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EL LIBRO DE LA VIDA SEXUAL

López, Ibor

Biblioteca Danae
Barcelona 1971
CONTENIDO
DESARROLLO PSICOFISIOLÓGICO DE LA SEXUALIDAD

- GÉNESIS Y EVOLUCIÓN........................................................................................... 3
Formación de la sexualidad incipiente ............................................................................... 3
Génesis de la sexualidad .................................................................................................... 4
Desarrollo de la sexualidad en el infante ........................................................................... 6
El pudor en el niño ............................................................................................................. 10

EVOLUCIÓN FISIOLÓGICA DE LA SEXUALIDAD .............................................. 11


Pubertad.............................................................................................................................. 11
El despertar de la líbido...................................................................................................... 13
Alteraciones de la pubertad ................................................................................................ 14
Higiene de la pubertad ....................................................................................................... 15
Nubilidad ............................................................................................................................ 15

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DESARROLLO PSICOFISIOLÓGICO
DE LA SEXUALIDAD
GÉNESIS Y EVOLUCIÓN

Formación de la sexualidad incipiente

Indudablemente, la posibilidad de una educación sexual depende, ante todo, de un


conocimiento de lo que ocurre en la esfera del sexo y en segundo lugar de la propia experiencia del
educador. Al compás de las generaciones se han ido transmitiendo conceptos y actitudes
equivocadas, que condicionan a su vez una incapacidad para educar no sólo la sexualidad sino
también la totalidad de la persona. Una cierta rebelión contra este estado de opinión fue dibujándose
hace ya algunos lustros e incluso fue bandera para ciertas actitudes políticas. Se hablaba de la
necesidad de una educación sexual, pero más como oposición a una tradición o a formas de vida
instituidas, que como expresión de una necesidad auténtica que debía y podía beneficiar a nuestros
hijos. Estúdiense las actitudes y propósitos en aquel tiempo y se verá cómo toda la educación de la
sexualidad se limitaba a una información y a la prevención de los peligros (¿?) que el uso o abuso
del sexo (en sentido mutilado) podía ocasionar a nuestra juventud.

Hemos visto estos últimos años cómo una mayor madurez obligaba a los padres y
educadores en general a enfrentarse con este problema. Pero por desgracia hasta el momento actual,
salvo honrosas excepciones, lo poco que hemos conseguido, en el mejor de los casos, ha sido el
propósito de informar esencialmente sobre el “origen de la vida” y en algún caso sobre los peligros
de las desviaciones morales o físicas.

Esta información deficiente, dada con temor, con inseguridad, con poco convencimiento y
no sin cierta repugnancia, no llena el capítulo de nuestra responsabilidad como educadores. Educar
la sexualidad es algo más que informar sobre ciertos misterios de la vida. Es dar al niño la
posibilidad de integrarla, de incorporarla a su manera de vivir, de sentir y querer, elevándola a nivel
de hombre. En el mejor de los casos, aún suponiendo una información a la medida, completa,
incluso con la necesaria prudencia y honestidad, no podemos abandonar al niño sin saber qué debe
hacer con su sexualidad en el sentido más amplio, o al menos con su genitalidad presente, que da
una nueva dimensión a su vida, organizada hasta entonces sin estas inquietudes en su intimidad,
llenas de tabús y misterio. Aunque concibiéramos erróneamente la sexualidad como simple
genitalidad, debemos considerar esta función como la más noble de nuestro cuerpo y tratarla con la
dignidad que se merece.

Al adentrarnos en el estudio de la sexualidad hemos de partir del conocimiento de que el


sexo no es una parte o una simple función del hombre. Se es hombre o mujer como un todo.
Pensamos, sentimos, actuamos como hombre o mujer, en función de nuestro sexo. Es decir, que
nuestro comportamiento está informado por nuestro sexo, no sólo en cuanto a instinto que nos

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aproxima al otro sexo (esto sería una mutilación), sino también en cuanto a la manera de ser en
función de toda nuestra personalidad informada por el sexo que nos corresponde. Nuestra virilidad o
feminidad trascienden a lo meramente genital y se es más viril o más femenina en la medida que
hemos elevado el instinto a nivel del hombre, es decir, cuando seamos menos esclavos de una sola
dimensión, de un solo instinto. Si es así, ahora estamos preparados para comprender que es lícito
hablar de una sexualidad infantil, que está ya presente en nosotros desde antes de nacer.

El sexo conforma ya nuestro cuerpo, y no sólo en cuanto a los atributos primarios o


secundarios del mismo, sino incluso otras características somáticas (estructura, proporciones, etc.).
Pero también informa nuestra manera de ser, tanto en los contenidos de la virilidad y feminidad
como en nuestra maduración y desarrollo. El ritmo evolutivo no es el mismo en los dos sexos. La
aparición de ciertas habilidades y aptitudes sigue un ritmo e incluso una calidad distinta, lo mismo
que los intereses, por muy influidos que puedan estar por la cultura en que vivamos.

Los niños no se “saben” de uno u otro sexo mientras no sientan en su intimidad el hecho en
una especie de oposición que los diferencia del otro. Anteriormente les hemos dicho, advertido e
incluso reprendido, por acciones y omisiones en relación con el sexo. Nuestras advertencias han
sido casi siempre de orden negativo, sobre lo que no deben hacer o deben hacer, por pertenecer a un
sexo determinado. Pero entre este conocimiento incorporado, y el sentirse desde su intimidad niña o
niño, hay una gran distancia que deben recorrer en su intimidad y con demasiada frecuencia muy
solos. Pero para un desarrollo psicosexual completo todo ello no basta. Es decir, que no es
suficiente una maduración correcta, ni llegar a sentirse niño o niña incluso bien diferenciados. Es
necesario más todavía. Es condición imprescindible aceptar totalmente su condición sexual, desear
plenamente ser hombre o mujer con todas las ilusiones, con todas las ventajas e inconvenientes que
el pertenecer a un sexo conlleva.

A poco que meditemos no sorprenderá a nadie que la sexualidad y sus problemas


constituyan un amplio campo que supera con mucho la genitalidad. Cuando no se atiende a la
sexualidad con este amplio concepto, cuando no se la considera como expresión de la totalidad,
cuando no se la estima como una dimensión del hombre, se corre el riesgo de creer que educar la
sexualidad es informar sobre el campo concreto de la actividad genital, de las posibilidades y riesgos
de la función. Educar la sexualidad es algo más que limitarnos a una información, porque educar no
es posible limitándonos solamente a una parte, indudablemente subordinada al todo, y menos
todavía a una parte subordinada a la misma sexualidad.

La educación sexual es una faceta, una intención dentro del cometido de la educación
general. Pretendemos formar niños y niñas, como eslabón imprescindible si queremos hacer
hombres y mujeres de verdad.

Génesis de la sexualidad

Si bien es lícito hablar de una sexualidad infantil, hemos de reconocer que en el niño recién
nacido no existe una sexualidad diferenciada. El niño que llega al mundo no sabe tan siquiera que
existe. Es un ser viviente, sintiente, pero no sabe que es él quien siente. Ignora que es un ser
diferenciado de lo demás y de los demás. Ignora que tiene unos límites, que vive en un mundo en
que hay cosas y personas, sin las cuales no podría sobrevivir.

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En este niño todas sus reacciones son masivas, es decir, que frente a los estímulos groseros
o antivitales reacciona con toda su individualidad. Vive en un estado de quietud, expresando
manifestaciones de malestar cuando los estímulos alteran su paz o ponen en riesgo su existencia.
Una vez satisfechas sus necesidades o desaparecido el estímulo perturbador vuelve a su estado de
quietud, que más que de sueño es de amodorramiento.

Su sensibilidad obtusa, grosera, responde a ciertos estímulos interiores o exteriores con


manifestaciones de desagrado, pero con algunos niños y por ciertas maniobras, pueden provocarse
estados emocionales de satisfacción, de placer. En la medida que su sensibilidad va siendo más
discriminada, reaccionan ante estímulos más débiles y selectivos, siendo sus respuestas también más
matizadas. Cualquier cosa o estímulo que altere su estado de equilibrio interior produce un
malestar, síntoma evidente de una tensión emocional exagerada. El niño debe distenderse para así
retornar al equilibrio perdido. Pero muy pronto las emociones placenteras pueden condicionarse,
porque si bien un niño no es capaz de un acto inteligente hasta los seis meses, sí es capaz de
emocionarse desde que nace.

La trascendencia de la vida afectiva, de la vida de las emociones, para el hombre y su


desarrollo es ya conocida de todos. Para comprender lo que ocurre en un niño, en cualquier esfera
de su comportamiento, no hay más remedio que tener siempre presente que es una unidad, una
individualidad (de indiviso) siempre original. Que podemos estudiar en él infinitos aspectos pero
que sólo los comprenderemos a la luz del todo. Podemos imaginar al niño como si fuera una gavilla
de mieses, y que cada una de las espigas que la constituyen fuera cada uno de los aspectos que
puedan interesarnos. Pero para comprender cualquier aspecto, cualquier forma de comportamiento,
no debemos desgajar la espiga y estudiarla separada del todo. Sólo comprenderemos lo que ocurre,
en su relación con todo lo demás, con toda la persona.

Todavía nuestra imagen no sería completa si no imagináramos que esta gavilla tiene un eje.
Un eje fuerte, recio, que la conduce, que la dirige. Es decir, que la maduración, el desarrollo, está
dirigido por este eje, del cual depende el ritmo de crecimiento, su lentificación o aceleración, su
posible desviación, quizás su detención e incluso el regreso a estadios ya superados. Este eje es la
vida afectiva, la vida de las emociones, la base para los futuros sentimientos. Eje que se nutre
esencialmente de amor.

Vemos pues que el desarrollo depende mucho de la vida emocional, del amor, de la calidad
y cantidad de amor que reciba el niño. Y ya se han expuesto en otra parte de este libro las relaciones
entre el amor y el sexo.

He aquí que ahora ya nos damos cuenta que el niño, en cada momento, es fruto de un
diálogo, entre él y el ambiente. Ambiente quiere decir etimológicamente alrededores, pero si bien
todo influye, lo que verdaderamente forma son las personas y tanto más cuanto mayor sea la
vinculación con el niño. El niño viene al mundo con unas capacidades, con unas posibilidades que
mediante su diálogo con el ambiente ha de desarrollar. Pero las personas influimos por nuestras
actitudes, mucho más por lo que somos que por lo que decimos. He aquí la trascendencia del
ejemplo. Nuestras actitudes expresan nuestra intimidad, que es captada por el niño. Es decir, que
nuestra manera de ser trasciende a nuestras palabras y a los actos más conscientemente preparados.

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Sabemos la necesidad de que el niño viva en un clima de seguridad. Es decir, en un
ambiente que colmando sus necesidades fundamentales le proporcione un sentimiento de seguridad,
sin el cual el niño no puede progresar, ni puede hacer proyectos. La inseguridad altera el equilibrio
emocional que tiende a restablecerse directamente, o bien por otros mecanismos, que pueden ser
satisfactorios o insanos, alterando en este caso el equilibrio psíquico y desviando o fijando el
desarrollo de alguna de sus etapas. ¡Cuántas veces el niño se refugia o se fija en mecanismos que le
proporcionan una satisfacción ante una situación angustiosa! ¡Y con qué facilidad se condicionan
manipulaciones, que se convierten en malos hábitos, en cuya raíz hay sólo un ansia de placer
compensadora de una insatisfacción real o vivida como tal!

Desarrollo de la sexualidad en el infante

El niño, sin una sexualidad de proyección exterior en sus primeras manifestaciones


eróticas, base de lo que más tarde será una sexualidad completa y bien diferenciada, centra sus
actividades sobre sí mismo. Por esta razón los expertos llaman a esta fase autoerótica.

Regiones especialmente eróticas existen ya en el cuerpo del niño desde los primeros días,
preferentemente donde la piel se continúa con las mucosas – la región mamaria, las mucosas de los
genitales, entre otras – con pocas diferencias entre los dos sexos.

Sabemos que su placer erótico, primer elemento de su sexualidad, es puramente afectivo y


fácil de conseguir, por lo que frecuentemente puede crear fácilmente hábito. Ya hemos dicho que el
niño puede recurrir a él como recurso para obtener su distensión emotiva, ante una situación vivida
como angustiosa, de malestar. Aquí la educación ya tiene motivo para actuar en relación con la
sexualidad, procurando al niño otros goces distintos a su placer erótico, disminuyendo los motivos
de displacer en lo conveniente.

Pero no podemos evitar que centre en su boca su mayor sensación de placer. Errores de
una puericultura, una técnica incorrecta de alimentación o una tolerancia excesiva, pueden provocar
una búsqueda repetitiva del placer bucal, hasta condicionar de manera obsesiva el chupeteo del
dedo, el cual se acompaña de movimientos rítmicos con evidentes muestras de satisfacción.

Sin embargo, no siempre ni en todos los casos debemos ver en esta actividad un
comportamiento que ha sido calificado, incluso, de masturbación. El chupar es una necesidad, que
por diversas razones puede quedar insatisfecha, o puede ser un chupeteo simplemente ocasional.

Nuestra actitud frente al chupeteo del dedo debe ser más bien de prevención que de
actuación directa. No debemos quedar indiferentes ante la posibilidad de que un chupeteo ocasional,
o por otras razones, pueda degenerar en hábito. Evitemos la actitud de ciertas cuidadoras que
estiman que esta actividad les proporciona una paz, un no preocuparse del niño, porque mientras
está entretenido les permite dedicarse a otras ocupaciones.

Una educación correcta, tan alejada de la sobreprotección como de la rigidez, con cierta
tolerancia, un trato afectuoso en un ambiente tranquilo, da lugar a que ocasionales manipulaciones
se desvanezcan ante otros intereses.

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Conviene que no exageremos nuestras manifestaciones afectivas; no exageremos nuestros
contactos (con ser muy importantes y necesarios, pero su justa medida) para no convertir todo el
cuerpo en zona erógena. Y sobre todo huyamos del besuqueo (que no es besar) de ciertas partes del
cuerpo, que tientan a muchas personas inconscientes de lo que hacen.

La exploración para el conocimiento de su cuerpo, incluso en busca de la limitación del


mismo, pone al niño en contacto con sus genitales. En la medida que la ocasión se presenta y que
sus habilidades motrices se lo permiten, el niño tendrá ocasión de llegar con sus manos a sus
genitales. Es habitual que sus cuidadoras hablen mucho, y en tono eminentemente emocional, de la
función de dichos órganos, a los que con frecuencia designan además con los más ridículos
nombres. Todo ello contribuye a fijar la atención del niño en esta parte del cuerpo. Pero no hay que
confundir lo que podemos llamar juegos exploratorios, de reconocimiento u ocasionales, que no
tienen carácter erótico, con los verdaderos juegos sexuales. Es decir, las maniobras en busca de
placer erótico por tocamientos de esta zona, especialmente sensible a partir del segundo año de vida.
Sin embargo esta actividad erótica es menos frecuente, más pasajera y más fácil de evitar que el
chupeteo del dedo.

Pero no debemos dejar de mencionar aquí, una posible exacerbación de lo erótico, por
errores educativos, por imprudencia, por excesiva tolerancia, por el roce de vestidos excesivamente
ajustados, o a consecuencia de inconfesables manipulaciones de personas extrañas, o por los mismos
familiares que por tradición (¡) calman los desasosiegos de los niños acariciando sus genitales.

Dejando aparte los defectos de conformación que facilitan la sensibilidad de los genitales
(preferentemente en las niñas) y otras anormalidades que pertenecen ya al campo excepcional de la
patología, podemos asegurar que las manifestaciones eróticas aparecen en el niño desde los primeros
meses.

Un niño desde la más tierna edad puede masturbarse. Y este hecho debe ser conocido por
padres y educadores para ser valorado y tratado debidamente. La forma más frecuente de
masturbación se consigue mediante compresión rítmica de los genitales, por las partes altas de los
muslos. Este hecho es mucho más frecuente en las niñas que en los niños y lo hemos observado
personalmente desde los nueve meses de edad, incluso llegando a manifestaciones externas que
hacen creer que pueden alcanzar el orgasmo. En la literatura científica se citan a los cuatro, e
inclusive a los dos meses de edad.

Otras formas de masturbación a estas edades se obtienen por el restregamiento de los


genitales contra la cama o adoptando unas posturas determinadas en la misma. Cuando los niños
pueden tenerse de pie los hemos observado frotando sus genitales contra los muebles (sillas, el
mismo parque, etcétera). Hemos visto también otras maniobras, que por lo excepcionales no es del
caso citar aquí.

Estas formas de masturbación se descubren ocasionalmente, pero si el ambiente las


favorece se condicionan con suma facilidad, haciendo difícil su tratamiento. No insistiremos sobre
el hecho de que siempre pueden ser iniciadas por otras personas, tal como hemos dicho ya, e
influenciadas por la suciedad u otras cosas. Lo importante es conocer la posibilidad de la
masturbación a estas edades, valorarla debidamente y procurar su descondicionamiento con la ayuda
de una persona adecuada.

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Más tarde, la normal curiosidad puede hacer del niño un exhibidor de sus genitales. Viene
a ser como una invitación para ver los genitales de los demás. En la mayoría de los casos este hecho
debe ser considerado dentro de lo no específicamente sexual, pues es más una curiosidad que una
experiencia erótica.

Si el niño vive en un ambiente sano, si no damos a este exhibicionismo un valor que no


tiene, si no hacemos extemporáneas manifestaciones de pudor o bromas de mal gusto, la experiencia
puede repetirse una o más veces, incluso hasta la exploración de los genitales de otro niño de uno u
otro sexo. Pero entre lo que es meramente curiosidad y lo que debe preocuparnos no hay límite
preciso. Si el niño tiene la ocasión de ver los genitales de su hermano o hermana, si el ambiente no
es erotizante, todo pasa sin dejar rastro. Pero un ambiente malsano o una educación incorrecta
pueden colaborar a que el niño sea en el futuro un exhibidor, y entonces su corrección necesita
ayuda técnica, pues probablemente constituye sólo un síntoma de una problemática más extensa y
más profunda.

Aunque por lo general es durante el período escolar cuando los niños comienzan a inquirir
verbalmente, de manera directa, sobre los orígenes de la vida, puede suceder, no obstante, que
mucho antes nos veamos sorprendidos por sus preguntas “indiscretas”. Ahora ya es del dominio
público que las respuestas por nuestra parte deben ser claras, serenas y a la medida. Es decir, sin
metáforas que alejan al niño de la realidad y de nosotros y siempre hacen más difícil las aclaraciones
posteriores. Nadie se ha arrepentido nunca de dar respuestas verídicas sobre este asunto, y por el
contrario vagan por el mundo muchas personas sin poder hallar una “efusión total” por causa de una
mala información.

Antes de contestar debemos preguntarnos si es una curiosidad pasajera o un afán de saber.


Lo más incómodo llega cuando los niños inquieren directamente sobre la fecundación. Pero
hablamos de niños, no de adolescentes, y en este caso se puede perfectamente demorar la respuesta.
No pasará nada. Pero no debemos demorarla si se trata de un adolescente, porque debemos
adelantarnos a la explicación maliciosa.

¿Acaso en la edad escolar propiamente dicha no hay manifestaciones sexuales ni riesgos de


desviación? Sí las hay, y las observaremos por poco que asistamos a una comunidad de niños. A
estas edades son frecuentes los juegos sexuales, pero habitualmente sin contenido erótico. Son
mucho más frecuentes entre los niños que entre las niñas, probablemente por impacto educacional.

A esta edad los niños ya conocen la importancia social y moral de sus actos. Ya saben de
la prohibición y del misterio. No podemos olvidar que en ocasiones especiales –por ejemplo, grupos
de niños durante el veraneo – se practican juegos en forma de exhibiciones y tocamientos, que
habitualmente no revisten la gravedad que muchas veces se les atribuye.

Pero puede haber en este período evolutivo masturbaciones sexualmente satisfactorias,


mucho más frecuentes en los niños, acompañadas de manifestaciones objetivas de excitación erótica,
con cambios físicos, fisiológicos y psicológicos, que revelan la capacidad de orgasmo, aunque sin
eyaculación.

En la medida en que se acercan a la preadolescencia, los niños adoptan frente al otro sexo
características de comportamiento típicas de cada uno de ellos. Sus hábitos, capacidades e intereses

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están cada día más bien dibujados en relación con su propio sexo. Es una manifestación evolutiva,
sin matiz erótico y que en buena parte depende del ambiente.

Para valorar lo que ocurre hemos de tener presente que en el niño la erección es más fácil
que en el adulto. La erección en el niño y la tumefacción en la niña pueden ser provocadas por
causas que no tienen ninguna relación con lo específicamente sexual. Causas de orden físico o
simplemente emotivas. Pero por otra parte, una emoción desligada de lo sexual puede provocar una
respuesta erótica. En el niño es difícil saber, sin embargo, qué respuestas son eróticas y cuales
simplemente físicas.

Pero a medida que se acercan a la pubertad, los varones son más sensibles en relación a los
estímulos específicos sobre los genitales y a situaciones específicamente eróticas. Al hacerse
mayores es más fácil hallar un componente psicológico hasta el punto de una estimulación física
sola puede no ser suficiente para causar la erección.

A estas edades (8-13 años) los juegos sexuales son más frecuentes que en las féminas. Son
juegos en general homosexuales, porque hay en los niños una tendencia, un desmedido interés por
sus propios genitales y en consecuencia para los de los demás. La mayor parte de las veces que
estos hechos ocurren son ocasionales y sin componente erótico, pero pueden complicarse con
actividades de grupo, incluso con sesiones de masturbación colectiva.

Indudablemente, en la prepubertad hay una tendencia a la homosexualidad (en el sentido


de un interés por el propio sexo, no como desviación o fijación al mismo). Ya hemos dicho que
entre niños de la misma edad el juego homosexual puede ser incidental y sin excitación emotiva. Si
no interviene una persona mayor experimentada, estos juegos raramente llegan a ser sexualmente
satisfactorios.

La frecuencia de estas actividades está en evidente relación con el ambiente socio-cultural,


el emplazamiento del niño en una institución poco cuidadosa y la acción educativa de los padres.

Sin embargo, no podemos dejar de mencionar que también a esta edad, si bien los intereses
preponderantes son de tipo homosexual, pueden en ocasiones tener lugar juegos heterosexuales, y si
intervienen niñas con sujetos mayores existe la posibilidad de llegar al coito completo.

Refiriéndonos concretamente a las niñas diremos que la masturbación es más frecuente por
autodescubrimiento que por iniciación extraña. Que es más difícil que lleguen al orgasmo, más por
no conocer la técnica que por incapacidad fisiológica. Los juegos homo y heterosexuales son menos
frecuentes en las niñas, preferentemente por restricción educativa. Habitualmente son más
incidentales y poco reiterativos. Pero no podemos olvidar la posibilidad de estas actividades.

A partir de aquí todo lo que ocurre entra ya en los problemas de la adolescencia. Este
importante período evolutivo se desarrolla sobre una nueva cenestesia, es decir, sobre una nueva
sensibilidad. Esta nueva capacidad de sentir se debe especialmente a la maduración del sistema
nervioso, lo que da al adolescente nuevas posibilidades en el campo de lo erótico. La pubertad, por
la maduración de lo hormonal, exacerba el problema. Pero de la misma manera que ocurre en el
niño, la comprensión de la sexualidad en el adolescente sólo es posible a la luz del todo. Pero esto,
como diría Rudyard Kipling, es otra historia.

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No queremos sin embargo terminar nuestra exposición sobre la evolución de la sexualidad
en el niño, sin decir al lector que lo expuesto no es todo (ignoramos muchas cosas), ni tan siquiera
todo lo que se sabe sobre la sexualidad en el niño. Nos parece saber muchas más cosas, si bien unas
son hechos todavía no bien interpretados y otras, tesis sujetas todavía a una muy viva discusión.

Así, alguien puede entrañar que no hayamos citado, ni de paso, el casi popular complejo de
Edipo. Bien, hoy y aquí aceptamos el hecho de que hay una actitud edipiana. Es decir, que entre los
dos y cinco años, los niños refuerzan su vinculación con la madre (y en consecuencia se distancian
del padre), mientras que las niñas tienden a vincularse con más fuerza con el padre. Es un hecho
que depende tanto de una tendencia instintiva hacia el progenitor del sexo opuesto, como de las
habituales actitudes de los padres en relación con los hijos del otro sexo. Se trata de algo
normalmente transitorio, de evidente naturaleza sexual, sin contenido erótico.

De esta situación se sale, por lo general, si el ambiente es sano y completo, obedeciendo a


una nueva tendencia que obliga a los hijos, de manera instintiva, a buscar al progenitor del mismo
sexo como objeto de admiración y amor, como ideal de lo que quiere ser y como modelo con quien
identificarse. Los temores y sentimientos de culpa que esta situación puede crear se resuelven
habitualmente bien, dejando una huella natural y necesaria para el normal desarrollo, no solamente
psicosexual, sino de toda la personalidad.

La no liquidación de la situación edipiana complica el desarrollo y cae en el campo de la


psicopatología. En este caso hay que pedir la colaboración de un experto.

Mil problemas más de psicosexología son conocidos y sujetos a discusión, en relación


sobre todo con el desarrollo del niño normal. Pero para la finalidad de estas páginas creemos que lo
dicho es suficiente.

El pudor en el niño

Vivimos en un mundo que desde hace unas décadas es mucho más erotizante. Y se habla
constantemente de una crisis del pudor, del pudor sexual.

Pero no hemos de confundir el pudor sexual con una conducta pendiente de los demás –
ñoña, insincera – ni con la pudibundez. El pudor es una fuerza innata que está en nosotros, tan
instintiva en sus orígenes como la tendencia a lo erótico, por muy matizada que esté por el ambiente
en sus manifestaciones. Existe un pudor de las cosas naturales sin que necesariamente venga
acompañado de un sentimiento de culpa, y como todo sentimiento el pudor puede ser educado o
desviado. Y acordémonos que el pudor no es necesariamente sexual. Sentimos pudor frente a otras
muchas cosas.

El pudor sexual aparecerá ante la visión de los genitales, por ejemplo, cuando el niño los
vea como una cosa natural y sea capaz de una cierta conciencia erótica. No se necesita un
sentimiento de culpa para que nazca el pudor. Nos vemos constantemente sorprendidos por la
precocidad y la intensidad del pudor en muchos niños.

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Tenga en cuenta el educador que el pudor no excluye la sexualidad ni el erotismo. El
mismo pudor sexual está vinculado con la sexualidad. Pero no podemos ni debemos provocarlo sino
encauzarlo, como medio de regular la actitud erótica. Toda provocación inoportuna engendra
culpabilidad, con actitudes insanas hacia la vida sexual. Sin lograr, por otra parte, los propósitos del
educador, sino creando una hipersensibilidad erótica frente a la actitud sexual, que no sólo afecta a
esta esfera de la personalidad, sino a toda ella.

Ya ha pasado el tiempo en que el pudor se medía por la cantidad de ropa que cubría el
cuerpo.
Sin movernos del campo natural, cuando sorprendemos ambientes en los que hay una
evidente falta de pudor, en sus costumbres, etc., nos damos cuenta que es el resultado de
inteligencias poco evolucionadas y de una falta de educación, especialmente de la vida espiritual.
Se descubre en las personas que integran este ambiente una ausencia de vida interior, que son
víctimas de un materialismo burdo, vacío del más elemental contenido que proporciona la
satisfacción de las necesidades espirituales básicas.

Educar la sexualidad es educar plenamente para el amor. Es educar la sensibilidad, la


eroticidad, el pudor, la generosidad, la continencia, sin concesiones a una falsa virilidad o a una falsa
feminidad. Educar plenamente en todos los niveles de la persona. Ayudarla para integrar este
aspecto del hombre a la totalidad. No hacerla esclava sino libre, elevando el instinto a categoría
humana.

EVOLUCIÓN FISIOLÓGICA DE LA SEXUALIDAD

La evolución fisiológica de la sexualidad en el ser humano comprende tres períodos


perfectamente delimitados: la pubertad, durante la cual se alcanza la madurez sexual, la madurez
propiamente dicha, definida por la capacidad para la procreación, y el climaterio o época en que
cesa dicha capacidad procreativa.

Veamos en primer lugar cómo transcurren cronológicamente estos períodos en la mujer.

Pubertad

Frecuentemente se confunde la pubertad –denominada vulgarmente también “cambio


sexual” – con la aparición de la primera regla, diciéndose entonces que la niña “se ha hecho mujer”.
Es de advertir que la aparición de la menstruación no implica madurez sexual, pues no se realiza el
ciclo genital bifásico, en el que la primera fase está constituida por la maduración folicular que
conduce a la ovulación y la segunda por la formación y regresión del cuerpo lúteo.

Debemos concebir concretamente la pubertad como un período de la vida de la mujer, que


comprende varios años, durante el cual se alcanza la edad fértil o madurez sexual. Esta formado a
su vez por cuatro períodos: el prepuberal, el puberal, el post-puberal y la nubilidad. La pubertad
representa el momento en que empiezan a desarrollarse los caracteres sexuales corporales.

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El período prepuberal se inicia con los prodromos de la pubertad, es decir con el estado
precursor de la misma, hacia los 10 años de edad en nuestras latitudes. Debemos tener en cuenta
que la cronología de la evolución sexual varía muchísimo según el clima y por ello, en general, nos
referiremos a los países de latitud media. Dichos prodromos apenas se manifiestan exteriormente.

Al estudiar la pubertad hemos de tener en cuenta unos cambios locales del aparato genital,
unos cambios generales del organismo y otros psíquicos. Respecto a los primeros en el período
prepuberal se inicia la aparición del vello sexual, así como el desarrollo mamario y de las caderas o
pelviano. Dentro de los cambios generales existe un crecimiento corporal, con morfología aún
equívoca. La niña crece y se desarrolla, notándose un incremento de la curva ponderal, o sea del
peso.

Este periodo dura unos dos o tres años y finaliza con la menarquia – aparición de la
primera regla – hacia los 13 años de edad. También la edad en que se produce la primera
menstruación es sumamente variable, dependiendo no sólo de la latitud, factores raciales,
ambientales, hereditarios, etc., sino también de factores personales. Así, en los países de latitud
media puede aparecer de los 10 a los 15 años, e incluso a los 17 años. A la precocidad de aparición
no puede atribuírsele un significado clínico; en cambio, si el retraso es excesivo significa una falta
de desarrollo corporal en relación a la edad de la niña, que puede ser debida a diversas causas, como
deficiencias alimentarias, enfermedad y otras que veremos al estudiar las alteraciones de la pubertad.
En España se da como edad promedio para la aparición de la primera regla la de 13 años y medio.

El período puberal se inicia con la primera menstruación. El ciclo menstrual en este


periodo no implica que se produzca ovulación, por el contrario, es no ovulatorio, es decir estéril.
Durante el período puberal se desarrollan los caracteres sexuales secundarios, apareciendo el vello
pubiano juvenil o vello sexual, que en el pubis femenino adquiere la típica forma de triángulo con el
vértice inferior; continúa el crecimiento mamario, haciéndose prominentes los senos, y se inicia la
aparición del vello axilar. El desarrollo de estos caracteres sexuales secundarios es asimismo
sumamente variable según la constitución corporal.

Como cambios locales del aparato genital debemos reseñar los siguientes: Modificaciones
de los ovarios, que aumentan de volumen, comenzando la maduración ovárica y el crecimiento de
varios folículos hasta constituir un folículo maduro o folículo De Graaf. Modificaciones de las
trompas y del útero, con un proceso de crecimiento y desarrollo de las primeras. El útero a su vez
sufre un gran aumento de volumen, llegando casi a duplicar su peso. Modificaciones de la vagina,
en la que se realiza un cambio del epitelio que la recubre. Modificaciones en genitales externos y
mamas: La vulva se cubre por los labios mayores y menores, los cuales se desarrollan y cierran el
orificio vaginal. Se desarrolla el clítoris y el sistema eréctil. El monte de Venus se cubre de vello,
que adquiere la forma indicada. Se desarrolla, casi completamente, la glándula mamaria.

Como cambios generales de la pubertad mencionaremos: El incremento de la estatura, que


se inició en el período prepuberal en forma indiferenciada se intensifica, al principio aumentando la
longitud de brazos y piernas, sin determinación sexual. Después se desarrolla el tronco, y con el
incremento de los senos y las caderas, la morfología adquiere caracteres típicamente femeninos. Al
crecimiento del esqueleto sigue el desarrollo muscular. La grasa se infiltra en el tejido celular
subcutáneo, especialmente en determinadas regiones como caderas, nalgas y vientre, ocasionando la
redondez de formas que caracteriza a la morfología femenina.

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La piel se torna más suave al tacto, y en la región mamaria aparece la típica pigmentación
perialveolar alrededor del pezón.

Existen también cambios en el aparato piloso, como los ya mencionados de la aparición del
vello pubiano y axilar. El pelo de la cabeza crece adoptando una forma característica, y con más
rapidez en la mujer que en el hombre. Por el contrario en algunas regiones del cuerpo de la mujer,
se produce una inhibición del crecimiento del vello, lo cual caracteriza la feminidad: no se desarrolla
vello en el labio superior, en el mentón, ni en los miembros.

Como duración promedia del periodo puberal, debemos considerar como en el anterior, la
de unos tres años, es decir que finalizaría hacia los 16 años.

En el periodo pospuberal se alcanza el total desarrollo sexual de la niña, que se transforma


en mujer. Se perfecciona la forma del cuerpo femenino (de la manera ya descrita), y se completa la
maduración psicológica. Como cambios psíquicos se produce un desarrollo de la inteligencia, del
carácter y de la personalidad. Esta evolución viene ya condicionada desde la infancia debido a
factores de herencia y ambiente. Según Freud, todas las modificaciones psíquicas puberales se
deben a la influencia sexual. Pero no es posible atribuir totalmente a ésta el gran desarrollo
psicológico que se realiza entre los 12 y los 18 años, y que indudablemente se debe también a
factores externos a la esfera sexual. Como prueba de ello hacemos observar que la precocidad
sexual no va ligada a la precocidad psíquica. Por tanto, el desarrollo psíquico se debe tanto a la
nueva actividad hormonal (factores endocrinos), como a factores exteriores del medio ambiente
(factores exógenos). Tengamos en cuenta que la pubertad puede definirse como una crisis
endocrina que afecta a todo el organismo, y que en el periodo que comprende se realizan cambios en
todas las glándulas endocrinas. Las hormonas segregadas por la hipófisis, que constituyen el
verdadero motor del despertar sexual, procuran la estimulación, crecimiento y madurez de los
ovarios. Dichas hormonas son a su vez influenciadas por factores cerebrales (hipotálamo), tiroides y
suprarrenales.

Este periodo se desarrolla normalmente entre los 16 y 18 años.

El despertar de la libido

Es en general durante el período postpuberal cuando en la niña – que se convierte en mujer


– se hace consciente el impulso sexual, que existe en forma inconsciente desde mucho antes. Es
entonces cuando se da cuenta de que experimenta una atracción física por individuos del sexo
opuesto. Este paso del juego infantil al conocimiento real de la atracción sexual, se realiza en forma
progresiva y condicionado por la educación y el medio ambiente. En nuestra civilización actual, en
la que, como se comenta en otra parte de esta obra, el sexo es “un objeto de consumo”, este
conocimiento se adquiere con frecuencia antes – mejor diríamos que se “aprende” antes – pero en
realidad, hasta el despertar de la libido no se hace realmente consciente.

Es en este momento cuando la joven es capaz de enamorarse. Lo que antes era un


sentimiento lúdico – de juego –, ahora adquiere repentinamente un enorme valor: el del primer
amor.

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Existe una precocidad de la sensibilidad amorosa en la muchacha respecto al varón, pero es
en un aspecto sentimental, romántico, incluso maternal, sin relación con el deseo sexual. El
despertar de la libido no sólo no es precoz, sino más bien tardío en la mujer normal, no sometida a
influjos externos perturbadores.

Alteraciones de la pubertad

Estas se refieren bien sea a la época de la vida en que se producen o a trastornos del ciclo
durante la pubertad.

La pubertad precoz es el despertar prematuro de las gónadas –o sea las glándulas sexuales,
en este caso los ovarios – a causa de una mayor actividad del lóbulo anterior de la hipófisis, que
entra en función antes de tiempo. Otras causas que pueden producirla son los tumores de ovarios o
de las glándulas suprarrenales. La pubertad precoz se pone de manifiesto tanto en los caracteres
sexuales como en la complexión. Aparece prematuramente el vello pubiano, se produce una
feminización generalizada e incremento del crecimiento óseo. La muchacha está más desarrollada
de lo que corresponde a su edad, excepto en la parte psíquica, cuyo desarrollo no suele ser paralelo
al somático y se ajusta en general a la edad.

La pubertad tardía se caracteriza por el atraso que se produce en el comienzo del


funcionamiento gonadal, por disminución de la actividad del sistema diencéfalohipofisario. Otras
causas pueden ser la agenesia ovárica (falta de ovarios), la disgenesia ovárica (desarrollo defectuoso
de las gónadas, o síndrome de Turner), etc.

Se considera que existe pubertad tardía cuando alcanzados los 15 años no se presentan
signos de maduración de los caracteres sexuales. La pubertad tardía se trata médicamente con
hormonas sexuales femeninas, obteniéndose muy buenos resultados.

Pueden producirse diversas alteraciones del ciclo femenino durante la pubertad como son:
el retardo en la aparición de la primera regla (amenorrea primaria), bastante frecuente; ciclos cortos,
inferiores a la duración normal (polimenorreas), o por el contrario, ciclos largos, de duración
superior a lo normal (oligomenorreas) 5-6 semanas e irregulares; exceso de la cantidad de secreción
menstrual (menorragia); hemorragias juveniles, sin relación cronológica con el período menstrual.

Se considera que existe amenorrea primaria cuando después de los 18 años no se ha


producido la menarquia. En primer lugar, esta anomalía puede ser debida a una tara familiar
hereditaria (enfermedad endocrina), que en tal caso constituiría un antecedente conocido. Si existen
las molestias características del ciclo menstrual es señal de que existe función ovárica y entonces el
examen ginecológico puede revelar malformaciones de la vagina o útero. También, en un examen
general, pueden hallarse manifestaciones pluriglandulares – o sea de otras glándulas – como
enanismo, distrofia adiposo-genital, etc.

Las causas de las demás alteraciones pueden ser muy variadas y en general, cuando existan
trastornos de esta clase, debe consultarse al ginecólogo.

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Higiene de la pubertad

Al producirse la pubertad, y debido a las grandes variaciones que como se ha descrito,


sufre todo el organismo, existe peligro de que la joven pueda contraer una tuberculosis. Por ello se
recomienda en general una higiene que consistirá en vida normal, a ser posible al aire libre,
alimentación adecuada, régimen mental apacible y vigilancia médica.

Nubilidad

Es la época en que la mujer completa su madurez con plena aptitud para la función
reproductiva y por tanto para el matrimonio. Se alcanza normalmente, y siempre refiriéndonos a la
latitud media, hacia los 18 años. El ciclo sexual se torna fértil, existiendo ya una ovulación normal
y formación e involución del cuerpo lúteo. La niña se ha convertido en mujer con capacidad de
concebir y gestar un nuevo ser, lo que la permite cumplir su fin biológico.

Se ha visto que las mujeres que contraen matrimonio en edad temprana – 12 y 13 años – en
algunos países de Asia y África, aún cuando practiquen una vida sexual regular, no quedan
embarazadas hasta unos años después. Esto demuestra que a pesar de tener la regla periódicamente,
en la pubertad existe un período de tiempo de esterilidad fisiológica, que como es natural varía con
el individuo y con la latitud. Como hemos dicho antes, el ciclo menstrual que aparece en la
menarquia es no ovulatorio, y por tanto estéril, siendo necesario que transcurran varios años hasta
que la mujer sea capaz de desarrollar ciclos ovulatorios y de quedar embarazada. En la nubilidad se
alcanza este máximo grado de desarrollo funcional y el aparato genital se hace apto para su plena
función reproductora.

“El libro de la vida sexual”, López Ibor, Biblioteca Danae, Barcelona 1971.

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