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VIDA DE SAN AGUSTÍN

1. PATRIA Y FAMILIA DE SAN AGUSTIN

AFRICA, jardín donde la semilla de la palabra de Dios llegó a convertirse en árbol frondoso,
regada por la sangre de los innumerables cristianos que ofrecieron sus vidas en aras de su amor a
Jesús, fue la patria grande de San Agustín.

A TAGASTE, pequeña villa en el norte de África, hoy designada con el nombre de Souk-Ahras,
insignificante y desconocida en el inmenso imperio romano, le cupo el honor de ser la patria chica
del más grande genio del cristianismo: Aurelio Agustín.

El 13 de noviembre del año 354 fue el día en que actuó el Señor, viendo por vez primera la luz del
sol quien más tarde iba a ser el mismo sol de la Iglesia de Cristo: el hijo de Santa Mónica.

Instrumentos de esta obra maestra del Señor fueron: Patricio, su padre, pagano, bueno y a la vez
violento y fácil a la ira; y Mónica, la madre Mónica, fervorosa cristiana, paciente y humilde, hasta
ganar a su esposo para Cristo.

Conocemos también el nombre de sus hermanos: Navigio, bueno y dulce, y Perpetua, futura
superiora del convento de monjas por él fundado.

Siguiendo la costumbre de entonces no se le bautizó a los pocos días de nacer; sin embargo su
madre se preocupó de hacerle catecúmeno para ir recibiendo la enseñanza cristiana.

El niño Agustín aunque no estaba bautizado creía en Jesús, de modo que cayendo gravemente
enfermo, él mismo pidió que se le administrase aquel sacramento que le daba derecho a gozar con
Dios por toda la eternidad. Pero no se le administró puesto que pronto pasó la gravedad.

2. SU VIDA EN TAGASTE

Restablecido de su enfermedad, asiste a la escuela de su patria natal. Lo que sabemos de este


período de su vida es porque él nos lo cuenta: odia ir a la escuela, porque le gustaba más el juego;
aborrecía las matemáticas y sobre todo la cantaleta de dos y dos son cuatro, etc; tenía un miedo
atroz a la varita con que los maestros le pegaban, al parecer con mucha frecuencia. Entonces
aprendió a rezar al Señor aunque fuera tan solo para que no le pegaran. Cosas todas muy comunes
en los niños de su edad.

Acabó la escuela en Tagaste. Sus padres quieren para él una educación mejor y brillante; debe
continuar por tanto sus estudios, aunque para ello tengan que hacer grandes sacrificios.

3. EN MADAURA

De Tagaste se dirige a Madaura, una ciudad cercana, lugar importante de estudio y muy rica en
monumentos. Aquí el joven Agustín se ve envuelto en un ambiente muy poco cristiano, todo respira
paganismo, las fiestas y las costumbres. De aquí que se vaya olvidando de Jesús, se va alejando del
cristianismo, impulsado con frecuencia por la amistad sincera que le unía a sus compañeros y con la
cual disfrutaba en grado sumo.

En esta ciudad estudia la Gramática; le encantan los escritores latinos, en especial el poeta
Virgilio, al mismo tiempo que aborrece el griego y a los escritores que se expresaron en él.
También estudia Retórica, siendo Cicerón su maestro preferido.

Con el tiempo también se le acabaron los estudios en Madaura. Allí ya no le podían enseñar más.
Solo podía continuar su formación en Cartago, cosa imposible por entonces por la falta de medios
de sus padres.

4. DE NUEVO EN TAGASTE

Y vuelve a su ciudad natal. Allí pasará un año dedicado más o menos a la vagancia, convirtiéndose,
en consecuencia, en un gamberrete, en mayor o menor escala, como podrían serlo otros chicos de
su edad. Disfrutaba de su compañía y por complacerlos era capaz de hacer cualquier travesura.
Todo contra los consejos de su madre a la que ya no hacía caso.

Con el trabajo y ahorro de sus padres y con la generosa ayuda de un rico del lugar, de nombre
Romaniano, pudo, por fin, dejar su vida de vago y continuar sus estudios.

5. CARTAGO: finales del 370 - principios del 371

Para ello se traslada a Cartago, la ciudad de los poderosos y ricos. Tampoco allí el ambiente era
muy cristiano para el ya tibio Agustín. A poco de llegar le sorprende la triste noticia del
fallecimiento de su padre, muerto en la paz de Dios. La mansedumbre de Santa Mónica lo había
ganado para el Señor.

Agustín se da cuenta del sacrificio que supuso para sus padres el que él pudiese estudiar. Se
convierte en un joven serio; ya no es el niño juguetón de tiempos pasados. Sumamente inteligente,
se entrega al estudio pensando en su madre y en la ayuda prestada por Romaniano. Sobresale entre
todos sus compañeros; todos ven en él un chico prodigio.

Así como no soportaba el circo, las luchas de animales salvajes y de gladiadores (todo lo preferido
por la mayor parte de los habitantes del imperio), sentía una afición loca por el teatro.

También durante su estancia en Cartago se enamoró de una chica, cuyo nombre nos ocultó. Con ella
vivió por espacio de 10 años en dulce y pacífica armonía y de ella tuvo un hijo, de nombre Adeodato
(que quiere decir Dado por Dios), al que amó como a hijo suyo que era. Lo tuvo siempre consigo y lo
educó con cuidado.

En esta época, Agustín se había alejado del cristianismo. Mas he aquí que lejos de Jesús, ni el
estudio, ni el teatro, ni el cariño de esa mujer le dieron la felicidad. Se sintió insatisfecho.
La lectura de un libro de Cicerón, el Hortensio, le entusiasmó, le cambió el corazón y le animó a
buscar la verdad. Sin embargo no le agradó del todo aquel libro, porque no encontró en él el nombre
de Jesús. ¡Tan profundo se lo había grabado en el alma su madre! Pasa a leer la Sagrada Escritura.
Desistió pronto porque el estilo no era de su gusto. "Estaba escrita para los humildes, nos diría
más tarde, y yo era soberbio”. Entonces abandona definitivamente el cristianismo y se hace hereje
maniqueo (El maniqueísmo no creía que todo lo hizo Dios: Existen dos seres supremos uno autor del
mal y otro del bien que están en continua lucha). Esperaba encontrar en dicha secta la satisfacción
de su sed de VERDAD.

6. OTRA VEZ EN TAGASTE

Finalizados los estudios en Cartago, retorna a Tagaste. Allí será un estimado profesor de
Gramática, al mismo tiempo que un formidable apóstol del maniqueísmo, religión a la que convirtió
a sus antiguos compañeros y a mucha gente importante de la ciudad, entre ellos a Romaniano.

Santa Mónica, llena de dolor, le expulsa de su casa mientras sea hereje, y se dedica a rezar por él
y a llorar ante Dios. Un obispo le dijo: "No se preocupe Ud.; no puede perecer un hijo de tantas
lágrimas” como sucedió en realidad. Agustín volvió a entrar en casa de su madre porque en sueños
el Señor le anunció que el hijo sería cristiano.

Agustín no podía vivir sin amigos. Los amaba con pasión. Cuan grande fuera ese amor nos lo indica el
hecho de que hubo de abandonar Tagaste cuando murió uno de ellos. Fue tanto el dolor que sintió
que no podía seguir allí. Todas las cosas le recordaban al amigo.

7. EN CARTAGO, POR SEGUNDA VEZ: finales de 375 - principios de 376

Cartago fue ahora el lugar donde residió por espacio de ocho años. Tenía que alimentar a la mujer,
al hijo, a la madre y tal vez a sus hermanos. Para ganar el sustento abrió una escuela de Retórica.
A ella asistieran la mayor parte de los alumnos que tenía en Tagaste, que siguieron fieles al
maestro, a los que se añadieron otros. Pronto adquirió fama hasta el punto de poder compararse
con los maestros más célebres de Cartago.

No solamente daba clases. Aprovechaba también el tiempo para leer cuanto caía en sus manos. Leía
de todo: Literatura, historia y Mitología, Filosofía, Astrología, etc. y hasta se presentaba a
concursos de poesía -era buen poeta- en los que acostumbraba salir vencedor.

En esta época, contando 26 o 27 años de edad, escribe su primer libro titulado: “Lo bello y lo
conveniente” (de pulchro et apto). De él no conservamos nada, fue como el prólogo a sus
numerosísimas obras que luego saldrían de su pluma.

También en Cartago se dedicó con afán a conseguir más fieles para el maniqueísmo; aunque
también se llevó una desilusión muy grande cuando un obispo maniqueo, Fausto, de mucha fama no
llegó a convencerlo y a aclararle sus dudas. Lo que sin duda nunca le agradó fue la conducta de
muchos que de estudiantes solo tenían el nombre, especialistas en hacer pereza.
8. RUMBO A ROMA

Buscando la gloria y los honores, esperando ser mejor pagado y creyendo que en Roma los
estudiantes eran más serios, en otoño del 383 se fue a la capital del Imperio, engañando a su
madre, a la que dejó rezando en una capilla junto al puerto.

Nada más llegar cae gravemente enfermo pero esta vez no pide el bautismo, como cuando era niño.
“¡Tan lejos estaba yo de la fe en Jesús!”.

Con la ayuda de los maniqueos logra abrir una escuela para ganarse el sustento. Como le habían
dicho, los estudiantes romanos eran más serios y formales. Pero tal formalidad les duraba hasta la
hora de pagar. Entonces desaparecían. Esto hizo que tampoco Agustín se encontrase satisfecho en
Roma, que su estancia allí durase solamente un año, porque guiado sin duda por la divina
providencia, se dirigió a Milán donde volvería a encontrar la fe en Jesús al que había abandonado y
con ella la paz y la tranquilidad.

9. MILAN

Dios se sirve de todos los medios para hacer que se cumplan sus planes. Basta que se hallase
vacante la cátedra de Retórica de Milán. Agustín se interesaba por ella y la consigue. Poco
después, en el otoño del 384 se dirige a la ciudad lombarda, Milán, que era a la sazón residencia del
emperador.

Una vez allí Agustín conquista a sus alumnos que se hallan entusiasmados con el nuevo profesor de
Retórica, aunque les sea molesto el acento y la pronunciación que denotan su origen africano.

Apacentaba a la grey del Señor de dicha ciudad un gran obispo: San Ambrosio. Agustín, sin duda,
ha oído hablar de él, pues su fama se ha extendido por doquier. El profesor africano decide ir a
escuchar sus sermones: No le importaba, nos cuenta él mismo, lo que decía sino cómo lo decía.
Quería convencerse personalmente de que era tan buen orador como la voz de la gente pregonaba.
De esta curiosidad se sirvió el Señor para que fuese comprendiendo poco a poco la verdad
cristiana y descubriendo la falsedad de las acusaciones lanzadas por los maniqueos contra los
cristianos. ¡Los que prometían manifestarle la verdad le habían envuelto en la mentira! A raíz de
estos encuentros con San Ambrosio se separó definitivamente del error maniqueo, y comenzó a
acercarse de nuevo al cristianismo. Tuvo parte importante en ello Santa Mónica, su madre, que
había tenido ánimo para atravesar el mar y buscarle, primero en Roma, luego en Milán. No podía
estar separada de él mientras permaneciera en el error.

La gracia de Dios trabajaba en el corazón de Agustín y le guiaba sus pasos. De excepcional


importancia para su conversión definitiva podemos considerar la visita que hizo a un anciano
sacerdote: Simpliciano. Luego la de otro cristiano, Ponticiano. Ambos le contaron algo que Agustín
desconocía: gente que renunciaba a todo para servir al Señor. ¿Por qué no podía hacerlo él
también? ¿Por qué iba a quedarse atrás, él que siempre había sobresalido en todo? ¿Pero sería
capaz de renunciar a todo lo que le pedía el Señor? La lucha se hizo tremenda en su interior: por
una parte quería (todo era extremadamente hermoso) y por otra parte no quería. ¡Le costaba
tanto renunciar a sus antiguas pasiones!.

Al fin se impuso el SI: abandonará todo para consagrarse a Dios. La escena fue conmovedora:
Estaba en un jardín meditando. De momento oyó una voz de niño que le decía: “Toma y lee". No pudo
saber quién le dirigía esas palabras. Sumiso a esa voz desconocida abre la Sagrada Escritura y lo
primero que lee son estas palabras: "No en comilonas ni embriagueces; no en fornicaciones y
deshonestidades; no en rivalidad y envidia; sino revestíos de N. S. Jesucristo", palabras que
fueron el final de un largo periodo de duda e incertidumbre. No quiso leer más. Corre a comunicar
a su madre que se consagra por entero a Dios. Ella se regocija. Toda su vida había pedido una cosa
a Dios: ver cristiano a su hijo. El Señor se lo concedió con creces; no sólo cristiano, sino siervo de
Dios. Estamos en septiembre del 386.

10. EN CASICIACO

Agustín estaba cansado. Después de la lucha interior que había sostenido necesitaba reposo, paz y
silencio; tiempo para meditar y dar gracias al Señor por su misericordia. Como faltaban pocos días
para acabar el curso, decidió hacer un esfuerzo y continuar las clases, con la intención de
abandonar la enseñanza.

Así fue. La generosidad de un tal Verecundo, también profesor en Milán, amigo íntimo de Agustín,
le proporcionó una finca cercana a la ciudad. Allí se retiró Agustín a prepararse para recibir el
Santo Bautismo. Le hicieron compañía su hermano Navigio y su hijo Adeodato; sus primos Rústico
y Lastidiano; Licencio -el poeta- y Trigesio, alumnos suyos; también, no podía faltar, Alipio, el
amigo íntimo de toda la vida de quien no hemos hablado, por ser esto muy resumido, y su madre
Mónica.

En aquel retiro dedicaban el tiempo a la oración, lectura de la Sagrada Escritura, estudios -en este
período escribió varios libros- y también a trabajos del campo.

Llegó la Cuaresma del 387. Todos retornan a Milán porque se acerca el día grande de recibir el
bautismo. El Señor actuó una vez más el 25 de Abril de aquel mismo año, al serle administrado el
sacramento por manos de San Ambrosio. Era el día de Pascua. Cristo había resucitado también en
el alma do Agustín y en la de su hijo.

11. VOLVIENDO A AFRICA: En Hostia Tiberina

Esta vez duró poco la estancia en Milán. Llegado el verano se dirige a Hostia Tiberina donde habían
de coger la embarcación que le traslade a su tierra patria. Allí la vida se convierte en espera y
oración.

En esa espera sobreviene algo muy doloroso para Agustín: la muerte de su madre. Contaba 56 años.
Había sido doblemente madre: le había engendrado para este mundo y para Dios. Sus restos se
conservan en la iglesia de San Agustín de Roma.
El convertido no estaba hecho para desaprovechar el tiempo. Como las embarcaciones demoraban
su llegada, vuelve a Roma. Su ocupación: visitar los monasterios de monjes que abundaban en las
afueras de la ciudad. Pensando fundar uno él mismo, le interesaba conocer cómo funcionaban.

12. EN SU PATRIA

Ha pasado otro año en Roma. La nave ha salido con rumbo a Cartago donde desembarca en agosto o
septiembre del 388, es decir, cinco años después de haber engañado a su madre en aquel mismo
puerto. Sin embargo, quien ahora vuelve no es el que antes marchó. Su corazón ha cambiado.

Pocos días dura su estancia en esta ciudad. Tiene prisa por llegar a Tagaste y poner en obra sus
planes, a saber: distribuir entre los pobres cuanto tenía heredado de sus padres, y fundar un
monasterio. Agustín y con él Alipio, Adeodato, Evodio y otros compañeros fueron los primeros
monjes.

Sobra decir que se sentía feliz al poderse dedicar por completo a lo que su corazón le pedía:
oración, meditación de la palabra de Dios, lecturas, ayunos...

En Tagaste él era todo: el padre, el hermano y el amigo paciente y desinteresado. Todos le querían
y acudían a él para que les remediase sus necesidades tanto del cuerpo como del espíritu.

De todas partes se dirigen a él; principalmente por cartas: de España, Italia, África, Palestina,
etc. Otro acontecimiento triste le sobrevino a Agustín: jovencito, de 16 años, muere su hijo. Las
palabras de Agustín en su Confesiones nos muestran cuán grande era el afecto que le tenía.

13. EN HIPONA: 391

La paz que gozaba duró poco. En cierta ocasión se trasladó de Tagaste a Hipona, ciudad costera,
para conquistar un amigo para el monasterio. Mas al entrar en la Iglesia en el momento en que el
obispo Valerio pedía al pueblo un sacerdote, éste gritó: ¡Queremos a Agustín! ¡Agustín presbítero!
Aunque le costó mucho aceptó porque vio en ello que era la voluntad del Señor.

Era el 391. Desde entonces su vida queda entregada a sus fieles. Dos son las ocupaciones
principales: administrar los sacramentos y explicar la palabra de Dios. A esto último dedicaría
mucho tiempo. Para poder hacerlo bien -conocía cuán grande era su responsabilidad- pidió al
obispo un período de tiempo para prepararse adecuadamente, tiempo que le fue concedido.

Pero el nuevo sacerdote no era capaz de vivir sin la compañía de sus monjes. Por ello funda otro
monasterio en Hipona en un jardín que le regaló el obispo. Es el segundo monasterio agustiniano.
Era Agustín entonces sacerdote, superior del monasterio y Apóstol.

Año 395. El obispo Valerio teme que le quiten al celoso sacerdote para hacerlo obispo de alguna
otra ciudad. Para evitarlo, se anticipa él y lo consagra obispo auxiliar de Hipona. De esta forma
quedó ligado para siempre a esa ciudad. El que buscaba la paz y el retiro, se encuentra con que no
tiene ni un momento de tranquilidad. Como todos los obispos de entonces tiene que resolver
numerosos asuntos civiles y pleitos; tiene que predicar la palabra de Dios, cosa que hacía todos los
días; tiene que cuidar de numerosos pobres; tiene, por fin, que velar por la buena marcha de los
monasterios. A juzgar por los frutos podemos decir que marcharon bien, aunque alguna vez
existieron problemas. Baste con enumerar algunos de los numerosísimos obispos que salieron de
sus paredes: Alipio, obispo de Tagaste; Profuturo, de Cirta; Evodio, de Uzalis; Posidio, de Calama;
Severo, de Milevi; Bonifacio, de Catagna. Agustín veía con cierta pena y al mismo tiempo con
alegría, porque se trataba del bien de la Iglesia de Dios, que sus mejores monjes se los llevaban de
obispos a las ciudades africanas.

La actividad del obispo fue grande. Hoy apenas podemos comprenderla. ¿De dónde sacó tiempo
para escribir tanto, para hacer tantos y tan largos viajes? ¿De dónde pudo sacar la ciencia que
poseía, si no le podía quedar tiempo para leer?.

En Hipona estuvo el centro de su actividad pero actuó en todo el norte africano. Como decíamos
poco ha, sus viajes fueron largos y frecuentes. Y fue en Hipona donde su alma salió al encuentro
del Señor. El 28 de agosto del año 430, el hijo de Patricio y de Mónica, dormía en la paz del Señor.
Contaba a la sazón 75 años, 10 meses y 15 días. Como no poseía bienes no tenía de que hacer
testamento. A la Iglesia de Hipona dejó sus libros: un gran tesoro. Y una de sus últimas
recomendaciones fue que conservaran y guardaran cuidadosamente su biblioteca.

14. PRINCIPALES OBRAS DE SAN AGUSTIN

San Agustín escribió muchísimo. San Posidio, su primer biógrafo, a la vez que compañero y amigo,
dice de él: “el número de sus obras es tan grande que un gran estudioso apenas si puede llegar a
leerlas todas". Veamos solamente las universalmente conocidas.

En primer lugar Las Confesiones. Obra genial, mundialmente conocida, en que nos narra, en forma
de acción de gracias y alabanza a Dios, su vida hasta la época de su conversión. La obra está
dividida en 13 libros. Es una de las obras más originales que han salido de manos de los hombres.
Escrita hacia el año 400.

La Ciudad de Dios, obra grande, consta de 22 libros. “Es un monumento por la originalidad de la
forma y del pensamiento, por la abundancia de hechos y de ideas”. Es la obra más formidable
lanzada contra el paganismo. En ella nos presenta la historia como la lucha continua entre los
seguidores de Dios y los de Satanás, hasta que llegue el día del tiempo definitivo del Señor. La
obra la escribió entre el 413 y el 426.

Sobre la Santísima Trinidad. Consta de 15 libros y es una muestra perfecta del ansia de Agustín
por comprender, en la medida de lo posible, los misterios de nuestra fe y de su impresionante
capacidad de reflexión y de pensamiento. Fue escrita entre: 400-416.

Las Cartas: Fueron numerosísimas. Son muchas las que se han perdido y a pesar de ello se
conservan 276. Cartas dirigidas a todo tipo de personas; religiosos, laicos, emperadores, herejes,
etc. Las cartas de San Agustín son de valor incalculable para conocer parte de su vida y el am-
biente dentro del cual se movía. La grandeza de su corazón queda al descubierto en la ternura de
alguna de ellas.

Entre estas cartas podemos poner a la Regla de San Agustín. Obra pequeñita por la cual se han
guiado y se guían centenares de institutos religiosos masculinos y femeninos. Está dirigida a los
monjes del monasterio. No sabemos cuando fue escrita.

Los Sermones. También son innumerables. Agustín no dejaba de predicar. Donde fuera. Tampoco
los conservamos todos, pero los 400 más o menos que nos quedan son suficientes para que podamos
conocer el estilo de quien fue uno de los más perfectos predicadores de todos los tiempos. En
estos sermones hablaba de todo: de pasajes de la Sagrada Escritura, de las fiestas del día, de los
santos, de infinidad de cuestiones que se le presentaban y él veía que eran de interés para sus
fieles, etc.

15. PRINCIPALES ENEMIGOS DE SAN AGUSTIN

A San Agustín se le ha llamado con razón “martillo de los herejes”. Eran para él un enemigo. El
error había que destruirlo, pero la persona que erraba había que salvarla. Cuantos fueron los
herejes tantos fueron los contrarios de Agustín. Pero tres sobresalieron sobre los demás.

Maniqueos: Ya dijimos que él había pertenecido a esta secta. Afirmaba la existencia de los
principios opuestos y eternos. Bien o Luz y Mal o Tinieblas, que son el origen del mundo y que ahora
luchan dentro de cada hombre. Escribió contra ellos varias obras. Son las principales:
- “Las costumbres de la Iglesia Católica y las de los Maniqueos”.
- “Exposición del Génesis contra los maniqueos”.

Donatistas: Según ellos sólo pertenecían a la Iglesia de Cristo los santos e inmaculados. Por tanto
los sacramentos administrados por sacerdotes pecadores eran inválidos. Dieron mucha guerra a
San Agustín su más grande enemigo y, aunque no lo consiguieron porque Dios velaba por él, varias
veces intentaron matarle. Sus principales obras contra ellos son:
- "Contra la Carta de los maniqueos que llaman Fundamento"
- “Contra la Carta de Parmeniano”
- "Contra Fausto, maniqueo”; 33 libros
- "Contra la carta de Petiliano”

Pelagianos: Negaban el pecado original. Por tanto, según ellos, no era necesario administrar el
Bautismo a los niños. Afirmaban además que el hombre es capaz de salvarse por sus propias
fuerzas sin necesidad de la gracia de Dios.
Contra ellos escribió:
- “La naturaleza y la gracia"
- “El Espíritu y la letra"
- "La gracia de Cristo y el pecado original".

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