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“Somos portadores de una promesa”

LA VIDA COMPROMETIDA
Aunque hay quienes dudan de ello o, lisa y llanamente, afirman lo contrario, en cada vida hay un
sentido. Decía Viktor Frankl, médico, terapeuta y filósofo, que la presencia de la sed da cuenta
de la existencia de agua. Esto ocurre con el sentido de cada vida. La angustia, la depresión, la
desazón, el vacío, son expresiones de una sed no saciada. La de sentido. Una vida que no la
encuentra navega al garete, sin norte, sin orientación, sin para qué. Vivir sin un para qué es,
acaso, el más desolador castigo que pueda recibir el alma humana. Con conciencia de él, o no,
este fenómeno despierta una necesidad existencial. La necesidad de una promesa, la promesa del
sentido que impulse y oriente la búsqueda.
Con promesa. Aunque no sea rigurosa, me gusta pensar mucho la idea de que esa es la raíz
etimológica de la palabra compromiso. Con promesa. Cuando ambas palabras se unen, la ene,
siguiendo las reglas del castellano, se convierte en eme. Compromiso.
Una vida comprometida es, entonces, aquella que sigue una promesa y hace de ese seguimiento
una misión. ¿Sólo basta con una promesa, pues, para crear un compromiso? Es menos sencillo
que eso. Como toda vida con sentido, una vida comprometida requiere trabajo, dedicación,
constancia, honestidad, experiencias, coherencia. No se vive en los márgenes, en la liviandad, en
la superficie, en las rutinas, en el “sin complicaciones”. Las promesas no son mágicas, no se
cumplen con solo enunciarse. Orientan, dan un propósito, crean una meta, generan un sentido.
Pero requieren que las acompañemos con acciones, y que nuestra atención esté abierta para
reconocer cuándo dichas acciones ya no honran a la promesa.
Hay muchos tipos de compromiso. La que, en mi opinión, de veras define una vida
comprometida es la actitud con la que se sostienen y expresan los valores en los cuales se cree, la
constancia y la presencia con que se cimienta y alimenta aquello que le da un sentido y
trascendencia a la propia vida.
La vida comprometida es la de quien pone su cuerpo, su energía, sus ideas, su voluntad y todos
sus atributos detrás de aquello por lo cual su presencia en el mundo no habrá sido una simple
anécdota, un mero pasaje sin huella. Es la de quien vive en consonancia con una promesa. Esa
promesa acaso no habrá sido alcanzada en el curso de la vida, pero será la dadora de sentido, la
orientadora existencial, la gestadora de trascendencia. Una vida comprometida deja rastros
indelebles. Los deja en el mundo y en los otros. Y no debe ser precisamente una vida llena de
hechos grandiosos, públicos y publicitarios. Hay compromisos silenciosos, compromisos que
afectan a unos pocos, compromisos de los que acaso nunca se sepa y, sin embargo, habrán hecho
una diferencia, habrán mejorado un poco el mundo aún sin que sepamos de ellos.
Los compromisos se van forjando en el camino común. En un compromiso van afectos, va
nuestra energía, va lo mejor de nuestro tiempo, va parte de nuestro capital emocional, va nuestra
responsabilidad. Una vida comprometida no se puede vivir en los márgenes, en las anécdotas, en
los tiempos sobrantes, a medias. Aquello que nos compromete, aquellos con quienes nos
comprometemos, nos convocan de cuerpo y tiempo presente. Somos portadores de una promesa.
Adaptación del texto de Jorge Sinay
“La vida comprometida”
En La Vida Plena.

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