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José Seoane

Lógica y Argumento
La publicación de este libro fue realizada con el apoyo de la Comisión Sectorial de Enseñanza (CSE) de
la Universidad de la República.

© José Seoane
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Capítulo 1

El objeto de la lógica
Enunciados y argumentos

Usamos el lenguaje en formas muy variadas; expresamos emociones, formulamos


interrogaciones o aseveramos opiniones. Dependiendo de las motivaciones que nos
animan, escogemos una u otra de esas variadas formas. Cuando nuestro interés funda-
mental es la transmisión de información, solemos construir oraciones de un cierto tipo
característico, a saber, oraciones susceptibles de ser evaluadas en términos de verdad
o falsedad. Es decir, oraciones de las cuales puede decirse —sensatamente— que son
verdaderas o que son falsas. Llamaremos enunciados a las oraciones de esta clase.1
Es obvio que no todas las oraciones son enunciados; respecto de la oración
«¿Qué hora es?» carece de sentido decir tanto que es verdadera como que es falsa,
en consecuencia, ella es un ejemplo de oración que no es enunciado. Un ejemplo de
enunciado es el siguiente: «Hoy llueve en la ciudad de Tacuarembó». Otro ejemplo
es, naturalmente, «Hoy no llueve en la ciudad de Tacuarembó».
Si se piensa la colección de todas las (posibles) oraciones en un idioma determi-
nado —por ejemplo, el español— puede dividírsela en dos subcolecciones: la de los
enunciados y la de los no-enunciados:

Oraciones

enunciados

no-enunciados

A veces estamos interesados en afirmar enunciados aislados pero, frecuentemen-


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te, deseamos establecer ciertas relaciones entre enunciados. Por ejemplo, aspiramos
a convencer a determinado interlocutor de que, si admite la necesidad de aumentar

1 Dada la naturaleza introductoria de este libro, no se enfrentan algunas cuestiones filosóficas


acerca de la lógica, en beneficio de la claridad en la exposición de los rudimentos de la disciplina;
se intentará, no obstante, advertir al lector. En este caso, el problema en cuestión es el de los
«portadores de verdad». Se asume aquí pues que pueden tomarse como tales lo que hemos deno-
minado ‘enunciados’ pero existe una amplia discusión. El lector interesado puede consultar, por
ejemplo, Haack (1991), o un tratamiento más minucioso del punto en Orayen (1989).
13
la productividad, entonces debe admitir los beneficios de ciertas formas de renova-
ción tecnológica. Ese esfuerzo por mostrar que la admisión de ciertos enunciados
—que suelen denominarse premisas— obliga o, por lo menos, induce a admitir
otro —que suele denominarse conclusión— es lo que podríamos entender —como
primera aproximación— por argumentar. Es decir, ofrecer razones que evidencien
que determinada conclusión se sigue (con mayor o menor «necesidad» o «fuerza») de
ciertas premisas. O, algo más abstractamente, el argumento revela que la informa-
ción codificada en las premisas permite, en algún sentido que habrá que especificar
después, obtener la información expresada en la conclusión.2
Debe reconocerse que la palabra «argumento» es ampliamente usada. Se exige a
un legislador que argumente, por ejemplo, las bondades de un proyecto de ley o se
pide a un crítico del mismo que argumente sus inconvenientes. Esta exigencia no
es un reclamo que se considere intrascendente o banal: muchas veces tal petición se
hace para poder tomar posición respecto del proyecto de ley en cuestión. Cuando,
por ejemplo, en un debate televisivo entre dos personas el conductor otorga el mis-
mo tiempo a cada una para que exponga sus razones, lo que intenta es ser ecuánime
en la distribución del tiempo a los efectos de dar la misma oportunidad de argu-
mentar a ambas partes (para que tengan la misma oportunidad de convencer al es-
pectador) y, a su vez, a los efectos de ofrecer la posibilidad al espectador de, a partir
de esas argumentaciones, encontrarse en una situación adecuada para extraer sus
conclusiones, es decir, habiendo podido apreciar igualmente ambos puntos de vista.
Los participantes del debate ciertamente pueden adoptar actitudes muy varia-
das, pero dicha variación no es ilimitada: si, por ejemplo, uno de ellos comenzara
a apedrear al otro contendiente ciertamente el debate se suspendería y se conside-
raría tal comportamiento como inadmisible (para el debate). Es decir, difícilmente
alguien sostendría que tal actitud «forma parte» del debate.
El ejemplo es grosero y seguramente convendrían precisiones y matices; sin em-
bargo, básicamente, puede hacerse acuerdo en que un debate consiste —funda-
mentalmente— en cierta interacción lingüística entre los participantes. Esto limita
la interacción pero todavía no permite excluir casos en los cuales, en principio, no
parecería sensato sostener que se asiste a una confrontación polémica (por ejem-
plo, si uno o ambos, la única actividad que realizan es insultar). Se espera que estas
modestas observaciones contribuyan a convencer al lector acerca de que, a pesar de
parecer muy intuitivo lo que se quiere decir con «argumentar», es una tarea sofisti-
cada precisar el alcance del vocablo «argumento».3
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2 Esta concepción basada en la noción de información encuentra una poderosa justificación filosó-
fica en Barwise y Etchemendy (1999). Una consecuencia importante de este énfasis informacio-
nal es que podría ampliarse, por así decir, la noción de argumento arriba ofrecida, permitiendo
formas o modalidades no lingüísticas de codificar la información.
3 La discusión en torno a la noción de argumento ha cobrado un énfasis especial en los últimos
tiempos. El lector interesado en internarse en la selva de literatura relativamente reciente sobre tal
noción puede consultar, por ejemplo, Van Eemeren, Grootendorst y Kruiger (1987). Un ejemplo
de tratamiento filosófico de la cuestión puede apreciarse, por ejemplo, en Parsons (1996).
14
Como en otras ciencias, un buen punto de partida es empezar con una noción
esquemática, pero valiosa a la luz de ciertos fines o de ciertos supuestos asumidos. La
forma de entender «argumento» en este contexto exhibe esas cualidades.4 En las líneas
que siguen se caracteriza este concepto de un modo habitual en la literatura lógica.
En primer término, un argumento es una cierta estructura lingüística conforma-
da por enunciados. La peculiaridad de la misma reside en que se afirma una relación
entre determinados enunciados —denominados «premisas»— y un enunciado —
denominado «conclusión»— que puede parafrasearse así: la conclusión se sigue o se
desprende o se extrae de las premisas. Un ejemplo nos ayudará a comprender mejor
tal relación:
Ejemplo I

Si Juana es sirena, entonces es cantautora.


Premisas
Juana es sirena.

Juana es cantautora. Conclusión

Resulta relativamente obvio (a la luz de los comentarios anteriores sobre las


funciones de, respectivamente, premisas y conclusión en un argumento) que los dos
enunciados sobre la barra son las premisas en este argumento y el enunciado debajo
de la barra oficia de conclusión. Las premisas aparecen así expresando cierta infor-
mación inicial que permite obtener la información expresada en la conclusión. La
propiedad de ser premisa o ser conclusión es, naturalmente, relativa al argumento.
Esto es, un mismo enunciado puede ser premisa en un argumento y ser conclusión
en otro. El papel de la barra es expresar la relación entre premisas y conclusión; po-
dríamos «leer» la barra como «luego» o «por lo tanto». Esta relación, si pensamos en
general, podría denominarse relación de justificación —la idea es clara: se trata de la
relación que vincula a los enunciados justificadores (las premisas) con el enunciado
justificado (la conclusión). Así pues, entendido en estos términos de generalidad,
un argumento parecería que queda bien caracterizado por estos tres componentes:
premisas, conclusión, relación de justificación. Un diagrama puede tornar visible
esta afirmación:

Modelo 1: Pre1, Pre2, … , Pren / Con

donde las «Prei» (1≤i≤n, siendo i un entero positivo) representan premisas, «Con»
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representa la conclusión y «/» la relación de justificación. Es interesante advertir


que identificar un argumento, desde esta perspectiva, querrá decir precisamen-
te ser capaz de reconocer estos tres componentes. Pero adviértase que tal tarea

4 Una discusión acerca de ciertos fines o supuestos que guían la construcción de este concepto de
argumento correcto desde el punto de vista de la lógica (y que resultan relevantes para el propio
modelo de argumento expuesto) puede leerse en Seoane (2004).
15
identificatoria en muchos casos dista de ser trivial; en general, en contextos como
los de una asamblea gremial, la Cámara de Senadores o un congreso científico (por
citar algunos ejemplos), las personas exponen sus argumentos de una forma com-
pleja y expresivamente rica, alejada de la pacífica transparencia del esquema pre-
misas/conclusión arriba expuesto. Esto obliga al que se propone ponderar tales
argumentos a un cuidadoso esfuerzo analítico previo, a saber, identificarlos.
Como una aproximación inicial, podríamos decir que la lógica se interesa por
la argumentación. Pero esto, como es obvio, no basta para caracterizar la lógica; en
las próximas secciones iremos, paulatinamente, acercándonos a una primera carac-
terización de la disciplina.

Problemas y tareas
1. Construya un argumento, guiándose por el ejemplo I. Use la conclusión de
su argumento, para construir un segundo argumento en que la misma oficie
de premisa.
2. Los siguientes textos periodísticos poseen evidentes pretensiones argumen-
tales. Identifique premisas y conclusión en cada caso:
si la mutua competencia [entre marcas de cigarrillos] fuera la única causa de
los gastos multimillonarios en el rubro publicitario, la lógica diría que las
grandes compañías deberían unirse para apoyar a los gobiernos que promue-
ven la supresión de la publicidad de cigarrillos, favoreciendo así un «statu quo»
que protegería a las poderosas marcas líderes de las amenazas de los pequeños
competidores. Por cierto que en todo el mundo, y también en Uruguay, suce-
de exactamente lo contrario. (Daniel Kliman, Cortinas de humo, Relaciones,
marzo 1998).
Si el atentado al que el dictador [Pinochet] sobrevivió en septiembre de 1986
hubiese tenido éxito la transición chilena hubiese sido completamente distinta.
Para algunos simplemente no hubiese existido transición sino un baño de san-
gre. Para otros, el propio régimen militar, presionado por la oposición interna
y por las fuerzas democráticas externas, dentro y fuera de América Latina, sin
el factor de unidad que ha sido el dictador, habría ido cediendo espacios y la
Concertación habría asumido en condiciones más favorables, menos «atadas»
(J. Cayuela, Chile: apuntes para el fin del siglo, Brecha, año 13, n.° 640).

La reflexión meta-argumental
Antes del surgimiento de la lógica como disciplina —que se sitúa en Grecia,
aproximadamente en el siglo IV antes de Cristo— obviamente se formularon y dis-
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cutieron argumentos. Y, naturalmente, los argumentos eran evaluados. Es decir, se


aceptaban algunos como correctos, se rechazaban otros por incorrectos, se calibra-
ban respecto de su fuerza probatoria, se comparaban en relación con su capacidad
persuasiva, etc. Una rica práctica argumental pues precedió a la emergencia de una
reflexión meta−argumental lógica. Quizá convenga detenerse brevemente a analizar
las dos características que hemos adjudicado a esta reflexión original. Por una parte,
16
se trata de una reflexión meta−argumental, es decir, se sitúa en un plano conceptual
que tiene por objeto el plano argumental. Por otra parte, hemos dicho que estamos
frente a una reflexión lógica, por ahora todo lo que queremos expresar con tal cali-
ficativo es que la misma se encuentra orientada al esclarecimiento del problema de
la corrección argumental.5
En especial, contribuyeron a transformar la cuestión de la evaluación argumental
en un problema digno de análisis, el desarrollo de disciplinas y actividades socialmen-
te valiosas en las cuales la argumentación ocupaba un papel relevante. La matemáti-
ca, la filosofía y la práctica político−jurídica suelen ser los ejemplos más conspicuos
de tales actividades.6 Para introducir el especial punto de vista desde el cual el lógico
analiza los argumentos puede resultar esclarecedor partir, precisamente, de argu-
mentaciones particulares pertenecientes a algunos de los campos referidos.
Tomemos un caso especialmente interesante de las matemáticas griegas. Como
se sabe, la escuela pitagórica —iniciada por Pitágoras en el siglo VI a.C.— obtuvo
importantes resultados en esta disciplina. Seguramente el lector recuerda el célebre
Teorema de Pitágoras; éste afirma que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la
suma de los cuadrados de los catetos. La ilustración permite formularlo de un modo
intuitivo y sintético:

a h

Teorema de Pitágoras: h2 =a2 + b2

El problema que nos interesa surge a partir de la consideración de la diagonal


de un cuadrado cuyo lado tiene por longitud la unidad. Nuevamente, recurramos a
la ilustración:

Obsérvese que esta diagonal es la hipotenusa de los respectivos triángulos rec-


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tángulos cuyos ángulos rectos están indicados en el diagrama. Dado que el valor de
los lados es 1, podemos inferir, aplicando el Teorema de Pitágoras, que h2 =12+12
=2 o sea h=

5 La emergencia de estas preocupaciones intelectuales en la filosofía pre−aristotélica es un intere-


sante problema histórico que hasta donde sé no se ha explorado suficientemente.
6 Véase al respecto Kneale y Kneale (1984).
17
En síntesis, hemos visto que la lógica es una reflexión meta−argumental. Los ar-
gumentos pueden representarse o entenderse, en este contexto, ya apelando al mo-
delo 1, ya apelando al modelo 2. Dado el carácter básico del primero, asumiremos
el mismo como punto de partida. Pero la reflexión lógica no queda caracterizada,
como hemos dicho, por su status meta−argumental; le interesa la evaluación de los
argumentos en términos de su corrección. Este es el aspecto que abordaremos en la
próxima sección.

La noción intuitiva de consecuencia lógica


Seguramente el lector ha advertido una diferencia importante, a pesar de las
similitudes señaladas, entre los dos ejemplos argumentales expuestos. El primero es
una prueba o demostración matemática y su conclusión expresa una propiedad de
un cierto número. Adviértase que aceptamos las premisas, los pasos y la conclusión
de dicho argumento. En cambio, en el segundo caso la formulación misma de las
premisas y de la conclusión resulta ambigua y los pasos se presentan como proble-
máticos. Es evidente que no hay allí prueba o demostración. Podríamos quizá decir
que un argumento parece correcto y el otro es, por lo menos, dudoso o difícil de
evaluar en términos de corrección. Pensemos un poco más la situación.
Un contraste notable entre los dos argumentos consiste en que mientras acep-
tamos las premisas del primero como de hecho verdaderas no ocurre lo mismo
respecto de las del segundo. Una segunda conspicua diferencia es que mientras
nos resulta claro cómo se justifican los pasos del primero lo mismo no ocurre con
el segundo. Y, finalmente, mientras aceptamos como verdadera la conclusión del
primero difícilmente diríamos lo mismo del segundo.
Como puede apreciarse pues el problema de la corrección es extremadamen-
te complejo. Conviene entonces comenzar simplificando razonablemente nuestra
cuestión. En primer lugar, haremos abstracción del problema de la justificación de
los pasos. Esto resulta muy natural si se tiene en cuenta que representaremos un
argumento explotando el modelo 1. Un argumento, entonces, es una estructura lin-
güística conformada por premisas y conclusión. La idea más general de corrección
argumental exige que las premisas justifiquen la conclusión. Luego, el lógico podría
tentativamente decir que un argumento es correcto cuando las premisas, por decir-
lo metafóricamente, cumplen adecuadamente su papel, esto es, logran justificar la
conclusión. Y así un argumento es incorrecto cuando las premisas no logran justificar
la conclusión. Ahora parece que lo que le deberíamos preguntar es qué se quiere
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decir con la metáfora de que las premisas «cumplan adecuadamente su papel».


La respuesta del lógico podríamos decir que se concentra (utilizando el modelo
inicial) en caracterizar una cierta relación de justificación. Esta puede entenderse
como el criterio o el patrón que aplicará el lógico a la hora de evaluar la corrección
argumental. Dicho sintéticamente, desde el punto de vista lógico, un argumento
será correcto si y solo si la conclusión es consecuencia lógica de las premisas.

21
En este capítulo daremos la noción intuitiva de tal relación; el resto del libro puede
entenderse como un esfuerzo por elucidar, es decir, esclarecer, rigorizar esta noción
básica. El concepto intuitivo de consecuencia lógica puede caracterizarse como sigue:

Noción intuitiva de consecuencia lógica


Sea Г una colección de enunciados y sea φ un enunciado. Diremos que φ es
consecuencia lógica de Г si y solamente si necesariamente si todos los enunciados
pertenecientes a Г son verdaderos, φ es verdadero.
O, dicho de otra forma, si no es posible que todos los enunciados pertenecientes a
Г sean verdaderos y φ sea falso.

Dada la importancia de este concepto es conveniente reflexionar algo más sobre


el mismo. Debe advertirse que hemos caracterizado una relación; los elementos rela-
cionados son, obviamente, premisas y conclusión. Aunque hacemos abstracción del
hecho de que las primeras y la última sean de hecho verdaderas o falsas, a la hora de
caracterizar la relación hemos usado esencialmente la posibilidad de ser verdaderos o
falsos de los enunciados en juego. Pues exigimos que, por así decirlo, la verdad de las
premisas sea «heredada» por la conclusión; a veces se ha hablado aquí de «transmisión
de la verdad».12 Pero nótese que, en realidad, la noción intuitiva de consecuencia lógi-
ca pide algo más fuerte que la mera transmisión de la verdad de premisas a conclusión:
exige el carácter necesario de tal transmisión. Dediquemos a este aspecto un momento
de análisis. Considérese estos argumentos:

a. Si una ciudad está al norte del Río Negro, se ubica al norte de Montevideo.
La ciudad de Florida está al norte de Montevideo
La ciudad de Florida está al norte del Río Negro.

b. Los tacuaremboenses son uruguayos.


Los montevideanos no son tacuaremboenses.
Los montevideanos son uruguayos

c. Los tacuaremboenses son uruguayos.


Los uruguayos son sudamericanos.
Los tacuaremboenses son sudamericanos

En el caso de (a) obviamente no se produce transmisión de la verdad: las premisas


son verdaderas y la conclusión es falsa. Este ejemplo tiene el interés de evidenciar la
falla en la transmisión de la verdad. Es evidente luego que en (a) no hay relación de
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consecuencia lógica entre las premisas y la conclusión —i.e. el argumento es inco-


rrecto, desde el punto de vista lógico. El caso (b) es más interesante: ¿puede decirse
allí que no hay transmisión de la verdad? Tanto las premisas como la conclusión
son verdaderas —es decir, no se está en el caso (a). Lo que falla es el requisito de
necesariedad. Lo exigido —desde el punto de vista lógico— no es meramente que
12 Véase, por ejemplo, Popper (1991) pp. 248-263.
22
de hecho la conclusión sea verdadera o que al menos una de las premisas sea falsa;
se exige que si las premisas son verdaderas necesariamente la conclusión lo sea. O,
dicho de otro modo, que sea imposible la verdad de todas las premisas y la falsedad
de la conclusión. Luego tampoco en este caso estamos frente a un argumento lógi-
camente correcto ya que la conclusión no es consecuencia lógica de sus premisas.
Ejemplos de tal transmisión necesaria de la verdad (es decir, de corrección lógica)
son el argumento (c) y el argumento del Ejemplo I.
En síntesis, un argumento es correcto —desde el punto de vista lógico— si,
siempre que las premisas son verdaderas, su conclusión lo es. O, dicho de otro
modo, si es imposible que las premisas sean verdaderas y la conclusión sea falsa. En
este caso se dice que la conclusión es consecuencia lógica de las premisas o que éstas
implican la conclusión. La argumentación que exhibe tal relación entre premisas y
conclusión se denomina deductivamente correcta.13

El valor del recurso a la forma


Un problema importante es cómo identificar la presencia de la relación de con-
secuencia lógica entre premisas y conclusión. Es decir, cómo, dado un argumen-
to específico, determinar si su conclusión es consecuencia lógica de sus premisas.
Precisamente para resolver este problema es que recurrimos al análisis formal o
estructural de los argumentos.
Volvamos brevemente a nuestras dos argumentaciones de la sección «La re-
flexión meta-argumental». Basta un poco de reflexión sobre ellas para advertir que
en un caso el tema o el contenido del argumento se ubica en la teoría de números
y en el otro pertenece a la metafísica —una rama tradicional de la filosofía. Pero,
independientemente de la diversa naturaleza temática, ambos argumentos poseen
una cierta semejanza: pueden entenderse como instancias de los esquemas de argu-
mentación por el absurdo arriba establecidos. Esta similitud podríamos denominar-
la estructural o formal.
Pero, ¿cómo podría ayudarnos tal consideración formal o estructural a la hora de
evaluar la relación de consecuencia lógica? O ¿por qué analizar los argumentos en
términos de su forma? Esta es una pregunta clave. La respuesta podría formularse
así: porque se advierte la existencia de ciertas estructuras argumentales que garan-
tizan la información contenida en la conclusión, dada la información codificada en
las premisas —independientemente del tipo o naturaleza de la información en cues-
tión. Para expresarlo con una terminología más habitual: se nota que tal estructura o
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forma asegura la verdad de la conclusión, asumida la verdad de las premisas.


Para retornar a nuestros ejemplos, se aprecia que si un supuesto (a partir de
premisas verdaderas y por mecanismos argumentales legítimos) conduce a una

13 El adjetivo «deductivo» puede usarse como sinónimo de «lógicamente correcto» (en tal caso,
carece de sentido la expresión «argumento deductivo incorrecto») o puede usarse como sinónimo
de «argumento que se pretende lógicamente correcto». Este último uso será el que frecuentemen-
te adoptaremos en el presente libro.
23
contradicción, ese supuesto no puede ser verdad, es decir, su negación es verdad. La
garantía que proveen ciertas estructuras es que, dada la verdad de las premisas, se
tiene necesariamente la verdad de la conclusión —tal es el caso de la argumentación
por el absurdo, aunque aún es muy pronto para comprobarlo.
Brevemente expresado, el recurso a la forma o estructura lógica aparece
entonces como una vía notable para resolver el problema de la identificación o del
reconocimiento de la relación de consecuencia lógica entre premisas y conclusión.14
Como se ha subrayado, no basta a los efectos de la corrección lógica el carácter
preservador de la verdad, debe adicionarse el carácter necesario de tal preservación.
Esta dimensión o cualificación modal es (como hemos visto) esencial a la caracte-
rización de nuestro concepto intuitivo. Es decir, hay relación de implicación entre
premisas y conclusión si siempre (este vocablo expresa la necesidad) que las premi-
sas son verdaderas, la conclusión también lo es. No necesariamente debe resultar
evidente cómo tal transmisión necesaria de la verdad puede quedar garantizada por
propiedades formales o estructurales de la argumentación. A los efectos de aclarar
esta idea, introduzcamos un nuevo argumento:

Si José es lógico, José es aburrido.


Ejemplo II:
José es lógico.
José es aburrido.

Adviértase que tanto la conclusión del ejemplo I (p. 15) como la del ejemplo II
parecen desprenderse con igual necesidad de las respectivas premisas, no importan-
do que, en el primer caso, se hable de sirenas y, en el segundo, se hable de lógicos.
Luego ese «desprenderse con necesidad» de la conclusión a partir de las premisas
no puede deberse a los respectivos contenidos de los argumentos sino a la forma o
estructura compartida por ambos. Pues bien, ¿cuál es dicha estructura?
La pregunta no es fácil pero una estrategia intuitiva destinada a responderla
podría consistir en determinar cuáles son las porciones lingüísticas que tanto el
ejemplo I como el II poseen en común. Éstas serán precisamente las responsables
de la corrección lógica. Al igual que en el caso del esquema de argumentación por
el absurdo podemos colocar letras para representar aquellas expresiones lingüísti-
cas en que se producen las variaciones que —atendiendo a estos casos— no son
relevantes para los actuales propósitos. El resultado de tal operación podría quizá
esquematizarse así:

Si A entonces B
Esquema (Modus Ponens)
A
B
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14 Existen aquí diversas cuestiones conceptuales sutiles y profundas. Pero, en beneficio de la clari-
dad expositiva, prescindiremos en este momento de la exposición de discutirlas; más adelante nos
referiremos a algunas de ellas. El enfoque presentado sigue las ideas expuestas en Etchemendy
(1983).
24
Se podría intentar demostrar —y lo haremos más tarde— que, efectivamente,
esta estructura garantiza la verdad de la conclusión, dada la verdad de las premisas.
Ahora, a los efectos de ayudar a la intuición, puede ser útil notar cómo al efec-
tuar sustituciones arbitrarias —respetando solo ciertas restricciones relativamente
obvias— obtenemos argumentos en los cuales la verdad de la conclusión parece
seguirse con necesidad de la verdad de las premisas. Más adelante nos detendre-
mos con más detalle en las antedichas restricciones que gobiernan la sustitución,
por el momento baste advertir que solo deberían sustituirse las letras mayúsculas
por enunciados y, una vez que sustituimos una cierta letra por un enunciado, de-
bemos hacerlo en todas las oportunidades que aparece la letra, es decir, siempre
que aparece la letra en nuestro esquema aparecerá el mismo enunciado en nuestro
argumento que resulta de la sustitución en el esquema. Los ejemplos I y II de arriba
pueden entenderse así como resultados de sustituciones específicas en el esquema
de arriba —tradicionalmente denominado «Modus Ponens». Estas observaciones
son una primera aproximación al papel del recurso al análisis estructural o formal de
los argumentos que desarrolla el lógico.

El objeto de la lógica
Si se atiende a los desarrollos anteriores pueden ofrecerse una primera caracteri-
zación del objeto de la lógica. La misma podría expresarse así: la lógica se ocupa del
estudio de la argumentación deductiva.
Se puede encontrar en la literatura —como hemos señalado— dos usos de la pa-
labra «deductivo». En algunos casos, se habla de «argumento deductivo» solo cuando
la conclusión es consecuencia lógica de las premisas y luego las nociones de «argu-
mento deductivo», «argumento lógicamente correcto» y «argumento válido» coin-
ciden. En otros casos se entiende por «argumento deductivo» aquellos argumentos
en que se pretende o se aspira a que las premisas impliquen la conclusión. Luego, si
la relación de implicación se da, se dice que son correctos (válidos) y si la relación
de implicación no se da, se dice que son incorrectos (inválidos). En este libro, como
dijimos, este último uso será el predilecto. La caracterización preliminar del objeto
de la lógica dada arriba adquiere un significado quizá algo diferente dependiendo
del uso escogido. Si entiendo bien, es más hospitalaria si coincide con nuestra elec-
ción terminológica pero aún así la misma parece excesivamente restrictiva. Veamos
brevemente este aspecto.
Existe cierto tipo de argumentos que exhiben estas dos inquietantes cualida-
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des: no son correctos pero lo parecen. Se les han denominado, tradicionalmente,


falacias. La lógica tradicional les prestó atención e intentó ofrecer una teoría de
los mismos, identificando diversos tipos de argumentos falaces. Los lógicos aban-
donaron el interés por las falacias —por razones que no viene al caso analizar— y
desarrollaron una teoría matemática poderosa y refinada de la argumentación válida
o lógicamente correcta descuidando tal tipo de estudios. Recientemente el interés

25
por los mismos parece haberse reavivado.15 Aún tomado el vocablo «deductivo» en
el sentido en que lo hemos tomado aquí parece incapaz de cubrir la totalidad de
estrategias argumentales pertenecientes a dicha categoría. Es esta una primera razón
por la que resultaría conveniente matizar nuestra caracterización general.
Pero existe aún una segunda y quizá más poderosa razón para hacerlo. La mate-
matización de la lógica la torna, en el sentido habitual de la palabra, una disciplina
matemática. Y este hecho (conjuntamente con otros factores) supuso la aparición
de ricas motivaciones intelectuales provenientes de las matemáticas que cautivaron
la atención de los lógicos. Existen conexiones profundas e imposibles de exponer
aquí entre los diversos campos de estudio que surgen en el seno de la lógica pero
parecería forzado sostener que todos ellos se encuentran conectados de igual forma
con el problema de la evaluación argumental. Uno de esos campos es la teoría de
conjuntos —cuyos rudimentos estudiaremos pronto— pero no es el único. Además
se suelen distinguir (tradicionalmente) teoría de modelos, teoría de la prueba y teoría
de la computabilidad. Esta proliferación de intereses lógicos ha llevado a algunos
autores a caracterizar la lógica como el estudio de los lenguajes formales. Estas ob-
servaciones nos aconsejan también temperar algo nuestra caracterización inicial del
objeto de la lógica.
Aunque hemos visto razones para matizar nuestra caracterización inicial del ob-
jeto de la lógica, debe reconocerse que la misma captura un aspecto esencial del
trabajo de la disciplina. Luego, en este libro, nos ocuparemos de la lógica como
teoría de la corrección deductiva argumental, esto es, hemos escogido, a los efectos
de exponer las nociones básicas de la teoría lógica, como motivación fundamental
el estudio de la corrección argumental. Dado que para desarrollar tal teoría el lógico
apelará a la consideración estructural o formal de la argumentación, veremos que
el lenguaje natural no le resultará satisfactorio. Luego se embarcará en la tarea de
construir lenguajes artificiales, lenguajes hechos a la medida de los propósitos del
análisis formal i.e. lenguajes formales. De este modo el estudio que desarrollaremos
aquí cae cómodamente también en la caracterización de la lógica como teoría de los
lenguajes formales.
Una observación final destinada a evitar equívocos. Debiera ser evidente que no
todo argumento es un argumento deductivo. Los argumentos deductivos son solo
parte de la colección más amplia de los argumentos; existen argumentos que preten-
den que las premisas justifiquen la conclusión pero no que lo hagan vía la relación
de consecuencia lógica. Existen pues otras formas de evaluar la corrección de un
argumento que no son los patrones de la corrección deductiva. En un sentido am-
plio, ese tipo de argumentos pueden denominarse «inductivos». La idea más general
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asociada a esta colección de argumentos es que, si bien en ellos las premisas no im-
plican la conclusión, le otorgan a la misma «mayor probabilidad» o «verosimilitud».16
15 Un tratamiento especialmente influyente de las mismas es el propuesto por Hamblin (1970).
16 En algunos manuales tradicionales de lógica, por ejemplo Copi (1994), puede encontrarse una
caracterización detallada de las argumentaciones inductivas así como una clasificación de las mis-
mas. Una caracterización rápida pero conceptualmente certera puede leerse en Pereda (1995).
26
Como el lector quizá ya ha concluido, en realidad puede evaluarse un argumento
usando criterios diferentes; más que situar la diferencia entre colecciones de argu-
mentos entonces la misma podría situarse en modos o patrones de evaluación.17
Es obvio que debemos evaluar argumentos, digamos así, en forma pertinente. Un
argumento deductivo, en el sentido que hemos dado aquí a este término, deberá ser
evaluado en términos de si su conclusión es consecuencia lógica de sus premisas
pero un argumento inductivo debiera ser evaluado en términos de si su conclusión
es, por así decirlo, consecuencia «inductiva» de sus premisas.

Problemas y tareas
1. Si tuviera que evaluar la comprensión de este capítulo, ¿cuáles serían las pre-
guntas que propondría? Formule seis interrogantes.
2. Responda las siguientes cuestiones:
a. ¿Qué se entiende aquí por «enunciado»?
b. ¿Qué se entiende por «argumento»?
c. ¿Cuáles son los dos modelos argumentales estudiados?
d. ¿Cómo se caracteriza la relación de «consecuencia lógica»?
e. ¿Cuál es el objeto de la lógica?
3. Compare el cuestionario elaborado por usted en el ejercicio 1 con respecto
al presentado en el ejercicio 2. A la luz de esta comparación, proponga un
cuestionario que le parezca óptimo.

Comisión Sectorial de Enseñanza

17 Como respecto de otros tópicos básicos discutidos en este capítulo, puede resultar muy útil la
lectura del capítulo 2 del libro de Haack (1991).
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