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“Del mundo cerrado al universo infinito” A, Koyré.

El siglo XVII sufrió y llevó a cabo una profunda revolución filosófico-científica de la cual
la ciencia moderna es a la vez raíz y fruto. Esta ruptura, que como tal implicó la
transformación de la misma concepción del mundo que soporta la forma en que nos
acercamos a él, presentó dos factores fundamentales:
1) Destrucción del cosmos: pérdida de validez en el campo de la teoría de las concepciones
del mundo como un todo finito, cerrado y jerárquicamente ordenado.
2) Infinitización del universo: a partir de la geometrización del espacio, el universo se
presenta unido por la uniformidad de sus leyes, esto es, homogéneo (como todo espacio
matemático)
Se trata entonces de un abandono de las cualidades como criterio de clasificación de lo real
(junto con la jerarquización que implicaba) y una puesta en el centro de lo cuantitativo, la
medición y el experimento como medio de acercamiento a aquello que se estudia.

El firmamento y los cielos: Nicolás de Cusa y Marcellus Palingenius.

La historia de la Infinitización del universo no puede reducirse al redescubrimiento de la


visión del mundo de los atomistas griegos ya que al ser rechazada en su momento por la
enorme autoridad de Aristóteles y Platón, aunque no hubiese sido olvidada, no era
aceptable para los medievales.
Esto lo observamos en que fue Nicolás de Cusa, quien no atiende a la cosmología de
Lucrecio, el primero que rechazando el modelo del Cosmos aristotélico-ptolemaico abraza
el infinito (infinitum).Con todo, reserva este calificativo para Dios mientras que el universo
es <Interminado> (interminatum) , es decir, sin fronteras y compuesto de forma no
finalizada, no determinada con precisión; se trata de una expresión imperfecta de Dios ya
que presenta en la multiplicidad y separación lo que en Dios es Unidad.
Por otra parte, mediante la aplicación al infinito de ciertas relaciones validas para objetos
finitos, Nicolás de Cusa sostiene la identidad de los opuestos (en el infinito) y define la
“docta ignorancia” como aquel acto intelectual que capta tal identidad a pesar del carácter
paradójico con el que se presenta al pensamiento racional.
Esto lo lleva a negar la posibilidad de que el mundo posea un centro fijo (en reposo) pues
en una circunferencia infinitamente grande esta coincide con el centro y , en lo que respecta
al movimiento, si un objeto de desplaza a velocidad infinita a lo largo de una circunferencia
este habrá de estar siempre en el punto de partida coincidiendo con el reposo.
El centro del mundo es metafísico, se trata de dios quien es a la vez “la circunferencia
infinita del todo”.
Pero este filosofo genial sigue y plantea que, dado que en ninguna parte existe una orbita
exactamente circular sino que siempre puede imaginarse una más perfecta, la
jerarquización que en base a esto la cosmología medieval atribuye al Mundo debe caer bajo
la afirmación de que los distintos componentes del Universo aportan a la perfección del
Todo. De aquí que la tierra sea tan perfecta como el Sol y las estrellas fijas donde, a falta de
razones que demuestren lo contrario, es muy probable que también exista un constante
cambio. Se trata entonces de “la misma expresión mutable y cambiante de la perfección
eterna del Creador”.
Con respecto a Marcellus Palingenius (1500-1543) sólo diremos que, si bien negó la finitud
de la creación de Dios, mantiene la finitud del mundo material mas allá del cual se
encuentra “la más pura luz vacía de cuerpos”. Así, en opinión de Koyré, atribuirle la
afirmación de la infinitud del universo resulta gratuito.

La nueva astronomía y la nueva metafísica: Copérnico, Digges, Bruno.

Para comprender la importancia del heliocentrismo postulado por Copérnico es necesario


tener en cuenta que el lugar central de la Tierra en el mundo actuaba como fundamento del
orden cósmico tradicional, el cual oponía el reino celeste de la pura perfección a la región
sublunar del cambio y corrupción.
A pesar de esto, el mundo de Copérnico cuenta con un ordenamiento preciso que consta de
“dos polos de perfección”, el sol y la esfera de estrellas fijas, con los planetas en medio.
Los mismos se encuentran en la condición de movimiento e inestabilidad pues el reposo,
más noble y divino, se adecua mejor al universo; y no ocupan el lugar central, que al ser el
mejor (en la escala pitagórica opuesta a la aristotélica), corresponde al sol como fuente de
luz y vida. Además, se trata de un mundo finito contenido por la esfera de estrellas fijas a
pesar de que la rotación que a tal esfera se le suponía (eliminada por Copérnico)
representaba el argumento central contra la infinitud del universo: el infinito no puede
atravesarse.
De aquí que no resulte extraño que poco tiempo después se diese este paso sustituyendo el
modelo del mundo cerrado por uno abierto. Thomas Digges fue el primer copernicano en
hacerlo pero se trata de una cancelación de los límites de la esfera de estrellas fijas a la cual
concibe como “la corta del gran Dios”. Hablamos entonces de un cielo teológico y no de un
firmamento astronómico, esto es, del mundo de Dios y no del mundo material como
creación de Dios.
Por tal razón es que consideramos a Giordano Bruno como el representante principal de la
doctrina del universo descentralizado, infinito e infinitamente poblado.
Descentralizado: No hay ningún cuerpo al cual, en base a una mayor o menor dignidad, le
corresponda estar en el centro o en la periferia (que además no existen) sino tan solo entre
otros cuerpos.
Infinito: Ni la razón ni los sentidos puede asignarle un límite al espacio. Es más, hacerlo
implicaría acotar la acción creadora de Dios ya que, siendo puro acto, no puede hacer más
que aquello que efectivamente ha hecho.
Infinitamente poblado: Al ser el espacio homogéneo no hay motivo para que Dios haya
creado nuestro mundo en una porción de tal espacio y otra porción sea tratada de distinta
manera.
Con Bruno toma forma un desplazamiento decisivo del conocimiento que se apoya en los
sentidos y la experiencia común a aquel que otorga a la razón el lugar de fuerza
determinante. A pesar de que se trata de una visión mágica, vitalista, después de los
descubrimientos galileanos se constituyó en un factor importante de la cosmovisión del
siglo XVII.
La nueva astronomía contra la nueva metafísica: Johannes Kepler.

A los ojos de Kepler la concepción de la infinitud del universo, en tanto implica pensarlo
como un único espacio uniforme, resulta una negación del orden jerárquico y armonía que
como cristiano devoto ve en el mundo. Su rechazo se apoya entonces en motivos
metafísicos pero, sin embargo, los argumentos que utiliza para demostrar la invalidez de
dicha doctrina se basan en que, desde su posición epistemológica, la astronomía tiene un
carácter fundamentalmente empírico. Por lo tanto la idea de la infinitud, al no poder
sostenerse en un empirismo, se le presenta como científicamente carente de sentido.
Recordemos que escribe con anterioridad al descubrimiento y utilización del telescopio por
lo que dicha ciencia aparece estrechamente ligada a la óptica no pudiendo contradecir sus
leyes mediante hipótesis. De aquí que defina la distribución concreta de las estrellas en
relación a aquello que observamos a simple vista sobre nosotros. Que esta imagen sea
distinta a la que recibiría un observador situado en otro punto del universo, le permite
mantener la particularidad de nuestro mundo y, por lo tanto la jerarquización que la
infinitud destruye.
Se trata de que para Kepler el mundo, ya sea finito o infinito, debe presentar una
organización que siga un patrón geométrico, podríamos decir “armonioso”, pues la
distribución al azar de las estrellas le resulta impensable. Pero en un mundo infinito, al
implicar homogeneidad del espacio, la única posibilidad es homogeneidad en la
distribución de las estrellas y esto contradice la observación.
Los descubrimientos astronómicos de Galileo, a pesar de que aumentaron la cantidad de
estrellas observables, no llevaron a Kepler a adherir a la doctrina de la infinitud del
universo sino que le pareció que confirmaban su propia visión. Si los nuevos astros
hubiesen sido planetas esto hubiese constituido un fuerte argumento a favor de la
homogeneidad del mundo presente en el pensamiento de Giordano Bruno pero que
finalmente se trate de lunas no lo afectaba en lo mas mínimo.
En la misma línea, el hecho de que las estrellas al ser observadas mediante el telescopio
solo reciban un pequeño aumento ya que quedan privadas del halo luminoso que las rodea,
se presenta a Kepler como una reafirmación de la diferencia entre los planetas y las
estrellas: Estas brillan por su propia luz. Sin embargo no son como el Sol, inmensamente
más brillante, no se trata de infinitos soles que coronan infinitos mundos: Nuestro mundo es
único, situado en un lugar único y rodeado de un conjunto único de estrellas.

El descubrimiento de nuevos astros en el espacio y la materialización del espacio:


Galileo y Descartes.

La obra “Sidereus Nuncius” (1610) de Galileo Galilei da a conocer una serie de


descubrimientos totalmente inesperados entre los que cuentan los cráteres lunares, nuevos
<planetas> (lunas de Júpiter) y un número incalculable de nuevas estrellas fijas.
Encontramos también allí la descripción del primer instrumento científico, el perspicillum,
que al hacer posible dichos descubrimientos vuelve comprensible la estrecha relación que
de aquí en adelante se establecería entre los instrumentos y no solo la astronomía sino la
ciencia en general, iniciando su fase instrumental.
Ahora bien, que estas nuevas estrellas no sean observables a simple vista puede
interpretarse en función de su tamaño o de su distancia en relación a la Tierra. En el primer
caso el perspicillum sería un “microscopio celeste” ya que su función consistiría en un
aumento de las dimensiones de las estrellas, mientras que en el segundo caso se trataría de
un telescopio en tanto actúa disminuyendo las distancias que nos separan de ellas. Si bien
actualmente esta parece ser la única posibilidad, en el siglo XVII ambas explicaciones
encajaban por igual con los datos ópticos por lo que la inclinación por una o por otra
dependía enteramente de razones filosóficas. Pero no se trata solo de un aumento en el
número de los astros sino también de un cambio de forma ya que el perspicillum quita a las
estrellas aquel halo de luz que las rodea y solo después aumenta su tamaño.
En lo que respecta al debate sobre la finitud o infinitud del universo, Galileo no toma una
postura completamente definida (al menos de forma explicita) ya que, si bien en “Diálogo
sobre los dos máximos sistemas del mundo” (que debía pasar la censura eclesiástica) niega
la posibilidad de la infinitud, en “Carta a Liceti” expresa que “se trata de una de esas
cuestiones en las que solo la revelación divina puede suministrar respuestas”. Esto lo apoya
en que ninguna de las razones que se dan a favor de ambas opiniones lleva a una conclusión
necesaria. Con todo, se inclina por la infinitud pues le resulta más probable que si
incapacidad para concebir tanto un mundo infinito como finito se deba a la falta de
comprensión del primero y no existencia del segundo más que a la inversa. Otro argumento,
que si bien no lo liga a la infinitud, lo desliga de la concepción clásica del universo, se
encuentra en el mismo “Diálogo...” donde, contradiciendo a Ptolomeo, Copérnico y Kepler,
niega el encarcelamiento del mundo en una esfera real de estrellas fijas y la posibilidad de
atribuirle una forma determinada al universo (y por lo tanto un centro).
Sea como fuere y a pesar de que Galileo fue uno de los principales promotores de la
geometrización del espacio, del pensar el mundo material a partir de la abstracción, de su
transformación en una imagen mental carente de cualidades que establezcan diferencias en
ella ; a pesar de esto, fue Descartes quien colocó las bases de la nueva astronomía
matemática.
Su Dios no se expresa en lo que ha creado a excepción de en nuestra alma, es decir, una
sustancia/cosa pensante con la capacidad de captar la idea de Dios, esto es, del infinito. Se
trata además de un Dios veraz que, al suministrarnos ideas claras y distintas hace que sea
posible el conocimiento verdadero siempre que el sujeto se mantenga en el camino que
prescribe el método. Si este particular modo de acercarse al mundo para conocerlo nos
aparece cubierto de cierta auto validación (¿cómo no obtener verdad de este análisis de la
realidad?) es precisamente porque compartimos la visión del mundo que lo hizo posible.
Solo un mundo cuantitativo, matemático se presta al método cartesiano; se trata de plantear
que la naturaleza de un cuerpo, que un cuerpo sea efectivamente un cuerpo, no depende de
sus cualidades sino de que es una sustancia extensa, de tres dimensiones. Por esto que
establezca una igualdad entre materia y extensión, siendo esta última junto al movimiento
lo que constituye al mundo. De aquí también la negativa cartesiana a la existencia del
vacío, no hay algo así como un espacio independiente de la materia que lo ocupa, la materia
es el espacio. Como segunda consecuencia encontramos la imposibilidad de fijarle un
límite al mundo material, hacerlo va acompañado de la idea de un espacio más allá que no
es distinto de la materia. Pero que el mundo no sea finito no implica afirmar su infinitud
positivamente, la certeza de que algo no puede y efectivamente no tiene limites solo la
tenemos en relación a Dios. Solo Él es infinito, el mundo es <indefinido>, <interminado>.
Estudios de historia del pensamiento científico.

Galileo y la revolución científica del siglo XVII.

La ciencia moderna no ha brotado perfecta de los cerebros de Descartes y Galileo, incluso


las revoluciones tienen historia. De allí que comprender el verdadero significado de la
revolución galileana tenga como condición dar una mirada al trabajo de algunos
predecesores y contemporáneos de Galileo.
La física moderna estudia en movimiento de los cuerpos que pesan (P= m.g donde g
=aceleración de la gravedad) y aparece entonces como producto del esfuerzo por explicar
los fenómenos de la experiencia cotidiana. Sin embargo no tiene su fuente en ella sino más
bien en los cielos, en el estudio de los problemas astronómicos. El mantenimiento de esta
unión, el aproximarse para conocer lo terreno y celeste en forma conjunta tiene como
condición y consecuencia el abandono de la concepción clásica y medieval de Cosmos
(todo finito, armonioso y jerarquizado donde las leyes que rigen el cielo y la tierra difieren)
y su sustitución por la de Universo, es decir, un conjunto abierto e indefinidamente
extendido del ser unido por la identidad de las leyes que lo gobiernan. Esta noción es la que
permite la aplicación a los fenómenos terrestres de los métodos matemáticos hipotético-
deductivos desarrollados por la mecánica celeste.
La Ley de inercia como ley fundamental de la física moderna aparece como algo tan claro
y simple para nosotros que no notamos el gran edificio conceptual y filosófico que la
sostiene, al punto que por fuera del mismo, es decir, por fuera de la cosmovisión donde el
mudo real de la experiencia cotidiana es sustituido por un mundo geométrico, dicha ley no
es en absoluto simple. De hecho, contradice toda experiencia posible, explica lo real por lo
imposible y por lo tanto no deriva de la observación; aceptar (construir) la nueva ciencia
solo es posible mediante una nueva filosofía.
La identificación del espacio real con el espacio matemático hace del movimiento un
desplazamiento puramente geométrico y por lo tanto no afecta al cuerpo que de él está
provisto. Es más, todo movimiento es relativo, se define en relación a otro cuerpo que
suponemos en reposo; que al cuerpo le sean indiferentes imposibilita adjudicarle cualquiera
de estos dos estados considerándolo en sí mismo. Se trata entonces de dos estados
radicalmente opuestos que se definen en esta mutua oposición. Consecuencia directa es que
para cambiar de uno a otro se requiera de una fuerza y que si tal fuerza no es aplicada al
cuerpo tanto el movimiento como el reposo persistan eternamente.
En otros términos, el principio de inercia presupone a) la posibilidad de considerar un
cuerpo solo en relación al espacio, esto es, aislado del espacio físico, b) el espacio
identificado con el espacio infinito y homogéneo de la geometría euclidiana y c) el
movimiento y el reposo concebidos como estados ontologicamente equivalentes (sin mayor
o menor dignidad).
Pasemos ahora a la concepción aristotélica del espacio y movimiento. Esta física se basa en
la percepción sensible, allí es donde toma cuerpo la idea de hechos cualitativamente
determinados y es por lo tanto una física antimatemática en tanto aquella cualidad queda
por fuera del dominio del número junto con el movimiento. Ocurre que este último se
concibe como un proceso de cambio mediante el cual el móvil se realiza a sí mismo; la
meta será el reposo que debe reconocerse por lo tanto como estado. De allí que el
movimiento requiera una causa, un motor, y que se mantenga tanto como lo haga dicha
causa, esto es, mientras el motor continúe en contacto con el cuerpo ejerciendo su acción.
El movimiento postulado por el principio de inercia es aquí claramente imposible.
Volvamos a la ciencia moderna. Al decir que nace de problemas astronómicos nos
referimos a la necesidad de afrontar las objeciones físicas a la astronomía copernicana.
Estos argumentos pueden resumirse bajo la consigna de que si la Tierra se moviera esto
hubiese afectado a los fenómenos que sobre ella se producen de dos modos: 1) la enorme
velocidad de su rotación generaría una gran fuerza centrifuga y los objetos no sujetos a la
misma serian por lo tanto lanzados lejos; 2) dicho movimiento obligaría a los objetos no
ligados a la Tierra a quedarse atrás. Por esto, al arrojar una bala en forma perpendicular al
aire la misma nunca caería en el lugar del cual partió pues este habría sido retirado durante
el movimiento.
Ocurre que un cuerpo al caer se mueve de un cierto sitio sobre la Tierra hacia su centro,
sigue la línea recta que une los dos puntos. Que la Tierra se mueva por debajo de él no
afecta su trayectoria, “el cuerpo no puede correr tras la Tierra” y en consecuencia desde la
base de esta física efectivamente los cuerpos lanzados no caerían en el lugar del cual
partieron.
Copérnico responde afirmando que para las cosas que pertenecen a la Tierra la rotación de
la misma es un movimiento natural, participan de él; existe una naturaleza común entre la
Tierra y las cosas terrestres. Este razonamiento aplica las leyes de la mecánica celeste a los
fenómenos físicos llevando implícitamente a cabo el paso que culminara con el abandono
de la idea de la jerarquización del Mundo.
La concepción del sistema mecánico contenida en los argumentos copernicanos es
desarrollada por Giordano Bruno quien sostiene la idea de una universo infinito en el cual
el espacio es receptáculo (concepción platónica) y no envoltura, esto es, el lugar de un
cuerpo no es definido por el cuerpo continente sino que se encuentra en el espacio el cual
en toda su extensión es igualmente apto para recibir dicho cuerpo: todos los lugares son
equivalentes y por lo tanto naturales.
A modo de explicación de todo lo que ocurre en la Tierra (móvil) introduce la analogía de
un navío que se desliza por el mar; “el movimiento de la Tierra no tiene mas influencia en
el movimiento sobre la Tierra que el movimiento del navío sobre las cosas que están sobre
o en ese navío”. Lo que importa es la unión -o falta de esta- entre el sistema mecánico
(Tierra, navío) y el punto de origen del movimiento. Por ejemplo, si dos hombres lanzan
una piedra, uno desde un puente y el otro desde la cima del mástil un navío en el momento
en que pasa justo por debajo del punto donde se encuentra la mano del primer hombre, la
piedra numero 1 caerá directamente al agua mientras que la piedra numero 2 describirá una
curva en relación al puente y caerá justo al lado del mástil. Sucede que dicho cuerpo retiene
parte de la virtud motriz de la cual estuvo impregnado al participar del movimiento del
navío.
Se reemplaza aquí la dinámica aristotélica por la dinámica del ímpetus refutando como
resultado algunos argumentos aristotélicos , pero no todos así como tampoco puede
constituirse el suelo que sostenga la nueva ciencia.
Kepler, filosóficamente mucho mas cercano Aristóteles y la Edad Media que a Descartes y
Galileo, es a quien debemos el termino inercia; sin embargo su filiación filosófica nos da la
pauta de que no significará como en Newton paso del estado de movimiento al de reposo
sino “resistencia que oponen los cuerpos al movimiento”. Por esto requiere una causa para
explicar el movimiento y puede prescindir de ella para el reposo; aquí el cuerpo separado
de su motor o privado de la fuerza motriz se detendrá. Se sigue que hacer inteligible que las
cosas sobre la Tierra no ligadas a ellas no se queden atrás implique postular una fuerza real
que fije estos cuerpos: una atracción magnética por parte de la Tierra hacia todos los
cuerpos que transporta. Es de este modo como Kepler desecha los argumentos aristotélicos
contra el movimiento de aquella.
Si nos acercamos ahora a Galileo la primera afirmación será que en su ciencia el
pensamiento puro y sin mezcla y no la experiencia y la percepción de los sentidos es lo que
se encuentra en la base. Efectivamente, la buena física se hace a priori, le teoría precede al
hecho y hace de la experiencia algo inútil pues al llegar a ella los conocimientos ya se
encuentran en nosotros. Ocurre así porque son las leyes matemáticas las que determinan el
comportamiento espacio-temporal los cuerpos y a estas las descubrimos no en ellos sino en
nosotros mismos en nuestra inteligencia y memoria. ¿Han sido entonces refutadas por
Platón las viejas objeciones Aristotélicas? No del todo. Continúa siendo cierto que no hay
cualidad en el reino del número y es por esto que tanto descartes como galileo se ven
obligados a renunciar a ella. En cuanto al movimiento, no existe en los números pero esta
regido por ellos, por las relaciones entre los mismos.
Remarquemos para finalizar que tanto para galileo como para sus contemporáneos le línea
divisoria entre Aristóteles y Platón se define en relación a las matemáticas; o es una ciencia
auxiliar que se ocupa de abstracciones y tiene por lo tanto menor monta que la física, o hay
que atribuirle un valor supremo y un papel clave en el estudio de la naturaleza. Resulta
claro que la ciencia galileana aparece en su nacimiento y a la conciencia de aquellos que le
dieron forma como una victoria de Platón sobre Aristóteles.

Galileo y Platón.

Hablar de Galileo es hablar de la revolución científica del siglo XVI/XVII donde asistimos
a una mutación intelectual radical en igual o mayor medida a la que acontece en el siglo VI
AC en el pensamiento griego. Se ha explicado tal revolución de diversas maneras,
colocando el acento en distintas características de la ciencia que se presentó como fruto.
a) Transformación de la actitud del espíritu humano, de la vida contemplativa a la vida
activa. Si bien es cierto que la ética y la religión moderna reivindican el papel de la
praxis y que esto se cumple también para la ciencia moderna, no es correcta la
expresión de que “ la ciencia de Galileo y Descartes es la ciencia del artesano y el
ingeniero”. Esta ciencia fue elaborada por teóricos y filósofos, fue de gran
importancia para técnicos e ingenieros y produjo finalmente una revolución técnica;
no a la inversa: el desarrollo de la tecnología no explica el desarrollo de la ciencia
del siglo XVII.
b) Papel protagónico de la experiencia y de la observación en la nueva ciencia. No
puede negarse que fue la construcción y utilización del telescopio lo que permitió
los descubrimientos que representaron el ataque determinante a la astronomía y
cosmología pre-galileanas. Sin embargo si por observación y experiencia
entendemos la experiencia espontánea del sentido común, tendremos que afirmar
que esta fue más bien un obstáculo en la fundación de la ciencia moderna. El papel
positivo corresponde a la experimentación como interrogación metódica de la
naturaleza y presupone un lenguaje para formular las preguntas e interpretar las
respuestas: este será el lenguaje geométrico que al ser lo que subyace a la
experimentación no puede provenir de ella.
Hablamos entonces de la disolución del Cosmos que significa la destrucción de una
idea, la de un mundo finito, jerárquicamente ordenado. Esta es sustituida por la idea de
un universo infinito donde rigen las mismas leyes en toda su extensión y por lo tanto,
todas las cosas pertenecen al mismo nivel del ser, se trata de una negación de la
oposición entre mundo del cielo y la tierra. De allí la fundición entre astronomía y física
y en consecuencia aplicación de los métodos de investigación matemática al estudio de
los fenómenos del mundo sublunar, métodos aplicable hata el momento unicamente al
estudio de los fenómenos celestes. En este mundo de la geometría hecha real es donde
las leyes de las físicas clásicas encuentran valor y aplicación.

I
Podríamos distinguir a modo de esquema tres etapas que en la historia del pensamiento
científico corresponden a su vez a tres tipos distintos de pensamiento: a) Física aristotélica.
b) Física del ímpetus.
c) Física moderna del tipo de Arquímedes o Galileo.
La física aristotélica es una ciencia altamente elaborada, aunque no matemáticamente. Se
trata de una teoría que se apoya en datos del sentido común, los cuales son transformados y
estructurados de forma sistemática dando lugar a un todo dotado de una máxima coherencia
interna. Aquellos datos son muy simples y en lo cotidiano los admitimos tal como lo hacia
Aristóteles, es natural ver un cuerpo pesado caer <hacia abajo> y el fuego dirigirse <hacia
arriba>. Sin embargo, no se trata simplemente de un reflejo de estos hechos mediante un
lenguaje específico sino que tal distinción entre movimientos naturales y movimientos
violentos nace de una concepción del conjunto de la realidad que se sostiene en la creencia
en la existencia de principios de orden en virtud de los cuales los seres reales conforman un
todo jerárquicamente ordenado: un cosmos donde la naturaleza específica de cada
existencia particular define diferencias cualitativas que permiten afirmar la exigencia de
cierto orden determinado.
Asi, es solo en <su> lugar donde un ser alcanza su realización y llega a ser verdaderamente
él mismo, por esto tiende a ocupar ese lugar. En consecuencia, todo movimiento es una
perturbación del orden cósmico, una violencia ejercida sobre el cuerpo que lo hace
encontrarse fuera de su lugar o un esfuerzo del ser por volver a él cuando ha sido
violentado. El orden es entonces un estado puramente estático que tiende a perpetuarse
eternamente a si mismo ya que , como hemos dicho, una vez en su lugar la cosa dejará de
estar allí únicamente si es arrancada, forzada a un movimiento violento, cuyo producto será
el desorden y por lo tanto se tratara de algo momentáneo y anómalo. De otra manera el
desorden dominaría el cosmos y este ya no sería tal.
Ahora bien, a pesar de ser el movimiento para cada cosa movida un estado transitorio es
para el conjunto del mundo un fenómeno necesariamente eterno y eternamente necesario
pues cada movimiento resulta de un movimiento anterior y por lo tanto cada uno de ellos
implica una serie infinita de movimientos precedentes. Por otro lado no es exactamente un
estado sino un proceso de realización un devenir en el que la cosa hace acto lo que lleva en
potencia. El reposo como meta del movimiento difiere de la inmovilidad pesada del cuerpo
incapaz de moverse a si mismo y por lo tanto hablar de movimiento es hablar del ser de
todo lo que no existe mas que cambiando y modificando, el punto medio entre la perfección
absoluta, puro acto, y el reposo impotente como privación.
Finalmente, el hecho de que el proceso necesite para ser explicado de una causa implica
que tiene necesidad de un motor para producirse. En el caso del movimiento natural la
naturaleza propia del cuerpo, su forma, es lo que lo impulsa a su puesto; mientras que el
movimiento contra natura exige la acción de un motor que permanezca de manera continua
en contacto con el cuerpo pues no es admitida la acción a distancia. Dicha transmisión será
entonces posible únicamente mediante la tracción o la presión.
La física aristotélica forma entonces un todo coherente que son embargo presenta una falla:
ser desmentida diariamente por el lanzamiento. A pesar de que Aristóteles dio explicación
de este hecho adjudicando al medio ambiente, aire o agua, la doble acción de resistencia al
movimiento y causa/motor del mismo (al desplazarse por los laterales del objeto lanzado
queda detrás de este y lo impulsa), la critica a la dinámica aristotélica vuelve siempre a este
punto pues resulta imposible concebir tal acción desde el sentido común.

II
De la doctrina de los lugares naturales se deduce que dado que el propio ser de cada cuerpo
lo hace tender al lugar que le corresponde este se dirigirá a dicho lugar de la manera mas
rápida y directa posible. Todo movimiento natural será entonces en línea recta y con la
mayor rapidez que el medio, que se resiste, permita. De aquí que si existiese el vacío el
movimiento en él sería un movimiento infinitamente rápido y por lo tanto instantáneo, lo
que resulta imposible. Además en el vacío no hay lugares privilegiados, el movimiento
carecería de finalidad y en consecuencia de causa. En lo respecta al movimiento violento
resulta claro que el vacío no puede recibir, transmitir y mantener movimiento, por lo que no
existiría un motor.
La negación de la existencia del vacío en Aristóteles responde entonces a la
incompatibilidad con la concepción de movimiento como proceso y cambio, esto es,
movimiento teleológico. Solo los cuerpos geométricos pueden ser colocados en un espacio
geométrico (el vacío es homogéneo, infinito e intangible).

III
La dinámica aristotélica, como señalamos, resulta inconcebible desde el sentido común y
los argumentos contra ella vuelven siempre a este punto. Pueden clasificarse en dos grupos,
por un lado los “materiales”: resulta muy improbable que un cuerpo pesado pueda ser
movido por la acción del aire; por otro lado, los “formales”: es contradictorio atribuir al aire
la doble acción de motor y resistencia. Además, en última instancia, se desplaza el
problema al aire/agua pues ¿Cuál es el motor que permite su movimiento? Del
razonamiento en que se apoyan tales críticas nace la física del Ímpetus.
Efectivamente, por qué no suponer que el motor transmite al cuerpo movido una potencia o
fuerza que es la causa del movimiento, si mover cualquier objeto requiere un esfuerzo y es
claramente esta fuerza la que provoca tal movimiento. Pero el ímpetus tiene aun otra
función, la de vencer la resistencia del medio, de aquí que en los casos en los que la misma
no existe (como en el vacío) el ímpetus se mantenga inmortal.
Quizá el lector piense ahora en el principio de inercia, en la similitud entre tal principio y la
formulación del ímpetu que cabo de esbozar. Para prevenir de tal error deberemos recurrir
al mismo Galileo quien trato la incompatibilidad que nos interesa marcar. El ímpetus, dice
Galileo, es considerado como causa inmanente al movimiento, propia del objeto que ese
mueve aunque no al modo aristotélico de una naturaleza sino mas bien como cualidad
(como analogía podría pensarse en el calor) y dicha causa responde a su efecto no como
proceso de actualización pero sí como cambio. Esta misma concepción es lo que vuelve
incongruente plantear que dicha causa/ fuerza permanezca estable, inmutable. Si hablamos
de un cambio que afecta al objeto no podemos negar un cambio en su causa, en tanto es
pensada como propiedad del mismo y por lo tanto el movimiento que esta produce habrá de
aminorarse y apagarse.
Galileo entonces nos deja do lecciones de su análisis de la física del ímpetu: que esta es
incompatible con el principio de inercia y, tan importante como la primera, con un método
matemático.

IV
Estamos tan acostumbrados (y agregaría tan atravesados) por los principios y conceptos de
la mecánica moderna que tienden a aparecérsenos como nociones claras y simples mientras
que las dificultades que implico llegar a concebirlas nos muestra que quizás no sea de fiar
lo que la apariencia insinúa.
El concepto moderno de movimiento, por ejemplo, ¿que es? Principalmente algo que al
cuerpo le es indiferente, es decir, que no lo modifica y en consecuencia tanto este como el
reposo son sustancialmente equivalentes en lo que respecta al cuerpo en si mismo .De aquí
que el movimiento pueda atribuirse al cuerpo tan solo en relación a otro cuerpo que
suponemos en reposo .El movimiento es relativo, aparece como una relación que es al
mismo tiempo un estado, tal como el reposo, ambos persistentes y radicalmente opuestos
entre si.
Condene aquí hacer una aclaración, se trata de estados persistentes pero la eternidad solo
corresponde al movimiento rectilíneo uniforme siempre que ninguna fuerza externa actúe
sobre el cuerpo móvil y esto mismo implica la infinitud del universo .Para decirlo sin
rodeos no hablamos de cuerpos reales en espacio real sino de cuerpos matemáticos
desplazándose en espacio matemático.
No resulta tan extraña entonces la perplejidad del aristotélico frente a tal intento de
explicar lo real por lo imposible .El punto central versa pues sobre al papel que cumplen las
matemáticas en el estudio de la naturaleza y esto es un problema estrictamente filosófico e
incluso un problema casi tan antiguo como la filosofía misma .
Para los contemporáneos de Galileo esta es la cuestión que separa al aristotélico del
platónico .Si concebimos las matemáticas como una ciencia superior cuyas proposiciones
versan sobre lo real y tienen por lo tanto un peso decisivo en física ,somos platónicos ;si por
el contrario las matemáticas se nos presentan como una ciencia abstracta de menor valor a
aquellas que tratan con el ser real –física y metafísica - y en consecuencia insituable
dentro de una física que ha de construirse en base a la percepción y experiencia, somos
aristotélicos .
No hablamos aquí de la certeza de las matemáticas ,ningún aristotélico la ha puesto en duda
,sino de la estructura del ser y por lo tanto de la ciencia que de el trata .La naturaleza del ser
es cualitativa ,no hay exactitud matemática en las formas terrestres y es esta distancia entre
real e ideal lo que vuelve imposible aprehender la naturaleza mediante las matemáticas .Tal
distancia no existe en los cielos por lo cual la astronomía matemática si es posible y que se
le haya escapado dicha cuestión a Platón es precisamente su error .
Galileo sabe que la única manera de mostrar que pueden establecerse leyes matemáticas en
la naturaleza es haciéndolo efectivamente .La nueva ciencia es para el una prueba
experimental del platonismo.

Filosofía y Psicología: El problema del sujeto en los inicios de la filosofía moderna.


La filosofía antigua lejos de tratarse de la mera enseñanza de teorías abstractas producto de
la reflexión de algún sabio en su soledad, era una apuesta a la creencia de que el hombre
posee la capacidad, e incluso el deber, de transformarse a sí mismo con la vista puesta en el
Bien. Se trataba entonces de mostrar distintos modos de pensar la vida y actuar en
consecuencia, propuestas de conversiones no religiosas que apuntaban a la acción concreta
que modifica la realidad para que lo que debe ser efectivamente sea. Esta
autotransformación es el precio que el sujeto debe pagar para acceder a la Verdad, que no
se reduce al resultado del acto de conocimiento sino que constituye aquello que libera al
hombre de la esclavitud a las distintas fuerzas que se agitan en él, lo “ilumina” y otorga
tranquilidad al espíritu, la tranquilidad de la vida auténtica.
Distinta es la situación en la Modernidad donde a partir de la filosofía fundada por
Descartes, el conocimiento se vuelve el único camino de acceso a la verdad. Se trata del
sujeto en el centro de la reflexión a partir del abandono de toda certeza proveniente del
exterior, de la búsqueda y hallazgo de un fundamento autónomo que pueda sobreponerse a
las criticas de la razón, que se presente como aquello de lo cual es imposible dudar: El Ego
Cogito cartesiano que funda al sujeto en su existencia y lo vuelve sujeto de la
representación, aquel que, al efectuar tal acción de pensar, permite que algo se disponga
ante él. De aquí que se hable de una racionalidad subjetivada pues el mundo es real en tanto
representación de un sujeto, un sujeto que funda el mundo y a sí mismo en el acto del
pensamiento.
Esta mutación en la concepción de hombre y del mundo es lo que hace posible la
revolución en el campo científico y filosófico del siglo XVII. La argumentación,
experiencia y vigencia del principio de subjetividad como suelo sobre el cual se legitiman
socialmente los conocimientos permite la resignificación de lo ya dicho (infinitud del
universo, atomistas griegos) como punto de construcción de lo nuevo (matematización,
instrumentalización).

Durante el Renacimiento encontramos las primeras consecuencias de la revolución del


pensamiento sobre la posición que toma el hombre: El escepticismo de Montaigne. En un
mundo donde ha sido destruida la Verdad absoluta de la escolástica y la fe, resurge
mediante la obra de Montaigne el escepticismo antiguo. La duda pirroniana que, en
respuesta a la imposibilidad de un saber completamente seguro, se niega a adoptar una
opinión determinada. Se trata de que solo podemos conocer la naturaleza mediante una
representación que es nuestra y distinta de lo que la cosa es en sí misma. En el escepticismo
pirrónico funda entonces Montaigne su antidogmatismo y en momentos de continuos
conflictos doctrinales y religiosos rechaza la posibilidad de una fuente de autoridad exterior
al hombre que otorgue pautas éticas y conocimiento verdaderos.
Si el Renacimiento trata de una renovada confianza en el poder de la razón, Montaigne
aparece como la contrapartida crítica, la desconfianza ante tal cúmulo de transformaciones
que lo llevan a volverse sobre sí para observar los movimientos que en su interior se
producen. Sin embargo, este “sí mismo” no es comprendido como una estructura constante
ya que todo lo que existe se encuentra en continua transición; el ser humano es
esencialmente fluctuante, no es de una vez sino que se construye a cada momento.
Aquí vemos operar una ruptura que no implica una creación de la nada sino una
reorganización, resignificación de lo anterior. La revolución cartesiana implica la
enunciación de la razón y las verdades que le resultan claras y distintas, es la duda
actuando como acción libre de una voluntad que busca lo verdadero, lo
incuestionablemente real. Que la duda se asuma en vez de ser un estado que se soporta da
lugar a las bases donde se construirá la nueva ciencia, el nuevo mundo.

La física matemática: Galileo y Newton.

La ley de inercia fue formulada por Galileo y prescribe que la velocidad alcanzada por un
cuerpo se mantendrá constante siempre que no existan causas externas de aceleración o
desaceleración.
Al observar el movimiento de un péndulo notaremos que la bola describe un arco cuyos
extremos se encuentran a la misma altura. En base a esto podemos suponer que si
construimos una rampa cuya forma se identifique con tal arco y dejamos rodar una pelota
por ella el resultado será el mismo que en la situación anterior: La bola recorrerá la rampa
hasta alcanzar la altura desde la cual comenzó su movimiento. Cuanto menor sea el ángulo
ascendente de la rampa mayor será el tramo de la misma que recorrerá la pelota hasta
alcanzar la altura inicial. Entonces, en caso de que el ángulo sea nulo y no existan fuerzas
que lo impidan, la bola continuará eternamente su movimiento en línea recta y con
velocidad uniforme.
Newton retoma este problema y lo explica en términos de fuerzas, así nace lo que hoy
conocemos como Primera ley de Newton o Principio de inercia: “Todo cuerpo persevera
en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su
estado por fuerzas impresas sobre él”. Esto se comprende a la luz de la Segunda ley de Newton:
“La resultante de fuerza (o fuerza neta que actúa sobre un cuerpo) equivale al producto de la masa
de dicho objeto por la aceleración”; así, un objeto en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme
presenta una aceleración igual a cero y, por lo tanto, la resultante es igual a cero. De aquí tal
“ausencia” de fuerzas que modifiquen el estado del objeto: estas se cancelan mutuamente.
Por otro lado, la Tercera Ley de Newton o Principio de acción y reacción establece que si un
objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, este último ejerce una fuerza de igual magnitud y
dirección pero en sentido opuesto sobre el primero. Se trata de que una fuerza nunca actúa en forma
aislada sino que se presentan en pares, además, dado que actúan sobre cuerpos distintos, no se
cancelan mutuamente.
Analizando la problemática de la caída libre Newton concluyó que la Tierra debe de ejercer una
fuerza sobre los objetos de modo tal que estos caigan directamente hacia ella. Desde esta óptica
también debe existir una fuerza que mantenga a la Luna girando alrededor de la Tierra o, más
específicamente, dos fuerzas: aquella que la colocó en un movimiento rectilíneo al formarse el
universo y la fuerza que ejerce la Tierra sobre ella. Esta acción simultánea de dichas fuerzas
determina el movimiento elíptico de la Luna alrededor de la Tierra.
Que este patrón se corresponda con la orbita de los planetas alrededor del sol lleva a Newton a la
generalización de su conclusión a todos los astros del universo: La Ley de gravitación Universal
que presenta como idea central [ que todos los objetos en el Universo se atraen entre sí y que la
magnitud de esa fuerza, dados dos cuerpos cualesquiera, es mayor cuanto más grandes sean
sus masas y menor cuanto más grande sea la distancia que los separa.

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