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Julián Felipe Aguirre Páez.

Narrativa ll
Cuento Histórico

Vangoghi

En la mañana de diciembre del año 1888 la prensa local anunciaba una espeluznante
noticia protagonizada por un pintor amateur…

Se trataba de un hombre de aproximadamente 35 años, vestía un impermeable azul


acompañado de un sombrero (parecido a los de los marineros) con un ala detrás que le
cubría el cuello. Cuando caminaba su mirada siempre iba al frente sin percibir la
muchedumbre de su alrededor, parecía un hombre serio pues su ceño se fruncía con
poca sutileza.

Casi todos los días entraba al mismo burdel, ubicado en la Rue du Bout d'Arles, su
mirada cambiaba de un punto fijo a una de las pinturas que colgaba en los pasillos de la
entrada; era suya, pues una de las prostitutas que frecuentaba le había ofrecido exhibir
sus pinturas en aquel lugar.

—¿La viste, ¿no?


—¿Qué cosa?
—La pintura cariño…
—Apenas si se ve ¿no podrían acomodarla un poco más al centro del pasillo o quizá en
la barra del bar? Si no resulta imprescindible a primera vista nadie la comprará.
—No te preocupes, ya habrá alguien que se fije en tu noche. En el bar tenemos a tu
florero ¿lo olvidas?
—Cierto. Discúlpame, últimamente ando muy distraído.
—¿Qué te tiene tan pensante mi querido vangoghi? —preguntó Rachel mientras le
servía una copa de Brandy.
—La tristeza, cariño… La tristeza.

De repente el hombre volteó su mirada hacia las personas del burdel, sus ojos se
paseaban en el pasillo buscando quién se detenía a mirar su pintura. Por desgracia, nadie
detallaba las estrellas de su noche, “soy un frustrado” pensaba, mientras del bolsillo
sacaba una petaca de absenta que posteriormente vertía en su copa. En cuestión de
minutos sus pensamientos se tornaban cada vez más lúcidos, tomó del bolsillo de su
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impermeable su medicamento recetado y de una bocanada, combinada con su bebida, se
lo tragó.

Podía escuchar los murmullos de la gente, los gemidos tras las puertas y las colillas
apagándose, sentía una inmensa desgracia en su pecho pues llevaba años sin vender tan
solo una de sus pinturas, pero esto no era todo lo que lo afligía, sus recuerdos se hacían
presentes, su infancia había sido infeliz, fue un niño atormentado e incomprendido pues
sufría por haber sido el sustituto de un hermano que nació muerto un año antes, justo el
mismo día de su nacimiento. Era un niño solitario, faltaba a la escuela de manera
irregular hasta que la abandonó del todo a los quince años, misma edad en la que
empezó a desarrollar una personalidad cambiante e inestable, y con ella; su gusto por el
arte. “Mi juventud fue triste, fría y estéril", susurraba, mientras daba largos sorbos a su
copa.

—Es por tu hermano ¿verdad? —Le dijo Rachel interrumpiendo sus pensamientos.
—Sí ¿Cómo lo sabes?
—El cartero me lo dijo.
—Entrometido de mierda… Siempre anda revisando las cartas que le envío a mi
hermano, contándote mis problemas también, por lo que veo.
—Cuéntamelos…
—Mi hermano, Rac —Susurró.
—¡¿Qué pasó con tu hermano?! —Exclamó Rachel.
—Se va a casar pronto.
—¿Y qué pasa?
—¿Y qué pasa? Pues que voy a quedar totalmente solo. Es la única persona en el mundo
quien me ha brindado cariño y apoyo ¡Ay! Theo, Theito, como me hubiese gustado no
haber recibido esa carta…
—¿Qué decía exactamente?
—Su compromiso con Johana Bonger, es oficial. Quedaré solo, completamente solo.
Theo es, además de mi hermano ¡Mi mejor amigo! ¿Lo comprendes? Es mi único apoyo
emocional, además de esta mierda —dijo señalando el vaso.

Después de dos horas de haber estado lamentándose por la noticia de su hermano y de


tener los ojos pegados a su pintura entre lágrimas de su noche, vio como un hombre de
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gaban y de mediana estatura entraba por el pasillo del burdel. Se trataba de un viejo
pintor conocido, Paul Gauguin, quien era reconocido no solo por sus pinturas, sino por
sus esculturas de cerámica. Ambos, además de pintar, sostenían grandes conversaciones
sobre arte, cada uno sentado en su silla, pero no siempre estaban de acuerdo. Van Gogh
valoraba mucho la pintura de la naturaleza, mientras que Paul defendía que plasmar la
imaginación era el mejor camino para un pintor.

—¡Van Gogh! Mi viejo amigo —Dijo Paul Gauguin mientras le tocaba el hombro.
—¿Le gusta? Le preguntó Van Gogh, señalándole su pintura.
—Pues no es nada que no se haya visto —Respondió. Las mismas pinturas hacía yo
cuando de niño hacía esos matachines ¡Ja, ja, ja!
—Pues a mí me gusta ¡Me parece impresionante! De hecho, siento que las estrellas se
salen de la pintura entre remolinos burbujeantes.
—¿Está usted loco? Esa pintura ni técnica tiene… Quién fue el desgraciado que se
atrevió a pintarla…
—No necesita de técnicas, es genuina ¡Yo no sigo ningún sistema reconocido!
Simplemente golpeé el lienzo con pinturas irregulares que dejé tal y como está.
—¡Pero esto es perturbador mi señor! —Exclamó satíricamente Paul Gauguin.

Van Gogh tomó su sombrero y lo apoyó en su pecho y mientras los ojos le brillaban y la
mente le vagaba, respondió:

—Estoy tentado a pensar que los resultados de mi pintura son tan perturbadores y
molestos como para no complacer a las personas con ideas preconcebidas sobre la
técnica. Soy yo simplemente, y con eso me basta.
—Y yo también soy yo y a mí sí que me basta —Dijo Paul Gauguin apretándose el
bolsillo.
—¿Está presumiendo de su dinero en un burdel?
—No —respondió fríamente, estoy en la peor galería de arte de toda Arlés.

Ambos pintores eran apasionados y vehementes, tenían un carácter fuerte, intolerante e


inflexible, poco dado a ceder o abrirse a las ideas del otro. La plática se tornó en
discusión y fue cada vez más aguda. Gauguin era muy engreído, lo que no ayudaba a
mantener una buena conversación.
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—Se lo digo amigo Van Gogh, sus pinturas son una porquería. Apostaría a que ni el
más zarrapastroso de los críticos le concedería algún matiz resaltable.
—¡Me importa una mierda mi pintura!
—¿Entonces por qué la exhibe?
—Porque no se trata de mí, ni de mi arte ¡Sueño, sueño como un buen pintor! Estoy
cultivando el futuro del arte moderno ¡Sin concepciones ni etiquetas! ¡Sin técnicas!
¡Sueño! Sueño con un movimiento de jóvenes artistas que se unan a mí en esta misión,
porque de eso se trata el arte; de conexión… y… Repentinamente su discurso se vio
interrumpido. Las paredes, que para entonces eran de grises oscuros se tornaron para sus
ojos de un brillante amarillo; era un brote de locura.

Van Gogh salió deprisa dejando caer su copa. Sentía la cabeza caliente a punto de
explotarle, escuchaba con mucha afinidad los murmullos de las personas que se
quedaban viéndole, sentía que todos le observaban y que debía corresponder a esas
miradas. Sentía las paredes apretadas y las calles moviéndose, su vista se hacía cada vez
más borrosa, pero sus otros sentidos se tornaban cada vez más agudos, podía sentir la
brisa fría que cruzaba entre sus dedos, las minúsculas piedras que pisaba en su afán por
llegar a casa, escuchaba los colores del viento, las vibraciones de su corazón, sentía los
gases de Júpiter y los anillos flotantes de Saturno dando vueltas por toda su espalda, oía
a plenitud los olores que el cielo diluía, el sombrero se le hacía cada vez más apretado al
punto de incomodarle, podía respirar el aroma de todas las tiendas por las que pasaba,
pensaba en su hermano, en sus pinturas, en Rachel… Los efectos de la abstemia y el
digitalis ya le habían empapado la cabeza. Demasiadas emociones fuertes para un Van
Gogh frágil y atormentado.

Al llegar a la casa amarilla entró de súbito al baño y entre el botiquín de la estantería


tomó una navaja de afeitar… En la mañana de diciembre del año 1888 la prensa local
anunciaba una espeluznante noticia: “A las 11:30, un hombre llamado Monsieur
Vincent apareció en la puerta de un burdel en la Rue du Bout d'Arles. Preguntó por
una chica llamada Rachel. Cuando ella llegó, le entregó su propia oreja cortada”.

Van Gogh, rodeado de todos aquellos cuadros que no conseguía vender, deprimido por
la inminente boda de Theo (que él interpretaba como un abandono) enzarzado en
violentas discusiones con Paul Gauguin, que no le comprendía, y acabado por el
alcohol, la absenta y el digitalis, pensó en su vida, tomó una navaja de afeitar y se cortó
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la oreja de arriba abajo. En vez de acudir enseguida al médico, escondió su herida
debajo de su sombrero y se preparó para salir. Envolvió la oreja cortada en un periódico
y se dirigió al burdel.

Luego de que Rachel abriera el papel periódico y se sorprendiera por su contenido, leyó
una nota que venía justo en el orifico de la oreja: Doy mi sinestesia, exhíbela junto a las
demás pinturas, a ver si esto se vende.

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