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El Niño Manuelito se caracteriza por tener la tez blanca o cobriza y por sus mejillas rosadas, ojos

vidriosos, dientes hechos con el cálamo de una pluma de cóndor, cabello ondulado, un paladar de
espejo y, en algunos casos, finas lágrimas de cristal. Los artesanos emplean madera y arcilla para
trabajar con técnicas que han trascendido generaciones. Imaginan a Manuelito en distintos
humores: cansado, pensativo, alegre, con una expresión astuta y sugerente, gateando, o con los
brazos abiertos. Al hospedarse en Inkaterra La Casona, encontrará en su habitación la imagen
tallada en madera del tierno Manuelito en su cuna.

Al niño Manuelito se le atribuye un carácter travieso propio de su edad y se cree que su imagen,
entendida no como una representación sino como la dimensión corpórea del personaje real,
puede salir a jugar y a recorrer los pueblos, por lo que estas imágenes deberán ser guardadas en
urnas o cajas de cristal, o incluso estar encadenadas, para evitar que escapen", detalló.

En el Cuzco, Manuelito es una figura principal "en la costumbre del Santurantikuy, feria de
imaginería artesanal en que se arman escenificaciones de la Natividad a modo de Nacimientos,
denominados 'Misterios' en esta región", señaló Mujica.

En esta feria se venden los adornos en plata y los vestidos que se colocarán cada año a la imagen
del niño que, según se supone, va creciendo y, por tanto, las prendas del año anterior "ya le han
de quedar chicas".

La gran valoración que tiene la imaginería tradicional cuzqueña ha hecho que especialistas en arte
tradicional de diversos países adquieran Manuelitos, algunos de ellos vestidos con trajes de plata,
como los que hay en museos de Ecuador y de Cuba, concluyó la especialista.

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