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Bulimia y Anorexia
Bulimia y Anorexia
El rol del docente es fundamental para formar jóvenes libres de adicciones y aptos
para la vida. Por tal razón es necesario que estén debidamente informados acerca
de estas patologías.
Si logramos que se capaciten, potenciaremos la acción de la familia en la lucha
diaria contra este flagelo.
Es lógico revalorizar entonces el rol del docente en la prevención y detección
temprana.
Señales de alerta
1- La alimentación en el recreo
El recreo es la pausa que permite el descanso y la reposición de energías para
continuar la actividad. Este tiempo de relax es importante y debe ser bien utilizado.
Los alumnos deben ingerir alimentos adecuados que les aseguren un crecimiento
normal y buen rendimiento en las actividades escolares.
Si la conducta en este sentido no es la apropiada, se ha encendido la primera luz
de alerta.
Recordemos que la anorexia nerviosa y la bulimia comienzan con una dieta.
Cuando el ejercicio se practica con el único fin de bajar de peso, en forma intensa
y compulsiva y en sesiones prolongadas, no es beneficioso, por el contrario,
reactiva la enfermedad.
3- El perfeccionismo
Prestemos atención al alumno ejemplar. La presentación de sus trabajos, su
dedicación al estudio y sus rutinas despiertan nuestra admiración. Lo ponemos
como ejemplo ante el resto de la clase, lo consideramos “el mejor”.
5- El “patito feo”
La baja autoestima y la falta de confianza en las posibilidades de éxito hacen que
un adolescente se considere un “perdedor”.
6- La escala de valores
Nuestra cultura privilegia el poder, el dinero y el culto al cuerpo sobre otros valores
tradicionales que se van perdiendo.
Observemos con atención: ¿Qué persiguen los chicos? ¿Qué los preocupa?
7- La falta de concentración
Suele ocurrir que un buen alumno baje su rendimiento, no pueda concentrarse y
por momentos parezca ausente.
Seguramente algo le preocupa. Averigüemos qué pasa.
8- La vergüenza de mostrarse
La distorsión de la imagen corporal que se presenta en la patología alimentaria
hace que quienes la sufren se vean “gordos” a pesar de tener una apariencia
normal o bajo peso.
Generalmente, por este motivo quieren esconder el cuerpo, ocultarse ante los ojos
de los demás. Se esconden debajo de ropa muy holgada, se niegan a usar traje
de baño y evitan toda situación que los obligue a mostrarse.
Enseñemos a los jóvenes a aceptarse y a quererse a sí mismos.
Debe ponerse especial atención para detectar ese hábito, sobre todo después de
la ingesta que habitualmente se realiza en el recreo.
La vigilia debe extremarse ya que las consecuencias de esta práctica son graves.
Los vómitos frecuentes pueden producir un descenso del nivel de potasio en
sangre, lo que puede ocasionar un paro cardíaco.
Observemos con atención. Si algo anormal sucede, hablemos con la familia.
Adultos versus adolescentes
Son muchos los expertos que han señalado que la raíz de nuestros males en estos temas radica
en que el sistema de educación media aún está asentado sobre paradigmas que fueron los que
guiaron su nacimiento allá lejos en el siglo XIX. Y que consideran a la adolescencia como una
moratoria social, un tiempo de espera, de preparación para el futuro. Así nació nuestra escuela
secundaria, en principio, para formar la futura clase dirigente. Características elitistas,
homogeneizantes, disciplinarias, con fuertes componentes autoritarios fueron su expresión.
Sostenida en conceptos que estuvieron fuertemente apoyados sobre nociones pedagógicas
vigentes en la época, fue propicia para circunstancias en las que convergían los intereses de
grupos de inmigrantes, ansiosos de que sus hijos tuvieran un ascenso en el reconocimiento social,
y el Estado, necesitado de generar una nueva identidad propia para el país.
Hoy, la actual confrontación entre adultos y adolescentes nos remite al pasado, ya que no nos
queda otro camino que el asombro ante la torpeza con que las autoridades encararon y encaran el
problema. Es un ejemplo obvio de cómo un conflicto que debió ser resuelto con un esquema de
diálogo y aprendizaje de ciudadanía se transformó en una compleja maraña de intereses, cuya
solución dejará vencedores y vencidos. Lo peor que puede suceder en educación.
La educación es poderosa por su capacidad de producir alguna diferencia en el sujeto y poder así
generar que algo suceda. La visión retrógrada de un Ministerio de Educación que cree que es
saludable doblegar la natural rebeldía de los jóvenes con el absurdo concepto de que así va a
poder enseñar mejor, instaurando la existencia de un orden pretoriano, con listas negras,
suspensión de clases y ausencia de diálogo, crea un vacío de sentido público, un quiebre de la
institucionalidad, sorda si de cambios se trata. Desaparece la posibilidad de problematizar, para
considerarlo, simplemente, un obstáculo y como tal, sacárselo rápidamente de encima, alejando
incluso la posibilidad de construir matrices de aprendizaje diferentes desde las que se puedan
pensar nuevas relaciones educativas.
La representación de estar formando jóvenes obedientes que concurran mansamente a la escuela
para sentarse en sus bancos, prestando atención a la palabra indiscutida del maestro, lleva a la
concepción de la adolescencia como transición, cuando es una forma de vida que hay que conocer
para poder acompañar a los adolescentes en sus proyectos y decisiones. Este modo irracional e
ignorante de las características de los jóvenes sólo nos va a llevar a enfrentamientos cada vez
mayores, de los que saldrán perdiendo, expulsados del sistema, aquellos chicos más audaces,
más transgresores y tal vez los que tienen mayores posibilidades de producir cambios y tener
influencias positivas sobre sus compañeros.
A nuestro juicio, la tarea fundamental es ayudar a los jóvenes a crecer, a mejorar su autoestima,
con fuerte vocación democrática y pensando que tienen un futuro y que pueden lograrlo,
sintiéndose corresponsables de lo que sucede en su contexto.
No es novedad para ninguna autoridad educativa haber tenido que pernoctar en la escuela junto
con los alumnos en alguna toma. Mucho es lo que se puede lograr si, en vez de generar temor ante
medidas de individualización y amenazas de sanciones, convertimos la crisis en oportunidad. No
hay mejor oportunidad para la formación de un buen ciudadano que las discusiones, debates y
asambleas en los que se confrontan opiniones sin violencia, haciendo conocer los distintos roles
que cada sector de la comunidad representa. Pocas veces la enseñanza de la no violencia tiene
mejor oportunidad para ser colocada en el centro del conflicto.
Sabemos que muchos padres se sienten impotentes para enfrentar las actitudes rebeldes,
transgresoras e imprevisibles de sus hijos adolescentes y verían con gusto que la escuela se
encargara de “ponerlos en vereda”. Hay padres que temen las reacciones de sus hijos y sueñan
con que otros las enfrenten en su lugar. Por otra parte, no es menor la cantidad de adultos que ven
a los jóvenes como enemigos, causantes de todas las tropelías que deben soportar en la vida
diaria y por lo tanto también van a aplaudir con entusiasmo que se hagan listas con los
transgresores y se les aplique todo el rigor de la ley.
La raíz del problema, a nuestro entender, es la necesidad de cambiar el eje de los protagonistas
del acto educativo. Las estrategias deben considerar las nuevas formas de acceder al
conocimiento. De la presencia omnímoda del docente debemos pasar a centrar la acción en los
estudiantes, generando un lugar donde el adolescente desee estar. Esto requiere una estructura
escolar totalmente diferente de la vigente ya que, por un lado, el docente ha dejado de monopolizar
el conocimiento y los estudiantes tienen muchas otras fuentes a las que recurren con
independencia y asiduidad, de modo que muchas veces los saberes del docente son confrontados
por sus alumnos. Es pues un momento oportuno para analizar los cambios imprescindibles que
permitan enfrentar un problema que se va a agrandar con el transcurso del tiempo y que tendrá
graves consecuencias para el futuro del país.
Por otra parte, debemos aceptar que la función principal de la escuela debe ser lograr que cada
estudiante construya su propio proyecto de vida, colaborando con su crecimiento, comprendiendo
su cultura, conteniéndolo frente a la fuerte influencia de su contexto, creando en él conciencia de
solidaridad y sobre todo brindándole respeto y un afecto sincero e incondicional. Además, se debe
enfrentar el desafío de reemplazar el concepto de homogeneización por el difícil ejercicio de la
diversidad adaptando la didáctica y la pedagogía a los grupos que conforman estas tribus juveniles
que muchas veces nos asombran, asustan y confrontan. Seguir sin atender estos cambios lleva
indefectiblemente a profundizar la brecha entre adultos y adolescentes.
Es de desear que este conflicto llame a la reflexión a las autoridades municipales y las lleve a
modificar los criterios hasta ahora en vigencia. Si esto sucediera, tal vez se pueda comenzar a
pensar que hay que cambiar de fondo la educación secundaria para poder enfrentar el desafío de
que todos los niños, niñas y jóvenes hasta los 18 años estén en la escuela, terminen su secundario
y accedan a estudios superiores.
Sólo cuando los hijos de los asalariados, de-socupados y excluidos puedan concurrir a la
universidad, podremos imaginar un país diferente, más justo y solidario.
Las máquinas funcionan al unísono, la luz artificial y el bullicio maquinario crea un clima
moderno, acelerado, cada uno en su pantalla, aislado en la imagen que no deja ver, ni
pensar en otra cosa. No se escuchan palabras, es muy difícil y hasta innecesario hablar,
dialogar o intercambiar siquiera alguna mirada.
Encarcelados en la pantalla, nadie quiere alejarse de ella, ni perder tiempo en otra cosa
que no sea el juego. Estupefactos frente a la imagen los niños concurren todos los días –y
también las noches – a estos locales. Algunos chicos – la edad oscila desde 5 a 13 años –
tienen auriculares y micrófonos para “intercambiar” con los compañeros de “equipo”. El
fin siempre es el mismo: aniquilar a los otros jugadores.
Un niño de 11 años afirma: “En los juegos, vos sos un mafioso que tiene que ir matando
gente. Cuando matás te dan plata, te sirve para vivir más tiempo.” Está jugando al “GTA4”,
versión mejorada del GTA3. La historia se desarrolla en la ciudad del vicio: “vice city” en la
cual como dice el pequeño “no para de matar policías, robar autos y motos.”
Su amigo de 7 años le avisa a quién tiene que asesinar y cómo: “Dale, tirale una bomba”, o
“Apuráte que ahí matás a dos policías juntos.” Otro niño afirma: “A mí me encanta el
Counter Strike. Hay un grupo de terroristas que tiene rehenes, entonces se tiene que
pelear con la policía. Obvio que gana el que más mata.”
“Para los padres – expresa uno de los dueños de los locales – esto es maravilloso. Los
dejan acá mientras ellos se van a pasear, además es una diversión muy barata. Los chicos
se pasan una hora jugando y gastan 3 pesos. Si los llevan a jueguitos electrónicos
necesitan 15 pesos.”
Un niño admite que a su mamá no le gusta nada que él se meta en ese local oscuro: “Me
dice que tengo que aprovechar el sol, la playa, el mar y no venir acá, pero yo no le hago
caso y vengo todas las tardes...” 1
No es que el niño sea insensible al sol, sino que hay otra “sensibilidad” –si podemos
llamarla así – alienante, enajenante, sin ayer, presente, cosmovisión efímera, rápida,
percepción imaginaria de una irrealidad “real” donde nada es imposible, en la cual todo
puede construirse y destruirse mutuamente sin mediación. No importa la causa, el
proceso, sino el efecto: vencer, ganar, poseer al otro, destruir y evolucionar de nivel.
El azaroso mundo infantil se juega en la pantalla que, a su vez, una mente adulta
programó y definió anticipadamente, prefigurando la respuesta, la creencia y el desarrollo
del juego, alejándola cada vez más de la espontaneidad e improvisación.
Los pequeños podrán matar virtualmente a todos pero no a la máquina, la cual los lleva a
seguir enchufados en un circuito inagotablemente gozoso, pues lo desconocido, lo que los
impulsa no está en el cuerpo ni en el mundo, sino en la máquina que un adulto
responsable preparó para él.
Lo infantil de la infancia transcurre durante mucho tiempo en ese igual espacio, donde la
muerte y la vida no valen más que un circuito eléctrico y el azar de la aventura se trastoca
en chips.
Una de las cosas que más nos llaman la atención en la actualidad, es la escasa y a veces
nula posibilidad de fantasear de los chicos, que pasan muchas horas encapsulados en las
pantallas. La fantasía – al decir de Roland Barthes2 – es el reino del símbolo. La
incapacidad de fantasear responde a la dificultad de simbolizar, de representar; de ese
modo, se estructura una paradoja: la imagen, lejos de producir sentidos polívocos, lo que
implicaría pérdida y creación de unos nuevos, clausura el sentido provocando una
“sordera” y “ceguera” que impide la creación simbólica.
1
Los datos fueron obtenidos del diario Clarín de Buenos Aires, el día 22 de enero de 2004.
2
Barthes, Roland, Variaciones sobre la escritura, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2003, pág. 48
En el mismo sentido, los accesorios lúdicos para las computadoras son cada vez más
competitivos y sofisticados: joysticks que hacen vibrar la mano, volantes con palancas de
cambio y pedales, teclados ergonómicos e inalámbricos, gamepads precisos (aparato
versátil) para realizar los movimientos virtuales más rápidos, que viene con el mínimo de 6
botones programables, dos disparadores, y un pad de ocho posiciones. Todos ellos
enmarcan el actual goce infantil con la imagen del cual los niños no pueden ni quieren
apartarse.
Los que trabajamos con los niños nos encontramos alarmados por el escaso espesor y
volumen del lenguaje. La reducción, la codificación, la síntesis y la pérdida del sentido que
adquiere para ellos, enuncia una progresiva degradación del mismo. El lenguaje visual se
equipara drásticamente con el lingüístico y en esta disputa vence el primero, en
detrimento de la riqueza verbal, corporal, gestual y escrita del segundo.
Cuando un niño mira, esconde un toque; al hablar, oye la mirada; al moverse, intuye un
gesto y al oler, palpa el sabor. Ellos ponen en escena un verdadero goce corporal. Para los
más pequeños, el jeroglífico del tiempo se mide en proporciones de juego, en los cuales
intuye la vidriera alegórica de sus pensamientos más asertivos y originales.
La práctica del goce gestual, corporal, temporal, rítmico y espacial de los chicos se
clausura en la pantalla y aparece otro, mudo en el tacto, visible en la mirada, oscuro en el
sabor, insípido en el olor, inmóvil en el espacio. Podríamos denominarlo el goce de la
imagen.
La antropología de la infancia nos demuestra día a día el avance indecoroso del goce en la
imagen, en detrimento – cada vez más progresivo – del goce corporal, creacionista y
gestual. La alienación por la imagen genera la vaporosa reproducción de lo mismo, en una
realidad actual que tiende a ser el campo, en el cual las nuevas generaciones producen lo
infantil.
El niño alineado y dominado en el circuito imaginario que el adulto –en tanto sociedad –
no deja de ofertarle y ofrecerle, genera más demanda imaginaria en una legalidad
mercantil, acuciante, sin límites y nada sutil. ¿Podremos recuperar para los niños la
realización práctica del placer escénico corporal?
La re- acción del niño pone en acto la angustia, actuándola en el cuerpo y en la motricidad.
Por ejemplo, el niño denominado “disatencional” construye un maquillaje el síntoma
que lo defiende y protege de la aparición de la angustia, así utiliza el movimiento y la
distracción para no angustiarse. En vez de que aparezca un personaje sin rostro, no piensa
y actúa sin contemplaciones, moviéndose para no detenerse, el niño repite sin darse
cuenta ese afecto doloroso que lo afecta para defenderse.
Siempre el niño se angustia con relación al Otro, de allí que ella es correlativa de lo infantil
y el amor que él conlleva, ante este mal- estar, ¿cómo responde la modernidad? Ella
inequívocamente coloca su saber científico, técnico y anónimo. En ese anonimato
responde otra vez el cuerpo.
La modernidad muchas veces, desconoce lo singular y globaliza la niñez como si este mito
fuera posible. La mundialización de lo infantil como un estadio del desarrollo o una etapa
siempre lista, en pos de la eficacia y la inmanencia del mercado, no es otra cosa que el
ritual de un saber anónimo.3
Cuando el Otro- ojo- moderno quiere observar al niño lo hace de todos los lados posibles,
busca saber el todo sobre el cuerpo, el acontecer y el desarrollo. El pequeño responde
recordándole que está habitado por lo invisible que soporta y estructura la imagen
corporal.
El oído- anónimo del saber- poder actual quiere escuchar únicamente las estadísticas, los
estudios didácticos, las frecuencias y las investigaciones cuantitativas para aplicarlas al
cuerpo de un niño o, para decodificar o interpretar exactamente lo que le pasa.
Un niño, en sus ocurrencias inesperadas e inauditas de su realización, desmiente esos
prejuicios y les recuerda lo inclasificable de la imagen corporal en escena.
La imagen moderna que se le ofrece y fascina tanto a los niños es puntual, efímera, des-
echable, eléctrica, intercambiable. Dura en la inmediatez del instante visual, en sí misma
es su propio fin, sin relación al otro. Frente a esta realidad enajenante, que el mundo
adulto moderno le presenta a los niños, los actuales síntomas infantiles se constituyen en
la respuesta posible, pero a la vez eléctricamente solitaria, que encubren y dan a ver
dramáticamente, un pedido de auxilio, una demanda de amor al otro.
El saber creativo del niño implica siempre una anticipación, una promesa, una
emancipación y una intuición. No sólo en éste saber se anticipa lo que vendrá juega a
ser grande porque no lo es, anticipando lo que será sino que coloca allí la improvisada
esperanza secreta de encontrarse con la novedad de lo nuevo, con un nacimiento-
acontecimiento aunque no sabe cuál es. Es una apertura y explosión multiplicada de
significantes.
Entonces, ¿Seremos capaces de comprender la secreta demanda que los síntomas
actuales ocultan?
Es este el gran desafío que la niñez nos presenta frente a la omnipresencia tecnológica.
3
Edgar Morín prefiere utilizar el término “planetarización” en vez de globalización, ubica el comienzo de este
proceso en la conquista de las Américas y el desarrollo de las negociaciones alrededor del mundo. Hasta
llegar a la actual explosión de los medios de comunicación con toda la expansión mercantil, industrial,
técnica, científica, ligados a la “hipertrofia individualista”. Véase: Morín, Edgar, La violencia del mundo,
Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2003.
Esteban Levin
Bibliografía:
Barthes, Roland “Variaciones sobre la escritura” Editorial Paidos Buenos Aires, 2003.
Levin Esteban- “La Función del Hijo. Espejos y laberintos de la infancia” Editorial Nueva
Visión –Buenos Aires, 2000.
Levin Esteban “Discapacidad Clínica y Educación. Los niños del otro espejo ”- Editorial
Nueva Visión –Buenos Aires, 2003
15/07/2008
Adolescentes en la era del Counter Strike
Definiciones
Las investigaciones coordinadas por Luque, quien además es graduada como analista
de sistemas informáticos, comienzan cinco años atrás, indagando sobre la fobia a las
computadoras y lo que en aquel entonces se perfilaba como adicción a internet, como
una manera de dar respuesta desde la psicología a los nuevos trastornos que generaba
la informática.
Los videojuegos
La idea que subyace es que los adolescentes han pasado de jugar al aire libre, o al
fútbol, a este otro tipo de juegos. "Han reemplazado una manera de jugar por otra, lo
cual no es para nada patológico. Es lógico que jueguen con estas nuevas tecnologías,
porque las computadoras siempre formaron para ellos parte de su realidad, porque los
adolescentes de hoy se criaron con computadoras, aunque distintas a las actuales",
agrega la investigadora.
Según los resultados de las investigaciones, los videojuegos en red son importantes
para las adolescentes porque les permiten desarrollar el pensamiento lógico formal.
"Los chicos –dice Luque- mejoran su capacidad de razonamiento lógico para poder
plantear estrategias de juego. Y les favorece una respuesta más rápida a los estímulos
visuales y auditivos".
Agruparse
Luque considera también que el juego en red es una nueva manera de compartir con
sus pares, una actividad que a los jóvenes y adolescentes "les hace falta para marcar
el paso de la familia a la sociedad". También, la docente resalta que los videojuegos en
red constituyen un buen lugar desde donde los jóvenes pueden ensayar roles, ya que
en ellos "se pueden adoptar diferentes funciones o roles y eso posibilita que el
adolescente pueda reflexionar sobre cómo quiere ser y cómo quiere que los demás lo
vean", precisa Luque.
Violencia
En otro aspecto, una de las críticas más comunes que reciben algunos videojuegos es
su elevado nivel de violencia, ya que no escatiman en enfrentamientos que se
resuelven a los bombazos y desparramo de sangre a cada instante. Y precisamente en
este aspecto, las investigaciones realizadas en la UNC no indican que los videojuegos
sean un elemento que torne más agresivos a los adolescentes. "La hipótesis era que
luego de jugar los chicos se mostrarían más agresivos entre ellos, pero las
observaciones que hemos realizado no han mostrado que eso ocurra. Se gritan o
insultan mientras están jugando, pero cuando finalizan no vimos que se agredan",
amplía Luque.
Uso abusivo
FUENTE
hoylauniversidad.unc.edu.ar
¿Quién dijo que todo está perdido?
Cuántas veces hemos escuchado a los adultos actuales, e incluso a
algunos jóvenes que rozan con la adultez, pronunciar la misma frase:
“la juventud está perdida”
Pero habría que preguntarse qué quieren expresar con esa frase. ¿Acaso
que la juventud no tiene un rumbo fijo?; ¿Que no piensa en el futuro
quizás?; ¿Que no tiene conciencia de sus acciones y sus consecuencias?
¿O que perdió esa capacidad de transformación de la sociedad que se
les atribuía, por ejemplo, a los jóvenes de los ´70?
Esa frase, tantas veces repetida, puede decir una de esas cosas, o
todas, o ninguna. Pero lo cierto es que debería empezar a ser
cuestionada en estos tiempos en que los jóvenes se han convertido en
protagonistas de la actualidad. A raíz de las protestas estudiantiles que
se gestaron en el mes de Agosto en 32 secundarias de la Capital Federal
y que llegaron a contagiar a jóvenes de otras ciudades (como fue el
caso de Rosario, que el 8 de Septiembre) ya no se los nombra como
víctimas o victimarios en las noticias. Ya no se los vincula ni al delito ni
a la violencia la droga o el alcohol.
Los diarios más leídos que, a la hora de seleccionar los hechos que
serán convertidos en noticia privilegian aquellos que tiñan de emoción y
sensacionalismo a sus notas, llenan sus páginas hablando sobre la
juventud. Hasta incluyen a los jóvenes en la sección “política”; citan sus
voces, las colocan a la par y les dedican el mismo espacio que a las de
los gobernantes.
Vinculado a este giro temático de los grandes periódicos digitales, se
encuentra también una predominancia de noticias sobre acciones
políticas dirigidas a los jóvenes y a su educación: notas vinculadas a las
diferentes soluciones que plantearon los políticos ante la pérdida de días
de clases por parte de los estudiantes secundarios.
Es cierto que se puede cuestionar esa participación política que no está
relacionada o no se dirige hacia una transformación social profunda y
hasta puede ser tildada de una demanda netamente económica, ya que
las protestas se enmarcan en el reclamo de obras edilicias en los
colegios involucrados. Pero con ella se está cuestionando a los políticos
y se les está obligando a poner el tema de la educación a la orden del
día. Tanto es así que, por ejemplo, el lunes 30 de Agosto, la protesta
estudiantil se convirtió en la cuestión central de la reunión del gabinete
conducido por Mauricio Macri.
Esto no quiere decir que las noticias sobre delincuencia o violencia
juvenil hayan desaparecido por completo. Pero sí que han pasado a un
segundo plano y han sido superadas por esta temática, a pesar de haber
sido la delincuencia y la violencia al menos, durante varios meses, la
materia predilecta y hasta a veces exclusiva de los grandes periódicos
digitales a la hora de nombrar a la juventud.
Artículo publicado por Florencia Saintout en Página/12 el 8 de
Septiembre de 2009
Dificultades de aprendizaje, problemas de conducta, chicos que se aíslan de sus compañeros. Son
situaciones frecuentes en las escuelas, en todos los grados. Por eso muchas cuentan con la ayuda de
un gabinete psicopedagógico. Pero no sólo de resolver conflictos se trata su tarea. Su función es
básicamente preventiva: trabaja codo a codo con los docentes y directivos para alcanzar los mejores
resultados en las actividades del aula y en la integración de los grupos.
En rigor, hoy muchas escuelas prefieren hablar de equipos psicopedagógicos. “El titulo de gabinete
está muy cuestionado, porque remite a un lugar pasivo donde se reciben ‘niños-problema’ con
quienes ‘algo debe hacerse’”, explica la psicopedagoga María Emilia Chuit, integrante del portal Por
Psicopedagogía (www.xpsicopedagogia.com.ar).
En cambio, dice, la idea de “equipo deorientación escolar” muestra claramente “la necesidad de
trabajar en grupo y de serorientador y no depositario de ciertas situaciones” .
Cada escuela, aclaran las especialistas consultadas, trabaja con una modalidad diferente. En la
ciudad de Buenos Aires, las escuelas públicas cuentan con equipos de orientación que no están
dentro de la institución, sino que trabajan en todo un distrito (ver Un trabajo…).En las privadas no
hay un único modelo. En algunas, el gabinete psicopedagógico es en realidad una sola persona, que
puede ser psicólogo o psicopedagogo. En otras están los dos, a veces se agrega un trabajador social
o un fonoaudiólogo. “La función de estos equipos -explica Chuit- se va delineando de acuerdo con
el proyecto educativo institucional”.
En líneas generales, agrega, “se trata de optimizar los recursos institucionales para. favorecer el
proceso de enseñanza-aprendizaje, trabajando con docentes, padres, alumnos y directivos”. Este
trabajo conjunto, señala, “permite transformar la certeza de ‘fulanito no aprende’, o de ‘es agresivo’
en la pregunta ¿qué dificulta el aprendizaje o el vínculo con los otros?”
La especialista en educación Liliana Maltz, asesora en la escuela privada Julio Cortázar, opina que “lo
ideal es trabajar no sólo cuando aparecen las dificultades, sino en prevención”. Esto implica, por
ejemplo, colaborar con los maestros de primer grado en el diagnóstico sobre el nivel de los chicos:
“Hay que formar un equipo con el maestro, planificar las actividades en función de las diferencias.
No todos los alumnos están en un mismo nivel”.
También conviene, indica Maltz, “que el psicopedagogo pueda hacer observaciones en las aulas,
porque puede detectar problemas que el maestro no ve”.
La psicopedagoga Paula Schurmann amplía: “El gabinete no se ocupa sólo de conflictos puntuales,
sino que trabaja sobre la dinámica de los grupos, frente a situaciones problemáticas asociadas al
crecimiento, a determinados momentos en que los chicos pueden necesitar apoyo”.
Muchas veces el gabinete -o equipo- trabaja con todo un grado. Pero en otras debe ocuparse de un
alumno en particular, por problemas de conducta, de distracción, dificultades en la lectura o en los
razonamientos matemáticos, o cualquier otra traba que impida al chico cumplir con los objetivos
planteados por el maestro.
¿Cuándo encender la luz de alerta? Según Bertán, cuando el problema se generaliza. “Cuando algo se
vuelve recurrente, hay que estar atento. Por ejemplo, si la mamá dice que el chico se distrae en otras
situaciones fuera de la escuela. En cambio, cuando el problema aparece en un momento o situación
determinados, puede ser simplemente que el chico necesite un tiempo de maduración”, analiza.
La psicopedagoga Trixie Levy, del colegio privado Tarbut, señala que “muchas veces se asocia al
gabinete la imagen de ‘bombero’, que viene a resolver urgencias. Pero es importante trabajar
generando espacios de reflexión junto con los directivos, los docentes, los padres y el chico”.
A veces, dice Levy, se trata de dificultades leves que pueden resolverse en la escuela con la ayuda
del psicopedagogo, quien aporta al docente nuevas estrategias para la enseñanza. Pero en algunos
casos los conflictos exceden las posibilidades de la escuela para llegar a una solución.
Entonces se puede sugerir a los padres una consulta con un profesional externo. “En general, los
chicos no se abren de la misma manera a un psicólogo en la escuela que a uno particular -compara
Maltz-. Y hay cosas que tal vez los padres no quieren contar en la escuela;”
En la práctica, no todas las escuelas tienen un equipo psicopedagógico. Pero su tarea la cubren
maestros o directivos. “Muchos docentes tienen una formación adicional -aclara Schurmann-, y
estos recursos pueden aprovecharse. Se arma un grupo de trabajo y aprendizaje qué se enriquece
con la colaboración de un profesional externo que trata a algún alumno. Así aparecen cuestiones
que para el docente, hasta ese momento, no eran observables. Y pueden servir para implementar
nuevas estrategias de enseñanza.