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Karaoke

Cuento más que realista


De

Edgar Chías
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teatro actual por parte de directores y actores, pero no da pie en ningún caso a entender el espectáculo como “versión” o
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Personas

Isa. Va perdiendo el mundo, literalmente. O concreción. No es

figurado. Asegura que la persiguen, cosa que puede ser.

Piensa que está entre nosotros, la pobre. Si no canta, si no

logra cantar…

Guido. Es la más tierna piedra en movimiento. Suya es la calle. Un

día la justicia le hará la fama. Espera su turno. Ama a su

madre en todas las mujeres que no tendrá.

Brenda. Dispuesta a perderlo todo para triunfar, aunque triunfar sea

ganar nada. Y no está sola, lo que pasa es que se aburre, de

todo, incluso de sí misma.

Rosetti. Vino de lejos. Se sabe un genio. Prepara la obra que ha de

salvarnos a todos, sólo que nadie lo sabe. Talvez tampoco le

interese a nadie. Le gusta su sexo, quizá más que cualquier

otro.

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Tiempo y Lugar

Ahora mismo. México, su duro corazón de concreto. También la calle y

los baldíos del alma.

Instrucción

Los cuatro sobre el escenario vacío, es lo esencial. Los espacios de la

representación son varios, cambian, se diluyen y se yuxtaponen. Lo

figurativo, entonces, estorba. Pensemos mejor, junto con ellos, que el

espacio de su relato es su cuerpo y, en el mejor de los casos, nuestra

imaginación. La regla es acompañar.

Los espacios son subjetivos. Lo que nos permiten ver los

personajes es el mundo a través de sus ojos, o el recorte del mundo,

aquello que les afecta o les parece importante. Salvo dos momentos de

contraste, en los que la objetividad nos permite verlos interactuar –por

decirlo así- en tiempo real, todo lo demás debe permitirnos entender

otras densidades del espíritu. Lo más importante será el actor, sus

recursos, la magia evocativa de su talento. Y sencillos objetos que se

transformarán en todos los espacios. El autor sugiere la banca de un

parque público. Lo demás lo hará la luz, el cobijo de algún efecto sonoro,

y el teatro, si llega a suceder.

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1. En la calle quieta, esas sombras

Coinciden en un parque, en la mañana y en la prisa

Isa: [Dentro de sí misma, pero perdida en la calle] La mano de

cera sobre la pared blanda. La pierna de hierro sobre la pared

blanda. El mapa de hielo sobre la pared blanca y los ojos

clavados en garabatos extraños que deberían poder decir,

con claridad y certeza, qué lugar del mundo es este.

Guido: [Mirando a Isa] Miro que no me mira. Miro que está clavada,

por decirlo así, sobre la piedra. Es vibrátil, ligera, no

poseible. Sobre la esquina del parque, sobre este trozo de

mundo, como si no estuviera, como cosa que no existe, que

se evapora, que se escabulle del entendimiento. Como cosa

líquida que escapa incluso de su nombre.

Brenda: [Contemplando el número de mima de Guido] La garganta

mojada por el último martini me impide gritar con todas sus

letras la desesperación que no desayuné, pero que está en mi

estómago. No es un trauma de infancia, pero no soporto este

juego de imitación. ¿Qué le hace pensar que pagaremos por

mirarlo y estremecernos? Movimientos lentos, inesperados,

de agónico reloj que patalea para negar su infarto. Los

hombres y la piedra son una y otra cosas, tan distintas. Me

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parece siniestro. Eso mismo diría mi terapeuta. Siniestro. Si

la roca se mueve, como si fuera hombre, siniestro. Si el

hombre se detiene, como si fuera de roca, siniestro. Me

recorre un temblor…

Rosetti: [Pensando en Brenda] La clave de la historia está en dar con

la manera de poder contarla sin punto de vista. En poder

contarla sin figurar como testigo. Sin ser la única parte que

lo sabe todo, porque nadie lo sabe. Diría incluso que nadie

sabe nada, pero me lo cayo, para no pecar de ingenuo. El

lugar común y esas cosas. Pero es evidente. Decir lo

contrario sería mentir, y la historia no miente, o casi no. Pero

es la clave. La clave, en todo caso, es lograr que si la historia

miente, no se note o se note menos. La clave está en ser

discreto y eficaz. La clave está en ser invisible, quieto,

inmóvil, casi eterno. Como las piedras. Testigo y ciego,

presente a medias.

Guido: [Advirtiendo a Brenda] Esa otra mujer que se acerca. Insiste

en virar espejo mi rostro que no le devuelve pista o imagen

que la repita. Me mira. No la miro. Me mira… Se detiene sin

detenerse. Parece que se esconde. Hurga entre sus monedas

en busca de la más pequeña de todas. Una que tenga escrito

mi nombre. No más, no menos. ¿Cuánto valgo para ti,

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muñeca? No podía ser diferente. Más tienes, das menos. Casi

una ley, si la vida las tuviera.

Rosetti: [Sigue, sobre Brenda] Creo que puedo impresionarla. Creo

que esta vez podrá decirme sí a casi todo. Lo demás es

natural. Un café en su terraza. Seguramente italiano. Tiene el

aspecto decidido de quien toma café italiano. Luego la

cháchara. Miradas directas al redondo verdor de sus pupilas.

Los primeros signos del cortejo. Que quiere leer

inmediatamente mi manuscrito. Habrá sonrisas. Pero si a eso

venía, mentiré. Después el roce incidental de las manos.

Intensiones torpes que se muestraesconden y la cama al

fondo, gritando entre las sábanas Ven. E iré. Iremos. Quizá

hasta me pida que me quede. Tiene el aspecto de las que

aparentan ser fieras, pero que temen dormir solas. Más si de

por medio hubo una buena cogida. Siento que ya la conozco.

Hasta me casaría con ella. Todo el mismo día. En estos

tiempos perder tiempo es perder la vida. Y la vida cuesta. La

mía 354 euros. No sabría decir por qué, pero eso vale.

Destino final, su corazón vía directa y vaginal.

Brenda: [Reparando en Rosetti] Cómo decirle que no me interesa.

Esos zapatos rojos me dan mala espina. Hablan, sin querer,

por él. Qué historias podría ofrecer un hombre que no se

rasura todos los días. Qué tiene que contar un grandulón

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fofo con aspecto e ideas -seguramente- de tipo infantil.

Nada. Sonríe mucho. Ideales. Salvar al mundo con ideales. Si

el mundo se va a salvar va a ser porque salga al mercado un

nuevo producto desinfectante. Muy atrás. La era tecnológica

dejó atrás a pobres sujetos como este. Al día. Hay que estar

al día. De otra manera se aproxima uno a la extinción.

Seguramente no sabe usar una palm porque no la tiene.

Guido: [Interpelando imaginariamente a Isa, eludiendo la mirada

de Brenda] ¿Qué es lo que piensa? Usted no, la otra. La que

da vueltas sobre su pié izquierdo como si estuviera, ya lo

dije, clavada sobre la piedra, pero vibrátil. ¿Qué es lo que le

pasa? A usted no, yo hablo de la que busca en sus papeles

una respuesta que no encuentra, que seguramente no está

ahí. Parecen mapas, sí, son mapas, qué extraño. ¿Qué es lo

que le pesa? A usted no, ya lo dije, que seguramente lo que

le pesa es no saber en qué restaurante y qué plato va a

desayunar ahora. No, yo hablo de la otra. Esa que lanza los

ojos hacia delante y no alcanza nada, que lo ultrapasa todo

con ese gesto anhelante, ansioso, de animal enfermo y

delirante. Yo digo de esa que se abalanza al arrollo, que evita

el golpe del compacto amarillo porque una voz, tal vez,

chillona y apagada dentro de su cabeza le ha dicho Detente.

Además de los pitidos de la bocina. Mal se vería ese

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compacto amarillo salpicado de rojo. Y peor ella, sembrada

en el piso, como un trapo mojado. Mal se vería.

Rosetti: [Habla de sí, y de Brenda] La gente bien es muy extraña. Lo

juro. Saludo nerviosamente, evitando mostrar el rastro negro

en las encías que nace de mi dentadura postiza. Hay que

estar en forma, dicen por acá. Como te ven te tratan y para

que te traten deben verte. Cuanto mejor te ves, más te ven.

Pero es extraño. Qué hace ella parada aquí, con aire acedo y

un poco despeinada, mirando al farsante que quiere ser

Quetzalcóatl esculpido en una imposible piedra verde.

¡Piedra verde! Dice Hola mirando las absurdas botas negras

de Quetzalcóatl. Botas negras. Por favor. Botas negras y

piedra verde.

Guido: [Se refiere a Isa] No se mueve, danza. No mira, inventa lo

que ve. No es para mí. No se parece en nada a mi madre, no

es de piedra, ni de tierra ni de aire. Es agua. Agua. ¿Por qué

no puede ser para mí? Ella es diferente, es otra. ¿Por qué?

Porque si la alcanzo, porque si la tocara escaparía de mi

mano como un buen trago de agua. Alcanzarla es dejarla ir,

llegar a tocarla es perderla.

Brenda: [Se refiere a Guido, después a Rosetti] ¿Qué pensará de mí

el sujeto extraño del maquillaje negro y las botas verdes? ¿Le

habrá complacido mi moneda? ¿Le habrá alegrado el día

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mirarme sonreír? Cualquier otro se alegraría, aún en estas

condiciones: bar de madrugada, garganta afónica, maquillaje

corrido. Incluso este insecto gigante que zumba un halitoso

Buenos días guardándose al máximo de evidenciar el morado

parduzco de sus encías malolientes, se alegra cuando sonrío.

Isa: [Con ella misma] Dónde estoy ya no importa. Tampoco

importa que no sepa para qué acompaño el cadáver de pollo

descuartizado en una simpática y húmeda bolsita de nylon.

Que mis mapas, anclas al mundo, papeles sapientes que no

me dicen nada, se larguen bailando al viento tampoco me

inquieta. Son cosas del otoño. Que un hombre con aspecto

de oso albino y rasurado se deshaga en sonrisas muecosas

ante esta mujer hermosa que posa frente a mí tampoco es

relevante. O que la piedra vuelta hombre se contenga al

máximo para no lagrimar ni respirar, para moverse

sorprendente cada que nos imagina abstraídos en su técnica

impecable, nada, no me importa. Sólo ese bello rostro, ese

rostro solo, recortado de mi memoria brumosa, liberado del

recuerdo perdido de mi poco amable infancia, importa. Sólo

él importa, ese rostro. Viene su nombre a mi lengua, la

endulza, la acaricia, la llena de luz y sentido al decirlo así,

estentórea y bruscamente, su nombre, Isabella.

Brenda: [Sorprendida] ¿Isabella?

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Rosetti: ¿Quién es Isabella?

Isa: Isabella.

Guido: [Consigo] ¿Cómo ha dicho? Bello nombre. No tuve que

preguntarlo, ni arriesgarme acaso a descomponer la ilusión

que sostengo sobre mis espaldas. Porque es siniestro. Que

otros miren porque sí dar un salto a la piedra, animarse sin

magia, sin milagro, sin maldición, es siniestro. Eso es

siniestro. Y no estoy dispuesto a cargar en mi conciencia con

el infarto de nadie. No señor. Faltaba más. Isabella. Bello

nombre. Si pudieras saber que mi nombre es Guido

seguramente reirías. Mejor Carlofonte o Astólfido o Miguelón

o Manrico, nombres grandes, sonoros, elocuentes, de

hombre importante, de artista secreto en tren de descubrirse

a sí mismo. Manrico o Carlofonte, sí. Suenan a hombre. A

mamá le hubieran gustado esos nombres, que me llamaran

así. Carlofonte.

Brenda: [Sobre Rosetti] No puedo largarlo simplemente. Debe ser la

hora de la mañana, o el sueño. La resaca. Consigue conmigo

alguna debilidad. Su cara demasiado redonda. Los ojos

inusualmente verdes. Las manos, sudorosas en exceso, o esa

fragilidad que asegura un violento e inútil suicidio ante una

negativa me, ¿cómo decirlo?, me detienen, me desaniman, le

restan interés a la hazaña. Un poco de resistencia, dos

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gramos de dignidad y todo sería diferente. Lo invitaría a mi

corazón, vía directa, luego un café pasa salir del letargo.

Tiene la triste apariencia de quien pondera el café italiano.

Pobre. Café italiano que importan de Colombia.

Rosetti: [En Brenda] No va a decirme que no. No sé qué espera. Tal

vez mi gesto decidido, que yo tome la iniciativa, pero no. No

sé. Mejor no confiar en el procedimiento ordinario. Hazle

caso a tu intuición. Mejor espera la señal. Sigue sonriendo,

aunque las ganas y los motivos hayan dejado de ser

suficientes. Las puertas del éxito las abre una sonrisa. La

guerra de Troya se hubiera ganado sin ríos de sangre inútil si

antes que las armas los pueblos enemigos hubieran

esgrimido sonrisas. Las grandes desgracias lo son menos,

vueltas chiste, cuando las atenúa una sonrisa. Nada puede el

cáncer contra una sonrisa. Nada. Incluso la perdición…

Isa: [Desespera] Si pudiera tocar con algo más que los ojos -

perdidos en sus selvosas pestañas- la fina forma blanca de

ese rostro, seguramente todo terminaría por aclararse. Todo

terminaría por recobrar su nombre y su sentido y su forma.

Todo terminaría por decirme nuevamente su razón y su

secreto. Sabría de nuevo mi nombre, el de mi madre muerta,

el de mi padre muerto, el de mis hermanos muertos, el de

los desconocidos muertos y podría llorar de nuevo o reír o no

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hacer nada, pero tendría la firme certeza de que todo eso

sirve para algo, para construir algo. Porque hasta ahora es

insoportable aceptar que nada es rastro, ni muestra, ni

consecuencia de nada, como un grito en el escándalo, como

escribir sobre el agua. Nada es nada. Ah, si pudiera tocar ese

rostro, hacerlo mío, descifrar su nombre en cada pliegue, las

cosas dejarían de borrarse, de suicidarse locas en el lago

negro del olvido.

Guido: [Para sí] No se conocen. Eso imagino porque no han

intercambiado nada. Ni una mirada. Ella la mira, pero la otra

no responde. No se da cuenta. Sólo tiene ojos para mis botas

azules. Ella ha descubierto algo en el rostro apagado, cenizo

y reseco, casi bello, pero casi, de la otra. Y la otra, vuelta

hacia sí misma, como un hoyo negro, apenas tiene energía

para seguir de pié y escuchar el imposible silencio de él que

quiere desbordarse, que quiere ser escuchado, que quiere

decirlo todo y no termina de abrir la boca. Quisiera gritar,

manotear, separarlos a todos, cogerla a ella de la mano y

perderme en su demencia. Alejarla de la otra, de él, de todos

y entonces, sólo entones, abrirla, Descubrir lo que piensan

esos dos charcos oscuros que brillan como ojos perdidos en

su rostro de almendra dura.

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Brenda: [A nosotros] No puedo más. Lápidas, mis párpados y mis

pestañas se hacen nudo en un abrazo muy fuerte, casi

amoroso, casi demente. Nublan mi razón. Me apagan. Quiero

hacer caso a mis plantas que reconocen y anhelan el camino

a la casa. Casa que pagan los cheques que merecen mis

hallazgos. Música, letras y arte para el mundo que puede

pagarlos. [A ellos] Bien, pequeños, pequeños todos, se

acabó. Parto a mi casa, perdida en este barrio lujoso al que

vienen ustedes no sé por qué. No pertenecen. [A Rosetti] Y

tú no me sigas. Entiende en mis gestos el mensaje, el que no

esconde la cortesía elemental: desaparece. Sonrisa amable,

inclinación de cabeza suficientemente ambigua. Que no me

siga, no tendré el valor de negarme. Para decirte que no…

Isa: [Mirando a Brenda] Se escapa y con ella el orden, la

esperanza. No puedo dejar que se esfume, tan pronto como

apareció, la oportunidad de volver a ser lo que fui. ¿Pero qué

era? ¿Feliz? Lo dudo. No importa. Eso espera la gente y debe

tener alguna razón. Saber lo que se fue debe servir para algo.

Para fundirse en el somos, para borrarse en el río siniestro,

pétreo e inmóvil de los que son iguales a sí mismos. Sí. Al

menos una certeza. De que me calme lo que a todos calma.

De que me resigne como los otros. De que me ponga triste

como todos y de reír muy poco, igual, como cualquiera. Mis

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pasos se encuentran en los suyos. Mis ojos ya no tienen más

función que la de beber de ella, de su silueta magnífica, de

eso que ella es y que yo nunca seré: diferente. A donde vayas

voy, querida, a donde vayas…

Guido: [Mirando a Isa que se va tras Brenda] No. Solo no. Tú no te

vas. Ella se va, como la madre que tuve. En silencio, para

perderse. Pero tú no. Espera. Si pudieras oír mi voz que no te

habla. Espera. Ah, maldita sea, ¿moverse o no moverse?

¿Reaccionar o no? Ni modo. Esto es siniestro. Me desentumo,

vuelve a mis músculos la sangre. Girar la cabeza, lagrimean

mis ojos, chasquear de la lengua. La niña rubita se espanta,

su madre la regaña, no dejan la moneda. Tacañas. Levanto

mi sombrero con escasas ganancias y hago tragarlo a mi

mochila con maquillajes. No me despinto, ¿qué podría

quedar de mí sin esta cara serena, pesada, de piedra? Una

menos verdadera, no elegida, no apreciada. Mi reino no es de

este mundo, ni del otro, ni del de más allá. Así que si no

tengo nada, apostémoslo todo por la mujer de los mapas. La

que trae un pollo muerto y destazado en una simpática

bolsita de nylon. Por la loca sin rumbo que me recuerda a

alguien, no sé por qué será.

Rosetti: [Sobre Brenda] La seña es incierta. Ese es su juego. Es hábil.

No quiere comprometerse, no quiere ser ella la que dé el

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primer paso. Yo tampoco lo seré, me moveré en la margen, al

acecho, tras su sombra. La sigo. Va con ella, tras de sus pies,

mi esperanza. No sé qué palpita más fuerte, si mi pene o mi

corazón. Ambos van a reventar sobre su cara, sobre su

espalda, sobre su risa descontrolada, sobre su vientre

macerado de mí, de ella, de los jugos y humores revueltos. O

será el café italiano, cargado y con mucha azúcar que me

ofrecerá antes del amor. Eso puede ser. Una reacción

anticipada. Es lo malo de ser un gourmet. Reventará mi

corazón, lo presiento. Reventará como sea, por el café

italiano o por sus tetas de leche… Lo presneito…

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2. Mundos distintos, distantes

Brenda y Rosetti, desde la altura del estudio de ella. Isa y Guido, en la

calle, rodeando la manzana. Guido la sigue, ella se ha dado cuenta

Rosetti: Abre la puerta.

Brenda: Entra y se mete hasta encontrar mí sillón al que arroja sus

improbablemente redondas nalgas cubiertas por la pana

luida y gris.

Isa: Tras esa ventana seguramente. Tras la ventana del sexto

piso, balcón bocabierta con su lengua de flores.

Guido: No me siente.

Isa: Ese hombre en la esquina.

Brenda: Ya se cansará.

Isa: Ese hombre en la esquina.

Rosetti: Me quiere desconcertar.

Guido: No me mira.

Isa: Se acerca.

Brenda: Vamos viendo de qué está hecho el animal.

Isa: Su cara lo dice todo.

Rosetti: Comienza la función.

Guido: La espía tras la ventana. Esperará que se asome.

Brenda: Fuera caretas.

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Isa: Sal, da la cara.

Guido: Suave e inocente espalda. No es gruesa, ni fuerte, ni blanca

como la de mi madre.

Brenda: Se revuelve sobre el asiento. Ya siente el peligro. No tienes el

control. Yo lo tengo. Es recto, rígido y vertical. Y es todo mío.

Isa: Calma, no pierdas el control. No es contigo. Pronto se irá.

Rosetti: Algo está mal. No me ha preguntado mi nombre. Las mujeres

como ésta quieren siempre desconcertar. Seguro no lo

recuerda, debería preguntarlo para evidenciar que no le

importo demasiado. Se sale del patrón.

Guido: Lentamente, lento. Dos pasos a la desconocida Isabella.

Gema vibrátil. Dos. Uno...

Brenda: Date cuenta, muévete. Estoy muy cerca. He dicho Fuera

caretas y despeino mi mal contenida melena castaña. Hueles

mi perfume. Revuélcate.

Isa: Sal, por favor. Dame fuerzas, dame aire, dame valor. Vienen

detrás de mí.

Rosetti: Antes de que este inmundo y dulzón aroma termine por

convencer a mis náuseas, hay que abrir la ventana. ¿Se

bañará en perfume?

Brenda: ¿Qué hace? Yo estoy aquí, yo tengo el control de la situación.

No estás actuando de acuerdo al patrón. Deberías levantar tu

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quijada del piso. Y no deberías abrir la ventana. Alguien

podría mirar, tomar un video, sacar fotos.

Guido: No corras.

Isa: [Mirando hacia arriba, a la ventana que abre Rosetti] No

es ella.

Guido: No, no es ella.

Brenda: [Asomándose por la ventana] ¿Qué hace la piedra inmóvil

corriendo detrás de la loca del pollo en la mano? No vienen

contigo, ¿verdad?

Rosetti: No serán amigos tuyos los dos payasos de allá abajo,

¿verdad? Sería una lástima. Aunque la gente bien es perversa.

Aséptica, pero perversa.

Isa: Me muevo. Vueltas alrededor. Los cantos luminosos de los

letreros, los rostros ojidentados de los edificios. La calle y su

canto animal, acechante. Ese hombre tras de mí.

Guido: Ya no la viste, salió un instante. No sé que necesitas de ella,

pero yo podría dártelo. Mamá me educó muy bien.

Isa: Salto.

Rosetti: Corre.

Brenda: Vuela…

Rosetti: Su blusa.

Isa: Al empedrado de una calle que baja.

Guido: ¿Qué hace una blusa como una cáscara roja de mango?

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Rosetti: Buen sostén. Casi nuevo. Todavía tiene legible la etiqueta.

Isa: ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué quiere? ¿Quién es?

Guido: No me ha notado. Ja. Madre tenía razón. Soy muy bueno en

lo que hago.

Brenda: ¿Entenderá que se trata de un privilegio?

Isa: Hurga y se toquetea. Un violador. Un loco, un exhibicionista.

¿Cómo puede correr así? Seguramente se roza. ¿O estará

enfermo de una roña indecible?

Guido: [Rascándose compulsivamente el pichi. A nosotros] No me

miren. No es nada. La ansiedad. Siempre me pasa cuando me

emociono y no lo puedo controlar.

Rosetti: Algo anda mal. Ahora su falda corta se desliza borracha

sobre sus muslos de amazona. Y me mira. Ni siquiera me ha

preguntado de qué trata mi novela.

Guido: Por el puente no, por el puente no. Por el puen…

Guido e Isa suben un puente peatonal.

Isa: Salvo las escaleras. Cuatro pasos, un brinco y el barandal. El

río de latas multicolores bajo mis plantas.

Guido: Estás loca. Ahora debo orinar. Riego los autos, baño la

ciudad. Le hace falta. Más ansiedad, más ansiedad, más

ansiedad…

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Isa: ¿Esto que nubla el paisaje, es lluvia o polvo? Y sigue detrás,

asfixiándose el pájaro.

Guido: La comunidad me perdone.

Rosetti: [Se refiere a su pichi] Y no se levanta. Vamos. Vamos.

Concéntrate. No me puedes quedar mal. No tú. Vamos.

Concéntrate.

Brenda: [Acariciando provocativamente a Rosetti] Finge que no se

sorprende. Finge. No se inmuta. Apenas me mira. Casi

bosteza. Quiere desconcertarme.

Rosetti: Esa danza. Me hace pensar en las palmeras de mi tierra. Una

tierra caliente, seca en las arenas que quilómetros atrás

anuncian la playa. Una playa que tarda mucho en aparecer –

en medio de un desierto- cuando la visitan los ojos de los

que miran el viento. No me voy a tocar. [A su pichi] Debes

hacerlo tú solo.

Guido: No lo puedo evitar. No lo puedo evitar. Espero que no

imagine que es otra cosa. Madre siempre me dijo que se veía

mal, pero no me dijo nunca cómo podía dejar de hacerlo.

Brenda: Mírame, aquí estoy. ¿Sientes mi aliento?

Rosetti: Ha mascado un chicle. Se adivina en el fondo… un sabor

pasado de… margaritas… con tequila adulterado… Esa danza

de palmera, esa danza sobre mi insensible abdomen. Por

dios, esa danza me distrae. No me concentro…

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Isa: Niño dragón se me acerca. Niña faquir que se arrastra sobre

los polvos inciertos de una botella verde, de una botella roja,

de una botella negra… crucigramas en su espalda. Es mi

turno…

Guido: No, Isabella, no. Eso no. Te lastimas el cuello, caen

estrepitosamente tú, tu espalda y esas piernas delgadas, muy

delgadas, que me hacen volver a tu simpática bolsa de nylon

que ha vomitado el pollo roto de su interior.

Isa: [Al pollo muerto que se cayó] Ahora la avenida. Sólo

podemos perdernos tú, o yo, no importa, o el loco absurdo,

cara pintada, botas amarillas, que corre detrás de nosotros.

Levántate, pollo, no te detengas, no te desarmes, no te

abandones así en la acera. Corre conmigo. Evita ese embate

(señora gorda con carreola), salta esa cuerda (eléctrica, para

vendedor ambulante), dobla esa esquina que te esconde de

la mirada maligna del indigente bobo de las botas violáceas

que correyvuela tras de ti.

Guido: Inevitable mancha en el pantalón. El sol se hará cargo,

cuando se digne a salir. Por ahora sólo brilla por su ausencia.

Brenda: Pero si crees que es desafiante que no pase nada, que no te

pase nada, estás muy equivocado. No es posible. No. No lo

puedo creer. No. Antes nunca. Nadie se resistió. No me mires

con esa cara de perro apaleado y hambriento. Ganaste esta

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vez, pero el derecho a largarte con toda tu robusta, rotunda y

sudada humanidad a la calle de la que no debiste escapar. La

ventana está abierta, puedes saltar.

Isa: Papayalpiso, lentesalaire, viejaneelsuelo. Algo de lo que voy

sembrando debe detenerlo.

Rosetti: ¿Por qué no dices nada? ¿Por qué te vistes enrojecida? Esto es

apenas el principio. Estaba pensando en cómo decirte de qué

se trata la historia que me vas a comprar. Tratando de

superar todos los obstáculos que ibas a ponerme antes de

aceptar que mi historia es interesante, comercializable,

exitosa. Totalmente otra cosa a lo que recibes y desechas

todos los días.

Brenda: Pedir permiso no, creo que no me molestaría que lo hicieras.

Ese licor es caro. Sirve primero, a la boca no, a la bo… No

importa. Quieres impresionarme con la pose del escritorcete

maldito. Quieres después disculparte con la de siempre,

“estaba demasiado tomado, demasiado excitado”. Demasiado

aburrido, eso es lo que eres.

Guido: El metro. Su enjambre macilento. Por ahí sí que puede

escapar.

Rosetti: Quema.

Isa: Quema. La luz del túnel me quema. Esa luz muerta.

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Guido: Saltar sin pagar boleto. La ley que me persigue. Isabella se

hunde en el tren que la lleva hacia el norte. Se atraviesa una

vía. La salto. Yap. Poco y no entro. Policía no me alcanzó. Le

pesa la barriga.

Isa: No te acerques.

Brenda: ¿Por qué a mí?

Isa: No me hables, no me mires. Que me trague la tierra como

ayer y que me escupa de nuevo en la calle.

Guido: Quieto, di no al jadeo. Detén tu espalda sobre la puerta. No

sudes. A mamá no le gustaba verte sudar. Respira hondo.

Piensa bien en lo que vas a decir aunque no tengas nada qué

decirle. Ensaya.

Rosetti: No me lo tomes a mal, le diré. Sí, eso. No me lo tomes a mal.

Lo que pasa es que es demasiado bonito. Demasiado rosita,

demasiado suave para tus faldas dentadas. Demasiado

pequeño para tus ansias y demasiado grande para tu cuerpo

de hiena vacía. No mides más de uno sesenta. Y me ha

costado trabajo no regalarlo a cualquiera que ande por ahí.

No, nena, no. Este juego tiene su gracia. Soy demasiado

bueno, demasiado rudo, demasiado perfecto para perderme

ahí, entre tus muslos cachetones. El pitodeoro me llamaban

en la secundaria. Y es que brillaba. Lo juro, cuando se

emocionaba. Echaba lumbre, luz, brillaba.

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Isa: Cambio de vagón. Voy ideando las posibles armas que habría

de emplear en mi defensa. La pesada bolsa del vendedor. El

periódico enrollado de Don calvo. La cadena de plata en el

cuello de Mis flaca. No me pescará.

Rosetti: Nena, lo siento. Ya será después. Ahora hablemos de

negocios. Sí, eso es. No puede fallar.

Isa: Alto, piénsalo bien. Fin de la ruta. La puerta está al fondo. En

medio el enemigo. Lanzarse a los torcidos brazos metálicos

del camino. El fin es simple si me plancha un tren.

Brenda: No eres nadie. Sueñas. Es demasiado bueno para ti. En el

fondo lo sabes, por eso no te lanzas, no te lanzaste antes.

Eres cobarde.

Isa: Ahora.

Guido: No, por favor. No lo intentes. Espera. Veinte pasos, la carrera,

que no me oiga porque da el salto, que no me oiga. Que no

me oi/

25
3. Tacto contacto

Esto sucede en tiempo real

Brenda: Levántate y vete.

Rosetti: ¿Cómo dices?

Brenda: Ya escuchaste.

Rosetti: Pero Brenda.

Brenda: ¿Cómo sabes mi nombre?

Rosetti: Es normal, todo el mundo lo sabe.

Brenda: ¿Quién es todo el mundo?

Rosetti: Yo lo sé. Viene en todas las revistas, debajo de tu nombre

está también tu cargo y tu dirección electrónica.

Brenda: Da igual. Puedes llevarte la botella.

Rosetti: Es buena.

Brenda: Sí. Pero la echaste a perder.

Rosetti: Bueno, gracias. Te tengo una historia.

Brenda: No me interesa. No logró interesarme. Desde que te vi supe

que era mala. Que aburre.

Rosetti: No puedes saberlo. No la conoces, ni siquiera la has

escuchado.

Brenda: Tampoco hace falta que la lea. Hay tres cosas que importan

más, que cuentan más a la hora de publicar. Fíjate bien,

26
porque son las tres cosas que nunca tendrás. Uno, un buen

nombre, que suene natural pero que imponga, que se

recuerde. A veces te viene de familia, otras lo construyes. Y

Rosetti. Suena a marca de limpiador de ventanas.

Rosetti: Es argentino.

Brenda: Dos. Un buen título. El nombre y el título son suficientes. A

veces ni siquiera hay que leer las cosas, porque el nombre y

el título ya son garantía. Van a vender.

Rosetti: Es horrible.

Brenda: Pero real.

Rosetti: ¿Y la tercera?

Brenda: La importante. Caerme bien.

Rosetti: Un asco.

Brenda: O el buen sexo.

Rosetti: Es cosa de entenderse. Tampoco soy un perro. Necesito

tiempo, intimidad. Algo suave.

Brenda: Necesitas ser hombre. Nadie que use esos espantosos

calzones blancos con resorte podría llegar a las páginas de

mi revista. Ni siquiera a mi cama. Pero a veces pasa. Hasta a

mí me pasa. Me equivoqué.

Rosetti: No puedes tratarme así.

Brenda: No me digas que no puedo. Lo estoy haciendo. Hueles mal.

Eres feo, gordo, seguramente tienes el pié plano. Y no me

27
quedan dudas sobre tus “capacidades”. Y lo peor es que eres

mal escritor.

Rosetti: Eso no. No lo acepto. Son prejuicios de viuda negra. Ganas

de molestar. Debes sentirte muy sola. Y seca. Y vieja.

Brenda: Sal de mi casa.

Rosetti: Tú comenzaste.

Brenda: Y voy a terminar de una vez. Eres malo. Pésimo. No existes.

Los buenos escritores podrían no tener nombre, no tener

grandes títulos e incluso coger como un calamar y caerme

como patada en el hígado. Podrían incluso, con mala suerte,

ser tan asquerosos como tú.

Rosetti: Basta.

Brenda: Lo que ellos tienen y tú no…

Rosetti: ¿Dónde está la salida?

Brenda: ¿No quieres escucharlo?

Rosetti: Sólo te pregunté por la salida.

Brenda: Lo que ellos tienen y tú no, porque no te ha abierto las

puertas de nada, porque no te hace existir, es una obra.

Rosetti: Perra…

Brenda: La salida es por allá.

***

28
Isa: Suéltame.

Guido: ¿Estás bien?

Isa: Si me sueltas sí.

Guido: Pensé que te caías.

Isa: Pensaste mal. Quería sentir la ráfaga de viento. La velocidad

en la cara.

Guido: Me pareció que saltabas.

Isa: No estoy loca.

Guido: No. Yo no dije eso.

Isa: Pero lo piensas.

Guido: ¿Cómo lo sabes? No. No, tampoco.

Isa: Y yo lo juro, puedo jurarlo, que el loco aquí no soy yo. ¿O

tengo la cara pintada?

Guido: No, hoy no.

Isa: ¿Cómo?

Guido: Nada. Digo que hoy no porque supongo que te maquillas. A

veces debe ser, ¿no?

Isa: Ya dije que el loco aquí no soy yo. No me interesa

disfrazarme de nada o ser otra persona u otra cosa. Más bien

pregúntatelo tú, que pareces minero lunático.

Guido: Ah, esto. Mi cara desdibujada. No es nada. Debe ser el sudor,

el sol y la lluvia. Siempre me pasa cuando no me quito esta

cara.

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Isa: ¿Te sientes bien?

Guido: Sí, ahora sí.

Isa: Qué bueno. ¿Puedes soltarme, niñote?

Guido: ¿Seguro que estás bien, Isabella?

Isa: ¿Cómo me llamaste? ¿Isabella?

Guido: Sí.

Isa: Ese nombre.

Guido: No te molestes, no es que te esté espiando. Simplemente lo

escuché.

Isa: Ese nombre.

Guido: Y estaba preocupado porque parece que te pasa algo.

Isa: Y esa cara.

Guido: Sí, era linda, pero un poco artificial.

Isa: Yo hablo de la tuya.

Guido: ¿La mía? ¿Qué tiene?

Isa: ¿Quién eres? ¿Qué estamos haciendo aquí?

Guido: No sé. Yo vengo siguiéndote.

Isa: ¿Y por eso te tocas así?

Guido: No. Es que me dan ansias.

Isa: Ansias.

Guido: Sí, ansias. De verte correr desesperada, saltar como una

cierva suicida, gritar como una loba. Me dan ansias, me

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desespera, y no lo puedo evitar. No te pareces a mi madre.

Eso me gusta. Ella no se movía, casi.

Isa: ¿Por qué me sigues? ¿Yo qué te hice?

Guido: Bueno, pues…

Isa: ¿Qué tiene que ver tu madre en todo esto?

Guido: Ella nada. Ya está muerta.

Isa: ¿Muerta?

Guido: Muerta. Bien muerta.

Isa: ¿Qué es esto?

Guido: Ah, pues pedazos de pollo, de pollo muerto.

Isa: Muerto.

Guido: Bien muerto.

Isa: ¿Por qué lo tengo yo? ¿Tú por qué lo sabes?

Guido: Bueno, pues porque lo vi.

Isa: ¿Me lo diste tú? ¿Para decirme algo?

Guido: No, para nada, ya la traías.

Isa: ¿Y cómo sabes?

Guido: Te vengo siguiendo, ya te dije.

Isa: ¿Pero por qué me sigues?

Guido: Pues porque pensé que necesitabas ayuda, por eso.

Isa: ¿Ayuda para qué? No me confundas. ¿Dónde estamos?

Guido: No sé. Bueno, en una estación del metro. Al norte.

Isa: Al norte.

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Guido: Venimos del sur. La línea verde atraviesa la ciudad…

Isa: ¿Por qué vinimos? No te conozco, ¿por qué me sigues? Yo no

te pedí ayuda para nada.

Guido: No es que me la hayas pedido, yo pensé que te hacía falta.

Hace rato estabas a punto de saltar de un puente, de dejar

que te embistiera un camión de carga, de hacerte linchar por

la gente de un mercado que desbarataste a tu paso y ahora

coqueteabas con las vías. Yo sólo quiero ayudar...

Isa: ¿Yo hice todo eso?

Guido: Pues sí. Y muy bien. Me sorprendiste.

Isa: Y quieres ayudarme.

Guido: Me encantaría.

Isa: A terminar con todo esto.

Guido: Pues sí. Me quedaría más tranquilo.

Isa: Asesino.

Guido: No, por favor, no me malentiendas. Espera. Maldita sea. Por

favor, no corras…

32
4. La descomposición

En el edificio de Brenda

Rosetti: Vuelto sombra. En un pliegue del caracol en la escalera. Las

manos hierven, los dientes se afilan, los ojos acuosos son

lámparas negras que aguardan por su presa. Dos ancianas

que disputan. Asaltan el pasillo silente con su plaga de pies

que se arrastran, toses ladrantes y miradas indiscretas que

no saben ocultar el miedo y la desconfianza. Ah, no es

posible. ¿Es necesario mostrar a todo el mundo tu llave, tu

nombre e identificación para que no sospechen? Son malos

tiempos. Veo al pobre Rosetti vomitado una vez más, pero

ahora hasta la calle. Malditas viejas. Que llamen a la policía si

quieren. Ya no es el mismo plan. Hay que pensar de nuevo,

calcular. La distancia y el tiempo no pueden ser los mismos.

Certeza y efectividad. Venganza negada a mis manos. No

deja de asomarse la luz amarilla por la ventana. ¿Qué piensa

ahora, qué siente? ¿Todavía me recuerda? ¿Todavía?

Perdida en el metro. Sin rumbo

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Isa: La cara en la gente es un extraño mapa. Pueden reconocerse

milagros, tristezas, infancia y destino. La de Isabella es una

cara dulce, amielada, de antes. Es la misma de la foto. Del

cine, de las películas mudas. El blanco y negro no miente, es

más noble. No engaña ni oculta sus secretos, su condición de

otro tiempo, de pasado, pero de mejor. Ahora recuerdo que

además de Isabella debo decir Roselini. Es natural, su otra

parte. Son la frase perfecta. Isabella Roselini. Tierno nombre.

De secretaria del cielo. Qué digo de secretaria, de gerente, de

presidenta, de dueña. De algo más. Es tan digna. Abre la

boca el túnel y engulle como faquir los trenes llenos de

arañas nominadas. Jorge, Ana, Luis, Juana, Felipe, Tolita,

Matías, Ramiro, Lorena. Palabras que no dicen nada. Habla

más el rostro. El de ella está en el sur. ¿Pero dónde? ¿Dónde?

En su departamento, aburrida y sola

Brenda: Largas las horas de lluvia, de sol, de viento, de espera, de mí

misma frente al espejo. De no voy hoy a la oficina. De me

hartan. De saber que cualquiera, sin merecerlo, quiere ser

como yo. Como yo. Con mi alfombra, mis cortinas delicadas,

níveas y costosamente japonesas. Con mi auto platinado,

impecable y perfumado. Mi cama de agua y su silueta de

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corazón. Mis sales espumosas para la tina. Mis zapatos

coloridos, altos, dato indispensable, y en cantidad. Mis faldas

lisas, rayadas, a cuadros, muy largas, plegadas, con vuelo,

planchadas, en ganchos, queriendo ser arcoiris en mi ropero.

Odio la palabra placard. Me parece tan argentina. Pero creo

que sobre todo lo que cualquiera quisiera de mí, además de

las tarjetas, la buena comida, las salidas a solas, de noche, el

regreso acompañada, casi siempre, por mozalbetes galanos,

de buena pinta y rigurosa advertencia: Incidental (no habrá

mañana), lo que más ambicionan es mi aire ejecutivo,

implacable, maquinal.

En un tren, buscando inútilmente

Guido: Lo lógico es dejar de pensar. Abandonarse a las duras carnes

del asiento de fibra, cerrar los ojos. Pensar que en casa me

aguardan las cuentas pendientes, el desastre en el piso y los

brazos de una cama destendida, pero caliente. Pensar en la

sopa caliente que no comeré hoy, ni mañana, y no ir más

allá, para que el sueño se quede otro rato acompañando,

devolviendo reposo a mis huesos, espantando las caricias de

las gotas de una lluvia que te ensucia. Lo lógico es caer

nuevamente en la rutina. Lo lógico es olvidar que un

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incidente menor pudo recordarte que estás vivo, que no se

miden los días y que nada está bajo control. Lo lógico es

dejar de temer al accidente, apagar las ansias, dejar de rascar

compulsivamente el escroto, de asfixiar mi pene, evitar las

miradas compasivas o mordaces o que se adhieren como

heridas en mi espalda y pensar que mañana la calle me

espera para detener en mis hombros otra vez el paisaje que

no puede ser sin la piedra que finjo ser desde siempre, hace

tres años, cuatro meses y dos días, cuando llegué a la ciudad

a dejarme impresionar por sus edificios enanos y su gente

fría.

Rosetti: Lo importante es el cálculo. Aunque nunca aprecié

demasiado bien las matemáticas. Pero puedo hacerlo, con

paciencia y estimaciones veraces. En la esquina el policía

chaparrito muerde su torta. Si yo me acerco… Si está

suficientemente distrito en las nalgas de aquella muchacha

que se aleja… Yo llego hasta él y lo empujo. Cae su torta –

fragmentada en el aire- en el siguiente orden, por el peso y

la masa específica de cada componente: el jamón, el queso,

el aguacate, la cebolla y el pan. Mientras él hace el recuento

de los pesos que perdió sin comerse su torta, maldice y se

agacha a recoger lo menos polvoso, lo empujo más. Le

arrebato su arma y corro cuatro calles en escuadra perfecta a

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la derecha, de modo que al regresar al mismo punto,

cuidando de no sudar, sin aspavientos, nada me hará

sospechoso ante sus aturdidos ojos que no habrán acertado

a saber quién le tiró la torta ni por qué. Tengo que ser

rápido, preciso, perfecto. Vamos, seguramente pensará que

no soy la misma persona. Todo está en hacerlo muy rápido y

en que no exista un compañero suyo del otro lado

comprando las bebidas para acompañar el bocado.

Isa: El diablo me persigue. Miro su rostro en el de todos. De

piedra lavada, de mármol raído, su mueca siniestra me

acompaña tatuada en la mirada. Voy a matarte, voy a

matarte, voy a matarte, parece decirme en los letreros que a

esta hora van exhibiendo sus neones blancos y rojos.

Isabella. Sálvame, sálvame, sálvame por favor.

Brenda: Pero no importa. No importa de verdad. La rutina no es mala.

No la mía. Vale lo que me pagan, aunque no sepa luego yo

qué hacer con ello. Llega la hora de las luces, de las sombras

que se esconden debajo de la mesa, del zumbido de la

lámpara que insiste en hablar sin decirme nada. De la

televisión imbécil para gente gorda y triste. Los recados en el

teléfono que nunca contesto pidiéndome una cita, una más,

una, la oportunidad de sus vidas. “Una idea novedosa, una

gran historia, una deslumbrante prosa”. Me hartan. Y pienso

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en prozac, pero no es suficiente. Mis piernas me exigen, mi

vientre y su hambre de abrazos, de olores agrios, mi piel y su

sed de barbas ásperas, de bigotes rudos y pelo en el pecho.

Mi voz deslumbrante, la pista me espera y el vodka azul para

endulzarme la sangre. El rito nocturno para resistir la

inminencia del nuevo día que vendrá.

Guido: Volver sería lo lógico, pero decido la vuelta, el accidente y me

da comezón, pero no me suelto el alambre y ya no miro a los

demás mirarme. El asco responde al asco de sus miradas. Me

dan asco. Todos. Asco. Veamos. Para encontrar a Isabela lo

más fácil sería volver a la casa de la mujer cariseca, debajo

de la ventana de su edificio amarillo. Bien. Estamos de

acuerdo. Hará frío, tendrás hambre, pero vale la pena. Lo

vale. Lo más fácil sería volver sin dejarte los ojos en la

multitud buscando un rostro que seguramente no está. Pero

el detalle. Eso es lo importante, el detalle. Piensas en ellos y

por eso sabes que eres un artista. Los detalles cambian todo.

Los detalles. El detalle perfecto, que ensucia todo, que

mancha tu esperanza y te desanima de esta singularmente

estúpida empresa está, en que sin sus mapas, la loca

fantástica que no se parece a tu madre será incapaz de saber

dónde está su pie izquierdo y dónde el derecho, si no los ha

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dejado ya sin zapatos en una avenida muy grande,

embarrados en el asfalto.

Isa: Aquí, de pronto, de la nada. Abrir los ojos sobre este

inmenso mapa de asfalto. La avenida destripada se desangra.

Viene de frente. Lo salpica todo. La mano del río, de ese

siniestro río de personas que gritan, está dispuesta a devorar

el bulto inerte que soy. Aquí, ahora. No hay nada. Sentir el

piso, sentir el piso. Me pierdo, no me pierdo. Me pierdo, no

me pierdo. Estoy aquí. ¿Pero cómo es que llegué? ¿Dónde

estás?

Brenda: Voy a la noche. Sin el auto, para mezclarte con la gente, en

sus olores, en sus aprensiones. Para dejar de ser yo. Para

sentirme abrazada, sostenida por los brazos que levantan

todos los días esta ciudad. Buenos y malos lugares. Lugares

brillantes y oscuros, ruidosos y aburridos… Hay que escoger

uno limpio, uno nuevo, uno con gente. Ah, pero que tenga lo

importante, lo atractivo, lo esencial…

Rosetti: Buena suerte. Ve con calma, no te acerques. Ve pensando

cuál va a ser ahora la estrategia. Podría ser el cinturón, en el

baño. Treinta segundos, presión continua y su cabeza en el

water para disipar cualquier duda. Sí, eso es bueno.

Guido: Tal vez es la idea más estúpida. Pero aquí estoy de nuevo,

mirando una pared que ahora es oscura. Rondando un

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callejón que está sin gente, perdiéndome en la sombra con

su nombre en la lengua que ya pierde su sabor. Isabella.

Isabella. Y el eco me devuelve el maullido de un gato lejano y

el run-rún de un auto que acelera. ¿Dónde estás, Isabella?

Dime que no es tarde.

Brenda e Isa coinciden en la calle

Isa: Es… ella. Ella. Que… sorpresa. De la nada otra vez todo es

claro, una forma definida. Porque es ella, es Isabella. Isabella

camina sola. Yo puedo caminar. Isabella sonríe. Creo que yo

puedo sonreír. Isabella se acerca. Yo puedo acercarme a ella.

Isabela me saluda. Yo puedo saludarla. Me habla, yo puedo,

pero no, sólo la escucho, me dejo arrastrar, que me guíen

sus brazos a la luz.

Rosetti las encuentra, las sorprende. Los tres se han hallado

Rosetti: Ahora lo entiendo todo. No era, no podía ser de otro modo.

Claro. Tanto jodido amor por el falo se debe a que no lo

tienen. Qué asco. Se hace acompañar por la loca.

Seguramente su amante, o su puta. Pero cómo se ríe. Cómo

se encuentran, cómo son una. Van a exhibirse. Van a

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alardear su amor ante los ojos de todos. No puede ser más

indigno, más sucio, más vulgar otro lugar que un karaoke.

Un karaoke.

Brenda: [Sobre Isa] Esta perrita, sucia, fascinada, que me mira, que

se ha rendido ante mí, tan frágil, tan débil, tan expuesta, me

roba el corazón. Su brazo ligero, maleable, dispuesto,

termina por hacerme click en el alma. Viene conmigo. Mejor.

Alguien que escuche arrobada todo lo que tengo que gritar

por las mañanas. Seguramente no comprende la mitad de lo

que significa mi mundo. No conoce el lipstick. Dulce

mamarracho. Hoy serás mi hombre.

En la noche, fuera del edificio de Brenda

Guido: [Pensando en Isa] Y estoy aquí. Seguramente vendrás. Me

vas a explicar todo. Y en ese momento, con una sopa

caliente, de pollo no, por favor, que conste que lo advierto,

entenderé por qué demonios estoy parado aquí en la noche

esperando que llegues a aclararme todo. Y es que no podría

dormir. Si te pasó algo, si te atrapó la caída en el puente, si

duermes bajo las llantas de un auto, o dentro de una bolsa

negra, de nylon, como tu pollo en pedazos. No, yo no podría

dormir jamás.

41
Entre música estridente, luz de color y vapores de antro

Isa: Me salvaste. Me salvaste. Me salvaste Isabella. Me salvaste.

Brenda: Sí, sí, sí. ¿Cómo te llamas?

Isa: Me salvaste.

Brenda: No importa. Bebe.

Isa: [De nuevo dentro de sí] Cómo brilla su rostro, cómo inunda

la noche. Isabella.

Brenda: Pon atención. [Susurra algo en el oído de Isa]

Rosetti: [Furioso, mirándolas de lejos] Indigno. Y se toman de la

mano delante de todos. La mira enamorada. Es un asco. Un

asco. Es un asco.

Brenda: [Para sí, a nosotros] Cómo me miran. Seguramente están

pensando que los voy a impresionar más. Me imaginan

bailoteando al alba sobre la barra. Atención. Me levanto. Ojos

como manos sobre mis piernas, acarician, acarician sin tocar.

Ábranme paso. Es mi turno. Mi turno, mi oportunidad. El

instante fugaz para vaciarme en todos ellos. Un trago más.

Hasta el fondo en el vacío de mi pecho. Todas las luces en mi

rostro, rostro de ámbar y perlas, rostro de aterciopelado

mármol. La lágrima es por la emoción. Estoy aquí para

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ustedes. Esto es para ustedes. Mírenme. Para ustedes. Y esta

es mi voz. [Canta]

43
5. Si pudiera cantar, si cantar pudiera…

Camino a su casa, madrugada

Guido: Descanso. La destendida cama que me espera. El cajón vacío

de mis botines azules. El foco fundido y la sopa fría.

Mientras, los centelleantes ojos que la huida de la noche

hace nacer de los postes. El tráfico mermando. La calle

presente en todas sus esquinas. Los ojos vagando, saltando

de una manta espectacular a los agitados rostros que claman

por llegar a casa, asignándole a cada uno de ellos una

historia. De pronto, como si me llamara, la acera se ilumina

con un billete morado, extendido y perdido, que danza con

el viento y no se decide a irse.

En el karaoke

Rosetti: Fatiga y odio me acompañan. El sueño pesado de los que

beben y las mesas que bailan solas cuando la gente se va. Y

sigue cantando, sigue cantando, sigue cantando, maldita sea.

Maldita.

Isa: Canto es su voz. Canto su mirada. Canto. Yo no canto, pero

me gustaría. Tal vez me ayude. Salir de mí, salir. Salir de mí.

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Se detiene frente al karaoke. Duda

Guido: Una cerveza, la suerte invita. Primera puerta abierta rompe la

madrugada con la estridencia de la rockola. El calor vendrá,

espantará el hambre, acompañando al sueño.

Brenda: [Por Rosetti] Pero qué imbécil que no se va. Se ha de cansar

primero. Yo tengo todavía para dar. Canción dedicada a los

débiles de espíritu, a los que ya no cogen, a los que duermen

con miedo, a los que dormimos solos, a los que sueñan

despiertos, a los que no tienen sueños, canción dedicada…

Rosetti: La boca de acero del arma tiene tu nombre grabado. Es una

buena historia, incluso un buen título. Pero para escribir las

historias hay que vivirlas antes. Hay que saber de qué se

habla. Y esta es una muy buena historia triste, de corazones

rotos que descansan vueltos un licuado de víscera sobre las

alcantarillas de la isla compuesta por Río Mixcoac, Río

Piedad, Río Consulado y Río Churubusco. Un cuadrante

noctámbulo, perdido en la perdición.

Isa: Si no me equivoco, el baño está del otro lado de este país

incierto de sillas desventradas y patas arriba. Podría volverse

hielo el orín que guardo dentro desde hace horas, pero

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Isabella no para de cantar. No quisiera perderme ni un

segundo de su voz.

Guido: No es posible tanta suerte y amor. Isabella. Isabella. Otra luz

y otro entorno. Otro mundo, pero hoy puedo decir que los

milagros existen.

Brenda: [Mientras canta, mirando a Guido que entra al karaoke]

Estrategia efectiva. Sala vacía, cabeza de mi amigo Rosetti

vacía. Un solo blanco para acabar la noche, para acabar con

sus sueños y para acabar calientita en la cama. No se ve mal.

No se ve bien, pero al menos es joven y no está gordo.

Isa: Este es el momento. Este. Ir contando los pasos,

orientándome en el espacio. Dejando constancia de que mi

espalda me sigue y que por donde me sigue yo debo volver a

Isabella. [Sale al baño]

Rosetti: Si la uso debajo de la mesa… Puede ser. Con la estridencia y

los berridos, tengo una posibilidad. Debajo de la mesa,

apuntando. Por debajo de la mesa el vómito plomizo del

revolver o la pistola. Dos fulminantes bums que buscarán su

cabeza, porción izquierda y su pecho congestionado de

alcohol y humo. Dos bums que no escupe esta basura. Click

más otro click. Está vacía. Maldita sea. Ni para eso les alanza

a los gorilas policías. Colmo en el colmo es intentar el

46
suicidio ahora con un arma vacía. Correr al baño a

deshacerse de esta burla. Correr al baño. [Sale al baño]

Brenda: Este es el momento. El tipo me mira como reconociéndome.

El otro imbécil no está. La loca se esfuma poco a poco al

fondo del salón y el sueño toca mis párpados con sombras

plateadas que compré en el extranjero. Hora de irse.

Bienvenido al cielo, beibi.

Guido: [Dejándose hacer por Brenda, que cae sobre él] No puedo

negarme. No sé a dónde me lleva, pero no puedo negarme.

Es que no voy, me llevan. Seguramente le da miedo estar

sola, la calle amenaza, la calle asusta y miente. Aunque yo

vine por Isabella. Ella lo entenderá. Es más, no me ha visto.

Mi madre hubiera visto muy mal esto. Una mujer así, diría, no

es buena y mejor alejarse. Pero Madre no está y ya va siendo

hora de que tu hijo crezca, madre, de que tu hijo sepa que en

la cama se hace lo que de todos modos ya sé, pero no

conocía de cerca. Además, mira esta reina, si puedes, si

pudieras ver, lo entenderías. ¿Cuántas veces crees que la

suerte va a regalarme billetes tirados que terminen por

comprarme unos minutos de gloria en la cama de mujeres

perfumadas? De mujeres perfumadas como esta, que se ve

fresca en la madrugada, que me sube a un auto, que fuma

cigarros olorosos y que seguramente valen más de lo que mi

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billete encontrado podría comprar. Madre, déjame tranquilo.

Tal vez hasta me pague, pero con un buen café bastaría.

Seguramente café italiano. Mujeres como esta, que manejan

rápido, que hurgan el tiro del pantalón de los extraños y no

te preguntan el nombre beben café italiano. Seguro.

Rosetti: [En el baño, para sí] Cuando ya no había espejo con vida,

para violentar. Cuando ninguna tasa en el baño guardaba su

cabeza en el piso y el agua corría como debió haber corrido

su sangre sucia, entró ella. [Habla de Isa] Baldía y tímida. Se

equivocó de puerta. Nadie en su sano juicio toma un puro

por un abanico. Leyó mal. Pero rezaba. El de damas está

enfrente. Cuando la vi así, trémula y sin chiste, mascando la

uña gorda de su mano izquierda pensé que venía a salvarme.

Mujeres locas que comparten la oración a deshoras en

lugares como este no son extrañas. Se exponen porque les

gusta o porque en el fondo del fondo creen. ¿En qué? ¿En qué

crees?

Isa: [Desorientada] Ahora volver. No sé qué hago aquí, ni quién

es el hombre que me mira. Volver ahora. La música no para,

pero me falta una voz. Me falta una cara. ¿De quién? No sé,

pero me falta. Falta. Quiero volver, pero no puedo, las manos

en mi cuello –del hombre que no conozco- me detienen. No

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me sueltan. Sólo recuerdo que cantar… quería… quería

cantar. Yo…

En el departamento de Brenda

Brenda: Quítate la ropa. Despacio… despacio, porque estoy

sorprendida de que tanto hueso pueda estar contenido por

una fina y casi delicada piel sedosa como la tuya. Hueles a

hombre. Hueles. Despacio. Presta tu pecho al empellón de mi

mano que te siembra en el lecho. Pon atención, porque no

has visto nada en tu vida que se parezca a esto. Atiende.

Mira como se abre para ti la cueva del deseo, como manan de

la fuente las mieles de la gloria. Bebe. Eso es. Bebe, despacio.

Despacio porque la noche acabó y el día nos espera,

desperezando sus miembros, para cobijarnos a ambos.

Despacio. Mañana pensaremos en mañana…

Huyendo

Rosetti: Ahora cuidado. Cargar el bulto. Que está borracha, puedes

decir, que viene contigo, que no pudo más y que la llevas a

casa. Todo en orden. Luego en un taxi. Cualquier rumbo que

te saque del corazón, de la isla del centro. Entrar al bosque.

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Al bosque y al cerro. No tienes billetes, pero no importa.

También puedes con el chofer. Además, así puedes manejar

de regreso tú solo y quitar la espantosa música que nos

acompaña ahora. Un auto para una madrugada. Único y

desechable. Es una buena historia. Firmeza, pero

espontaneidad. Decisión, pero juego. Dejar espacio a las

sorpresas. A lo que pueda pasar, al azar. Esto seguramente

se vende. Hasta a pocket book puede llegar. La cosa es

escribirlo. Levantar la pluma. Levantarla y dejar que escupa.

Si acaso pudiera, si pudiera acaso. Si escribirla pudiera,

carambas, qué buena historia.

En el departamento de Brenda

Guido: Bien. Es lo de menos. Mañana le pregunto por Isabella.

Mañana le explico que todo está muy bien, que sus muslos

de fruta, un poco cachetones para mi gusto, están deliciosos,

que su ropa fina me gusta, pero que busco a Isabella. La

gente bien entiende estas cosas. La gente así no se enamora.

Se sirven, se dan gusto, se dejan llevar por el deseo, porque

pueden. Pero no se hacen lío. Mañana pregunto por ella.

Mañana lo hago, sí. Mañana… O al rato…

50
Tirada en el piso

Isa: Las cosas son claras, los lugares por primera vez tienen

nombre y cara y sentido. No hay inminencia de peligro ni

sensación de pérdida. Todo lo contrario. El aplauso caluroso,

la luz que señala el centro de la pista y el piso que brilla

lanzando hacia el techo muchas luces de colores. Una fiesta

en los ochentas. Al centro el banquillo, un cenicero de pie y

el micrófono que me esperan. Al centro el micrófono y mis

pies que no avanzan. La distancia que crece. La sala y la

música que se alejan. Esta invasora sensación de calor.

Quiero cantar. Me ayudaría. Creo que podría ser otra. El

micrófono delante. La oscuridad a su espalda. La música

como una ola acaramelada. Y mi canto, mi canto, mi voz…

Fin

51

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