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EL JUEZ LA NORMA Y EL DEBIDO

PROCESO
"...  el  régimen  procesal  refleja   él régimen

político de un país, y eso es exacto porque a mi

modo de ver, la historia del derecho procesal

es una

historia paralela al derecho político.."

Dr. Ricardo Levenne, (hijo)*

Es incuestionable que para conseguir una justicia penal  saludable,

plena de equidad, abarcadora de las expectativas de toda  la sociedad  y del

propio estado democrático, como lo  reclama  esta época,  resulta de suma

importancia la conjugación  del  tríptico que integran: el Juez, la Norma y

el Debido Proceso.

En  el proceso penal contemporáneo que exige la confiabilidad  de las

partes en su ejecución legal, garantista e independiente, con

proporcionalidad e iguales posibilidades de actuar y  contradecir ante  un

órgano  jurisdiccional  imparcial,  esta  trilogía  de elementos se tornan en

piezas claves de un funcionamiento  eficaz para alcanzar la justicia

reclamada.
No basta con la elaboración de normas que recojan el rito  establecido

para alcanzar un fallo justo, pues se  requiere  también que estas

regulaciones proporcionen la posibilidad de un  proceso digno y

humanitario, obre bases y principios

democráticos,  pero además de ello, es preciso que tales normas y formas

de  proceder se  apliquen con el sentido que las inspiran, para que  se

pueda arribar en buena lid, a una decisión correcta. De ahí, que ofrecer

supremacía o dispensar menosprecio a cualquiera de estos tres lados del

triángulo equilátero de la esfera judicial nos conduzca a  yerros  fatales para

acceder a una verdadera  justicia  en  el campo penal.

De lo antes expuesto, se concluye que en este tema es de aplicación  la

máxima aritmética de que "el orden de los  factores  no altera el producto"

y por ello me permito, a los efectos expositivos, abordarlos con ese

tratamiento.

El Debido Proceso

No  pretendo hacer un examen histórico del "Due process of  law"

desde  su nacimiento en la Constitución de los Estados Unidos  de América

de  1789 y las distintas enmiendas que le  fueron  dando cuerpo al "Debido

Proceso", enriquecido por la doctrina  procesal de  nuestra época,


particularmente en los últimos veinte anos,  a tono con las ideas más

avanzadas del mundo entero.

Ahora bien, es de señalar que el concepto del Debido Proceso,  el cual

originalmente se identificaba con el cumplimiento en la  ley de  ciertos

principios, ha ido evolucionando hasta nuestros  días como concepto

regulador genérico de aquellos requisitos procesales que debe contener la

norma y ser aplicados por el juez; es decir,  el  "Debido  Proceso", es algo

así  como  un  principio genérico  del

Derecho Procesal, un principio global  de  aquellos principios  especifico

que corporifican el ritual concreto de  un sistema.

Pero además de trazar las grandes líneas a que debe someterse  el

trámite  específico  en  cualquier sistema,  también  el  Debido Proceso

procura  la equidad entre las partes, evita que  una  de ellas  atropelle  a  la

otra, lo que hasta ahora  en  su  devenir histórico,  se ha manifestado como

muro de contención  del  poder del Estado, para impedir que este, en

desigual contienda,  afecte los  legítimos intereses individuales de los

ciudadanos,  de  ahí que este concepto aparezca íntimamente relacionado

con los derechos humanos.


Para  comprender  esta idea es preciso partir  de  considerar  al acusado,

no como objeto del proceso, sino como parte del mismo en igualdad  de

condiciones,  posibilidades y  derechos,  que  los reservados  a su oponente,

ante un órgano imparcial que  decidirá sobre  los  hechos  que considere

probados  y  sus  consecuencias jurídico-penales,  guiándose  por  su

sincera  apreciación  y  su interpretación de la ley.

En  todo proceso penal se enfrentan dos grandes intereses; de  un lado,

el  interés  social, el cual ha  sido afectado, dando, conmocionado  o puesto

en peligro por la realización de  un  acto prohibido en la ley, y del otro el

interés personal o individual, que  también  -en  ese momento- se

encuentra en  peligro  de  ser atropellado, por

encontrarse sometido a un proceso de esta naturaleza. Es en esta delicada

situación, en la que resulta necesario  seguir  un  camino medio, que

conjugue  armoniosamente  los intereses  sociales con el interés personal,

para arribar  a  una decisión; ese punto medio, ese camino intermedio -tan

difícil  en ocasiones  de  diseñar o de seguir- es precisamente  el  Debido

Proceso Penal.

Entre la ejecución de un hecho con características de delito y la sanción

o absolución del acusado, discurre un proceso,  revestido de  condiciones  o


formalidades, con determinados  requisitos  y exigencias, establecido en el

tiempo, para realizarse incluso  en un  lugar  fijado y ante las  autoridades

correspondientes.  Esa tramitación puede desarrollarse de manera que

limite las posibilidades  de alguna de las partes o ejecutarse de forma  tal

que permita, de modo ponderado, ejercitar iguales derechos a estas partes,

y es precisamente el concepto del Debido Proceso el  que viene a regular

las características que debe reunir esa tramitación, para que resulte humana,

digna, transparente y equiparada.

Este es un propósito de los procesalistas contemporáneos,  quienes cada

vez, se proyectan por modelar un esquema con tales características, con

normativas que reúnan esos requisitos.

A  mi  entender el Proyecto de Reglas Mínimas  de  las  Naciones

Unidas para la Administración de Justicia,

conocidas también como "Reglas  de  Mallorca", aun con un propósito

mucho  más  amplio, encierran  una  tentativa  de definición  reguladora

del  Debido Proceso.

Tal  deseo normativo, generalizador, puede ser encontrado  también en

la Convención Americana sobre Derechos Humanos,  suscrita  en San José


de Costa Rica, el 22 de noviembre de 12969, y puesta  en vigor  desde el 18

de julio de 1978, en la cual se  delinean  las garantías que deben tener los

acusados en los procesos penales  y que  en  esencia  coinciden con las que

encierra  la  noción  del Debido Proceso Penal.

La  concepción del Debido Proceso tiene como base fundamental  el

principio de legalidad, al requerir que las formalidades y  ritos procesales a

los que se sometan las partes hayan sido  prefijados por  el legislador de

manera clara y precisa, las cuales  han  de ser observadas a plenitud a fin de

que permitan un juicio imparcial y transparente.

Esta  tarea esta atribuida al Juez o al Tribunal  competente,  el cual

también debe ser el establecido previamente por la ley,  es decir, que el

Debido Proceso exige el cabal funcionamiento de  la institución  del "Juez

Natural", lo cual legitima la  impartieron de la justicia penal.

El  derecho a la defensa, constituye otro de los pilares de  esta

concepción,  el  cual  concibe la más temprana  presencia  de  un letrado,

con la capacidad requerida, como abogado  defensor  del acusado,  que  lo

represente y asista
técnicamente, tanto  en  la fase  preparatoria  como  en el juicio oral, el cual

ha  de  ser seleccionado  por el sindicado o en su defecto, nombrado de  ofi-

cio.

Este abogado defensor de común acuerdo con su representado ha  de

tener  la  posibilidad  de aportar pruebas, conocer  las  que  se recopilan por

la acusación y controvertirlas con otros, condición indispensable para que

se conforme un proceso debido.

Otro de los principios que recoge esta sistemática es la presunción  de

inocencia  del inculpado, el cual  actúa como  brújula orientadora  en  la

consecución de los objetivos  garantistas  de humanidad,  dignidad y

respeto al acusado y a sus derechos.  Este basamento  filosófico impone la

actuación mesurada en  el  empleo restrictivo  de aquellas limitaciones que

autoriza la ley, a  los derechos  y  garantías generales de los  acusados.  Es

imperioso tener presente que todo acusado, más que presumirse  inocente,

es inocente hasta que no se demuestre definitivamente lo contrario, por el

tribunal competente y en proceso pleno de garantías.

No  olvida el Debido Proceso contemplar dentro de su  esquema  el

requisito  de la recurribilidad de las sentencias, de manera  que el  acusado

que haya sido encontrado culpable por un tribunal  de primera  instancia

pueda impugnar tal decisión ante otros  jueces de  superior jerarquía, con
capacidad para anular ese fallo.  Tal posibilidad  ofrece la garantía de una

decisión más  certera por parte del órgano judicial y a la vez le da la

confianza

necesaria al  sujeto  declarado  culpable, de que puede alegar  ante  otro

tribunal las presuntas infracciones o quebrantamientos que considere

fueron cometidos en su caso y conseguir la  substancian  de estos si resulta

con lugar su petición.

Acoge también el Debido Proceso el principio de "ne bis in  idem" o  de

inadmisibilidad de la persecución penal múltiple,  con  lo cual se impide al

Estado someter a proceso penal al mismo acusado,  dos veces por el propio

hecho, ya sea simultáneamente  o  de manera  sucesiva;  es decir que

resulta inadmisible  una  doble condena. Esta garantía, diferente a las

anteriores, establece que la  intervención del Estado pretendiendo la

condena del  acusado, solo puede realizarse en una ocasión, lo que brinda

seguridad  al ciudadano  en  un Estado de Derecho, en el cual  la

organización estatal respeta las normas legales aprobadas para el libre ejer-

cicio  de  los  derechos y el cumplimiento de  las  obligaciones sociales, por

parte de los ciudadanos, las organizaciones sociales, las empresas y la

estructura estatal.
El derecho a un proceso penal sin dilaciones injustificadas y con

prontitud, es otro elemento integrador del Debido Proceso  Penal. En  tanto

este principio de celeridad procesal es  una  exigencia para los funcionarios

encargados de su ejecución, constituye a la vez un justo reclamo de

aquellos que sometidos al proceso  penal, cual "espada  de Damocles",

desean conocer lo antes  posible  el

fallo definitivo de la corte.

De  ahí que sin premuras que alteren las garantías del  procesamiento  y

sus necesarios pasos, sea preciso que estos se  cumplan en  términos

razonables, de acuerdo con lo fijado en la ley  para su ejecución.

Cierra este abanico de normativas que conforman un proceso  justo el

principio de humanidad, el respeto a la condición humana, el derecho de

toda persona  -independientemente de que se le atribuya la comisión de un

hecho  punible- a ser tratado con respeto y la consideración que merece

todo ser  humano; y recuerdo ahora las bellas palabras que sobre  este

particular expuso ese gran procesalista que fue Francisco Carnelutti,  en su

obra "Las Miserias del Proceso Penal", al  señalar: "...:  para mí, él más

pobre de todos los pobres es el preso,  el encarcelado. Digo el encarcelado,


obsérvese bien, no el  delincuente... el delincuente   mientras  no  esta

preso   es   otra cosa...apenas esposado, la fiera se convierte en hombre".*

¿Que encierra esta reflexión de ese brillante pensador?, que  ese es  un

hombre, no un ser diferente; una persona humana,  con  sus defectos y

virtudes, con sus sombras y sus luces, con sus  miserias  y sus riquezas; en

mayor o menor grado; es  definitivamente una persona que espera se le

procese con dignidad y con respeto a su condición humana.

Este  requisito, íntimamente vinculado a los derechos humanos,  a las

normas  internacionalmente reconocidas, que  contemplan  un basto

campo  de acción, el cual se

desliza desde  el  rechazo  a cualquier  tipo de trato cruel, inhumano o

degradante, el  empleo de la tortura y otros castigos físicos o psíquicos para

conseguir la confesión, hasta la limitación indebida de derechos del indi-

viduo como su liberta personal, la comunicación y otros.

La  concepción  del  Debido Proceso no es una  obra  concluida  y

evidentemente  se  enriquece a diario en la misma medida  en  que vanzan y

se desarrollan las ideas procesales modernas, democráticas y

revolucionarias.
En  este  sentido la propuesta de que un juicio oral  y  publico, celebrado

por jurados y con participación popular, constituya  un elemento mas,

configurador de un proceso debido, se abre paso con fuerza  en  medios

intelectuales y judiciales  del  universo  y particularmente  en  América

Latina, urgida  de  una  renovación procesal que alcance los objetivos

democratizadores postulados.

Las más recientes modificaciones a los tramites del procedimiento

realizados  en  América  Latina muestran la  inclusión  de  esta institución

del Debido Proceso en esas legislaciones, que estaban carentes de ella. Así

el Código de Procedimiento Penal en Colombia de 1991, dedica su primer

articulo a pujar los caracteres del Debido  Proceso y lo va complementando

en artículos  posteriores; algo semejante acontece con la flamante ley

rituaria de Guatemala;  mientras  que otras legislaciones como la de  Costa

Rica  y Cuba,  aunque de forma dispersa, se atienen a los principios

 que conforman tal concepción.

Pienso que el fortalecimiento de los Derechos Humanos por los que se

lucha  universalmente,  el establecimiento  y desarrollo  de sistemas  mas o

menos democráticos y la conciencia  universal  de proteger  a  los


desposeídos, a los débiles, a  los  necesitados, enrumban  el  camino  en la

esfera  procesal  hacia  el  triunfo definitivo de un Debido Proceso Penal.

La Norma

Indisolublemente ligado al éxito de esta concepción en torno a un

proceso penal debido, se encuentra la formalicen legislativa  de tales

institutos  integradores, lo cual no solo constituye  su expresión  legal,  sino

también la imprescindible  condición  de existencia previa, para su

posterior materialización.

Creo  yo  que  la regulación del Debido  Proceso  tiene  carácter

supremo,  tal  como  he señalado antes, y  por  tanto  debe  ser recogido en

los textos constitucionales, de manera que después se desarrolle y precise

en los Códigos de Procedimientos.

Es  verdad  que algunas legislaciones de América Latina, en  sus

reformas han recogido los derechos procesales del hombre sometido al

Procedimiento Penal, precisando en ellas la relación  hombre-proceso

penal-Estado, con la óptica del Debido Proceso, pero  lo cierto  es  que la

batalla esta por desarrollarse,  en  aras  del triunfo completo de esta

concepción.
No se puede negar que ciertas convenciones internacionales  sobre

Derechos Humanos y resoluciones de Naciones Unidas sobre Prevención

del Delito y Tratamiento del Delincuente, han ido  allanando el  camino

para la formalicen legislativa de  un  procedimiento penal  garantista  y

humano,  pero es  tarea  de  los  juristas latinoamericanos  formular, cada

ida con mayor precisión, en  sus normativas y en sus interpretaciones, estos

principios procesales de  una  tramitación con tales características  que

otorgue  las garantías debidas a las personas que en ella intervengan.

Si bien es cierto que alcanzar una formalicen legislativa coherente y en

concordancia con el concepto generalizador del  Debido Proceso,   por   si

solo  no  resultara  suficiente para su materialización  practica,  no cabe

dudas de que constituye  una condición  indispensable para su puesta en

vigor en la medida  de las posibilidades o al menos para que se convierta en

una bandera de lucha concientizadora.

Coincido  con  aquellos  colegas que denominan  como "mitos  del

proceso" ciertos principios que aun cuando aparecen recogidos  en las

legislaciones  que imperan en determinadas  sociedades,  sin embargo, son

inviables, impracticables, simple letra muerta, pues las  condiciones socio-

económicas o políticas existentes en  esos países impiden su


funcionamiento, es decir la ley va por un  lado y la realidad discurre por

otro totalmente opuesto; eso en

verdad se  produce y los ejemplos sobran; tal es el caso de la igualdad

ciudadana  ante la ley en sociedades estratificadas, de  acuerdo con  sus

ingresos económicos, lo que a su  vez abarca  diversas esferas  de

influencia y castra la realización practica  de  esa igualdad  que  se torna en

formal, legal, pero no  practica,  ni real. Sin embargo, pienso que aun en

esas lamentables condiciones su reconocimiento en la ley constituye un

llamado a la conciencia ciudadana  para conseguir los cambios que

permitan  su  ejercicio efectivo y como ya señale, no es de esperar que solo

la regulación normativa haga el milagro de su ejecución automática,

cuando en ella  funcionan otros factores de una trilogía que estamos

examinando,  en la  que  sé interaccionan y complementan el  Debido

Proceso,  la Norma y el Juez.

El Juez

Un tercer factor, que pudiéramos denominar como elemento  activo,

generador y revolucionario, lo constituye el Juez, el cual  tiene a su cargo la

interpretación y aplicación de la Ley Procesal.


Resulta, a mi entender, de suma importancia la formación profesional y

filosófica de este sujeto, que puede actuar como catalizador o freno en la

ejecución del procedimiento con las garantías requeridas.

Esta autoridad debe jugar un rol protagónico en la valoración  de la

finalidad  que persigue el procedimiento normado a  través  de diferentes

instituciones o principios, encaminados a conseguir de manera efectiva

las garantías

debidas a las personas que  intervienen en la litis penal.

En  esa labor interpretativa, este funcionario del sistema  penal es el

encargado de llevar el proceso por "el centro del  camino", de  forma  tal

que marchen aparejados el interés  social  y  los derechos  individuales, en

igualdad de condiciones, a fin de  que puedan  desarrollar  sus

potencialidades en la  contienda  y  le permita al jurado adoptar la decisión

certera, de manera  imparcial y con total independencia, obedeciendo solo

al mandato de la ley y los designios de su conciencia.

Esta difícil labor requiere de jueces que tengan independencia en el

ejercicio de sus funciones, es decir, que sus decisiones no se vean  influidas

por  otros funcionarios estatales,  que  actúen presionándolos  para

conseguir determinados fallos, pues si  ello se  produce, el sistema de


justicia perderá la confianza  de  los ciudadanos  y de los funcionarios del

propio Estado, carecerá  de la  necesaria credibilidad y los mismos jueces

renegaran  de  sus funciones.

Pero  además, han de comprender estos jueces, su  papel arbitral entre  el

Estado y los ciudadanos individuales; garantizador  por igual del ejercicio

de los derechos que tanto uno como los  otros tienen  en el proceso penal; y

también, su obligación de  impedir que se operen violaciones de los

derechos de esos ciudadanos  por la fuerza superior del Estado,

convirtiendo la lid  en  desigual

enfrentamiento.

No  faltan jueces que lejos de comprender su verdadero rol,  como entes

imparciales,  independientes,  garantistas de   derechos, piensan  que su

función es contribuir a la punición del  acusado, al  estilo del antiguo

inquisidor, poniéndose de parte o a  favor del  Fiscal, del Estado, en

detrimento del sano  interés  individual.

Ello  afecta no solo los derechos individuales, sino también  los

principios  sagrados  de la propia sociedad en su conjunto  y  no permite

alcanzar un Debido Proceso Penal.


Pienso  que  el  Juez debe tener, por  sobre  todo,  una visión humanizada

en el proceso penal y ceñirse a la ley con esta óptica de  respeto  a  las

garantías individuales y al derecho  de  las partes,  procurando  siempre

alcanzar con su actuación y  en  sus resoluciones,  el punto de equidad que

necesita la justicia  para que sea verdadera.

Como he dicho en otras ocasiones, lo anterior no implica la

desideologización  de  la función judicial, no propugno, lo  que otros

colegas han denominado un "juez eunuco", alejado  de  toda contaminación

social, sin criterios ni opiniones, sin  posiciones políticas, como otros creen

que debe ser para que puedan  cumplir su función. No  comparto ese

criterio pues ese tipo de juez resulta  imposible de encontrar en nuestro

tiempo, y si en laboratorio  se  pudiera "fabricar" un arquetipo de tal

naturaleza, no estaría en

condiciones de juzgar a otros que no son sus semejantes

Abogo por ese hombre inmerso en su problemática económica, política y

social, quien con las vivencias de su realidad, y sobre la base  de  los

principios filosóficos del respeto  a  la dignidad humana  y  a la ley, decida

libremente lo que  considere  que  se ajusta  a lo reglamentado,


interpretándolo según  sus criterios, fundados en una valoración

progresista, revolucionaria y altruista.

Conclusiones

Solo  la  convergencia  armónica y ponderada de  esta  triada  de

elementos: una clara concepción del proceso, bien reglamentada en la  ley y

puesta en practica con certeza por el  juez,  puede conducir de manera

efectiva a conseguir un proceso confiable,  un proceso  garantista, un

proceso que avance por el centro  de  los justos  intereses sociales e

individuales, en resumen  un  Debido Proceso.

Citas Bibliográficas

*  "El Debido Proceso Penal y Otros Temas", Dr.  Ricardo  Levenne

(hijo),  editado  por  la Dirección de  Relaciones  Publicas  del

I.L.A.N.U.D., en 1981 y reimpreso en 1983, pág. 26.

**  "Las  Miserias  del Proceso  Penal",  Francisco Carnelutti, Editorial

Ejea, Buenos Aires, Argentina, 1959, pág. 32 y 33.

Bibliografía:
-"El  Debido  Proceso Penal y Otros Temas", Dr.  Ricardo  Levenne

(hijo),  editado  por  la Dirección de  Relaciones  Publicas  del I.L.A.N.D.,

en 1981 y reimpreso en 1983, Costa Rica.

-"El  Proceso  Penal y la Persona Humana",  Prof.  J.F.  Martínez

Rincones, Ciencias Penales, Revista de la Asociación de  Ciencias Penales

de Costa Rica, ano 5, nro. 8, Marzo de 1994, Costa Rica.

-"Justicia y Derechos Humanos", colectivo de autores, "El  Debido

Proceso  o  el  principio de legalidad  procesal",  Dr.  Fernando Tocora

(tomado  de:  Política criminal en  América  Latina.  Ed. Librería  del

Profesional. Bogotá. 1990).Editado por Comisión Episcopal de Acción

Social, CEAS.

-"Introducción  al Derecho Procesal Penal", Alberto  Binder,  Ad-Hoc,

S.R.L., Buenos Aires, Argentina, 1993.

-"Nuevo Código de Procedimiento Penal Comenado", Dr. Fabio Espitia

Garzon,  ediciones jurídicas Gustavo Ibañez C.  Ltda.  1992, Colombia.

-"Proyecto  de Resolución VI, Propuesta de elaboración de  reglas

mínimas  para la administración de la justicia  penal",  Naciones Unidas,

Consejo Económico y Social, Comisión de  Prevención  del Delito y

Justicia Penal, E/CN. 15/1994/11, 21 de abril de  1994, Viena.

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