de que el hombre surgió
como resultado de la evolución de otras especies de ani­
males; la de J enófanes, reconociendo que los fósiles y
las improntas son restos y huellas, respectivamente, de ani­
males desaparecidos por los cambios que se han efec­
tuado en el medio ambiente; y las de Empédocles, de que
los organismos vivientes se formaron como consecuencia
de agrupamientos casuales, entre los cuales la superviven­
cia del individuo y de la especie está reservada a los ap­
tos. En estas expresiones tenemos una anticipación lumi­
nosa del concepto moderno de la evolución biológica, tan­
to por lo que se refiere al meollo de su significación como
por el intento de dar una ·explicación general acerca del
modo en que ocurre dicha evolución; aunque es obvio
que, desde un punto de vista rigurosamente científico, en

71
el caso de la anticipación griega se trata de una mera
conjetura. No obstante, es indudable que tales nociones
ej ercieron una influencia orientadora, a partir del momen­
to en que se inicia el desenvolvimiento de la ciencia mo­
derna. Por otra· parte, y esto es más importante aún,
los filósofos j ónicos y atomistas consideraron a la evo­
lución biológica como parte del proceso general de cambios
y transformaciones al que se encuentra sujeto el uni­
verso en todas sus partes y en cada momento, con lo
cual dieron también significación universal al concepto
de la evolución.
Sin embargo, tal como ha ocurrido en nuestro tiempo,
en la época griega se suscitó una polémica apasionada en
torno a la evolución, tal como se manifiesta de rna.­

nera más o menos clara en todos los escritos filosóficos,


hasta el fin del período del dominio romano y la cultura
helenista. Después, con la decadencia de la ciencia griega,
también declinó la lucha entre la noción de evolución y
la consideración opuesta de la inmutabilidad de las co­
sas. No obstante, el germen de la idea evolucionista se
mantuvo vivo -como ocurre con las esporas de cier-
tos vegetales en las condiciones más difíciles- por la
influencia que ej ercieron en el pensamiento medieval las
concepciones griegas. Bástenos recordar aquí, como ejem­
plo, el delicioso relato que nos o f rece Al fonso el Sabio
en su General Estoria, acerca del imaginario origen del
leopardo por el cruzamiento del león con la especie ya
desaparecida del "pardo" . • Con el Renacimiento volvió a
surgir con vigor el concepto de la evolución, aunque pri- -
mero de una manera más bien difusa. Pero pronto, a
medida que se fueron desarrollando las disciplinas cien­
tíficas modernas y se empezaron a generalizar las co­
nexiones descubiertas por medio del experimento, expre­
sándolas en forma de leyes de la naturaleza, también se

72
desenvolvió y fue adquiriendo cada vez mayor preci­
sión el concepto de la evolución, pero en un plano mucho
más elevado y profundo que entre los griegos y basado
firmemente en hechos comprobados. Sobre esas bases fue
que Buf fon estableció su hipótesis acerca del origen ca­
tastrófico de los planetas del sistema solar y respecto a
las modificaciones que sufren de tiempo en tiempo las
especies animales, que se encuentra formulada en su His­
toria Natural, publicada entre 1 749 y 1804. Igualmente,
solo que en un sentido mucho más general y con un sig­
nificado de mayor penetración, el concepto de la evolu­
ción fue .expuesto claramente por Kant en su Historia
General de la Naturaleza y Teoría de los Cielos de 1755,
,
obra que difiere radicalmente de su posterior formula­
ción filosófica de la mecánica newtoniana. En este
opúsculo de juventud, Kant establece su hipótesis cos­
rpogónica -méjor conocida por la formulación tan seme­
jante que hizo Laplace, cuarenta años después y en forma
independiente- en la cual se expresa por primera vez,
en forma explícita, la concepción moderna del universo
considerado como un conjunto infinito de procesos su­
j etos a transformaciones continuas y múltiples, con fun­
damento en la interpretación filosófica de los resultados
obtenidos por la investigación científica. Esta concepción
de los procesos en su desarrollo histórico, y gobernados
por leyes, tiene tal generalidad y tamaños alcances, que
es ciertamente uno de los rasgos característicos más acu­
sados de la ciencia contemporánea, en todos los campos
de la investigación.
En el dominio de la biología, las ideas de Buf fon f Úe­
ron examinadas de nuevo por Erasmo Darwin, quien con­
siguió poner de relieve los muchos cambios importantes
que se producen en "C'ada organismo durante su desarrollo
individual, tanto a consecuencia de su cultivo o su do-

73
mesticación, como por los cambios climáticos los cruza­
mientos y las mutilaciones artificiales. Estos hechos le
permitieron llegar a la conclusión de que las modifica­
ciones que �xperimentan las especies se deben a los cam­
bios provocados en los individuos por las influencias
externas. Por su parte, La.marck dio mayor riqueza al con­
tenido de esa hipótesis de la herencia de los caracteres
adquiridos, demostrando a la vez que los organismos vi­
vientes constituyen un todo único y como tal deben estu­
diarse, y acuñando incluso el término biología para de­
nominar este conocimiento unificado. Además, La.marck
introdujo un nuevo elemento que ha demostrado ten �
enorme importancia en la evolución : la consideración de
que el desenvolvimiento de las modificaciones en los or­
ganismos, no obstante que produce la impresión de ser un
proceso gradual y relativamente homogéneo -debido a la
lentitud con que transcurre en Jas condiciones naturales
y con referencia a la duración de la vida humana-, con­
siste realmente en una sucesión ininterrumpida de cam­
bios bruscos y, por lo tanto, heterogéneos y discontinuos,
de tal manera que dichas modificaciones son suscepti­
bles de convertirse en caracteres adquiridos y transmitir­
se así a los descendientes. Con esto, al señalar que tam­
bién la herencia se encuentra sometida a transformación,
la evolución , quedó incorporada al proceso biológico más
estable aparentemente, como es la herencia.
El desenvolvimiento del concepto de la evolución se re­
flejó igualmente en los otros campos científicos. En la
geología, se puso al descubierto que la Tierra sufre cons­
tantes cambios bajo la acción de las fuerzas naturales,
y que esa transformación de conjunto abarca la evolución
de su superficie y de los organismos que · viven en ella.
Particularmente, Lyell demostró la existencia de estratos
superpuestos, formados en distintas épocas sucesivas, en

74
los cuales se encuentran depositados los troncos, hojas y
otros vestigios d� vegetales extinguidos, al igual que los
esqueletos, caparazones e improntas de animales que ya
no existen. Este descubrimiento fue confirmado y amplia­
do por los notables estudios de Alejandro de Humboldt
acerca del origen de las rocas, la vulcanología y las es­
trechas asociaciones entre los restos de los organismos y
los depósitos geológicos. La evolución de la superficie te­
rrestre y de las condiciones de vida, fue uno de los facto­
res principales que condujeron .a Carlos Darwin -según
lo dice expresamente- a considerar la variación de las
especieSr biológicas por su adaptación al medio cambian­
te. Por otra parte, como resultado de una interpretación
general fundada en sus conocimientos científicos, Hegel
estableció en el campo de la filosofía su concepción del
mundo en incesante devenir, comprendiendo en esta evo­
lución dialéctica la transformación de la sociedad y con­
siderando especialmente al nuevo régimen económico, po­
lítico y social que la burguesía en ascenso trataba entonces
de cqnsolidar, como la superación del viejo y caduco ré­
gimen feudal. En fin, el extraordinario desarrollo que dio
a esas aportaciones el ímpetu verdaderamente revolucio­
nario de Darwín, j unto con la creciente acumulación de
conocimientos acerca de la conversión recíproca entre to­
das las formas de energía, lo mismo que el desenvolvi­
miento de la práctica química de transformar en el la­
boratorio las sustancias inorgánicas en orgánicas y de
otros muchos conocimientos que sería prolij o referir áquí,
condujeron a la integración científica de la concepción
dialéctica del universo en la cual se le considera como un
proceso eterno de devenir y de acciones recíprocas, tanto
en su conjunto como en sus partes componentes. Y, para­
lelamente a esta concepción de la naturaleza y en buena
parte con su ayuda, se estableció también, principalmente

75
por obra de Marx, la teoría científica del desarrollo y la
transformación de la sociedad, poniendo al descubierto
que el fundamento de la historia humana se encuentra en
el carácter de las relaciones de producción, y esclare­
ciendo las complejas leyes y condiciones que gobiernan la
evolución y el cambio revolucionario de sus instituciones
económicas, sociales, políticas y culturales: Por ello, si­
guiendo tal vez la destacada preferencia hegeliana por las
tríadas, podemos decir que el contenido filosófico que
tiene actualmente el concepto de evolución se funda es­
pecíficamente en las aportaciones hechas· por Hegel, Dar­
win y Marx.
Ahora bien, aunque el pensamiento científico sigue un
desarrollo peculiar y propio, no por eso deja de estar re­
lacionado íntimamente con todos los otros aspectos del des­
envolvimiento humano y, en particular, con el curso de
su historia social. En realidad, en el dominio de la ciencia
se reflejan impe"riosamente las necesidades de la actividad
social del hombre, imponiéndole decididamente la bús­
queda de soluciones de acuerdo con los medios que esa
misma actividad crea y desarrolla. De esa manera, los
acontecimientos de la vida política, económica y social
influyen definidamente sobre la orientación de las in­
vestigaciones científicas, aparte de que condicionan sus
¿osibilidades. Por su parte, los resultados obtenidos por
la ciencia, lo mismo que el contenido de sus teorías y las
formas que adoptan sus aplicaciones técnicas, tienen igual­
mente una influencia importante sobre los sucesos econó­
micos, políticos y sociales. Y esta influencia recíproca se
mantiene constantemente y se desarrolla de continuo, ha­
ciendo que ambos desenvolvimientos sean paralelos en
muchos respectos y, sobre todo, que exista una notable
coincidencia entre sus ascensos y sus descensos. Por ello,
cuando se hizo palpable el fracaso tenido por la Revolu-

76
ción Francesa en el anhelo que le había servido de sus­
tento ideológico, de instituir la edad de la razón, se aban­
donaron muchas de las rígidas convicciones que la habían
acompañado y empezó a ganar terreno nuevamente la con­
cepción del desarrollo evolutivo, tanto de la sociedad como
de la naturaleza. Pero en este resurgimiento de la con­
cepción evolucionista se destacó con vigor la considera­
ción de que el desarrollo gradual y más o menos uniforme
de los procesos, es simplemente una etapa necesaria pa­
ra su maduración y qne, cuando ésta se logra, se produce
una transformación radical de los procesos, que puede lle­
gar hasta el punto de cambiar por completo las condicio­
nes de su existencia y convertirlos en otros procesos.
En este sentido, las contribuciones hechas por Hegel.
Marx y Darwin representan conspicuamente el nuevo
planteamiento de la evolución, en el cual quedaron incor­
poradas intrínsecamente las transformaciones cualitativas
que se producen bruscamente al acumularse los cambios
cuantitativos graduales y continuos. De esa manera se en­
contró el camino racional y real para poder superar el
fracaso mencionado antes, a través de la actividad prác­
p
tica y científica basada en la conce ción dialéctica del uni­
verso. En este sentido, la evolución de los organismos vi­
vientes representa un aspecto de la transformación
incesante del universo, la cual se manifiesta t3.mbién en
la evolución social del hombre y en la dialéctica de su
pensamiento.
Durante las primeras décadas del siglo XIX se hicieron
varios avances fundamentales en el dominio de las ciencig,s
biológicas : se descubrió la unidad de la estructura celula_r
en todos los organismos vivos ; se pudieron formular al­
gunos de los principios de la embriología ; se inició la
elaboración rigurosamente científica de la fisiología; co­
menzó la investigación experimental en la química orgá-

77
nica, principalmente a partir del experimento decisivo en
que Whoeler logró sintetizar la urea; y se ampliaron enor­
memente los conocimientos acerca de la distribución geo­
lógica y geográfica de la flora y la fauna. Con esos avan-
ces se consiguió penetrar profundamente en los procesos
biológicos y se encontró así una multitud de hechos que
vinieron a extender y verificar las nociones sobre los
cambios y las transformaciones orgánicas, que cada vez
cobraban mayor vigor. Pero, se necesitó de la inmensa
acumulación de datos que realizó pacientemente Darwin
y de su extraordinario talento para llegar a establecer
sobre esa firme base sus conclusiones evolucionistas. Más
todavía, tuvo que emplear Darwin toda su perspicacia y
habilidad, junto con la reputación científica que tenía, pa-
ra asegurar que la teoría de la evolución orgánica fuera
tomada en cuenta como una cuestión fundamental. Como
es bien sabido, desde el mismo día de su publicación, el
24 de noviembre de 1859, el Origen de las Especies se
convirtió en el centro de una apasionada batalla entre el
progreso y la reacción, lo mismo en el terreno científico
que en el filosófico y en el político. Sin duda, las ideas
de Darwin radicalizaron en definitiva la ciencia entera,
y no sólo la biología, al hacer que se indagara hasta
el origen o la raíz misma de los procesos para poder
explicarlos. Por ello es que, entre todas las grandes con­
quistas logradas por las ciencias naturales en el siglo xrx,
únicamente la teoría de la evolución es la que desempeña
un papel comparable por su importancia y sus alcances
a la revolución científica desatada por Copérnico. Por­
que la evolución es uno de los elementos fundamentales _

de la conversión recíproca entre las cualidades y las can­


tidades, de la lucha y la interpenetración de los opuestos,
y de los cambios y transformaciones incesantes que ocu­
rren en el desarrollo de los procesos, cuyo estudio cons-

78
tituye el rasgo distintivo y medular de todas las inves­
tigaciones científicas en nuestro tiempo.
Desde el punto de vista del método lógico, el Origen
de las Especies es un magnífico ejemplo de exposición
bien fundada y convincente para dar a conocer los resul­
tados de una investigación esmerada y fructuosa, ofrecién­
dolos a la crítica de los otros científicos. Y, luego, sobre
esos sólidos cimientos construye con el mayor rigor y
objetividad su teoría científica de la evolución de los or­
ganismos, distinguiendo nítidamente lo que son genera­
lizacione» válidas de hechos comprobados, -de las conclu­
siones que tienen solamente el carácter de hipótesis, y
saliendo al paso con toda honestidad a las obj eciones ya
planteadas o que se pudieran suscitar. De esa manera,
Darwin consiguió hacer de la evolución una concepción
teórica aceptable científicamente, susceptible de ser so­
·
metida a verificación experimental y, lo que es más im­
portante, capaz de servir de base para hacer avanzar el
conocimiento. Para llegar a formular sus conclusiones,
analizó una enorme cantidad de datos con la mayor per­
severancia, habilidad y fruto, hasta lograr poner al des­
cubierto las numerosas relaciones -muchas de ellas desco­
nocidas hasta entonces, y otras ni siquiera sospechadas­
que existen entre los organismos y en su desarrollo, des­
pués organizó de manera sistemática y estricta dichas
interconexiones y, finalmente, estableció y demostró las
generalizacione s teóricas y las hipótesis fundamentales que
cambiaron radicalmente las concepciones biológicas y le
dieron a Darw:in fama merecida. Además, a lo largo qe
todo el texto del Origen de las Especies se muestra rei­
teradamente, con claridad y rigor, la síntesis dialéctica en­
tre la inducción y la deducción que Darwin utilizó
constantemente en sus reflexiones, incluyendo la contra­
dicción, la interpenetración de esos procedimientos metódi-

79
cos opuestos, su predominio relativo y transitorio .en de­
terminadas condiciones, y su mutua conversión cualitativa
y cuantitativa. Por otra parte, ninguno de los antecesores
científicos de Darwin había propuesto una hipótesis tan
simple y comprensiva como lo es la selección natural, para
tratar de explicar cómo ocurre la evolución biológica. De
manera sumamente breve y basándonos en los párrafos fi­
nales de su libro, podemos recordar esquemáticamente el
meollo de la teoría darwinista : los organismos vivientes,
que son tan diferentes entre unos y o.tras y que a la vez
muestran tantas semej anzas en sus aspectos primordia­
les, se encuentran ligados por una multitud de relaciones
complejas y activas de dependencia mutua, y tanto su des­
arrollo ininterrumpido como su origen mismo se encuen­
tran gobernados por leyes naturales. Estas leyes, consi­
deradas en su más amplio sentido, son : 1 ) la del creci­
miento individual y de la reproducción ; 2) la de la he­
rencia, que está implicada en la reproducción ; 3 ) la de
la variabilidad de los organismos, por la acción directa
e indirecta de las condiciones de su existencia, y por el
uso y el desuso de los órganos ; y, 4) la del c:recimiento
de cada especie y variedad en una proporción elevadísi­
ma, que conduce a la lucha por la vida y, consecuente­
mente, a la selección natur:il que impone la divergencia
de caracteres, la extinción de las formas menos adecuadas
y la aparición de otras formas nuevas. Por todo esto,
basta tener en cuenta la transformación fundamental que
experimentó la biología con las concepciones revoluciona­
rias de Darwin, para reconocer que la teoría de la evo­
lución es la generalización más importante que se ha
hecho en el campo de esta ciencia. Y, más todavía, que la
introducción de la concepción evolucionista constituye tam­
bién una de las generalizaciones de mayor importancia
que se han efectuado en todos los dominios cientí ficos.

80
Conviene recordar ahora que Newton se ocupó uni­
versalmente del estudio del movimiento, estableciendo la
síntesis superior de todas sus formas, tanto celestes corno
terrestres, descubriendo sus leyes generales, explicando
las variaciones que sufre cada forma de movimiento y
dando cuenta de las conversiones recíprocas entre todas
y cada una de dichas formas. Pero no se limitó al as­
pecto estrictamente cinemático de estos problemas, sino
que también indagó las causas del movimiento, de sus
variaciones y de los cambios entre sus diversas formas.
Todo esto lo formuló con el mayor rigor en sus conoci­
das leyes del movimiento y lo expresó cuantitativamente
por medio de ecuaciones matemáticas, constituyendo así
la base de la física moderna. De esa manera quedaron
explicados científicamente los cambios espacio-tempora­
les de los procesos existentes y, a la vez, las causas que
los producen y los modifican físicamente: aunque la con­
sideración de dichas causas se mantiene referida siempre,
dentro de la mecánica newtoniana, a sus efectos de movi­
miento, o sea, de variación espacial con respecto al tiem­
po. Como es sabido, la física newtoniana ha conducido
a la humanidad a una multitud de triunfos que han tenido
grandes consecuencias en todos los aspectos de la vida
social; y es todavía con fundamento en ella que se vienen
logrando las grandes victorias asombrosas del lanzamien­
to de satélites artificiales de la Tierra, de artefactos que
se convierten en nuevos planetas del sistema solar, de co­
hetes que hacen impacto en la Luna o en algún planeta
y de satélites que abarcan simultáneamente la Tierra y
la Luna y nos descubren su hemisferio oculto. Aho�a
bien, volviendo a las investigaciones de Darwin, las trans
formaciones evolutivas de los organismos vivientes repre­
sentaron la penetración cientí fica en un nivel mucho más
profundo de la existencia objetiva. Las transformaciones

56.-6 81
biológicas no sólo implican cambios espacio-temporales
o movimientos mecánicos, sino también cambios físicos
más complejos, reacciones químicas numerosas y compli­
cadas de los organismos, tanto en su interior como en su
medio ambiente, y procesos peculiares del nivel biológico
de la existencia. Por lo tanto, si la física newtoniana es­
tableció la conexión mutua entre los cambios que sufren
los procesos, la biología darwinista aportó muchos ele­
mentos para el estudio del desenvolvimiento y la modifi­
cación de los procesos, incluyendo su surgimiento y su
desaparición. El desarrollo de esta orientación científica,
que había tenido ya muchas manifestaciones explícitas en
el propio dominio de la física, aunado a los grandes des­
cubrimientos y a las importantes generalizaciones que se
fueron acumulando en el t ranscurso de la época moder­
na, llevó finalmente al establecimiento del principio de
la conservación y la transformación de la energía y la
masa. Esta ley fundamental se cumple en todos los cam­
pos de la física, incluyendo los de la teoría de la relati­
vidad y de la mecánica cuántica, y, por lo tanto, repre
senta la relación obj etiva que sirve de conexión unifi­
cadora entre todos los niveles de la física. Pues bien,
en el dominio de la biología, el principio de la evolución
cumple una función completamente análoga. Por una par­
te, la herencia representa la conservación, en tanto que la
adaptación hace las veces de la transformación. Mientras
que, por otro lado, la evolución conj uga dialécticamente
a dichas tendencias opuestas, tal como en la energía se
sintetizan la conservación y la transformación. Es más,
como sucede con la energía en la física, igualmente la
evolución constituye el principio que relaciona y unifica
a toda la biología.
Por otra parte, cuando Newton formuló los princi­
p10s matemáticos de la filosofía natural, estableció un

82
compromiso entre la ciencia y la religión -semejante a
los compromisos contraídos en esa misma época en In­
glaterra, entre la monarquía y la república, y entre la bur­
guesía y la nobleza-, que se mantuvo después tácita­
mente en todo el desenvolvimiento científico, hasta la
sexta década del siglo xrx. Ese compromiso fue roto fi­
nalmente por los trabajos de Darwin, quien se vio obligado
a barrer con los prejuicios religiosos sobre la creación,
al llevar adelante las consecuencias de sus conclusiones.
La teoría de la evolución produj o así un inmenso efecto
liberador en la biología, que pronto se propagó a todos
los niveles y en todos los campos de la investigación
científica. Dondequiera que los hombres de ciencia y los
auténticos filósofos científicos asimilaron y desarrolla­
ron el contenido de la obra de Darwin, se hicieron de
inmediato grandes progresos. Por otro lado, y esto tuvo
igualmente una importancia enorme, la teoría de la evo­
lución introdujo decisivamente el factor histórico en las
ciencias naturales, derrumbando en definitiva la versión
ortodoxa de la tradición griega y colocando en el archi­
vo de las ideas a las verdades eternas y las especies fijas
de Platón y Aristóteles. De este modo se volvió a la ver­
sión heterodoxa, más antigua y profunda y también más
certera, de los filósofos jonios y atomistas, según la
cual lo que prevalece es el desarrollo, el cambio y la trans­
formación. Luego, en el curso de las investigaciones em­
prendidas bajo su orientación, la evolución se fue acusando
cada vez con mayor rigor como uno de los conceptos
fundamentales en todos los dominios científicos ; a la v�z
que se destacó también como uno de los puentes princi­
pales entre las ciencias naturales y las ciencias sociales.
Como se puso en claro más tarde, la evolución social
tiene su base biológica en el hecho de que el hombre no se
�ncuentra bien adaptado para sobrevivir en las condi-

83
ciones específicas de un ambiente en particular y, por
consiguiente, esta pobreza de su especialización es Jo que
ha obligado al hombre a adaptarse penosamente, pero con
éxito creciente, a una gran variedad de ambientes, siem­
pre por medio de su trabajo. En vez de haber sufrido
un descenso a partir del momento de su surgimiento, co­
mo se pretende en todas las doctrinas religiosas, el hom­
bre se ha elevado de una manera muy considerable y se
sigue elevando, siempre gracias a su propio esfuerzo rea­
lizado en estrecha colaboración social. Por eso es que so­
lamente reconociendo que el hombre es un animal, como
lo demostró abrumadoramente Darwin, junto con otros
muchos investigadores, es como se puede llegar a com­
prender cuán di ferente es de sus ancestros, en virtud del
creciente desenvolvimiento de su cultura, entendida en su
más amplio sentido, que es la resultante de su actividad
social.
Uno de los problemas que adquiere importancia me­
dular dentro de la teoría de la evolución, es el de las re­
laciones existentes entre las variedades y las especies, in­
cluyendo su mutua transformación. En este sentido, surge
de inmediato la cuestión de encontrar un criterio su fi­
cientemente riguroso para distinguir entre unas y otras,
habida cuenta de que las diferencias manifiestas son múl­
tiples y se presentan en los grados más diversos. Danvin
mostró que, en la práctica, cuando el naturalista puede
enlazar mediante variedades intermedias a dos formas
orgánicas cualesquiera, considera a una de ellas como va­
riedad de la otra y decide clasificar como especie a la
que es más común, aunque, a veces, escoge a la que se
descubrió primero. En muchos casos, una forma se cla­
sifica como variedad de otra debido a que el investigador
supone simplemente que las variantes intermedias existen
o han existido antes. Así, el requisito de la existencia

84
de formas intermedias se considera satisfecho, ya sea
cuando efectivamente se conocen dichas formas o cuando
se tienen razones concluyentes para aceptar la hipótesis
de su existencia. Por otra parte, también es necesario
que se observen di ferencias suficientemente grandes y
distintivas, ya que cuando las formas difieren muy poco,
se les clasifica ordinariamente como variedades, a pesar
de que no puedan ser enlazadas sin solución de conti­
nuidad. Sin embargo, no es posible determinar con exac­
titud la magnitud de las diferencias necesarias para
conceder a dos formas la categoría de especie s ; y, por
lo tanto, queda indefinido en general el número y la
cuantía de las diferencias, aunque esto sí se pueda defi­
nir en un caso concreto para las distintas especies de un
mismo género. Sobre este punto, la viabilidad y la fer­
tilidad de los productos de la mezcla entre las diversas
variedades de una misma especie, constituye un indicio
para distinguirlas de las especies diferentes. Comúnmente
las mezclas siempre son posibles y resultan tan fecundas
como sus progenitores, mientras que los híbridos -produ­
cidos por el cruzamiento de dos especies- cuando lle­
gan a ser viables son frecuentemente estériles. No obs­
tante, el grado de esterilidad no se encuentra asociado
estrictamente con la afinidad de las formas, sino que es­
tá gobernado por leyes complicadas y todavía escasamente
conocidas. Es más, en general, tanto el grado de esteri­
lidad como la in fluencia predominante de una especie
sobre la otra, es di ferente -y, a veces, sumamente di­
ferente- en los cruzamientos recíprocos entre el ma­

cho de una especie y la hembra de la otra, y el del macho


de esta última con la hembra de la primera especie. Pe­
ro, indepen<liehtemente de la cuestión ele su mayor o me­
nor fecundidad o esterilidad, en todos los otros aspectos
existe una semejanza estrecha y general entre la des-

85
cen<lencia del cruzamiento de especies y la descendencia
de la mezcla de variedades. Esta semejanza se muestra
notablemente en la propiedad común que tienen tanto los
híbridos como los mestizos, de absorberse mutuamente
por cruzamientos repetidos y de heredar caracteres de
las dos formas de progenitores. Estos hechos son indi­
cativos de que no existe una diferencia radical entre las
especies y las variedades, y sugieren claramente la idea
de que las especies y las variedades fueron primitivamente
variedades de otras especies del mismo género.
De esa manera, una variedad bien caracterizada se
convierte en una especie incipiente. Y, correlativamente,
una especie bien definida constituye l a base de la cual se
producirán, por diversas modificaciones sucesivas, dis­
tintas variedades. Durante un largo proceso de cambios,
las pequeñas diferencias características de las variedades
de una misma especie tienden a aumentar, hasta conver­
tirse en las diferencias mayores que caracterizan a las
especies de un mismo género. Las variedades nuevas y
más adecuadas, inevitablemente acabarán por suplantar
y exterminar a las variedades más viejas, menos perfec­
cionadas e intermedias; y así las especies se transfor­
marán, de manera conspicua, en formas definidas y p re­
cisas. Las especies son, por ende, simplemente variedades
muy señaladas cuya determinación las ha hecho perma­
nentes. Y dentro de esta consideración de que las espe­
cies existieron p rimero como variedades y se convirtie­
ron en especies únicamente cuando llegaron a ser variantes
muy acusadas y de gran permanencia, es fácil compren­
der por qué no se puede trazar una línea de demarca­
ción absoluta o definitiva entre las especies -que toda­
vía se consideraban en el época de Darwin como si hubieran
sido producidas en actos especiales de creación- y las
variedades -de las cuales se sabía ciertamente que son el

86
resultado de las modificaciones que ocurren continua­
mente entre los individuos de la misma especie. En esto
se advierte claramente la manera como Darwin se basó
en las modi ficaciones incesantes que se producen entre
los especímenes, para establecer la filiación de las di fe­
rentes variedades de una misma especie. Así reconoció
plenamente los cambios a que se encuentran suj etos cons­
tantemente los organismos vivos. Luego, demostró que
dichos cambios son susceptibles de producir nuevas va­
riedades, además de las ya existentes. Y después estable­
ció con firmeza que las especies se modifican con­
tinuamente y que, cuando se acumulan d i f e r en c i a s
suficientemente notables, se producen permanentemente
las variedades. Entonces consideró que, del mismo modo
en que existe un límite crítico para que las diferencias
excedan las distinciones entre los individuos de una mis­
ma variedad, para constituir así otra variedad ; también
existe otro límite crítico para que las diferencias superen
a las existentes entre las distintas variedades de la misma
especie, formando entonces una especie diferente. En
otras palabras, encontró que los organismos vivos varían
incesantemente de una generación a otra y de un indivi-.
duo a otro, solo que, mientras esas variaciones no se fi­
jan para alcanzar a producir cierto grado de diferencia­
ción, constituyen simplemente diferencias singulares entre
los especímenes. En cambio, cuando las modificadones
sobrepasan cierto límite, se forma otra variedad de la
misma especie; y, cuando las modificaciones siguen au­
mentando hasta alcanzar otro límite de diferenciación más
acusada y ésta se hace permanente, entonces se habrá
formado una especie nueva del mismo género. Y así con­
tinúa habiendo sucesivamente límites críticos que señalan
la formación, cada vez por una discriminación más pro­
furn la, de géneros, familias, órdenes, clases y ph)•fa.

87
Ahora bien, para que en una especie se efectúe alguna
modificación considerable, es indispensable que una va­
riedad ya formada varíe nuevamente, o que presente di­
ferencias individuales de naturaleza semejante a las an­
teriores y que éstas sean conservadas de nuevo, hasta que
Ja prosecución gradual de este proceso haga que las mo­
di ficaciones se acumulen en magnitud y diversidad sufi­
cientes. Dentro de este desarrollo ininterrumpido de los
organismos vivos, cabe preguntar por qué no encontra­
mos en todas partes a los organismos en . innumerables for­
mas indefinidas de transición y dentro de la más tremenda
confusión; en lugar de los distintos grupos bien de­
finidos que observamos realmente en la naturaleza. Esta
ordenación regular en qué} existen los organismos, se
debe· a que las nuevas variedades se forman lentamente, a
que las variedades intermedias son suplantadas y exter­
minadas por las más adecuadas, y a que di chas variedades
intermedias tienden a modificarse con cierta rapidez. Como
lo común es que se conserven las modificaciones que
resultan más adecuadas para la supervivencia, tanto la
forma madre como las variantes de transición son exter­
minadas por las formas nuevas, dentro del mismo proceso
de transformaciones incesantes que produjo esas formas
más adecuadas. En todo caso, el hecho cíe que no encon­
tremos enterrados en la corteza terrestre los restos de
todas esas formas de transición, indica simplemente que
el registro geológico es incompleto, porque se ha forma­
do únicamente a largos intervalos, en tanto que las formas
intermedias que sirven de enlace entre dos variedades di­
ferentes generalmente existen durante períodos más breves
y están constituidos por un número menor de individuos.
De aquí que las p robabilidades <le encontrar en estado f ó­
sil a las formas que rep resentan transiciones en la estruc­
tura de los individuos, sean siempre menores que las

88
probabilidades de hallar restos de organismos pertenecien­
tes a especies con estructuras completamente desarrolla­
das. Entonces, se puede considerar como una distinción
importante entre las especies y las variedades bien marca­
das, al hecho de que estas últimas estén conectadas actual­
mente por formas intermedias que representan diversos
grados de transición ; mientras que, en el caso de las es­
pecies, estas formas han desaparecido, aun cuando exis­
tieron en estado viviente en épocas anteriores.
Las leyes complej as y todavía no bien conocidas que
rigen los procesos de formación de las variedades, son las
mismas que gobiernan los procesos de formación de es­
pecies distintas. Las especies cuyos individuos tienen una
gran dispersión son las que presentan comúnmente más
variedades ; lo cual se explica por el hecho de que se en­
cuentran expuestas a diferentes condiciones y en compe­
tencia con diversos conjuntos de organismos. Estas espe­
cies más florecientes, que son al propio tiempo las
especies dominantes, son las que producen con mayor f re­
cuencia variedades bien caracterizadas o, dicho de otro
modo, especies incipientes. En general, cada especie y
cada grupo de especies alcanza un nivel de desarrollo má­
ximo y, por consiguiente, adquiere una posición de do­
minio, en un tiempo determinado y dentro de territorios
también definidos. En una época dada y dentro de cierto
territorio, las especies que más varían son aquellas que
tienen una dispersión mayor y que pertenecen a los gé­
neros mayores dentro de cada familia. En el curso de este
proceso d e variaciones incesantes, las variedades proqu­
cidas de ese modo se convierten finalmente en especies
nuevas y distintas ; mismas que tienden a producir a su
vez otras especies dominantes. De ese modo, cada grupo
1
dominante tiende a crecer y a presentar, al mismo tiempo,
mayores divergencias en sus caracteres. Ahora bien, aun

89
cuando las variaciones siguen aparentemente una evolu­
ción lenta y gradual, en ciertas ocasiones los cambios es­
pecíficos se manifiestan bruscamente. Esto es, no obs­
tante que muchísimas especies se han producido por dif e­
rencias no mayores de las que separan a las variedades
cercanas, sin embargo, hay algunas que se han producido
de maneras diferentes, como un salto repentino.
Desde luego, lo que sucede entre las variedades y las
especies ocurre también con los géneros, con las familias
y con los otros grupos más generales. Pero los caracte­
res específicos son mucho más variables que los carac­
teres genéricos ; del mismo modo en que los caracteres
genéricos varían más de prisa que los distintivos de una
familia, y éstos más rápidamente que los de un orden, y
así sucesivamente. En todo caso, los grupos más genera­
les siguen las mismas leyes de surgimiento y desaparición
que las variedades y las especies, cambiando más o me­
nos rápidamente y en mayor o menor grado. Y este ele­
mento genealógico, que es la única causa cierta de la
semejanza entre los organismos biológicos, constituye el
único sistema natural para clasificar los especímenes, se­
ñalando los grados de di ferencia que poseen mediante las
categorías de variedad, especie, género, familia, orden cla­
se y phylum. Todos los miembros de cada grupo están en­
lazados por una cadena de afinidades y, a la vez, se pue­
den clasificar siguiendo los mismos principios, en grupos
subordinados. Es más, las formas fósiles quedan incluidas
en este sistema de clasificación y, en muchos casos, vie­
nen a llenar intervalos enormes entre grupos de organis­
mos actualmente vivientes. Por otra parte, las semejanzas
fundamentales entre todos y cada uno de los organis­
mos vivos son tantas y tan comunes, que resulta indu­
dable que todos los organismos se han desarrollado a par­
tir de un origen único. Si consideramos incluso las dos

90
divisiones principales que se tienen entre los organismos,
los reinos animal y vegetal, nos encontramos con que
ciertas formas menos desarrolladas poseen caracteres tan
manifiestamente intermedios, que no es posible decidir in­
equívocamente a cuál de esos reinos pertenecen y, más
exactamente, lo correcto es considerarlas simultáneamente
en ambos reinos. En estas condiciones, resulta muy po­
sible, concluye Danvin, que tanto los animales como las
plantas se hayan desarrollado evolutivamente a partir de
alguna forma primordial, de la cual descienden todos los
organismos, tanto las formas que actualmente viven como
las ya desaparecidas.
Como ya lo dij imos antes, la teoría de la evolución pro­
vocó desde un principio una violenta contienda científica,
ideológica y política. Por un lado suministró una expli­
cación obj etivamente plausible, la selección natural, que
destruyó la última justi ficación de la categoría aristotéli­
ca de la causa final. La consideración de que el hombre
no es otra cosa que un animal que ha logrado un éxito
notable en su tenaz tarea de superarse con su propio tra­
bajo, no sólo chocó con las doctrinas religiosas, sino
también con los "valores eternos" d e las escuelas filosó­
ficas tradicionales. Por otra parte, tuvo también una de­
rivación reaccionaria, que adoptó en su apoyo el reco­
nocimiento expreso que hizo Danvin de la inspiración que
le habían producido las ideas de Malthus. Así, la selec­
ción natural ha llegado a ser considerada como una espe­
cie de excusa justificativa del dominio de una clase social
sobre el resto de los hombres, de la infame " super �o­
ridad" racial y del sometimiento de unos países a otros.
En realidad, el llamado ·�principio" malthusiano de que
fa población humana crece en proporción geométrica, mien­
tras que los medios de subsistencia aumentan en progre­
sión aritmética, ha sido refutado reiteradamente por el

91
avance científico y prácticamente ha sido derrumbado por
el desarrollo social. Es más, basta comparar los datos es­
tadísticos relativos a 1 789, año en que Malthus enunció
su "principio" , con los datos actuales, para advertir fá­
cilmente la falsedad de la especulación malthusiana. El
dominio humano cada vez mayor sobre la naturaleza, hace
que los recursos naturales no sólo sean renovables si­
no que su producción aumente a un ritmo superior al del
crecimiento de la población, mediante la intervención téc­
nica del hombre y el empleo de formas de energía inago­
tables y más y más poderosas.
En realidad, el llamado "darwinismo social" es ante­
rior a Darwin y representa, sencillamente, una de las
variantes del biologismo en la sociología. Al igual que
el mecanicismo, el matematicismo, el quimismo, el psico­
logismo o cualquiera otra tendencia a reducir arbitra­
riamente la diversidad de las formas de existencia a una
sola de ellas, el biologismo constituye una desfiguración
grave de las leyes biológicas para aplicarlas, sin más, a
procesos que se encuentran gobernados por leyes dif e­
ren tes. En todo caso, lo único que así se consigue es pro­
vocar una confusión desconcertante, dando apariencia cien­
tífica a ciertas conclusiones que carecen por completo <le
ese carácter y que, generalmente, sirven a propósitos en­
teramente aj enos a la ciencia. En particular, cuando en
las investigaciones sociológicas se renuncia a su funda­
mento económico, que incluso metodológicamente les es
indispensable, casi siempre se intenta encontrar en las cien­
cias naturales la base de su supuesta objetividad y de su
sujección a leyes. Pero, lo que se logra de esa manera
es convertir las leyes, que son válidas en las cienr.ias
naturales, en formulaciones carentes de contenido. Así,
desaparecen las categorías económicas y las clases socia­
les, para sustituirlas por la "lucha por la existencia" y

92
por ciertos "valores" abstractos ; a la vez que la opre­
sión, la desigualdad, la explotación y la guerra son eri­
gidas en "leyes de la naturaleza", para tratar de hacerlas
pasar por inevitables e indestructibles. En fin, únicamente
para indicar someramente su contexto histórico, debernos
decir que fue el indudable éxito obtenido por la biología,
lo que dio aliento al biologismo a partir del siglo XIX, de
la misma manera e n que los grandes triunfos de la mecá­
nica en el siglo xvn dieron pábulo al mecanicismo.
El carácter progresivo y optimista que mantuvo la
burguesía durante la mayor parte del siglo XIX, encontró
una justi ficación ·científica de simpatía en la teoría de la
evolución. Algunos filósofos eminentes, como Stuart M.ill,
Comte y Spencer, trataron de justificar la libertad de la
empresa privada en función de la lógica y la ciencia d e
su tiempo; y , en e l terreno d e l a sociología, presentaron
al propio siglo xrx corno la época positivamente dorada en
que el hombre había encontrado por fin el camino justo.
Sin embargo, el progreso postulado por los positivistas
no era evolutivo, en el sentido darwinista, sino simple­
mente amplificador; ya que la única posibilidad que le
atribuían era la de su extensión cuantitativa, excluyendo
expresamente a los cambios dialécticos. Por más que
Spencer había sido uno de los primeros en utilizar el tér­
mino evolución, en 1852, para expresar la idea de un pro­
ceso general de producción de formas superiores a partir
de formas inferiores -que Lyell había formulado veinte
años antes, aunque en un sentido menos general-, lo
cierto es que más tarde le dio un significado sumamente
restrin gido. Al fin de cuentas, el contenido positivista de
la evolución quedó reducic}o : a la consideración del des­
envolvimiento de lo homogéneo a lo heterogéneo, exclu­
yendo explícitamente a la dialéctica en este progreso; a la
contem¡'1.ación tranquila de la di ferenciación y la i ntegra-

93
ción de las cosas, siempre dentro de un desarrollo gradual
inalterable ; a la j ustificación de una evolución social sin
sobresaltos ni cambios perceptibles, bajo el inconmovible
poder del orden establecido ; y a la predicación de la se­
guridad del avance uniforme desde los estados indeter­
minados a las situaciones de mej oramiento bien determi­
nado, con tal de excluir defintivamente hasta la idea más
remota de una revolución. En este biologismo sociológi­
co, psicológico y ético fue en lo que vino a terminar la
inclusión del concepto de evolución dentro de las doctri­
nas filosóficas del empirismo y del positivismo. Y, en
cuanto a los resultados que tuvo la aplicación del posi­
tivismo como ideología dominante, tenemos las graves
consecuencias que produjo en México y en otros países
latinoamericanos, de las cuales todavía no acabamos de li­
berarnos.
Ahora bien, independientemente de todas las tergiver­
saciones voluntarias o involuntarias que se han hecho a la
evolución, lo cierto es que la ciencia contemporánea se en­
cuentra compenetrada hasta su médula de las concepcio­
nes evolucionistas. Y, en la medida en que avanza el co­
nocimiento científico, se enriquece constantemente el
contenido de la evolución. Lo mismo en las partículas ele­
mentales y en los átomos, que en los objetos celestes y
en el universo entero, cada día se descubren nuevos as­
pectos de su desenvolvimiento evolutivo. Incluso en los mo­
delos de universo más estacionarios que han podido ima­
ginar los cosmólogos contemporáneos, se tiene a la evolu­
ción como uno de sus elementos integrantes. Evoluciona
la naturaleza, evoluciona la sociedad, evoluciona el pensa­
miento, evoluciona el arte, evoluciona Ja política, evolucio­
na la ciencia, evoluciona la filosofía. Por todas partes, en
todos los niveles y en cualquier situación, se muestra la
evolución dialéctica de la existencia. N i siquiera la acti-

94
tud que personalmente se adopte ante la evolución puede
sustraerse a la evolución obj etiva, porque dicha actitud es
siempre un reflejo -positivo o negativo, directo o inver­
tido- de la realidad en el pensamiento. El fundamento
de todas las posiciones hostiles a la razón u opuestas a
la evolución, radica obj etivamente en la realidad histórica
y social de quienes las sustentan; y, subj etivamente, en
el hecho de que la persona se apega a lo que agoniza, a
lo que declina, en yez de pronunciarse por lo nuevo, lo
que surge, lo que se encuentra en desarrollo. Porque,
en definitiva, lo que se dirime actualmente en el mundo
es la lucha por asegurar la libre evolución del hombre.

95
V

La filosofia clentiflca

de Henrl Poincare

56.-7
Jules-Henri Poincaré nació el 29 de abril de 1854 en
N ancy, la antigua capital de la I_.0rena, en la misma carona
en que había nacido su padre. Su abuelo Jules-Nicolas
Poincaré, médico de profesión y originario de N eukha··
teau, en Jos Vosgos, se estableció en Nancy en 1 8 1 7 y tu­
vo tres hijos, dos de ellos varones. Léon Poincaré, padre
de Henri, nació en 1828, estudió medicina como el abuelo
y fue profesor en la Universidad de Nancy. El segundo
hijo, Antoni, nació en 1829, estudió ingeniería en la Es­
cuela Politécnica, llegó a ser inspector de puentes y ca­
minos, y uno de sus hijos, Raymond Poincaré, ocupó la
presidencia de la República Francesa. La madre de Hen­
ri pertenecía a la familia Launois, proveniente de la re­
gión del Mosa y avecindada en Arrancy. La única her­
mana de Henri, algunos años menor que él, fue luego
esposa del filósofo Émile Boutroux.
A la edad de cinco años, Henri enfermó gravemente
de di fteria y, como consecuencia, sufrió temporalmente
una parálisis �e la laringe que debilitó su organismo y lo
retrasó en sus estudios escolares. Sin embargo, aprendió
a leer en su hogar y se convirtió en un lector asiduo, po­
niendo desde entonces de manifiesto una memoria pro­
digiosa, que le permitía citar hasta la página y ren glón
del libro al que se refería, no obstante que nunca hacía
una segunda lectura. Dicha memoria la conservó toda su
vida, pudiendo recordar siempre aquello que le interesaha.

99
En el otoño de 1862 ingresó Henri al Liceo de Nan­
cy. Desde un principio se colocó en el primer lugar de su
clase y mantuvo ese rango, casi sin excepción, en todas
las asignaturas y durante los nueve años de estudios. Al
iniciar su actividad escolar se interesó más por la histo­
ria y la geografía y sólo cinco años después se reveló,
pero en definitiva, su vocación por las matemáticas. Apren­
día con tanta facilidad que jamás se preocupaba por sus
tareas escolares. Además, era muy distraído, hasta el pun­
to de que uno de los pasatiempos farnritos de sus com­
pañeros era el de confundirlo preguntándole si ya se ha­
bía d esayunado, porque nunca podía recordarlo. Escribía
irnlist intamente con una y otra mano, siempre con muy
mala letra, pero expresándose con mucha claridad.
En 1 870 le tocó vivir la guerra con to<los sus horro­
res, ya que Nancy fue ocupada por los alemanes . Varias
,·eces acompañó a su padre en el desempeño de sus debe­
res como médico, yendo hasta donde se encontraban los
propios combatientes. También viajó con su madre y su
hermana hasta Arrancy, para rescatar a sus abuelos ma­
ternos, que habían resultado víctimas del saqueo y se
encontraban desamparados. Su interés por estar al tanto
de los acontPi:imientos le hizo aprender el alemán, cuando
tenía 16 años, ya que únicamente disponía de periódicos
publicados en esa lengua. Las penalidades que padeció
durante la guerra templaron su carácter.
En agosto de 1871 obtuvo el Bachillera.to en Letras
con la mención de bien. Y en noviembre del mismo año
se presentó a examen de Bachiller en Ciencias, con la
extraña circunstancia de que fracasó en la prueba escrita
de matemáticas, que consistió en la demostración de ta
suma de los términos de una progresión geométrica, o
sea, de una de las series más simples, en cuyo dominio
habría de hacer después fecundas incursiones. Para su

1 00
fortuna, sus antecedentes escolares le valieron el ser admi­
tido en la prueba oral, obteniendo finalmente la aproba­
ción en el examen con la mención de muy bien.
En 1872 obtuvo el primer premio de la clase de ma­
temáticas elementales, en el concurso anual de los alum­
nos de todos los liceos franceses. Para complacer a su
profesor, se p resentó entonces al e.xamen de admisión de
la Escuela Forestal, conquistando el segundo lugar; pero
prefirió seguir los estudios de matemáticas especiales en el
Liceo de N ancy; y también en esa asignatura obtuvo
el primer premio en el concurso nacional de 1 873. Ese
mismo año presentó el examen de admisión de la Escue­
la Politécnica, obteniendo el primer lugar. También sus­
tentó el examen de la Escuela Normal, por camaradería
con su amigo Paul Appell, quedando en quinto lugar.
Finalmente se decidió por ingresar a la Escuela Politéc­
nica, siguiendo el ejemplo y posiblemente los consejos de
su tío Antoni.
Sus estudios de ingeniería fueron en general muy bri­
llantes. Pero era bastante desmañado para dibujar, inclu­
so cuando se trataba de l íneas y figuras, a pesar de que
utilizaba ambas manos en la tarea. Esa torpeza le acarreó
una mala calificación en el examen final de Geometría
y Estereometría, con lo cual perdió el primer lugar de su
clase. En 1875 pasó a la Escuela Nacional Superior de
Minas y en 1876 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Ma­
temáticas.
En 1876 redactó su p¡imer trabajo científico, la "!v1e­
moria sobre las propiedades de las funciones definidas
por ecuaciones diferenciales", que fue publicada en 1878
en el Journal de l'P.cole P9lytechnique. Poco después ter­
minó su tesis doctoral, en la cual abordó el problema de
Ja integración de las ecuaciones diferenciales parciales con

cualquier número de variables. Om ella obtuvo a prin-

101
c1p1os de 1879, en un examen sobresaliente, el grado de
doctor en Ciencias Matemáticas en la Facultad de Ciencias
de la Universidad de París.
Entonces se dedicó al ejercicio de la profesión de in­
geniero de minas en el distrito de Vesoul, trabajando con­
cienzudamente y con un gran sentido de responsabilidad,
como lo destaca el hecho de haber descendido hasta una
galería en la cual se había producido una explosión de
gris\1, para participar en el salvamento de las víctimas y
ayudar a evitar la propagación del fuego. Pero únicamen­
te trabajó durante seis meses en estos menesteres, ya que
pronto tuvo ocasión de dedicarse a la enseñanza de las
matemáticas.
En diciembre de 1879, Poincaré se hizo cargo del
curso de análisis en la Facultad de Ciencias de la Uni­
versidad de Caen. Al mismo tiempo, Appell fue designa­
do profeso¡; en la Facultad de Ciencias de Dijon, y Émile
Picard en la Facultad de Toulouse. Dos años después,
los tres jóvenes matemáticos fueron llamados a profe­
sar en la Facultad de Ciencias de la Sorbona. Poincaré
fue nombrado Maestro de Conferencias en el Curso de
Análisis. Cuatro años después, en 1 885, se le encomendó
el Curso de Mecánica Física y Experimental. Y en agos­
to de 1886 fue designado profesor titular de la cátedra
de Física Matemática y Cálculo de las Probabilidades.
Este avance académico tan rápido se explica y justi­
fica por la calidad científica de los trabajos de investi­
gación realizados por Poincaré en el mismo lapso. El más
notable de ellos fue el que presentó en el concurso con­
vocado por la Academia de Ciencias para otorgar el Gran
Premio de Ciencias Matemáticas de 1880, cuyo tema fue
el de "perfeccionar en algún punto importante la teoría
de las ecuaciones diferenciales lineares". Aun cuando Poin­
raré sólo obtuvo una mención honorífica, su trabaj o tu-

1 02
vo una importancia científica extraordinaria, ya que en
él dio a conocer su descubrimiento de dos nuevas funcio­
nes trascendentes, las funciones fuchsianas y las funciones
gleinianas.
Desde 1881 figuró en la relación de candidatos de la
Sección de Geometría, para suceder a Michael Chasles co­
mo miembro de la Academia de Ciencias. Su candidatura
volvió a ser presentada a la muerte de Víctor Puiseux,
de Alfred Serret y de J ean Claude Bouquet. Mientras
tanto, en 1885 la propia Academia le otorgó el Premio
Jean Victor Poncelet. Por fin, el 24 de enero de 1887,
cuando todavía no cumplía 33 años de edad, Poincaré fue
elegido como miembro de la Academia de Ciencias, su­
cediendo a Edrnond Laguerre.
El 2 1 de enero de 1889 le fue concedido a Poincaré el
Premio Internacional de Matemáticas, en el concurso con­
vocado por el rey Osear II de Suecia, en ocasión de su
sexagésimo aniversario. Su "Memoria sobre el problema
de los tres cuerpos y las ecuaciones · <le la dinámica" fue
calificada por los tres jurados -Karl \Veierstrass, Char­
les Hennite y Gosta Magnus Mittag-Leaf fler- como
"una de las producciones matemáticas más importantes del
siglo". Con tal motivo, a proposición de la Academia de
Ciencias, el gobierno francés hizo a Poincaré caballero
de la Legión de Honor.
A partir de 1893 fungió como representante de la
Academia de Ciencias en el Bureau des LonqiJudes, ocu­
pando la presidencia de este organismo en 1899 y en 1909.
En 1896 pasó a ocupar la cátedra de Astronomía Ma­
temática en la Sorbona, dejando la de Física Matemát�
ca y Oákulo de las Probabilidades a kargo de Boussinesq.
Ese mismo año le fue otorgado el Premio J ean Reynaud
de la Academia de Ciencias.
En 1900, al celebrarse la Exposición Internacional de

103
París, Poincaré dio muestras de la intensidad de sus ac­
tividades. Así dictó tres conferencias de gran importancia
en el lapso de 1 5 días. La p rimera sobre la función de
la intuición y de la lógica en las matemáticas, en el Se­
gundo Congreso Internacional de Matemáticas, que él pre­
sidia. La segunda, sobre los principios de la mecánica, en
el Primer Congreso Internacional de Filosofía. Y la ter­
cera acerca de las relaciones entre la física experimental
y la fí sica matemática, en el Primer Congreso Interna­
cional de Física.
Entre los honores que recibió de las instituciones aca­
démicas de otros países, debemos mencionar : la medalla
de oro de la Royal A stronomical S ociety, en 1 90 1 ; la me··
dalla de oro Nicolai l. Lobachevski de la Sociedad Fí­
sico-Matemática de la Universidad de Kazán en 1904 ; el ..

gran premio Farkas y J anos Bolyai <le la Academia de


Ciencias de Hungría, en 1 905; y los doctorados en cien­
cias de las Universidades ele Cambridge, Cristianía, Ox­
ford, Glasgow, Bruselas, Estocolmo y Berlín. Además,
viajó por varios países europeos, dictando conferencias y
asistiendo a reun ione s científicas; y, en 1904, atravesó el
Atlántico para visitar los Estados Unidos. Por otra parte,
sin dej a r de impartir su cátedra r.n la Sorbona, también
dio clases en la Escuela Poíitécnic<J, de 1904 a 1908, y en
la Escuela Prof esional de Correos y Telégrafos, de 1904
a 1910.
Mientras tanto seguía adelante en sus investigaciones,
desarrollando una actividad extraordinaria y ocupándose
de problemas pertenecientes a muy diversos campos. Lle­
gó a escribir más de 30 volúmenes v ce rca de 1 500 me­
morias científicas. Debido a la caíídad de sus trabaíos
,
v
_,

la importancia de sus resultados, Poincaré perteneció a


las cinco secciones de la división matemática de la Acade­
mia dé C�ncias : la de Geometría, la de Mecánica, la de

104
Astronomía, la de Física y la de Geografía y Navegación.
En 1906 ocupó la presidencia de la Academia de Cien­
cias. Y en 1908 obtuvo el reconocimiento de su mérito
literario, con su elección como miembro de la Academia
Francesa, para sustituir al poeta Sully Prudhomme.
En feliz conjugación con su inmensa obra científica,
Poincaré sometió a una crítica incisiva y rigurosa las
concepciones matemáticas, físicas, astronómicas y lógicas
dominantes en su tiempo, y los frutos de sus reflexiones
quedaron reunidos en sus cuatro volúmenes filosóficos : La
ciencia y la. hip ótesis, publicado en 1902 ; El valor de
la ciencia, en 19DS ; Ciencia y méto do, en 1908; y U/ti­
mos pensamientos, en 1 91 3.
La vida familiar de Poincaré transcurrió tranquila­
mente. Su esposa, Poulain d'Andecy de soltera, era bis­
nieta del naturalista Étienne Geof froy-Saint-Hilaire. Tan­
to ella como sus tr�s hijas y su hijo supieron rodearlo de
un ambiente acogedor y cariñoso. Igualmente sus colegas
y discípulos le demostraron siempre gran estimación y con­
fianza, correspondiendo a su trato fino y su gran sensi­
bilidad.
En 1908, encontrándose en Roma en ocasión del
Cuarto Congreso Internacional de Matemáticas, Poincaré
tuvo un primer accidente causado por una hipertrofia de
la próstata. Pero se recuperó pronto y no sólo mantuvo su
actividad, sino que incluso aceleró su ritmo. En QCtubre
de 1 9 1 1 participó en el Primer Consejo de Física Solvay,
reunido en Bruselas para discutir los problemas plantea­
dos por los descubrimientos de la mecánica cuántica. En
mayo de 1 9 1 2 estuvo en Londres dando conferencias. Po­
co después fue a Viena, - para defender la causa de las
humanidades en los planes de estudio de los liceos. Toda­
vía el 26 de junio intervino en la asamblea de la Liga
Francesa de Educación Moral. Pero su enfermedad se ha-

105
bía agravado mientras tanto. El 9 de julio tuvo que ser
sometido a una intervención quirúrgica, cuando prepara­
ba un viaj e a Hamburgo para asistir al cincuentenario de
la Asociación Geofísica Internacional. Y, cuando parecía
estar en vías de recuperación, una embolia acabó con su
vida en quince minutos" el 1 7 de julio de 1912.
La actividad científica de Poincaré fue sumamente
intensa y de una amplitud extraordinaria. Lo mismo se
ocupó del análisis matemático en sus diversas ramas, que
de la geometría no-euclidiana, los fundamentos de las ma­
temáticas, la topología, la mecánica celeste, la física mate­
mática, la física teórica, el álgebra pura, el cálculo de
las matrices, la teoría de los números, la mecánica analíti­
ca, la teoría de la comunicación telegráfica, la lógica y la
filosofía de las ciencias. En todos esos dominios hizo con­
tribuciones originales de enorme importancia, presentó
ídeas que luego fructificaron en los trabaj os de otros in­
vestigadores y dejó planteadas muchas cuestiones, que
han sugerido investigaciones ulteriores y todavía sirven
como incentivo para que los jóvenes apliquen su inteli­
gencia tratando de resolverlas. La importancia de sus
trabaj os se puede inferir por las numerosas referencias
a sus teoremas que se encuentran en muchísimos tratados
y memorias de matemáticas.
En una época en la cual abundaron los talentos mate­
máticos, Poincaré se destacó como uno de los más gran­
des; a lo cual se agrega el hecho de que ningún otro
matemático contemporáneo suyo abarcó una gama tan ex­
tensa de dominios diferentes, enriqueciéndolos a todos.
Esta amplitud de sus investigaciones originales, constituye
realmente una rarísima excepción entre los matemáticos
de todos los tiempos. Sin duda alguna, Poincaré y Rie­
mann son los dos matemáticos del siglo pasado que si­
guen teniendo mayor actualidad ; con la circunstancia de

106


f
r,
que los resultados de Riemann han podido ser aprovecha-
! dos fructuosamente, en cierto modo, gracias a los tra-
bajos de Poincaré. Además del inmenso valor que tienen
las aportaciones de Poincaré a la teoría de las funciones
y la mecánica celeste, está fuera de duda que las teorías
actuales sobre la física relativista, la cosmogonía, el
cálculo de las probabilidades, la teoría de la comunicación
y la topología se encuentran impregnadas de su obra.
En particular, la topología contemporánea, como disci­
plina matemática independiente y rigurosa, se inició con
las seis Memorias de Poincaré sobre el Ana/31sis situs,
publicadas en 1895, 1899, 1 900 y 1904.
Tal como lo expresa Émile Borel, quien fue discí­
pulo suyo, "el método de Poincaré era esencialmente ac­
tivo y constructivo. Abordaba un problema, se familiari­
zaba con la situación en que se hallaba hasta entonces,
sin ocuparse mucho de su historia, encontraba casi de in­
mediato las nuevas formas analíticas por medio de las
cuales podía avanzar en el problema, obtenía con pron­
titud los resultados y, después, pasaba a ocuparse de otro
problema". Así, una vez que llegaba al resultado, ya no
volvía nunca sobre sus pasos. Se contentaba con haber
vencido las dificultades y dejaba a otros la tarea de tra­
zar otros caminos más fáciles y directos hacia la meta.
En rigor, cuando presentaba una solución, era porque
:va estaba dedicado a otros problemas. Su manera de tra­
bajar, su actividad prodigiosa, su rapidez para descubrir
el meollo de cada cuestión, su hondura en la concepción
y su costumbre de no volver a lo ya encontrado, se pres­
tan a la reflexión del lógico, el fisiólogo y el psicólogo.
·

Poincaré entendió la física matemática como el exa­


men crítico y profundo de las teorías de la física, con
un enfoque fundamentalmente matemático, para mejorar
y hacer más rigurosos los planteamientos y las demos-

1 07
traciones. A la vez, las dificultades e insuficiencias con
que se tropezaba en dicho examen, las convertía en otros
tantos temas de sus investigaciones matemáticas. De esa
manera exploró y desarrolló la teoría del potencial new­
toniano, la teoría del calor de Fourier, la termodinámica,
la teoría de la elasticidad, la teoría de los vórtices, la teo­
ría de las mareas, la mecánica de los fluidos, las hipóte­
sis cosmogónicas, y la teoría de la radiación. En todas
esas exploraciones, además, de precisar el contenido y de
expresarlo de manera concisa y bella, encontró nuevos
métodos matemáticos y descubrió muchos teoremas. Al
propio tiempo, de acuerdo con su convicción de que "no
hay problemas resueltos, sino únicamente problemas más
o menos resueltos", logró demostrar prácticamente que
las cuestiones implicadas en el desarrollo de las teorías
físicas, no habían perdido nada de · su pertinencia para
el investigador y lo llevaron a obtener muchos resulta­
dos originales.
También aplicó Poincaré sus grandes conocimientos
matemáticos a la física teórica. Así construyó, con una
orientación fí sica adecuada, teorías que explican los he­
chos experimentales conocidos y sirven como instrumen­
tos para hacer nuevos descubrimientos. Su obra más im­
portante como físico teórico de vanguardia la realizó en
la óptica y el electromagnetismo, en donde descubrió ideas
originales y propuso nuevas interpretaciones. Sabía cri­
ticar y precisar con un rigor formidable, pero también se
lanzaba muchas veces hacia adelante para conquistar te­
rrenos inexplorados, sin preocuparse entonces demasiado
del rigor y la perfección, para avanzar resueltamente. En
algunas ocasiones señaló certeramente el camino a seguir,
como ocurrió cuando planteó la posibilidad de que exis­
tiera un vínculo entre los rayos X y la fosforescencia
y señaló la conveniencia de hacer experimentos con los

108
cuerpos fluorescentes, lo cual sirvió de inspiración a

Becquerel para su descubrimiento de la radioactividad


natural. Lo mismo sucedió cuando presentó, en marzo
de 1912, el teorema que establece la existencia de un
número ilimitado de soluciones periódicas en un caso del
problema de los 3 cuerpos, que pudo ser demostrado poco
después de la muerte de Poincaré por G. D. Birkhoff.
Sin embargo, con todo su genio, Poincaré fue un
pensador medularmente matemático y ortodoxo por natu­
raleza. Por ello fue, tal vez, que no le cupo la gloria
mayor en la f ormulación de la fí sica relativista. A este
respecto es bastante elocuente lo que dice De Broglie :
"En 1904, en v í speras de los trabajos decisivos de Al­
bert Einstein sobre este tópico, Henri Poincaré poseía
todos los elementos de la teoría de la relatividad. Había
profundizado todas las d i ficultades de la electrodinámica
de los cuerpos en movimiento y conocía los artificios
introducidos sucesivamente con el nombre de tiempo lo­
cal de Lorentz y de contracción de Fitzgerald, para
tener en cuenta la i nvariancia de las ecuaciones del elec­
tromagnetismo y los resultados del experimento de i\1i­
chelson y !\forley. Veía claramente que estas hipótesis
fragmentarias introducidas arbitrariamente, una después
de otra, deberían acabar por ceder su lugar a una 'teoría
general, de la cual aquellas no serían sino consecuencias
particulares. La dinámica del electrón con masa variable
en relación con la velocidad, ya estudiada por Lorentz,
le era bien conocida. Sabiendo que esa dinámica entraña
para los cuerpos f í sicos la existencia de un límite supe­
rior para la velocidad, que es la velocidad de la luz en
el vacío, percibió en seguida las consecuencias, diciendo:
«Se podría estar tentado de razonar comi) sigue : el ob­
servador puede alcanzar una velocidad de 200 000 kiló­
metros por segundo; el cuerpo, en su movimiento relativo

1 09
respecto al observador, puede alcanzar la misma veloci ­
dad ; su velocidad absoluta será entonces de 400 000 ki­
lómetros por segundo, lo cual es imposible, puesto que es
una magnitud superior a la velocidad de la luz. Esto no
es más que una apariencia que se desvanece cuando se
tiene en cuenta la manera como Lorentz determina los
tiempos locales.» Este texto demuestra que Poincaré co­
nocía antes de Einstein las fórmulas de composición re­
lativista de las velocidades y, además, en una memoria
escrita antes de los trabajos de Einstein v
-
publicada en
,

los Rendiconti del Circo/lo }vfatematico di Palermo,


en donde estudió profundamente la dinámica del elec­
trón, estableció las ecuaciones de la cinemática relativis­
ta". Pero Poincaré no dio el paso decisivo y fue Einstein
quien desarrolló primero la teoría de la relatividad, for­
mulando sus consecuenrias y, en particular, el carácter
físico del vínculo resultante entre el espacio y el tiempo.
En todo caso, es interesante señalar que los trabajos de
Lorentz, Poincaré y otros sirvieron como antecedentes
directos de la grandiosa síntesis einsteniana. Y, sin du­
da, en esto se muestra con especial claridad cómo los
problemas científicos que se plantean con más agudeza en
una época, se imponen a los investigadores de mayor sen­
sibilidad y talento, haciendo que sus trabajos sean con­
vergentes y que sus resultados se obtengan como fruto
de una actividad colectiva.
Poincaré dedicaba sus cursos a diferentes temas cada
ci.ño, haciendo exposiciones magistrales siempre. Luego
corregía los apuntes tomados por sus alunmos , redacta­
ba un prólogo a propósito y los entregaba a la Associa­
tion amicale des éleves et des anciens éleves de la Facul­
té des Sciences, que se encargaba de su publicación. De
ese modo consiguió realizar una obra de divulgación y
enseñanza muy importante, ya que la forma de exposición

1 10
de sus lecciones puso al alcance de los estudiantes -in­
cluyendo a muchos que no tuvieron oportunidad de asis­
tir a sus cursos-, una comprensión general y un
tratamiento completo de muchas materias : teoría del po­
tencial, dinámica de los fluidos, teoría matemática de la
luz, termodinámica, electromagnetismo, capilaridad, óp­
tica, elasticidad, teoría de los torbellinos, oscilaciones eléc­
tricas, propagación del calor, probabilidades, teorías
electrodinámicas, hipótesis cosmogónicas, mecánica celes­
te, astronomía general, ondas hertzianas y cinemática.
Además, sus lecciones siguieron siendo útiles para mu­
chas generaciones posteriores.
Su obra astronómica magna, Los resultados nuevos
de la mecánica celeste, merece estar colocada al lado de
los trabajos clásicos de Jean-le-Rond D'Alembert, Pre­
cesión de los equinoccios, y de Pierre Simon de Lap1ace,
Mecánica celeste. En los tres volúmenes de esta obra y,
particularmente, en el desarrollo del problema de los tres
cuerpos, se puede seguir en detalle el proceso de los ra­
zonamientos científicos de Poincaré. Primero examinaba,
desde el punto de vista lógico, los métodos que se ha­
bían utilizado para resolver un problema o para estable­
cer una teoría explicativa. Luego, utilizando su extraor­
dinaria capacidad de comprensión, determinaba los punto�;
principales del problema o las cuestiones fundamentales
de la teoría, presentándolos de una manera distinta y
novedosa. Entonces llegaba a su solución o formulacion
propia, valiéndose de un análisis matemático fecundo y,
por último, lograba extender la explicación a un dominio
mucho más amplio que superaba todo lo que se podía
esperar anteriormente. Muy rara vez se atenía a los mé­
todos precedentes y, en general, sólo tomaba de los plan­
teamientos hechos la� premisas, para emprender con ellas
su propio camino. De esta manera demostró que los anti-

111
guos problemas mecamcos relativos al universo seguían
teniendo gran interés para un matemático p roductivo. Jus­
tamente inducido por las dificultades de tales problemas
fue como Poincaré estudió las series divergentes y des­
arrolló su teoría de las expansiones asintóticas, y de la
misma manera trabajó en las invariantes integrales, la es­
tabilidad de las órbitas y la forma de los cuerpos ce­
lestes. También fue en conexión con su tratamiento de
la mecánica celeste que surgieron sus investigaciones so­
bre las curvas integrales determinadas por ciertas singu­
laridades de las ecuaciones di ferenciales, lo mismo que
sus trabajos acerca de la naturaleza de la probabilidad.
Por otro lado, en su conjunto, la Mecánica celeste de
Poincaré constituye ur:.o de los mejores tratados que se
han escrito sobre h aplicación de la lógica en la inves­
tigación matemática.
Junto con sus libros y memorias científicas, Poincaré
escribió numerosos artículos acerca de los problemas que
se le suscitaban en el curso de sus investigaciones, des­
arrollando en ellos ideas generales sobre las diversas
ciencias que cultivaba, sometiendo a crítica despiadada
los descubrimientos y conocimientos más recientes, ha­
ciendo reflexiones acerca de las implicaciones de la cien"
cía en la vida social y relatando sus experiencias en el
proceso de la invención matemática. En dichos opúsculos
puso de manifiesto la actividad de su inteligencia, en
una forma clara y por demás desusada entre los matemá­
ticos. También se distinguen estos trabajos suyos por la
fluidez de la exposición, la transparencia del razonamien­
to y la belleza del estilo literario. Esas cualidades, auna­
das al interés intrínseco que conserva su contenido, ex­
plican muy bien lo que dice G. J. \:Vhitrow : "Henri
Poincaré fue el más grande <le los matemáticos puros y
uno de los más grandes físico matemáticos de fines del

112
siglo pasado y principios de éste; pero hoy día, por cada
ocasión en que alguien, en alguna parte, consulta cual­
quiera de los más de 1 500 artículos y libros que escri­
bió sobre matemáticas, debe haber por lo menos cien casos
en que alguien, en alguna parte, está leyendo uno de sus
ensayos sobre la filosofía de la ciencia."
Con sus numerosos descubrimientos, la solución de
tantos problemas que antes de él nadie se había atrevido
a imaginar y la invención de métodos nuevos, Poincaré
representó la vanguardia más avanzada en las matemáti­
cas y desencadenó una revolución en su seno. Para la
realización de sus investigaciones, tuvo siempre al estudio
profundo de la naturaleza como la fuente más fecunda
de su imaginación matemática, utilizando dicho estudio
como criterio certero para la formación del propio aná­
lisis y el descubrimiento de los elementos y funciones ne­
cesarios para su desarrollo, a la vez que como el medio
seguro para saber excluir los problemas vagos y los cálcu­
los estériles. Pero, en cambio, en sus reflexiones filosó­
ficas, Poincaré cometió la inconsecuencia de llegar a sos­
tener una actitud diferente respecto a la interpretación
científica de la realidad obj etiva. Llevado, tal vez, de su
justificado repudio hacia las exposiciones poco convin­
centes y el lenguaj e alambicado de los escrit0s filosóficos
que tuvo oportunidad de leer. Poincaré intentó hallar por
su propia cuenta el camino, �xtraviándose al recorrerlo
y yendo a desembocar a una especie de convencionalismo
filosófico, cómodo pero insostenible. Desde luego, los fi­
lósofos idealistas trataron de aprovechar esa posición
débil y vacilante, pero entonces Poincaré reaccionó vigo­
rosamente atacándolos con· decisión. En todo caso, aun
cuando no se pueda atribuir valor singular a la "filosofía
poincariana" debido a la inconsecuencia y falta de origi­
nalidad, sin embargo, la "filosofía de la ciencia" de Poin-

56.-8 113
caré tiene gran importancia por la finura de sus análisis
y su rigor crítico. De aquí que resulte indispensable su
lectura, tanto para entender los problemas cientí ficos como
para conocer uno de los tratamientos clásicos de sus im­
plicaciones filosóficas.
� indagación de la verdad fue la mayor pasión <le
Poincaré y toda su obra se encuentra animada por ella.
Fue la inteligencia lúcida y viva de las ciencias físicas
y matemáticas de su tiempo, comprendiéndolas, penetrán­
dolas y profundizándolas todas. Como inventor incompa­
rable, abrió muchos caminos vírgenes y, como descubri­
dor insaciable, llegó a una multitud de tierras desconocidas
v asentó en ellas fi rme m ente el dominio de las matemáti­
cas. Pero no sólo abrió nuevos caminos y conquistó mu­
chas tierras, sino que también señaló muchas rutas a
seguir para que sus sucesores realizaran otros descubri­
mientos y desenvolvieran en otros sentidos la imaginación
racional. Y esa virtu<l se mantiene viva como parte in­
clestmctible de su genio Por eso, leer a Poincaré es como
.

una manera de recibir el estímulo de la originalidad.

i 14
VI

Arqueologla, antropologla
J evolucl6n aoclal
Las obras del profesor Vere Gordon Childe, investi­
gador científico eminente en los campos de la arqueolo­
gía, la antropología, la prehistoria, la historia y la so­
ciología, son de lectura fácil, clara y comprensible. Por
tener mucho nuevo que decir, como resultado de sus em­
peñosas indagaciones -tanto así que lo llevaron a la
muerte-, llegó a acuñar un estilo literario correspon­
diente a la agudeza de sus ideas, a la profundidad clara
y distinta de sus reflexiones y a la colaboración sistemá­
tica y convincente de sus observaciones. De ese modo,
consiguió ligar armoniosamente el contenido de su pen­
samiento con la forma de su expresión escrita. En su
meollo, podemos decir que la obra de Gordon Chil<le re­
presenta un serio intento de uni fícación de los diversos co­
nocimientos adquiridos sobre las culturas primitivas y acer­
ca de la historia de las sociedades antiguas -incbyenóo,
calro está, sus importantes aportaciones- cun el propó­
sito de construir una teoría científica que permita e.x plicar
objetivamente sus características comunes. Con arreglo a
ese plan fue como trató de desentrañar los rasgos gene­
rales del desa rrollo económico, tecnológico. cíentífico, a r­
tlstico y religioso de ia sociedad. Des(le luego, advirtió qµe
el progreso social es algo real, aun cuando siga una tra ­
yectoria sinuosa con una alternación recurrente de crest as
y simas. Sólo que, de acuerdo con las condusíones que
Gordon Childe establece a partir de las i nvestigaciones

1 17
arqueológicas y de los testimonios de la historia escrita,
se trata de un curso ascendente, en donde ninguna sima
declina hasta el nivel de la precedente y cada cresta supera
a la anterior.
Como arqueólogo, Gordon Childe considera que la his­
toria escrita solamente comprende un registro muy incom­
pleto y fragmentario de las conquistas logradas por la
humanidad, en algunas partes de la Tierra y durante los
últimos cinco mil años ; o sea, aproximadamente, en la
bicentésima parte del t ie mpo que tiene el hombre de ha­
berse d iferenciado biológicamente. En consecuencia, esti­
ma que dentro del lapso comprendido por la historia es­
cri ta , es más difícil advertir alguna ley general o cierta
tendencia señalada. En cambio, considera que en el ampl i o
período cubierto por la arqueología --doscientas veces ma ­

yor que el de la historia escrita- sí se muestran tenden­


cias generales, sentidos definidos en los cuales se acumulan
los cambios y orientaciones hacia resultados recognos­
cibles. Con todo, el reconocimiento de la realidad del
progreso soeíal permite al hombre esforzarse por dejar
atrás los períodos en ios males la curva ascendente del
progreso pasa por una bja rebtíva ; es decir, que ese r�­

conocimiento lo hace empeñarse en superar los conflictos y


las luchas que ocurren en fa. sociedad. Para tene r éxito
en e::;e errrp eño es necesario poseer una noción clara del
proceso histórico, ya que de eila depende la eficacia de
nuestra participaóón en la tarea incesante de autolibe­
rnción y avance, que siempre ha constituido el anhelo
principal en el desem·fJlvimiento hi-,tórico de la huma­
nidad. As\mismo, de la comprensión de este desarrollo
depende nuestro sentimiento de continuidad con un fo­
turo a cu:vo
...
advenimiento c:onttibuven
"'
nuestros actos v
.,,

nuestros esfuerzos act\lales; puesto que, a pesar de que


dicho futuro no sea una reproducción exacta de nues-

1 18
tras concepciones y planteamientos, es indudable que es­
tará vinculado con nuestros anhelos y empeños, superan­
do las limitaciones y obstáculos de nuestra época. La fo r­
mulación y la constante ampliación y profondización d el
enlace que nos relaciona con el pasado y el futuro hu­
manos, es el propósito principal de la ciencia histórica ;
de tal manera que la noción objetiva que se extrae del
examen científico de los hechos históricos, es empleada
por el hombre para planear el futuro y acelerar el pro­
greso en que éste se produce.
Para Gordon Childe, el estudio histórico de la evo­
lución social tiene su base fisiológica en el desenvolvi­
miento recíproco del cerebro y de las manos; y comprende
el desarrollo del ienguaje articulado, de la comunicación
de las experiencias adquiridas, de la abstr2cción indis­
pensable para conectarlas y generalizarlas, lo mismo que
de la formulación de ideas representativas y de ideologías
que interpretan al mundo en algún sentido. En todo caso,
esos desarrollos son otros tantos productos de la evolución
social. El hombre, en lugar de continuar los lentos cam­
bios que la evolución orgánica produce en los cuerpos
de los otros animales, tiene la ventaja mayor de su capa­
cidad para adaptarse a las más variadas condiciones del
medio ambiente, elaborando por medio de su trabajo 0b­
j etos artificiales, externos a su cuerpo, de los cuales pue­
de servirse eficazmente y según su voluntad. De esta ma­
nera, el hombre ha podido dominar en gran parte a la
naturaleia, superando en casi todo a los otros a nim a l es
y multiplicándose con mayor rapidez que cualquiera otra
de las especies de mamíferos con las que tiene cercano

parentesco. Tal es la analogía establecida por Childe entre


la evolución biológica y el· progreso social de Ja cultura.
La sociedad tiene que estudiarse, primordialmente,
como la organización formada por el hombre para produ--

119
cir los medios de satisfacer sus necesidades, para 1epro­
ducir dichos medios y para crear nuevas necesidades. Pa­
ra lograrlo, es indispensable que los hechos históricos no
se comparen solamente de manera externa, sino que se
examinen rigurosamente en sus conexiones intrínsecas,
para llegar a formular una teoría válida del desarrollo
social que permita organizar la propia investigación me­
ramente descriptiva y taxonómica, en la cual las diver­
sas formas adoptadas por la sociedad en su desarrollo,
aparecen como organizaciones comparables con arreglo a
un prototipo previamente establecido; y esa comparación
se practica en un solo nivel, ignorando las trayectorias
reales seguidas por el desarrollo social. En rigor, la huma­
nidad ha estado dividida en multitud de formas distin­
tas de organización social. Pero, entre la variedad de ti­
pos adoptados por dicha organización, se define una
trayectoria de progreso. Durante el salva jismo, el hom­
bre avanza en su desenvolvimiento, significándose como
un colaborador cada vez más activo de la naturaleza. Con
la barbarie, el hombre revoluciona a la naturaleza y de
colaborador activo pasa a ser creador de nuevos procesos,
sobre todo con la domesticación de animales y plantas.
Finalmente, con lé! civilización el hombre aumenta con­
siderablemente el rendimiento de su fuerza de trabajo,
hasta el punto de que la mayoría de la población es tam­
bién "domesticada" al quedar sometida primero a la es­
clavitud, luego a la servidumbre y últimamente al trabajo
asalariado. En ese sentido, la evolución de la sociedad re­
presenta la historia del creciente dominio humano sobre
la _naturaleza, a la vez que pone de manifiesto el men­
guado dominio obtenido sobre el medio social -las re­
laciones entre los individuos, los grupos, Jas naciones y
las clases- que no resulta comparable al dominio adqui­
ridó sobre la naturaleza.

120
El dominio humano sobre la naturaleza se ha alcan­
zado por medio del conocimiento científico y ha pro­
gresado paralelamente a la sistematización de dicho cono­
cimiento. El avance ha sido más notable mientras mayor
ha sido la aplicación tecnológica de los resultados obteni­
dos en las investigaciones experimentales <le la geome­
tría, la mecánica, la física y la química; y se ha acelerado
con la adopción de los métodos empleados en otras cien­
cias, como la medicina, la genética y la agronomía. En
consecuencia, concluye Gordon Childe, se ha podido es­
tablecer racionalmente la inferencia de que la dolorosa
discrepancia que se observa entre el control humano so­
bre el medio exterior y la incapacidad del hombre para
dominar su medio social, se debe a la carencia de una
ciencia de la sociedad o, en otras palabras, al fracaso
que ha tenido el empeño de hacer de la sociología una
ciencia experimental, por la imposibilidad de intervenir
en forma planeada y controlada, dentro de condiciones
de laboratorio, en el caso de las relaciones humanas. Sin
embargo, Gordon Childe nos hace observar cómo la hu­
manidad ha experimentado continuamente, a lo largo de
toda su evolución, no sólo para llegar a dominar la na­
turaleza, sino igualmente para llegar a organizar este do­
minio en forma social. Los resultados de estos experi­
mentos se han conservado en las numerosas reliquias y
monumentos, lo mismo que en los testimonios históricos
transmitidos oralmente, por medio de representaciones
gráficas y por escrito. La historia es, justamente, el es­
tudio científico de estos materiales. Aun cuando no cons­
tituya una ciencia exacta como la iísica, ni. tampoco uria
ciencia descriptiva abstracta, como la anatomía, sin que
establezca leyes semejantes· a las matemáticas, ni esque­
mas tan precisos como la química, la historia descubre,
sin embargo, un orden y una conexión tan comprensi-

121
bles y obj etivos como los que integran la astronomía o la
fisiología.
Por otra parte, Gordon Childe considera que el mayor
valor de las leyes científicas es que éstas permiten al
hombre planear mejor su actividad práctica. Y semejante
función también es cumplida por las leyes de la histo­
ria. Para Gordon Childe, el carácter histórico que tie­
nen todos los procesos sociales es, precisamente, su au­
todeterminación. Dicha autodeterminación, se obsen·a lo
mismo en el desenvolvimiento económico general, que en
el avance tecnológico de los medios y los modos de pro­
ducción, en el progreso científico, en las manifestaciones
artísticas y en las reflexiones religiosas. Para la histo­
ria, estas últimas reflexiones tienen importancia porque
constituyen tentativas de explicación humana de la natu­
raleza y de la sociedad. Pero, aun cuando dichas refle­
xiones introducen un orden en la historia, que refleja en
cierto modo las condiciones existentes en la sociedad
en el momento de su formulación, sin embargo, este or­
den se muestra siempre como algo impuesto a la histo­
ria, del mismo modo en que el despotismo es impuesto
a la sociedad. Gordon Childe hace también la crítica de
aquellos historiadores que consideran el curso de la his­
toria como una ampliación política de la geografía, co­

mo la parte antropológica de la biología, como un capi­


tulo de la economía política o como una consecuencia de
las leyes establecidas por estas disciplinas. Particular­
mente, insiste en que las leyes de la economía política no
puedan explicar completamente ios cambios históricos.
Por el contrario, considera que los cambies que se produ­
cen en las leyes económicas constituyen uno de los he­
chos más importantes que la historia tiene que explicar.
Todo esto le sin'e para aribar a la conclusión de que la
historia es una ciencia que posee sus ieyes propias.

122
Respecto a otras doctrinas, la crítica de Gordon Chil­
de asume un mati z incisivo. Considera que el derrumbe
del nazismo con�tituye la mejor refutación de todas las
teorías cíclicas de la historia y, particularmente, de la
doctrina decadente de Spengler. En cuanto a la teoría de
Toynbee, reconoce que de acuerdo con ella el desarrollo
de la historia, lejos de ser cíclico, manifiesta unas vein­
tiu� trayectorias paralelas o divergentes, pero diferentes
unas de otras. No obstante, señala que en la teoría de
Toynbee se ignoran nada menos que aquellas actividades
humanas cuyo carácter acumulativo y revolucionario hace
posible el progreso. Y esto, sin pretender que el progreso
humano sea un proceso automático e inevitable ; ya que
en condiciones determinadas se presentan siempre varias
alternativas, de las cuales unas conducen al progreso y la
superación, mientras que otras llevan a la muerte y la ani­
quilación. En cierto sentido, se puede decir que Toynbee,
en sus intentos por establecer una síntesis de las socie­
dades civilizadas, viene a dar una nueva versión del mi­
to del héroe, establecido como doctrina histórica por Car­
lyle. Toynbee cree que el hombre debe seguir siendo su
propia víctima, más bien que su propio liber�dor ; y piensa
que el mejoramiento humano no se encuentra en la su­
peración de la o rganización social, sino en la salvación
religiosa en su versión cristiana. Así, el empeño de Toy­
nbee queda deci<lidamente ahogado en sus prejuicios, que
son : su falta de con fianza en la democracia, su temor
al marxismo, su devoción por la religión organizada y
su actitud general cautelosa y conserva<lora. En este sen­
tido, la obra de Gordon Qülde viene a ser un excelente
correctivo para la teoría ge Toynbee, a pesar de los ele­
mentos de materialismo mecanic ista que c0ntiene.
L1 función que Gordon Chii<le le asigna a la arqueo­
logía, con respecto a !a antropología, es la misma que

123
fa paleontología desempeña en cuanto a la zoología y la
botánica. De este modo, la serie evolutiva de los organis­
mos, postulada por Lamarck, ha sido convertida por la
paleontología en una serie histórica. ¿ Podrá la arqueolo­
gía operar una transformación semej ante en el caso de la
evolución antropológica ? Desde luego, es necesario preci­
sar que la investigación arqueo lógic a consiste en descu­
b rir . la secuencia de las diversas culturas prehistóricas,
que representan otras tantas sociedades o fases en el des­
arrollo de las sociedades, para disponerlas en forma es­
t ratigráfica en las diversas regiones de la Tierra. Por eso
mismo, desde un principio hay que resolver la confusión
que se ha creado en la clasificación en edades -paleo­
lítica, neolítica, de bronce y de hierro-, dejando escla­
recido que se trata de una cronología ent�ramente relati­
va a cada región, que de ninguna manera se puede aplicar
como una medida absoluta para el tiempo en que han
transcurrido las fases de ia evolución humana en su con­
junto. Se trata de etapas definidas por las cuales ha pa­
sado sucesivamente la sociedad en su evolución, pero en
períodos que difieren notablemente de una región a otra.
La categoría de cultura tiene para Gordon Childe dos
significaciones distintas. Dentro de ta arqueología, la cul­
tura es simplemente un con j unto de objetos materiales de
un tipo determinado. En cambio, para ia antropología, la
cultura com p ren de todas aquellas formas de la actividad
humana que no son meros actos reflejos incondicionados,
o instintos, tal romo ocurren en condiciones sociales deter­
minadas. Sin embargo, la diferencia de significado e.s
más bien de grado, de manera que el conten i do atribuido
a la cultura dentro de la antropología es más amplio que
el que se le asigna en la arqueología. Del ex(lmen que hace
de los resultados obtenidos por la arqueología, empleando
la categorb antropológica de cultura, desprende la con-

1 24
clusión de que el desarrollo de las sociedades en diversas
regiones del antiguo continente muestra más divergencias
que paralelismos. Pero, considera que esta conclusión no
invalida el empleo de la categoría de evolución para inter­
pretar el desarrollo social, ni destruye tampoco la analogía
establecida entre la evolución social y la evolución or­
gáni ca. Lamarck, y después Darwin, postularon la evo­
lución como un proceso de variación y de diferenciación,
en el cual surgen las especies nuevas. Y algo enteramente
aná logo es lo que ponen de manifiesto los estudios ar­
queológicos. P e ro , de la comparación que se puede esta­
blecer entre las secuencias observadas, se descubre que
en la evolución social no solamente existen divergencias
y di ferencias, sino también convergencias y asimilaciones.
Y con esto se rompe el paralelismo entre la evolucíón or­
gánica y el · p rogreso social.
Con todo, Gordon Childe estima que la e·1olución social
existe de un modo obj etivo en un nivel superior y cua­
litativamente d i sti nto a la evolución org áni ca. En conse­
cuencia, el d e sa r roll o social es un proceso o rdenad o y
conexo, susceptible de ser implicado racionalmente, sin ne­
cesidad de involucrar factores extraños, ni de recurrir a
intervenciones milagrosas. De esa manera, la fórmula dar­
winiana de la evolución -variación, herencia, adaptaáón
.'.V selección- es s us cep t ible de transferirse, con algu­
nas modi ficaciones, a la evolución social. El proceso de
la variación social opera a través de la acción recíproca
entre el desenvolvimiento económico, el avance del cono­
cimiento científico y el desarrollo tecnológic o. El proce�o
de la herencia social funciona en la forma <le difusión cul­
tui;aJ, por medio del ej emplo, del precepto, de la educa­
ción, del anuncio, de la propaganda y de otros medios ;
t ratándose de un proceso controlable y m uch o más rápido
que el de la reproducción sexual. La adaptación al am-

125
biente se efectúa tanto en el interior como en el exterior
de la sociedad, comprendiendo todos los medios culturales
que sirven para conseguir que la organización social so­
breviva, se multiplique y avance. En fin. l a selección en
el proceso cultural se manifiesta ante todo como selec­
ción de invenciones; ya que una sociedad solamente se
apropia de una idea, ya se trate de una invención técnica,
de una institución política, de un rito supersticioso o de
un motivo artístico, cuando la misma sociedad ha evolu­
cionado hasta un nivel tal que permita la aceptación ef ec­
tiva de dicha idea y haga posible su aprovechamiento. En
esos terminas, Gordon Childe considera haber esclarecido
el proceso de la evolución social, eliminando las falsas
identificaciones que pudieran hacerse con respecto a la
evolución biológica, debido a la analogía existente entre
ellas.

126
VII

Una revolucl6n en la matem6tlca


A finales de 1963 y pnnc1p1os d e 1 964 se produjo
un acontecimiento de importancia fundamental v que
tcr:.<lrá a lcan ce s enormes en el desarrollo d e l a n1a­
temática y la lógica, con la publicación (tel traba io de
Panl J. C0hen acerca de la independencia l ógi ca de la
hip l)tes i s del continuo, respecto a los otros axiomas de
la teo r í a de los co n j unto s . 1 En dicho trabajo, el j uven
matemáti c o de la Universidad de Stanford, California,
ha realiza do la hazaña extraord inaria de dividir la tt>oría
Je los cor: j un t o s en dos sistemas diferentes, según qüe
se admita e1 continuo cantoriano o que se niegue, pre­
cisamente de ia nüsma manera como Lobach ev ski con­
siguió establecer en 1826 la divi sión de la geometría en
euc lid ian a y no-euclidiana. S ol o que, como desde hace
tiempo se ha p u e s t o al descubierto que la t eo r í a de los
conjuntos constítuye la estructura básica en la cuai se
apoyan los otros d esarro llo s de la matemática, hasta el
punto de que, como dice Bourbaki, "todas las teorías ma­
temáticas pueden ser consideradas como extensiones de
1a teoría general de los conj untos ' ', resulta entonces que
el trabaj o de Cohen significa la i n i c iación de una revo­

lución en la rr.atemática entera. Al m i s mo tiempo, debido


a que la teoría de los con j untos representa la estructura
m at emát i ca fundamental d� la iógica¡ es claro que e! des··

1 "The Independenceof the Continuum Hypothesis",. Pro-·


ceeding of the National Academy of Sciences, Washington, 50 ..
1963, págs. 1143-1148; 51, 1964, ¡:,ágs. 105-110.

129
56.-9
cubrimiento de Cohen producirá también una transforma­
ción profunda y de graves consecuencias en el seno de la
lógica. En particular, la prueba encontrada por Cohen vie­
ne a ser la culminación de la crisis desencadenada por los
trabajos de Kurt Goedel, en relación con la f ormalización
axiomática de la ciencia y, a la vez, con ella se orienta el
desenlace de esa crisis en un sentido definido.
La primera exposición axiomática de una disciplina
científica se encuentra en la conocida di sposición utili-­
zada por Euclides, en sus Element os, para exponer de­
mostrativamente la geometría. En esa exposición se enun­
cian 23 definiciones, 5 postulados y 9 nociones comunes,
cuya validez se admite como evidente, para probar después
los teoremas geométricos por medio de inferencias correc­
tas basadas en ellos. Por consiguiente, en la exposición eu­
clidiana, todos los teoremas son implicados por o deduci­
dos del grupo de axiomas constituido por las nociones
comunes, los postulados y las definiciones. Con seguridad,
el método empleado por Euclides fue el procedimiento
concreto consistente en tomar el cuerpo de conocimientos
establecidos en su época y formularlos sistemáticamente,
para lo cual idealizó los conceptos implicados y selec­
cionó entre las relaciones conocidas las elementales, para
luego derivar las otras relaciones por medio de la deduc­
ción. A partir de entonces, la estructura axiomática de
la geometría euclidiana ha sido considerada como un mo­
delo de rigor y simplicidad para las disciplinas cientí­
ficas. Ese mismo procedimiento fue utilizado por N ew­
ton para sistematizar la mecánica. Dicho método axiomá­
tico concreto es un poderoso instrumento racional que es
aplicable en el momento en que Úna ciencia está tomando
fonna, o sea, cuando ya son discernibles las leyes gene­
rales que gobiernan los procesos que estudia. En tal caso,
la tarea consiste simplemente en hacer una colocación com-

130
pleta de los conceptos básicos o categorías de una cien­
cia y de sus relaciones fundamentales, d e las cuales se
puedan derivar por definición los otros conceptos y, por
deducción, los teoremas. De esa manera, el método rudo­
mático permite comprender mejor la ciencia en su con­
junto al separar claramente las deducciones lógicas rigu­
rosas, de las consecuencias concretas que de ellas se
desprenden y las cuales se apoyan en una determinada
interpretación concreta de ese esquema axiomático.
Por otra parte, durante varios siglos se hicieron es­
fuerzos considerables para encontrar la demostración de
los axiomas euclidianos y, en particular, del quinto pos­
tulado relativo a las paralelas. Como es sabido, tales es­
fuerzos culminaron en un resultado justamente opuesto al
buscado, como fue la prueba encontrada por Lobachevski
de la imposibilidad de demostrar dicho postulado o, lo
que es lo mismo, de su independencia respecto a los
otros axiomas. Debido a su independencia, el postulado
de las paralelas pudo ser sustituido por '3U negación con­
tradictoria, tanto en el sentido de postular que por un
punto exterior a una recta pasan dos o más paralelas, en
vez de una sola, como en el de postular que no pasa nin­
guna paralela. Entonces, introduciendo ese nuevo pos­
tulado, se construyeron las geometrías no-euclidianas y
se puso en claro que la demostración formal tiene que
detenerse en ciertas proposiciones admitidas sin prueba,
que son los axiomas, para no proseguir el procedimien­
to demostrativo hasta el infinito. Con base en lo anterior,
se fortalecieron los propósitos de formalización y se in­
crementaron los esfuerzos para lograrla, mediante un aná­
lisis lógico penetrante Y. riguroso <le los fundamentos de
la geometría y la aritmética. Así fue como Peano esta­
bleció un sistema formado por S axiomas para inferir, a
partir de ellos, todos los teoremas de la aritmética. Igual-

131


mente, Hilbert estableció un sistema constituido po r 20
axiomas, para derivar de él todos los teoremas de la geo­
metría elemental. Por su parte, Zermelo formuló la axio­
matización de la teoría de los conj untos. Y finalmente,
en esa etapa inicial de la axiomática, \Vhitehead y Rus­
sell establecieron la formalización de los fundamentos
de la matemática. Al propio tiempo, se pudo advertir que
las relaciones lógicas expresadas por los axiomas tam­
bién se cumplen para otros muchos conceptos dif erentes,
o sea, que la validez de las demostraciones se funda en
la estructura lógica de los axiomas, más que en algún
contenido particular que pueda atribuirse a los concep­
tos relacionados por ellos. De esa manera, se acabó por
considerar que los términos que figuran en los axiomas
son "conceptos vacíos", que carecen de signi ficado pro­
pio y únicamente adquieren el sign i f icado que les impar­
ten las relaciones enunciadas en los axiomas primero y,
luego, en las definiciones y los teoremas. Entonces, re­
sulta posible sustituir esos términos por cualesquiera
otros, con tal que se conserve la misma relación lógica.
Así, por ejemplo, consideremos los axiomas de Peano :
I. Cero es un número.
II. Todo número tiene s u sucesor, que es otro nú­
mero.
III. No hay dos números que tengan el mismo su­
cesor.
IV. Cero no es sucesor de ningún número.
V. Cualquier propiedad que pertenezca a cero y al
sucesor de cualquiera otro púmero que tenga
también esa misma p ropiedad, pertenece a to­
dos los números.
Y sustituir sus "conceptos vacíos" por otros, confor­
me al siguiente código :
cero = bobo;

1 32
número = tonto ;
sucesor = tarugo ;
propiedad = necedad.
Con lo cual obtenemos los siguientes enunciados :
I*. El bobo es un tonto.
1 1*. Todo tonto tiene s u tarugo, que e s otro tonto.
1 1 1 *. No hay dos tontos qbe tengan el mismo tarugo.
IV*. E l bobo no es tarugo de ningún tonto.
V* . Cualquier necedad que pertenezca al bobo y al
tarugo de cualquiera otro tonto que tenga tam­
bién esa necedad, pertenece a todos los tontos.
Como se puede advertir, estos enunciados son equi­
valentes lógicamente a los primeros, ya que solamente he­
mos empleado palabras distintas para representar los
"conceptos vacíos". Desde luego, con ellos podríamos es­
tablecer las definiciones y deducir los teoremas de la arit­
mética, en un lenguaj e pintoresco. Por ejemplo, la defi­
nición de la suma de un número cualquiera y cero, sería :
Entre un tonto cualquiera o el bobo, nos quedamos
con el tonto. Y la dcf inición del producto de un número
cualquiera por cero, sería :
Entre un tonto cualquiera y el bobo, nos quedamos con
el bobo. Por supuesto, lo anterior significa sencillamente
que un mismo sistema de axiomas tiene una multitud de
interpretaciones o modelos específicos diferentes.
Con los resultados anteriores se desarrolló amplia­
mente la axiomatización de yarias disciplinas matemáti­
cas, formalizándolas en sistemas compuestos de cuatro ti­
pos de proposiciones : axiomas, definiciones, reglas de
operación y teoremas. Los axiomas son p roposiciones
elementales en las cuales se postulan relaciones primiti­
vas entre conceptos no-clef inidos. O sea, que los axio­
mas son definiciones implícitas en las que simplemente
se declaran los conceptos no-definidos, mediante su inclu-

1 33
sión en la relación primitiva que enuncian. Las def inicio­
nes introducen nuevos conceptos, que se formulan en fun­
ción de los conceptos no-definidos que figuran en los
axiomas. Es decir, que las definiciones declaran explíci­
tamente los nuevos conteptos que introducen, refiriéndose
· a los conceptos no-definidos y sus relaciones primitivas.
Por su parte, las reglas de operación permiten construir
nuevas proposiciones a partir de los axiomas y las defini­
ciones, para lo cual se utilizan los preceptos canónicos
de la identidad, la no-contradicción y la exclusión de ter­
cero, junto con las reglas de inferencia de la deducción
formal. Por último, los teoremas son las proposiciones
obtenidas directamente a partir de los axiomas y las de­
finiciones o, indirectamente, con base en otros teoremas
previamente demostrados, aplicando siempre las reglas de
operación.
De esa manera quedó constituido el método axiomáti­
co como instrumento formal para construir la estructura
abstracta de las disciplinas científicas, empezando con los
conceptos y relaciones primitivas de Jos axiomas, y des­
arrollando entonces sus consecuencias formales sin hacer
referencia a ningún significado concreto ni específico. Lo
que es más, se llegó a considerar que Jos axiomas son
establecidos arbitrariamente a priori, sin tener que recu­
rrir para nada a las nociones intuitivas, la observación,
la experimentación y, en general, la realidad objetiva.
Inclusive se hicieron intentos de establecer nuevas disci­
plinas científicas formulando arbitrariamente sistemas
de axiomas y definiciones. Pero, como no tenía menos que
suceder, tales intentos resultaron inf ructuosos, porque so­

lamente en el caso de un edificio es que se wnstruyen


primero los fundamentos o cimientos, aunque en el pro­
yecto es lo que el ingeniero tiene que calcular hasta lo
último. Y, en lo que rf'specta a las disciplinas científi-

1 34
cas, los Íundamentos solamente se pueden conocer en una
etapa relativamente avanzada de su desarrollo. Pues bien,
una vez establecido el grupo ele axiomas correspondiente�
a una disciplina, de ellos se deben poder derivar deduc­
tivamente todas las otras propiedades que la integran,
expresándolas como teoremas. En todo caso, la demostra­
ción formal de cada teorema tiene que establecerse por
medio de una secuencia finita <le inferencias, cada una
de las cuales tiene como premisas a los axiomas, o bien,
a otros teoremas ya demostrados. En esas condiciones,
el método axiomático suministra explicaciones lógicas so­
bre una disciplina, en tanto que retrocede a sus relaciones
primitivas y, luego, asciende de nuevo a las proposicio­
nes derivadas, a través de una rigurosa consecuencia. De
este modo se han podido descubrir graves incorrecciones
lógicas que habían pasado inadvertidas y, también, se
han podido introducir explícitamente las relaciones nece­
sarias y excluir aquellas que eran redundantes. Por otra
parte, el propio método axiomático permite determinar
cuáles son los axiomas que se pueden eliminar sucesiva­
mente para llegar a teorías cada vez más generales; o,
por lo contrario, cuáles axiomas han de agregarse sucesi ­
vamente para obtener teoremas más numerosos y precisos.
El método axiomático ha encontrado su campo de in­
vestigación más fecundo en la matemática. En su formali­
zación abstracta, la matemática es tratada como una
di sciplina que deriva las conclusiones que se encuentran
implicadas lógicamente en cualquier grupo de axiomas da­
do, sin preocuparse por decidir acerca de la Yalidez de su
contenido. Lo cual significa q,ue, respecto a los axiom!ls,
lo único importante es que en ellos se basen las inf eren­
cias que conducen a los teoremas. Por ende, no solamente
se consideran vacíos los conceptos que figuran en las pro­
posiciones primitivas, sino que los axiomas mismos

135
resu ltan también carentes de contenido, puesto que {mi­
cam�nte representan la estructura de la relación que emm­
cian. En tales condiciones, los axiomas no son verdaderos
ni faisos. En ri.gor, para que un axioma llene su función,
no se re<.J.niere que cumpla singularmente más condición
que la de no ser una p roposi ción auto-contrad ictoria. En
cambio, en su conjunto, el grupo de axiomas tiene que
satisfacer tres condiciones ineludible�, que son la consis­
tencia, la completud y l a in dependencia del sistema que
constituyen. De esa manera, la formalización axiomática
implica la certeza ele que la matemática se funda en l a
posibilidad d e demostrar que el grupo de axiomas estable­
cido forma un sistema tal que no conduce a contradic­
cior.cs y que, a la vez , es completo y no admite ninguna
secuencia lógica que lleve de un axioma a otro. En otras
palabras, lo que se exige de un sistema. de axiomas es,
<!l contrario de lo expresado por el conocido proYerbio.
que en el s istema estén todos los axiomas que son y, a la
vez, que sean efecti\·ar nente axiomas todos los que están
;1. sÍ considerados. Sol<J que, como ya lo advertía \Ve y l , esto
resulta mucho más fácil decirlo que hacerlo.
En rigor, las rnndiciones exigidas a los sistemas de
axiomas constituyen un campo de !nnstigación cuyo pro­
grarna fue deli neado con precisión por David Hilbert. Así,
Hilbert dice que su formalización de los fundamentos de
la geometría "es un ensayo para construir la geometría
sobre un s i stema completo de axiomas, lo más sencillo
posible". Ademá:3, considera que sus "cinco grupos de
axiomas. . . no están en contradicción unos con otros.
esto es, que no es posible, mediante procedimientos ló­
gicos, deducir de ellos hechos que contradigan a lo,.r,; axio-
1m.s establecidos". Y que, "después de haber reconocido
la no-contradicción de los axiomas, interesa investigar
si todos ellos son indepefü�ientes entre sí. . . ( esto e s )

1 36
que no es posible derivar, mediante procedimientos ló­
gicos, ninguna parte esencial de un determinado grupo
de axiomas, ele los grupos de axiomas precedentes". La
exigencia de c¡ue el si stema sea completo, significa que
se deben formular expresamente todos los axiomas, de
tal manera qL'.e nunca haga falta introducir algún nuevo
axioma para la construcción de teoremas. La consisten­
cia del sistema de axiomas impone la condición de que no
sea posible establecer por medio de in ferencias válidas,
alguna proposición que •Se encuentra en contradicción con
otra proposición ya demostrada y, por supu esto, menos
tcclavía con alguno de los axiomas mismos. La otra exi­
gencia es la de que los axiomas sean lógicamente inde­
peadientes, esto es, que no sea posible obtener ninguno
de ellos como conclusión de una serie de inferencias, par­
tien<lo de alguno o algunos de los otros axiomas.
Como puede advertirse, en un sistema consistente,
independiente y completo, queda excluida formalmente
la posibil idad de resolver un problema de dos maneras
opuestas. Y también, en tal caso, ante cualquier proble­
ma que se plantee, siempre resulta posible llegar a una
decisión determinada. En cambio, mientras no se pruebe
la independencia, la completud y la consistencia de un
si stema de axiomas dado, segu i rá existi endo la posibili­
dad de llegar a descubri r que u n axioma no es tal, o en··
contrar algún teorema que contradiga a otro, o bien, que
para la demostración de un teorema se haga imprescin­
dible el agregar un nuevo axioma. Por lo tanto, la prueba
del cumplimiento de esas tres condiciones \'Íene a ser el
problema medular de la axiomática. Al propio tiempo,
es pertinente señalar que dicho problema atañe igualmen­
te a la lógica, ya que ésta · también ha sido axiomatizada
y, a la vez , los preceptos canónicos y las reglas de i n fe­
n:ncia de la lógica formal son parte integrante ele todo

1 37
sistema axiomático. En consecuencia, la propia lógica tie­
ne que cumplir la exigencia formal de ser un sistema
consistente, independiente y completo.
l'n s istema de axiomas es consistente cuando no con­
tiene axiomas que se contradigan mutuamente, ni tampoco
se pueden deducir de él proposiciones contradictorias y, por
ende, en el caso de que se propongan dos teoremas con­
tradictorios, siempre resulte que por lo menos uno de ellos
no se pueda demostrar. Así, cuando un sistema de axio­
mas es consistente, la aplicación del precepto canónico
de no-contradicción lleva a establecer que, entre clos pro­
posiciones contradictorias, una de ellas debe ser falsa.
En suma, un sistema es consistente cuando, y sólo cuan­
do,. no implica proposiciones contradictorias. En cambio,
en el caso de que un sistema de axiomas admita la demos­
tración de dos proposiciones contradictorias, entonces
dicho sistema es inconsistente. Además, si tanto una pro­
posición como su contradictoria son deducibles de un sis­
tema de axiomas, resulta que de dicho sistema también
es deducible cualquiera otra proposición. Por lo tanto,
cuando un sistema de axiomas es inconsistente, entonces
todas las proposiciones que se puedan postular son de­
mostrables y, por ello, resultan ser teoremas de la disci­
plina fundada en ese sistema de axiomas. Por consiguiente
tenemos, recíprocamente, que un sistema de axiomas es
consistente cuando no toda proposición es un teorema,
o sea, cuando existe por lo menos una proposición que no
sea deducible de los axiomas. De aquí que una prue9a de
la consistencia de un sistema de axiomas sea la demostra­
ción de que existe al menos una proposición que no se
puede derivar de los axiomas de ese sistema.
En realidad, cuantas veces se emplea el método axio­
mático, se plantea el p roblema de encontrar la prueba de
su consistencia; ya que la con j unción de proposiciones

1 38

r
inconsistentes implica que de ese m i smo sistema es posi­
ble obtener cualquier proposición y, por consiguiente, no
solamente hace que se derrumbe el sistema, sino que lo
disuelve por entero. En e l caso de las teorías axiomatiza­
das de la física, la prueba de su consistencia se ha con­
seguido mediante su interpretación o representación en
un modelo obj etivo concreto; en cuyo caso es posible in­
vestigar si los teoremas son verdaderos en relación con los
procesos reales a- los cuales se refiere. Pero, en un sentido
est rictamente formal, se trata de una prueba relativa, ya
que el problema no queda resuelto por el hecho de que los
teoremas ya deducidos no se contradigan unos con otros,
puesto que siempre queda abierta la posibilidad de que un
nuevo teorema viniera a poner al descubierto la incon­
sistencia del sistema. Por eso se ha buscado como medio
de probar la consistencia de los sistemas axiomáticos,
el reducirlos a los axiomas de una teoría matemática.
Ahora bien, para los propósitos de la geometría, es su­
ficiente con el hecho de que las condiciones establecidas
por Jos axiomas de la geometría euclidiana sean consisten­
tes. Y, en efecto, el mismo procedimiento de representa­
ción ha mostrado que no puede haber inconsi stencia en
los axiomas de la geomet ría elíptica o hiperbólica, . a me­
nos que también la haya en Jos axiomas de la geometría
euclidiana que constituyen su modelo. De esta manera, se
recurre a la consistencia del sistema euclidiano, como prue­
ba de la consistencia de los sistemas que no son consis­
tentes con la geometría euclidiana. También se puede re­
currir a la representación en el sistema ele axiomas de l a
aritmética. Pero, en cualquier caso, siempre vuelve a 5ur­
gir el problema de probar la . consistencia de otro sistema
de axiomas. Y, lo que es más, no sólo se requiere pro­
bar la consi stencia de un conjunto de axiomas, sino del
sistema formado por ese conjunto y los p receptos y reglas

1 39
de la lógica formal. Es decir, debido a que cualquier sis­
tema de axiomas es una transcripción de los teoremas de
la lógica, resulta que el problema de probar que dicho
si stema es consistente, es equivalente al problema de en­
contrar la prueba de la consistencia del sistema de axio­
mas de la lógica formal.
Pará precisar el problema, se ha establecido una dis­
tinción entre la consistencia formal y la consistencia in­
trínseca. De acuerdo con ella, un sistema de axiomas para
el cual existe una interpretación, es un sistema interpre­
table o formalmente consistente. Y, recíprocamente, un
sistema de axiomas que no admite ninguna interpretación,
es un . sistema no-interpretable o formalmente inconsis­
tente. Por otra parte, un sistema de axiomas es intrínse­
camente consistente si, después de haber obtenido de él
todas sus consecuencias lógicas, jamás se llega a una con­
tradición, en el sentido de que nunca se pueda deducir
simultáneamente la verdad y la falsedad de la misma pro­
posición. Por consiguiente, si un sistema de axiomas es
interpretable, entonces es intrínsecamente consistente ; pe­
ro la inversa no se cumple siempre. En todo caso, para
poder utilizar un sistema de axiomas es ineludible que sea
intrínsecamente consistente. Porque, si el sistema es in-
. trínsecamente inconsistente, entonces se puede demostrar
con base en él una proposición conjuntamente con su ne­
gación contradictoria ; ya que se pierde ele esa manera la
diferencia entre la verdad y la falsedad, de lo cual resul­
ta que se puede probar la verdad de cualquier proposi.ción.
Entonces, el problema de la prueba de la consistencia
intrínseca de un sistema de axiomas, es equivalente al
problema de obtener la prueba de que dicho sistema es in­
terpretable, o sea, formalmente consistente.
Pn sistema de axiomas es completo cuando contiene
todas las proposiciones necesarias y suficientes para dedu-

1 40
cir de ellas la totalidad de los teoremas expresables den­
tro de la disciplina fundada en dicho sistema. A sí, cuando
Euclides formalizó la geometr!a, indudablemente selec­
cionó ios axiomas Je tal manera que fuera posible dedu­
cir de ellos todos los teoremas conoddos y, tamb1én, aque­
llos otros que se padieran establecer después. Además,
antes de que se profundizara en el problema, se consi­
deraba que tanto el sistema axiomático de la geometría
como el de la a�itmética, eran completos o que, en caso
de no serlo, por lo menos eran completahles agregándoles
un nú mero finito y reducido de axiomas. En rigor, la
completud significa que toda proposición perteneciente
a una disciplina se ha de poder derivar, lógicamente, de
su respectivo sistema de axiomas. Por lo tanto, cuando
un sistema de axiomas es completo, entonces, aplicando
el precepto canónico de la exclusión de tercero, resulta
que entre dos proposiciones contradictorias siempre será
posible demostrar que una de ellas es verdadera. En su­
ma, un grupo de axiomas constituye un sistema cuando
no falta ninguna de las proposiciones que son axiomas .
S i n embargo, e n la teoría d e los números, por ejemplo,
se tienen varias conj eturas famosas que no han podido ser
demostradas ni tampoco refutadas. Una de ellas es la hi ­
pótesis de Fem1at acerca de que no existen cuaternas de
números naturales, x, }', z, n, mayores que cero y tales
que con ellos se cumpla la relación :

Otra es la conjetura de Goldbach acerca de que todo nú­


mero entero mayor que dos," si es par, es igual a la su­
ma de dos números primos y, cuando es impar, entonces
es un número primo o es igual a la suma de tres núme­
ros primos. Y así hay otras rnús, tanto en la teoría ele los

141
números como en otras disciplinas matemát icas. Pues bien,
erns proposiciones tal vez son verdaderas, pero tam­
bién es posible (!Ut ::: ean falsas. El he( ho es que ni una
cosa ni la otra ouedt
.. .
::: e r nrobó.da en ningnno de los sis-

temas de axiornas \�stabkcidos hasta ahora. En consecuen-


cia, dichas proyosiciones S1)n ind�cid.ihles, ya que no se
pueden demostrar Z1Í refutar, ni tampoco se puede probar
que sean indemostrables o irrefutabk::>.
Con vistas a p rec i s ar el sign ificado q ue tiene la com­
pletud de un s i st e rr;a de a x i omél s , se di stingue ent r e su
consideración en sentido amplio y en s en t ido estrecho.
Así, en sentido amplio, un sis tema de axiomas es com­
·
pleto cuando toda proposición tanto?ógica perteneciente a
la disciplina n:sp�ctiva e"s deducible de dicho si stema. En
otras palabras, un sistema de ax.lomas es completo en sen­
tido amplio, cuando contiene ios axiomas y reglas sufi­
cientes para dedu ci r una proposición a rb i t r aria cual quiera
que, en la interpretación formal d e l propio s i s tem a , sea
una tautología, esto es, una proposición cuyo valor de
verdad es siempre el de ven:ad. En caso contrario, el sis ­
tema <le axiomas es i n com pl et o . Po r otra parte, un siste­
ma de axiomas es completo en sentido est recho cuando,
al agregarlo en calidad de axioma cualquier p roposici ó n
que no sea deducible del s istema originai, s e obtiene co­
mo resultado una contradicción. A Ja vez, un s i st em a de
axiomas es formalm�nte completo cuando t o d a s sus in­
terpretaciones son i�0mórf icas, o sea, cuando entre los
elementos de dos cual·:squiera de esas interpretaciones
existe una correspondencia biunívoca y la ej ecu c i ón de la
misma operación, o de operaciones equivalentes, produce
resultados equivalentes en las dos interpreta.ciones. En fi n,
un s i st ema de axiomas es int rínsecamente completo cuan­
do todas las proposiciones que son verdaderas, pa r a cual­
quiera de sus interp retaciones arbitrarias. son p roposicio-

142
,
nes deducibles del mismo sistema. Por consiguiente, si un
si stema de axiomas es formalmente completo, entonces
también es intrínsecamente completo ; pero la recíproca
no siempre es cierta. Ahora bien, lo que quedaba plan­
teado era el problema de probar que un sistema de axio­
mas establecido fuese cornpieto o que resuítara completa­
ble con un número reducido de nuevos axiomas.
En un sistema de axiomas no deben figurar proposi­
ciones innecesarias que puedan deducirse de los restantes
axiomas, ya que entonces deben estar incluidas entre los
teoremas . Cuando 'se tiene un sistema de axiomas en el
cual todos ellos son efectivamente proposiciones primiti­
vas no deducibles recíprocamente, se tiene un sistema in­
dependiente o un si stema de axiomas mutuamente inde­
pendientes. Por lo tanto, de la misma manera en que un
sistema es completo cuando no le falta nmgún axioma,
así también, dicho sistema es independiente cuando no le
sobra ningún axioma. Un axioma es independiente dentro
de un sistema, cuando no se puede deducir de Jos otros
axiomas mediante las reglas de operación admitidas. De
no ser así, dicho axioma es dependiente. Por su parte, un
sistema de axiomas en el cual ninguno de ellos es deduci­
ble de los otros, es un si stema de axiomas independien­
te. En caso contrario, el sistema de axiomas es depen­
diente, En todo caso, para probar Ja independencia de un
axioma respecto a los demás del sistema, se requiere de­
mostrar que ni tal axioma, ni su opuesto contradictorio,
ni todas las proposiciones derivadas de ellos, se encuen­
tran en contradicción con los otros axiomas del sistema.
Los axiomas dependientes pueden ser eliminados del sis­
tema, sin que se altere el con j unto de teoremas de la dis­
ciplina de que se trate ; ya que, en último término, si un
axioma no es independiente, entonces realmente no es
un ax i oma sino un teorema. Por otro lado, cuando la con-

143
si stencia interna de un sistema de axiomas soiamente se

puede probar recurriendo a otro sistema de axiomas, en­

tonces tenemos que, en rigor, el primer sistema es depen­


diente del segundo. Aparentemente, un s i st ema de axiomas
no deja de ser válido cuando se descubre que uno de
sus axiomas se puede deducir de los otros ; y, en tal caso,
lo que debe hacerse obviamente es excluirlo del grupo
de axiomas y pasarlo al grupo de teorerr:as. que es la
calidad que tiene. Sin embargo, simplemente para com­

prender la estruct11ra. ci� cuaiquie r sistema dt� ax)1)111as,


es indispensable probar su indepen'1enci:1. Y, lo que es
más importante aún, la falta d e independencia de los
axiomas de un sistema significa, estrictamente, que to­
das las proposiciones de la discipl ina en cuestión sun teo­
remas. En tal caso, se disuelvs. lógicamente el sistema de
axiomas e s ta bl eci do y, al p ro pio tiempo. resulta posible
seleccionar arbitrariamente diversos grupos de teoremas.
para habilitarlos como axiomas, aunque a sabiendas de
que ninguno de esos grupos constituye realmente un sis­
tema de axiomf\s.
Con obj eto de precisar el si gni f icado que tiene la in­
dependencia de los axiomas, se puede distinguir entre la
independencia formal y la independencia intrínseca. De
esa manera, un axioma es formalmente independiente de
los otros axiomas d e un si stema .. cuando existe un con­
junto de teoremas que satisface el sistema de axiomas
formado por esos otros axiomas sin el primero, pero que
no satisface el si stema de axiomas original, o sea, el siste­
ma en el cual figura además el axioma en cuestión. En
cambio, un axioma es intrínsecamente independiente de los
otros axiomas de un sistema, cuando no se puede deducir
de esos otros axiomas. Entonces, si un sistema de axiomas
es formalmente independiente, también es intrínsecamente
independiente; pero la recíp roca no siempre es válida. Por

144
otra parte, un axioma es dependiente de los otros axio­
mas de un sistema, cuando una interpretación arbitraria
del sistema formado exclusivamente por esos otros axio­
mas, satisface igualmente al sistema original, en el cual
está incluido el axioma en cuestión. Desde luego, la in­
dependencia intrínseca es necesaria para evitar que en
el sistema se consideren axiomas superfluos. Y la inde­
pendencia formal es indispensable para que el grupo de
axiomas constituya e fectivamente un sistema. Pues bien,
como lo veremos después, lo que Cohen acaba de demos­
trar es justamente que no se puede probar la indepen­
dencia de ningún sistema de axiomas.
El problema de la independencia de un axioma perte­
neciente a un sistema, respecto a los otros axiomas, con­
duce a otro problema de primordial importancia, como es
la posibilidad de sustituir dicho axioma por su negación,
sin causar una contradicción interna en el sistema en cues­
tión. Como primer ejemplo de este problema, tenemos el
de la independencia del quinto postulado de Euclides en
el sistema de axiomas de la geometría. Como ya lo hemos
dicho, ese descubrimiento condujo a la formulación de las
geometrías no-euclidianas, cuyos axiomas son los mismos
de la geometría euclidiana, con excepción del relativo a
las paralelas, que se sustituye por la negación contradic­
toria del postulado de Euclides. Por lo tanto, ele esa ma­
nera se puso en claro que si un sistema ele axiomas es
consistente, y sus axiomas son independientes, entonces
el sistema sigue siendo consistente cuando se sustituye uno
de los axiomas por su contradictorio. Más adelante, Hil­
bert, en su empeño por realizar el programa que se había
trazado, intentó demostrar: la independencia de los 20
axiomas de su sistema de geometría "por medio de cier­
tas geometrías enteramente peculiares, construidas adhoc".
Para ello, intentó demostrar que cada axioma era inde-

56.-10
1 45
pendiente de los otros, valiéndose de la construcción de
un modelo en el cual se satisfacen todos los axiomas del
sistema, con excepción del axioma en cuestión. Así, em­
pezó por inferir la independencia del axioma de las pa­
ralelas, por medio de un modelo conocido de la geometría
no-euclidiana; luego siguió con el axioma sobre el trans­
porte de segmentos de recta, introduciendo una nueva de­
·
finición de la congruencia, y así sucesivamente. Pronto
haremos ver que tales pruebas no son suficientes, de acuer­
do con la demostración de Cohen. Mientras tanto, pr eci ­
saremos el significado que tiene la independencia de un
axioma, en relación con el problema de la posibilidad de
sustituirlo por su opuesto. De esa manera, tenemos que un
axioma perteneciente a un sistema de axiomas es dialéc­
ticamente independiente sólo cuando, además de ser sa­
tis factorio el sistema de axiomas original, también resul ­
ta satisfactorio el sistema de axiomas formado por los
otros axiomas más el opuesto al axioma en cuestión.
En 1 904, Hilbert señaló qu � la lógica simbólica podía
ser tratada como una rama de la teoría de los números.
Y Goeclel fue el primero en elaborar en detalle esa corres­
pondencia, utilizándola para investigar las propiedades de
los sistemas formalizados ele axiomas. En efecto, en 1930,
Goedel publicó la primera prueba de la independencia del
sistema de axiomas constituido por las reglas de la lógica
deductiva, demostrando que no es completo en sentido am­
plio , pero sí lo es en el sentido estrecho y, por lo tanto,
resulta suficiente para la demostración de los esquemas
formales de la lógica . Al año siguiente , Goedel publicó
su trabajo fundamental y ahora famoso,2 en el cual ofre­
ció las pruebas de que ningún sistema de ax iomas puede

2 "Ueber formal unentscheidbare Saetze der Principia Ma­


thematica und verwandter Systeme", Monatshefte fuer Mathe­
matik und Physik, 38, 1931, págs. 173-198.

1 46
ser completo, ni tampoco puede ser consistente y, por en­
de, puso al descubierto dos de las tres limitaciones insu­
perables que son inherentes al método axiomático. Con
ese trabajo terminó la etapa del formalismo axiomático
dominada por el programa y los resultados de Hilbert,
que fue intensamente creadora y bastante fructuosa, y
durante la cual se desarrollaron muchas concepciones bá­
sicas y técnicas nuevas, pero que resultó no ser sufi­
cientemente crítica respecto a sus fundamentos y se ca­
racterizó por la ignorancia de sus limitaciones. Al propio
tiempo, las demostraciones de Goedel desencadenaron una
profunda crisis en la axiomática, que ahora ha venido a
culminar con la prueba de Cohen. En la imposibilidad de
realizar el programa trazado por Hilbert, la axiomática
entró en una fase más reflexiva y, en particular, aguda­
mente crítica en relación con el formalismo.
Para establecer su demostración, Goedel formula en
primer lugar un criterio de consistencia intrínseca más
riguroso que el utilizado anteriormente, al que llama con­
sistencia-omega. Luego adopta un sistema de representa­
ción, en el cual a cada símbolo usado en las fórmulas
matemáticas le corresoonde
'
·
biunívocamente un número na-

tura l. Así, cualquier fórmula, que es simplemente una co-


lección finita de símbolos, queda representada por una
colección de números naturales y, como la correspondencia
es biunívoca, en cualquier momento se puede convertir de
nuevo la colección de números en la fórmula original. Ade­
más, las reglas para la construcción de nuevas fórmulas
y la conjugación de éstas, se expresan en función de. las
operaciones aritméticas elementales ejecutadas con los nú­
meros representativos. De esa manera, todas las proposi­
ciones son transformadas tmiformemente en fórmu1as
aritméticas. Entonces, Goedel construye una fórmula arit­
mética tal que solamente es demostrable cuando su nega-

147
ción también es demostrable. O sea, que se trata de una
fórmúla que, en rigor, no es demostrable ni tampoco es
refutable. En consecuencia, dicha fórmula es formalmen­
te indecidible y, por lo tanto, el sistema de axiomas de la
aritmética es incompleto. Más todavía, el sistema de la arit­
mética es incompatible, de tal manera que, aun cuando
sea posible seguir agregando nuevos axiomas, subsistirá
la misma situación, ya que siempre se podrá construir
otra fórmula que resulte indecidible. Al propio tiempo,
Goedel demostró que, incluso suponiendo que un sistema
de aritmética formalizada sea consistente, no es posible
dar una prueba de su consistencia que pueda ser forma­
lizada dentro del mismo sistema de la aritmética. Enton­
ces, dicha consistencia sólo puede ser demostrada recu­
rriendo a una teoría matemática superior, como lo es la
teoría <le los números transfinitos, por ejemplo ; cuya
consistencia deberá ser probada, a su vez, refiriéndola
a otra teoría matemática más compleja, y así sucesiva­
mente. Por lo tanto, la prueba de la consistencia interna
de la matemática se complica cada vez más y, finalmen­
te, sigue siendo tan dudosa como al principio, ya que el
procedimiento de prueba es interminable.
Después de probar la existencia de proposiciones in­
decidibles, Goedel estableció dos condiciones simples para
ampliar el dominio de aplicación de sus descubrimientos,
las cuales expresó de la siguiente manera : 1 ) la clase de
los axiomas y las reglas de in ferencia deben ser defini­
bles recursivamente; y, 2) cada relación recursiva debe
ser definible dentro del sistema. Entonces, demostró que
cualquier sistema formal que cumpla esas dos condiciones
y sea consistente, en el sentido oniega, contiene propo­
siciones indecidibles. Entre esos sistemas se encuentran,
desde luego, el de la axiomatización formulada por Zer­
melo-Fraenkel para la teoría de los conjuntos, y el siste-

1 48
ma de la aritmética constituido por los axiomas de Peana,
las definiciones recursivas y las reglas de la deducción
formal. Además, debido a que la demostración de la con­
sistencia interna de cualquier teoría formalizada de una
disciplina científica, se establece mediante su reducción
a los axiomas de la aritmética, entonces resulta que las
pruebas de Goedel se refieren a cualquier teoría forma­
lizada y, por ende, a todo sistema de axiomas que se
pueda formular. En consecuencia, todo sistema de axio­
mas es necesariamente incompleto e incompletable. Y, al
propio tiempo, en el caso de que se suponga que tiene
consistencia interna, ésta es indemostrable dentro del sis­
tema mismo. Más todavía, como cualquier teoría forma­
lizada incluye a las reglas de la inferencia deductiva, co­
mo partes integrantes de su sistema, queda en claro que
las pruebas de Goedel afectan también a la lógica formal.
El cambio de orientación en las investigaciones, como
consecuencia de los resultados obtenidos por Goedel, lle­
vó a examinar el problema de la consistencia relativa
de los sistemas de axiomas. Esto es, en lugar de una
prueba absoluta de la consistencia de un sistema formal,
se buscó la manera de probar que, si un sistema de axio­
mas se puede considerar como consistente, entonces tam­
bién es consistente otro sistema de axiomas que sea una
extensión del primero. De nuevo fue Goedel quien logró
encontrar esa demostración, probando rigurosamente que
si es consistente la formalización de la teoría de los con­
j untos establecida por Zermelo-Fraenkel, pero sin incluir
el axioma de selección, entonces sigue siendo consiste nte
.
la teoría formada cuando se agregan el axioma de selec­
ción y la hipótesis del continuo de Cantor generalizada.ª

3 The Cons'istency of the Axiom of Choice and of the Ge­


neralized Continuum Hypothesis with the Axiom of Set Theory.
Princeton, Princeton University Press, 1940.

1 49
Pues bien, esta demostración constituye · ta base utiliza­
da por Cohen para dar el siguiente paso, que ha sido
definitivo. En efecto, la prueba de Cohen consiste jus­
tamente en demostrar que : "La hipótesis del continuo
no puede ser derivada de los otros axiomas de la teoría
de los conjuntos, incluyendo entre ellos el axioma de se­
lección. Y, como Goedel ha demostrado ya que la hipó­
tesis del continuo es consistente con dichos axiomas,
entonces queda establecida así la independencia de Ja hipó­
tesis del continuo." Entonces, como ya lo habíamos apun­
tado al principio, la prueba de Cohen muestra que se puede
sustituir la hipótesis del continuo por su negación con­
tradictoria, sin causar una inconsistencia en el sistema de
axiomas de la teoría de los conjuntos, porque se trata
de un axioma que es dialécticamente independiente. Por
lo tanto, se han reunido los elementos fundamentales
necesarios para formular una nueva teoría de los conjun·
tos y, en realidad, nuevas teorías de las otras ramas
de la matemática, a las cuales podemos denominar pro­
visionalmente como no-cantorianas, en un sentido ente­
ramente análogo al que tiene la geometría no-euclidiana
en relación con la eucludiana. A la vez, debido a que et
fundamento mismo de ta prueba es la consistencia rela­
tiva del sistema de axiomas, resulta que Cohen ha venido
a probar igualmente que es imposible demostrar la in­
dependencia de tos axiomas integrantes de cualquier sis­
tema formalizado. Por consiguiente, la prueba de Cohen
significa que tampoco es demostrable estrictamente el
cumplimiento de la tercera y última condición, que se
planteaba como exigencia ineludible para que un siste�
ma de axiomas sea enteramente riguroso.
La demostraci6n de que no es posible probar la con­
sistencia, ni la completud, ni tampoco la independencia de
un sistema de axiomas, pone claramente de manifiesto

150
que los axiomas son insuficientes para caracterizar las
teorías de la matemática y, en general, de cualquiera otra
disciplina científica. Como lo dice el propio Goedel, "exis­
te, en algún sentido, una realidad objetiva que los mate­
máticos tratan de expresar en los axiomas de la teoría de
los conjuntos, pero los axiomas formulados hasta ahora
sólo representan esa realidad de un modo incompleto".
Antes del descubrimiento de Cohen, todavía era posible
considerar que esta situación se podría superar mediante
la introducción de otros axiomas, tal vez muy di ferentes
de los actuales, que sirvieran para representar la reali­
dad objetiva de una manera más aproximada y menos
incompleta. Pero, ahora sabemos bien que cualquier inter­
pretación axiomática que se intente, será siempre una
representación insuficiente y limitada de la realidad. Más
todavía, ha quedado refutada la afirmación que se hacía
con frecuencia, acerca de que la formalización axiomáti­
ca de las disciplinas cientí ficas era lógicamente inevita­
ble, apodkticamente verdadera y completamente indepen­
diente de la experiencia. De esta manera se ha consumado
definitivamente y sin remedio el derrumbe de la axioma­
tización, en el sentido apriorístico y absolutizante con que
era considerada. Por lo tanto, debemos concluir que, res­
pecto al problema de la axiomatización ha sucedido lo
mismo que antes ocurrió con otros problemas matemáti­
cos, como el de encontrar Ja cuadratura del círculo o la
trisección de un ángulo empleando exclusivamente regla
y compás, el de resolver la ecuación de quinto grado por
medio de radicales, el de la construcción de números tras­
cendentes por medios algebraicos, y el de la dernostra­
biJidad del postulado de las paralelas. Esto es, que la
axiomatización es un problema imposible de resolver utili­
zando únicamente la lógica formal, al igual que aquellos
otros problemas tampoco pudieron ser resueltos por Jos

J 51
medios con que se intentaban. Solo que, como lo señala
acertadamente Hilbert, en la ciencia "continúa desem­
peñando un papel preponderante la imposibilidad de cier­
tas soluciones o problemas, y el esfuerzo realizado para
responder a una cuestión de tal índole, ha sido con fre­
cuencia la causa del descubrimiento de un nuevo y fruc­
tí fero campo de investigación".
La primera consecuencia que se desprende inmediata­
mente de la prueba de Cohen es que jamás se logrará
construir deductivamente una disciplina científica comple­
ta, consistente e independiente. Porque se ha puesto de
manifiesto que las ciencias, y en particular la matemáti­
ca, tienen la propiedad intrínseca de no poder ser for­
malizadas por entero. Por lo tanto, el propio conoci­
miento científico se niega a quedar aprisionado en ese
mundo de abstracción total , constituido exclusivamente
por sistemas de axiomas y reglas interdependientes, en
donde cualquier teoría que se estableciera arbitrariamen­
t e, resultaba ser tan buena y aceptable como otra cual­
quiera. Al propio tiempo, de la misma maií.era en que
las pruebas de GoedeJ seña lan destacadamente el incum­
plimiento de los preceptos de no-contradicción y de ex­
clusión de tercero, así también h demostración de Cohen
signi fica eí de rrumbe de la lbgi ca formal, en cuanto a
su carácter absoluto, precisame nte dentro del último re­
ducto en donde era cultivada en ese sen tido . Por c onsi ­

guiente, tcnrmos que las conce p ciones y los más refina­


dos medios de investigacii)n basados en la lógica formal,
no pudieron satisfacer las seYeras exigencias que plantea
la teoría de los con juntos y, j unto a ella, las otras clisci­
plinas matcmátic:1s. Ciertamente, la lógica de ía mate­
mática supera :-1 ia lógica formJ.l y, espefrllmente en !os
momentos crí t i cos de ::: u rlesarro11o, exhihe consp ic�: �'- -
mente su carácter dialéctico. En rig-or, las pruebas de

1 52
Goedel y Cohen son un resultado de la dialéctica de la
matemática y abren nuevos cauces para el desenvolvi­
miento de la lógica dialéctica.
Por otra parte, de la prueba de Cohen se desprende
igualmente que los procedimientos matemáticos demostra­
tivos no coinciden, ni menos se agotan, con el método axio­
mático. Lo cual quiere decir que los recursos de la razón
no pueden ser formalizados por completo y que tampoco
es posible fijar ninguna limitación a la capacidad crea­
dora de los matemáticos y los lógicos para inventar, des­
cubrir y desarrollar nuevos procedimientos de demostra­
ción. A ese problema se encuentra ligada la cuestión
de que existe un gran número de proposiciones matemá­
ticas verdaderas que, sin embargo, no se pueden deducir
formalmente de ningún grupo de axiomas, mediante el
empleo del grupo cerrado de reglas de la inferencia deduc­
tiva. Por la imposibilidad de probar la consistencia, re­
sulta la existencia de esas proposiciones indecidibles, que
no se pueden demostrar ni refutar. Del hecho de que nin­
gún grupo de axiomas sea un sistema completo, y además
no sea completable, proviene la dificultad insuperable
que se presenta para la demostración de todas las propo­
siciones pertenecientes a una teoría. Y, la falta de inde­
pendencia de los axiomas, significa que no es posible dis­
tinguir entre conceptos básicos y conceptos derivados, ni
entre relaciones fundamentales y relaciones secundarias ;
por l o cual, tampoco e s posible distinguir realmente un
axioma de un teorema. Más aún, la imposibilidad de pro·
bar la independencia de los axiomas lleva a la situación
de que, en rigor, todas las proposiciones son teoremas
y, entonces, se puede e$coger con libertad entre una
infinidad de grupos de proposiciones, para otorgarlas ar­
bitrariamente el rangu de axiomas. Esta situación se ex­
tiende hasta Jos mismos preceptos canónicos o "princl.-

153
,
pios supremos; de la lógica formal, puesto que también
constituyen un sistema de axiomas y, por ende, resulta
que dichos "principios" tienen que ser considerados, en
principio, como inconsistentes, incompletos y <lependien­
tes. A la vez, debido a que las reglas formales de infe­
rencia son parte integrante de todos y cada uno de los
sistemas axiomáticos establecidos hasta ahora, que<lan
igualmente incluidas en la falta de consistencia, de com­
pletud y de independencia. Por lo tanto, se impone de
manera imperiosa la necesidad de emplear otras reglas
de transformación, diferentes y más poderosas que las
reglas de la deducción formal. A este respecto, las de­
mostraciones de Goedel y Cohen constituyen el fundamen­
to teórico necesario para la formulación de la teoría ma­
temática de la lógica dialéctica, cuyo desarrollo permitirá
seguramente hacer más rigurosas y eficaces las operacio­
nes ya conocidas y, a la vez, descubrir nuevas formas dia­
lécticas de razonamiento.
En lo que respecta a la matemática, la prueba de
Cohen abre un campo de investigación inmenso y pro-
. misorio, a la vez que obliga a cambiar decididamente la
orientación seguida dentro de una de las tendencias
dominantes de la matemática contemporánea y viene a des­
encadenar una revolución en todas sus ramas. Desde lue­
go, con la relativización del fonnalismo se destaca la im­
posibilidad de separar la forma del contenido, ya que
éste gobierna el progreso de la forma y decide su impor­
tancia y las modalidades que adquiere. Al propio tiempo,
se pone en evidencia cómo la acción de descubrir sobre
el papel, con lápiz o pluma y por medio del razonamien­
to, las relaciones matemáticas que constituyen una repre­
sentación aproximada de tas relaciones objetivas, sola­
mente resulta posible cuando el con.iunto de axiomas del
cual se parte es también una imagen de la realidad ob-

1 54
jetiva. El método axiomático es únicamente una forma
de representación que requiere, de manera indispensa­
ble, una fundamentación objetiva. En todo caso, la axio­
matización ha quedado reducida a sus justos términos, o
sea, que es una actividad secundaria y subsecuente al
descubrimiento de las relaciones fundamentales estudia­
das dentro de cada disciplina, y por medio de la cual se
expresan dichas relaciones en ' una forma precisa. La ta­
rea de la axiomatización es relativa y sus criterios de
rigor se encuentran suj etos a cambios, de acuerdo con
el desenvolvimiento del conocimiento cientí fico. Enton­
ces, se puede seguir considerando que la formalización
axiomática de una di sciplina constituye la formulación más
rigurosa que puede hacerse de ella en un momento
determinado, con tal que se tenga siempre en cuenta
que se trata simplemente de una forma de expresión
de los conocimientos logrados y que las exigencias lógi­
cas que deben cumplir las conexiones entre sus axiomas
y sus teoremas, también se encuentran sujetas a evolu­
ción. Y, por cierto, lo que en este momento se plantea
con una necesidad imperiosa e inaplazable, es la elabo­
ración de los nuevos criterios de rigor que deban sus­
tituir a las frustradas exigencias de la formalización axio­
mática.
En lo que se refiere a la lógica, se podrá desenvol­
ver la teoría matemática de la dialéctica, cuyo fundamen­
to queda establecido con las implicaciones que tienen los
resultados de Goedel y Cohen. Este desarrollo podrá con­

duci r después a la invención y la construcción de nuevas .


computadoras electrónicas, que serán superiores a las
actuales. En efecto, las computadoras funcionan hasta
ahora conforme a las reglas fijas de las operaciones axio­
máticas formalizadas, mientras que la lógica dialéctica
les podrá impartir una estructura operativa mucho más

155
rica, fina y penetrante. 1\lás todavía, la misma asociación
entre la lógica dialéctica y las computadoras permitirá,
por vez primera, un desenvolvimiento amplio de la ló­
gica experimental. Por lo tanto, el derrumbe definitivo
del apriorismo, provocado por la revolución científica que
se ha suscitado, conduce directamente a la experiencia,
tanto en la matemática como en la lógica. En este sentido
ya se vienen realizando ·algunos trabajos de gran im­
portancia. Entre ellos, podemos mencionar las investi­
gaciones de Church sobre las funciones que son compu­
tables sistemáticamente, mismas que lo llevaron prim('ro
a establecer que toda función efectivamente calculable
es recursiva y, luego, a descubrir que la definibili<lad
lambda es equivalente a la recursividad. Por su parte, Tu­
ring ha confirmado esa demostración, precisando el con­
cepto de computabilidad e inventando la máquina que lle­
va su nombre para prvbar la computabilidad de las
funciones. Al propio tiempo, se vienen desarrollando al­
gunos lenguaj es para las computadoras electrónicas, que
se encuentran basados por completo en la recursividad.
Incidentalmente, tenemos que ya ha sido posible formu­
lar un algoritmo que permite decidir si una fórmula es
Lisp
o no es un teorema ; y su expresión en el lenguaje
ha servido para demostrar en una computadora, en8 mi­
nutos, todos los teoremas que figuran en los Principia
.Mathematica de Whitehead y Russell. De esta manera,
se vienen creando los elementos teóricos y, simultánea­
mente, los instrumentos matemáticos de aplicación, que
son necesarios para el establecimiento y el desarrollo prác­
tico de la teoría matemática de la lógica dialéctica. Por
eso es que podemos concluir, insistiendo Yigorosamente
en la a firmación de que las consecuencias de las pruebas
de Goedel y Cohen inauguran un:'l etapa revolucionaria
en la matemática, la lógica y Ja c i bernética.

1 56
LIBROS PUBUCADOS

1.-Bevolución y contrarrevolución, Carlos Marx


2.-La formación de los lnteleetuales, Antonio
Gramsci
3.-La libertad en el arte, Honor Arundel
4.-Los grupos y el poder político en los Estados
Unidos, León Dion
5.-Bevolución en filosofía, Howard Selsam
6.-�Es el comunismo una nueva etapa!, Jacob M.
Budish
7.-Los Estados Unidos y América Latina, Herbert
Matthews

8.-Mat.erialismo milltant.e, Jorge Plejánov


9.-Guerrillas y contraguerrillas, William J. Pome­
roy
10.-Beforma o revolución, Rosa Luxemburgo
11.-Teoria8 económicas burguesas del siglo XX, S.
M. Firsoba-V. F. Tsaga
12.-La CIA y el movimiento obrero, George Morris
13.-El comunismo, L. Kniazeba
14.-�Qué es la filosofía?, Howard Selsarn
15.-Clases y lucha de clases, G. Glezerman-V. Sme-
nov
16.-EI can>ino del poder, Kautsky
17.-EI mecanismo de la vida, Alejandro Popovsky
18.-Carlos Marx y los primeros tiempos de la In-
temaciona.I, Franz Mehring
19.-Slndicalismo y marxismo, Jorge Plejánov
20.-Las raíces de la religión, A. D. Sújov
21.-La dialéctica en psicología, Alberto L. Merani
22.-Hombre y evolución, John Lewis
23.-Lit.eratura, filosofía y marxismo, Máximo Gor-
ki-A. A. Zhdánov
24.-Defensa y desarme, R. Bolton
25.-Cómo hicimos la revolución de Octubre, León
Trotsky
26.-La Ciencia, B. M. Kédrov
27.-Critica de la filosofía del Estado de Hegel, Car­
los Marx
28.-La Revolución Francesa, Thorez-Duclós-Polit­
zer-Perl
29.-Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Car-
los Marx
-
30.-Becuerdos sobre Lenin, Clara Zetkin
31.-El incendio del Beichsta.g, Jorge Dimitrov
32.-El origen de la vida, Oparln
33.-"El Capital" de Marx y el capitalismo, G. Ba­
gaturla
34.-Etica y progreso, H. Selsam
35.-EI papel del individuo en la historia, Jorge Ple­
jánov

36.-El hombre y la cultura, A. N. Leontiev-R. Ga­


raudy
37.-Para leer ''El Capital", F. Engels
38.-lntroducción a la cibemética, A. V. Jramoi
39.--Cienclas huma,na.s y dJaléctica, Marce! Prenant,
Henry Wallon
40.-EI mandsmo y los euntnos del porvenir, Wal­
deck Rochet
41.-La carrera económica USA-� Victor Perlo

42.-El modo de prodaooi6n asiático, Jean Ches­


neaux y otros
43.-La Revolución Francesa. y el Imperio de Napo­
león, A. Z. Manfred-A. F. Smirnov
44.-Problemas filoeóficos de la física contemporá­
nea, $; Meliujin
45.-Marx y los sindicatos, A. Losovski
46.-Arie, literatura y prensa, V. I. Lenin-Mao Tsé
tung

47.-IDpót.esis y verdad, V. P. Kopnin

48.-Prictica social y teoría, Guy Besse


49.-Betrato de Camilo Torres, Horacio Bojorge
50.-Escritos filosóficos y políticos, Marqués de Sade

51.-El socialismo anterior a Marx, Babetú, Saint


Simon y otros
52.-Los procesos de bominización, H. Vallois, A.
Vandel

53.-Materiallsmo dialéctico y lógica dialéctica, A.


G. Spirkin

52.-Los procesos de hominización, H. Vallois, M.


Valdel, H. Piéron y otros

53.-Ma.terialismo dialéctico y lógica dialéctica, A. ·.


Spirkin

54.-La. naturaleza de la obra de arte, Hipólito Taine

55.-La primera fase del imperialismo, Y. F. Avda­


kov, F. Y. Polianski
Este libro se acabó de imprimir el
día 1 2 de octubre de 197 3 en los
talleres de Im presora y Litográfica
Azteca, S. A., Privada de Zaragoza
. 18 bis, México 3, D. F., Se impri­
mieron 5 000 ejemplares.

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