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ESE VISITANTE FRECUENTE

CAUSAS, DISTINTOS TIPOS,


¿QUé HACER ANTE SU
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DR. MARIO ZUMAYA

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LA INFIDELIDAD
Ese visitante frecuente
Todos hemos sufrido o llegaremos a sufrir
alguna vez, los amargos efectos de la
infidelidad.
Hacer frente a la enorme carga emocional
que trae consigo, no es fácil para los
involucrados directos ni para los familiares
que alcanza a dañar.
Es como un tornado que arrasa todo a su
paso, arrancando, inclusive hasta las raíces
más profundas.
El objetivo de este libro es describir el
hecho mismo de la infidelidad: las causas
que la provocan, los falsos patrones culturales
que se heredan de padres a íüjos; sus inevitables
y graves secuelas, y sus posibles tratamientos.
Usted encontrará las respuestas a sus
"porqués" y hallará finalmente las sin razones
de los "para qué", sobre este temible y silencioso
visitante: la infidelidad.

A mis pacientes:
con gratitud, admiración y respeto

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Ese 'visitante frecuente

• Causas • Distintos tipos


¿Qué hacer ante su descubrimiento?

DR. MARIO ZUMAYA


Título de la obra: LA INFIDELIDAD, ESE VISITANTE FRECUENTE

Derechos Reservados © en 1998 por EDAMEX, S.A. de C.V.


y el Dr. Mario Zumaya.

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra


por cualquier medio. Se autorizan breves citas en artículos
y comentarios bibliográficos, periodísticos, radiofónicos
y televisivos, dando al autor y al editor
los créditos correspondientes.

Portada: departamento artístico de EDAMEX.


Manuel Ochoa Smith

Ficha Bibliográfica:

Zumaya, Mario
La infidelidad, ese visitante frecuente
128 pág. de 14 X 21 cm.
índice. Bibliografía.
25. Psicología 28. Sociología

ISBN-968-409-999-1

EDAMEX, Heriberto Frías 1104, Col. del Valle, México 03100.


Tels. 559-8588. Fax: 575-0555 y 575-7035.

Correo electrónico: edamex@compuserve.com

Internet: www.edamex.com

Impreso y hecho en México con papel reciclado.


Printed and made in México with recycled paper.

Miembro No. 40 de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

El símbolo, el lema y el logotipo de EDAMEX son marca registrada,


propiedad de: EDAMEX, S.A. de C.V.
Indice

Prólogo / 9

Introducción. ¿Por qué escribo sobre la infidelidad? / 15


9

Capítulo 1. ¿Qué es la infidelidad? / 19

Capítulo II. ¿Por qué somos infieles? / 23

Capítulo III. Ilusiones rotas e intimidad verdadera / 31

Capítulo IV. ¿Qué tipos de infidelidad hay ? / 51

Capítulo V. Tratamiento y superación de la crisis / 73

Capítulo VI. Para los que gustan de las estadísticas: ¿qué tan
frecuente es? / 111

Bibliografía / 121
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La existencia descansa en miles de premisas de las que
el individuo aislado no puede ni hacerse una idea de su
origen ni verificar... debe asumirlas en un acto de fe.
Nuestra vida moderna está basada sobre la fe en la
honestidad de los otros... Si las pocas personas real-
mente cercanas a nosotros nos mienten, la vida misma
se toma insoportable.

G. Simmel, 1950

Existe una tribu india de América en la que la mujer


encinta ofrece, en presencia de su marido, una flor o
un regalo a aquella de sus amigas que ella misma ha
escogido para que la reemplace en el lecho conyugal
mientras dure el tiempo de su embarazo. ¿Qué sentido
puede tener para esta mujer, para su esposo, la palabra
fidelidad? Este ejemplo nos recuerda que el valor con-
ferido a la noción de fidelidad es variable y depende
en gran medida de las reglas en uso, de las tradicio-
nes religiosas y familiares, de una sociedad determi-
nada.

J. Gondonneau, 1974
Digitized by the Internet Archive
in 2017 with funding from
Kahie/Austin Foundation

https://archive.org/details/lainfidelidadOOnnari
Prólogo
Por los caminos de la infidelidad.

Mario Zumaya aborda con seriedad y profundidad la infi-


delidad, un tema tan universal como recurrente.
Su texto posee, desde mi perspectiva, un doble mérito
como propuesta de origen: revisa una bibliografía actual y
suficiente sobre la infidelidad comentándolo, asumiendo
su propia postura, con un análisis que se caracteriza por su
constante valor agregado y hasta con humor. Por otra parte,
incursiona en el alma moderna, en parejas de carne y hueso
de nuestra sociedad actual, en escenarios en donde se vive
la ruptura de patrones y paradigmas y en los que otros
modelos emergen como literal signo de los tiempos.
Sin duda, es difícil dar forma al “libro definitivo” sobre
el tema; sin embargo, abre avenidas muy estimulantes hacia
investigaciones futuras del tema y su tratamiento. Zumaya
no se entroniza en el absoluto técnico de escuelas y teorías
del comportamiento sino que, con una disposición plausible,
abre los cauces del tema tratado a todo lector interesado, sea
10 LA INFIDEUDAD

éste especializado o no. Ello en virtud de que el estilo y la


construcción del escrito hacen amable su lectura, capturando
la atención tanto de quien ha experimentado la infidelidad
(como victimario o como víctima), como quien ha sido pre-
servado de su vivencia.
Un mérito adicional de La Infidelidad: ese visitante
frecuente, es que no aísla el tema central in vitro, sino que
lo contempla como una manifestación sintomática de la
calidad, evoluciones y retrocesos de la rutina, incomunica-
ción, vacíos, sentimientos de culpa que se producen con
mayor o menor intensidad en la vida en pareja, así como de
su idealización antes de experimentarla, de la existencia de
tan grandes como infundadas expectativas respecto del otro,
así como de la no superación de barreras culturales, psico-
patológicas y graves fallas educativas socialmente alenta-
das.
Ello lleva a que, en no pocos casos, la infidelidad se
produzca como resultante del hecho de que las parejas no
suelan hablar de sus carencias, de los vacíos de su relación:
que tienen que ver menos con el sexo y bastante más con la
decepción, el enojo o la sensación de vacuidad personal,
con la esperanza de ser amado, acepta lo correspondido...
De ahí deriva la que Mario Zumaya realza como su
hipótesis básica: “La infidelidad es resultado de la falta de
intimidad en la pareja y, sobre todo, de la falta de intimidad
consigo mismo. Es decir, si yo no me conozco o no me
quiero ver como realmente soy, me será difícil saber qué
quiero y con quién lo quiero... El problema será que nadie
podrá conocerme hasta que yo mismo lo haga.”
Así, enfrentamos una problemática que si bien como
antes se apuntaba, es reflejo de diferencias significativas en
algún nivel de la vida de la pareja, es, por otra parte, una
conducta ampliamente practicada, pero desaprobada por la
mayoría. A través de interesantes puentes que Mario
Zumaya tiende entre lo estrictamente psicológico y lo
MARIO ZUMAYA 11

sociológico, consigue ilustrar la frecuente confrontación de


la dinámica de las creencias y sentimientos personales con
los de la colectividad a la que pertenece lo castigable, lo per-
donable, lo plausible, lo encomiable.
Cada relación, de este modo, nos muestra una capaci-
dad interna. Entonces, lo que cada quien debe procurar es
ser honesto con la índole genuina de sus sentimientos por la
otra persona... y eso, en definitiva, es muy diferente a tratar
de ser fiel a la otra persona; de lo que se trata es de ser fiel
al propio amor o al amor que se siente por la otra persona.
Pero también es un hecho que en un estado de menor madu-
rez y desarrollo psicológico; no se siente como si fuera al
propio amor al que se está siendo fiel, sino que se imagina
que se es fiel al otro, y, por ello, es comprensible que se des-
plieguen todo tipo de expectativas hacia la otra persona a las
que, inconcebiblemente; se asume que se tiene derecho,
como una especie de compensación tácita a su propia y apa-
rente “lealtad” al otro; y no por el amor que se siente por él
o ella.
Mario Zumaya apunta que el valor social, cultural y
hasta moral; conferido a la noción de fidelidad es variable,
dependiendo del contexto, así como de los supuestos acuer-
dos subyacentes en el contrato de establecimiento de una
pareja. Lo que resulta inobjetable, es que hay hechos y con-
secuencias generalmente marcados por una gran carga emo-
cional para los involucrados. Se nos sugiere que “el aspecto
más destructivo no es la existencia de la ‘aventura’ en sí
misma, sino los poderosos sentimientos de traición, ruptura
de confianza y desolación que provoca conocerla”.
En este sentido, su experiencia —la del conocimiento
de la infidelidad—, puede ser devastadora y despierta senti-
mientos primarios, instintivos y regresivos que cambian la
fantasía de lo que era la vida de la víctima hasta entonces.
La imagen es la de desmembramiento... la ruptura de la ima-
gen ideal, de las expectativas del otro, es uno mismo... como
si fuera capaz de satisfacer las necesidades del otro.
12 LA INFIDEUDAD

Cari Gustav Jung señala que la experiencia de des-


membramiento puede ser una parte del proceso de transfor-
mación del desarrollo psicológico, en el que se transitan ins-
tancias de un proceso de muerte y renacimiento psicológico
y desde ese punto de vista, puede tener un significado posi-
tivo: cualquier tipo de experiencia puede ser enfrentada con
sabiduría o con amargura.
El dolor —sentimiento que gobierna las experiencias
consecuentes de la infidelidad— es una realidad a la que no
escapa la naturaleza humana y, por ende, cuando dos perso-
nas buscan sintonía entre sus respectivos proyectos de vida,
el dolor difícilmente está ausente. Así, el dolor es algo que
ha de ser asumido y aceptado como condición sirte qua non
para poder ser en pareja.
Sufrir sugiere un compromiso y en esa medida, la vida
se convierte en un proceso en vez de una mera corriente de
ocurrencias casuales.
Es necesario enfrentar la situación en su conjunto para
lograr una definición descriptiva del hecho mismo, de sus
posibles causas, las formas y patrones en que se presenta,
sus inevitables consecuencias y su posible tratamiento. En
otra palabra, darle un sentido prospectivo.
El texto ofrece, asimismo, inteligentes e intuitivas cate-
gorizaciones, hallazgos y configuraciones tipológicas que
arrojan luz sobre el tema. En la comprensión y adecuada
visualización del problema, viene dada una buena parte de la
solución.
Todo lo anterior lleva a Zumaya, en la hilvanación de
su planteamiento, a una provocadora interrogante: “¿Puede
la infidelidad dar lugar a una renovación, crecimiento y flo-
recimiento de la vida de la pareja o resulta siempre destruc-
tiva?” Mario Zumaya, tras su análisis, concluye que todo
depende del caso. En algunos, el tratamiento permite tener
un nuevo entendimiento, una nueva realización, un nuevo
MARIO ZUMAYA 13

sentido de lo que es la vida de la pareja, del entendimiento


del otro y de sí mismo. Ello supone enterrar falsas esperan-
zas y expectativas, desidentificarse con las proyecciones
mutuas con el fin de permitir el movimiento hacia una fase
más evolucionada en el tono dominante de la relación. En
otros casos, los cónyuges se quedan “atascados”, estanca-
dos en la experiencia misma de la infidelidad. Amargura
volcada hacia afuera que adapta la forma de resentimiento,
o la amargura volcada hacia dentro en forma de remordi-
miento. Por supuesto, es importante diferenciar entre lo que
es una “traición necesaria para el crecimiento”, y lo que es
una “traición tóxica e innecesaria” que sólo es una expre-
sión de hostilidad.
La Infidelidad es un texto orientador, que se zambuye
en los recovecos de la rutina de la vida en pareja, que escu-
driña en el sin rumbo de tantas existencias que se abrigan al
amparo de nuestra “modernidad”. Al abordar el tema de la
infidelidad sin pretensiones, Mario Zumaya devela una
situación humana con mucha más veta y perspectiva que la
simplifica tácitamente en la expresión coloquial: “una cana
al aire”.

PATRICIA MICHáN
Analista Jungiana
Centro Mexicano C. G. Jung
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Introducción
¿Por qué escribo
sobre la infidelidad?

Todos hemos tenido o tendremos que contender con el he-


cho y las consecuencias de la infidelidad y hacer frente a la
enorme carga emocional que implica para los involucrados.
Como hijos de una pareja en la que la infidelidad se
dio o aún existe; como los integrantes directos, presentes o
futuros de una situación triangular; como atribulados cóm-
plices o divertidos testigos del drama ajeno; o como profe-
sionales que atendemos a personas, parejas o familias que
padecen ese hecho; todos nos enfrentaremos a la infideli-
dad tarde o temprano.
Por tanto, todos necesitamos incluir el tema en núes-
y

tro repertorio existencial y profesional. Este es el objetivo


del presente libro: formular, dentro del marco contextual de
la pareja, una definición descriptiva del hecho mismo, de
sus posibles causas, las formas y patrones en que se pre-
senta, sus inevitables consecuencias y su posible tratamiento.
16 LA INFIDEUDAD

La intención es lograr una mejor comprensión de la


crisis que desencadena la infidelidad en la vida de la pare-
ja y en sus niveles de interacción emocional, intelectual y
conductual.
De manera tradicional, los profesionales que nos dedi-
camos a promover la salud mental hemos declinado hablar
abiertamente de la infidelidad y, de esta manera, hemos
ayudado a nuestros clientes y a la sociedad a hacer lo
mismo. Si hemos hecho esto, es por la incomodidad y el
temor que el tema despierta. Pero cada vez hay más interés
y necesidad del público en los enfoques psicoterap¿uticos:
sexual, marital y familiar, y sus practicantes debemos res-
ponder, informativa y terapéuticamente, a éste y a otros
temas de igual o parecida dificultad y relevancia.
La infidelidad en la vida de la pareja humana es un
hecho, una verdad que siempre ha existido y existirá; una
parte de la vida misma, con toda la carga de drama y de
comedia que implica.
Sin embargo, en mi doble condición de terapeuta de
pareja, y pareja de alguien más, he de hacerme la pregun-
ta crítica y fundamental: ¿puede la infidelidad dar lugar a
la renovación y fortalecimiento de la vida de pareja —cosa
que todos parecemos desear—, o resulta siempre destructiva ?
La respuesta, que parece evasiva, es: todo depende del
caso. Cada respuesta, como cada buen traje o buen vestido,
debe ser diseñada a la medida de las personas y sus cir-
cunstancias.
En la práctica psicoterapéutica individual o de pareja,
la infidelidad como problema es más que común:

No se requiere más que cierto grado de insatisfacción matri-


monial y un tanto de privación emocional para que se des-
pierten turbadoras y provocativas fantasías de infidelidad.
Sólo necesitamos tomar en cuenta nuestros instintos polígamos.
MARIO ZUMAYA 17

particularmente cuando éstos son exacerbados por el paso del


tiempo,

dice Hunt. E Israel Chamy comenta:

Para aquéllos no restringidos por requerimientos absolutos


(religiosos o de otro tipo) de fidelidad total, y para aquéllos
que están preparados para apreciar que existe en este mundo
gran cantidad de gente atractiva de la cual podemos disfrutar,
la infidelidad podría resultar en una deliciosa historia sacada
del Boccaccio.

A lo largo de este libro me he permitido el uso del término


aventura ” para definir el hecho mismo de las relaciones
extrapareja. Desconozco la terminología que se le da en
otros países de habla castellana y los términos localistas
mexicanos, como ''movida ’’ o "detalle ”, me parecen inclu-
so derogatorios. "Aventura ”, en cambio, tiene un carácter
más universal.
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Capítulo I

¿Qué es la infidelidad?

El mundo está lleno de quejosos... y la


verdad es que nada viene con garantía.

El detective en la película Blood Simple

Lo que define a una pareja como tal son el sentimiento y el


compromiso de pertenencia mutua, mismos que se traducen
en el deseo de compartir e intercambiar experiencias, sobre
todo emocionales y sexuales, de manera exclusiva y perma-
nente. Es decir, mi pareja y yo decidimos, de manera volun-
taria, las emociones amorosas y las sexuales; nuestros cuer-
pos, son y serán compartidos entre ambos y por nadie más.
Así, la infidelidad puede ser definida de esta manera:
Una relación interpersonal que se da fuera de una pareja
que suponga, tácita o explícitamente, una exclusividad
emocional y sexual.
La relación “extrapareja” puede ir desde un involu-
cramiento emocional no sexual que contenga los elemen-
20 LA INFIDEUDAD

tos de atracción, y sobre todo secreto, hasta la ocurrencia


eventual o continua, con o sin involucramiento emocional,
del ejercicio de la sexualidad.
La infidelidad es sinónimo y señal de problemas en
algún nivel dentro de la vida de la pareja; es la manifesta-
ción de un desacuerdo que cuestiona el desarrollo afectivo
y sexual de uno o ambos miembros.
Por supuesto, es imposible escribir sobre la pareja y la
infidelidad fuera del tiempo y el espacio, ignorando las raí-
ces económicas y culturales que la nutren, regulan y expli-
can. No se puede reducir la vida de la pareja sólo a su estu-
dio psicológico, en el cual la historia personal, afectiva y
sexual de los cónyuges nos daría la clave. Es el contexto
social y económico el que explica los puntos en común y las
diferencias, de un ambiente social a otro, en la expresión del
sentimiento amoroso y en el lenguaje de la vida sexual.
Por ejemplo, puede darse el caso de que la indepen-
dencia económica de la mujer sea lo único que le permita
rechazar o aceptar la infidelidad de su pareja. Como dice
Gondenneau, ese rechazo o aceptación dependerá del tipo
de unión, del estado de desarrollo de la pareja, de las razo-
nes para darle o no importancia primordial a su superviven-
cia, y de la concepción que sus miembros tengan de la fide-
lidad.
Hay quien, por su parte, plantea que la infidelidad es,
básicamente, una “anomalía cultural”, una conducta “am-
pliamente practicada pero desaprobada por la vasta mayoría”.
Gondonneau insiste en que, de ser esto cierto, buena
parte de las dificultades que confronta la pareja, y que lle-
van a la infidelidad, son signos profundos de una patología
social reveladora del estado de inferioridad social y econó-
mica de la mujer, de la influencia —a menudo nefasta— de
los tabúes religiosos, del peso enorme de los prejuicios
sociales ancestrales y de la pobreza sexual de las relaciones
humanas.
MARIO ZUMAYA 21

En nuestra cultura los matrimonios convencionales


asumen, junto con la exclusividad sexual, una serie de su-
puestos socialmente condicionados, por ejemplo:
a) Una “aventura”, de ocurrir, no debe ser descubierta.
b) Si es descubierta, significa que la relación de pareja
es un “completo fracaso” y
c) El miembro fiel de la pareja “debe” sentirse absolu-
tamente traicionado.
Existe también una diferencia genérica tácita: bajo los
supuestos convencionales, los varones somos menos fieles
que las mujeres, y por eso las transgresiones masculinas son
más “esperables” y, por lo tanto, “perdonables”.
Sin negar las diferencias biológicas, las consecuencias
psicológicas de la infidelidad en hombres y mujeres son
imprevisibles y están sujetas a importantes cuestionamien-
tos. De un lado podríamos poner la ternura y la pasividad
femeninas, y del otro la autoridad y espíritu de iniciativa
masculinos. Ambos son ciertos, pero esta realidad no es
psicológica, sino sociológica: es lo que la sociedad en que
vivimos pide, por medio de todas las instituciones cultura-
les transmisoras de sus valores. Es lo que la educación
—principalmente la educación familiar—, perpetúa como
aprendizaje indispensable para mantener el sistema econó-
mico y social.
Por lo tanto, la fidelidad, la pasividad y la sumisión
son femeninas por razones económicas y no por razones
psicológicas eternas ni “naturales”. Dice Gondonneau:

Si una mujer siendo fiel honra a su marido, a su vez un mari-


do fiel es indispensable para una esposa sin recursos y sin cali-
ficación profesional. Tolerar la infidelidad masculina es nor-
mal cuando una se siente incapaz de subvencionar, por sí
misma, sus necesidades. Si el hombre puede otorgarse sin
riesgos —como no sean disputas con su esposa— una o dos
infidelidades, del mismo modo que uno se otorga un descanso
cuando está fatigado, la mujer tiene más probabilidades de ser
22 LA INFIDELIDAD

víctima de una infidelidad. Si para el hombre ser engañado es


molesto para su prestigio social (de ahí la idea de represalia y
venganza), para la mujer, el hecho de ser abandonada.es una
caída, un gran salto hacia atrás en las jerarquías sociales.

La infidelidad, como toda conducta interpersonal, puede


servir a diferentes propósitos y ser interpretada de diversas
maneras por las parejas afectadas. En algunas relaciones
puede resultar sintomática, en otras puede estar en función
de necesidades psicológicas individuales neuróticas, o ser
parte integral de la disfunción de pareja. Para algunas esca-
sas parejas, la infidelidad es irrelevante, o puede ser para
otras, aún más escasas, una experiencia positiva y benéfica
dentro del desarrollo de la relación misma. Es útil tener en
mente que una conducta tan común como la infidelidad es,
en algún sentido, normal, y que resulta inadecuado conside-
rarla como evidencia de patología, individual o de pareja,
en todos los casos. Resulta más adecuado pensar que la ins-
titución matrimonial en sí misma no funciona, o que la falta
de habilidades individuales para comunicarnos y relacio-
namos nos lleva a la infidelidad.
Descubrir la infidelidad precipita una crisis en la pare-
ja, y el aspecto más destmctivo de este descubrimiento no
es la existencia de la “aventura” en sí misma, sino los pode-
rosos sentimientos de traición, mptura de confianza y deso-
lación que provoca conocerla. La infidelidad, según Brown,
es una especie de “llamada de alarma para aquellos que
quieran oírla; aquellos que no la escuchan están en serios
problemas: son incapaces de prestar atención a sus pro-
pios sentimientos”.
Capítulo II

¿Por qué somos infieles?

Somos archivos ambulantes de la sabiduría


ancestral.

Helena Cronin, The Ant and the Peacock

La respuesta real a la pregunta que abre este capítulo, es:


porque intentamos ser fieles institucionalmente. Sin embargo,
hay que retroceder un poco para entenderlo.
¿Está en la naturaleza de mujeres y hombres ser fieles?
Todo depende de lo que consideremos “naturaleza humana”.
Si por ella entendemos lo que nos es más esencial, nuestra
biología, la respuesta es NO, no somos fíeles por naturaleza.
Me explico: lo que todo ente biológico pretende en este
mundo es, fundamentalmente, transmitir sus genes, prolon-
garse en sus descendientes, en las futuras generaciones. Lo
que la psicología evolutiva (ciencia emergente que estudia
cómo el proceso de selección natural conforma la mente, las
24 LA INFIDEUDAD

emociones, el pensamiento, la conducta, etcétera) nos ense-


ña, por medio de su premisa fundamental, bastante simple
por cierto, lo siguiente:
La mente humana, como cualquier otro órgano, fue
diseñada con el propósito de la transmisión de genes a la
subsiguiente generación; para eso sirven los sentimientos,
pensamientos y acciones que genera. Si lo vemos así, nues-
tras actitudes cotidianas hacia nuestra actual o futura pareja
—confianza, sospecha, ternura, frialdad— serán obra de la
selección natural, y perduran porque en el pasado produje-
ron conductas que ayudaron a esparcir nuestros genes.
Los seres humanos estamos diseñados para enamorar-
nos, pero no lo estamos para permanecer siempre con la
misma pareja. De acuerdo con la psicología evolutiva, es
“natural” para hombres y mujeres, a veces y bajo ciertas cir-
cunstancias, cometer adulterio y/o encontrar desagradable a
su pareja.
En tiempos ancestrales, mucho antes de la aparición de
los antibióticos y los anticonceptivos, la esperanza de vida
era, fácilmente, cincuenta años promedio menor que la
actual. La amenaza de muerte prematura para nuestros están-
dares contemporáneos, pendiente siempre de las cabezas de
nuestros ancestros, explica su prisa en reproducirse. De
manera simplista, los cazadores de bisontes tenían que bus-
car hembras para reproducirse de la manera más expedita.
Por otra parte, quizá la más importante desde un punto de
vista evolutivo y de “valor biológico”, nuestras ancestras
tenían que escoger muy bien con quién decidían reprodu-
cirse, porque hacerlo implicaba un peligro real y presente de
muerte, a consecuencia de su momento de retozo sexual y
el embarazo resultante.
En este sentido, hay un hecho fundamental: para los pri-
mates humanos no existía (ni existe) el periodo de “estro”,
fenómeno que ocurre en todos los demás primates no huma-
nos (gorilas, chimpancés, etcétera). El “estro” es la manifes-
MARIO ZUMAYA 25

tación física inequívoca de que la hembra está en un perio-


do apto para ser fecundada. Estos cambios de coloración y
secreciones de los genitales femeninos y la aparición de
olores sui generis no ocurren en la hembra humana, cuya
ovulación es “oculta” y “silenciosa”. Los machos no perci-
bimos ningún cambio. Por eso, es muy probable que nues-
tros ancestros no pudieran asociar sus contactos sexuales
con una hembra en periodo de “estro”, con el rozagante
bebé que aparecía nueve meses después.
¿Cómo podía ése, nuestro masculino ancestro, asegu-
rarse que esa cría era suya, que en el berreante paquete iban
sus preciosos genes? Fácil: primero, copulando con el
mayor número de hembras posibles y, segundo, con la exi-
gencia de la virginidad por parte de la hembra a través del
establecimiento de una institución que garantizara tanto la
transmisión de la propiedad privada como la fidelidad de su
compañera: el matrimonio.
Y la hembra, ¿cómo podía garantizar que el elegido
donador de genes de calidad, el mejor cazador, el mejor
recolector de frutos, se quedara con ella el mayor tiempo
posible y asegurara la supervivencia de ella y el crío?
Desarrollando toda una estrategia de seducción hacia el
varón y otra de eliminación de rivales a través de la tradi-
cional y maquiavélica competencia femenina, mediante
murmuraciones y chismes que generalmente van en detri-
mento de la elegibilidad de las demás, haciéndolas ver, fun-
damentalmente, como promiscuas, aunque sea potencial-
mente.
Es importante destacar aquí un hecho biológico que
golpea una vez más nuestra vanidad de varones: la hembra
es biológicamente más valiosa para la especie que nosotros.
Un solo macho (entre los doce o trece años y hasta los
setenta u ochenta) puede embarazar cientos de hembras,
mientras que una hembra sólo puede embarazarse unas
veinte veces a lo largo de su vida reproductiva (entre los doce
26 LA INFIDELIDAD

O trece años y los cuarenta o cuarenta y cinco). Cualquier


sociedad con cien hembras y un macho tiene todas las pro-
babilidades de sobrevivir (aunque quizá no a largo plazo por
la limitada provisión de genes, con la resultante aparición
de trastornos genéticos producto de la endogamia), pero yo
no apostaría por la supervivencia de una sociedad con cien
machos y una hembra (situación que podría ser un buen
argumento para una novela de horror).
Si pensamos en que las naturalezas de hombres y
mujeres son todo menos “naturales”, hablando en sentido
social, la situación se complica seriamente. La sexualidad
es una interrelación, un hecho mediado por el lenguaje (pro-
ducto fundamentalmente social) verbal (las palabras) y no
verbal (la conducta, los gestos, las entonaciones). Ya diji-
mos que la estrategia masculina, la exigencia de la virgini-
dad y el matrimonio, y la femenina, la seducción y elimina-
ción de rivales mediante la desacreditación, son también
sociales. Aquí es donde aparece, paradójicamente, la nece-
sidad biológica y social de la fídelidad.

Fidelidad institucional: vía contradictoria

En la idea de la fidelidad está la idea de fe (fides significa


“fe”), asociada a la idea de promesa que, en las relaciones
sociales, además de las relaciones conyugales, se suele con-
fundir con la idea de compromiso y palabra dada.
Desde hace tiempo nos ha sido dado a conocer que el
paso de primates a hombres fue posible gracias al trabajo en
común. Sin embargo, el trabajo no es el único origen de la
socialización de las relaciones humanas. La sexualidad hu-
mana es, a final de cuentas, una relación.
La pareja es la primera unidad económica y sexual de
la cultura humana. La institución del matrimonio permi-
te establecer un puente entre presupuestos socioeconó-
MARIO ZUMAYA 27

micos y moralidad conyugal. La castidad prenupcial de la


futura esposa, la fidelidad conyugal y una estricta castidad
extraconyugal son las garantías más seguras de moralidad y
unen, de forma indisoluble, la sexualidad al matrimonio
tan estrechamente como las leyes sobre herencia y procrea-
ción. Esta moral defiende los intereses económicos que son
también los intereses de una clase. Por lo tanto, el adulte-
rio es el fruto del matrimonio monogámico.
En su forma actual, los intereses económicos en el
matrimonio se han visto disminuidos en favor de los inte-
reses sexuales. Hoy, la relación duradera basada sobre
intereses esencialmente económicos en el matrimonio no
debe confundirse con la relación sexual duradera basada en
necesidades afectivas.
El matrimonio no es siempre, para cada cónyuge, el
marco ideal para construir una relación sexual duradera. La
fidelidad en el matrimonio no es siempre libremente esco-
gida y aceptada por cada uno de sus componentes. De
hecho, su carácter “incondicional” la hace sospechosa. Y si
la confianza conyugal ha sido impuesta, puede rebajar la
fidelidad a una dependencia servil del feudo (la mujer) que
ha hecho juramento de entrega a su señor (el hombre).
Pero la evolución de la institución del matrimonio, en
particular por el reparto de responsabilidades en la familia,
podría transformar progresivamente la fidelidad incondicional
de la esposa con respecto al marido en fidelidad recíproca,
tal vez hasta en compromiso mutuo. Esta transformación,
que favorece a los adeptos sinceramente convencidos de
la ideología monogámica y la fidelidad, choca con la propia
ideología de la institución matrimonial, que confiere a la
monogamia estricta y a su duración de por vida anteceden-
tes no sólo religiosos sino sociales, antecedentes que la
“convierten” en un fenómeno natural y biológico.
Ese paso, el de la explicación religiosa y social a la jus-
tificación biológica, es abusivo. Históricamente, la Iglesia
28 LA INFIDEUDAD

ha despreciado el sexo, y con él a las mujeres que, con el


pecado camal y toda su carga de culpa, “desviaron” al hom-
bre de su camino hacia Dios. Sin embargo, si la fidelidad es
el compromiso implícito de un amor sincero y profundo,
sólo puede ser recíproca.
Con las relaciones sexuales humanas nació la afectivi-
dad que nos distingue definitiva y radicalmente de los ani-
males, y que permite la estructuración compleja de las rela-
ciones sociales. La organización de la sociedad es, ante todo,
la organización de las relaciones entre los sexos y las reglas
de parentesco.
En este esquema, y por necesidades estrictamente eco-
nómicas, el hombre debe renunciar a guiarse exclusivamen-
te por la búsqueda del placer y aceptar las reglas sociales
que estmcturan y por lo tanto controlan la expresión social
de su vida sexual, dándole una forma típicamente humana:
la vida afectiva.
Así, las relaciones humanas se organizan y reglamen-
tan. Y esto ha bastado para hacer del matrimonio y de la
familia las formas naturales y universales de la organiza-
ción de la vida sexual y social de los humanos.

¿Está vigente el matrimonio?

Como todas las instituciones, el matrimonio y la familia son


contingentes históricos, y, por lo tanto, esencialmente pere-
cederos.
Socialmente, el matrimonio no es posible sin la fide-
lidad, imprescindible para la cohesión y supervivencia de la
institución familiar. La fidelidad es garantía indispensable
para transmitir la propiedad privada a los herederos legíti-
mos de la familia, los hijos naturales. Es, además, condición
para el buen funcionamiento de una sociedad en la cual la
autoridad del marido y del padre encaman, a la vez, las
autoridades de la Iglesia y el Estado. Y si la fidelidad es
MARIO ZUMAYA 29

ante todo femenina es porque su existencia es difícilmente


separable de la sociedad patriarcal, en la cual su virtud y
valor la han erigido en dogma.
La fidelidad conyugal pertenece a un conjunto cohe-
rente y eficaz, y juega un papel vital para mantener la esta-
bilidad de un sistema que no es divino ni natural, sino his-
tórico, explicable, criticable y, ¿por qué no?, transformable.
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Capítulo III

Ilusiones rotas
e intimidad verdadera

Las mujeres se casan creyendo que sus


maridos cambiarán; los hombres nos casamos
creyendo que nuestras mujeres no cambiarán;
ambos estamos equivocados.

Anónimo

Los motivos

Como hemos visto, la motivación masculina más frecuente


para la infidelidad es la búsqueda de variedad y excitación
sexuales. Las mujeres, mientras tanto, buscan retribución
emocional.
Las mujeres entran en una aventura por una serie de
razones, por supuesto, pero la gran mayoría explica su moti-
vación en términos de una búsqueda de emociones más gra-
32 LA INFIDEUDAD

tificantes, de cara a una carencia emocional no cubierta por


su cónyuge. Estas mujeres se sienten, en general, poco apre-
ciadas, tanto en términos sexuales como emocionales. Mu-
chas mujeres que están involucradas en un ajfaire otorgan
sus favores sexuales en favor del sentimiento de experi-
mentarse como personas deseadas, valiosas. La aventura es
un compromiso que ocurre para conseguir un ingrediente
que se ha perdido en sus vidas: “prefiero quince minutos en
la cama por toda una semana de sentirme deseada; creo que
no es un mal negocio”.
Un sustancial número de mujeres tiene aventuras para
lograr una venganza hacia sus esposos, motivación que
parece ser casi exclusivamente femenina. El factor más
común detrás de ésta es el descubrimiento de la infidelidad
del esposo; otra razón puede ser la venganza hacia un espo-
so negligente o que las ignora, o bien hacia uno golpeador
y abusivo.
Una aventura entre dos personas casadas implica
que es la mujer la que tiene el control. Claramente es ella la
que decide si ha de darse. Aun el varón sea el instigador, en
buen número de casos la mujer seducirá. Una vez consuma-
da la aventura, la mujer decidirá qué tan frecuentemente,
cuándo, dónde y bajo qué condiciones habrá de continuar.
El tipo de intercambio sexual es también gobernado por la
mujer más que por el hombre.
A diferencia de la búsqueda de gratificación sexual de
los varones, las mujeres parecen tener una clara compren-
sión del hecho de que, después de todo, la actividad sexual
experimentada durante las aventuras no es muy diferente
del sexo marital. Sin embargo, y sin disputar el hecho de
que la excitación de un asunto no descubierto agrega una
buena cantidad de emoción a la vida sexual de una persona
(el efecto “fruta prohibida”), muchas mujeres casadas en-
cuentran, para su sorpresa, que la aventura brinda un senti-
miento de poder que no estaba presente en sus vidas. Este
aumento de la autoestima se deriva de cuatro dinámicas:
MARIO ZUMAYA 33

a) El elemento de “elección activa”, que reemplaza al


sentimiento de sexo-por-deber que aburre, abrumadoramen-
te, a muchas parejas.
b) E3. mujer involucrada en una aventura es tratada con
atención y afecto, elementos que despiertan el sentimiento
de ser especial y deseada, y que le recuerdan —reminiscen-
cia— uno de los aspectos más positivos de su época de cor-
tejo.
c) Una aventura inevitablemente ratifica el sentimien-
to de ser atractiva y deseable.
d) Una aventura le da a la mujer casada una realidad
alternativa en su vida y conlleva nuevas formas de auto
expresión y diferentes patrones de conducta.
Otra fuente de gratificación para algunas mujeres casa-
das que viven una aventura es descubrir que pueden ser más
responsivas sexualmente de lo que imaginaban. Este parece
ser el caso de las mujeres que entran en una aventura por un
sentimiento de insatisfacción sexual al hacerse la ancestral
pregunta: “¿Es esto (en el sexo) todo lo que hay?”
Tomando en cuenta las numerosas razones de la insa-
tisfacción sexual femenina —incluyendo tener un compa-
ñero sexualmente disfuncional o inhibido, inconsiderado en
la cama o con un apetito sexual “liliputiense” en compara-
ción con el suyo—, no es sorprendente que esta categoría
sea mucho mayor de lo que los hombres imaginamos.
El principal problema para las mujeres involucradas en
una aventura es la culpa, hecho que parece ser unilateral-
mente ventajoso para el varón, que generalmente no experi-
menta lo mismo; de hecho, parece vivirlo la mayor parte de
las veces con orgullo más que con vergüenza. La mayor
excepción a esta observación se apega al grupo de hombres
con fuertes convicciones religiosas, pero aun en ellos la
culpa tiene más que ver con ser descubiertos que por la infi-
delidad en sí. La culpa en las mujeres las lleva a terminar
con la aventura más o menos en una cuarta parte de todos
34 LA INFIDELIDAD

los casos. Este sentimiento sobrepasa a las satisfacciones


que se puedan haber experimentado y quizá tiene que ver
con el hecho de que para un porcentaje significativo de
mujeres, el hecho mismo de experimentar satisfacción sexual
provoca culpa.
Pocos hombres actuamos de la misma manera. Si no he-
mos llegado al aburrimiento sexual con “la otra” o no que-
remos hallar otra “socia” extrapareja, terminamos una aven-
tura generalmente por la preocupación de ser descubiertos,
o porque empezamos a tener problemas con las demandas
derivadas de la relación con la amante. La culpa raramente
entra en la escena, ya que los varones tenemos varias dece-
nas de excusas que justifican la infidelidad: “me hace sentir
joven de nuevo”, “me ayuda a sostener y tolerar mi matri-
monio”, “me ayuda a contender con la tensión”, “mi aman-
te hace cosas que mi esposa no”, etcétera. Cualquier culpa
que podamos experimentar los varones es balanceada por la
gratificación del placer libidinoso.
Para algunos hombres, de hecho, una aventura tiene un
equivalente moral parecido al de comerse un buen filete si
se está hambriento. Aunque existan varias explicaciones
para ello, la pieza clave para entender estas reacciones dife-
rentes en hombres y mujeres radica en el doble parámetro
sexual, propio de nuestra sociedad occidental: los varones
tenemos el privilegio de la autoindulgencia al cometer sexo
extrapareja; mientras las mujeres, a estas alturas de los años
noventa, sobrellevan la carga mayoritaria de la fidelidad.
Como dijera Robert Smith en Sperm Competition and the
Evolution ofMating Systems: “La ironía biológica del doble
parámetro es que los hombres no habríamos sido seleccio-
nados para la promiscuidad si, históricamente, las mujeres
siempre se hubieran negado a sí mismas la oportunidad de
expresar el mismo rasgo.”
MARIO ZUMAYA 35

Las precipitantes

Cuando los miembros de la pareja no son capaces de comu-


nicarse honestamente lo que está pasando en su relación, las
decisiones se empiezan a efectuar de manera separada, sin
tomar en cuenta al compañero(a). La relación puede enton-
ces estar basada en supuestos erróneos y malas interpreta-
ciones. Cuando además esas interpretaciones se ocultan y
contradicen el compromiso mutuo, el escenario está prepa-
rado para que una aventura sea escogida como medio de
solución y/o adaptación.
Una aventura es:
a) Un intento de solución.
b) Una adaptación con varios resultados probables (la
aventura indica que un importante elemento emocional está
perdido, por ejemplo, la habilidad para lograr intimidad).
c) Un intento de resolver conflictos sin perder al mis-
mo tiempo la autoestima. Es muy frecuente que las parejas
no suelan hablar acerca de los vacíos en su relación. La
aventura, cuando es usada para llenar esos huecos, puede
posibilitar la continuación de la relación o provocar tal con-
moción que se estimule el cambio. Sin embargo, en la ma-
yoría de los casos, la infidelidad puede ser, como señala
Peck (1975), “una aventura conjunta y fallida de la pareja
para transfundir nueva vida a su unión”.
Las aventuras extrapareja tienen poco que ver con el
sexo y todo que ver con la decepción, el enojo y la sensa-
ción de vacío personal; con la esperanza de ser amado(a) y
aceptado(a).
El contexto para estudiar la infidelidad es la pareja
misma:
a) Su grado de intimidad.
¿7) El contrato matrimonial original.
c) Los antecedentes de ambas familias de origen.
d) E\ momento en que ocurre la infidelidad.
36 LA INFIDEUDAD

e) Sus etapas.
f) Los patrones y sentido interaccional-sistémico de
aventura para los participantes.
g) Finalmente, sus consecuencias.

La intimidad

La intimidad es un proceso basado en la posibilidad de esta-


blecer una comunicación bilateral, de ida y vuelta, con
nuestra pareja. Comunicación clara y eficiente acerca de lo
mundano y lo profundo, el dolor y el placer, la alegría y la
tristeza, los gustos y disgustos de la vida en común. Sig-
nifica la disposición a estar del todo “presentes” y “firmes”
uno para el otro, tanto como apoyo como para la confronta-
ción de las diferencias mutuas hasta que, deseablemente,
sean resueltas de manera satisfactoria. Significa compartir
lo que uno es, más que lo que uno quisiera ser, y aceptar al
otro igualmente. Significa cuidar y confortar, tomar y reci-
bir. Por encima de todo, la intimidad significa ser mutua-
mente honestos, sabiendo que la palabra de cada uno es, o
trata de ser, verdadera, ya que cualquier falsa palabra gene-
rará dudas sobre el resto.
La creación de una intimidad satisfactoria es un proce-
so en constante recreación y, como tal, sujeto a fallas que se
traducen en el desconocimiento o la inhabilidad para hablar
acerca de los problemas y, sobre todo, resolverlos. Las pare-
jas con una intimidad inadecuada resuelven sus problemas
como mejor pueden. Para muchas, la infidelidad es una
forma de solución, una parte más de su jomada en la búsque-
da de una relación satisfactoria.
La vida en matrimonio (o sus equivalentes) es también
un proceso: de aprendizaje acerca de uno mismo y del com-
pañero, de compartir, crecer, ser un individuo dentro de una
MARIO ZUMAYA 37

familia, ser un miembro más de un equipo familiar. La rea-


lidad en la vida de pareja difiere, a veces en forma dramáti-
ca, de las expectativas previas.
Viñeta: alguien me comentó acerca de una película de
los años cuarenta; una de esas de un romanticismo desafo-
rado en la que una bella novicia española se enamora de un
gallardo oficial inglés durante la época de la ocupación
napoleónica en España. La novicia arregla las flores del
jardín del convento mientras el oficial da de beber a su
caballo al otro lado de la barda del jardín. De pronto, sus
miradas se encuentran a través de un hoyo hecho en la barda
por un obús. La incandescencia del cruce de miradas es res-
plandeciente, se enamoran brutal y perdidamente en frac-
ciones de segundo. El oficial piensa en saltar la barda y
robarse a la novicia, pero algo lo detiene: la infinita imagen
de pureza de la joven mujer. Con una sonrisa que dibuja
apenas cierto dejo de tristeza, la saluda militarmente y se va
para jamás volverla a ver. Ella queda en el convento y el resto
de su vida lo hará regresar en sueños y fantasías eróticas...
¿Qué hubiera pasado si el oficial salta la barda, la roba
y la desposa? Seguramente algunas semanas después ambos
se habrían decepcionado mutuamente. Ella, al percibir el
aroma de establo de él y su pavoroso aliento después de un
día de maniobras militares y una noche de parranda con sus
amigotes. El, al darse cuenta de que su dulce paloma tiene
un genio de los mil demonios cada veintiocho días, por no
hablar de la clase de mamá que tiene y que ahora vive con
ellos.
Es aquí, precisamente, donde empieza el verdadero
proceso de intimidad: al conocer quién es el otro en verdad
y quién soy yo; qué tenemos en común y cuáles son nuestros
proyectos; cómo acercarnos y cuándo alejarnos, cómo to-
lerar las dosis masivas de burda y cruda realidad; cómo, en
fin, remendar, codo a codo, los sueños rotos.
38 LA INFIDEUDAD

El contrato

Las personas que se “emparejan”, matrimonialmente o no,


establecen un “contrato” no escrito que incluye deseos,
expectativas y reglas conscientes e inconscientes, ligadas
tanto a patrones y experiencias vividas en las familias de ori-
gen como a sus circunstancias actuales. Los integrantes de la
pareja estarán de acuerdo (o estarán de acuerdo con estar en
desacuerdo) respecto a ciertos puntos: trabajo y dinero, reli-
gión y diversiones, fidelidad e infidelidad, etcétera. Para
muchas parejas, parte del contrato establece que su compa-
ñero(a) pondrá fin a todos los sentimientos y percepciones
inadecuados o negativos que experimentaron durante la
vida, que conforman su parte dolorosa y “difícil” de su per-
sonalidad. Así es como se confunde “intimidad” con
“dependencia”, de manera que algunos esposos y esposas se
preguntan, sorprendidos, decepcionados y aun enojados,
por qué sus respectivos cónyuges no los hacen sentir mejor.
Cuando las expectativas de este tipo no se satisfacen y la
desilusión se comparte, los términos del contrato se ponen
a presión y, eventualmente, se modifican para incluir la
posible infidelidad.
Ahora bien, existen varios tipos de contratos de pareja:
Contrato explícito consciente. Es aquél en el que
ambos miembros de la pareja exponen, de manera abierta y
consciente, sus expectativas y deseos, y se comprometen, de
manera general o concreta, a realizar determinadas acciones
para cubrir los deseos del otro y lograr asegurar el logro de
los propios. Esto genera un proceso de negociación, firma-
do por el dar y recibir mutuo.
Contrato implícito consciente. Es aquél en el que los
miembros de la pareja establecen, sin decirlo, lo que espe-
ran de cada uno y lo que están dispuestos a dar. Es decir, lo
establecen por y para sí mismos y sin notificarle al otro
expectativas y deseos. Este contrato se da con base en una
MARIO ZUMAYA 39

especie de deducción o “corazonada”, que se intuye a partir


de las actitudes que cada miembro de la pareja percibe en el
otro y que le hacen “suponer” que él “se da cuenta” o “debe-
ría darse cuenta” de las necesidades e intenciones propias.
Por supuesto, cada miembro de la pareja supone lo mismo.
Este tipo de contrato es la base del viejo proverbio: “De
buenas intenciones [y suposiciones, agregaría yo] está
empedrado el camino del infierno.”
Contrato implícito inconsciente. Éste, al igual que el
anterior, está lleno de supuestos. Pero de supuestos que nin-
guno de los miembros de la pareja sabe que tiene. De nece-
sidades y expectativas de las que no se dan cuenta y que,
seguramente, negarían tener si alguien se los dijera. Por
ejemplo, alguien podría tener la necesidad inconsciente de
ser tratado mal, de ser humillado, basada en la convicción,
igualmente inconsciente, de que no vale la pena, de que no
puede ser querido por nadie. Esto podría haberse generado
por ser el hermano menor de una familia numerosa en la que
raramente se le prestó atención. Así, si su pareja lo tratara
bien, ese alguien podría rechazarla hasta que ella lo ignora-
ra y así se cumpliera la necesidad inconsciente de ser trata-
do mal.
Considero que en pocas relaciones de pareja se da el pri-
mer tipo de contrato, pero que en todas existen los contratos
implícitos consciente e inconsciente. Lo cual, por supuesto,
da lugar a todo tipo de malentendidos por “rompimiento” de
contrato. Obvio, uno puede romper con facilidad aquello que
no está concreta y claramente pactado, sino sólo supuesto.
Por otra parte, uno no sabe ni siquiera que está rompiendo un
contrato que, en principio, nunca supo que existió.
40 LA INFIDEUDAD

Los antecedentes familiares

Por varias razones, tener una aventura es más probable para


aquéllos cuyos padres la tuvieron: los antecedentes familia-
res de infidelidad son, por una parte, una especie de “coar-
tada” intrapsíquica (“como él o ella lo hicieron, yo también
lo puedo hacer”); por otra, una de las posibles causas para
“reactuar” una situación que de alguna manera fue traumá-
tica y a la que se necesita darle un cierre, un “final diferen-
te y quizá feliz”, ahora con diferentes actores. Por último,
las aventuras extrapareja están ligadas a patrones familia-
res ya que los patrones de evitación, seducción, secreto o
traición en nuestras familias de origen crean el terreno para
recurrir a una aventura cuando existen problemas. No sólo
la aventura de los padres es un modelo, sino lo es, sobre
todo, el patrón de evitación.

El momento

Después de terminada la fase inicial de “luna de miel”, nin-


guno de los miembros de la pareja obtiene exactamente lo
que esperaba y ambos se encuentran con lo inesperado;
entonces la pareja ha de decidir cómo intentará solucionar
las diferencias entre sus expectativas y la realidad.
Las más frecuentes soluciones intentadas son:
a) Tratar de cambiar al compañero(a).
b) O, más raramente, cambiar uno mismo.
Para ello se puede intentar:
c) Cambiar los patrones de interacción.
d) Mejorar la comunicación.
e) Encontrar maneras alternativas de satisfacer algunas
necesidades.
/) O bien, aceptar el statu quo.
MARIO ZUMAYA 41

Según Scarf (1987), es también más que posible que,


durante los años medios de la vida, generalmente después
de quince o veinte años de unión, al intensificarse los senti-
mientos despertados por las cosas a las que se ha renuncia-
do para permanecer en esta relación con este compañero, la
posibilidad de involucrarse en una aventura extrapareja
aumente de manera exponencial.
La posibilidad de infidelidad se desarrolla, de manera
acentuada, en ciertas etapas del ciclo de vida de la pareja,
cuando la necesidad de ajuste y el cambio del contrato ori-
ginal se hacen imperativos:
a) Tempranamente, cuando los miembros de la pareja
están luchando para establecer los límites de su compromi-
so y de su intimidad.
b) Cuando el primer o segundo hijo nace y la materni-
dad se convierte en la prioridad para la mujer.
c) Cuando los hijos dejan el hogar.
d) Cuando resulta claro que, no importando qué haga
el miembro de la pareja que será infiel, el otro no corres-
ponderá a la imagen idealizada.

Las etapas

Según Brown (1991), típicamente, una aventura tiene seis


etapas:
la. Un periodo en el que se crea el “clima” en el cual
la semilla de la infidelidad germinará: la insatisfacción, las
heridas, los desacuerdos no discutidos ni resueltos.
2a. La traición en sí misma, cuando el miembro más
insatisfecho de la relación entra de lleno en la aventura. En
este estadio el infiel niega la aventura y el otro(a) se colude
con el primero al “ignorar” los signos de la infidelidad.
Entrecomillé ignorar, ya que creo al igual que otros autores,
como Nichols, Brown y Chamy, que el miembro fiel de la
pareja siempre sabe, a nivel consciente o inconsciente, que
LA INFIDBUDAD
42

el otro está teniendo una aventura; lo que sucede es que la


existencia y puesta en escena de los mecanismos de defen-
sa hacen que uno trate de no “enterarse” de una verdad que
ineludiblemente provocará dolor.
3a. El descubrimiento de la aventura. Este es el mo-
mento decisivo, porque la imagen que los miembros de la
pareja tenían de sí mismos Jamas volverá a ser la misma. El
descubrimiento precipita la siguiente etapa.
4a. La crisis de la relación. El miembro no infiel se ob-
sesiona con la aventura del otro pensando que seguramente
ése es el problema. En este momento crítico se llega a la
quinta etapa.
5a. La decisión de afrontar los problemas que se en-
cuentran detrás de la infidelidad o enterrarlos.
6a. El proceso mutuo del perdón.

Las consecuencias
Al final, lo que buscas en la gente es con-
sistencia, no perfección. La traición es lo
que sientes cuando alguien no hace lo que
esperabas. Sólo eso.

Deborah Moggach, Porky\ 1983

La infidelidad pertenece al gran tema de la traición. Aquí


podemos, junto con Mattinson (1993), hacer las siguientes
consideraciones:
Cuando un tema como la traición se toma recurrente
en las fábulas, los mitos, las leyendas y la literatura, es un
tema importante. Pero esto es decir poco. Su importancia se
debe a que para todos tiene un profundo significado. Todos
la hemos experimentado y tenemos, también, la memoria,
consciente o inconsciente, de alguna gran traición.
MARIO ZUMAYA 43

El tema de la traición tiene una cualidad arquetípica.


En la exposición de su teoría de los arquetipos, Jung los
describe como “modelos (esquemas) innatos”; esto es, dis-
posiciones vibrantemente vivas, activas, inscritas en el ge-
noma humano y en la organización cerebral a manera de
“reflejos de orientación psicológica”, que influyen determi-
nantemente sobre los pensamientos, los sentimientos y las
acciones.
Escribe Jung (1921):
Para este modo innato de conocimiento psíquico he propuesto
el término arquetipo. De la misma manera que el conocimien-
to consciente otorga a nuestras acciones forma y dirección, así
el conocimiento inconsciente a través de los arquetipos deter-
mina la forma y dirección del instinto.

Jung se refería a una entidad biológica, esto es, quizá no


diferente de la matriz sugerida por Bowlby (1969) cuando
discute la percepción de un patrón:

Debemos suponer que el organismo individual posee una copia


de tal patrón en su sistema nervioso central y que está estructu-
rado para reaccionar de maneras especiales cuando percibe un
patrón similar en el medio ambiente, y de otras maneras cuan-
do no lo percibe.

Para poner la definición de nuevo en palabras de Jung, un


arquetipo es “una huella que ha emergido a través de la con-
densación de incontables procesos del mismo tipo... En este
sentido es un precipitado, una forma básica y típica, de cier-
ta experiencia psíquica recurrente”.
Esta “experiencia psíquica recurrente” sería la de la trai-
ción.
La primera traición vivida fue experimentada durante
el proceso de destete, y significó el final de la ilusión de
fusión y mutualidad perfecta entre el bebé y su madre.
44 LA INFIDEUDAD

Quizá el “matemaje suficientemente bueno” (terminología


de Winnicott) significa, en ese temprano periodo, satisfacer
la ilusión de omnipotencia del bebé y protegerlo de su pro-
pia destructividad cuando la incomodidad causada por el
hambre amenaza con sobrepasarlo. Sin embargo, la ilusión
de fusión, de perfecta comprensión, de otro ideal que nunca
lo abandonará, tiene que ser olvidada, abdicada. La madre
suficientemente buena “tiene que” desilusionar. Para el ino-
cente bebé esto es experimentado como perfidia o malevo-
lencia de parte de su madre: no le ayuda al niño decirle
“esto me duele más a mí que a ti”. Si la traición ha de ser
creativa, el traicionado necesita apoyo a través del recono-
cimiento de la herida, mientras se ayuda a sí mismo a salir,
a través de su interpretación personal, de lo que ha sucedi-
do. Dado que muchas historias de traición involucran a los
hermanos, resulta sugestivo pensar que el nacimiento del
siguiente bebé es también experimentado como una traición
del amor de los padres.
Aquí estamos hablando de la necesidad de la traición.
Muchos de mis pacientes más perturbados han sido, o se
han sentido, traicionados demasiado pronto y demasiado
severamente. Las traiciones subsecuentes tocan estas heri-
das primitivas, arquetípicas, y la respuesta es, también, pri-
mitiva. Quizá una de las señales más inequívocas de la
madurez sea la experiencia de haber trascendido la inocen-
cia original, al lograr poseer la habilidad de juzgar quién
habrá de ser confiable, cuándo y en cuál situación, y des-
pués tomar el riesgo.
De acuerdo con el principio Junguiano de oposición,
no existe la confianza sin la posibilidad de traición, y no
puede existir traición si no existió la previa confianza.
Nosotros no somos traicionados por nuestros enemigos; lo
somos sólo por nuestros amigos, aliados e íntimos, y por
nuestros seres más cercanos y queridos. Mientras mayor
MARIO ZUMAYA 45

sean el amor, la lealtad, el involucramiento y el compromi-


so, mayor el sentimiento de ser traicionados.
Como Hillman (1964) ha dicho, “el momento crítico
de la gran decepción es cuando uno es crucificado por su
propia confianza”.
Precisamente por la confianza la traición aparece sin
previo aviso. Si uno la espera, la traición es menos malevo-
lente. Sin embargo, según Hartman (1958), la gente que ha
experimentado una traición importante en etapas tempranas
y que desarrolla poca habilidad para confiar puede caer de
manera sistemática en situaciones en las que encuentra una
dudosa confianza, como si ello fuera parte necesaria de un
“ambiente esperado”. Esto puede sonar negativo, pero tam-
bién contiene las semillas de la esperanza. Si se descubre
que la traición no es inevitable, alguna curación de las heri-
das originales ocurre. Un viejo fantasma puede, por fin, des-
cansar.
Además, muchos de aquellos que fueron traicionados
cuando jóvenes, resultan ser también traidores cuando vie-
jos, ya que han aprendido poco sobre la confianza. Aquellos
que traicionan con frecuencia son, a su vez, traicionados.
La venganza es una de las reacciones primitivas más
comunes a la traición. La ley del tallón —ojo por ojo y dien-
te por diente—, en plena operación. De nuevo, esto no
suena tan mal como parece. Cuando las palabras han fraca-
sado, una manera de acercarse a una persona es hacerla sen-
tir como uno se ha sentido: “Si él o ella sienten lo mismo,
entenderán cómo es que yo me he sentido.”
El cinismo es otra respuesta: negar el valor de lo que
previamente se ha amado y confiado. El amor se convierte
en algo barato, una trampa o un fraude. Lo que ha sido antes
importante se devalúa. Con esta actitud, al negar el valor de
la experiencia pasada, el resultado es la traición de uno
mismo, de lo que uno creyó como valioso y digno de con-
fianza.
LA INFIDEUDAD
46

El perdón puede ser la consecuencia de la traición. Sin


embargo, el problema del perdón es que uno no puede per-
donar si olvida fácilmente; una lesión o herida no se cura de
buenas a primeras y, sin herida, no existe traición. El per-
dón, en ausencia de los sentimientos suscitados por la trai-
ción, es una palabra sin sentido. No se puede perdonar por
decreto, obedeciendo la orden de “pensar positivamente , o
porque uno “debe” perdonar. El perdón tiene pleno signifi-
cado cuando otorgarlo parece inicialmente imposible. El paso
que habrá de darse, dentro del prolongado conflicto interno
de perdonar o no, es el de atreverse a confiar de nuevo sabien-
do que, inevitablemente, existe el riesgo de una nueva trai-
ción.
Otorgar el perdón es más difícil para el traicionado
cuando el traidor no se responsabiliza, de manera total, de
su culpa y trata de descargarla en otros. Si una de las partes
ha de perdonar, la otra debe buscar la expiación. Si esa parte
es incapaz de admitir la culpa y sólo trata de que se olvide
lo hecho, no existe tal expiación. Como Hillman (1964)
dice: “una paradoja de la traición es la fidelidad con la que
tanto el traicionado como el traidor conservan, después del
evento, la amargura por lo sucedido”. Sólo dentro de esta
atmósfera de pesadumbre creada por la traición es que la ex-
piación puede tener alguna realidad. Si la amargura y la
culpa son abiertamente encaradas, pueden ceder; sin embar-
go, la memoria dolorosa permanece...
El grado en el cual la gente se siente traicionada en su re-
lación de pareja depende no sólo de la continuación de su
involucramiento, sino del pacto de confianza, tácito y explí-
cito, que hayan efectuado desde el inicio de la relación.
Cuando intentamos comprender la conducta de la gente que
ha sido traicionada, tenemos que tomar en cuenta la ideali-
zación del estado de enamoramiento y el peso de las expec-
tativas, conscientes e inconscientes, vertidas en el compa-
ñero(a). Lo anterior es parte de la naturaleza humana: lo que
MARIO ZUMAYA 47

se intenta en una relación amorosa de pareja es corregir las


tempranas experiencias insatisfactorias a través de los even-
tos posteriores de la vida. Haciéndolo, el individuo se da a
sí mismo la oportunidad de curar las viejas heridas. La apa-
rente elección al azar de una pareja contiene tanto una forma
de reconocimiento inconsciente como la esperanza de que esa
persona, y ninguna otra, nos provea de un ambiente en el cual
exista la posibilidad de que nuestros viejos miedos sean con-
tenidos y desaparezcan.
El interés en la infidelidad deriva de entender su carác-
ter de amenaza directa a nuestro sentimiento de pertenencia
y confianza dentro de la pareja. Es la violación de estos sen-
timientos lo que provoca una brutal conmoción en las per-
sonas que han sido traicionadas. En el infiel, de manera
independiente a los sentimientos de culpa, peligro y riesgo
que pueda o no experimentar, siempre existe la “profunda
intuición” (Chamy, 1992) de que tener una relación de invo-
lucramiento emocional y/o sexual con una tercera persona
constituye un poderoso y por lo tanto doloroso ataque al
inherente sentimiento de pertenencia de su pareja y a su
capacidad de experimentar confianza.
El sentimiento de ver traicionada la confianza en la
exclusividad sexual de la pareja suele llevarnos a cuestionar
un área emocional fundamental, la denominada por Erik
Erikson como “confianza básica”, sentimiento particular-
mente frágil en algunas personas cuya estructura de perso-
nalidad es o se acerca al narcisismo patológico. Para estas
personas la experiencia de la traición puede ser tan absolu-
tamente devastadora que las puede sumir en un estado de
desolación y desesperación eventualmente suicida u homi-
cida.
Descriptivamente, tener una aventura implica el rom-
pimiento de los límites de la pareja; es decir que, por nom-
brar sólo algunos, los sentimientos, el cuerpo, la sexualidad
que pertenece a la pareja en forma exclusivamente pactada.
48 LA INFIDEUDAD

son compartidos por alguien más: “¡No es el sexo, al diablo


el sexo! Es el hecho de que él(ella) ha tenido una relación
con alguien más!” (Nichols, 1988). Tal es la amarga decla-
ración de una lastimada y furiosa esposa(o) que puede agre-
gar algo más como: “Si hubiera sido sólo una ‘cana al aire’
no me importaría tanto, pero es el hecho de que cosas que
nos pertenecen sean compartidas por alguien más.”
La mayoría de las parejas tienen la expectativa explí-
cita o tácita y, por lo tanto, la confianza de que nada ni nadie
tiene o tendrá precedencia sobre la relación misma. La vio-
lación de esta confianza es el aspecto más significativo de
la infidelidad. No es el hecho de que la pareja tenga o haya
tenido relaciones con un tercero(a), es la decepción por la
mentira lo que produce la mayor intensidad de daño a la re-
lación. La mentira y la decepción toman una forma aún más
deletérea cuando se presenta el “síndrome gaslighting
(alumbrado de gas)”, descrito por Zemon-Gass y Nichols en
1988, en alusión a una famosa película de los años cuaren-
ta. En ese síndrome se da el intento deliberado de engañar a
la pareja y convencerla al mismo tiempo de que “imagina”
cosas, de que está “loco(a)”, de que nada sucede cuando en
realidad existen bases concretas e innegables para “imagi-
narse” cosas. De igual manera resulta cuando el engaña-
do(a) está en tratamiento de pareja por una causa diferente
de la infidelidad y ésta es descubierta en alguna sesión. Así,
a la mentira y a la decepción se les suma una cuota adicio-
nal de “hipocresía”.
Descubrir una infidelidad causa la emergencia de in-
tensas ideas y sentimientos de venganza que, cuando se lle-
van a la acción, tienen la intención de restaurar la autoesti-
ma. Lo opuesto también es cierto: un miembro de la pare-
ja puede tratar de restaurar su autoestima, lastimada por
alguno o varios de los elementos de su vida en pareja, a tra-
vés de una aventura.
MARIO ZUMAYA 49

Tomando en cuenta las consecuencias señaladas es


fácil llegar a la conclusión de que la consecuencia final de
una aventura, descubierta o no, es que la relación original
de la pareja nunca volverá a ser, para bien o para mal de
sus integrantes, la misma.
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Capítulo IV

¿Qué tipos de ínfídelídad hay?

¿Qué significan?

Esta tipología está basada en un análisis después de que la


aventura ha ocurrido. Me resulta útil categorizarlas en tér-
minos de su duración:
1. Aventuras a corto plazo: menor de seis meses de
duración.
2. Aventuras a largo plazo: mayor de seis meses.
Dentro de las de corto plazo:
1.1. Situacionales específicas (‘‘una cana al aire”).
Típicamente éstas son de “una sola noche” o relaciones a
corto plazo. Podrían incluir: el súbito romance mientras se
atiende a un congreso, el encuentro sexual en la fiesta de fin
de año de la oficina, la sorpresiva llamada de un ex novio
que lleva a un inocente cafecito y de ahí a un motel (termi-
nando tan abruptamente como empezó) o el apasionado
“ligue” en un crucero por el Caribe. Todas tienen en común
varias cosas: son encendidas por el uso del alcohol (por la
52
LA INFIDEUDAD

pérdida de las inhibiciones sociales y su uso como coartada;


qué borrachos estábamos, no me acuerdo de nada”) y la
poca posibilidad de ser descubiertos, lo que agrega un ñoco
más de combustible excitatorio. ^
De manera amplia, dos hechos cuentan para que estos
encuentros queden en secreto: usualmente están involucra-
dos extraños —o al menos alguien que no se encuentra en
el círculo de conocidos del compañero(a)—, y que ocurren
a cierta distancia del hogar. Otra parte clave es el sobreen-
tendido implícito de los involucrados en el sentido de que
su interacción sexual es de “sólo por esta vez”. No es sólo
la conveniencia de una relación “sin compromiso” (hecho
que en sí mismo confiere cierto sentido de seguridad psico-
lógica), las expectativas también están predefinidas y resul-
ta claro que no hay responsabilidad para ninguno de los in-
volucrados.
Por estas razones la aventura situacional-específica tie-
ne menos peso que cualquier otro tipo de infidelidad: su
simplicidad permite llenar cualquier requerimiento que los
participantes decidan llevar a la cama. Para algunas perso-
nas estos requerimientos podrían ser la sola aventura sexual
o una forma de combatir la soledad temporal; para otros
pueden estar involucradas necesidades más profundas,
como desear la validación del atractivo personal, tener
mayor status social o vengarse de un compañero infiel.
Al menos veinticinco por ciento de este tipo de aven-
turas son “cometidas” por “novatos”; o sea, aquellos que
incurren por primera vez en el terreno de la infidelidad.
1.2. Aventura consensual (o infidelidad en la que la
pareja ‘está de acuerdo”). A veces no es tan consensual
como parece. El infiel puede amenazar a su pareja con
ejar a si no acata su infidelidad abierta. El matrimonio
abierto puede ser una solución viable donde exista una dis-
crepancia importante en relación con las necesidades sexua-
les, o bien ante la existencia de trastornos sexuales o físicos.
MARIO ZUMAYA 53

1.3. Aventuras “conquista”. Éstas son virtualmente de


cono plazo, dado que su atractivo y excitación se dan al ini-
cio: la conquista le da satisfacción al conquistador y, una
vez cumplida, “a otra cosa, mariposa”. De ese proceso de
seducción y conquista se deriva la sensación de poder y
aumento del valor personal.
1.4. Aventuras por enojo y venganza. Éstas son tam-
bién de corta vida, pero tienen un importante potencial para
convertirse en asuntos a largo plazo, sobre todo para aque-
llas mujeres que no tienen interés en vérselas con las intri-
gas y la planeación logística de una serie de aventuras. Para
ellas, la conveniencia de ver a un amante una vez a la sema-
na o al mes es suficiente. Para alguien que busca una aven-
tura como medio de ventilar el enojo que le produce un
esposo que ha cometido reales o imaginarias injusticias, o
que le ha sido infiel, el sexo en sí mismo tiene un significa-
do diferente que en otras aventuras. “Mira cómo me degra-
do” es una forma transparente y frecuente de decirle a un
esposo poco atento u hostil: “Mira cómo te degrado.”
Generalmente en este tipo de aventura no se desea ser
descubierto. Buena parte de la satisfacción que produce se de-
be a que se mantienen en secreto, como si un acto descono-
cido fuera una forma más “pura” de equilibrar las cosas.
Adicionalmente, mucha gente se da cuenta en forma intuiti-
va de que una aventura vengativa o por enojo puede llegar
a ser muy satisfactoria sexual y emocionalmente y, por lo
tanto, a transformarse en un arreglo a largo plazo.
1.5. Aventuras predivorcio. Éstas no involucran los
mismos motivos hasta ahora expuestos. Son más bien como
vuelos de prueba. Las aventuras predivorcio permiten al
hombre o a la mujer examinar de cerca varios temas críticos:
a) “¿De verdad me estoy perdiendo de algo en mi
matrimonio, o la vida sexual de todos es más o menos como
la mía?”
54 LA INFIDEUDAD

b) “¿Puedo funcionar adecuadamente con un nuevo


compañero(a)?”
c) “¿Cuáles son los temas sexuales y relaciónales que
tendré que encarar después de que me divorcie?”
Las aventuras predivorcio pueden ofrecer instantánea-
mente dos cosas: si funcionan bien, una confirmación de
que terminar con el matrimonio es una buena elección prác-
tica. Y si no funcionan bien, debido a la presencia de ansie-
dad, incomodidad u otras ramificaciones negativas, dar una
pausa al infiel para reconsiderar todo el asunto.
1.6. Las aventuras bisexuales masculinas son mucho
más difíciles de encasillar. La etiqueta de bisexual se aplica
a un amplio espectro de varones que comparten varias
orientaciones sexuales ligeramente diferentes. En un extre-
mo del espectro estarían aquellos hombres casados que son
predominantemente heterosexuales pero que ocasionalmen-
te sienten el impulso de la búsqueda peligrosa, variada e
intrigante de las relaciones homosexuales como un medio
de experimentar una forma diferente de excitación sexual.
En el otro extremo del espectro están los varones casados
que podrían aparecer primariamente como heterosexuales
(después de todo, están casados) pero que son, en realidad,
homosexuales encubiertos o “de clóset”, que usan la “hono-
rable cubierta” del matrimonio para ocultar sus verdaderas
preferencias sexuales. Estos hombres pueden perfectamen-
te tener relaciones sexuales con sus esposas o bien pueden
encontrar varias formas de evitar el sexo marital. En algún
lugar más o menos a la mitad del espectro se encuentran los
así llamados “bisexuales”, quienes de hecho llenan la defi-
nición convencional de bisexualidad ya que son atraídos
sexualmente por personas de diferente sexo.
1.7. Las relativamente escasas aventuras bisexuales
femeninas que pudieran caer en la categoría de a corto plazo
pueden ser explicadas de las siguientes maneras:
MARIO ZUMAYA 55

a) La aventura fue básicamente un asunto de curiosi-


dad sexual y psicológica. Tras un breve periodo, la experi-
mentadora, dado el resultado, concluye que o no le agradó
o bien se percata de que no vale la pena arriesgar por ello su
estabilidad marital.
b) ha. aventura fue la extensión natural de una amistad
que súbita o accidentalmente se transformó en un contacto
sexual abierto. El nuevo arreglo puede ser amenazante o
incómodo para una o las dos participantes, lo que lleva a su
terminación y a una reversión al estilo previo y amistoso de
la relación.
c) ha. aventura ocurrió bajo circunstancias especiales,
cosa que la coloca en la categoría de situacional-específica.
Un ejemplo podría ser el de dos mujeres que vacacionan
juntas y que tienen un encuentro sexual fugaz, pero que
rápidamente abandonan tal práctica cuando regresan a casa.
Las aventuras del tipo 2, a largo plazo, sirven a un am-
plio margen de propósitos y, en general, asumen mucha ma-
yor complejidad que las de a corto plazo. Estarían dentro de
las siguientes categorías:
2.1. Aventuras de mantenimiento o compensación del
matrimonio.
2.2. Hedonistas.
2.3. Catárticas.
2.4. Reductoras de intimidad.
2.5. Perversas.
2.6. Reactivas.
Estas categorías eventualmente se traslapan y dan exis-
tencia a mezclas de categorías. La naturaleza recíproca de la
relación que evoluciona con y alrededor de estas aventuras
es tal, que la experiencia de una persona acerca de la aven-
tura y de los fines a los que sirve puede ser bastante dife-
rente de la percepción de la otra involucrada. La situación
se toma aún más compleja si uno considera que la otra per-
sona involucrada puede ser casada, soltera o divorciada.
56 LA INFIDEUDAD

2.1. Las aventuras de mantenimiento o compensación


marital pueden ser consideradas como arreglos que proveen
un ingrediente básico que uno de los dos participantes ha
perdido en el matrimonio. Al suplir este elemento tan nece-
sitado, la aventura estabiliza el matrimonio y hace menos
probable la ruptura. El ingrediente puede ser el mismo para
ambos partícipes; por ejemplo, el deseo de experimentar
con el sexo; sin embargo, provee para ambos diferentes
ingredientes en un intercambio mutuamente benéfico.
Un patrón común en estos casos es que la aventura
satisfaga un tipo de actividad sexual deseable y emocional-
mente importante para el varón (por ejemplo, recibir una
sexo oral apasionado) quien, en reciprocidad proveerá a su
compañera no sólo con atenciones sexuales (las cuales pue-
den ser o no de importancia marginal para ella) sino tam-
bién, y de manera aún más importante, con una escucha
solícita y empática.
Otra variante bastante común para el varón que parti-
cipa en tales aventuras es la de “tomar” una amante. La
amante no sólo provee accesibilidad sexual fácil y confia-
ble, eliminando que el varón tenga la incómoda necesidad
de buscar nuevas compañeras sexuales, también suele pro-
porcionar aceptación y apoyo incondicionales, sin importar
qué tan pesado y egoísta sea él. En reciprocidad, ella reci-
birá soporte económico de una forma u otra (un apartamen-
to pagado por él, flujo continuo de regalos, viajes ocasiona-
les que la esposa cree son de negocios, etcétera).
Las aventuras de mantenimiento pueden evolucionar a
relaciones cuasi maritales con sus aspectos positivos y
negativos: si duran lo suficiente pueden ser relaciones con
un considerable grado de intimidad sin caer en las obliga-
ciones y molestias que una relación marital o romántica
implican. Se nos ha comentado que estas aventuras resultan
ser más interesantes y menos caras que una terapia de pare-
ja, pero pueden ser más riesgosas de lo inicialmente planeado.
MARIO ZUMAYA 57

2.2. Las aventuras hedonistas (“cachondas”, por lla-


marlas más coloquialmente) se focalizan principalmente al
plano de la sensualidad y la sexualidad. Son demostraciones
completas de búsqueda de placer; raramente llevan a enre-
dos emocionales y se evitan las recriminaciones y ambigüe-
dades de otros tipos de aventuras que implican otro tipo de
focalización. Para aquellos que ven y experimentan el sexo
como una forma de recreación —término que uso sin con-
notaciones negativas ni, sobre todo, alentadoras—, estas
aventuras desquitan lo invertido perfectamente. Son un acto
de autoindulgencia y de juego creativo. Con frecuencia, los
participantes en este tipo de aventuras tienen matrimonios
felices y sexualmente satisfactorios.
2.3. Las aventuras catárticas le permiten a sus partici-
pantes ventilar sentimientos a través de la aventura misma,
al tener a alguien con quien hablar acerca de temas proble-
máticos o no resueltos, y que no son adecuadamente reco-
nocidos o solucionados dentro del matrimonio. Lo sepa o
no, el compañero en este tipo de aventura desempeña un pa-
pel seudoterapéutico. A diferencia de un terapeuta, este
papel no es objetivo: la persona que está descargando sus
penas y problemas quiere un escucha totalmente empáti-
co(a), no alguien que le aconseje; quiere conseguir un equi-
librio psicológico.
2.4. Las aventuras reductoras de intimidad ayudan a
aquellos individuos conflictuados por sentimientos ambiva-
lentes acerca del grado de intimidad demandado por su
compañera(o). La aventura funciona a manera de “amorti-
guador” contra una cercanía emocional excesiva dentro del
matrimonio o la pareja habitual: el involucramiento sexual
fuera del matrimonio crea una zona de seguridad, de distan-
cia, zona que puede ser ajustada para regular el grado (o las
demandas) de cercanía. Cuando la tensión y la ansiedad crea-
das por el grado de intimidad dentro del matrimonio aumentan,
éstas pueden ser “diluidas” por la aventura. En contraste.
58 LA INFIDEUDAD

cuando se desarrolla cierto grado de distancia confortable,


la aventura pierde sentido.
2.5. Las aventuras “perversas” constituyen un pequeño
porcentaje de las relaciones extrapareja. En estos casos,
ambos participantes son complementarios o tolerantes acer-
ca de las necesidades no convencionales del otro. Dos per-
sonas que desean actuar una fantasía juntos podrían ser una
buena pareja en este sentido, no tanto porque tengan la
misma fantasía, sino porque son lo suficientemente abiertos
y aceptantes de los deseos del otro.
2.6. Las aventuras reactivas son disparadas por la ne-
cesidad de una persona de definirse o reasegurarse a la luz
de circunstancias particulares. La crisis de edad media del
varón pudiera ser un buen ejemplo de esto: es una época en
la que un varón cuestiona su vigor y atractivo, e intenta
“probar” su juventud a través de la elección de compañeras
sexuales más jóvenes. Un ejemplo similar podría ser el de
una mujer cuya vida había estado dedicada a ser madre y
que súbitamente es confrontada con el vacío y el hastío
generados cuando sus hijos dejan el hogar. Con una mayor
cantidad de tiempo en sus manos, la falta de objetivos y el
deseo de reexaminar y redefinir su vida, no es poco fre-
cuente que descubra su sexualidad y opte súbitamente por
la excitación y el rejuvenecimiento que implica una aventu-
ra extramarital.
Las aventuras reactivas pueden darse en épocas más
tempranas, como cuando una mujer joven se rebela contra
el papel de mamá cuando sus hijos son muy pequeños. Otra
versión podría estar constituida por el cambio súbito de pla-
nes, cuando uno de los cónyuges enferma seriamente (aquí
la aventura serviría para proveer de un equilibrio para el
cónyuge sano, no sólo en términos de liberación del deseo
sexual, sino también creando una fuga temporal de la carga
emocional extra que significa el cuidado de un enfermo).
Sin hablar de enfermedad sino de transiciones biológicas, la
MARIO ZUMAYA 59

menopausia también puede ser un periodo de cambios en el


enfoque de la sexualidad, tanto de parte de la mujer meno-
páusica (en el sentido de sentirse “poco mujer”, o bien en el
de haberse liberado de la monserga de cada veintiocho días
y reencontrar su sexualidad), como de su pareja masculina,
quien podría encontrarla “vieja”, o ser incapaz de proveerla
del apoyo necesario para afrontar esta importante etapa de
su vida.
Cuando una mujer tiene una aventura a largo plazo con
otra mujer, casi siempre cae en la categoría reactiva. Tales
experiencias algunas veces ocurren cuando la mujer decide
que lo que desea es el divorcio y vivir en una relación lés-
bica, pero prefiere mantener su matrimonio hasta que los
hijos hayan crecido.

Los patrones

En su más que interesante libro Terapia marital dialéctico-


existencial (1992), Israel Chamy plantea, entre muchas
otras cosas, lo siguiente: “existe un clásico ejercicio que los
profesores de filosofía suelen introducir a sus estudiantes: si
un árbol cae en el bosque y no hay nadie presente para escu-
charlo, ¿hace ruido?”
La respuesta mayoritaria de los estudiantes y de uste-
des, lectores, será seguramente: sí, por supuesto.

Y por tanto [continúa Chamy], si una aventura extrapareja ocu-


rre y si el que permanece fiel no tiene conocimiento consciente
de la misma, ¿no experimentará intuitivamente las reverberacio-
nes emocionales de la oculta aventura que está ocurriendo en el,
por llamarlo así, bosque marital?

Creemos que en la mayoría de los casos la respuesta es,


nuevamente, sí. Aun si el fiel no lo dice de manera explíci-
60 LA INFIDEUDAD

ta, él o ella sabe, o está de acuerdo, o permite, y en algunos


casos instiga o provoca la infidelidad de su pareja. El su-
puesto fundamental en casi todos los casos es que, aunque
el fiel lo sepa o no —en el sentido de conocer consciente-
mente la aventura de su pareja—, en el nivel del proceso
emocional y simbólico de la vida de pareja ella o él es par-
ticipante activo de la aventura.
En ese sentido, el infiel tiene “permiso” para serlo,
haber sido o continuar siéndolo. Es muy importante hacer
notar que este proceso puede ocurrir sólo a nivel incons-
ciente, en ambos miembros de la pareja. Sin duda, muchas
personas pueden cuestionar este planteamiento, pero creo,
siempre de la mano con Charny, que aun cuando una espo-
sa realmente no sepa de la aventura de su marido el clima
para la ocurrencia de la infidelidad ha sido creado por
ambos a través de muchas cosas que le han abierto la puer-
ta a la infidelidad. Existe un conocimiento intuitivo de la
traición del otro, aun cuando él o ella sea el más grande men-
tiroso del mundo en el nivel de la comunicación consciente.
Ahora, un poco de complejidad. Cuando el “clima”
para la aventura extrapareja se está creando y cuando, final-
mente, la infidelidad ocurre, el que permanece fiel:
a) ¿Escoge, consciente o inconscientemente, saber o
no lo que está ocurriendo entre los dos y con el otro?
Y el infiel...
b) ¿Escoge, de la misma forma, saber o no saber
que su pareja sabe?
Creo que ambos, consciente o inconscientemente y, de
manera acordada, escogen darse cuenta o no. Este nivel de
inconciencia se da por la puesta en marcha de poderosos
mecanismos psicológicos llamados “de defensa”. Es decir,
aquellos recursos psicológicos que los seres humanos pone-
mos en juego para evitar damos cuenta de una verdad dolo-
rosa o de las consecuencias, igualmente dolorosas, de las
acciones a las que daría lugar enterarse. Cuando una esposa
MARIO ZUMAYA 61

se dice a sí misma que las continuas llegadas tarde de su


marido “seguramente se deben a compromisos de trabajo”;
cuando es obvio que el perfume de la esposa no es el de cos-
tumbre y huele más bien a loción de afeitar, un confiado
marido puede decirse que “seguramente saludó a algún
varón con un beso”. Lo que está ocurriendo aquí es darse
explicaciones —una forma de autoengaño conocida como
“racionalización”— que evitan la confrontación con el
hecho de que en la frente de estos cónyuges ha aparecido un
nada estético par de cuernos.
A este “acuerdo” mutuo, consciente o inconsciente, es a
lo que se denomina “patrón” o “colusión”. Los miembros de
la pareja se coluden, son cómplices de lo que ocurre entre
ellos. Una aventura no le “pertenece” de manera exclusiva al
infiel; le pertenece a la pareja.
Las personas involucradas en aventuras extrapareja si-
guen diferentes patrones, que, para ser mantenidos, requie-
ren una colaboración redundante, consciente o inconscien-
te, de conducta colectiva. O sea, mutuamente reforzada.
Al hablar de patrón me estoy refiriendo al tipo de inter-
acción de la pareja como un todo, no a la actitud de
aquel miembro de la pareja que es infiel. Por ejemplo,
cuando se habla de un patrón de ‘‘compromiso”, ese
compromiso es mutuamente reforzado por ambos
miembros de la pareja.
Según Charny, podrían existir los siguientes patrones
que “producen” y “sostienen” la infidelidad:
1. Compromiso hacia la relación pero necesidad de
un sentimiento ausente en ella, o bien la necesidad de vi-
vir otra experiencia. En este patrón existe la intención de res-
ponder y resolver los problemas de la relación a través de
la aventura. No existe indiferencia hacia la pareja. Aun si la
aventura se realizó con el afán de herir al otro miembro de
la pareja, no existe, en general, la intención de usar al com-
pañero(a) para la satisfacción egoísta de necesidades y deseos.
62 LA INFIDEUDAD

Un ejemplo: Javier, tímido y retraído, y Estela, vivaz y


expresiva, viven juntos desde hace tres años, en los que se
ha hecho patente un patrón relacional muy particular: mien-
tras Estela busca más la intimidad emocional y sexual,
Javier se toma más huidizo y retraído; mientras ella discute
y demanda más, él se calla y se refugia más en el trabajo.
Sin embargo, ambos se sienten profundamente comprome-
tidos y enamorados. Un mal día, Estela empieza a tomar
clases de guitarra y conoce a Héctor, su maestro, todo un
artista y, como tal, apasionado y expresivo. Estela, resenti-
da por la habitual evitación de Javier, inicia un fugaz y cul-
poso romance con Héctor, que termina después de un mes.
En ese tiempo Javier se nota cada vez más ansioso y retraí-
do. Estela le confiesa todo y, por primera vez, Javier estalla
en ira y lacrimógenos reproches para terminar haciéndole el
amor de forma, también por primera vez, intensa y apasionada.
Charny divide este patrón en cinco subtipos:
a) Enamoramiento, a través del cual uno encuentra
aquellos elementos perdidos en uno mismo. En este patrón,
el infiel intenta experimentar sentimientos que lo hagan
sentirse una persona más completa. Lo logra a través de
aquellos elementos presentes en la personalidad del aman-
te, elementos que cree que su pareja no posee: un amante
más apasionado puede hacer sentir al infiel como más
“sexy”, más deseable, a diferencia de su pareja, que hasta el
momento ha sido poco expresiva. En el que permanece fiel,
permitir la aventura del otro(a) se debe a la presencia de
sentimientos —conscientes o inconscientes— de falta de
confianza en su capacidad para cubrir las necesidades de su
pareja (o sea, confirmar su masculinidad o feminidad), mis-
mas que éste(a) ha buscado llenar en la aventura. Así, la
aventura es “permitida”, o “dada”, como compensación.
b) Permanencia, que permite “empatar las cosas” por
la infidelidad del otro. El infiel busca, a través de la aventu-
ra, preservar su relación de pareja y decirle a su amante que
MARIO ZUMAYA 63

no tiene la intención de permitir que su matrimonio se lesio-


ne. La aventura puede ser un esfuerzo para “igualar carto-
nes” y vengarse de una infidelidad presente o pasada, de
manera que el matrimonio pueda continuar sobre la base de
una esencial igualdad. El fiel permite que la infidelidad ocu-
rra considerando que la aventura ayudará a preservar la
relación. Si el infiel está siéndolo en venganza, la necesidad
de tal venganza será aceptada de manera tácita por el ahora,
fiel.
c) Desafío, para mejorar la relación de pareja. El infiel
trata de crear, a través de la aventura, una crisis que mejore
el matrimonio. Este patrón incluiría la necesidad de que el
fiel no se sienta tan “seguro(a)”, y el fiel “permitirá” la
aventura ya que así no tiene que llegar a un acuerdo acerca
de la necesidad de cambio en la relación de pareja (porque
la misma crisis posibilitará ese cambio). Algunas veces
el fiel llega a darse cuenta que ha estado demasiado seguro
del otro(a) y que ha necesitado una brutal sacudida para
tomar en cuenta sus necesidades.
d) Renovación de la excitación y la aventura. La infi-
delidad hace surgir emociones que el infiel necesita para
hacer la vida en pareja más estimulante. El fiel “permite” la
aventura sabiendo la necesidad de excitación que le produ-
ce la existencia de un “tercero(a) en discordia”.
e) Atrevimiento y supervivencia. El infiel busca pro-
bar su habilidad para actuar de manera apasionada y sobre-
vivir al intento. Busca atreverse a “pecar” y salir de la expe-
riencia con más poder personal entendiendo el poder como
la capacidad para influir o determinar la conducta del o los
otros. En el fiel la motivación es similar, pero en el sentido
de lograr sobrevivir a una experiencia temida; de hecho,
puede presionar al infiel a serlo, o puede existir la intención
de ganar poder a través del papel de “víctima”.
En esta categoría se puede incluir lo que Brown (1991)
denomina patrones de “evitación de conflicto” y “evitación
64 LA INFIDEUDAD

de intimidad”, que tienen en su núcleo los temas psicológi-


cos: “voy a hacer que me pongas atención” y “quisiera no
necesitarte tanto (por eso cubriré mis necesidades con al-
guien más)”, respectivamente.
Nichols (1988), de manera muy descriptiva, denomina
la infidelidad dentro de este patrón como “un intento por
‘calentar’ un matrimonio que se ha enfriado”. En este caso
existen un compromiso hacia la relación y esfuerzos por
resolver los problemas. El infiel intenta con su aventura sal-
var o mejorar una relación hacia la cual de ninguna manera
es indiferente. Y aunque la aventura se intente para herir al
compañero, no existe la necesidad de usarlo para la satisfac-
ción de necesidades y deseos egoístas; al contrario, el propó-
sito de la infidelidad es la de encontrar aspectos emocionales
perdidos en la relación de pareja relacionándose con un ter-
cero, de modo que la vida sea más llevadera tanto con él o la
amante como con la pareja.
Lo que el infiel intenta, a final de cuentas, es que el
otro reciba un mensaje de la insatisfacción que experimen-
ta, dado que, en algún nivel generalmente consciente, desea
que su compañero(a) sepa que la aventura ha ocurrido o está
ocurriendo y que el otro responda, involucrándose de nuevo
en la relación. Esta conceptualización incluye o se traslapa
con el intento concreto de hacer la relación “tolerable”,
cuando los miembros de la pareja no quieren dejar su rela-
ción por motivos prácticos o religiosos. La pareja no siente
que la relación sea totalmente satisfactoria y, ante su inca-
pacidad para solucionarla en un sentido más adaptativo, la
relación entra en este patrón “suplementario” en el que ocu-
rren aventuras en serie (o bien una sola, pero de larga dura-
ción). En ocasiones el patrón puede parecer restitutivo y
hasta vengativo, en porcentaje menor.
En el mejor de los casos la infidelidad se da en un
intento de renovar la relación por medio de la búsqueda de
la excitación y aventura perdidas en la rutina de la vida en
MARIO ZUMAYA 65

pareja, o bien cuando a la búsqueda de excitación sexual se


suma una “oportunidad segura”, como puede ocurrir en un
encuentro casual en un viaje.
Continuemos con los patrones que describe Charny:
2. Ausencia de compromiso hacia la relación de pa-
reja a la que se suman indiferencia, manipulación y explo-
tación del compañero(a). En este patrón predominan los
sentimientos y actitudes que hablan elocuentemente de una
considerable falta de compromiso expresada como infideli-
dad global. En términos religiosos, en este matrimonio, o su
equivalente, se da una evitación de todo sentimiento de
“sacralización” de la relación, que no es ni celebrada ni hon-
rada como única y especial. Lo que caracteriza a la dinámi-
ca de este patrón es su psicología globalmente manipulado-
ra y explotadora por medio de la cual el compañero(a) es tra-
tado con acentuada indiferencia, a manera de un objeto o
cosa que ha de acomodarse o embonar con las necesidades
del otro y ser, así, usado.
Quiero subrayar nuevamente que este patrón, “ausen-
cia de compromiso”, es mantenido por ambos integrantes de
la pareja y no sólo por el miembro infiel. Este patrón podría
tener el significado que Nichols (1988) describe como
“tener lo mejor de dos mundos, el de casado y el de solte-
ro”, y lo que Brown (1991) denomina patrón de “adicción
sexual” ejemplificado por su motivación central: “Dame,
lléname.”
Un ejemplo: Carlos, poderoso político y sujeto extra-
ordinariamente feo e inteligente, hizo de sus escasas dotes
todo un capital para el logro de un éxito arrasador. Se casó
con Cecilia, tímida y provinciana. A lo largo de su ascenso
profesional, Carlos tuvo una serie interminable de aventuras
que ocurrieron en las circunstancias más humillantes posi-
bles para Cecilia: exhibirse con sus amantes en público,
incluso en fiestas en su domicilio y en presencia de ella y
los hijos de ambos, durante sus embarazos la golpeó en
66 LA INFIDEUDAD

público si le reclamaba su conducta. Cecilia no se divorcia-


ba de Carlos dado que sus parientes, hermanos y hermanas,
eran asociados de él en innumerables negocios y ella misma
gozaba de los privilegios asociados al poder. El matrimonio
finalmente se disolvió cuando Carlos ocupó un puesto de
relevancia nacional e internacional que hicieron del domi-
nio público las humillaciones de las que ella era objeto,
estado a todas luces intolerable, sobre todo cuando Cecilia,
a lo largo de todos los años de matrimonio con Carlos, logró
una independencia económica tal que la hizo una atractiva
divorciada.
Subtipos:
a) “Corrupción” y sadomasoquísmo. La aventura
del infiel sirve a sus necesidades narcisistas. No existe ni
consideración hacia los sentimientos del compañero(a) ni
respeto por él mismo. La aventura tiene lugar en las cir-
cunstancias más humillantes y abusivas, como cuando la
esposa acaba de dar a luz. El miembro de la pareja que per-
manece fiel permite al otro hacer lo que le plazca con la
intención de que la relación se mantenga, evitando así cual-
quier peligro de ser abandonado(a) mientras que, en reci-
procidad, se explota la relación en algún nivel, generalmen-
te de tipo económico o social. Para este miembro de la pare-
ja la brutalidad y sadismo del otro se complementan con su
pasividad y masoquismo.
h) “Superficialidad” y apatía. La aventura es una con-
tinuación de la incapacidad del infiel para crear una cone-
xión emocional intensa dentro del matrimonio; el infiel la
caracteriza como “sin importancia y por simple diversión”.
Para el fiel las pocas o muchas aventuras de su pareja son
tratadas como sin importancia. En general, además, el fiel
tiene dificultades para vincularse concretamente hacia la
relación de pareja o hacia la pareja misma como persona; su
respuesta característica al saber de la aventura es: “No me
molesta.” Esa apatía es una defensa ante la posibilidad de
ser herido, o bien un elemento estructural del carácter.
MARIO ZUMAYA 67

c) “Escapismo”. Para el infiel la aventura es un medio


de disipación de tensiones y presiones matrimoniales sin
tenerlas que enfrentar; por ejemplo, escapar de un esposo(a)
dominante sin tener que confrontarlo con su forma de ser.
La política del fiel es no procesar las dificultades y conflic-
tos con su pareja. Las tensiones presentes en la relación de
pareja y el papel de cada uno en ellas son simplemente igno-
radas.
d) “No tiene importancia.” La aventura simplemente
“ocurrió” como una oportunidad de satisfacer deseos sexua-
les. El fiel ignora todo el asunto como algo “sin importan-
cia”; no existe un involucramiento emocional en la búsqueda
del significado de la aventura; la sexualidad es tratada por los
dos como una necesidad fisiológica que necesita de su satis-
facción no importa cómo, dónde o con quién.
e) “Comité de búsqueda.” La aventura se intenta para
llenar las necesidades que, de manera definitiva, no llena la
pareja; lo que se intenta es buscar una persona de la cual
enamorarse para lograr divorciarse de la pareja que será
reemplazada. El fiel permite que ocurra la aventura pavi-
mentando así el camino para salirse de la relación; el fiel no
tiene ninguna intención de salvar la relación, y hasta en oca-
siones existe una instigación encubierta para que se dé la
aventura.
f) “Amenaza.” “Si no hay cambio nos separamos”: el
propósito de la aventura es forzar un cambio en el miembro
que permanece fiel. La aventura en este caso representa un
movimiento entre dos polos: el deseo de cambiar la relación
y el deseo de separarse si el cambio no ocurre. El otro per-
mite la aventura, incluso la desea, para detonar de una cri-
sis que forzará los cambios en la relación que él mismo no
ha logrado motivar y así lograr la necesaria separación.
3. Ausencia de compromiso a la que se suman la
búsqueda hedonista de placer y ía incapacidad para
tolerar y contender con las tensiones del proceso de
68 LA INFIDELIDAD

pareja. En este patrón np existe el compromiso hacia lo


“especial, único y sagrado” de la relación matrimonial o sus
equivalentes. A diferencia del primer patrón, donde la base
está representada por la manipulación y la explotación, en
éste la motivación fundamental se dirige al hedonismo. Hay
incapacidad y falta de interés en el aprendizaje de las habi-
lidades necesarias para tolerar y manejar las tensiones inhe-
rentes a la vida de pareja, y lo que está en juego es un gigan-
tesco mecanismo de evitación, compartido por los dos
miembros de la pareja. Esto provoca un incremento en las
tensiones que no son procesadas directamente. “Pasarla
bien”, divertirse, ser sensual, disfrutar de las buenas cosas
de la vida, son los objetivos de los integrantes de la pareja.
La infidelidad, según Nichols (1988), algunas veces puede
tener el significado de “un puente hacia afuera del matri-
monio”.
En este caso todas las tensiones y problemas “se evi-
tan”. Un ejemplo de lo anterior podría ser una aventura en
un periodo de tensión intensa para uno de los miembros de
la pareja (muerte de algún allegado, cambio de empleo,
etcétera). Aquí, la aventura sirve para liberar la tensión evi-
tando pedirle ayuda al otro. Mientras tanto, ese otro puede
reconocer en el infiel la necesidad de tener una aventura
evitando, por su parte, tener que brindar la calidad de inti-
midad necesaria para superar los acontecimientos derivados
de las circunstancias.
Nuevamente cito a Brown (1991), para incluir aquí los
patrones de “nido vacío” y “aventura al otro lado de la puer-
ta” {oLit of the door ajfair), ejemplificados por los temas
emocionales “no me gustas, pero no puedo vivir sin ti” y
“ayúdame, por favor, a salir de aquí, amante mío(a)”, res-
pectivamente.
Un ejemplo: Sergio, neurocirujano ocupadísimo, en-
gaña sistemáticamente a Jane, su esposa durante diez años,
a la que conoció durante su especialización en el extranje-
MARIO ZUMAYA 69

ro, cuando ella era enfermera. Siempre le vendió la idea,


y ella la compró, de que su trabajo consistía en salvar vidas
y estar sometido a presiones extraordinarias, con lo cual se
colocó como una especie de “diosecito local”. Dicho sea de
paso, a Jane le resultaba muy gratificante ser la consorte de
semejante personaje, debido a sus profundas inseguridades,
de las que era poco consciente, y a su marcada baja autoes-
tima. Por su parte, y aunque no se notara a simple vista,
Sergio tenía una intensa necesidad de ser visto, precisamen-
te, como un subrogado de Dios, por supuesto debido a que
compartía con Jane, aunque jamás lo reconociera, las mis-
mas inseguridades y falta de autoestima verdadera. Las infi-
delidades, entonces, eran vistas por ambos como “válvulas”
de escape del todo merecidas.
Subtipos:
a) “Diversión y variedad.” El infiel está convencido
de que las aventuras son necesarias para introducir sufi-
ciente variedad en la vida; raramente hace esfuerzos para
revitalizar su relación de pareja y está convencido de que el
aburrimiento es inevitable en un matrimonio; la aventura
puede ocurrir en un contexto social donde “todo el mundo
lo hace”. El fiel legitima las aventuras de su compañero(a)
dado que está convencido de que es incapaz de proporcio-
narle suficiente variedad y diversión para sobreponerse al
aburrimiento del matrimonio. Si las aventuras ocurren en un
contexto social que las permite, el fiel cree que no tiene por
qué cuestionar la norma del grupo, al mismo tiempo que
duda de su influencia y atractivo personal para hacerlo.
h) “Liberación” de las tensiones maritales. El infiel
siente que necesita una válvula de escape, mediante una
aventura, para liberar tensiones extrapareja, por ejemplo las
derivadas de los problemas del trabajo. En este caso no
existe esfuerzo de su parte por solicitar ayuda de su compa-
ñera(o). El fiel permite que el infiel lo sea para reducir, a su
70 LA INFIDELIDAD

vez, las tensiones derivadas de lo que siente como una inca-


pacidad de su parte para ayudar a su compañero(a).
c) “Esperanza.” En momentos difíciles, momentos de
tensión severa, por ejemplo durante periodos de guerra o en
situaciones “de vida o muerte”, puede desarrollarse la inten-
sa “necesidad” de una aventura con la intención de “sentir-
se vivo(a)” y en contacto con otro ser humano. No,se inten-
ta dañar el matrimonio. Si la pareja se encuentra accesible,
el infiel no tiene la expectativa de encontrar solaz y cerca-
nía con ella. El fiel reconoce que su compañero(a) tiene la
irresistible necesidad de una aventura en estas situaciones
especiales de vulnerabilidad. Y, por otro lado, no se siente
con la suficiente capacidad para proveer de la intimidad
necesitada por su pareja en esas circunstancias especiales.
d) “Libertad e independencia.” Para el infiel la rela-
ción de pareja es una estructura que lo constriñe y limita su
libertad. La aventura es entonces la oportunidad de trascen-
der las limitaciones de la relación. En este sentido, el infiel
experimenta la intimidad como atrapante y asfixiante. El
fiel también teme a la intimidad y comprende la necesidad
de su compañero(a) de disfrutar de mayor independencia de
la que es posible en el matrimonio. Existe un acuerdo entre
los dos en el sentido de que la naturaleza del matrimonio es
limitante (y lo es, por supuesto) y, sobre todo, asfixiante.
e) “Matrimonio abierto.” Para el infiel la aventura se
da en un ámbito de comprensión tal que legitima cierto
número de relaciones extraconyugales para ambos esposos.
El número, frecuencia y naturaleza de las aventuras variará
de acuerdo con los términos y condiciones acordadas. Para
el fiel, si lo es, no existe, aparentemente, conflicto.
f) “Hedonismo.” Para el infiel la búsqueda y obten-
ción de placer es central en su vida; una aventura extrapa-
reja sólo es un placer más al que tiene derecho; no intenta
dañar a nadie y el que se le niegue tenerla le genera una pre-
sión intolerable. El fiel suscribe totalmente la filosofía
MARIO ZUMAYA 71

hedonista de su compañero(a) y ve sus aventuras como una


forma de gratificación plenamente justificada.
4. “Psicoterapia amateur.’^ Williamson (1984), basa-
do en Whitaker, postula este patrón de infidelidad. Su nom-
bre, “psicoterapia amateuf \ indica que una aventura puede
representar un intento de “enredar” a un tercero en la diná-
mica de una relación conflictiva. Éste puede ser el caso para
personas que tienen una relación de pareja “terapéutica” o
“fusionada”; es decir, que fue contraída por ambos para
lograr una “curación” de heridas emocionales sufridas en el
pasado, o bien una relación en la que ambos miembros son
incapaces de “moverse” sin el otro. En estas condiciones, el
involucramiento de un tercero es necesario para lograr cam-
biar una situación que podría ser intolerable. Según este
autor, la decisión implícita o explícita, consciente o incons-
ciente, activa o pasiva, de involucrarse en una aventura es
una decisión colusiva de la pareja.
Un ejemplo: Antonio y Eloísa se casaron hace cuatro
años. Él era hijo de una madre dominante y sobreprotectora
en extremo. Ella, de un padre débil y ausente. Ambos per-
petuaban el patrón aprendido: Antonio era como un hijo
débil y dependiente para Eloísa, quien se mostraba fuerte y
protectora. Cuando Eloísa manifestó su deseo de tener
hijos, Antonio se aterró y buscó una amante, que no resultó
ser suficientemente posesiva y dominante como para que
Antonio siguiera jugando el papel de hijo. La relación con
ella indujo a Antonio a darse cuenta de que tenía que “cre-
cer” y aceptar las responsabilidades de ser padre. Cuando
Eloísa se enteró de la aventura de Antonio se sintió muy
angustiada, pero no emprendió ninguna acción, se limitó a
comentar que todo el asunto era una “travesura, sólo una
niñería”. Y tenía razón.
En este caso, la amante jugó un papel “terapéutico”
para inducir a ambos cónyuges al necesario cambio y aban-
donar el papel de “madre” para Eloísa y de “hijo” para An-
tonio.
72 LA INFIDELIDAD

Según Crowe y Ridley (1990), desde un punto de vista


sistémico, la infidelidad entra dentro del gran capítulo de
los triángulos cuya definición es: cualquier interacción en
la cual un tercero compite inadecuadamente en la rela-
ción de la pareja y tal competencia es resentida por cual-
quiera de sus miembros.
Por supuesto, definir qué es “inadecuado” resulta im-
posible. Una afición intensa y absorbente, una relación de
trabajo apasionada y demandante, una familia posesiva pue-
den ser ejemplo y ocasión de “infidelidad” si compiten con
la pareja o bien ésta resiente tal estado de cosas.
Sistémicamente, es posible hipotetizar que la infideli-
dad, entendida como una situación triangular, sirve a varias
funciones:
a) Como un “regulador de distancia” que mantiene la
intimidad emocional y física de una pareja en un nivel
“seguro”, debido a la dificultad de los integrantes de la
pareja para lograr o tolerar un grado intenso de intimidad.
b) Para proporcionarle excitación a una relación abu-
rrida y desvitalizada.
c) Como “medidor” que posibilita a la pareja revisar su
compromiso mutuo y hacer la elección pertinente, en el sen-
tido de continuar o no juntos.
Es importante señalar que esta conceptualización de la
infidelidad según su patrón, significados y posibles funcio-
nes, es apenas la simplificación de un tema mucho más
complejo. Una aventura tiene, habitualmente, diferente sen-
tido, o más de un significado, para los tres participantes en
ella.
Capítulo V

Tratamiento y superación de la crisis


Cuando dos personas están juntas por pri-
mera vez, sus corazones arden y su pasión
es enorme. Después de un tiempo continúan
amándose... pero de diferente forma: tibia y
dependiente.

Marjorie Shostak, Nisa: The Life and


Words ofa Kung Woman

La primera traición es irreparable.


Provoca una reacción en cadena de nuevas
traiciones, cada una de las cuales nos aleja
más y más del punto de partida de la
traición original.

Milán Kundera,
La insoportable levedad del ser
74 LA INFIDELIDAD

Este capítulo tiene dos intenciones: la primera de ellas es la


de dar a conocer al público en general cómo es que un psi-
coterapeuta de pareja, en este caso yo mismo, entiende lo
que es un esquema y proceso de psicoterapia de pareja cuyo
motivo de consulta es la ocurrencia de infidelidad. Por su-
puesto, no pretendo que este esquema sea el único ni el ver-
dadero, espero que sea rápidamente superado y lo único que
sé de cierto, es que seguramente estará lleno de inexactitu-
des. La segunda intención es la de presentar a mis colegas
psicoterapeutas y especialistas en salud mental, cómo es
que este psicoterapeuta piensa. Se aceptan, de antemano,
todo tipo de críticas y sugerencias.
Como hemos visto, la infidelidad es la expresión de di-
ficultades en el seno de una pareja; es la manifestación de
un desacuerdo conyugal que cuestiona el desarrollo afecti-
vo de uno u otro y, frecuentemente, de los dos miembros de
la pareja.
Estas dificultades —cuya expresión no es infrecuente
en la vida de las parejas de todas las condiciones sociales,
de todas las confesiones u opciones filosóficas— alcanzan
un campo más amplio que el de las explicaciones que el
terapeuta puede proporcionar; escapan a las terapias que
necesariamente el especialista debe proponer para procurar
superar o, mejor dicho, resolver estas dificultades que son
signos profundos de una patología social.
La infidelidad y sus protagonistas han sido colocados en
la picota por la sociedad y sancionados por sus representan-
tes con medidas de condena social, religiosa y legal debido a
las intensas emociones que provoca en cada uno de nosotros,
y en nuestros Jueces, sólo nombrarla. Precisamente por ello
creo que la infidelidad, su origen y consecuencias, al englo-
bar aspectos emocionales y no de otro tipo, ha de ser plan-
teada en un escenario terapéutico que favorezca su com-
prensión y resolución adecuada.
MARIO ZUMAYA 75

¿Cómo se logra pasar del deber conyugal recíproco a


un compromiso mutuo, de la fidelidad pasiva en que se apo-
yaba en el pasado, a una fidelidad activa y constructiva en
el futuro; de la creencia a la fe, de la resignación a la luci-
dez..? ¿Cómo aumentar la libertad y responsabilidad en las
relaciones entre los sexos?
Para lograrlo, los profesionales de la salud mental ha-
bremos de plantear y contestar las siguientes preguntas:
¿Qué significa esta aventura? ¿Qué la motiva? ¿Cuál es su
mensaje implícito? ¿Qué se está evitando a través de ella?
¿Permite la infidelidad que esta relación de pareja continúe
o cristaliza una salida de la misma?
Las respuestas que demos a las personas que nos con-
sulten tendrán que ser del todo honestas; un asunto que
involucra el secreto, la traición y la deshonestidad no puede
ser tratado de la misma manera.

El descubrimiento

El que una pareja reciba tratamiento a consecuencia de


la infidelidad depende de su descubrimiento fuera o dentro
del consultorio del especialista. Cuando la pareja llega a
consulta expresando como queja fundamental el descubri-
miento de tal infidelidad, se encuentra en un estado de cri-
sis que puede ser agudo, si el descubrimiento tiene menos
de tres meses, o crónico, si es que tiene más tiempo. Como
toda crisis, definida como la incapacidad de la pareja para
hacer frente a la nueva situación con sus recursos habitua-
les, para resolverla se necesitará desarrollar nuevos meca-
nismos de atontamiento, producto de los recursos psicoló-
gicos que la pareja pueda tener o no.
Toda crisis implica un peligro y una oportunidad, peli-
gro de no superarla y oportunidad de trascenderla y, de he-
cho, enriquecer o revitalizar la relación. Los miembros de la
76 LA INFIDELIDAD

pareja en crisis presentan un conjunto de pensamientos, sen-


timientos y conductas cuya intensidad va en función del
tiempo que ha transcurrido desde el descubrimiento hasta la
llegada de la pareja al consultorio.
Un caso puede ser que el descubrimiento haya ocurri-
do recientemente, menos de tres meses. Dependiendo del
4

tipo de patrón relacional que hayan construido de manera


general y en términos emocionales los miembros de la pare-
ja, el que ha permanecido fiel llega con un proceso afectivo
que puede fluctuar desde la desesperación más acentuada
con la expresión de angustia, enojo y decepción, hasta el
más profundo abatimiento que se hace aparente por medio
de tristeza y, clínicamente, depresión. El infiel, por su parte,
suele presentar un estado emocional signado por sentimien-
tos de culpa y ansiedad por el futuro de la relación.
Como un todo, la pareja está en un proceso de profun-
da ambivalencia: ambos miembros oscilan entre continuar
con la relación o no y, sobre todo, cómo hacerlo.
Las razones del que ha permanecido fiel para continuar
con la relación son fundamentalmente dos:
a) Mejorar una relación que sabe, consciente o incons-
cientemente, que no funcionaba de la mejor manera.
h) Vengarse del infiel.
Las razones del infiel:
a) Reparar el daño que ha causado y mejorar la relación.
b) Continuar con el mismo patrón de infidelidad.
Las razones que ambos comparten para continuar con
la relación son, generalmente:
a) Estar convencido(a) de que no podrá vivir sin el otro.
h) Dependencia económica.
c) Convencionalismos sociales.
d) Los hijos.
Por otro lado, las razones, miedos, para NO continuar
con la relación son:
MARIO ZUMAYA 77

1. En el fiel:
a) Temor a una nueva infidelidad.
2. En el infiel:
a) Temor de que “su error” se convierta en chantaje
perpetuo que limite su actividad (incluyendo nuevas infide-
lidades de su parte).
b) Temor a que le hagan lo mismo.
Las razones que comparten para no continuar:
a) Tener, al fin, una excusa, suficientemente poderosa,
para salir de una relación deteriorada.
b) Intuir, con base en la crisis en que se encuentran, la
necesidad de un cambio suficientemente radical en el patrón
de la relación que hasta ese momento han construido.
Todo terapeuta debe estar preparado para lo que la cri-
sis implica:
a) Llamadas telefónicas fuera de las horas de consulta.
b) Requerimiento de más tiempo de consulta.
c) Y, por sobre todas las cosas, necesidad de cada
miembro de la pareja de sentirse entendido y de que el tera-
peuta se convierta en su aliado (unilateral) para apaciguar al
fiel y castigar al infiel, pretensión que puede manifestarse
en el requerimiento de sesiones individuales.
Si el descubrimiento de la infidelidad tiene más de tres
meses, generalmente se ha establecido un patrón que con-
tiene la ambivalencia ya comentada, más la presencia de
resentimiento mutuo, explícito o no.
En el infiel ese resentimiento existe por no ser perdo-
nado y en el fiel por no sentir que su compañero(a) haya
logrado ganarse su confianza nuevamente. En este caso los
miembros de la pareja han experimentado o experimentan
interminables sesiones de petición de detalles.
a) De parte del fiel, acerca de las condiciones de la
infidelidad (dónde, cuándo, cuántas veces) y de las caracte-
rísticas del “otro(a)”, de las razones que lo hacen mejor que
uno(a) (“¿hace mejor el amor que yo?”, “¿es más bonita?”,
“¿más joven ?”).
78 LA INFIDELIDAD

b) Por parte del infiel, las peticiones son fundamental-


mente de olvido y de perdón (“no tuvo importancia”, “sim-
plemente sucedió”, “no sé cómo ocurrió”, “tú y los niños
son lo que realmente me importa”).

El terapeuta

La crisis en sí misma pone a prueba al terapeuta en varios


terrenos:
aj En el de la básica y adecuada comprensión del caso.
¿7) En el de los ineludibles aspectos éticos que este tipo
de casos conlleva.
c) En el de la toma de una posición clara y abierta fren-
te a la pareja que lo consulta.
d) Y en el fundamental terreno de su eficiencia, es decir
la posesión o no de la necesaria y suficiente habilidad estra-
tégica y técnica para el manejo de la problemática particular.
Me explico: el caso en sí mismo puede tocar de lleno
aspectos conscientes e inconscientes del terapeuta. Este
puede provenir de una familia en la cual se dio la infideli-
dad y, de esta manera, el caso podría evocarle sentimientos
que pueden llevarlo a aliarse a uno de los miembros del
caso, haciéndolo menos imparcial.
El terapeuta puede también haber vivido o estar vi-
viendo una situación en la que es infiel o su pareja lo es, con
lo que su comprensión de sí mismo y del caso podría estar
limitada, o bien nuevamente su imparcialidad sería bastan-
te cuestionable. El terapeuta puede o no, debido a su posi-
ción ideológica, dependiente a su vez de la clase socioeco-
nómica y cultural a la que pertenezca, su religión o edad,
plantear abierta y claramente frente a la pareja que lo con-
sulta cómo entiende lo que les pasa y los pasos que deben
darse para resolver la crisis y lograr la ulterior reconstruc-
MARIO ZUMAYA 79

ción de la relación, o su “necesaria” disolución, que habrá


de ser definida, siempre, por la pareja, NO por el terapeuta.
El terapeuta puede o no ser especialista en familia o
pareja. Puede, de hecho, ni siquiera ser terapeuta y sólo
haber recibido una delgada capa de barniz psicoterapéutico,
como en el caso de los psicólogos y psiquiatras que no han
recibido entrenamiento específico en psicoterapia. Un tera-
peuta no experimentado en estas áreas y que se dedique de
manera exclusiva a la psicoterapia individual carece de las
herramientas teórico-prácticas para manejar adecuadamen-
te estos casos.
Por ejemplo, un terapeuta joven, digamos menor de
treinta y cinco años, soltero, entrenado en psicoterapia indi-
vidual, católico ortodoxo, miembro de una familia en la que
se dio una infidelidad por parte de la madre y en la que no
ocurrió el deseable (debido a la infernal relación matrimo-
nial que siguió) divorcio por razones religiosas y sociales,
atiende a una pareja judía de origen europeo, con diez años
de matrimonio, sin hijos, en la que ella es infiel. Es más que
probable que los factores conscientes, en cuanto a diferen-
cias de edad, culturales y religiosas, sumados a los incons-
cientes lleven al terapeuta a no saber o no poder conducir el
proceso de la pareja a un resultado satisfactorio para nadie.
Aquí me resulta del todo relevante explicar el tipo de
orientación teórico-práctica a la que me adscribo: creo que la
psicoterapia es una forma especializada de conversación y
no una actividad médica en sentido clásico, y considero que
la práctica psicoterapéutica se encuentra más emparentada
con la filosofía y las ciencias sociales que con la medicina.
El modelo médico que busca causas para las enferme-
dades y de ahí su tratamiento no es aplicable a los proble-
mas que presentan las parejas en consulta, ya que estos pro-
blemas del vivir, de la interacción entre seres humanos,
eventualmente se derivan de condiciones psicológicas anó-
malas en uno o los dos miembros, condiciones que pueden
80 LA INFIDELIDAD

ameritar tratamiento psicofarmacológico de parte de un psi-


quiatra.
La psicoterapia, en cambio, comprende un conjunto de
técnicas diseñadas para inducir al cambio deseado por los
consultantes, y la metodología pertinente para evaluar la di-
mensión y dirección de dicho cambio.
Resulta quizá obvio y redundante, pero ético y prácti-
co, señalar que las “consultas” de “especialistas” radiofóni-
cos, televisivos y periodísticos sobre la conveniencia de
continuar o no una relación de pareja en la que la infideli-
dad se da o dio son imprácticas y sobre todo poco éticas.
Esas consultas producen generalmente más confusión en
sus solicitantes y, por lo tanto, daño.

Esquema general

El contrato

En cualquier caso, el terapeuta ha de plantear un compro-


miso en cualquier dirección para lo cual ha de plantearse y
plantear un árbol de decisiones (Nichols, 1989).
Ante la crisis, puede darse un contrato de terapia de
pareja o no. Si no hay contrato de pareja, se plantea una tera-
pia individual (Fig.l, nivel 1), que puede llevar a resolver la
ambivalencia, de ahí a la reconstrucción de la pareja desde
una postura individual o la ruptura, y de ahí al fin de la tera-
pia.
Si hay contrato de pareja, se derivan:
a) La. resolución de la ambivalencia (nivel 2), y de ahí
al divorcio o a la reconstrucción de la pareja, y de ahí a la
finalización de la terapia.
b) Contrato de pareja, terapia de la misma, reconstruc-
ción de la relación (nivel 3) o divorcio, y de ahí a la finali-
zación de la terapia.
Fig.l. Adaptado de Fisher, B. L. y R. W. Calhoun, ‘“I Do and I Don’!’; Treating Systemic Ambivalcnce”, en J. F. Crosby, When
one want.s out and the other doesn’t. Doing therapy with polariz.ed couples, Nueva York, Brunner/Mazel, 1989.
82 LA INFIDELIDAD

Basado en las metas de los consultantes acerca del tra-


tamiento, el contrato terapéutico, las interacciones que se
den acerca del establecimiento de metas y la identificación de
los problemas por resolver en la relación, el terapeuta for-
mulará hipótesis de trabajo acerca del problema, la relación
de la pareja y las posibles estrategias de tratamiento. Más
que coleccionar datos y realizar intervenciones al azar, el
terapeuta colecta la información, verifica con cada miembro
si lo que entiende de la pareja es real e interviene de mane-
ra organizada para comprobar sus hipótesis. Usando la veri-
ficación de las hipótesis, el terapeuta desarrolla entonces
una estrategia de tratamiento congruente que es diseñada
para el logro de las metas de los consultantes.
Los miembros de una pareja entran en tratamiento para
resolver su ambivalencia hacia la relación y la continuación
de la misma; en ese momento la atención del terapeuta se
centra en el procesamiento de la información de ambos
miembros acerca de su relación, clarificación de valores y
toma de decisiones.
Las metas del nivel 2 son únicas; no son ni ajuste de
cara al divorcio, ni terapia de pareja. En lugar de ello, las
metas de este nivel están focalizadas a la resolución del
dilema en uno solo de los miembros que desea dejar la rela-
ción o permanecer en ella. La resolución de tal dilema pue-
de significar:
a) El facilitamiento de la decisión en el sentido de con-
tinuar con la relación.
b) El facilitamiento del procesamiento de la informa-
ción acerca de la ocurrencia del dilema en este momento.
Mi preferencia es la creación de un contrato de pareja.
Cuando este dilema particular ocurre, creo que hacer esto
reduce el trauma y el dolor asociados a esta experiencia pro-
moviendo mayor autocomprensión individual y de la pare-
ja como un todo. También prefiero establecer un marco
temporal para la terapia; establecer límites para la duración
MARIO ZUMAYA
83

del tratamiento no sólo ayuda a persuadir a aquellos miem


bros que no la desean del todo, sino que fuerza a la pareja a
trabajar en el logro de sus metas de manera más consciente,
sabiendo de antemano que “no tienen toda la eternidad por
delante”.
Existen algunos beneficios que se derivan de guiar a la
pareja hacia el nivel 3. Primero, cada miembro de la pareja
puede lograr una mejor comprensión acerca de su conducta
en esta relación y puede trabajar para cambiar en futuras
relaciones (que incluyen la actual). Segundo, las metas del
nivel 3 están dirigidas a la construcción de una nueva pers-
pectiva acerca de uno mismo, de su compañero(a) y de la
relación en sí misma. Los miembros de la pareja tienen,
generalmente, teorías sesgadas acerca de su contribución en
la relación y acerca de lo que legítimamente puedan espe-
rar; si se les pregunta quién ha contribuido más acerca de la
permanencia de la relación los dos contestarán al unísono.
“Yo”; si se les pregunta quién critica más a quién los dos
dirán a coro: “Yo no.”
La elaboración de expectativas más reales es otro as-
pecto de las metas del nivel 3. Un beneficio adicional final
del trabajo de este nivel es el incremento de la posibilidad
de un acuerdo mutuo acerca de continuar o dejar la relación.
Uno de los aspectos más devastadores del divorcio es el
impacto de una decisión tomada de manera unilateral. El
miembro que decide salir de la relación frecuentemente ex-
perimenta culpa y confusión, en general directamente pro-
porcionales, si es que todavía existe un compromiso en él o
ella hacia la relación y hacia su compañero(a), al daño y
enojo del miembro que no participa de la decisión. He en-
contrado que trabajar con la pareja facilita la recuperación
de cada miembro en el caso de que se suscite el divorcio. Si
uno de los miembros decide dejar la relación pero desea
resolver el dilema con el otro, el foco terapéutico puede ser
84
LA INFIDELIDAD

colocado en la comprensión del rompimiento de la relación,


la contribución de cada uno de ellos y la identificación sub-
secuente de las áreas que necesitan mayor desarrollo perso-
nal (con o sin la pareja).
Para lograr las metas del nivel 3 puede ser pecesario
dividir a la pareja en sesiones individuales. Éste es el caso
cuando uno de los miembros se encuentra excesivamente
enojado acerca del otro o confundido acerca de sus senti-
mientos sobre la relación. Mientras la pareja trabaja en la
resolución de su dilema, la meta es proveerlos con informa-
ción nueva y esquemas alternativos para la comprensión de
la misma y de su actual situación. Este proceso se facilita
con la exploración de las áreas que describiré a continua-
ción.

Areas a explorar

1. Temporalidad. Es importante identificar el nivel de


desarrollo psicológico de cada miembro de la pareja, de la
relación misma y de la familia (si la hay). Por ejemplo, exis-
te evidencia de que la mayor insatisfacción dentro de la
pareja se presenta alrededor de los quince a los veinte años
de matrimonio. ¿Por qué ahora, por qué no ayer o dentro de
seis rneses?, ¿qué ha cambiado y para quién dentro de la
relación para que la infidelidad ocurriera?
2.' Familia de origen. Resulta útil conectar la situación
actual con legados provenientes de las familias de origen de
cada miembro de la pareja. Por ejemplo: ¿alguno de los
padres de uno de los dos fue infiel en una etapa similar?
¿Existe una lealtad de tal magnitud hacia la familia de ori-
gen que deba ser mantenida a costa de la relación? ¿Tiene
uno o los dos miembros de la pareja una excesiva depen-
dencia de los padres o hermanos?
MARIO ZUMAYA 85

Ejemplo: Paco, de treinta años, engaña a su mujer Ana


en una aventura que se inició a los seis meses de matrimo-
nio. Entra a terapia para aclarar los sentimientos de insatis-
facción y enojo con su pareja, que encuentra como razón
para su aventura. Pronto se hace patente que se siente extre-
madamente desleal hacia su madre cuando experimenta
felicidad y satisfacción con Ana. Fantasea que su madre se
encuentra presente en su recámara cuando le hace el amor a
Ana. Se da cuenta de que su madre ha sido infeliz desde que
su marido muriera a los seis meses en un accidente, deján-
dola embarazada de él. De hecho, la madre nunca se recu-
peró de la pérdida. Paco trabajó para separar sus sentimien-
tos de los de ella y para diferenciar su papel como esposo de
su papel como hijo. Comenzó a confrontar a su madre con
su infelicidad preguntándole, durante sus llamadas telefóni-
cas semanales, qué cosas había hecho ella para hacerse a sí
misma feliz. Al principio ella se resintió, pero poco después
aprendió a tranquilizar a su hijo comentándole las cosas
felices en su vida. Pronto Paco se sintió libre para ser feliz
con su mujer y su matrimonio sin tener que ser infiel, amar-
gándose la vida de esa manera y poniendo su relación en
riesgo, y sin experimentar sentimientos de enojo hacia Ana
y de deslealtad hacia su madre.
3. Duelos no elaborados, no comprendidos, en rela-
ción con la familia de origen o hacia relaciones previas.
Después de un año de matrimonio, Tomás y Julieta entraron
a terapia marital por la infidelidad de ella. A las pocas sesio-
nes Tomás insistía en que podrían tener una buena relación.
Julieta había perdido a su padre seis meses antes y la infi-
delidad había sido una especie de fuga para escapar a su
propio dolor.
4. Explicaciones. Es de vital importancia conocer la
teoría personal de cada uno de los dos acerca de lo que está
pasando con la relación. Qué se dicen a sí mismos y al otro
en el sentido de explicarse y explicar lo que ha sucedido. He
86 LA INFIDELIDAD

enfatizado la importancia de esta área porque las explica-


ciones que brinde el terapeuta a la pareja tendrán que tener
sentido o, por lo menos, no estar diametralmente contra-
puestas, con las explicaciones personales que se han dado
ambos.
Ejemplo: María ha supuesto que Roberto le ha sido
infiel y que desea dejar el matrimonio debido a la falta de
respeto mutuo en relación con los padres de ambos. Roberto
está de acuerdo en que “se meten” demasiado con ambos
progenitores, pero le revela, por primera vez, que le ha sido
infiel y que desea dejar el matrimonio debido a la falta de
expresividad sexual en ella. Inadvertidamente, María había
estado trabajando en el área equivocada. Sin embargo, el
terapeuta tiene que tomar en cuenta la teoría de María. Le
puede decir, por ejemplo: “María, no cabe duda de que para
usted el respeto hacia los padres es muy importante. ¿Sería
posible que mostrarse más apasionada en el área sexual
fuera en el fondo una ‘falta de respeto’ hacia los valores de
sus padres?”
5. Valores. De manera central y en relación con la con-
fusión y ambivalencia que rodean al dilema creado por la
infidelidad, están los valores individuales y compartidos. Si
algo es crucial para el terapeuta en la asistencia de los
miembros de una pareja son los valores que ellos sustenten
en relación con el matrimonio, el compromiso, la intimidad,
el divorcio y la infidelidad, así como la comparativa impor-
tancia que cada uno de ellos le dé. La exploración de los
valores puede llevar a una solución más ponderada, menos
reactiva.
Ejemplo: después del segundo aborto de Rocío, Pepe
se sumergió en el trabajo dejando que ella buscara soporte
emocional donde pudiera. En los siguientes seis meses la
amistad de Rocío con Héctor evolucionó hacia una aventu-
ra amorosa y la distancia entre ellos aumentó. Pepe se ente-
ró de la relación de Rocío y, en estado de pánico, solicitó
MARIO ZUMAYA 87

una consulta. En ella Rocío nos hizo saber que sentía no


tener otra salida que abandonar el matrimonio. Estaba ena-
morada de Eiéctor y se sentía demasiado culpable como
para regresar con Pepe. Ambos, Pepe y Rocío, compartían
un profundo compromiso hacia su religión, que desaprobaba
abiertamente el divorcio y promovía el matrimonio. Explo-
rando el conflicto de Rocío entre su sistema de creencias y
su conducta, ella fue capaz de clarificar que su compromiso
hacia la religión era mayor que el sentimiento hacia Héctor;
por lo tanto estableció un compromiso con Pepe para salvar
el matrimonio.
6. Historia. La historia de la infidelidad provee una
valiosa perspectiva sobre la situación actual. ¿Se trata de
una más o es la primera? ¿Por cuánto tiempo estuvo el infiel
cavilando sobre la infidelidad o fue un asunto súbito? ¿Qué
tanto han estado, el infiel y el fiel, conscientes de las nece-
sidades del otro? ¿Ha sido el otro infiel también?
7. Significado. Tengo la convicción de que todos los
problemas relaciónales tienen una función o propósito y que
el significado que le da la pareja ha de ser ineludiblemente
explorado. Por ejemplo: ¿qué le comunica la infidelidad al
que no es infiel? ¿Es una metáfora de toda la relación (o sea,
representa temas como la búsqueda de atención, confirma-
ción, abandono o luchas de poder)? Frecuentemente, la infi-
delidad de alguien puede representar una llamada desespe-
rada de atención; en ocasiones este poderoso ataque hacia la
pareja se realiza con la intención de “probar” el compromi-
so del otro hacia la relación; en otras es usada para balan-
cear el poder dentro de la misma; para buscar que el otro
cambie.
Ejemplo: en una sesión de terapia Nancy le demandaba
a Carlos que cambiara, o lo dejaría por su amante. Carlos,
quien no deseaba estar en terapia, estaba bastante incómodo
y furioso con la situación. En un esfuerzo para unirme a
Carlos e interesarlo en la terapia, se le comentó abiertamen-
88 LA INFIDEUDAD

te la naturaleza chantajista de la'demanda de Nancy. Carlos


le dijo entonces a Nancy que él no deseaba cambiar y ella le
contestó que se iba con el otro. La sesión terminó y ambos
me agradecieron que les hubiera ayudado para aclarar las
cosas. Una vez en casa discutieron hasta el amanecer y pi-
dieron otra sesión para una mayor clarificación en el senti-
do de qué era lo que habría que cambiar en la relación. La
deliberada alianza con Carlos incrementó la oportunidad de
que él pudiera regresar a la terapia para explorar las quejas
y necesidades de Nancy.
8. Agotamiento. Es posible que uno de los cónyuges
esté experimentando un estado de “agotamiento” dentro del
miatrimonio y que esto lo haya llevado a la infidelidad. El
término original de este estado, burnout, fue conceptualiza-
do por Freudenberger en los años setenta para dar cuenta del
decremento en el funcionamiento eficiente o la productivi-
dad en las actividades profesionales. Los efectos del bur-
fiout han sido descritos como sentirse exhausto, cinismo,
sentimientos negativos, decremento de la empatia y sínto-
mas físicos. Es causado por la tensión, la falta de soporte, la
disminución de la confianza y satisfacción, la desilusión de
las expectativas y la ambigüedad. El pronóstico y la recu-
peración del agotamiento dependen de la progresión de los
síntomas. Maslach clasifica tres fases del “agotamiento”:
a) La fase 1 incluye agotamiento emocional y físico.
La fase 2 involucra actitudes negativas, conducta de
evitación y aislamiento, con un decremento en las activida-
des laborales.
c) La fase 3 representa el agotamiento terminal. No
existe recuperación en la fase 3.
Las personas sufrimos de “agotamiento” tanto en nues-
tras relaciones como en nuestras actividades profesionales.
Los mismos síntomas son evidentes en las relaciones y son
causados por las mismas razones: tensión, desilusión,
decremento de la confianza y satisfacción. La prevención
MARIO ZUMAYA 89

siempre es preferible al tratamiento; pero la recuperación


del agotamiento es posible mientras más temprano se le
trate.
Ejemplo: tras veinte años de matrimonio, un divorcio
y un rematrimonio entre ellos mismos, innumerables sepa-
raciones e infidelidades mutuas, Linda y Francisco inicia-
ron un quinto proceso psicoterapéutico, ahora de pareja. A
las pocas sesiones se hizo patente el enorme cansancio que
existía en los dos, que se manifestaba en un estado depresi-
vo en ambos, en cuanto a tratar de salvar una relación cuyo
único pretexto para sobrevivir era la preocupación por el
supuesto “nefasto” impacto emocional de la separación de-
finitiva sobre los hijos. Se citó a una sesión familiar donde,
para la sorpresa de ellos, los hijos, unánimemente, les pidie-
ron que se divorciaran.
9. Costo-benefício. Es importante revisar los costos de
dejar o quedarse en la relación. En este sentido me estoy
refiriendo a los aspectos económico sociales que también
sustentan la relación y que muchas veces son ignorados por
algunas parejas sumergidas en el torbellino emocional de la
crisis.
10. Sistemas más amplios. Es decir, las interfases
entre la relación misma y el trabajo, la familia, los amigos,
la iglesia y la cultura, el cómo y de qué manera se afectan
todas estas relaciones por las consecuencias del dilema de
romper o continuar, una vez que la infidelidad ha ocurrido.
Lo anterior se da por la enorme tentación de “comentar”
con alguien más, generalmente adoptando el papel de vícti-
ma, temas que pertenecen sólo a la pareja; esto crea tensión
y problemas agregados. Por ejemplo, los dos miembros de
la pareja pueden estar afectados por el impacto que pueda
resentir la carrera de ambos.
Ernesto estaba teniendo dificultades en su trabajo debi-
do a que su patrón era su suegro, personaje por demás auto-
90 LA INFIDELIDAD

ritario y controlador. Cuando su esposa Lola se dio cuenta


de la infidelidad de él, se lo comunicó a su hermana y ésta
a su madre. La preocupación de Lola iba a la par de la de
Ernesto, ya que era de lo más probable que la madre se ente-
rara por medio de la hermana; a ella le daría, sin duda algu-
na y debido a su pertenencia a una agrupación religiosa, un
“soponcio” y le diría al padre, quien seguramente, despedi-
ría a Ernesto del trabajo.
11. Diferentes agendas. Por “agendas” me refiero al
conjunto de expectativas conscientes e inconscientes, explí-
citas o no, que llevan a una pareja a terapia. En ocasiones
uno de los miembros de la pareja puede estar usando la tera-
pia misma como una coartada: en el fondo desea dejar la
relación y “hasta tomar terapia” para salvar la relación; tam-
bién puede estar deseando dejar la relación desde un princi-
pio y pretender “dejar a su pareja en las manos del terapeu-
ta” para aliviar sus sentimientos de culpa. Por otra parte, la
pareja en conjunto necesita cambios profundos que no sabe
o no puede plantear de manera articulada y comprensible.
12. Centrípeto y centrífugo. En relación con explorar
el área crucial de la ambivalencia que pueden presentar los
miembros de la pareja cuando la infidelidad ya ha asomado
su rechoncho cuerpo, se hace del todo necesario explorar lo
siguiente:
En términos generales, toda relación está compuesta
de un miembro centrífugo que, por etapas, tiende a desear
salir de la relación y otro centrípeto que, también por eta-
pas, tiende a permanecer en ella. Normalmente se da una
alternancia de etapas e incluso llega a suceder que ambos se
encuentren tratando de salir de la relación (situación de alta
tensión), o de permanecer en ella (situación de armonía y
felicidad). El matrimonio parece ser, a veces, una relación a
corto plazo que a veces dura toda la vida. Como demuestran
los filósofos, lo único realmente constante es el cambio y es
un hecho que ambos miembros de la pareja cambian y no de
manera simultánea sino, las más de las veces, desfasada-
mente.
MARIO ZUMAYA 91

Existen varias dimensiones que hacen que una pareja


decida permanecer o no junta. Levinger (1979) conceptúa-
liza las dimensiones que determinan que una pareja perma-
nezca o se disuelva en dos: “atractivos internos” y “atracti-
vos alternativos” (o externos). Los atractivos internos son
las recompensas que uno encuentra en la vida en pareja.
Uno de los miembros puede sentir atractivos internos posi-
tivos y desear permanecer en pareja: seguridad emocional,
comodidad, estabilidad económica, etcétera. El otro puede
experimentar atractivos internos negativos y sentirse impul-
sado a salir de la relación: aburrimiento, falta de relaciones
sexuales, tolerar a la familia del otro, etcétera. Finalmente
puede no sentir ni atractivos positivos ni negativos y per-
manecer bastante ambivalente hacia su futuro en la relación.
Los atractivos alternativos o externos son aquellas recom-
pensas que uno o ambos miembros de la pareja perciben
fuera de la relación; si los atractivos alternativos son positi-
vos para uno de los miembros de la pareja, éste puede sen-
tirse menos comprometido con la relación y desear dejarla;
si los atractivos alternativos son negativos o no muy positi-
vos para uno o ambos miembros de la pareja, pueden desear
o no dejar la relación por creer que no tienen otra opción.
Otra de las dimensiones que menciona este autor está
representada por el concepto de “barreras”, que son las re-
glas internas o externas que prohíben la separación o el di-
vorcio. Si las barreras son bajas, una pareja tenderá a la diso-
lución de la misma: relación o matrimonio abierto (donde
ambos pueden tener otras parejas sexuales), excesiva inma-
durez emociona], demasiadas facilidades económicas, baja
tolerancia a la frustración y dificultad para enfrentar el
esfuerzo de la negociación continua que representa una rela-
ción a largo plazo, etcétera. Si las barreras son altas, las
parejas tenderán a permanecer juntas a pesar de que existan
atracciones negativas y atracciones alternativas positivas:
92 LA INFIDEUDAD

valores o reglas religiosas rígidas, alta valoración de la vida


en pareja, incapacidad para afrontar la soledad o las conse-
cuencias sociales de la separación y el divorcio, incapacidad
económica, etcétera.
Existe otra dimensión, estudiada por Jurich (1989),
que plantea que tanto la percepción de las dos dimensiones
de Levinger está basada, para cada miembro de la pareja, en
la realidad o en la fantasía. Algunas parejas son bastante
realistas en la apreciación de los atractivos internos y los
alternativos. Otras parejas están perdidas en una serie de
percepciones irrealistas, inadecuadas y hasta fantásticas. Se
ven a sí mismas mucho mejor o mucho peor de lo que son
en cuanto a sus atractivos (apariencia, recursos, habilidad
para enfrentar conjuntamente los problemas) y los atracti-
vos alternativos (parejas potenciales, oportunidades, auto-
nomía). Desafortunadamente el uso de esta dimensión com-
plica bastante las cosas, ya que un miembro de la pareja
puede ser más o menos realista y el otro no serlo para nada.
Por otra parte, el terapeuta no puede basarse en nada que no
sea su propia intuición y experiencia para evaluar esta
dimensión. Sin embargo, el abordaje de esta dimensión es
indispensable para el tratamiento de una pareja ambivalen-
te acerca de la continuación o no de su relación.
En la figura 2 se esquematiza la utilización de las tres
dimensiones anteriores por medio de las cuales podemos
intentar establecer un “diagnóstico” (“ver a través”, según
su etimología) multidimensional e individualizado, que nos
permita implementar estrategias prácticas para la solución
de la problemática de la pareja en consulta.
13. Diagnóstico individualizado. Aquí, utilizando las
tres dimensiones arriba comentadas, existen ocho posibles
categorías que eventualmente son “puras” pero que, de
manera más frecuente, pueden estar “mezcladas” y que sir-
ven para “mapear”, esto es, para ubicar a nuestros consul-
tantes y no “perder la brújula” terapéutica y hacer perder el
tiempo a la pareja.
Barreras bajas

Barreras altas

Atracciones Atracciones
internas alternativas

1. Realistas Realistas Atracciones internas Barreras altas


2. Estables Realistas Atracciones alternativas Barreras altas
3. Idealistas Irreal istas Atracciones internas Barreras altas
atrapados
4. Soñadores Irreal istas Atracciones alternativas Barreras altas
5. Negociantes Realistas Atracciones internas Barreras bajas
6. Realistas Realistas Atracciones alternativas Barreras bajas
vagabundos
7. Corralones Irrealistas Atracciones internas Barreras bajas
8. Mariposa Irrealistas Atracciones alternativas Barreras bajas
emocionales

Fig. 2. Adaptado de A. P. Jurich, “The Art of Depolarization”, en. J. F.


Crosby, When one wants our and the other doesn’t. Doing therapy with
polarizad couples, Nueva York, Brunner/Mazel, 1989.
94 LA INFIDEUDAD

a) Realistas ‘‘forzados”. Son todos aquellos miem-


bros de las parejas que tienen una evaluación realista y
adaptada, es decir satisfactoria, de los atractivos internos de
su relación. Ponderan adecuadamente los puntos “buenos”
y “malos” de sus compañeros(as). Tienen, de manera gene-
ral, barreras altas. Los miembros centrípetos en esta catego-
ría pueden evaluar adecuadamente su relación y desean per-
manecer en ella. Los centrífugos son realistas acerca de los
problemas de la relación pero se sienten atrapados, “forza-
dos”, en ella debido a sus altas barreras. Sus sentimientos
predominantes son los de amargura y frustración.
b) Estables bien cimentados. Éstos poseen una ade-
cuada valoración de los atractivos alternativos a su relación y
si son del tipo centrípeto, dada la existencia de barreras altas,
valoran su relación como la más adecuada para ellos(as). Por
otra parte, los centrífugos también evalúan adecuadamente
las atracciones alternativas, pero, debido a sus altas barreras
para separarse, presentan la frustración como sentimiento
predominante.
c) Idealistas “atrapados”. Éstos(as) son muy idealis-
tas y, por lo tanto, de ideas irreales acerca de sus parejas, su
relación y los atractivos internos que ofrece. El esposo(a)
centrípeto tiende a sobreidealizar a su cónyuge y ver sólo
cosas buenas en él; por lo tanto, está sobreinvolucrado con
alguien que no existe en realidad.
Los esposos(as) centrífugos en esta categoría son más
o menos ingenuos acerca de su compañera en el sentido de
creer que llenará todas sus expectativas; creen que podrían
estar en una relación “perfecta” y por lo tanto la posibilidad
de separación o divorcio es impensable. Frecuentemente,
llegan a ser idealistas desilusionados que se sienten atrapa-
dos, por sus propios ideales, en su relación de pareja. De
manera general, se trata de parejas jóvenes que se casaron
con el primer novio(a).
MARIO ZUMAYA 95

d) Soñadores. Éstos son miembros de parejas que tie-


nen una evaluación irreal de los atractivos alternativos, pero
con barreras altas hacia la separación. Los centrípetos valo-
ran negativamente los atractivos alternativos y a sí mismos,
basados en una idea exagerada de perfección en alguien
más (los padres, los amigos). El resultado de este bajo auto-
concepto es la creencia de que, a pesar de cualquier eviden-
cia en contra, no existe ni existirá alternativa fuera de la
relación actual.
Los centrífugos siempre piensan cosas tales como “el
pasto del vecino siempre es más verde”, de modo que ima-
ginan que hay una muy alta barrera entre ellos y la vida que
sueñan, que a veces se deriva de parámetros publicitarios (la
imagen Televisa de la pareja y la familia, los “discursos” de
Raúl Velasco, por ejemplo). Así, se la pasan soñando en la
vida que ellos creen no tener.

e) Negociantes. Estos miembros de la relación tienen


una visión realista de sus “recursos” (activos) y riesgos
(pasivos) como pareja y no tienen barreras altas para sepa-
rarse. Los centrífugos se dan cuenta de las fortalezas y debi-
lidades de su relación y determinan que las debilidades
pesan más que las fortalezas. Debido a que tienen pocas res-
tricciones para separarse o divorciarse, se sienten libres para
establecer otras prioridades y relaciones.
El centrípeto evalúa realistamente su relación como
“adecuada”, pero se da cuenta de que el divorcio o la sepa-
ración no dejan de ser una opción. No se aferran desespera-
damente a la relación. Los negociantes realistas centrípetos
perciben que, a pesar de sus deseos, nunca obtendrán lo que
quieren de sus parejas, y por lo tanto deciden aceptar sus
pérdidas y dejar la relación.
f) Realistas vagabundos. Éstos tienen una visión rea-
lista acerca de los atractivos alternativos y no tienen barreras
que les prohíban buscarlas. Focalizan mucha de su energía
en cosas fuera de su relación —aventuras, amigos, trabajo—
96 LA INFIDELIDAD

que les significan mayor recompensa que la que obtienen de


la relación misma. Tales miembros detentan mucho poder
ante su pareja, porque, como anteponen otros intereses a los
de la relación, se encuentran menos comprometidos que sus
compañeros en que continúe. Por lo tanto, están en ventaja.
Su permanencia en la relación está determinada por la com-
paración realista entre los atractivos alternativos y su pode-
roso papel dentro de la relación presente.
El miembro centrípeto también evalúa de manera rea-
lista los atractivos alternativos y sus propias desventajas;
pero sus barreras son altas para buscar la separación. Por
eso, lo más seguro es que decida trabajar en el mejoramien-
to de su relación actual.
g) Correlones. Éstos tienen una visión poco realista de
los atractivos internos y bajas barreras para buscar la sepa-
ración. De manera similar a los idealistas atrapados tienen
expectativas irreales de sí mismos y de sus compañeros,
pero no tienden a sentirse atrapados, dado que se sienten
libres para huir de los problemas de la relación si así lo
desean. Los correlones centrífugos tienen altas expectativas
acerca del otro miembro de la relación, y si éste no las cum-
ple las utilizarán como excusa para escapar de la relación
mediante, por ejemplo, la infidelidad. Generalmente estos
centrífugos son “adictos” a la excitación que les produce
una relación nueva.
Los correlones centrípetos tienen también altas expec-
tativas acerca del otro pero, debido a un pobre autoconcep-
to generado por su falta de capacidad para cumplir expecta-
tivas exageradas acerca de sí mismos y del otro, temen salir
de la relación, y corren hacia su compañero con ideas irrea-
les, pintando una imagen ideal de la relación y negando los
problemas. Corren, pues, hacia la fantasía, y tienden a resis-
tirse a los cambios porque su mundo descansa en esa frágil
ilusión.
MARIO ZUMAYA 97

h) Mariposas emocionales. Tienen una percepción de


los atractivos alternativos muy poco real y barreras muy
bajas para la separación; así, al sobre o subestimar los atrac-
tivos externos están en una posición desventajosa para eva-
luar sus recursos personales. El o la mariposa emocional
cree en las imágenes creadas por los medios de comunica-
ción acerca de las relaciones y trata de reproducirlas en su
vida, distorsionándolas. Por supuesto, pone frecuentemente
en riesgo su relación al involucrarse en multitud de aventuras
extrapareja en un intento de llenar sus expectativas irreales.
La mariposa emocional centrípeta también tiene una
imagen distorsionada acerca de los atractivos externos, ima-
gen que puede ser muy negativa o sobreestimada y presumir
a su compañero(a) como un trofeo y ganar así más status
ante los ojos de los atractivos externos.
14. Tareas terapéuticas indispensables. El tratamien-
to de los individuos y parejas que tienen que lidiar con las
consecuencias de las aventuras extrapareja representa todo
un reto. Nuestros consultantes son ambivalentes, están lasti-
mados, cegados por el afecto, se sienten culpables, enojados
y atemorizados, entre otras cosas. Algunos están embarca-
dos en la búsqueda de venganza, mientras que otros buscan
esconder todo bajo el tapete mientras la crisis pasa. Las
metas de tratamiento y su formato están relacionados con el
tipo de aventura de que se trate, al patrón de la relación que
ha “producido” la infidelidad y a la etapa del tratamiento en
sí mismo.
La crisis del descubrimiento lleva a muchas parejas al
tratamiento. Otras llegan, individualmente o juntos, antes
de la revelación de la aventura con la esperanza de resolver
su dolorosa situación. Durante el tratamiento la pareja habrá
de encarar muchas decisiones. ¿Deberá revelarse la aventu-
ra? De hacerlo, ¿concluirá la aventura misma o la relación de
pareja, el matrimonio? ¿Desea cada uno de los miembros de
la pareja trabajar en ella?, ¿trabajar con ellos mismos en lo
98 LA INFIDELIDAD

individual? ¿Podrán ser honestos? ¿Podrán resolver sus


diferencias? ¿Podrán perdonar las traiciones ocurridas en el
pasado? Si la relación de pareja o el matrimonio termina,
¿podrán realmente terminar el uno con el otro?
El dolor asociado con la revelación de la aventura es
agotador tanto para la pareja como para el terapeuta. Para el
miembro de la pareja que descubrió la aventura representa
el fin del mundo. El terapeuta debe asegurarles que han
venido a tratamiento para entender qué ha pasado, qué está
pasando y que las decisiones principales habrán de ser pos-
puestas hasta que logren entenderlo. El terapeuta debe dar
esperanza donde sólo hay desesperación.
Uno de los aspectos más difíciles del tratamiento es
que el miembro fiel se obsesiona con la aventura que ha
descubierto. Sin embargo, la aventura no es la única traición
entre los miembros de la pareja: juntos han creado una
situación que la ha hecho posible. El terapeuta necesita ayu-
dar a la pareja a desarrollar una definición compartida de
los problemas que subyacen en la relación.
Las parejas que desean evitar el dolor y el intenso tra-
bajo de reconstruir su relación buscan, desesperadamente,
un perdón fácil, un “olvidémoslo todo para que todo vuelva
a ser como antes, querida(o)”, y esperan que eso les permi-
ta moverse, como enjuego de niños, “directamente a la sali-
da sin haber pasado por la cárcel”. El terapeuta no debe
coludirse con la pareja y cuestionar si esa manera de pensar
puede funcionar o no, y así ayudarlos a hablar de sus temo-
res acerca de su incapacidad para manejar su dolor. A veces,
sin embargo, algunas parejas no tienen la suficiente fe en sí
mismos para encarar la situación.
La reconstrucción lleva un largo tiempo, ya sea enfo-
cada en la relación o en los individuos. Sin la brújula de sus
patrones habituales, los miembros de la pareja se sienten
totalmente desorientados. Alternan continuamente entre
buscar desesperadamente la vieja brújula y cautos intentos
MARIO ZUMAYA
99

en la exploración de nuevos territorios. La identificación de


los patrones y los “temas” o “mitos” de las familias de ori-
gen hace la situación más comprensible. Después de apren-
der a ser honestos consigo mismos y con su pareja, podrán
tomar las decisiones pertinentes acerca de la viabilidad de
su relación.
El perdón es la fase final de la terapia y conlleva la ter-
minación de la aventura. El perdón va en las dos direccio-
nes y es importante para toda pareja que termina su rela-
ción, como para aquellas que resuelven sus problemas y
continúan juntos.
Para el terapeuta el campo está minado y si es ingenuo
puede ser una nueva baja en este campo lleno de cadáveres.
Entrarle a estas cosas requiere habilidades y destrezas, es un
trabajo demandante y agotador emocionalmente, aunque,
por supuesto, también muy satisfactorio.
Ayudar a la pareja y a los individuos a reconstruir sus
vidas después de una infidelidad es “trabajo pesado”, emo-
cionalmente hablando. La responsabilidad del terapeuta
está en el proceso de tratamiento; la responsabilidad de las
decisiones es de la pareja.
Cuando nuestros consultantes están involucrados en
una aventura, aun cuando ésta sea satisfactoria, se encuen-
tran de alguna manera lastimados dentro de su relación de
pareja, y esto se debe, la mayoría de las veces, al patrón que
han construido. La aventura indica que desean algo mejor
en su relación y sus vidas, pero no saben cómo conseguirlo
de manera honesta. Es habitual que no tengan claridad acer-
ca de qué quieren y, por el contrario, suelen saber muy bien
qué es lo que no quieren. Su dolor es lo que los lleva a tera-
pia y saben bien que, en algún nivel, ese dolor es un requi-
sito para el cambio en la forma en que hasta ahora han
manejado sus relaciones íntimas, fundamentalmente con
ellos mismos.
100 LA INFIDELIDAD

Nuestras reacciones como terapeutas hacia las aventu-


ras de nuestros consultantes se originan en lo que hemos
aprendido, generalmente en nuestra infancia, acerca de la
traición y el abandono. Y de esta manera podemos:
a) Sentirnos inclinados a disculpar al infiel, o bien a
considerarlo como alguien cruel.
h) Tratar de proteger al lastimado y desesperado fiel.
c) Estar asustados por la posibilidad de revelar la aven-
tura y coludirnos con el infiel en el secreto.
d) Podemos tener secretos nosotros mismos que no
deseamos que sean revelados.
e) Podemos querer que el secreto sea revelado pero
que esto no lastime a nadie (fantasía que también tienen
nuestros consultantes).
¿Creemos realmente que la confianza puede ser re-
construida? ¿Es suficiente si el infiel se ha disculpado?
Cuando podemos estar abiertos a lo que nuestros con-
sultantes tengan que decirnos, separando nuestros temores
de los de ellos, absteniéndonos de hacer juicios morales o
adoptando actitudes que nos separan a "nosotros” de "ellos”,
podremos ofrecerles algo, una oportunidad, que no se torne
en una nueva traición. Como afirma Emily Brown: "la infi-
delidad no es el mayor de los pecados”.

¿Abrir o no abrir la infidelidad?

Un primer y esencial problema que se nos plantea como


terapeutas es el de ayudar a solucionar el dilema de abrir o
no abrir la infidelidad cuando ésta aún no ha sido descu-
bierta por el miembro de la pareja que permanece fiel.
Como ya había expresado, considero que el miembro de la
pareja que supuestamente ha permanecido fiel siempre sabe
que el otro no lo es, pero no sabe que lo sabe, por la ope-
ración de sus mecanismos de defensa.
MARIO ZUMAYA un

Ahora bien, creo que la integridad y honestidad del


proceso terapéutico con las parejas depende del estableci-
miento de una comunicación abierta y honesta. El terapeu-
ta no puede ser ni eficiente ni eficaz si se convierte en cóm-
plice de un miembro de la pareja en el manejo encubierto de
la verdad. Para el logro de tal comunicación, el terapeuta ha
de desarrollar un clima de confianza con sus consultantes,
lo que sólo es posible después de varias sesiones. Es espe-
cialmente importante no proporcionar sesiones individuales
al principio del tratamiento (primeras tres o cuatro sesio-
nes), ya que los consultantes, sobre todo tratándose de una
pareja cuyo problema radica en la ocurrencia de infidelidad,
son especialmente hábiles para hacer del terapeuta su cóm-
plice si lo ven a solas. Cuando el infiel le “suelta” al tera-
peuta la verdad, usualmente dice “pero no se lo diga a mi
esposa(o)”. Esto sólo es señal de la extrema ambivalencia
que puede presentar el infiel, ya que con una mano “ofrece”
el secreto, mientras con la otra quita la posibilidad de que
sea utilizado para fines terapéuticos. Lo que debemos enten-
der aquí es que el infiel (quien considera al terapeuta una
persona honesta), está pidiendo ayuda para manejar su
ambivalencia, y que en realidad está diciendo “no quiero
lastimar a mi esposa(o)”. Lo que el infiel trata de hacer es
evitar el dolor y la rabia del otro y, al mismo tiempo, dejar
de esconderse y mentir.

¿Cuándo no revelar la infidelidad?

Existen, de manera general, algunas condiciones especiales


en las que revelar la verdad es totalmente contraproducente:
a) Cuando existe evidencia o sospecha de que el que ha
permanecido fiel, podría utilizar la violencia extrema para
manejar la ofensa. En estos casos, la seguridad de ambos
miembros de la pareja, e incluso la del mismo terapeuta, es
prioritaria.
102 LA INFIDELIDAD

h) En aquellos casos, en los que existe evidencia o sos-


pecha de que la revelación de la infidelidad llevaría a situa-
ciones legales del todo destructivas. Por ejemplo, con una
pareja que está en proceso de divorcio sin haberlo finiquita-
do. En esta situación podría estar enjuego la custodia de los
hij os o la pérdida de bienes materiales.
c) Cuando el miembro fiel de la pareja se encuentra
en un estado de postración física por enfermedad o sufre de
una discapacidad seria y permanente. La revelación de la
infidelidad podría agregar sufrimiento innecesario.
Excepto en las situaciones comentadas, considero, con
la mayoría de los terapeutas por mí conocidos, que las
aventuras extrapareja actuales o recientes, no las que
ocurrieron hace años (¿para qué?), deben ser “abiertas”
de la manera más pronta y cuidadosa en el escenario
psicoterapéutico. Subrayo en el escenario terapéutico ya
que, en mi experiencia, abrir la infídelidad en casa, en
un momento de “sinceridad”, siempre resulta contra-
producente; como ya hemos visto, abrir la infidelidad, en
el mejor de los casos, lleva a la pareja a terapia pero esto
ocurre en un porcentaje mínimo de los casos.
De hecho, para el que esto escribe es un requisito
indispensable, si la pareja y el terapeuta han decidido em-
barcarse en la aventura terapéutica, que la aventura sea
conocida por el que ha permanecido fiel, o bien, estirando
un poco la ética, si el infiel termina con la aventura a la bre-
vedad posible.
Eventualmente, el miembro supuestamente fiel no lo
es o no lo ha sido recientemente, y si es éste el caso debe
comunicarlo a su compañero(a). Glass y Wright (1988)
apuntan:

Es del todo inapropiado conducir una terapia de pareja cuando


existe una alianza secreta entre uno de los miembros de la
pareja con un amante que es, a su vez, soportada por otra alian-
MARIO ZUMAYA 103

za secreta, ahora entre el miembro involucrado en la aventura


y el terapeuta.
Un punto esencial es tomarse todo el tiempo posible para el
manejo global del proceso terapéutico, ya que la pareja
tiene varias tareas por realizar para las que va a necesitar de
este recurso en abundancia: tiempo para abrirle la aventura
al otro; tiempo para experimentar y procesar el impacto de
la revelación y los sentimientos de furia y decepción que
ésta evocará; tiempo para entender lo que ha pasado y para
decidir qué hacer y, sobre todo, tiempo para resolver los
temas que se encuentran detrás de la infidelidad.
Una vez que la aventura es revelada dentro del escena-
rio terapéutico, o que la pareja que llega a consulta es una
que ya descubrió la aventura, lo que sigue es el manejo con-
creto e inmediato de varios temas.
La obsesión. Para ser eficiente, el terapeuta debe di-
solver la obsesión con la aventura que se genera en el miem-
bro fiel. Esto requiere un cambio de dirección de la atención
que debe pasar del “si está bien o mal” lo que pasó a la
exploración de las motivaciones conscientes e inconscientes
para que esa aventura ocurriera. Éste es el tema principal en
el manejo de la crisis. La tarea requiere cierta terquedad de
parte del terapeuta en no quitar el dedo del renglón, o de la
herida, si se prefiere. El renglón, nuevamente, son las moti-
vaciones conscientes e inconscientes en ambos miembros
de la pareja para que la aventura fuera “necesaria”. Recalco:
el patrón de relación de la pareja es lo que ha producido la
infidelidad. Esto no quiere decir que el fiel haya “obligado”
al otro a serle infiel; nadie obliga a nadie a ser infiel.
Para la pareja en tratamiento, entender esto es ende-
moniadamente difícil, ya que significa cambiar la culpa y la
rabia por la esperanza de ser entendidos.
¿Qué alimenta la obsesión del que ha permanecido fiel?
La obsesión funciona como salida para evitar temas que la
pareja no ha deseado enfrentar en su relación. El fiel toma
104 LA INFIDELIDAD

la batuta en esta parte del drama mientras que el infiel trata


de calmarlo y le pide disculpas. En realidad, no importa qué
tanto se disculpe y le dé explicaciones: nunca son suficien-
tes. El ciclo va de la siguiente manera: “¿c(5mo pudiste
hacerme eso, cómo pudiste mentir tanto?”, “¿qué te he
hecho para que me lastimes tanto?”, ‘‘¿cómo fue?”, “¿cuán-
tas veces?”, pregunta el fiel. Y el infiel responde: “No tuvo
ninguna importancia, en realidad no sé ni cómo pasó, te juro
que tú eres la única que me importa...” y así, mil veces o
hasta el infinito; nunca es suficiente y el ciclo se repite una
y otra vez a cualquier hora del día o de la noche y en los
lugares más insospechados, sobre todo en la recámara a las
tres de la madrugada...
Sin embargo, es útil para todos, incluido el terapeuta,
conocer algunos detalles de la aventura.
En esta fase inicial, el terapeuta debe ser empático con
el fiel, pero no condenar al infiel, cosa comparable con an-
dar en la cuerda floja... sin red protectora. El miembro fiel
de la pareja necesita saber que el terapeuta comprende su
rabia y dolor, pero el terapeuta no debe ser empujado a juz-
gar si todo el asunto está bien o mal, porque el infiel nece-
sita saber que no es condenado además por el terapeuta.
Una manera sencilla de quitarse el jaque es insistir en que
en la terapia cada quien hablará por sí mismo, sin necesidad
de aliados.
15. Maniobras técnicas. El terapeuta requiere que la
pareja cambie de posición, de una en la que no gana nada a
otra en la que maneja la aventura como un síntoma de los
problemas mutuos. Esto se puede lograr por medio del desa-
rrollo de una definición compartida de la problemática de
pareja, que será la base para el tratamiento. Esta definición
debe comprender las contribuciones recíprocas de ambos
miembros para haber logrado la creación de un escenario
emocional en el que la aventura es prácticamente “necesaria”.
MARIO ZUMAYA 105

Ahora bien, se sabe que la persona con más poder en


una relación es aquella que define el problema y logra que
los demás estén de acuerdo con esa definición. Para el mane-
jo de la obsesión, es crítico que el terapeuta tenga el poder y
no cualquiera de los miembros de la pareja (usualmente el
que ha permanecido fiel, aunque pueda parecer lo contrario).
De esta manera, el terapeuta define el problema y los miem-
bros de la pareja tienen que redefinirlo, hasta que esa nueva
definición sea una en la que todos, esencialmente ellos,
estén de acuerdo. A reserva de ser reiterativo, pero esto es
esencial, si no existe una definición compartida, la pareja
será incapaz de trabajar en sus problemas.
Para el logro de esta definición, Emily Brown sugiere
hacerle a la pareja las siguientes preguntas orientadoras:
a) ¿Por qué piensan que la aventura ocurrió ahora?
Esto nos indica qué grado de conciencia tienen acerca de los
asuntos que subyacen tras la aventura.
h) ¿Qué cambios ocurrían en sus vidas justamente
antes de que la aventura empezara? Un nuevo bebé, la
muerte de alguien... cualquier tipo de antecedente con peso
emocional suficiente como para desequilibrar a uno de los
miembros de la pareja o a los dos.
c) ¿Cuándo empezaron a ir mal las cosas para alguno
de ustedes o para ambos? ¿Qué tipo de problemas no fue-
ron resueltos o, por lo menos, discutidos? ¿Qué tipo de
habilidades no fueron desarrolladas para el enfrentamiento
de las dificultades o los desacuerdos? ¿Qué tipo de factores
externos han contribuido a la problemática?
d) ¿Qué pasaba entre ustedes, qué tipo de problemas
confrontaban, cuando la aventura ocurrió? ¿Qué tipo de
tensiones confrontaban?
e) ¿Qué los atrajo entre ustedes al principio de la rela-
ción? Las razones de la atracción inicial entre ambos miem-
bros de la pareja frecuentemente llegan a ser la causa de
quejas: si una esposa se sintió atraída porque su futuro espo-
106 LA INFIDEUDAD

SO tenía un carácter “fuerte”, años después puede resentir su


dominio.
f) ¿Durante cuánto tiempo la relación marchó bien?
Preguntar esto le recuerda a la pareja que existen cosas
positivas y agradables entre los dos y, al mismo tiempo, pro-
vee de un amortiguador para las tensiones actuales.
Al contestar todas estas preguntas nos es posible saber
qué tipo de aventura es la que ha estado ocurriendo y a qué
tipo de “patrón sistémico” (definido por Chamy) pertenece
la pareja. Además, permite que la pareja misma vaya intu-
yendo, o entendiendo claramente, de qué manera están inter-
conectados y de qué manera son “cómplices” en la aventura.
La continuación del tratamiento involucra los siguien-
tes pasos:
a) Tomarse tiempo suficiente para examinar todas las
opciones para enfrentar el problema, que no sean la separa-
ción o el divorcio (excepto en los casos en los que existe
violencia física o exceso de involucramiento de los hijos, la
familia extensa u otros allegados como amigos, vecinos o
compañeros(as) de trabajo). Esto quiere decir que el tera-
peuta debe ayudar a la pareja a explorar otras líneas de solu-
ción, y así inyectarles esperanza, o ayudarles a darse cuen-
ta de que no la hay. En este proceso es importante explorar
a fondo los sentimientos de ambos miembros de la pareja,
no tomar partido por ninguno de los dos y redireccionarlos
todo el tiempo cuando se embarquen en ciclos improducti-
vos de acusaciones y defensas mutuas.
b) Posponer decisiones importantes hasta que no haya
sido entendido, a satisfacción de los dos, cómo llegaron
adonde están. Aquí el terapeuta creará un ambiente “de con-
tención” suficientemente seguro para afrontar los temas sub-
yacentes a la aventura.
c) Obtener la historia de ambas familias. Aquí se trata
de asegurarse que no se están repitiendo patrones familia-
res de manera muy aparatosa o inadvertida por parte de los
MARIO ZUMAYA 107

miembros de la pareja. Esto quiere decir que podría resultar


posible que un miembro de la pareja esté “pagando los pla-
tos rotos” por alguien más que no es él. Por ejemplo, una
esposa puede ser infiel para sacudirse el dominio de un
esposo que ella siente tiránico y controlador, cuando lo que
ocurre es que su padre fue un sujeto tiránico y controlador
que la hizo sentirse inexistente y avasallada durante su
infancia y adolescencia. Esta mujer podría estar reaccionan-
do ahora con su esposo con enorme intensidad emocional e
indignación ante cualquier demanda suya que “limite” su li-
bertad (como pedirle que reserve alguna tarde para conversar).
Un ejemplo: María estaba obsesionada con la aventura
“platónica” de Miguel con una de sus colaboradoras. El cen-
tro de la obsesión era el pensamiento reiterativo de que ella,
María, “seguramente era inferior” a la colaboradora de Mi-
guel. Al explorar la historia familiar nos dimos cuenta de
que María siempre se sintió desplazada en el cariño de sus
padres por Juana, su hermana mayor, tema de las mayores
implicaciones para su falta de autoestima. Rápidamente se
hizo evidente que, de manera independiente a la aventura
“platónica” de Miguel, subyacía un tema central para Ma-
ría: su convicción de no ser capaz de lograr ser amada.
Toda vez que la obsesión es “manejada” más producti-
vamente por la pareja y que la culpa del infiel adquiere pro-
porciones más funcionales, el equipo formado por el tera-
peuta y la pareja que lo consulta puede proceder a manejar
los temas subyacentes a la relación en sí misma, y que for-
man el núcleo de lo que podríamos llamar la “terapia de
reconstrucción del vínculo de pareja”, lo cual sería, obvia-
mente, motivo de otro libro.
En este momento debemos comentar, a manera de
reflexión final y como mensaje para los colegas terapeutas,
lo siguiente:
Para aquellos que han sido severamente traicionados
en la infancia, la posibilidad de una nueva traición es uno de
IOS LA INFIDEUDAD

SUS miedos más persistentes. Cuando ésta ocurre, las viejas


heridas se abren y requieren la atención del terapeuta. Como
tales, debemos advertir que la traición en sí misma y sus
secuelas pueden ser reactuadas en el encuentro terapéutico,
sobre todo en aquellos casos en los que la lesión de la con-
fianza ha tenido un significado central para la vida del o de
los consultantes.
Si como terapeutas nos damos cuenta de que, por algu-
na razón o razones nos hemos apartado de nuestra actitud
confiable y “traicionamos” (entrecomillo porque cualquier
acto del terapeuta puede ser entendido como una traición de
parte de un paciente susceptible: por ejemplo, llegar tarde a
una sesión, estar distraído, dedicarle demasiado tiempo a al-
guno de los miembros de la pareja sin que estén claras las
razones de esa atención extra, etcétera) a nuestros consul-
tante, necesitamos entender la profundidad de las heridas
que hemos abierto de nuevo y, de manera aún más impor-
tante, la presión inconsciente de la que podemos haber sido
sujetos para recrear el escenario original. Esto quiere decir
que un consultante puede provocar, de manera consciente o
(más frecuentemente) inconsciente, una situación en la que
los actos del terapeuta sean entendidos por el o la consultan-
te como una nueva traición, y así recrear la “escena original”,
seguramente la ocurrida entre el paciente y algún o algunos
miembros de su familia o sus equivalentes, quienes fueron los
proveedores básicos de atención, afecto y validación.
Si el o los consultantes han de ser ayudados, debemos
conocer y experimentar lo que el paciente ha sentido y lo
que siente. De hecho, durante el proceso de tratamiento
podríamos incluso sentir y pensar que nuestra confianza
como profesionales desaparece cuando el consultante niega
el valor de los meses de trabajo conjunto, o bien se embar-
ca explícita o tácitamente en un feroz o vengativo ataque al
cuestionar nuestra aptitud. El enojo que se libera en res-
puesta a nuestra poca confiabilidad puede estar intensifica-
MARIO ZUMAYA
109

do por la rabia inicialmente suprimida por aquel niño inde-


fenso que el consultante fue en el momento en que la trai-
ción inicial ocurrió. El terapeuta, previamente idealizado y
que ahora ha caído de la gracia, necesitará reconocer y to-
mar total responsabilidad de su contribución a la amargura
y decepción despertada en el o la consultante antes de que
el perdón pueda ocurrir. El terapeuta habrá de ser perdona-
do antes de que el perdón pueda ocurrir hacia la pareja.
Es también importante recordar que, como terapeutas,
nunca debemos ofrecer un estado de felicidad absoluta, tal
como algunos pacientes tratan de forzarnos a hacer. Mien-
tras podamos reconocer y lamentar nuestros errores —asu-
miendo que no sean sentidos como la última puñalada en la
espalda éstos podrán ser un importante factor para que
nuestros pacientes puedan, a su vez, renunciar a su “ino-
cencia original” en favor de una confianza más realista.
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Capítulo VI

Para los que gustan


de las estadísticas:
¿qué tan frecuente es?

Tomando en cuenta que la infidelidad implica el secreto, las


estadísticas sobre su ocurrencia son difíciles de realizar; sin
embargo, pasemos revista a los estudios accesibles empe-
zando de manera cronológica y progresiva. Veremos algo de
los más interesantes: el panorama resulta un tanto más alen-
tador hoy por hoy, a mediados de los años noventa, que hace
veinte años.
Libby planteó en 1977 que en poco más de 75% de los
matrimonios alguno de los cónyuges era infiel. Una revisión
más reciente de la investigación sobre infidelidad, de Scarf
(1987), indica que cerca de 55% de los hombres y 45% de
las mujeres casadas tienen aventuras.
Aproximadamente el mismo porcentaje de estadouni-
denses considera que la infidelidad es una actividad equi-
112 LA INFIDELIDAD

vocada bajo todas las circunstancias. Este hecho estadístico


hace ver claramente el doble parámetro que la sociedad
toma con respecto a la infidelidad: es algo inadecuado,
equivocado o reprobable, pero la mayor parte lo hacemos.
A este doble parámetro no escapan los terapeutas de
pareja y consejeros matrimoniales. En dos estudios, Knapp
(1975) y Humprey y Strong (1976), 31 y 38% de los conse-
jeros matrimoniales y terapeutas, respectivamente, comuni-
caron tener relaciones extramatrimoniales. Esto último es
relevante para el manejo psicoterapéutico de la crisis deri-
vada del descubrimiento de la infidelidad o sus consecuen-
cias, ya que las actitudes implícitas o manifiestas del tera-
peuta influirán en su abordaje de tratamiento con los clientes.
La incidencia de infidelidad parece incrementarse par-
ticularmente en mujeres Jóvenes, quienes, en 1988, según
Lawson, participaron en relaciones extramaritales más que
sus esposos. Esto parece explicarse por la mayor participa-
ción de la mujer en la fuerza de trabajo y, con ello, por las
mayores oportunidades de tener una aventura. Y no sólo el
sexo femenino tiene más relaciones extramatrimoniales que
en el pasado, sino que su participación en las mismas se
incrementa, según Antwater (1982), en un rango mayor que
el masculino.
Sin embargo, y esto probablemente sea cierto, sobre
todo en México, los varones siguen teniendo más amantes
que las mujeres.
Las similitudes cada vez mayores entre hombres y
mujeres en el terreno de la infidelidad contrasta con las agu-
das diferencias que se encontraban en este terreno en las
mujeres casadas antes de los años sesenta: ellas “esperaban”
14.6 años (cuatro más que sus esposos) para tener una pri-
mera aventura. En cambio, las casadas después de los seten-
ta sólo esperaban cuatro años (uno menos que sus maridos).
Estadísticamente hablando, en la nueva generación los
hombres han comenzado a nivelarse con las mujeres y vice-
MARIO ZUMAYA 113

versa. Sin embargo, según Lawson (1988), la infidelidad y


el divorcio siguen siendo un asunto mucho más serio para
las mujeres que para los hombres.
El tipo de “enganche” o enlace que se da en una aven-
tura puede ser, como se planteaba desde la definición, sexual,
emocional o mixto. Dice Thompson (1984), que en este sen-
tido las mujeres tienden a involucrarse más emocionalmente
en una relación extrapareja que los varones, en quienes el
interés sexual es el predominante.
Las motivaciones de los varones para buscar relacio-
nes extrapareja es sorprendentemente homogénea. En una
muestra de doscientos varones quienes plantearon en 87%
que su principal motivación era la sexual se encontró lo
siguiente:
a) Búsqueda de mayor excitación, 74%.
Para contrarrestar el aburrimiento sexual, 67%.
c) Para suministrar un mejor sexo, 65%.
d) Para tener mayor frecuencia sexual, 59%.
Para recibir un tipo particular de estimulación
sexual que la esposa se niega a proporcionar, 31%.
f) Para tener una pareja sexual más joven o atractiva,
28%.
g) Para “curar” una disfunción sexual, 12%.
Jj) Para manejar una disfunción física de la esposa, 2%.
i) Para tener actividad sexual con otro varón, 2%.
Glass y Wright plantean en 1985 la existencia de un
doble código que se establece premarital y maritalmente,
por medio del cual hombres y mujeres abordan las aventu-
ras extramatrimoniales: se permite el involucramiento emo-
cional pero no sexual de las mujeres con otro hombre, y
exactamente a la inversa para el varón.
Una serie de estudios muestra que las mujeres casadas,
de forma más acentuada que los varones, se involucran en
una aventura debido a la insatisfacción de sus necesidades
emocionales dentro del matrimonio. Y en esto coinciden
224 LA INFIDEUDAD

varios investigadores como Bell (1975), Antwater (1982),


Glass y Wright (1985), Lawson (1988) y Buss (1989). Para
Gottman y Krokoff (1989), las mujeres ven el sexo como con-
secuencia de la intimidad emocional, mientras que para los
hombres el sexo es, en sí mismo, el camino a la intimidad.
Glass y Wright en 1977, y Buss en 1989, coinciden en
afirmar que para los varones la insatisfacción sexual es la
principal queja en el matrimonio, y que ésta se correlaciona
directamente con la sexualidad extrapareja. No resulta sor-
prendente que las aventuras masculinas se inicien con un
enganche sexual que puede progresar hacia (o ser comple-
mentado por) lo emocional. Para las mujeres, en cambio, lo
opuesto es lo más frecuente.
Sin embargo, en el estudio de Glass y Wright (1977) se
muestra que la satisfacción matrimonial de las mujeres
casadas por menos de dos años e involucradas en aventuras
extramatrimoniales era igual que la de aquellas que no eran
infieles. Esta aparente contradicción se explica por un inte-
resante aspecto del papel genérico: durante los primeros
años del matrimonio, las mujeres creen que “deben” ser
felices, y que para ello tienen que pasar por alto sus senti-
mientos verdaderos con la finalidad de hacer que el matri-
monio funcione. En cambio, es más que probable que la
generación actual de mujeres casadas, las nacidas después
de 1960, tenga una manera diferente de vivir los primeros
años de su matrimonio, lo cual explicaría el incremento en
la infidelidad, parecida a la masculina, de las mujeres casa-
das recientemente.
Un interesante estudio realizado en 1993 en México
tomó en cuenta la actitud hacia la infidelidad y por lo tanto
la posibilidad de que ocurriera, en relación con la etapa del
ciclo vital en el que se encuentra cada pareja. Eisenberg
Glantz aporta, así, los siguientes datos:
Las parejas de novios de entre veintidós y veinticuatro
años de edad son las más fieles, quizá porque en este perio-
MARIO ZUMAYA 115

do el proceso de enamoramiento “inocula” contra la posibi-


lidad de ser infiel. Esta posibilidad aumenta de manera
notable durante la etapa de recién casados, hecho que se
entiende al tomar en cuenta que cada cónyuge trae un con-
junto de expectativas en la relación, y que muchas de ellas
son imposibles de prever antes del matrimonio. Esas expec-
tativas frustradas provocan la búsqueda de su satisfacción
fuera del matrimonio.
El mismo estudio revela que durante la etapa de crian-
za de los hijos disminuye la infidelidad, ya que la pareja
está suficientemente ocupada para pensar en algo más; sin
embargo, cuando la pareja entra en una etapa intermedia
(cuando ambos cónyuges tienen alrededor de cuarenta años
o más), aumenta la infidelidad de manera exponencial (“a lo
bestia”, dirían algunos), como resultado de la búsqueda de
las emociones perdidas a lo largo del matrimonio.
En la etapa del “nido vacío” (cuando ambos cónyuges
tienen cincuenta años o más), la actitud hacia la infidelidad
es la más favorable, porque es la “última oportunidad” de
ser infieles.
Por último, en la vejez, la actitud hacia la infidelidad
es menos favorable en los hombres que en las mujeres.
El incremento de la infidelidad mostrado en las esta-
dísticas presentadas, realizadas todas ellas entre los años
sesenta y ochenta, quizá se deba a la confluencia de varios
y notables cambios sociales y factores individuales:
a) La incorporación cada vez mayor de la mujer en el
mercado de trabajo.
/?) La libertad sexual que implica verse libre de la posi-
bilidad de embarazo.
c) Los cambios en la organización del trabajo que, con
su falta de apoyos sociales, hace que la convivencia de las
parejas sea escasa y cualitativamente deficiente.
d) La “quiebra moral” iniciada en los años sesenta, con
su énfasis en la búsqueda de placer individualista y el ejer-
116 LA INFIDELIDAD

cicio de una sexualidad “libre de riesgo” que prevaleció


desde esos años hasta los setenta.
Llama la atención en estos casos que los matrimonios
contraídos en los años ochenta todavía muestren una orien-
tación a “gozar de la vida” y una frecuente negación de la
posibilidad de contraer el SIDA, por el hecho de ser hetero-
sexuales.
Desde la perspectiva individual:
a) Nuestra cada vez mayor necesidad y expectativa de
satisfacción emocional total en el matrimonio, con su corres-
pondiente frustración.
b) La llamativa pobreza de nuestra habilidad de comu-
nicación y la incapacidad para relacionarnos en forma ade-
cuada y realista.
Parafraseando a la revista Newsweek de septiembre de
1996, la infidelidad y, más precisamente, el adulterio están
en el corazón y en la mente tanto como en el cuerpo, y a
veces más en los primeros.
Así, la esencia de una aventura, según Frank Pittman,
es “el establecimiento de una intimidad en secreto con un(a)
otro(a)”, secreto que, necesariamente, habrá de ser sustenta-
do por medio de la deshonestidad. La infidelidad no es tanto
acerca de “con quién se miente sino a quién se le miente”.
Este es un punto importante: pensar en la infidelidad
sólo en términos de sus aspectos sexuales es el primer paso
para simplificarla. Pensar en la infidelidad como una activi-
dad igual a sexo, y éste igual a liberación, tuvo un buen
número de seguidores entre la juventud estadounidense de
hace una generación.
En 1974, el Centro de Investigación sobre Opinión
Nacional (NORC, por sus siglas en inglés) de la Universidad
de Chicago estudió las actitudes hacia el sexo extramarital.
La opinión de que el adulterio era “siempre erróneo” era
mayoritaria en cada grupo de edades, pero el menor margen
estaba en el grupo de dieciocho a veintinueve años de edad:
MARIO ZUMAYA 117

sólo 59% estuvieron de acuerdo con esa opinión. Desde


entonces se ha dado un cambio considerable: veinte años
después, 74% de ese mismo grupo, ahora cuarentón, conde-
na el adulterio. Por otra parte, las personas que actualmente
son veinteañeras, y quienes han presenciado en sus propias
familias lo que sucede cuando los matrimonios toman a la
ligera el adulterio, se mostraron en este estudio como el
grupo más conservador, sexualmente hablando, al igual que
las personas de más de sesenta años, quienes rechazan abru-
madoramente la infidelidad marital.
Erica Jong, la vocera de la liberación sexual de los
años setenta, ahora más madura (a los cincuenta y cuatro),
más sabia, comenta: “El gran experimento de mi generación
fue que la gente trataba de abolir los celos, esto nunca fun-
cionó. El deseo de ser monógamo es más pragmático que
ético... Renunciamos a la idea de la liberación sexual, por-
que no funcionó.”
A pesar de que la mayoría de los estadounidenses dice
rechazar la infidelidad marital, no existe evidencia confia-
ble de que ésta no ocurra en menor escala. De hecho, no
existen estadísticas confiables hasta antes de 1988, debido a
que la mayoría de los estudios sobre temas íntimos han ten-
dido a ser bastante defectuosos. Los números acerca del
porcentaje de estadounidenses que han tenido aventuras
extrapareja fluctúan desde 66% para los hombres (según S.
Hite, quien usó un cuestionario impreso en la revista
Penthouse y otras para adultos) y 54% para las mujeres (en
un estudio para lectoras de la revista Cosmopolitan), hasta
21.2% para hombres y 11% para mujeres, en un estudio del
NORC. Estas personas admitían haber sido infieles al menos
una vez en la vida. Dentro de los últimos doce meses de ese
estudio, sólo 3.6% de hombres y 1.3% de mujeres reporta-
ron una infidelidad. Estos mismos números cambian mucho
desde 1988. Por su parte, los consejeros matrimoniales no
han detectado ningún incremento en la moralidad de sus
118 LA INFIDEUDAD

clientes, aunque ahora parecen estar más interesados en no


ser descubiertos.
La terapeuta familiar califomiana lean Hollands co-
menta que para un hombre ser descubierto teniendo una
aventura con una colega o una prostituta “no resulta un
signo de virilidad, sino de estupidez”. Para la psiquiatra de
Chicago, Jennifer Knopf, existe “un renovado interés en el
compromiso y el conservadurismo de los valores familia-
res” entre sus pacientes; y agrega: “observo una menor can-
tidad de aventuras locas, impredecibles e irresponsables. Si
ocurren parecen darse de manera más considerada... si es
que existe tal cosa”. Knopf y otras autoridades creen que
existe una novedosa y mayor reflexión o cálculo que afecta
la decisión de permanecer o no con una pareja después de
una infidelidad. Las parejas que antes se hubieran divorcia-
do a la velocidad del rayo lo piensan más detenidamente y
por la más antigua de las razones: es mejor para los hijos
permanecer juntos.
Existe también una interesante tendencia: mientras que en
las mujeres de mayor edad la infidelidad es menor que en los de
su generación, entre las mujeres veinteañeras ocurre lo opuesto;
en este grupo las mujeres se “descarnan” más que los hombres.
De manera anecdótica, los terapeutas dicen que la infidelidad
marital entre las mujeres parece estar incrementándose, lo cual
parece ser una inesperada consecuencia del movimiento femi-
nista. Según Eli Coleman, director del programa de sexualidad
humana de la Escuela de Medicina de la Universidad de
Minnesota, “los papeles sexuales están cambiando en relación
con que las mujeres han ganado, de la manera más asertiva, su
derecho a la sexualidad y al placer sexual”. En una explicación
más prosaica, Marlene Casiano, de Chicago, dice: “pienso que
esto ocurre porque hay más mujeres integradas a la fuerza de
trabajo; que por lo tanto tienen más acceso a los hombres”.
O sea que, de la misma manera que existe igualdad
entre hombres y mujeres para el empleo, existe igualdad pa-
MARIO ZUMAYA
119

ra, por medio de la infidelidad, echarse a perder la vida.


Hoy no es aceptable que los varones crean que el cuer-
po de sus mujeres les pertenece, dice la terapeuta de Cali-
fornia, Marty Klein; así, el único lujo que se intercambia en
un romance no es el sexo, es la intimidad. La más profunda
traición no es aquella de la carne, es la del corazón.
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LA INFIDELIDAD ESE VISITANTE
FRECUENTE en su segunda edi-
ción quedó totalmente impreso y
encuadernado el 15 de junio de
1998. La labor se realizó en los
talleres del Centro Cultural
EDAMEX, Heriberto Frías 1104,
Col. del Valle, México, D. F., 03100.
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unida, llena de amor y felicidad, es el anhelo
de todo ser humano. Ningún varón piensa
que su novia o esposa le llegará a ser infiel.
Y toda mujer necesita creer firmemente en
la lealtad de su hombre.
Pero, hoy en día, no solamente es más
frecuente la infidelidad masculina, sino que la
femenina está c atándose como nunca.
¿Qué está sucediendo entre las parejas? ¿Es
acaso la fidelidad una virtud en vías de
extinción? ¿Es posible restaurar la confianza?
Mario Zumaya nos habla con la verdad
desnuda en esta magnífica y fundamentada obra,
acerca de este visitante capaz de destruir la mejor
de las relaciones.
Este libro debe ser leído por todas las
parejas. Es para la pareja comprometida, es un
conocimiento profiláctico, útil y necesario.

SOBRE EL AUTOR
Mario Zumaya es doctor en Psiquiatría
y profesor de la Facultad de
Psicología de la UNAM, así mismo
es catedrático de la Escuela Mexicana
de Medicina de la Universidad
La Salle. Se ha dedicado a la
psicoterapia individual y de pareja
desde hace más de 16 años. Es
fundador y director de "Ensamble
Psicoterapéutico, SC".

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