Resumen de LOS Acueductos, Parte 2

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LOS ACUEDUCTOS(2)

La obstinación de los romanos por suministrar a sus ciudades agua en abundancia y de máxima
calidad, obligó a sus ingenieros a diseñar y calcular acueductos de una envergadura tan asombrosa
como admirable. A medida que el imperio crecía y con él sus ciudades, estas obras alcanzaron unas
magnitudes asombrosas. Capaces de sobrecoger a los mejores ingenieros modernos. En la primera
parte de ingeniería romana: Acueductos pudimos comprender gracias al acueducto de Nimes como
se proyectaba y se planificaba un acueducto romano. La solución para asegurar el suministro de
agua a una gran ciudad como fue la antigua Nemarsus. Gracias a los acueductos de Tiermes
pudimos ver como incluso ciudades muy modestas que estaban dotadas de grandes acueductos lo
que nos confirma la idea de que toda ciudad romana debía disponer de un caudal continuo y
abundante de agua de calidad. Los misterios que encierran los acueductos de muchas ciudades son
hoy en día numerosos. Desentrañar alguno de ellos supone un desafío para arqueólogos e
ingenieros modernos. Algunos de tal alcance que no permiten ni siquiera poner de acuerdo a los
actuales investigadores. 200 kms al norte de Cella se encuentra la sorprendente ciudad romana de
Bilbilis famoso por ser la patria del poeta Marcial. Bílbilis fue una ciudad de tamaño medio, en la vía
romana de Caesar Augusta a Complutum. Bílbilis tenía cierta singularidad. Situada en una empinada
ladera, se apartaba del concepto habitual de una ciudad romana. ¿Quién sabe las razones que
hicieron, de esta ubicación, la escogida para fundar Bílbilis? Quizás sean obvias. Las vistas aquí son
realmente sobrecogedoras, y esta orientación es la mejor para este clima. Sea como sea, esta
decisión representaba un extraordinario reto para los ingenieros que debían dotarla de agua. Porque,
¿cómo hacer llegar el agua hasta esta altura? A Bílbilis, se la conoce por sus numerosas cisternas.
Cerca de una veintena de cisternas como esta, se desperdigan por toda la ciudad. Todas ellas a
diferentes alturas. Hay varias teorías que explican la presencia de tantas cisternas. Pero, ¿cómo
creer que los romanos bebían de la lluvia, después de los esfuerzos que hemos visto para transportar
las agua en Nimes, Tiermes o Cella? Además, en este territorio llueve muy poco. Su pluviometría es
prácticamente de desierto y las cisternas están en los puntos altos de las crestas. Las cisternas
nunca se llenarían con la lluvia. Bílbilis, no era una gran ciudad como Nimes. Pero era una ciudad
importante. Desde luego era mucho mayor que otras que hemos visto, como Tiermes, o Cella. El
teatro de Bílbilis tenía una capacidad cercana a los 4.500 espectadores. También las termas tenían
unas dimensiones respetables. Pero si no fue para almacenar agua, ¿Por qué tantas cisternas?
Observemos una de ellas detenidamente. Aquí tenemos una cisterna construida con el hormigón
romano e impermeabilizada con el mortero empleado habitualmente. Podemos ver aquí el lugar por
donde entraba el agua. Pero en estas cisternas, no se ve salida allí abajo en la base. Sin embargo, sí
que puede verse aquí el orificio de salida, ligeramente por debajo del nivel de entrada. Esto significa
que esta cisterna no puede vaciarse por gravedad y se dispone de muy poca cantidad de agua entre
la diferencia de niveles. Cualquier depósito que pretenda almacenar tiene una salida en la parte
inferior. Entonces, esto no es un depósito. Pero, si no es un depósito, ¿cuál es la misión de tantas
cisternas?. Para contestar a esta pregunta, vamos a desplazarnos a Itálica, ciudad de la Bética cerca
de la actual Sevilla, en España. Itálica era una ciudad importante y tenía un buen acueducto. Un
acueducto de 35 kilómetros y medio de recorrido total y, según los estudios, de un diseño y trazado
impecables. Cerca de la ciudad se encontró este impresionante grupo de cisternas. Aquí podemos
ver el canal de entrada del agua que venía del acueducto. Y vemos, que al igual que ocurría en las
cisternas de Bílbilis, la salida de agua para el abastecimiento está en la parte superior. Así que esto
tampoco parece un depósito de almacenamiento. Pero, ¿si no es un depósito, por qué un tamaño tan
grande? ¿Cuál era su función? Recordemos los pequeños areneros de los pozos de registro de
Tiermes. Allí gracias al rebaje en el fondo de los pozos se recogía la arena y otras partículas en
suspensión que el agua trasportaba. Las cisternas de Bílbilis, y en general las de todas las ciudades
romanas, tienen precisamente esta función, pero a una escala mucho mayor. Veámoslo en la de
Itálica. El agua entraba por la parte superior y circulaba por la cisterna. Gracias al gran tamaño de la
cisterna, el agua disminuía su velocidad hasta ser casi nula. Esto permitía que todas las partículas en
suspensión se precipitasen al fondo por acción de la gravedad. Es decir, sedimentaban, quedando el
agua limpia de sólidos en suspensión. A este proceso se le llama decantación. Así que, en realidad,
estas cisternas son decantadores. No sirven para almacenar el agua, sino para depurarla. El agua
más limpia es la superficial y, por esta razón, la salida del agua se encuentra en la parte superior.
Apenas ligeramente por debajo del nivel de entrada. Los decantadores se sitúan a veces al principio
del acueducto, pero normalmente se emplazan al final, cerca de las ciudades. Su tamaño se
determina en función de la calidad del agua que llega a través del acueducto. Es decir, de la cantidad
de arena y partículas en suspensión que el agua arrastra. Y también proporcionalmente al caudal de
agua que debe procesar. Pero, en Bílbilis, no hay un solo gran depósito de distribución, como suele
ser lo habitual. Hay prácticamente 20. ¿Por qué? Esta es la cisterna más elevada encontrada en
Bílbilis. Cómo ya sabemos, toda la ciudad debe encontrarse por debajo de su cota para que el agua
sea distribuida por efecto de la gravedad. Pero Bílbilis es una ciudad que tiene un importante
gradiente de altura. Es decir, hay una gran diferencia de altura entre esta cisterna y las casas de la
ciudad que están en la parte más baja. El peso del agua, la presión aquí abajo, es enorme. Sería
suficiente para reventar las tuberías, sobretodo las de plomo. Esto, lo sabían perfectamente los
técnicos romanos. Así que para evitarlo, ingeniaron una red de cisternas, más o menos equidistantes
en altura, de forma que nunca se produjera una presión superior a lo que equivale una atmósfera,
unos 10 m de altura. De esta forma, el agua, al llegar a la primera cisterna era decantada y quedaba
a presión atmosférica. Después, por gravedad, el agua se conducía hasta la siguiente cisterna,
donde se volvía decantar y a quedar nuevamente sin presión. Y así sucesivamente. Una cisterna
detrás de otra. Un ingenioso sistema de decantación y fragmentación de presiones, al que se le debió
de unir un complejo sistema de distribución del agua a todos los rincones de la ciudad. Esta hipótesis
se corresponde con la idea de mantener un caudal de agua de calidad continuo y permanente. La
exigencia romana para el abastecimiento a sus ciudades. Pero recordemos. Bílbilis se encuentra en
una ladera muy inclinada. Así que la primera cisterna que tiene que recibir el agua, se encuentra en
una cota muy elevada. ¿Cómo hacer llegar el agua hasta ella? ¿Disponían los romanos de una
fuente de suficiente caudal y calidad por encima de esta cota? La respuesta es sí. Al norte de Bílbilis,
a unos diez kilómetros, se encuentra la Sierra de la Virgen, con importantes manantiales situados
sobradamente por encima de la cota necesaria y cuya agua podía ser captada y trasladada por un
canal apoyado en el suelo hasta las cercanías de Bílbilis. Sin embargo, una vaguada se interpone
entre los dos puntos. Para mantener la poquísima pendiente que requiere un canal sería necesario
construir unas enormes arquerías. Unas arquerías de más de cien metros de altura y más de mil
metros de longitud. Unas arquerías de estas características son absolutamente inviables. ¿Cómo
resolverlo? Los ingenieros romanos tenían poderosos conocimientos de hidráulica y por supuesto
conocían perfectamente el principio de los vasos comunicantes. Este principio físico, nos dice que
recipientes comunicados por su parte inferior por un conducto cerrado, mantendrán el líquido que
contienen al mismo nivel, independientemente de la forma de dichos recipientes. Con este principio,
los ingenieros romanos planificaron en Bílbilis lo que conocemos como un sifón invertido. Un sifón
invertido consiste en una estructura en forma de U, en la que por el principio de los vasos
comunicantes el agua que entra en un extremo, alcanza el mismo nivel en el otro extremo.
Recientemente, siguiendo esta hipótesis, hemos encontrado estos restos al otro lado de la vaguada.
Sorprendentemente, lejos de Bilbilis, y en la cima de esta escarpada colina, hemos encontrado este
depósito de hormigón romano. Bilbilis está en aquella colina y el depósito más alto de la ciudad está
justamente en esa cresta que podemos ver desde aquí y está 7 metros más bajo que este depósito
que acabamos de ver. Por lo tanto, entre ambos se desarrollaba un sifón que salvaba toda esta
vaguada. Los sifones son los grandes elementos desconocidos de los acueductos a pesar de que su
uso fue muy habitual y reiterado en ingeniería romana. Para comprobarlo iniciaremos un viaje a lo
largo y ancho del imperio. Comenzaremos por el noreste, la actual Turquía. Año 330 a. C. Alejandro
Magno controla su vasto imperio dividiendo y encomendando el control a sus generales más
próximos. El general Lisímaco recibe el control de Tracia. Lisímaco manda custodiar sus tesoros en
la ciudadela de Pérgamo. Situada sobre un promontorio rocoso, esta ciudadela se convertirá en una
importante ciudad, capital de un reino y un gran centro intelectual que rivalizará con Alejandría.
Pérgamo tendrá su propia escuela de pensamiento y su biblioteca llegará a albergar más de 200.000
rollos de papiro. Tras el reinado de varios reyes, Pérgamo pasa a dominio romano. Pérgamo tuvo
entre 7 y 8 acueductos de diversas épocas. De ellos, el llamado “acueducto de Madradag” fue, sin
duda, el más famoso. Este acueducto captaba el agua de varias fuentes de los flancos del Madradag,
montañas situadas a más de 30 kilómetros de Pérgamo. La primera fuente se encontraba a 1.230
metros de altura. Una tubería trasladaba el agua a una segunda fuente, situada en la cota 1.158
metros. El caudal de ambas fuentes se juntaba, aumentando considerablemente. Por ello, a partir de
este punto, los constructores del acueducto decidieron emplear dos tuberías paralelas. Estas,
trascurrían durante 12 kilómetros hasta una tercera fuente en la cota 650 metros. El nuevo
incremento de caudal obligo a abrir una 3 tubería. Las tres transcurrían juntas, en paralelo, durante
25 kilómetros hasta llegar a un depósito decantador instalado en la cota 368 metros en el Monte
Hagios Georgios. En total, un recorrido de 40 kms de tubería enterrada salvando una diferencia de
altura de 862 metros. Así que decidieron emplear tramos de tubería de bronce de 30 cm. de
diámetro. Los tramos fueron conectados mediante sillares de piedra taladrados y sellados con plomo.
Y todo el conjunto se fijó al terreno fuertemente mediante largos puentes de apoyo. Miles de tuberías
descendían el valle resistiendo una enorme presión y las grandes fuerzas que el agua ejercía. Luego
atravesaban su fondo protegidas y suspendidas por unas arquerías. Y finalmente ascendían la ladera
del valle para alcanzar la ciudad desde Pérgamo en la cota 322. En total, un sifón de bronce de 3
kilómetros y medio. El acueducto de Madradag ya suministraba agua a la acrópolis de Pérgamo
hacia finales del siglo III a. C. Mucho antes del dominio romano. Este es un buen dato para certificar
que la principal fuente de conocimiento que los ingenieros romanos atesoraron para la construcción
de sus acueductos, fue de origen griego y nos recuerda que los griegos ya hicieron obras prodigiosas
con anterioridad. El sifón de Bílbilis dataría del año cero aproximadamente, año estimado de la
fundación de la ciudad, unos doscientos años más tarde que la construcción del acueducto de
Madradag. Parece pues, evidente y probado que los técnicos romanos poseían un gran conocimiento
sobre el diseño y construcción de los sifones en el momento en que Bilbilis fue construida. El
acueducto de Madradag es de origen helenístico, pero fue ampliado, modificado y mantenido por los
romanos cuando la ciudad entró bajo su dominio. Esta capacidad para recoger el conocimiento,
ampliarlo y perfeccionarlo, es una de las grandes cualidades de la civilización romana. Así que, la
ingeniería griega para la ejecución de sifones, fue ampliamente superada por los técnicos romanos.
Tenemos excelentes ejemplos en Lugdunum, capital de la provincia romana de la Galia Lugdunensis.
La actual e importante ciudad francesa de Lyon. Lugdunum fue, durante tres siglos, la ciudad más
importante del imperio noroccidental. El enorme caudal de agua que demandaba Lugdunum obligó a
la construcción de cuatro grandes acueductos. Todos ellos estaban dotados de imponentes sifones.
De estos acueductos el más impresionante fue el acueducto del Gier, conocido por el nombre del
valle del que tomaba las aguas. El acueducto del Gier tenía una longitud total de 87 km de canal. Un
canal que unía las fuentes escogidas con los depósitos decantadores que se conservan en lo alto de
la colina de Lyon. 87 kilómetros de canal para salvar una distancia de 42 kms en línea recta. Fue
necesario construir 11 túneles y unos cuarenta grupos de arquerías. Uno de ellos es este, las
arquerías de llegada al sifón de Beaunant, el mayor de los cuatro sifones que el acueducto del Gier
tenía. Este grupo de arquerías tiene 250 arcos que se extienden a lo largo de 1.650 metros. Y
aunque parezca sorprendente, no es el más largo. Más adelante, cerca de la ciudad, había otro de
300 arcos y 1.900 metros de longitud. Estas arquerías no fueron construidas para cruzar obstáculos
ni valles. Su sentido es otro distinto. Frente a nosotros tenemos el obstáculo a salvar. El valle de
Beaunant. La cota a este lado del valle, a ras de suelo es demasiado baja para lograr que el agua
alcance el depósito de salida que se encuentra al otro lado del valle. Para alcanzar la otra punta del
valle era necesario incrementar la presión del agua, aumentando la altura de la canalización varios
metros sobre el suelo. Y este es el sentido de estas arquerías. Mantener elevado el depósito de
entrada al sifón. Allá arriba estaba el depósito de entrada del sifón y de él salían 11 tuberías de
plomo. La misión de tantas tuberías era dividir la fuerza del agua. Las tuberías se apoyaban sobre
estas rampas y se cubrían con un buen espesor de hormigón. Luego, discurrían por el terreno ladera
abajo del valle, enterradas y cubiertas con hormigón que ayudaba a resistir la presión. Tras 1.200
metros, las tuberías lograban descender de la cota 313 a la 191 donde se encontraban con el venter.
El venter era un puente que permitía mantener las tuberías elevadas respecto el fondo del valle,
salvando los caminos, los ríos y las riadas. El venter del sifón de Beaunant medía 320 metros y
estaba construido con una impresionante estructura, que en buena parte, hoy en día, todavía se
conserva. Estas arquerías tienen un revestimiento de los paramentos muy peculiar, de gran belleza,
llamado opus reticulatum. En él, se alternan los colores de las pequeñas piedras, en forma de rombo,
talladas una a una. Los enormes volúmenes de fábricas estaban construidos en hormigón, alternando
con ladrillo y revestidos concretamente de esa retícula. Una prueba contundente de que buscaban,
además de la eficacia y lo funcional, la belleza. Esta búsqueda de funcionalidad y belleza hizo
planificar estas arquerías con arcos transversales en las pilas para aligeramiento. Sin embargo, los
arcos más altos fueron cegados. ¿Por qué? Cuando el sifón se ponía en carga, el golpe del agua
sobre las tuberías del venter era enorme, trasmitiendo violentos esfuerzos a los arcos. El puente
sufría así enormes tensiones y acusados movimientos. Tal vez, la primera vez que esto ocurrió, estas
arquerías vibraron, y se agitaron tan violenta y amenazadoramente que los ingenieros decidieron
reforzarlas macizando los arcos laterales de las pilas. Se debió de sacrificar así, esbeltez por
seguridad. Al final del venter, el agua era empujada por la enorme presión ladera arriba. Este punto
era realmente crítico. A la enorme presión se añadía la sedimentación y la acumulación de la arena
que arrastrase el agua. Esto podría provocar el taponamiento del sifón, dejando al acueducto fuera
de servicio. Así que era necesario que, el agua, llegara limpia al sifón, libre de arena y de partículas
en suspensión. Lugdunum tenía grandes decantadores en la llegada a la ciudad. Pero estaban
situados después de los sifones. Y no había ningún gran decantador al inicio del acueducto.
¿Entonces como lograban que el agua que llegaba a los sifones estuviera suficientemente limpia?
Además del arenero de la propia cámara de entrada de los sifones, el acueducto del Gier tenía unos
1000 pozos de registro. Alternativamente, estos pozos de registro disponían de un pequeño arenero
en su fondo. En total 500 areneros. La labor de estos 500 areneros a lo largo del recorrido resolvía el
problema de limpiar el agua suficientemente para evitar problemas en los sifones. Tras superar el
venter y empujada por la presión, el agua ascendía la ladera del valle, recorriendo otros 1.100 metros
y alcanzando el depósito de salida en la cota 305, ocho metros por debajo de la cota del depósito de
entrada del sifón. A partir de ese punto, el agua era conducida por el canal, ya sin presión, hacia los
decantadores situados en la colina de la ciudad. El impresionante sifón de Beaunant salvaba un valle
de 2.660 metros de anchura y tenía una altura de más de 120 metros. El plomo fue saqueado del
acueducto del Gier, seguramente en las primeras épocas tras la caída de la ciudad, hasta no dejar
prácticamente ni rastro. Lo mismo ocurrió con el metal en el acueducto de Pérgamo. Los metales era
muy preciados y codiciados en todas las épocas y el saqueo fue generalizado. Esta es una
explicación de porqué no ha quedado ni rastro, de cualquier tubería que hubiera existido en el sifón
de Bílbilis. Según algunos cálculos realizados, la cantidad de plomo necesaria para la construcción
de los sifones del acueducto del Gier ascendía a la increíble cantidad de 10.000 toneladas. Y
recordemos que el acueducto del Gier era solo uno de los cuatro acueductos que suministraban a la
ciudad de Lugdunum. Por suerte, algunas tuberías si que han logrado conservarse en otras partes
del imperio. Aquí, en el museo de Arlés Antiguo, también en Francia, se conservan estos estupendos
ejemplares. Observando éstas detenidamente, podemos ver muy claro, como fue la técnica de
fabricación. Los romanos hacían las tuberías partiendo de una plancha de plomo que curvaban
alrededor de un núcleo de madera hasta formar un tubo. Después, el núcleo se retiraba y los bordes
se soldaban con un cordón de plomo, quedando una sección oval y dejando a la vista una costura
longitudinal. La unión entre tuberías se hacía con un grueso enchufe, que también se soldaba. Nos
trasladaremos hasta la antigua Tarraco, capital de la provincia romana de la Hispania Citerior, actual
ciudad para hacer una interesante reflexión sobre esta cuestión. Se desconoce el recorrido general
del acueducto de Tarraco. Se sospecha que las fuentes estaban situadas no muy lejos del municipio
de Alió, a unos 20 kilómetros de la ciudad. Cuatro kilómetros antes de llegar a la ciudad, el acueducto
tuvo que enfrentarse a una vaguada de unos 200 metros, donde la construcción de un sifón hubiera
sido lo más indicado. Sin embargo, aquí tenemos unas impresionantes y bellas arquerías, de las
mejore conservadas del imperio. Con 217 metros de largo y una altura que llega a los 27 metros es
una obra costosa y compleja que podría haber sido evitada construyendo con menos esfuerzo un
modesto sifón. ¿Por qué los romanos optaron por unas espectaculares pero costosas arquerías en
lugar de por un eficaz pero más económico sifón? Muchas de las obras de las ciudades y de sus
cercanías eran patrocinadas por personajes de alto rango socioeconómico. Este tipo de acciones
proporcionaban una buena imagen y alto prestigio su patrocinador. El espectáculo que ofrecen unas
bellas arquerías no tiene nada que ver con la imagen discreta que ofrece un sifón, que aunque es
una obra de ingeniería admirable no se presta a la publicidad. Este lugar estaba cerca de la ciudad y
seguramente al lado de una importante calzada que comunicaba con Tarraco. Así que, muy
probablemente se decidió la construcción de estas imponentes arquerías para lograr un efecto
publicitario y de espectáculo. El imperio está lleno de estos ejemplos. Otro ejemplo significativo de
esto, son las sobrecogedoras arquerías del acueducto de Segovia, bella ciudad del centro de
España. Se desconoce prácticamente todo del acueducto de Segovia, incluso la fecha en la que fue
construido. Sí que se sabe que suministraba agua a una ciudad muy humilde y, por el tamaño del
cajero que transportaba el agua, sabemos que su caudal era realmente modesto. Si recordamos el
cajero del acueducto de Nimes y lo comparamos con el cajero de este acueducto nos daremos
cuenta enseguida de la diferencia de caudales que ambos acueductos movían. En cualquier caso,
muy cerca de la ciudad fue necesario salvar una importante depresión del terreno. Para trasladar un
caudal de agua tan pequeño, la construcción de una tubería a presión, es decir, un sifón, hubiera sido
lo más eficaz y sencillo. Sin embargo, se decidió la construcción de esta maravilla. Construido en
grandes bloques de granito, que se sujetan únicamente por el equilibrio que aporta su sobrecogedor
y admirable diseño, alcanza los 28 metros de altura. 24.400 bloques de piedra para construir 167
arcos. 7.500 metros cúbicos de duro granito. Los sentimientos de poder y grandeza que despierta
una obra como esta se sienten con toda su fuerza aún hoy en día, a pesar de lo acostumbrados que
estamos a las grandes obras de ingeniería modernas. El efecto propagandístico y la búsqueda del
espectáculo es la causa de estas colosales arquerías, como demuestra la cartela con letras que aún
se conserva en lo más alto, anunciando al benefactor de la obra. El aprovechamiento de la fuerza de
la gravedad para conducir el agua, es la clave de todo acueducto romano. El agua discurre por los
canales y atraviesa los sifones empujada por su propio peso. Por eso, las ciudades deben de
construirse por debajo de la cota de llegada del acueducto. Esto también ocurre en la ciudad romana
de Uxama, ciudad de la Celtiberia Hispana. Pero en Uxama encontramos algo particular y
excepcional que merece una visita. Uxama tuvo una cierta importancia en época romana. En gran
medida por estar situada en la importante calzada romana que unía Caesar Augusta y Asturica
Augusta, que atravesaba toda la Celtiberia. Se la dotó de agua de excelente calidad desde las
fuentes que constituyen el nacimiento del río Ucero. Se construyó una canalización de 46 kilómetros
que llegaba a la ciudad a una cota tan solo 12,20 metros más baja que la cota de las fuentes. La
mayor parte de Uxama está actualmente por excavar y estudiar. Varias cisternas similares a las de
Bílbilis repartían el agua a toda la ciudad. Pero algunas cisternas, entre ellas ésta, se encuentran por
encima de la cota de llegada del acueducto. ¿Por qué?. En esta colina se descubrió algo inesperado
y sorprendente. En la cumbre de esta colina, se encontró esta gran cisterna subterránea que en
realidad es un decantador y lo extraordinario de este decantador es que está 40 metros por encima
de la cota de llegada del acueducto. Por alguna razón nada habitual, parte de la ciudad precisó estar
a una elevación mayor que el acueducto y no podía ser suministrada por éste. La solución a este
problema fue construir un decantador en lo alto de la colina, y distribuir el agua desde allí a los sitios
donde el agua del acueducto no podía llegar por gravedad. Pero, ¿Cómo llegaba el agua hasta esta
cisterna? La hipótesis más plausible es que salió del propio acueducto y que se usó un sistema de
elevación, basado en una noria, conocida hoy, como de rosario. Una noria de rosario consiste en una
gran rueda que arrastra una cadena, dotada de pequeñas bolas o elementos similares, que arrastran
el agua dentro de una tubería. De esta manera se podría haber elevado parte del caudal del
acueducto al decantador de la colina. La rueda bien podría haber sido traccionada por fuerza animal,
por la del viento, o quizás por combinación de ambas según las circunstancias. Las norias de rosario
eran utilizadas también por los ingenieros romanos en las explotaciones mineras, para realizar el
achique del agua de las galerías. Muchas de las explotaciones mineras requirieron la construcción de
importantes acueductos. No solo para evacuar el agua desde las minas hacia el exterior, sino para
llevar el agua desde el exterior hacia ellas. Las explotaciones auríferas requirieron ingentes
cantidades de agua para la remoción de tierras y el lavado minucioso del material para la extracción
del oro. Esto puede sorprender porque la imagen habitual que tenemos de los acueductos es el del
abastecimiento de agua a las ciudades. Pero los acueductos tenían otras muchas aplicaciones. La
minería y la agricultura eran algunas de ellas. En el acueducto de Arlés, importante ciudad de la Galia
Narbonense, encontramos un bonito y original ejemplo. Arlés era alimentada principalmente por dos
acueductos procedentes de la próxima cordillera de los Alpilles. Ambos de longitudes modestas, en
torno los 20-30 kilómetros, convergían aquí, a unos 10 kilómetros de Arlés. Este es el lugar donde se
unían los dos acueductos en una gran arqueta de distribución de la que salían estos dos nuevos
canales. El objetivo de esa arqueta era el control independiente de los caudales de ambas
canalizaciones. En estos restos, podemos ver estupendamente el impresionante grosor de mortero
impermeabilizante (opus signinum) con que fueron dotadas estas canalizaciones. En esta pieza caída
se puede ver perfectamente el mortero de opus igninum en el fondo y el vocel bien pulido. Y esta
placa es concreción calcárea. Recordemos que la concreción calcárea es la precipitación de cal que
se produjo durante los cientos de años de funcionamiento del acueducto. En este punto podemos ver
como una de las canalizaciones giraba hacia el oeste para suministrar de agua a la ciudad de Arles y
la otra continuaba recta, hacia una empinada ladera. Y en esta ladera, podemos ver la cimentacion
de una construcción cuyo evidente objetivo era aprovechar la fuerza del agua. Por los restos
encontrados en las excavaciones, podremos reconstruir estas instalaciones. Un impresionante
complejo de molienda harinera, compuesto de 16 ruedas de casi 3 metros de diámetro. Las ruedas
eran movidas por la fuerza del agua al bajar por la pendiente. El movimiento se transmitía mediante
diversos engranajes a los rodillos de piedra que trituraban el grano. Se ha calculado que este molino
podía moler 3 toneladas de cereal por hora, suficiente para abastecer la demanda de 80.000
personas. En esta serie documental hemos escogido los ejemplos de acueductos del imperio que
hemos considerado más adecuados desde el punto de vista didáctico. El principal objetivo ha sido
transmitir, de la mejor forma posible, los conceptos fundamentales y más importantes de la ingeniería
de los acueductos romanos. También hemos querido escoger algunos de ellos por ser poco
conocidos, permitiendo así, que admirables obras, muchas de ellas tan olvidadas, tengan la
oportunidad de obtener, al menos, parte del reconocimiento que merecen. Pero el imperio tiene
cientos de acueductos que no hemos tratado. Algunos más impresionantes en diseño y audacia que
los que hemos visto y que son dignos de ser nombrados. Como el acueducto de Cherchel en Argelia
o el de Aix en Provence y el de Metz en Francia, que rondan los 50 kilómetros. O el de Brévenne con
70 km y el espléndido de Frejús con 45 también en Francia. Muchos rondan los 100 kilómetros de
longitud, como el de Gades al sur de España y el de Colonia, en el centro de Alemania. El
maravilloso acueducto de Aspendos, en la actual Turquía, que resolvía la enorme carga de presión a
la que se enfrentaba en su tramo final, gracias a dos torres intermedias y tres sifones contiguos. Todo
ello sobre un gran venter continuo, realizado sobre grandes arquerías. El gran acueducto de Cártago
se alimentaba de varias fuentes, la más lejana a más de 130 kilómetros. Precisó de 16 kilómetros de
arquerías para que el canal mantuviera la cota adecuada que requería la ciudad. Sus colosales
decantadores eran más grandes que un campo de futbol y decantaban simultáneamente unos 60
millones de litros de agua. El colosal acueducto de Valente suministró agua a la antigua
Constantinopla. Con más de 400 kilómetros de canal, fue una de las mayores obras hidráulicas del
mundo antiguo. En la colosal explotación minera aurífera de las médulas, en España, se
construyeron diversos acueductos cuyos canales superaban en conjunto la increíble cifra de 600
kilómetros de longitud. Allí, la fuerza del agua fue utilizada, literalmente, para disolver las montañas.
Pero, seguramente, el sistema de abastecimiento más espectacular de todos, como no podía ser de
otra manera, fue el de Roma. Roma, era suministrada, al menos, por once grandes acueductos.
Algunos de ellos con recorridos cercanos a los 100 kilómetros. Los once acueductos de Roma
suministraban cerca de 1.000 millones de litros de agua por día a la ciudad. Los acueductos de Roma
son un espectáculo en todos los sentidos. Sorprendentes e ingeniosas soluciones técnicas. Multitud
de túneles y galerías. Infinitas y elegantes combinaciones de fábricas en sillares y ladrillos.
Canalizaciones dobles e incluso triples superpuestas. Y valles atravesados por kilómetros y
kilómetros de arquerías. Hemos llegado al final de nuestro episodio. En él hemos conocido nuevos y
apasionantes ejemplos de suministro de agua. Hemos comprendido los sistemas de decantación del
agua y la técnica del uso de los sifones como alternativa a las arquerías. Y como única e ingeniosa
solución para salvar grandes valles y vaguadas. Y finalmente hemos visto que el uso de los
acueductos no se limitaba únicamente al suministro de las ciudades sino también a usos industriales
y mineros. En nuestro próximo episodio conoceremos la prodigiosa ingeniería que se esconde tras
las vías de comunicación que los ingenieros romanos proyectaron y construyeron. Nos vemos en
ingeniería romana: carreteras.
Ingeniería romana - Los acueductos II

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