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--Sabís lo que son.

Tán locos con los dos —Ve a decírselo a tu padre —ordenó la señora
chivitos de la Barbona. Dunbar a su hijo mayor.
--¿Y... ella? Los presentes empezaron a buscar a
--Muy suelta e cuerpo..., como si no hubiera Hutchinson con la mirada. Bill Hutchinson estaba
pasao na’... inmóvil y callado, contemplando el papel que
--¿Hizo ella la comía? tenía en la mano. De pronto, Tessie Hutchinson
--¿Y quién querís que l’hiciera? le gritó al señor Summers:
No sólo le quitaba el hombre. Le quitaba el —No le has dado tiempo a escoger qué
hogar, la responsabilidad de la vida familiar, el papeleta quería! Te he visto, Joe Summers. ¡No
derecho al mando. Y era su hija... Los músculos es justo!
de la cara se le relajaron y por los ojos le brotó —Tienes que aceptar la suerte, Tessie —le
el llanto, silenciosamente, anegándole las mejillas, replicó la señora Delacroix, y la señora Graves
entrándosele por los labios, regustándole en añadió:
amargor la garganta. A veces un sollozo iba —Todos hemos tenido las mismas
a estallar, lo sentía subir desde el fondo de sus oportunidades.
entrañas, desgarrándolas, pero la mujer apegaba —Vamos, Tessie, cierra el pico! —intervino
convulsivamente el delantal a la boca para Bill Hutchinson.
hacerlo morir allí, sin ruido alguno. Porque le —Bueno —anunció, acto seguido, el señor
habían dicho “que no querían oírla” tras la escena Summers—. Hasta aquí hemos ido bastante
de la mañana, cuando los encontró anudados deprisa y ahora deberemos apresurarnos un
en un abrazo y estalló en ira, aullando insultos poco más para terminar a tiempo. —Consultó
y amenazas que sólo sirvieron para que la su siguiente lista y añadió—: Bill, tú has sacado
muchacha, tranquilamente alzándose, la mirara la papeleta por la familia Hutchinson. ¿Tienes
despectiva, y el hombre, frío y brutal, la pusiera alguna casa más que pertenezca a ella?
frente a la nueva situación. Ella, que hiciera lo
que más le conviniera. Si quería quedarse en la

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—Están Don y Eva —exclamó la señora --Mejor es que te vayai pa’l alto con las cabras
Hutchinson con un chillido—. ¡Ellos también --interrumpió la vieja--. Son l’únicas que te
deberían participar! aguantan.
—Las hijas casadas entran en el sorteo con --Tamién usté con lo que la malcría. Parece que
las familias de sus maridos, Tessie —replicó no tuviera más nieto qu’ésta... --hizo el reproche
el señor Summers con suavidad—. Lo sabes la mujer cuando la muchacha se alejaba, como
perfectamente, como todos los demás. siempre las manos cruzadas a la espalda.
—No ha sido justo —insistió Tessie. Parecían la réplica una de la otra: la vieja con los
—Me temo que no —respondió con voz ojos muy abiertos, inexpresivos, toda ella como
abatida Bill Hutchinson a la anterior pregunta del de piedra herrumbrosa, por una vez con el huso
director del sorteo—. Mi hija juega con la familia caído en el regazo y las manos sobre él, inmóviles.
de su esposo, como está establecido. Y no tengo La mujer al frente, en otra silleta, abiertos los ojos
más familia que mis hijos pequeños. lavados por las lágrimas, paralizadas las facciones
—Entonces, por lo que respecta a la elección por el dolor, las manos en el cuenco de la falda,
de la familia, ha correspondido a la tuya —declaró como olvidados objetos inservibles. Atrás la casa
el señor Summers a modo de explicación—. Y, se borraba en la sombra que lentamente subía de
por lo que respecta a la casa, también corresponde la hondonada precedida de un hálito fresco. En
a la tuya, ¿no es eso? el cielo tan sólo había el tachón de una estrella y
—Sí —respondió Bill Hutchinson. un ave porfiadamente modulaba su reclamo. La
—Cuántos chicos tienes, Bill? —preguntó hora del crepúsculo pareció irse de súbito y en la
oficialmente el señor Summers. noche quedó desparramado y vivo el insistente
—Tres —declaró Bill Hutchinson—. Está mi croar de las ranas.
hijo, Bill, y Nancy y el pequeño Dave. Además de --¿Y los chiquillos? --preguntó en un hilo de
Tessie y de mí, claro. voz la mujer.
—Muy bien, pues —asintió el señor --Ya s’acostaron --dijo quedamente la vieja.
Summers—. ¿Has recogido sus papeletas, Harry? --¿No preduntaron na’ por mí?

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--No quero. El señor Graves asintió y mostró en alto las
--Lo que vai a conseguir es que te largue un hojas de papel.
güen palo. —Entonces, ponlas en la caja —le indicó el
--¡Je! --rió la muchacha--. Haga la prueba no señor Summers—. Coge la de Bill y colócala
más... dentro.
No con un palo, pero sí con un bofetón intentó —Creo que deberíamos empezar otra vez —
alcanzarla. La muchacha se esquivó rápida, y la comentó la señora Hutchinson con toda la calma
mujer, con su propio impulso, perdió el equilibrio posible—. Os digo que no es justo. Bill no ha
y fue a darse contra la batea. tenido tiempo para escoger qué papeleta quería.
--Me las vai a pagar --gritó iracunda. Todos lo habéis visto.
--Déjala --dijo la vieja--, déjala no más. No vai El señor Graves había seleccionado cinco
a conseguir na’ d’ella. Es pior que macho. papeletas y las había puesto en la caja. Salvo éstas,
--Pero si antes no era así... dejó caer todas las demás al suelo, donde la brisa
--Cosas de moza --prosiguió la vieja--. Déjala las impulsó, esparciéndolas por la plaza.
no más, ya se le pasará el emperramiento. —Escuchadme todos! —seguía diciendo la
--Te voy a acusar a tu taita, a ver si le hacís señora Hutchinson a los vecinos que la rodeaban.
caso... —¿Preparado, Bill? —inquirió el señor
--No es mi taita --protestó la muchacha Summers, y Bill Hutchinson asintió, después de
desde lejos, apoyada en un puntal del apeadero y dirigir una breve mirada a su esposa y a sus hijos.
haciendo eses en la tierra con un pie. —Recordad —continuó el director del
--Sí, ya sé; no es tu taita, es mi marío --dijo sorteo—: Sacad una papeleta y guardadla sin abrir
amargamente la mujer. hasta que todos tengan la suya. Harry, tú ayudarás
--Su marío... --y entrecerró los párpados, al pequeño Dave. —El señor Graves tomó de la
mirándola mientras que un gesto como el de la manita al niño, que se acercó a la caja con él sin
vieja mostraba en la boca los dientes de animalillo ofrecer resistencia—. Saca un papel de la caja,
carnicero, fuertes y crueles. Davy —le dijo el señor Summers. Davy introdujo

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la mano donde le decían y soltó una risita—. Saca la cara a los pies de la muchacha. Alzó los ojos. La
sólo un papel —insistió el señor Summers—. veía siempre hacia arriba, firme y sin esquivarse.
Harry, ocúpate tú de guardarlo. Súbitamente pegó la frente a sus piernas, alzó las
El señor Graves tomó la mano del niño y manos y las pegó a las piernas. Y un momento se
le quitó el papel de su puño cerrado; después, quedaron así, como parte del paisaje, sin pensar
lo sostuvo en alto mientras el pequeño Dave en nada, sintiendo tan sólo la tremenda vida
se quedaba a su lado, mirándole con aire de instintiva que los galvanizaba.
desconcierto. La muchacha seguía mirándolo, más
—Ahora, Nancy —anunció el señor Summers. entrecerrados aún los párpados. Cuando dio
Nancy tenía doce años y a sus compañeros de un paso atrás, la cara y las manos del hombre
la escuela se les aceleró la respiración mientras quedaron en el aire, sin tratar de retenerla. La
se adelantaba, agarrándose la falda, y extraía una muchacha se dio vuelta y empezó a andar. Y
papeleta con gesto delicado—. Bill, hijo —dijo el el hombre, con un salto elástico, se alzó hasta
señor Summers, y Billy, con su rostro sonrojado y el sendero y se fue tras ella, como ciego al que
sus pies enormes, estuvo a punto de volcar la caja milagrosamente se revela la certidumbre del sol.
cuando sacó su papeleta—. Tessie… --Tai muy insolente vos --dijo la mujer
La señora Hutchinson titubeó durante unos vociferando.
segundos, mirando a su alrededor con aire --Porque pueo --contestó la muchacha con
desafiante y luego apretó los labios y avanzó iguales voces.
hasta la caja. Extrajo una papeleta y la sostuvo a --Vai a lavar la ropa.
su espalda. --No quero.
—Bill… —dijo por último el señor Summers, --Vai a lavar la ropa.
y Bill Hutchinson metió la mano en la caja y --No quero lavar la ropa. No quero. ¿Entiende?
tanteó el fondo antes de sacarla con el último de No quero lavarla. Lávela usté.
los papeles. --Vai a lavarla vos, porque yo te lo mando. Pa’
Los espectadores habían quedado en silencio. eso soy tu mamita.

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las manos. Y los ojos se le soldaron a la figura —Espero que no sea Nancy —cuchicheó una
alzada allí, viéndola desde abajo, con las piernas chica, y el sonido del susurro llegó hasta el más
desnudas y el vientre apenas combo y las alejado de los reunidos.
puntas de los senos altos, y arriba la barbilla y —Antes, las cosas no eran así —comentó
todo el rostro echado hacia atrás, deformado y abiertamente el viejo Warner—. Y la gente
desconocido, con las crenchas despeinadas por la tampoco es como en otros tiempos.
mano del viento, mano como de hombre que la —Muy bien —dijo el señor Summers—.
quisiera y la acariciara. Abrid las papeletas. Tú, Harry, abre la del pequeño
Pareció que le crecieran raíces. Se la quedó Dave.
mirando, mirando. Como si las raíces se adentraran El señor Graves desdobló el papel y se
por la tierra y llegaran hasta esa obscura región de escuchó un suspiro general cuando lo mostró en
las corrientes subterráneas, napas frías y calientes, alto y todos comprobaron que estaba en blanco.
ambas subiéndole por los pies, por las piernas, por Nancy y Bill, hijo, abrieron los suyos al mismo
el torso; inundándole el pecho, contradictorias; tiempo y los dos se volvieron hacia la multitud
llegándole hasta los brazos, hasta las manos; con expresión radiante, agitando sus papeletas
subiendo por los brazos nuevamente, rebotando por encima de la cabeza.
toda esa marejada en el cerebro, golpeando allí, —Tessie… —indicó el señor Summers.
insistiendo allí con su fuerte fluir y refluir. Como Se produjo una breve pausa y, a continuación,
aguas calientes y frías. Y como si el sol hubiera el director del sorteo miró a Bill Hutchinson.
de pronto hecho florecer todos los retamos de El hombre desdobló su papeleta y la enseñó.
la tierra norteña en que pasara la infancia y el También estaba en blanco.
olor fuera una borrachera que hiciera vacilar la —Es Tessie —anunció el señor Summers
montaña. La muchacha lo miraba, entrecerrados en un susurro—. Muéstranos su papel, Bill. —
los párpados. El hombre se arrancó a sus raíces, Bill Hutchinson se acercó a su mujer y le quitó
las cortó de un golpe con el mismo ímpetu con la papeleta por la fuerza. En el centro de la hoja
que derribaba un árbol y avanzó hasta casi pegar había un punto negro, la marca que había puesto

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el señor Summers con el lápiz la noche anterior, los ojos pestañudos; alzó los hombros y, siempre
en la oficina de la compañía de carbones. Bill con las manos en la espalda, echó a andar por el
Hutchinson mostró en alto la papeleta y se produjo senderito escalonado que bajaba al río.
una reacción agitada entre los congregados. No se daba prisa. Una cachaña que la descubriera
—Bien, amigos —proclamó el señor planeaba curiosamente sobre ella, atraída por la
Summers—, démonos prisa en terminar. mancha clara de su blusilla. Una cabra dejó de
Aunque los vecinos habían olvidado el ritual ramonear y también la miró curiosamente, con
y habían perdido la caja negra original, aún la cabeza en escorzo, empinada en un peñasco,
mantenían la tradición de utilizar piedras. El prodigiosamente sostenida. La muchacha seguía
montón de piedras que los chicos habían reunido andando, despaciosa, llena de sol, con los anchos
antes estaba preparado y en el suelo; entre las pies como apoderándose de la tierra a cada paso.
hojas de papel que habían extraído de la caja, Se detuvo un instante y, guiada por el hacheo,
había más guijarros. La señora Delacroix escogió torció camino porque ya sabía dónde encontrar
una piedra tan grande que tuvo que levantarla con al marido de su madre.
ambas manos y se volvió hacia la señora Dunbar. --Lo llaman --dijo a voces desde lo alto.
—Vamos —le dijo—. Date prisa. El hombre se volvió a mirarla. Estaba sobre
La señora Dunbar sostenía una piedra de él, en un saliente de piedras y troncos, mirándolo
menor tamaño en cada mano y murmuró, entre por entre las pestañas, seria y sin embargo con
jadeos: una especie de terneza que le atirantaba la boca
—No puedo apresurarme más. Tendrás que en una sombra de sonrisa.
adelantarte. Ya te alcanzaré. --Voy --contestó.
Los niños ya tenían su provisión de guijarros Tenía el hacha en la mano. La voleó,
y alguien le puso en la mano varias piedrecitas hundiéndola de golpe en el tronco que cortaba.
al pequeño Davy Hutchinson. Tessie Hutchinson Todo él pareció tenderse al esfuerzo, como si
había quedado en el centro de una zona despejada los músculos se le hicieran parte del hacha para
meterse en la madera. Se volvió, restregándose

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rehacer la huella que iba al pueblito, ir a vender y extendió las manos con gesto desesperado
las mantas y los capachos, comprar “las faltas”. mientras los vecinos avanzaban hacia ella.
--¿Onde’stá tu taita? --preguntó la mujer. —¡No es justo! —exclamó.
--Mi taita no; su marío. Tá allá, en el bajo Una piedra la golpeó en la sien.
--indicó la muchacha con un gesto. —¡Vamos, vamos, todo el mundo! —gritó el
--¿Nunca vai a entender icirle taita? viejo Warner. Steve Adams estaba al frente de la
--Nunca. Mi taita murió. Este es su marío. multitud de vecinos, con la señora Graves a su
--Güeno... --y la mujer se la quedó mirando, lado.
apesadumbrada, sin fuerzas para luchar con esa —¡No es justo! ¡No hay derecho! —siguió
tozudez--. ¿Querís irlo a buscar? Tá el sol alto exclamando la señora Hutchinson e, instantes
ya y los chiquillos andan hambreados. Tanto después, todo el pueblo cayó sobre ella.
demorarse siempre este hombre...
--Güeno pa’l trabajo... --intervino la vieja--. FIN
No debís rezongar por eso: es tentar a Dios.
--Mande uno de los chiquillos --contestó
«Es aterradoramente relevante, lo cual es escalofrian-
desganada la muchacha. te. Las historias que escribió entre los años 40 y 60 re-
La mujer la miró de nuevo, con esa lentitud flejan, magistralmente, los mismos miedos y temores
que le hacía los ojos como de vaca, inexpresivos. que nos acucian estos días. Nos mostró el lado oscuro
Pero de pronto reaccionó y dijo furiosa, a gritos: y feo de la vida, recordándonos que “la posibilidad
--Vai a irlo a buscar... Mal mandá... No es del diablo” está siempre acechante en un día hermo-
so, mientras los pájaros cantan. Escribió en un estilo
ningún perro sarnoso pa’ que no le podái hablar disperso, constante y atemporal, que se lee muy bien
siquiera... hoy en día»
Las palabras parecían resbalar sobre la Laurence Jackson Hyman sobre Shirley Jackson.
muchacha, plantada en las piernas abiertas, The Lottery”, The New Yorker, Estados Unidos, 1948
desnudas y fuertes, las manos cruzadas a la
espalda. Miró a la mujer de soslayo, entrecerrados

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--¡No!
--Tán ormíos.
--La Maclovia no...
--Toos.
--¿Y la vieja?
--¿Ella? No importa...
La vieja sabía que les era indiferente que
estuviera o no dormida, y cuando el primer
gemido le llegaba, por un instante interrumpía
el rezo, mientras una sonrisa le alzaba el labio
superior, dejando al aire los boquerones de los
dientes ralos. Pero a veces un gemido más agudo
inquietaba el sueño de la muchacha, la ponía al
borde del desvelo, cuando no la despertaba de
golpe, anhelante, sabedora de lo que pasaba allí,
viéndolo sin verlo, trasudando angustia, con los
pechos repentinamente doloridos y los muslos
temblorosos, uno contra otro, apretados. Pero
volvía el silencio, y ella, resbalando por una especie
de beatitud, iba sintiendo que los músculos se le
distendían y que lentamente entraba de nuevo a
la zona del sueño.
Hasta que la primavera limpiaba de nubes
el horizonte y una bandada de cachañas pasaba
gritando su alegría de sol. Entonces había que

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dentro, junto al hogar que ardía en medio, abierta
una ranura en el techo para dejar salir el humo
y una luz difusa entrando por los ventanucos. AGUAS ABAJO
Parecían alelados de inacción, atentos tan sólo Marta Brunet
a que un disminuir de la lluvia les permitiera
echarse afuera para rápidos trajines. La casa fue primero de quincha con revoque
Eran apenas unas pocas horas hábiles. La luz de barro. Pero, al correr del tiempo, el hombre
se iba a media tarde y una vela encendía su llama empezó a subir lajas del río y alrededor de las
vacilante, a veces, porque la mujer escatimaba ese paredes ya existentes hizo otras de piedra. Era
lujo. Por lo general era suficiente el resplandor como una casa metida dentro de otra casa. O,
del fuego para hacer circular el mate y después mejor dicho, como una habitación metida dentro
se acercaban los jergones al rescoldo, uno para de otra habitación, porque la casa no era sino ese
el hombre y la mujer, otro para la vieja y la espacio doblemente murado, con una puerta y dos
muchacha, otro para los niños. Buscaban en la ventanucos, si bien la rodeaban varios cobertizos
tibieza de las brasas una defensa contra el frío, que que servían de cocina, establo y apeadero.
se hacía palpable, como si la noche lo empujara Junto al alto muro de la montaña, la casa se
por las junturas de la puerta, por las rendijas de guarecía del viento en una entrante de la roca. Un
los ventanucos, por la ranura del techo y dentro tajo en cuyo fondo corría el río la separaba de la
de la habitación se pegara a los cuerpos. Los montaña fronteriza.
niños se dormían repentinamente caídos en el En verano el caudal del río era mísero entre las
sueño. La vieja rezaba largos rosarios, allegándose arenas y las piedras ocres; en otoño aumentaba
al calor de la muchacha y con el gato negro de hasta tragarse las piedras, arremolinado,
las supersticiones echado sobre el cuello, entre precipitado, sin que nunca un remanso le diera
las trenzas y el rebozo. El hombre y la mujer color de cielo, ni una estrella se quedara quieta
cambiaban rituales palabras, frases sueltas, oyendo en la profunda noche de su espejo; llegaba el
cómo las respiraciones iban haciéndose sonoras. invierno y las finas rayas persistentes de la lluvia

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lo esfumaban todo, pero el ruido del agua en de fruta que se supiera a punto y con el deseo
furiosa torrentada dominaba aun el caer de la de que le hincaran los dientes. Los dos niños
lluvia y los tabletazos del viento, cuando no su iban y venían, ayudando a la madre, ayudando a
largo aullido; la primavera provocaba con sus la vieja, ayudando a la muchacha, triscando por
deshielos súbitos anegamientos que arrastraban las montañas con las cabras, cuidando al burro,
troncos y pedruscos, formando muchas veces ayudando sobre todo al hombre entregado
represas que la corriente empujaba hasta lograr un allá abajo, en el cauce seco del río, a la tarea de
nuevo avance fragoroso. Terminaba el deshielo y fraccionar los troncos, de hacerlos leña, atados
el río aparecía de nuevo como un hilo cobrizo, que después iba a dejar al pueblito lejano; negocio
imperceptible a veces sobre el rojizo de la arena, para vivir, manera de arrancarle a la montaña una
entre las paredes del tajo, rojas también, como las piltrafa que se cambiaba en monedas. Negocio
montañas mondas que limitaban el horizonte. para el verano, porque, después, en otoño, la lluvia
En la casa la existencia se guiaba por las aguas. iba borrando las posibilidades para este trabajo,
La sequía del verano marcaba la época en que la deshaciendo en barro gredoso los caminos,
mujer, cantando dulcemente las cuatro notas de impidiendo toda comunicación.
la melodía india, bajo los cobertizos hacía sus Entonces la mujer tejía mantas en el telar
quehaceres domésticos. La vieja hilaba, medio primitivo, la vieja continuaba hilando como
ciega, en su silleta frente al abismo, mirando siempre con los ojos fijos en su propia niebla, la
la niebla de sus propios ojos, muy abiertos muchacha iba y venía de cobertizo en cobertizo
los párpados, rojiza de soles, de vientos, de con un saco puesto en la cabeza para defenderse
años; labrada por las arrugas y con las manos de la lluvia, en unión de los niños igualmente
extrañamente presurosas manejando el huso. La tocados. Mientras tanto el hombre, con fina pericia
muchacha ayudaba a la madre, guiaba a la vieja, de artesano, tallaba la greca de los capachos. Que
bajaba por agua hasta el río, segura de sus quince como las mantas eran el trabajo del mal tiempo.
años, alta la cabeza, con la falda modelándole el Pero las lluvias lo encerraban todo, todo, y la casa,
vientre de suave jadear, y en la piel una tersura sin perspectiva, se quedaba con los habitantes

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