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LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA Y ESPIRITUALIDAD DEL LAICO

 
 
INTRODUCCION
 
“La Iglesia siente cada día la necesidad de impregnarse de la Sagrada
Escritura para leer allí todo lo que ella es y lo que esta llamada a ser. No
existe auténtica vida espiritual, eficaz catequesis o actividad pastoral alguna
que no exija este retorno constante a los Libros Sagrados” (Alocución de San
Juan Pablo II a los 75 años del Pontificio Instituto Bíblico de Roma).
 
El Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Divina Re velación (D.V.)
recomienda insistentemente a todos los fieles la lectura asidua de la
Escritura, para que adquieran la “ciencia suprema de Jesucristo”
(Fil.3,8.),”pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (Sn.
Jerónimo). También recomienda de buena -gana que acudan al texto mismo,
en la liturgia tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual (cfr.
D.V.25).
 
La Sagrada Escritura ha de ser el libro base de la formación de los fieles. Toda
la fe cristiana ha de nutrirse y regirse de la Palabra de Dios. A la mesa del Pan
de la vida debemos acudir siempre para alimentar nuestro espíritu, mientras
dura el trayecto de nuestra jornada terrena. De esta mesa tomamos la
Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo; con la misma veneración con que nos
acercamos a la Eucaristía, debemos acercarnos a la Palabra de Dios, que es
“luz de la mente, vida del alma, soplo vivificador” ( San Juan. XXIII).
Debemos alimentarnos de esa Palabra, hasta que llegue a ser carne de
nuestra carne, sangre de nuestras venas, savia de nuestra vida; hasta que
nuestros pensamientos y normas de conducta se transformen y rijan por ella.
 
Es necesario que todos los fieles cristianos nos acerquemos a la Sagrada
Escritura para “escucharla, asumirla, encarnarla, celebrarla y transmitirla a
nuestros hermanos” (D.P. 8~2 y 1305), de tal manera que todas nuestras
actividades, por el estudio y la meditación d~ la Palabra de Dios, reciban
alimento saludable y produzcan frutos abundantes de renovación cristiana.
 
Cuando la Palabra de Dios es proclamada y escuchada con fe, -el Señor de la
vida se hace presente como alguien que esclarece, que orienta y que
transforma la vida.
 
A partir de un texto del Concilio Vaticano II, de la Constitución D.V. #
21,trataremos de descubrir el valor de la Escritura —para el cristiano, en su
vida y su espiritualidad. La Palabra de Dios no es sólo luz del alma, sino
también alimento de vida.
Cuando San Jerónimo afirma que “desconocer la Escritura es —desconocer a
Cristo” y cuando el Concilio enseña hermosamente que:
 
 
“ES TAN GRANDE EL PODER Y LA FUERZA DE
LA PALABRA DE DIOS, QUE CONSTITUYE -
SUSTENTO Y VIGOR DE LA IGLESIA, FIRMEZA DE FE PARA SUS HIJOS,
ALIMENTO DEL
ALMA, FUENTE LIMPIDA Y PERENNE DE VIDA ESPIRITUAL”
 
se está refiriendo a la lectura, meditación e interpretación de la Escritura
unida a la Tradición y bajo la guía del Magisterio.
 
EL PODER Y LA FUERZA DE LA PALABRA DE DIOS:
 
La Palabra de Dios transforma a todos los que creen en su poder. La Palabra
de Dios tiene un valor Salvífico.
 
“La Escritura, compuesta por inspiración del Espíritu divino, es rica de sentido
propio; dotada de fuerza divina, vale por sí misma” (Encíclica Divino afflante
Spíritu). Al final de la encíclica Pío XII dice, contemplando la situación bíblica
del mundo: “Cristo es el remedio, y a Cristo lo conocerán, lo amarán y lo
imitarán -los hombres estudiando la Sagrada Escritura; de ella sacarán con--
suelo y fortaleza; en ella encontraran fuentes de gracia”.
 
Cuando la Escritura se presenta a si misma como Palabra de —Dios, afirma su
propia fuerza. Quien en nombre de la verdad niega a la Escritura esta fuerza ,
está acusando a la Escritura de error. Quien niega a la Palabra la capacidad
de salvar, reniega de Santiago, que dice: “aceptad dócilmente la palabra, que
ha sido plantada y es capaz de salvaros”. (Stgo. 1,21.).
 
“Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelve allá sin haber
empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, para que de
simiente al sembrador y pan para comer, así será la palabra que sale de mi
boca. No volverá a mí, sin haber hecho lo que yo quería, y haber llevado a
cabo su misión” (Is.55,10-11).
 
“Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y las
médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón”. (Hbr. 4,12.)
y regla de la vida.
 

LA PALABRA DE DIOS DEBE SER ESCUCHADA:


 
“Aceptad dócilmente la Palabra de Dios que ha sido plantada y es capaz de
salvarnos. Llevadla a la práctica y no os contentéis con escucharla,
engañándoos a vosotros mismos” (Stgo.1,22.).
 
La mejor lectura de la PALABRA DE DIOS. es la que se hace en un clima de
oración y recogimiento, “a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras, a
Dios hablamos cuando oramos” (D.V.25).
 
Escuchar es requisito indispensable para dialogar, para comprender, para
hablar, para dar gracias por la salvación que se cumple en nosotros.
 
La lectura privilegiada de la PALABRA DE DIOS. se hace en la asamblea de fe y
alabanza, que es la liturgia.
 
La lectura comunitaria de la Palabra de Dios que tiene corno guía y norma el
sentir de la Iglesia y de su magisterio es la más útil.
 
La lectura individual o en pequeños grupos es también importante.
 
 
CONCLUSION:
 
Es de esperar que todas las actividades de los cristianos, por medio del
estudio y la meditación de la Palabra, reciban alimento -saludable y
produzcan frutos abundantes de renovación cristiana. De este modo la Iglesia
entere progresará en la fe y en la caridad, -hasta que llegue al encuentro
definitivo y se siente en la mesa del banquete eterno, en el reino de Dios.
 
La lectura de la Sagrada Escritura. en la Iglesia no es la lectura de un texto frío
y muerto, del que interesa sólo la letra, sino que es la lectura de una palabra
viva y permanente, siempre actual. Decia —-Goethe: “Cada nueva
generación renovará su juventud en la Biblia, y la piedra de toque donde se
revele la vida y la fuerza de una nación, será siempre la actitud hacia la
Biblia”.
 
 
 
BIENAVENTURADOS LOS QUE ESCUCHAN LA PALABRA DE DIOS Y LA PONEN
EN PRACTICA. (Ap.1,3.>
 
 
 
Tomado de un retiro de la Accion Catolica de Adolescentes y Niños, Mexico

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