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ARGUMENTO
Lady Caroline Linford se horroriza al descubrir a su prometido, el marqués de
Winchilsea, en los brazos de otra mujer.
Desafortunadamente, la sociedad victoriana considera este tipo de pecadillos
masculinos una nimiedad; la cancelación de su inminente matrimonio sería
inconcebible. Pero el anhelo de Caroline es que el hombre con el que vaya a casarse la
desee sólo a ella... y le pide lecciones sobre el arte del romance al mejor de los
maestros: al más célebre libertino de Londres.
Braden Granville puede ser un famoso amante, pero no tiene intención de formar
parte del plan de Caroline, hasta que se entera de que ella tiene algo que él quiere: el
nombre del amante de su propia prometida infiel.
En tanto su apasionada tutela comienza, saltan chispas y se van borrando las líneas
entre el profesor y la estudiante. Ahora sólo hay una última lección para aprender:
sobre el tema del verdadero amor, el corazón elige sus propios caminos
impredecibles.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Prólogo
Oxford, Inglaterra
Diciembre 1869
estuvieron solos, acusar a un hombre de hacer trampas sin pruebas. Y la única prueba
de Tommy- que el diseño en la parte posterior de las cartas tenía un aspecto extraño, y
que nunca había perdido tan mal antes-, no era muy convincente.
Tuvo suerte, supuso, de haber escapado con vida. Ese duque lo había mirado como si
poner una bala en el cerebro de un compañero de juego era algo que hacía todos los
días.
Aunque una bala en el cerebro habría sido preferible a lo que Tommy sabía que le
tenía reservado: tratar de encontrar las mil libras que ahora le debía.
Por supuesto, no podía contar con ir al banco. La fortuna que su padre le había dejado
después de su muerte, hace poco más de un año, estaba en un fideicomiso hasta su
vigésimo primer cumpleaños, y aún faltaban dos años para eso. No podía tocar ese
dinero, pero sí darlo como garantía para pedir un préstamo.
El problema era a quién pedírselo. No al banco. Sólo habrían de informar a su madre, y
ella de inmediato querría saber para qué lo necesitaba, y él no podía decírselo.
Su hermana era una posibilidad. Recién este mes habiendo cumplido la edad, había
recibido su parte de la herencia. Lógicamente, podría recurrir a Caroline por un
préstamo. Ella también iba querer saber para qué necesitaba el dinero, pero era
bastante fácil de engañar. Mucho más fácil de engañar que su madre.
Y si Tommy iba con una buena historia- algo que implicara niños pobres, por ejemplo,
o animales cruelmente abandonados ya que su hermana era muy tierna de corazón-
ya podía asegurarse a lo menos cuatrocientas o quinientas libras.
El problema era que no le gustaba mentir a Caroline. Oh, tomarle el pelo, era una cosa,
pero ¿mentirle descaradamente? Esa era una cuestión totalmente diferente. Era un
insulto a su moral, una mentira tan escandalosa, incluso si eso significaba, como en
este caso, salvar su propio pellejo. El hecho de que Caroline seguramente pagaría sus
deudas antes que perderlo, no aliviaba su conciencia en lo más mínimo. No, Tommy
sabía que tendría que encontrar a alguien más que le prestara mil libras.
Y mientras recorría mentalmente una lista de sus amigos y conocidos, tratando de
recordar si alguno de ellos le debía algún favor, sus pies lo encaminaron hasta la
puerta de su universidad donde se detuvo. La alcanzó, aún sin pensar
conscientemente lo que estaba haciendo, y no se sorprendió en absoluto al encontrar
la puerta asegurada. Así era, por supuesto, desde las nueve de la noche, y ya era bien
pasada la medianoche.
Sus pies, por su propia cuenta, una vez más, comenzaron a moverse nuevamente, esta
vez para llevarlo más allá de la puerta, a lo largo del alto muro de piedra que rodeaba
la vivienda que compartía con doscientos compañeros académicos. Todavía estaba
repasando su lista de amigos, ni siquiera pensando en lo que estaba haciendo. Porque
lo que estaba haciendo se había vuelto muy habitual en los últimos meses. Pasar por
encima del muro. Lo lograría, tan pronto encontrara un buen punto de apoyo.
Ninguno de sus compañeros tenía dinero, que él supiera. Todos estaban en su misma
posición… a la espera de su vigésimo primer cumpleaños, y sus herencias. Algunos
tenían padres que aún vivían, y algunos de ellos eran, de vez en cuando, destinatarios
de regalos de dinero en efectivo. Pero no conocía a nadie tan íntimamente como para
pedirle un préstamo de mil libras en caso que tuvieran esa cantidad.
En el momento que tomó impulso hundiendo la puntera de su bota en una grieta del
cemento para poder subir por la hiedra que cubría el muro, oyó una voz llamándolo
Patricia Cabot Educando a Caroline
por su nombre. Volvió la cabeza jurando por lo bajo. Todo lo que necesitaba ahora era
que el supervisor diera la alerta que una vez más el conde Bartlett estaba escalando el
muro.
Volvió la cabeza y vio que no era el supervisor después de todo, si no que era el gran
imbécil del duque. El hombre debía de haberlo seguido desde la taberna, donde había
tenido lugar el juego. Uno pensaría que un duque tendría mejores cosas que hacer
que seguir a los condes sin un centavo, pero aparentemente no era así.
-Mire- dijo Tommy, dejando a su pie donde estaba, y apoyando un codo sobre la
rodilla-, usted tendrá su dinero, su gracia. ¿No le dije que lo haría? No de inmediato,
por supuesto, pero pronto.
-Esto no es sobre el dinero- dijo el Duque. En realidad, no se veía como un duque. Un
duque de verdad ¿tendría rizado el bigote de esa manera? Y el chaleco, a pesar de ser
de terciopelo, ¿no era un poco, bien. . . brillante?
-Esto es acerca de cómo me llamó-dijo el Duque, y por primera vez, Tommy vio que
llevaba algo en la mano. Y a la luz blanca y brillante de la luna, pudo ver con precisión
lo que era.
-¿Cómo lo llamé?- de repente, Tommy ansiaba que oyeran la conversación. Oró
fervientemente que ese supervisor idiota escuchara y abriera la puerta y demandara
una explicación. Mucho mejor, mucho, mucho mejor ser capturado afuera a altas
horas, que recibir una bala en el estómago, incluso si esa bala probablemente lo
librara de su deuda.
-Exactamente- el Duque mantuvo la boca de la pistola apuntada al pecho de Tommy-
.Un tramposo. Eso es lo que me llamó. Bueno, un Duque no hace trampas, usted sabe.
Tommy se dio cuenta de dos cosas a la vez. La primera era que no parecía probable
que un duque- un duque verdadero- tuviera esa manera irregular de comprensión de
la gramática.
La segunda era que iba a morir.
-Diga buenas noches, milord-dijo el hombre-que-no-era-un-duque, y, aún apuntando
la pistola en la dirección del pecho de Tommy, apretó el gatillo.
Y luego, de repente, la brillante luz de la luna desapareció, junto con sus problemas
inmediatos.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 1
Londres
Mayo 1870
No había otra luz diferente a la que producían las llamas en la chimenea de mármol. El
fuego estaba bajo, pero se las arreglaba para formar una silueta bien definida de la
pareja que ocupaba el diván. Incluso, Caroline podía distinguir sus rasgos.
Ella sabía quiénes eran. Lo sabía muy bien. Después de todo, había reconocido la risa
de su prometido a través de la puerta cerrada, razón por la cual la había abierto en
primer lugar.
Desgraciadamente, al parecer, debería haber llamado primero, ya que obviamente
había interrumpido un momento de máxima intimidad. Y aunque sabía que debería
irse de ahí, o al menos, dar a conocer su presencia, se encontró con que no podía
moverse. Estaba clavada allí, parada, mirando muy en contra de su voluntad cómo los
pechos de Lady Jacquelyn Seldon, que se habían salido del corpiño de su vestido,
rebotaban con fuerza hacia arriba y abajo al ritmo del empuje de las caderas del
hombre que tenía entre sus muslos.
Caroline pensó, parada allí con una mano enguantada agarrada al pomo de la puerta, y
la otra agarrada al marco, que sus pechos nunca se habrían agitado con tal desenfreno.
Por supuesto, sus pechos no eran ni de cerca tan grandes como los de Lady Jacquelyn.
Lo que podría explicar por qué era Lady Jacquelyn, y no Caroline, quien estaba a
horcajadas sobre el Marqués de Winchilsea.
Caroline no había sido consciente de la predilección de su prometido por las mujeres
de pechos grandes, pero al parecer Lord Winchilsea había encontrado que no figuraba
en dicha categoría, y por ello había buscado a alguien que se ajustara mejor a sus
gustos. Ciertamente era su derecho, por supuesto. Sólo que Caroline no podía evitar
pensar que podría haber tenido la cortesía de no hacerlo en uno de los salones de
Dame Ashforth, en medio de una cena.
Supongo que debo desmayarme, pensó Caroline, y se apoderó de la manija de la puerta
con más fuerza, en caso que de repente se precipitara de cara al suelo, como le
sucedía a menudo a las heroínas de las novelas de sus doncellas que a veces dejaban
cerca, y que a veces Caroline recogía y leía.
Sólo que por supuesto, no se desmayó. Caroline nunca se había desmayado en su vida,
ni siquiera cuando se cayó de su caballo y se rompió el brazo en dos partes. Hubiera
preferido desmayarse, porque entonces al menos se habría librado de ver a Lady
Jacquelyn introducir su dedo en la boca de Hurst.
Ahora, ¿por qué hizo eso? , se preguntó Caroline ¿Los hombres disfrutan de tener los
dedos de una mujer en la boca? Evidentemente que sí, porque el marqués comenzó
inmediatamente a succionarlos ruidosamente. ¿Por qué alguien alguna vez no le
Patricia Cabot Educando a Caroline
mencionó esto a ella? Si el marqués quería que Caroline le pusiera el dedo en la boca,
sin duda lo habría hecho si eso lo hubiera hecho feliz. En realidad, era completamente
innecesario recurrir a Lady Jacquelyn- a quien apenas conocía, y mucho menos estaba
comprometido- por algo tan simple como eso.
Debajo de Lady Jacquelyn, el marqués de Winchilsea dejó escapar un gemido apagado
a causa del dedo de Lady Jacquelyn. Caroline vio la mano masculina deslizarse desde
la cadera de Lady Jacquelyn a uno de sus grandes pechos. Caroline se dio cuenta que
Hurst no se había quitado ni la chaqueta ni la camisa. Bueno, suponía que de esa
manera sería capaz de unirse a la fiesta con más rapidez. Sin duda con el fuego-sin
mencionar el calor que generaba el cuerpo de Lady Jacquelyn –estaba bastante
abrigado.
Sin embargo, eso no parecía importarle. La mano que había rodeado el pecho de Lady
Jacquelyn se trasladó a la parte de atrás de su largo cuello, donde algunas guedejas de
pelo oscuro se habían escapado de la complicada corona de rizos. Luego Hurst tiró de
ella hacia abajo hasta que sus labios se tocaron. Lady Jacquelyn tuvo que quitar el
dedo de su boca con el fin de acomodar mejor su lengua que introdujo en su lugar.
Bueno, pensó Caroline. Eso es todo, entonces. La boda se cancela definitivamente.
Se preguntó si lo debía declarar allí y entonces. Tomó aliento para interrumpir el
abrazo de los amantes (si es que ése era el término correcto). Pero luego decidió que
simplemente no sería capaz de soportar lo que sin duda seguiría: las excusas, las
recriminaciones, Hurst despotricando sobre su amor por ella, las lágrimas de
Jacquelyn. Si es que Lady Jacquelyn podía llorar, cosa que Caroline dudaba.
Realmente, ¿qué otra cosa podía hacer, sino dar la vuelta y salir de la sala tan
silenciosamente como había entrado? Rezando para que Hurst y Jacquelyn estuvieran
demasiado ocupados para escuchar el cerrojo, abrió la puerta y la cerró detrás de ella
con suavidad, y sólo entonces pudo respirar con normalidad.
Y se preguntó qué debía hacer ahora. A la salida de la puerta de la sala de estar, el
pasillo estaba oscuro. Oscuro y fresco, a diferencia del resto de la casa de la ciudad de
Dame Ashforth, que estaba abarrotada, con casi un centenar de personas y casi la
misma cantidad de sirvientes. Probablemente nadie se encontrara por ahí, ya que
todo el champán y la comida y la música estaban en el piso de abajo. Nadie, excepto
prometidas patéticamente abandonadas, como ella misma.
Sintiendo las rodillas de repente un poco débiles, Caroline se sentó entre el tercer y
cuarto escalón de la estrecha escalera de servicio, justo enfrente de la puerta que
había cerrado tan tranquilamente. Sabía que no se iba a desmayar. Pero sentía un
poco de náuseas. Iba a necesitar algo de tiempo para calmarse antes de volver a bajar.
Apoyando un codo sobre su rodilla, Caroline colocó el mentón en la mano y mirando
hacia la puerta a través de las barras delgadas del pasamanos, se preguntaba qué
debía hacer ahora. Le parecía que lo que cualquier chica normal haría sería llorar.
Después de todo, acababa de encontrar a su prometido en los brazos, bueno, para ser
exactos, en las piernas de otra. Debido a su extensa lectura de aquellas novelas, sabía
que debía estar llorando y maldiciendo.
Y quería llorar y maldecir. De verdad que sí. Trató de reunir algunas lágrimas, pero
ninguna apareció.
Supongo, pensó Caroline para sí misma, que no puedo llorar, porque estoy
terriblemente enojada. Sí, eso debe ser. Estoy lívida de rabia, y por eso no puedo llorar.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Bien, debo ir a buscar una pistola y volver y disparar a Lady Jacquelyn en el corazón. Eso
es lo que debo hacer.
Pero la idea la dejó físicamente más débil que nunca, y estaba muy contenta de
haberse sentado. No le gustaban las armas, y no podía imaginarse dispararando a
alguna persona, ni siquiera a Lady Jacquelyn Seldon, que bien se lo merecía. Además,
se dijo, incluso si pudiera dispararle-y sé muy bien que no puedo-no lo haría. ¿Qué
ganaría? Sólo que me arrestaran. Distraídamente, tiró de una perla de cristal que
encontró suelta en la falda. Y entonces voy a la cárcel. Caroline sabía más de lo que
nunca había querido saber acerca de la cárcel, porque su mejor amiga, Emmy, era
miembro de la Sociedad de Londres para el Sufragio de la Mujer, y había sido
detenida en varias ocasiones por encadenarse a las ruedas de transporte de varios
miembros del Parlamento.
Caroline no quería ir a la cárcel, la cual Emmy había descrito con detalles
espeluznantes, más de lo que quería atravesar a alguien con una bala. Y suponiendo,
pensó, me encuentran culpable. Me cuelgan. ¿Y por qué? ¿Por disparar a Lady
Jacquelyn? No valía la pena. Caroline no tenía nada en particular en contra de Lady
Jacquelyn. Ella había sido siempre de lo más cortés con Caroline. En realidad, Caroline
decidió, si iba a disparar a alguien- lo que no haría, por supuesto- tendría que ser a
Hurst. Ni siquiera hace una hora que había estado susurrando al oído de Caroline, que
no podía esperar por su noche de bodas, para la que faltaba sólo un mes. Bueno,
evidentemente, estaba tan impaciente por lo que se había visto obligado a buscar a
alguien con quien ensayar.
¡Golfo bastardo! Caroline trató de pensar en algunas otras palabras que había oído a
su hermano menor Thomas y a sus amigos que se decían entre ellos. Oh, sí. ¡Chulo!
Sería de lo más correcto dispararle al chulo golfo bastardo. Y entonces sintió una oleada
de culpa por pensar una cosa así. Porque, claro, era perfectamente consciente de lo
mucho que le debía a Hurst. Y no sólo por lo que había hecho por Tommy, si no porque
de todas las chicas en Londres, él la había escogido a ella para casarse, para ser la
única beneficiaria de sus lentos, seductores besos. O al menos, eso es lo que había
creído hasta hace muy poco. Ahora se daba cuenta de que no sólo estaba lejos de ser la
única beneficiaria de esos besos, si no que los que había estado recibiendo eran
bastante diferentes de los que prodigaba a Lady Jacquelyn.
¡Madición! Ella apoyó su otro codo, y ahora descansó la barbilla en ambas manos. ¿Qué
iba a hacer?
Lo correcto, por supuesto, sería que Hurst diera todo por terminado. El marqués era
siempre muy correcto en todas sus actividades- con la excepción de ésta, por
supuesto-y así Caroline pensó que era razonable esperar que él sería quien rompiera
su compromiso, evitando así la vergüenza de tener que hacerlo ella. Querida, ella se lo
imaginó diciendo. Lo siento, pero ya ves, resulta que he conocido a una chica que me
gusta muchísimo mucho más que tú. . . .Pero no. El marqués de Winchilsea no era nada
si no cortés. Probablemente diría algo como, Caroline, encanto, no me pidas que
explique por qué, pero no puedo de buena fe seguir adelante con esto. Entiendes, ¿no,
compañera? Y Caroline diría que ella entendía. Debido a que Caroline era una
compañera. Lady Jacquelyn Seldon era una mujer extraordinariamente atractiva, que
cantaba y tocaba el arpa muy bien, tan talentosa como encantadora. Ella sería la
esposa maravillosa de cualquier hombre, aunque ella no tenía dinero, por supuesto.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Todo el mundo lo sabía. El padre de Lady Jacquelyn Seldon había sido el decimocuarto
duque de Childes-una antigua y muy respetada familia- pero no tenía un centavo a su
nombre, sólo unas pocas casas señoriales y una abadía o dos aquí y allá.
Que Hurst, cuya familia era tan noble, pero igualmente pobre, haya optado por
alinearse con los Seldons no era sorprendente. De todos modos, ¿De qué imaginaban
él y Lady Jacquelyn que iban a vivir? Porque a menos que alquilaran todas esas
magníficas propiedades a unos ricos americanos, no tendrían ninguna fuente de
ingresos. Pero, ¿qué importa la renta, a dos personas enamoradas? De cualquier
manera, eso no era problema suyo.
El problema de Caroline era el siguiente: ¿Qué le iba a decir a su madre? La viuda
Lady Bartlett no iba a tomar esto muy bien. No había que tener mucha imaginación
para ello. De hecho, la noticia puede que le causara uno de sus ataques infames. Sabía
muy bien cuánto adoraba a Hurst. ¿Y por qué no? Después de todo, había salvado la
vida de su único hijo. La deuda de la familia de Caroline con el marqués era enorme. Al
aceptar casarse con él, Caroline había esperado, de alguna manera, corresponder a su
bondad.
Pero ahora era bastante claro que ganar la mano de Caroline no había habido sido
ningún logro especial para el joven marqués. ¡Qué humillación! Y las invitaciones ya se
habían enviado. Quinientas, para ser exactos. Quinientas personas-lo mejor de la
sociedad londinense. Caroline suponía que iba a tener que escribirle a todos ellos.
Comenzó a sentir ganas de llorar cuando pensaba en eso. Quinientas cartas. Eso era
como demasiado. Su mano generalmente se cansaba después de sólo dos o tres. Hurst
debería ser quien escribiera las cartas, pensó con amargura. Después de todo, él era el
que había roto las normas. Pero Hurst, que era mucho más un amante de la naturaleza
que un intelectual, nunca había escrito más de un cheque, así que Caroline sabía que
no podía contar con ninguna ayuda de su parte, en ese asunto era tonto al extremo.
Tal vez, sólo podía poner un anuncio en el periódico. Sí, eso era todo. Algo de buen
gusto, que explicara que la boda de Lady Victoria Caroline Linford, única hija del
primer conde de Bartlett, y única hermana del segundo, y Hurst Devenmore Slater,
décimo marqués de Winchilsea, lamentablemente se cancelaba. ¿Cancelaba? ¿Era el
término adecuado para ello?
Señor, qué vergüenza! ¡Todo por Lady Jacquelyn-Seldon! ¿Qué dirían a sus espaldas
las muchachas del internado? Bueno, se consolaba Caroline, podría haber sido peor.
No podía pensar en cómo, pero se supone que podría. Y luego, de repente, lo era.
Alguien se acercaba. Y no por fuera de la sala de estar, si no por el pasillo. Caroline se
dio cuenta que era alguien que estaba buscando a Lady Jacquelyn, tan pronto como la
luz de los candelabros que sostenía iluminara sus rasgos ella podría reconocerlos. Y
cuando lo hizo, su corazón dejó de latir. Ella estaba muy segura de eso. Su corazón, de
hecho, dejó de latir por un momento. No le había sucedido cuando abrió la puerta de la
sala de estar y vio a su prometido haciendo el amor con otra mujer. No, en absoluto.
Pero lo hizo ahora.
A pesar de los candelabros, su pie tropezó con la pata de una mesa pequeña, sobre el
que descansaba un jarrón de flores secas. Cuando el pie de Braden Granville golpeó la
mesa, el jarrón tembló, y luego cayó, enviando un sinnúmero de pétalos secos flotando
hacia la alfombra de abajo. Maldijo por lo bajo, y se inclinó para el arreglar el florero.
Caroline, que lo observaba entre las barras de pasamanos, vio que parecía más
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molesto de lo que debería, para alguien que sólo había golpeado accidentalmente
algunas flores secas. Él sabe, pensó. ¡Dios mío, él lo sabe! Esto podría terminar en
derramamiento de sangre, después de todo. Sin ser consciente de lo que estaba
haciendo, se levantó y dijo:
-Hola- sólo que su voz salió extraordinariamente sin aliento. Braden Granville se
levantó bruscamente.
-¿Quién está ahí?-preguntó.
-Sólo soy yo- dijo Caroline. ¿Cuál era el problema con su voz? Sonaba ridículamente
aguda. Hizo un intento por atemperarla-. Caroline Linford. Me senté junto a usted el
mes pasado en una cena de Lady Chittenhouse. Probablemente no lo recuerda. . .
-Oh. Lady Caroline. Por supuesto.
No había ninguna duda de la decepción en su voz profunda. Como ella le había estado
hablando, el giró los candelabros y la miró. Ella sabía perfectamente lo que veía: una
mujer joven de mediana estatura y peso medio, cuyo pelo no era ni rubio ni moreno,
sino una especie de color arena, y cuyos ojos no eran ni azul ni verde, pero muy
enfáticamente marrón. Caroline sabía que no tenía nada parecido a la impresionante
belleza morena de Lady Jacquelyn Seldon, pero también sabía, porque su hermano
Thomas le había dicho, y los hermanos no eran nada si no brutalmente honestos-que
tampoco era como pasar sobre ella sin darle una segunda mirada. Pero Braden
Granville ciertamente no le dio un segundo vistazo. Como si fuera gran cosa él mismo,
Caroline pensó con cierta indignación. Cerdo vanidoso. Después de todo, no era tan
guapo como Hurst. Considerando que el marqués de Winchilsea era un Adonis de oro,
con su pelo rubio y rizado, ojos azules, tez blanca y alto, de constitución recta como un
flecha, Braden Granville era oscuro como el pecado, ancho de hombros, hasta el punto
de ser fornido, y siempre parecía como si necesitara un afeitada, incluso, Caroline
podía asegurar que se había afeitado sólo una vez.
Braden Granville bajó los candelabros y dijo:
-Supongo que no ha visto a Lady Jacquelyn Seldon por aquí, ¿verdad?
La mirada de Caroline se precipitó hacia la puerta del salón. No había querido hacerlo.
Ella no quería mirar a ningún lugar cerca de esa puerta. Sin embargo, su mirada era
atraída hacia ella como la luna a la marea.
-Lady Jacquelyn?- repitió como un eco, tratando de ganar tiempo. ¿Qué pasaría, se
preguntaba Caroline, si ella le decía que había visto a Lady Jacquelyn? ¿Que estaba, de
hecho, justo tras esa puerta? Braden Granville mataría a Hurst, eso pasaría. Thomas le
había contado todo sobre el hombre al que se refería con admiración como
"Granville." Cómo "Granville", que había nacido en Seven Dials, el distrito más pobre
de Londres, había hecho fortuna en el negocio de las armas de fuego. Cómo "Granville"
era tan implacable en su vida personal como lo era en sus negocios. Cómo "Granville"
consideraba que una bala era la manera más rápida de resolver los problemas en
cualquier área, un hecho que no se veía mermado por ser un mundialmente famoso
tirador con pistola.
Hurst no podía andar por la Abadía de Westminster con una pistola, aun si disparara
la maldita cosa.
-Sí- dijo Braden Granville mirándola con curiosidad-, Lady Jacquelyn Seldon.
Seguramente usted la conoce.
-Oh- dijo Caroline-.Sí, la conozco. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
cual sin duda era el motivo que fuera un exitoso hombre de negocios, por no hablar de
amante.
Entonces la mano de Braden Granville presionó su cuello, e increíblemente empujó su
cabeza hacia abajo hasta que estuvo entre sus rodillas.
-No- dijo, con cierta satisfacción. -. Quédese así, y estará mejor en poco tiempo.
-Um. Gracias, señor Granville- dijo Caroline, mirando las cuentas de su falda, con la voz
ahogada contra el rígido raso blanco. Su decepción de que no había tratado de besarla
o molestarla de alguna manera, a pesar de su antipatía hacia él, era profunda. E
inquietante.
-De nada- dijo Braden Granville.
¡Chulo! Ella pensó para sí misma, mientras miraba a su propio regazo. Supongo que no
soy lo suficientemente buena para seducir. Después de todo, ¿quién soy yo? ¡Oh, sólo la
hija del primer conde de Bartlett! Nada. Nadie. Ciertamente no soy una gran belleza,
como Lady Jacquelyn Seldon. Y yo no tengo ninguna casa solariega en el Lake District.
Pero hay una cosa que sí tengo que Lady Jacquelyn no: la decencia de no dormir con el
prometido de otra mujer. ¡Oh, añadió, mentalmente. Y un poco de dinero, también, por
supuesto.
Ella esperaba que se fuera, pero él no lo hizo. La mano se mantuvo fuerte en la parte
posterior de su cuello. Era sorprendentemente cálida.
-Cosas ridículas, los corsés- Braden Granville continuó-. Deberían abolirse.
-Supongo que algunas personas piensan así. . .- dijo Caroline en su regazo, sorprendida
que un hombre tan grande como Braden Granville estuviera parado en un pasillo con
la mano sobre su cuello, y aún más sorprendida que planteara un tema tan delicado
como el corsé.
¿Era esto, se preguntó, un preludio a quitarle el corsé, y entonces-¡Dios mío!-
seducirla?
Pero Braden Granville sólo dijo:
-Me sorprende que usted lo use en absoluto. ¿No es usted amiga de Lady Emily
Stanhope?
Esta era una pregunta tan sorprendente que Caroline se oyó decir:
-¿Usted conoce a Emmy?
-Todo el mundo conoce a Lady Emily. Se ha vuelto muy famosa por su participación en
el movimiento por el sufragio de la mujer. Yo había asumido, que al ser su amiga,
también pertenecería al movimiento.
-Oh- dijo Caroline, en su falda –. Pertenezco. Quiero decir, no voy a las
manifestaciones, ni nada. No me gustan mucho las manifestaciones. Es mucho más
agradable para mí permanecer en casa con un libro que ir gritando hasta quedar ronca
y el encadenarse a las cosas.
-Veo que es usted, en esencia, una verdadera luchadora por la libertad, Lady Caroline-
observó Braden Granville secamente.
-Oh- dijo Caroline, dándose cuenta de lo estúpida que debía haberle sonado-. Oh, pero
sí apoyo la causa de Emmy, ya sabe. Sólo el mes pasado he pagado sus sanciones al
tribunal dos veces porque su padre no lo iba a hacer nunca más. Y sólo uso corsé,
porque, bueno, creo que uno sí se ve mejor.
Patricia Cabot Educando a Caroline
muy fuera de lugar. Y cuando sepa cómo se llama ese hombre, voy a estar muy feliz de
divulgarlo, ante un tribunal de justicia, si es necesario. Podría decírselo cuando vuelva
a verla.
Con la boca abierta ante esa declaración extraordinaria y con la idea que ella y
Jacquelyn Seldon fueran otra cosa que distantes conocidas- Caroline luchó por
encontrar algún tipo de respuesta. Se salvó, sin embargo, de contestar cuando la
puerta del salón privado de Dame Ashforth se abrió y el marqués de Winchilsea entró
en el pasillo.
-Oh- dijo Caroline, al fin encontrando su voz-. Querido.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 2
Caroline no estaba segura cuál de los dos hombres parecía más sorprendido: el
marqués de Winchilsea, que parecía bastante desconcertado de ver a su prometida
con la cara presionada en el regazo de un hombre que no era un familiar, o Braden
Granville, quien de inmediato retiró la mano de su cuello.
-Winchilsea- dijo en un tono de voz que sugería que Hurst no era una de sus personas
favoritas.
-Granville- la voz Hurst dejó en claro que el sentimiento era mutuo. Y añadió en un
tono muy diferente:-. Caroline, cariño, ¿qué estás haciendo, sentada en esos sucios
escalones?
Caroline entrecerró los ojos a través de la barandilla del pasamanos. ¿Cómo se atrevía
a llamarla cariño cuando…
Se sacudió. Ahora no era el momento.
-Yo- balbuceó-, yo t-te estaba buscando y de pronto sentí que iba a desmayarme. El
señor Granville fue muy amablemente en ayudarme. Caroline no podía dejar de mirar
por detrás de Hurst, para ver si Lady Jacquelyn aparecía siguiéndolo. Por favor, se
encontró rezando, por favor, por favor, quédese donde está, Lady Jacquelyn.
-¿Y por qué ibas a hacer algo tan tonto como desmayarte, Caroline?- preguntó Hurst
agradablemente extendiendo una mano enguantada hacia ella. Caroline la tomó, y le
permitió ponerla de pie. Ella era incapaz de mirarlo a la cara. No hace mucho tiempo,
que la lengua de Lady Jacquelyn Seldon estaba dentro de su boca, era todo en lo que
podía pensar.
-Estás hecha de un material mucho más resistente que eso- dijo Hurst-. Eso es lo que
más admiro de ti, ¿sabes, querida?
-El señor Granville pensó que podría haber sido a causa de mi corsé- murmuró
Caroline, apenas consciente de lo que estaba diciendo.
-¡Oh, sí, ¿verdad?- se rió Hurst. Aunque la risa fue claramente sin humor, se llevó la
mayor parte del calor de sus siguientes palabras:- Le agradecería, Granville, que
mantuviera sus comentarios sobre la ropa interior de mi prometida para sí mismo. Y
las manos, también, si está en ello.
Braden Granville no dijo nada de inmediato. Estaba mirando al marqués muy
curiosamente, pensó Caroline. Casi como si. . . casi como ¡si él supiera! Pero eso era
imposible. Él no podía saber. No era como si Hurst no se hubiera acordado de meterse
el faldón de su camisa, o anudarse la corbata. Estaba perfectamente presentable. Tal
vez con más color de lo habitual en las mejillas, pero seguro que no era indicativo de
nada.
-Me encantaría- comentó Braden, a la ligera-. Si usted estuviera dispuesto a devolver
el favor. Hurst se quedó perplejo.
-¿Qué? ¿De qué está hablando, Granville?
Braden indicó con la cabeza hacia la puerta cerrada.
-Ése es salón privado de Dame Ashforth, ¿no?
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Granville, quiero decir. Caroline, moviéndose como si estuviera en un sueño, como las
heroínas de las novelas de su criada siempre hacían después de descubrir un cadáver
en el laberinto de setos, murmuró incoherente -¿Insultarme? ¿Por qué motivo?
-Bueno, no debería sorprendernos si lo hizo. Él tiene algo de fama, ya sabes. Con las
damas, quiero decir. No te tocó, ¿verdad, Carrie? En algún lugar que no debiera.
-¡No!-exclamó asombrada Caroline, quien apenas podía oír su propia respuesta. Una
vez más, ellos se habían sumido en el mar de humanidad que inundaba el salón de
baile de Dame Ashforth.
Su atónita respuesta se ahogó con el sonido de una melodía familiar que la orquesta
de repente empezó a tocar.
-Dios mío- dijo Hurst asiéndole la mano-.Es Sir Roger de Coverley. Se me había
olvidado que estaba programado para comenzar a la medianoche en punto. Vamos,
Carrie, vamos a tomar nuestro lugar. Sabes cuánto estima Ashforth a Sir Roger.
Caroline, en efecto, sabía cuánto estimaba Dame Ashforth a Sir Roger. Nada, ni
guerreros Zulu, blandiendo lanzas y dardos envenenados, -y ciertamente no
prometidos mujeriegos-podrían desplazar a Sir Roger. Mientras que la viuda se
declaraba demasiado vieja para participar en el baile, nada le gustaba más que ver a
los jóvenes que había invitado a su casa desarrollar su talento.
Con la mente aún en un torbellino, Caroline tomó su lugar en una larga línea de
parejas. Hurst estaba frente a ella, mirando con frialdad elegante, con su traje
impecable. La corbata no estaba en absoluto arrugada, los pantalones todavía tenían
un pliegue perfecto. ¿Cómo era posible? El hombre había estado haciendo el amor
violentamente- Caroline no estaba segura de que esta fuera la descripción adecuada,
pero se había mencionado una o dos veces en un libro que había leído, y a ella le había
gustado la manera en que sonaba-a una hermosa mujer hace no menos de un cuarto
de hora, y sin embargo allí estaba ahora, luciendo como quien no ha matado una
mosca. Era perfectamente increíble.
Y luego, como si la noche no hubiera sido lo bastante extraña, de repente, justo delante
de los ojos de Caroline, apareció Lady Jacquelyn Seldon. Realmente, allí estaba ella, su
hermosa cabeza echada hacia atrás riendo de placer mientras se abría paso por la
línea de los bailarines. Y junto a ella, manejándose muy bien para alguien que no
conocía la casa, estaba Braden Granville. Caroline se lo quedó mirando con los ojos
que se salían de las órbitas. ¿Así que al final había encontrado a Lady Jacquelyn? Y la
dama, como Hurst, no parecía diferente a como estaba en la cena, antes de su cita
secreta. Increíble. Perfectamente increíble. ¿Cómo era posible que dos personas
podrían haber estado haciendo… Bueno, lo que los dos habían estado haciendo. . . y, a
continuación, un cuarto de hora más tarde, ir calmadamente al baile de Sir Roger de
Coverley con alguien más? Era más de lo que una chica como Caroline podía asimilar
en una noche.
Cuando les tocó el momento de pasear, a ella y al marqués, Caroline lo hizo con la
gracia de un autómata, sin apenas darse cuenta de lo que estaban haciendo sus pies
bajo ella. Sin embargo, Hurst, no parecía darse cuenta. Con el ánimo por las nubes, la
hacía girar enérgicamente, susurrando palabras cariñosas a su oído cada vez que su
cabeza se acercaba lo suficiente como para hacerlo. La llamó su preciosa cosita y dijo
–otra vez- que no podía esperar hasta la noche de bodas para hacerla suya. Caroline
oía todo lo que decía, y sin embargo, se quedaba en silencio. ¿Qué podía decir? Porque,
Patricia Cabot Educando a Caroline
claro, ahora sabía que no habría noche de bodas. No para ellos dos al menos. Por
alguna razón-y Caroline sospechaba firmemente que la razón tenía mucho que ver con
el tamaño de su recién adquirida herencia, y el hecho de que Hurst no tenía ningún
ingreso-él no iba a romper el compromiso. Lo que significaba sólo una cosa: Caroline
iba a tener que hacerlo. No iba a ser fácil, por supuesto. Su madre se pondría furiosa.
Después de todo, ellos le debían a Hurst Slater. . . bien, todo. Si no hubiera sido por él,
Tommy se hubiera muerto esa noche de diciembre, desangrado en la calle, afuera de
su universidad. Pero no se podía pedir ayuda ahora, ¿verdad? ¿Cómo podía casarse
con un hombre que la había besado, durante tantos meses, que la hacía sentir como si
fuera la chica más afortunada del mundo. . . sólo para darse cuenta que había estado
guardando sus verdaderos besos para otra persona? Sólo una vez, Caroline sí volvió a
la vida durante la ruidosa danza campestre, y fue cuando se encontró
momentáneamente con su hermano Thomas, quien aprovechó la oportunidad para
pellizcar su brazo.
-¡Alégrate, gatita! Te ves como si alguien hubiera dicho que el ponche fue envenenado.
-¡Tommy!- lloró Caroline saliendo de su miseria al verlo-¿Qué crees que estás
haciendo, bailando algo como esto? Sabes lo que dijo el Dr. Pettigrew.
- ¡Oh, el Dr. Pettigrew- dijo Thomas mordaz-¡Que se vaya al diablo!
Pero antes había que hubiera tenido la oportunidad de reprender a su hermano, le
tocó hacer un giro que la dejó frente-entre todas las personas-a Braden Granville,
quien lucía una expresión casi tan sombría como la suya, y apretó sus labios sin decir
una palabra hasta que la danza terminó. Pero si ella esperaba escapar sin otro
encuentro con el señor Granville, iba a quedar profundamente decepcionada. Por lo
menos si su hermano, que se adelantó abruptamente y se apoderó de su brazo, tenía
algo que decir al respecto.
-Vamos, gatita- dijo Tommy-Alguien colocó un camarón en el plato de Mamá en la
cena, y ahora está hecha un lío. Nos espera en el coche. ¡Oh, hola allí, señor.
Incluso si no hubiera tenido que mirar en su dirección, Caroline habría sabido que
Braden Granville todavía se hallaba en algún lugar por el tono de franca adoración con
el que Thomas había dicho la palabra señor. El hecho de que él estuviera tan cerca, sin
embargo- justo al lado de ella, en realidad- fue bastante sorprendente, ya que ella
pensó que se había ido en cuanto el baile había terminado.
-¿Cómo está usted, Lord Bartlett?- Granville saludó con la cabeza al hombre más joven.
Luego añadió dirigiéndose a ella:-Lady Caroline, confío en que se sienta mejor que
cuando nos reunimos la última vez.
-Así es- se apresuró a asegurar, sintiendo que se le subían los colores al rostro y, en un
esfuerzo para abstenerse de mirarlo, y de hacer el tonto a sus ojos más de lo que ya
estaba segura de haberlo hecho, se comprometió a no decir nada más. . .
-Veo que encontró a Lady Jacquelyn- las palabras cayeron de sus labios,
absolutamente espontáneas, casi antes de que se diera cuenta de que las había dicho.
Idiota, se reprochó. ¿Por qué era que a veces no podía obligar a su lengua a moverse, y
en otras ocasiones, no podía mantenerla quieta?
-Sí- respondió Braden Granville, su mirada siguió la de Carolina hasta descansar sobre
su prometida, que estaba charlando alegremente con Dame Ashforth, luciendo una
serena belleza y nada como una mujer que hubiera sido recientemente ultrajada-.Lo
hice, de hecho. Parece que ella había salido al jardín de Dame Ashforth por un poco de
Patricia Cabot Educando a Caroline
aire -y añadió, notando a Hurst corriendo hacia ellos-. Veo que los están buscando. No
les quitaré más tiempo.
-Oh- comenzó Thomas-pero es sólo Slater. . . -sin embargo, su protesta llegó
demasiado tarde, Braden Granville había desaparecido de nuevo en la multitud de
juerguistas. Hurst, llegó hasta ellos con urgencia, su hermoso rostro con una máscara
de preocupación.
-Carrie- exclamó-¿Qué es lo que oigo acerca de que te vas, y tan temprano?¡No quiero
oír hablar de eso!
Thomas, interrumpido su tête-à-tête con su héroe, puso los ojos en blanco. Caroline le
lanzó una mirada de desaprobación. A veces era muy difícil recordar que sólo seis
meses antes, su hermano había estado al borde de la muerte.
-Nuestra madre no se siente bien, Hurst. Tenemos que irnos. Pero, por favor, tú debes
quedarte.
Hurst dejó escapar un suspiro dramático.
-Si insistes, encanto. Hasta mañana, entonces-Se inclinó como si fuera a besarla.
Caroline apenas se contuvo de evitar su boca. La idea de esos labios, que habían
estado recientemente sobre los de Lady Jacquelyn, tocando los suyos la llenó de
repugnancia, casi tanto como antes la idea de que Braden Granville la besara, la había
llenado de un entusiasmo inexplicable. Pero ella no tenía por qué preocuparse. Hurst
no trató de poner su boca en algún lugar cerca de la suya. En cambio, la besó
suavemente en la frente. El alivio de Caroline era tal que estaba a medio camino por la
empinada escalera que llevaba de la casa de Dame Ashforth a la espera de transporte
en la calle, antes de que siquiera se diera cuenta.
-Dios mío- oyó decir a su hermano en el momento en que uno de los lacayos de Dame
Ashforth la ayudaba a entrar al carruaje.
Caroline, pensando que pudiera haber olvidado algo en el interior, y temiendo la idea
de pasar un minuto más en esa casa que de ahora en adelante, siempre le traería
recuerdos tan tristes, se sentó en el asiento junto a su madre antes de preguntar:
-¿Qué es, Tommy?
-Ese faetón que se detuvo detrás del nuestro- Thomas, se inclinó sobre ellos para un
mejor vistazo, zarandeado espantosamente a Caroline y a su madre-. Ese es el faetón
de Braden Granville. Mira el tiro de caballos que tiene tirando de él, Caro.
Perfectamente alineados. No habríamos sido capaces de alejar a papá de ellos.
Caroline, a pesar de su impaciencia por salir, se volvió en su asiento para mirar. Su
padre había sido un gran amante de los caballos, y había pasado su pasión a Caroline
para vergüenza de su madre, porque Caroline era tan incapaz como lo había sido su
padre de permanecer en silencio mientras un caballo era maltratado por su
propietario. Este argumento había dado a lugar a frecuentes incidentes con los
conductores de taxis de plaza y carros de carbón, y Lady Bartlett a menudo se tapaba
la cara de vergüenza por la conducta de Caroline impropia de una dama, cuando se
encontraba con un tiro en el que utilizara un engallador, que era tan popular y estaba
muy de moda entre los miembros de la sociedad, y que ella desaprobaba fieramente.
Braden Granville, sin embargo, no había puesto en su tiro un engallador.
-Muy bien-aprobó Caroline antes de recordar que no quería pensar más en Braden
Granville. Casi lo dijo en voz alta, pero su madre se le adelantó.
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Capítulo 3
Lady Caroline Linford y su madre no eran las únicas personas hartas de oír hablar de
Braden Granville. Braden Granville mismo estaba un poco cansado de escuchar acerca
de Braden Granville.
Cuando, a la mañana siguiente, abrió el Times, y encontró que tenía frente a sí una
historia acerca de sí mismo, se estremeció ligeramente, y dejó el periódico a un lado.
Había habido un tiempo, por supuesto, que al ver su nombre en el Times- sobre todo,
acompañado, como esa mañana, de las palabras rico empresario-que le había causado
cierta emoción. Después de todo, no siempre había sido rico, y no siempre había
llevado el título de empresario. Érase una vez-hacía mucho tiempo, pero todavía lo
tenía vívido en su memoria, que había sido bastante pobre, y los chicos con los que a
diario recorría las calles de Londres, en busca de problemas y, a menudo cosas peores,
lo conocían como el Ojo del Muerto. Por supuesto, no porque tuviera uno, sino porque,
después de haberle sacado un ojo a una rata a la edad de cinco años con una honda y
una piedra, a una distancia de cincuenta pasos, él era el Ojo del Muerto.
Había pocas veces, desde aquel día ilustre, que miraba hacia atrás, y no le importaba
hacerlo ahora. Pero tampoco deseaba, necesariamente, pensar demasiado sobre sus
éxitos actuales. Después de todo, muchos de los que ahora lo adulaban habían sido los
mismos que lo habían difamado hace un par de años. Sabía que, ni era el genio que se
lo consideraba hoy en día, ni el fracaso que se le había considerado entonces. La
verdad, Braden había decidido hace mucho tiempo, que estaba en algún lugar en el
medio, y que lo mejor era no pensar en ello. En consecuencia, recogió la
correspondencia que su secretario había puesto sobre la mesa y empezó a leerla.
Un golpe en la puerta de sus oficinas privadas lo interrumpió antes que terminara una
sola línea. Alzó la vista y dijo, con tolerancia:
-Adelante.
Ronnie "Weasel"(Comadreja) Ambrose, con una copia del mismo periódico que
Braden había estado mirando hacía unos momentos bajo el brazo, entró a la oficina y
cerró la puerta trás él de manera de llamar lo mínimo la atención de la persona quien
quiera que fuera que estuviera en la otra habitación.
-Siento l 'ntrusión, Muerto- dijo, tan pronto como el pestillo estuvo asegurado-.Pero
ella está aquí.
Braden no preguntó quién era ella. No era necesario.
-Es muy temprano para ella, sin duda- dijo con sorpresa-. Recién son un poco más de
las diez.
-Trajo sus plumas- dijo Weasel, paseando por la habitación y colapsando de lleno en
uno de los asientos de cuero frente al amplio escritorio de su empleador-. Tú sabes,
las que usa para comprar.
-Ah- dijo Braden-. Eso lo explica.
-Bien- Weasel sacó el periódico de su brazo y le dijo, casualmente-.Entonces, ¿viste el
periódico de hoy, Muerto?
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Si te refieres, a si me enteré de la identidad del hombre con el que mi prometida está
llevando a cabo un romance ilícito, la respuesta es no - dijo Braden-. Por lo menos,
nada de lo que sería admisible en una corte, si a ella se le ocurre demandarme por
incumplimiento de promesa.
-¿Demandarte a ti?- silbó Weasel- ¿Tú crees que si rompes tu compromiso con ella,
Jackie Seldon no va a demandarte por todo lo que tienes? ¡Dios mío, Muerto! Falta
menos de un mes para la boda.
-Estoy muy consciente de eso, Weasel- dijo Braden dijo secamente.
Weasel bajó la voz con complicidad.
-He oído hablar de jueces que indemnizaron por miles de libras a novias cuyos tipos
se habían echado para atrás, algunos de'llos un año antes del bendito día. ¿Y tú estás
pensando que puedes liberarte sin que te demanden?
-Sé que va a demandar- dijo Braden con cuidada paciencia-. Y también sé que ella va a
ganar, a menos que tenga una prueba mejor de su infidelidad que desapariciones
inexplicables- como anoche- y esos infernales rumores que han estado flotando
alrededor.
Weasel sacudió la cabeza.
-Los rumores- dijo con disgusto-. Uno pensaría que estaba de vuelta en Seven Dials,
por la forma en que estos tipos hablan entre sí. Sin embargo, no puedes probar nada
por un rumor.
-Es por eso que la he tenido vigilada- dijo Braden.
-¿Y los muchachos aún no han encontrado nada?
-Oh, hay un hombre, eso lo sé- dijo Braden sombrío-. Pero o los muchachos han
perdido su toque, o el maldito es un fantasma. Al parecer, puede fundirse con las
sombras y perderse en la multitud, casi como si…
-Fuera uno de nosotros- terminó Weasel por él. Silbó, bajo y largo -. ¿Crees que podría
ser?
-Por supuesto que no. ¿Cómo estaría la hija de un duque relacionada con uno de los
nuestros?
-Con excepción de tú mismo, ¿quieres decir?
Braden apenas reprimió una sonrisa.
-Obviamente- arrastró las palabras-. No, creo que es un hombre casado, esperando
que su esposa no lo descubra.
-O tú, más probablemente-dijo Weasel -.Obviamente no quiere que su linda cabecita
vuela en pedazos. Así y todo, Muerto, ¿no sería más sencillo dejarla demandar? Eres
más rico que Creso, ya sabes. Puedes darte el lujo de darle unos cuantos miles de
libras, y terminas para siempre con esto y con ella.
Se borró la sonrisa de la cara de Braden.
-No, no lo creo- dijo tan cortésmente como si se negara a una taza de té-. No voy a
entregarle un céntimo más a Lady Jacquelyn Seldon de lo que tenga dar. No de esa
manera.
Weasel alzó las cejas. Braden suponía que no podía culparlo. Su negativa a “terminar
para siempre con” Jacquelyn Seldon lo desconcertaba incluso a sí mismo. El orgullo
era claramente lo que estaba en entredicho aquí. Su orgullo, que nunca antes lo había
considerado algo tan frágil como para que una simple mujer pudiera hacerlo temblar.
Por otra parte, nunca antes había entregado su corazón.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Era su propia culpa. Estaba tan aturdido con que tan hermosa, culta, y - bien podría
admitirlo- mujer de alta cuna podría interesarse por él, que se había enamorado,
embriagado por todo lo que ella representaba, en lugar de verla a ella por lo que era.
Lo había aprendido muy pronto. Las participaciones apenas se habían hecho oficiales
cuando Jackie empezó a descuidarse, a no estar donde había dicho que iba a estar, o
llegar absurdamente tarde a sus citas con él, y a menudo. . . bien, como una mujer que
acababa de darse un revolcón. Y no con él. Fue entonces cuando Braden empezó a
darse cuenta lo que había dejado de tomar en consideración: el hecho de que
Jacquelyn era, con toda su belleza y categoría, sólo una mujer, capaz de las mismas
flaquezas que una prostituta de Seven Dials.
Más tonto él para no darse cuenta antes de que el anuncio fuera publicado.
Weasel suspiró.
-Es una vergüenza, te lo digo. ¿Qué le pasa a este mundo para que un hombre como
Braden Granville- el Lotario de Londres- no pueda mantener su prometida lejos de
tipos como él? Es casi. . . ¿cómo lo llaman? Oh, sí. Justicia poética.
Braden vio a su viejo amigo con una sonrisa irónica.
-Tu perspicacia en las ironías de la vida es muy valiosa, Weasel. Sin embargo, en lugar
de estar allí de pie y pontificar sobre ellas, ¿no sería mejor decirle a su señoría que
pase? No quiero ni pensar lo que Snake y Higginbottom podrían estar haciendo por
ahí, tratando de impresionarla.
-Está bien- dijo Weasel repentinamente quejoso-, le diré que entre. Pero te digo esto
ahora, Braden, no me gusta. Nunca te había visto de esta manera. No por una mujer.
No vale la pena, ya sabes. Ella puede tener un título, pero es la más rápida pieza de
equipaje que nunca vi.
-Cuidado, señor Ambrose-dijo Braden a la ligera-. Es de mi futura esposa de quién
estás hablando.
Weasel puso los ojos en blanco.
-Lo creeré cuando lo vea.
-Vamos, Weasel- dijo Braden sintiéndose más cansado que nunca-. Dile que pase ¿y
me traerías un poco de café? Mi cabeza se siente como si estuviera en una prensa
desde esta mañana.
Weasel olfateó la despedida.
-Lo que su serena alteza requiera- dijo con la cabeza bien alta, pero sus labios
traicionaron una marcada tendencia a curvarse hacia arriba y salió de la habitación.
Cuando se fue, Braden quedó un momento mirando por la ventana a la izquierda de su
escritorio. La vista, llena de actividad del bullicioso Bond Street era la mejor que se
podía adquirir en Londres, y sin embargo Braden no lo veía, no entonces. Vio en su
lugar, como solía hacer cuando él se sentía molesto por algo, a su madre, su cara, como
la había visto antes que la enfermedad que le quitó la vida hiciera estragos en su
hermoso rostro. Los pocos años antes de su muerte habían sido los más felices en la
memoria de Braden. Y después ella había muerto…
Oh, su padre lo había intentado. Pero Mary Granville había sido la luz de la vida
Sylvester Granville, así como la de su hijo, y una vez que se había ido, el anciano se
había convertido en una cáscara de sí mismo, del antes hombre vigoroso, medio loco,
desapareciendo durante días en su búsqueda de piezas para varios y absurdos
Patricia Cabot Educando a Caroline
artilugios que inventaba, dejando a Braden solo con tías cariñosos, pero no muy
atentas. ¿Era de extrañar que hubiera caído en manos de una pandilla indeseable?
Gracias a Dios, un hombre, al menos, había estado allí para rescatarlo de lo que podría
haberse convertido. . .
Fueron aquellos días antes de la muerte de su madre, que Braden a menudo pensaba
cuando su carrera dio un auge espectacular, como lo había hecho esa mañana. Debido
a que se había dado cuenta, desde el momento en que había hecho sus primeras cien
libras- una cantidad asombrosa le había parecido en ese entonces- que no importaba.
No importaba cuánto dinero hiciera. El dinero no importaba. Todo el dinero del
mundo no habría salvado a su madre.
Y todo el dinero del mundo no la traería de vuelta.
-Braden- declaró una voz aflautada, muy cultivada-, ¿Qué estás mirando?
Braden se sacudió, y estuvo un poco sorprendido al ver que no estaba junto a la
chimenea de la sala en la que había crecido, sino en la cómoda oficina que mantenía en
Bond Street, no lejos de su casa de Mayfair. Y la mujer que se dirigía a él no era su
madre, que había padecido una enfermedad prolongada y dolorosa que finalmente la
había llevado a la muerte veinte años atrás, sino la muy viva Lady Jacquelyn Seldon,
cuya fina figura y rostro más fino todavía era en la actualidad la más admirada de
Londres.
-Tengo celos- dijo Jacquelyn en broma, extendiendo su mano enguantada sobre su
escritorio para que pudiera besarla-. ¿Quién es ella?
Él la miró. Ella estaba con un nuevo conjunto esta mañana que nunca había visto
antes, que parecía depender en gran medida de las plumas de marabú. Apenas podía
ver su rostro, por todas las hojas plumosas que lo envolvían. Sin embargo, lo que
podía ver era desgarradoramente hermoso.
-¿Ella?- repitió tomándole la mano de manera automática, besándola antes de dejarla
libre.
-Sí, tonto. En la que estabas allí sentado, pensando. Y no trates de decirme que no era
en una mujer-. Jacquelyn se sentó con confianza en el borde del escritorio, ajena a la
forma peligrosa en que su meriñaque se movía hacia arriba, como lo hizo. Por otra
parte, podría ser perfectamente consciente de lo que estaba haciendo, y estaba
esperando para mostrar un nuevo par de bragas. Ella era bastante coqueta.
-Era una mujer- dijo Braden, lentamente, tomando su asiento. Se había levantado tan
pronto como se había dado cuenta de que estaba allí, como un caballero debía hacer.
Aunque no estaba muy convencido, la verdad, de que ella fuera una dama. Oh, por
nacimiento, sin duda. Pero no por naturaleza. Lo que había sido, al mismo tiempo,
parte de su atractivo: la hija de un duque decididamente que no se comportaba de
forma muy decorosa. . . ¿Qué más podía esperar un hombre de una esposa?
Bastante, descubrió Braden, si esa mujer elegía comportarse indecorosamente con
alguien más que su marido.
O el que estaba-por-ser su marido, en este caso.
-Tengo celos- dijo Jacquelyn, su labio inferior sobresalía para formar un mohín
atractivo-. ¿Quién es ella? Dímelo, ahora. Sabes cuán posesiva y horrible criatura soy,
Granville. Y tú tienes tal reputación. Sé de montones y montones de mujeres que se
han enamorado de ti. Y ahora ¿a quién has añadido a tu establo?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Braden no dijo nada. Rara vez necesitaba decir algo cuando Jacquelyn estaba en la
habitación. Ella hablaba lo suficiente por ambos.
-¿Con quién te vi hablando anoche? Bueno, con Dame Ashforth, por supuesto, pero es
demasiado vieja para ti. Sé que está muy loca por ti, pero difícilmente es el tipo de
mujer por la que un hombre se sentara a fantasear. Así que no es Dame Ashforth.
¿Quién más estaba allí? Oh, sí. La pequeña Linford. Pero ella es demasiado simple para
un hombre de tu gusto exigente. ¿Quién podría ser, Granville? Me doy por vencida.
-Te rindes muy fácilmente. Pero te lo diré de todos modos. Era mi madre.
-Oh- Jacquelyn hizo una mueca de decepción-. Nunca lo hubiera imaginado. Nunca
hablas de ella.
-No- dijo Braden-. No lo hago-. No con ella. No ahora. Ni nunca-. Así que, milady,
supongamos que me dice qué podría haber hecho yo para tener el honor de su
presencia tan temprano. Tengo bastante autoridad en la materia, después de haber
pasado suficientes noches contigo, para saber que sólo la más vital de las razones te
obligaría a salir de la cama antes del mediodía.
Jacquelyn le sonrió maliciosamente.
-Entonces ¿Cree que me conoce muy bien, señor Granville? Es muy posible, ya sabes,
que todavía tenga algunos secretos.
-Oh- dijo Braden-. Eso lo sé. Y cuando finalmente te atrape en alguno de ellos, querida,
voy a hacer a mi abogado un hombre prodigiosamente feliz.
La sonrisa de Jacquelyn se desvaneció.
-¿Q-qué?-balbuceó. Bajo su capa de rubor-sólo un polvo muy ligero, todo lo que una
dama de la posición de Jacquelyn podía permitirse-estaba visiblemente pálida-.¿D-de
qué estás hablando, cariño?
Braden lamentó haber hablado con tanta ligereza, y no sabía con certeza lo que había
provocado la explosión- salvo el cosquilleo de irritación que había sentido con su
maliciosa referencia a Lady Caroline Linford, una joven a la que casi no conocía, y en
quien ciertamente no tenía el menor interés-, y medio temeroso de haber mostrado
sus cartas, se apresuró a decir:
-Te pido disculpas, milady- lo último que necesitaba era despertar sus sospechas, y, en
consecuencia, se cuidara más en la organización de sus citas con su amante-. He
hablado en broma, pero ahora me doy cuenta que fue, quizás, de mal gusto. Ahora, ¿a
qué debo el honor de esta visita tan temprano por la mañana?
Jacquelyn lo siguió mirando con inquietud, pero su conducta, que se mantuvo
deliberadamente suave, pareció desarmarla, y de pronto el color volvió a su rostro.
Cuando se había recuperado completamente, exclamó alegremente:
-Oh, Granville, cariño, es la cosa más extraña, pero Virginia Crowley ha llegado con
uno de esos molestos resfriados de primavera, y se suponía que debía tener su cita
hoy con el señor Worth . Bueno, tú sabes que yo no podía conseguir una, debido
a…bien, ese incidente que tuve con el señor Worth la última vez que lo vi,
concerniente al crédito de papá. Pero de repente, Virginia dijo que podría usar la suya,
y tú sabes, Braden, que quiero lucir como el tipo de esposa que un hombre
importante como tú se merece, pero mi ajuar, tal como es, no es apto para la mujer de
un desollador, por no hablar de la esposa de alguien como…
Braden metió la mano en el bolsillo de su chaleco.
-¿Cuánto necesitas?
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Oh- Jacquelyn miró alegre, y de inmediato se quedó pensativa-. Bueno, necesito casi
todo, sombreros, capas, guantes, zapatos, medias, por no mencionar ropa interior. . . .
Supongo que a lo mucho será esto- mantuvo el dedo índice y el pulgar de su mano
derecha cerca de la mitad de una pulgada de distancia.
Braden le entregó un montón de billetes del espesor aproximado que había indicado.
-Dale mis saludos al señor Worth- es mejor ahora, pensó, que miles después en
honorarios judiciales.
-¡Oh, gracias, querido!
Jacquelyn se inclinó sobre el escritorio, con los labios fruncidos para aceptar un beso
de él, el dinero lo había metido rápidamente en su ridículo. Braden levantó la cara, con
la intención de pasar la boca ligeramente sobre la de ella, en un rápido beso de
despedida. Pero, evidentemente, Jacquelyn tenía otras ideas. Ella extendió la mano, se
apoderó de sus solapas, y tiró de él hacia ella, sacando la lengua entre los labios y
presionando valientemente contra él su no desdeñable pecho.
Braden, que había disfrutado bastante los avances de Lady Jacquelyn en el pasado,
ahora no los apreciaba casi nada. Por un lado, el marabú era un poco problemático,
volando alrededor, y haciéndole cosquillas en la nariz. Y por otro, sabía muy bien que
él no era el único hombre con quien ella los practicaba. Razón por la cual era de vital
importancia descubrir alguna prueba de su perfidia, y llevársela a toda prisa al señor
Lightwood, a quien había encargado manejar el pleito por incumplimiento de
promesa que, sin duda, ella provocaría tan pronto como él rompiera el compromiso.
-Bueno- dijo después que Jacquelyn finalmente se inclinara hacia atrás de nuevo,
rompiendo el beso-. Eso fue. . . agradable.
-¿Agradable?- Jacquelyn saltó de su escritorio, molesta-. No se suponía que fuera
agradable. Muy por el contrario, de hecho. En realidad, Braden, creo que has
cambiado.
-¿Cambiado?-Braden no pudo dejar de sonreír ante eso-. ¿Yo he cambiado?
-Así es. ¿Sabes que hace un mes- bueno, casi-desde la última vez. . . Bien, que pasamos
la noche juntos?
-Ah, pero, Jacquelyn- dijo sencillamente-, sabes que las cosas son diferentes ahora que
estamos comprometidos. No podemos ser tan salvajes como lo fuimos antes. La gente
hablará.
- A ti te tenía sin cuidado lo que la gente pensara- Jacquelyn habló con cierta
amargura-. De hecho, si no recuerdo mal, tu lema solía ser “al diablo con lo que la
gente piensa”.
-Sí- dijo Braden con cuidado-. Pero eso era cuando yo sólo tenía que pensar en mi
propia reputación, y no en la de mi futura esposa.
Ella suspiró y miró hacia el cielo.
-Bueno, si cambias de opinión- dijo, mientras navegaba hacia la puerta-, sabes dónde
encontrarme.
Y luego se fue. Pero ella había dejado atrás una amplia evidencia de su presencia, en
forma de una nube de perfume de esencia de rosas, y unas pocas hojas de marabú, que
se depositaron, como las hojas caídas en otoño, sobre su escritorio.
No bien la prometida de Braden Granville había salido de la habitación, que su padre
irrumpió en ella, con un Weasel Ambrose muy irritado tras sus talones.
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Capítulo 4
Capítulo 5
Lady Jacquelyn Seldon era una compradora prodigiosa. Ella compraba con una
intensidad de propósito y sentido de la concentración-trazando rutas y tácticas con
antelación-, que un estratega militar habría envidiado. Cuando Lady Seldon Jacquelyn
compraba, todo lo demás parecía dejar de existir, con la excepción de Lady Jacquelyn,
el producto que estaba buscando, y la cantidad de dinero en efectivo que estaba en su
bolso. Razón por la cual no fue hasta que ella entró en el vestidor de una tienda de
moda de Bond Street, que se dio cuenta que la habían seguido. Habría que imaginar su
sorpresa cuando el empleado de la tienda abrió la puerta del cuarto de vestir y le dijo
con un guiño:
-Aquí está, milady- y Lady Jacquelyn entró en la habitación para encontrar que no
estaba desocupada.
Había un hombre, su rostro oculto en los pliegues de una capa que era demasiado
gruesa para la primavera, sentado en una banqueta cubierta de brocado frente a un
espejo de cuerpo entero. Lady Jacquelyn tomó aire para gritar, pero antes de que
pudiera pronunciar un sonido, el hombre echó atrás la capa, dio un salto, y le cubrió la
boca con una mano.
-¡El diablo te lleve, Jackie!- siseó el Marqués de Winchilsea -Tiene que haber media
docena de viejas matronas almidonadas allá afuera. ¿Quieres que escuchen?
Jacquelyn jadeando con fuerza, le susurró al bajar la mano:
-¡En nombre del cielo, Hurst! Pero ¿qué es lo que te pasa? ¿Estás loco?
-Lo siento, Jackie- dijo Hurst volviendo a sumergirse en el banco-. No había otra
opción. Creo…creo que me vigilan.
-¿Vigilarte? ¿Pero quién?- exigió Jacquelyn, acomodándose en el banco junto a él y
tirando de las cintas de su cofia-.Querido, ve qué puedes hacer al respecto. Esto se ha
convertido en un embrollo espantoso.
Hurst se sintió compelido, aunque a desgana, a deshacer el nudo de las cintas de la
cofia.
-Si supiera quién era, habría hecho algo al respecto,¿ no lo crees, amor? Y lamento
haberte abordado tan de improviso, Jacks, pero no podía esperar. Tenía que verte. Yo
simplemente tenía que hacerlo.
Jacquelyn, manteniendo el mentón levantado para que Hurst pudiera alcanzar el nudo,
no podía dejar de sonreír. En realidad, era delicioso, la forma en que no parecía tener
suficiente de ella. Había pensado que su pequeño interludio en la casa de Dame
Ashforth la noche anterior lo había satisfecho, pero, evidentemente, no era así. A
diferencia de Braden Granville, pensó ella, su sonrisa desapareciendo un poco, que
últimamente no parecía recordar que estaba viva.
-Cariño- dijo él cuando al fin pudo deshacer el nudo, y ella sacarse la cofia de su cabeza
volviéndose hacia el espejo para examinar cuánto se había arruinado su peinado.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿Sí?- inquirió distraída, notando cuán bien se veían sus reflejos juntos. Lástima que
Hurst no tuviera el dinero de Granville. Una combinación de ambos habría sido la
pareja perfecta.
-¿Lo sabe?- preguntó preocupado.
Ella parpadeó, el bosque rico de sus pestañas momentáneamente escondiendo su
mirada de él.
-¿Quién lo sabe, Hurst?
-Granville- siseó- ¡Granville! ¿Quién crees?
Las cejas de Jacquelyn perfectamente depiladas bajaron. Ella no iba a decirle. ¿Para
qué? Esa observación que Granville había hecho sobre su abogado. . .había sido una
broma. Por supuesto que había sido una broma. No de muy buen gusto, por supuesto,
pero entonces ¿qué otra cosa se podía esperar de un hombre que había sido educado
tan vulgarmente?
-¿De qué estás hablando?- le preguntó a su amante, a la ligera-. Por supuesto que no lo
sabe.
-¿Estás segura?- Hurst parecía inseguro-. Porque anoche podría haber jurado que nos
había descubierto.
-Sí- convino Jacquelyn, forzando una risita-. Eso estuvo cerca, ¿no? Vamos a tener que
ser mucho más cuidadosos en el futuro. Pero valió la pena, ¿no?
-Por supuesto que sí- dijo Hurst, pero su tono era apresurado-. ¿Te dijo algo después?
Algo que indicara que podría. . . saber.
-No seas tonto, cariño- dijo Jacquelyn sencillamente-. Granville no tiene idea. Acabo de
venir de sus oficinas. Está tan felizmente ignorante como siempre. Mira, incluso me
dio esto- metió la mano en su ridículo y sacó el gran montón de notas que había
sonsacado de su prometido-. ¿Crees que si supiera algo de nosotros dos, se habría
separado de tanto con tanta facilidad? Te lo digo, no tiene idea- en tanto lo decía
quería creerlo ella misma.
-¿No?- la cara increíblemente apuesta de Hurst tenía una expresión que a Jacquelyn no
le gustaba. No le gustaba para nada-. ¿Estás segura? Porque yo estoy seguro que
alguien ha estado siguiéndome.
-¿Siguiéndote?¡Oh, Hurst, de verdad. Quiero decir, no puedes pensar…- sólo entonces
la autoconfianza de Jacquelyn decayó un poco- Bueno… Él ha estado un poco…distante
últimamente.
Hurst extendió la mano y le agarró los hombros en un apretón doloroso.
-¿Qué quieres decir?
-Bien, tal vez es hilar muy fino, pero él no ha querido. . . ya sabes. En un buen tiempo-
Jacquelyn esperaba que no se percibiera cuánto le molestaba este hecho. Ella no
estaba enamorada de Braden Granville ¡Dios no lo quiera! Pero le molestaba el hecho
de que ya no pareciera tan enamorado de ella como antes. Le molestaba más de lo que
debería.
Hurst se alarmó.
-Pero eso no puede ser. No puede ser en absoluto. Tienes que mantenerlo interesado,
Jacks. No podemos llevarlo al punto que decida cancelar-le dio una leve sacudida-.
Ahora no.
-Ya lo sé- ella parpadeó-. ¿Crees que no lo sé? No te preocupes. Tengo planeada una
gran seducción.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿Cuándo?
-Después de los Dalrymple.
-Pero eso no es para…
Jacquelyn le puso un dedo en los labios.
-No te preocupes- dijo, de nuevo-. Jackie lo tiene todo bajo control. Tú te casarás con la
rica hija mayor de un fontanero, y yo me casaré con mi armero millonario, y nosotros
dos nos reuniremos en secreto en Biarritz cada dos meses o algo así, y todo va a ser
justo como lo hemos planeado…
Hurst soltó a Jacquelyn de repente, y se inclinó hacia adelante hundiendo el rostro en
sus manos.
-Oh- dijo entre sus dedos-. Dios.
-¿Cariño?- Jacquelyn puso una mano sobre su hombro-. ¿No te gusta Biarritz? Supongo
que podríamos ir a Portofino, en su lugar.
-No es eso- dijo con un gemido-.No tiene nada que ver con eso.
-Entonces, ¿qué es?
Pero no podía decirle, por supuesto. Luciría como un tonto. Y él nunca quería lucir de
esa manera, no delante de ella.
-¿Cariño? ¿Qué es? Dime- Jacquelyn lo miró con preocupación. Al hacerlo, pasó a echar
un vistazo a su propio reflejo en el espejo de vestir, y pensó que la preocupación la
hacía ver realmente muy bien. Tal vez debería mirar con preocupación a Granville.
Entonces él podría notarla un poco más-.¿Es sólo que piensas que te están siguiendo?
Hurst hundió sus dedos en los párpados, masajeándolos.
-Sí-dijo sin destaparse el rostro-. Sí, eso es todo. Es sólo que me están siguiendo. Eso es
todo.
-Eso no es nada- dijo Jacquelyn, metiendo un rizo suelto de su cabello negro
medianoche detrás de su oreja-. Siempre y cuando no dejes que te vean que vienes de
donde estoy yo.
-Por supuesto que no- dijo Hurst todavía con el rostro entre sus manos-. Ya sabes
cómo soy de cuidadoso. Incluso antes, que yo estaba seguro, siempre tuve cuidado que
no me vieran. Jacquelyn sonrió.
-Bien, entonces, ¿qué importa? Mientras Granville no sospeche…
Hurst levantó la cara. No estaba seguro de cuánto más podría soportar.
-Pero ¿qué si no es Granville?- Hurst explotó-. ¿Y si es. . . alguien más?
Jacquelyn estalló en una brillante y sonora carcajada.
-Bueno, ¿quién más podría ser, cariño? No puedes tener dos maridos celosos tras de ti,
¿verdad?
-No entiendes- murmuró Hurst, desesperado-. No entiendes en absoluto.
-¿Entender qué?- Jacquelyn arrancó la mirada de su reflejo y lo miró-. Cariño, ¿cuál es
el problema?
Él sólo movió la cabeza. ¿Cómo iba a decirle? ¿Cómo iba a decirle a nadie? Era una
situación imposible, y, como era reacio a admitirlo, todo era obra suya. Pero ¿cómo
podría saberlo? A los diecinueve impetuosos años, se lo había encontrado de pronto,
guiado tan inocentemente como un cordero al matadero.
Bien, quizá no tan inocentemente. Los corderos, por supuesto, no juegan a las cartas.
Pero la invitación de Lewis había sido irresistible. No había muchos juegos de cartas
en Oxford que ofrecieran el tipo de juego que Hurst, un jugador empedernido, estaba
Patricia Cabot Educando a Caroline
buscando. El hecho de que éste tuviera lugar en la parte trasera de una menos-que-
respetable taberna debería haber sido su primera pista. Y el hecho de que el que
repartía las cartas se llamara a sí mismo el Duque, cuando era claramente otra cosa,
debería haberlo hecho correr.
Pero se había quedado. Se había quedado porque era el mejor jugador en su círculo-
un círculo formado por jóvenes privilegiados, con título como él -, lo que le hizo creer
que era el mejor jugador del mundo.
Pero el mejor jugador del mundo no podía vencer a esos tipos.
A principio, Hurst no sabía por qué. Había perdido, y luego había perdido un poco más.
Y ya que no había tenido nada más para empezar- ni siquiera la promesa de unos
cuantos miles de libras cuando cumpliera veintiún años, ya que su familia no tenía
nada, nada, salvo su buen nombre y unas pocas abadías-, no tenía la menor esperanza
de pagar lo que debía.
Pero el Duque no se había enfadado. En años posteriores, Hurst había visto el Duque
enojado, y esa noche no era nada en comparación. El Duque había estado bastante
tranquilo. En vista que Hurst no podía pagarle en dinero, tendría que pagarle al
hacerse cargo del trabajo de Lewis de atraer a más jóvenes de Oxford inocentes,
privilegiados -como él mismo había sido-al juego.
Sólo, el Duque había añadido con una sonrisa, sería mejor si los inocentes que Hurst le
trajera efectivamente tuvieran los fondos para cubrir sus pérdidas.
Durante un tiempo, no había sido un mal arreglo. Hurst había demostrado ser muy
bueno en su trabajo. Y cuando por fin había aprendido por qué había perdido tan mal,
había sentido como si se hubiera integrado a una familia con un valioso secreto. Ni
siquiera estaba resentido. Se dedicó a su tarea con un mayor vigor. Era reconfortante
saber que no era el único joven en Inglaterra que había sido tan fácil de engañar.
Y cuando finalmente se había visto obligado a abandonar Oxford– los fondos limitados
de su familia no podían extenderse lo suficiente como para permitirle permanecer
más de un año- había continuado trabajando para el Duque, recomendando a jóvenes
limitados al círculo de Oxford sobre el "mejor juego de la ciudad," y muchas veces
haciendo el viaje desde la ciudad con el expreso propósito de acompañarlos a ese
juego.
Todo había ido mucho mejor de lo que nadie esperaba-y menos aún Hurst, que se
sabía absolutamente sin ningún tipo de calificaciones para el empleo que fuera-, hasta
esa noche, cuando el joven conde de Bartlett había acusado al Duque de hacer trampa.
Luego todo había terminado en una lluvia de sangre y balas.
Por un tiempo había creído que estaba seguro, que el Duque no lo sabía. . . ¿Cómo
podría? No se movían en los mismos círculos, y el Duque ciertamente no leía las
páginas de sociedad.
Pero ahora, estaba seguro. Él había visto al hombre-al hombre con el bastón, el que
había
estado intentando desesperadamente pasar desapercibido-cuando había dejado a su
madre temprano esa mañana. No habría reparado en ello si no hubiera visto al mismo
hombre de nuevo, fuera de su sastrería.
Eso lo confirmaba. Había sido descubierto. Iba a tener que pagar por lo que había
hecho…
Patricia Cabot Educando a Caroline
Porque si no eran los hombres de Granville que le seguían - ¡oh, cuán preferible sería!-
sólo podían ser los del Duque. Y aunque la idea que Granville descubriera su relación
con Jackie y arruinara sus posibilidades con Caroline era inquietante, la idea que El
Duque descubriera la verdad sobre lo que había hecho era aterradora.
-Hurst, cariño- Jacquelyn sonaba preocupada-.Déjame ayudarte. Sabes lo buena que
soy para hacerte sentir mejor.
Él sacó sus manos de su rostro.
-No puedes- exclamó, consciente que sonaba como un hombre salvaje, y no
importándole-¿Entiendes, Jackie? Esta es una de esas veces que no hay nada, nada,
que puedas hacer para ayudarme.
Jacquelyn alzó las cejas.
Y sin decir una palabra, se inclinó y levantó el dobladillo de la falda, dejando al
descubierto sus largas piernas, revestidas de elegantes bragas de encaje. Bragas que,
pronto le demostró, eran muy fáciles de retirar.
-¿Nada?-preguntó Jacquelyn, en tanto traía su cabeza hacia el regazo.
Hurst contemplaba la gruesa área negra de entre sus piernas.
-Bueno- admitió pensativo-.Tal vez algo.
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Capítulo 6
con el que no estaba casada, y sin embargo, Braden Granville, que ha estado con casi
cada mujer de Londres, es universalmente admirado por haber saltado de cama en
cama.
-No por mí-.Emily perdió el tiro. Era una jugadora de bádminton lamentable-. Tu
punto. Y yo todavía no entiendo por qué no te limitaste a decirle la verdad a Granville.
Luego habría asesinado a Hurst, y todo estaría liquidado y vuelto a la normalidad.
-Todo no volvería a la normalidad- dijo Caroline, mientras servía con un revés-.¿No
ves, Emmy? No quiero que Hurst muera.
-¿Por qué no?
-¿Sabes por qué, Emmy.
-No eso de nuevo- Emily puso los ojos en blanco-. Señor, todos actúan como si hubiera
hecho algo milagroso.
-Lo hizo. Él salvó la vida de Tommy.
-Por el amor de Dios, Caro, todo lo que hizo fue poner un pañuelo en la herida y gritar
por un cirujano. Cualquier persona que hubiera pasado cerca en ese momento hubiera
hecho lo mismo.
-¿A las dos de la mañana?-exigió Caroline-Así que ¿quién crees que pasaría cerca a esa
hora de la noche, exceptuando más de los mismos bandoleros que lo habían atacado
en primer lugar?
-¿Te has detenido a pensar- preguntó Emily intencionadamente-, qué estaba haciendo
Hurst Slater en Oxford esa noche?
-Ya hemos hablado de esto-dijo Caroline-. Sabes tan bien como yo que asistía a una
conferencia de astronomía.
-¿A las dos de la mañana?
-¿Cuándo, si no, vas a tener una conferencia de astronomía? Estaban mirando las
estrellas.
Emily sacudió la cabeza.
-¿Has oído a Hurst expresar el más mínimo interés en la astronomía, Caroline?
Caroline dijo en voz baja:
-Él dijo una vez que mis ojos brillaban tanto como las Pléyades.
Emily se agarró el estómago, el cual, ya que no llevaba un corsé, como era su
costumbre, se mostraba en forma destacada bajo el frente de su vestido de satén.
-Voy a vomitar.
Caroline golpeó su raqueta con irritación contra su cadera.
-Bueno, tú preguntaste. Y eso no es todo lo que Hurst hizo, lo sabes. Viste lo
preocupado que estaba por Tommy durante su convalecencia. No creo que pasara un
día que Hurst no lo visitara y permaneciera durante unas horas a la cabecera de
Tommy, tratando de levantarle el ánimo. Tú sabes lo deprimido que estaba después
del ataque. Las visitas de Hurst ayudaron inmensamente.
Emily resopló.
-Ciertamente lo hizo. Han ayudado inmensamente a Hurst. Le consiguieron una novia
rica.
Caroline se veía apenada.
-Por favor, Emmy-dijo ella-, tú misma dijiste que era dulce, cómo Hurst se dedicó a
Tommy.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Eso fue antes de saber el perro impío que era bajo esa fachada de santo- Emily miró a
su amiga-. Desde el principio, has manejado mal toda esta situación-declaró.
-Oh, ¿tú crees?- Caroline cruzó los brazos sobre su pecho-. ¿Qué habrías hecho tú,
entonces?
-En primer lugar, yo no habría salido de esa sala sin decir una palabra.
-Pero yo no podía decir nada, Emmy. Yo nunca había visto una cosa así en toda mi
vida. Ella tenía la lengua en la boca de Hurst. Y eso es sólo lo que podía ver. No se
puede decir lo que estaba pasando bajo todas las faldas de ella, que los cubrían a los
dos hasta por debajo de la cintura…
Incluso en la luz del sol, Caroline podía decir que Emily había perdido parte de su
colorido.
-Oh, Señor, yo realmente creo que voy a vomitar.
-No es exactamente la manera en que lo hacen las ovejas, Emmy- Caroline continuó
casi sin compasión-.Ella estaba arriba, después de todo.
-Tengo que sentarme- dijo Emily, y se derrumbó sobre el césped.
-Y eso no es todo- dijo Caroline, pero Emily alzó una mano.
-Sí, eso es todo. En lo que a mí respecta, eso es todo. Caroline, tienes que romper con
él.
-No puedo- Caroline se dejó caer sobre la hierba al lado de su amiga-. Sabes que no
puedo. Además del hecho de que le debemos la vida de Tommy, mamá dice que Hurst
estaría en su derecho de emprender acciones legales contra mí, si lo hago. Romper,
quiero decir.
-¿Y qué?- Emily frunció el ceño-. Tú ganarías.
-¿A qué costo?- Caroline se volcó sobre su estómago, disfrutando de la sensación de la
hierba cálida por el sol bajo ella-. Después que me pare delante de una habitación
llena de gente que no conozco y les diga que no era suficiente mujer para complacer a
mi prometido? Eso ciertamente sería humillante, Emmy.
-No tiene nada que ver con tu falta de femineidad.
-Sí, sí, Emmy.- Caroline se quedó mirando el suelo-. Nunca Hurst, ni una vez, me besó
de la forma en que estaba besando a Jacquelyn Seldon. Hasta que lo vi con ella ayer
por la noche, pensé. . . Bueno, pensé que éramos felices. Sabes que sí. Pensé. . . Pensé
que me amaba.
¿Cómo podía haberse equivocado tanto? Esa era la pregunta que se hacía a sí misma.
Todas esas veces que Hurst había encontrado su mano por debajo de la mesa del
comedor y la apretaba. . . todas las veces que la había cogido a solas y robado uno de
esos rápidos, risueños besos. . . ¿había sido todo una representación? Todas las cosas
dulces que había hecho-llevarle flores, presentarla con tanto orgullo a su madre-, ¿lo
había hecho exclusivamente para ganarse una novia rica? Todas las cosas que había
dicho-que la amaba, que no podía esperar para hacerla suya-, ¿habían sido descaradas
mentiras?
Emily extendió la mano y le dio unas palmaditas en el hombro.
-Estoy segura que sí. Te ama, quiero decir. A su manera.
-La cual es nada parecida a la forma en que ama a Jacquelyn-dijo Caroline con
amargura-. ¡Oh, Emmy, si tan sólo pudiera llegar a amarme de esa manera! Todo
estaría muy bien entonces.
-¿Cómo?- quiso saber Emily.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Bueno, porque entonces yo podría casarme con él, y mamá sería feliz, y…
-Te preocupas- dijo Emily, de hecho- mucho, demasiado de hacer felices a los demás.
¿Y qué hay de ti, Caroline? ¿Qué quieres tú?
Caroline parpadeó.
-¿Yo? Bien, casarme con Hurst, por supuesto. Por lo menos- frunció el ceño-, era lo que
quería, hasta anoche.
-¿Y ahora?
-¿Ahora?-Caroline sacudió la cabeza-. Te lo dije, Emmy. No importa lo que yo quiero.
Tengo que llegar hasta el final. Se lo debo a él, por lo que hizo por Tommy. Además, las
invitaciones ya se han enviado. ¿No lo ves? Sólo tengo que lograr que me ame.
Emily parecía como si le habría encantado añadir algo más, pero lo único que dijo fue:
-¿Y cómo piensas hacer eso?
-He estado de pensando un poco- dijo Caroline-, y realmente creo que mamá podría
tener razón. Si utilizo mi astucia de mujer, podría ser capaz de reconquistar a Hurst.
Lejos de Jackie, quiero decir. El problema es que no estoy muy segura de cómo hacer
para hacerlo. El usar algo que ni siquiera estoy segura de que tengo.
Emily resopló.
-Estoy segura que no puede ser particularmente difícil, Caro. Si Jackie Seldon puede
hacerlo, sin duda tú puedes. Ella es una completa idiota. Y ambos sabemos que la
mayoría de los hombres no son más que grandes ratas ignorantes…
-¿Has llamado?
Thomas, el segundo conde de Bartlett, se encaminó hacia ellas a través del césped, las
manos en los bolsillos del pantalón, un mechón de pelo rubio cayendo sobre un ojo.
-Bien, si no es el rey de las ratas ahora- Emily se alzó hasta los codos y sonrió al conde-
¿Y qué hace aquí, rezando, Su Majestad? ¿Su mamá no le prohíbe pasear en los
jardines con corrientes de aire? Es posible que, después de todo, ponga en peligro su
frágil salud.
Thomas se sentó en la hierba hasta quedar junto a Caroline.
-Vete al diablo- le aconsejó a Emily.
-Dígame una cosa, su señoría- dijo Emily arrancando de una brizna de hierba
colocándola entre los dientes-¿Qué es lo que hace a los hombres completamente
incapaces de mantener una relación monógama con una mujer? ¿Puede usted
decirme? Porque me gustaría saber por qué es que una sola mujer no es suficiente
para satisfacerlos.
-Por supuesto, una es suficiente- dijo Thomas, afablemente-. Si ella es la correcta. Ese
es el problema, ya ves. Encontrar la correcta. Es que es condenadamente difícil contar
con ustedes las muchachas- Thomas encontró su propia hoja de hierba, y empezó a
sorberla contento, hablando desde el lado de la boca-. Sus padres las mantienen bajo
llave hasta el día de su boda, así que es casi imposible para nosotros saber si tenemos
una pendenciera hasta la noche de bodas, y luego, bueno, ya es demasiado tarde, si
ustedes resultan ser un fiasco.
-Eso-dijo Emily quitando la brizna de hierba de su boca, y manteniéndola hacia él
como si se tratara de una espada- es la cosa más vil que creo que nunca he oído a
nadie decir.
-Pero es verdad, ¿no te parece?- Thomas se encogió de hombros-. Quiero decir, es
perfectamente absurdo. Dos personas se comprometen a vivir una con otra hasta que
Patricia Cabot Educando a Caroline
la muerte los separe, y nunca han ido a la cama juntos de antemano. Un hombre no va
a comprar un par de pantalones sin probárselos en primer lugar, pero todo el mundo
espera que pase el resto de sus días de haciendo el amor a esta mujer que nunca
jamás…
-¿Cómo vamos a saber cómo no ser un fiasco?-exigió Caroline-. ¿Cómo podemos saber,
cuando nadie quiere hablar de ello?
Tommy parecía confundido.
-¿Hablar de qué?
-Tú sabes- Caroline miró alrededor del jardín oscuro, y susurró-.Hacer el amor.
-Oh- dijo el conde de Bartlett-.Eso.
-Sí, eso. Sabes que mamá no hablará de ello. Entonces, ¿cómo voy a saber cómo
mantener el interés de un hombre, y mucho menos no ser un fiasco en la cama, cuando
nadie me dirá qué es lo que la mayoría de las personas-particularmente personas
como Lady Jacquelyn Seldon-ya parece que saben?
-Yo digo- dijo Thomas- que esta conversación acaba de dar un curioso giro personal.
¿Qué te ha hecho Jackie Seldon?
-Nada- dijo Caroline rápidamente, al tiempo que Emily estaba tomando aire para
contarlo todo-. Sólo hablaba, sabes, en sentido figurado. Quiero decir, después de todo,
Lady Jacquelyn debe ser increíble. . . Bueno, para tener atrapado a Braden Granville,
que, de acuerdo contigo y tus amigos, tiene un gusto de lo más exigente en, ejem,
amantes, Lady Jacquelyn debe ser muy… segura de sí misma.
Thomas dejó de mirar al cielo, y en su lugar, miró a su hermana.
-Supongo que se podría llamar así.
-¡Oh, Basta!- Emily tiró la brizna de hierba que había estado masticando, y se sentó-.
Eso no es lo que quiere decir en absoluto. Todo se reduce a esto, Thomas: Tenemos
que saber lo que ocurre entre un hombre y una mujer en la cama.
Thomas se veía como si de repente estuviera deseando estar en cualquier otro lugar.
-¿Por qué me lo preguntas a mí?
-Porque es lo que necesito saber- insistió Caroline- .Y mamá no me ayudará.
-Bien, debe haber alguien más a quien le puedas preguntar. Quiero decir, si mamá no
te lo dirá, sin duda la madre de Emmy…
Emily soltó una gran carcajada equina.
-¿Mi madre? Debes estar bromeando, Tommy. Cuando le pregunté a mi madre de
dónde venían los niños, ella me dijo que la pescadería los encuentra en el vientre de la
pesca del día. Hasta el día de hoy todavía lo mantiene.
Thomas hizo una mueca.
-Bueno, seguramente una de tus profesoras, entonces, del internado…
-Oh, ¿Quién, Tommy?- quiso saber Caroline-. La señorita Crimpson, que tenía tanto
miedo que el hombre de carbón pudiera violarla, que no podía abrir la puerta sin que
una de nosotras estuviera de pie detrás de ella con el atizador listo? ¿O la señorita
Avalon, que declaró que el vals era un baile creado por Satanás, que traería consigo la
ruina de la sociedad como la conocemos?
-¿Podría una de las sirvientas…?
-Lo intenté- dijo Caroline-. Todas hacen una bonita reverencia y dicen que es algo que
realmente “debería hablar con Lady Bartlett, perdón, Lady Caroline”.
-Supongo que no podrías simplemente preguntarle a tu prometido…
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿Hurst-la voz de Caroline se elevó con incredulidad-. ¿Quieres que le pregunte a Hurst
cómo hacer el amor a un hombre? ¿Estás loco?
-Bueno, ¿qué tiene de malo?- quiso saber Thomas.
-¡Porque entonces va a pensar que soy lo que dijiste. . . un fiasco!
-¿Por qué iba a pensar eso?
-Porque yo no sé lo que estoy haciendo- dijo Caroline ya totalmente exasperada-. Eso
es exactamente lo que estoy tratando de evitar, ¿no lo ves?
-Realmente, Tommy- dijo Emily-. No seas ridículo. Ella no le puede preguntar a Hurst.
Difícilmente estaría preguntándote a ti si no hubiera agotado todas las otras
posibilidades. Y no es como si estuviera pidiendo mucho.
-Exactamente- dijo Caroline-. Todo lo que quiero es que Hurst se enamore de mí.
Thomas parecía confundido.
-Pero él está enamorado de ti, Caro. Te pidió que te casaras con él, ¿no?
-Sí, por supuesto que lo hizo- dijo Caroline, impaciente-. Y sé que le gusto. Pero, ¿no lo
ves, Tommy? Eso no es suficiente.
Thomas empezaba a parecer alarmado.
-¿No lo es?
-No, por supuesto que no. A los hombres les gustan sus perros. Quiero que el hombre
con el que me case esté completa y desesperadamente enamorado de mí. Así que, ya
ves, sólo necesito saber cómo evitar ser… bien, un fiasco, como dijiste. Lo que significa
que tengo que aprender a hacer el amor. Lo que le gustan a los hombres. Ese tipo de
cosas. Así que ¿por qué no me lo dices? Me ahorraría mucho tiempo y problemas,
Tommy, realmente lo haría. Es tan aburrido ser virgen. No tienes ni idea.
Tomás se puso de pie de repente.
-Sabes-dijo-.Creo que me he olvidado de una cita…
Caroline frunció el ceño.
-Tommy, ¿qué es lo que te pasa? Es la herida que te molesta?
-Realmente, Tommy- dijo Emily-, te ves absolutamente pálido.
-Es sólo- dijo Thomas-pasaba una mano nerviosa a través de su pelo color arena,
demasiado largo, en tanto empezaba a alejarse a grandes zancadas- que tengo esta
cita.
Emily de repente tragó ruidosamente.
-¡Dios mío, Caro!-exclamó sin apartar los ojos del joven conde.
-¿Qué?-Caroline miró a su alrededor, alarmada-. ¿Hay una abeja?
-No- los ojos verdes de Emily bailaban-. Creo que sé por qué su señoría es tan reacia a
discutir este tema en particular.
-Emmy- Thomas se congeló, y se volvió hacia ellas. Había un tono de advertencia en su
voz.
-Su señoría no quiere hablar de ello- dijo Emily, fingiendo un susurro con voz alta-
porque nunca lo ha hecho.
-Eso no es cierto- dijo Thomas regresando hacia ellas muy rápidamente-.Ahora,
Emmy, eso no…
-Thomas-los ojos de Caroline se agrandaron-.¿Es eso cierto? ¿Nunca lo has hecho?
-Yo no he dicho eso- exclamó Thomas- .Yo…
-¿Estás esperando, entonces por tu amor verdadero?- Caroline lo interrumpió,
dulcemente- ¡Qué absolutamente adorable!
Patricia Cabot Educando a Caroline
Braden Granville, se dio cuenta, quería algo. Buscaba algo con la suficiente
vehemencia, pensó Caroline, para hacer casi cualquier cosa por ello.
Una trama insidiosa se empezó a incubar dentro de su cabeza. Era algo, estaba muy
segura, que jamás hubiera pensado si no se sintiera al borde de la desesperación por
la visión del amor de su vida en los brazos de otra. O, mejor dicho, las piernas de otra.
Pero desde que ella era, después de todo, tan amargamente infeliz, parecía hasta
natural que estas ideas-del tipo que nunca se le hubiera ocurrido en circunstancias
normales-llegaran a aparecer en su cabeza, la manera en que los peces de colores
llegaban a aparecer en la superficie del estanque ornamental en Winchilsea Abbey,
una y otra vez.
Era una cosa despreciable, lo que pensaba hacer. Pero en realidad, ¿le habían dado
algún tipo de elección? No. Su madre, su hermano, su propio prometido no le habían
dejado otra alternativa.
Además, su madre le había dicho que luchara por el hombre que amaba, y usara sus
artimañas femeninas. ¿No era eso precisamente lo que estaba haciendo ahora?
¿Y bien? ¿O no?
Una voz de hombre, muy diferente de Braden Granville, la sobresaltó de sus oscuros,
tortuosos pensamientos.
-Lady Caroline- dijo el mayordomo gravemente.
Caroline se inquietó, y miró de reojo al hombre alto, que parecía extremadamente
adusto a la brillante luz del sol.
-Oh, hola, Bennington-dijo ella -¿Le pasa algo?
-De hecho, milady. Su señoría, su madre Lady Bartlett, me ruega que le recuerde que
las hijas de los condes, en general, no se sientan sobre la hierba, y ella me ha enviado a
preguntar si necesita una silla.
Caroline miró más allá de los hombros del mayordomo, y vio a su madre, muy
claramente, señalándola frenéticamente desde una ventana del piso superior.
¡Oh, Dios! , pensó Caroline. Si ella piensa que esto es malo. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 8
Braden Granville apuntó con cuidado al objetivo. Situado a unos quince metros de
distancia, no era nada más que un tablero de seis pies, cubierto con el bosquejo de
papel de un hombre, apoyado contra la pared trasera del sótano. Braden ya había
perforado dos agujeros en la cabeza de la figura de papel para representar a los ojos, y
otro para la nariz. Él estaba terminando la boca, una serie de pequeños agujeros en
forma de media luna, las esquinas caprichosamente hacia arriba- cuando alguien le
tocó el hombro. Se dio vuelta y vio a Weasel allí, ventilando el humo negro de su cara,
y diciendo algo. Braden se quitó el algodón de las orejas.
-…no va a aceptar un no por respuesta-estaba diciendo el secretario-.Le dije que
estabas ocupado haciendo una valiosa investigación en tu nueva arma, pero ella dijo
que esperaría.
Braden asintió con la cabeza al joven que lo había estado ayudando toda la tarde. El
muchacho corrió a lo largo de la bodega a buscar el blanco de papel.
-Lo siento, Weasel- dijo Braden-. Sólo llegué a ese último no. ¿Qué estabas
diciendo?¿Uno de los vecinos, otra vez? Ofrécele una pistola como una muestra de
nuestra estima. Espera, pensándolo bien, mejor no. No necesito amas de casa,
tomando fotos de mí en la calle porque he despertado a sus preciosos hijos.
-Ésta no es ninguna ama de casa-dijo Weasel-. Y como tenemos este sótano excavado
tan profundo, al único que vas a 'espertar es al muerto. No, esta es una dama.
-¿Una dama?- Braden tomó el blanco que el muchacho le entregaba, y lo mantuvo en
alto para que su secretario lo vea-. Aquí, Weasel. Mira eso. ¿Todavía me acusas de
estar deprimido? Perforé seis de sus dientes.
-Bien- dijo Weasel secamente-, la próxima vez que un hombre esté inmóvil con la boca
abierta serás capaz de golpear sus molares posteriores. Esta dama no es una vecina. Se
llama Caroline Linford.
Braden bajó el blanco y miró a su viejo amigo.
-¿Caroline Linford? ¿Lady Caroline Linford? ¿Qué diablos quiere de mí Lady Caroline
Linford?
-No dijo- Weasel tomó el blanco de los repentinamente débiles dedos de su patrón-.
No parece del tipo que viene generalmente a visitarte, Muerto, por eso vine a
consultarlo contigo. Ésta trajo su criada con ella.
-¿Su qué –Era verdad que el ambiente del sótano estaba denso por el humo, pero
Braden no podía creer que era eso lo que estaba haciendo tan difícil para él procesar
esta información.
-Su criada. Sentad’al lado de ella, todas correctas y formales- Weasel sacudió la
cabeza-.Tú sabes que yo nunca he sido de dar consejos- por lo menos no en el aspecto
romántico-, pero con ésta simplemente no me parece correcto, Muerto. Yo
la’espacharía, muy rápidamente. Ella viene amarrada a tener un papá nervioso con
una de tus pistolas en el bolsillo. . . .
Braden Granville ya había comenzado a subir las escaleras de dos en dos.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Weasel a Lady Caroline a la habitación, que los dos se lanzaron a la puerta, al parecer
en un intento de dejar afuera a un tercero, que estaba tratando de entrar tras ellos.
-Violet, en realidad- Lady Caroline estaba diciendo, en tanto apoyaba todo su peso
contra la puerta-, todo está muy bien. El señor Granville y yo vamos simplemente a
tener una pequeña charla, y luego yo estaré fuera. Prometo que nada más ocurrirá
mientras yo esté aquí…
-Su madre, Lady Bartlett-declaró una voz estridente detrás de la puerta- va a oír
hablar de esto, milady. ¡No crea ni por un minuto que voy a ser parte de cualquier
tentativa de engaño!
-Aquí no hay engaño, Violet- insistió Lady Caroline -. Te lo juro. Sólo estoy tratando de
tener una palabra en privado con el señor Granville…
-¡Ja!-dijo la voz desde detrás de la puerta-. ¡Yo sé todo sobre él! ¡No crea que no!
Lady Caroline aparentemente desesperada de que nunca ganaría esta batalla en
particular, volvió la cabeza, y vio a Braden, al lado de su escritorio.
-Bueno, no se quede ahí- dijo mientras apoyaba todo su peso contra la puerta-.Venga y
ayúdenos.
Braden totalmente confundido, sin embargo, obedeció la orden de la joven y se unió a
su secretario para empujar la puerta.
-Yo digo- observó, después de un momento o dos-, que quien sea que esté al otro lado
de esta puerta es extraordinariamente fuerte. ¿Quién diablos es?
-Mi criada-dijo Lady Caroline mientras luchaba para mantenerse de pie en el parqué
resbaladizo-.Y debo decir, que no era esto exactamente lo que quería decir, cuando le
dije que nos ayudara.
Braden y Weasel se miraron.
-Traté de dejarla afuera-dijo Weasel- como me pidió la dama, pero ella es muy grande.
-Lady Caroline- gritó la criada, de más allá de la puerta entreabierta-. ¡Nada bueno
saldrá de esto! ¡Recuerde mis palabras!
-Oh- gimió Caroline. Por alguna razón, ella miró acusadora a Braden, como si todo
fuera su culpa-. Corríjame si me equivoco, pero creo que se supone que usted es
experto en este tipo de cosas, señor Granville. ¿No tiene alguna idea?
Braden dijo, amablemente:
-Va a tener que ayudarme aquí, lady Caroline. No tengo idea de qué "tipo de cosas"
estamos hablando.
-Chaperonas- estalló-.Violet es mi chaperona. Tenemos que encontrar una manera de
deshacernos de ella. Debo verlo a solas.
-Oh- abruptamente Braden dejó de empujar, y se enderezó-. Eso es simple. ¿Por qué
no lo dijo antes?
Tomando a Caroline de los hombros, la trasladó cuidadosamente fuera del camino,
entonces indicó a Comadreja dar un paso al lado. El secretario lo hizo, y de repente, la
puerta cedió, y Braden se encontró ante una voluminosa mujer que parecía muy
decidida, vistiendo una cofia floreada que era un detalle extrañamente frívolo en
contraste con la expresión de indignación de su rostro.
-Ah- dijo Braden-. La señorita Violet. Es usted. Sí. Lo siento mucho, hemos pensado
que era otra persona. ¿Cómo está hoy? ¿Y puedo felicitarle por ese sombrero
encantador?
Patricia Cabot Educando a Caroline
La miró con curiosidad. Ella no era, como correctamente había observado la noche de
la cena de Dame Ashforth, una belleza. Su cabello no era ni oscuro ni rubio, su figura ni
voluptuosa, ni delgada.
Y sin embargo, Jacquelyn se había equivocado al descartar a la joven Linford por
considerarla simple. No era simple en absoluto. Había algunas mujeres que tenían una
belleza como la de Lady Caroline, belleza que, si bien, un espectador a primera vista
consideraría simple, se hacía extrañamente más atractiva al paso del tiempo. Este tipo
de belleza, Braden sabía que era peligrosa, más peligrosa aún que una como la de
Lady Jacquelyn- ya que, debido a que estaban en constante cambio, un hombre podía
caer en la trampa de querer estar continuamente alrededor, a fin de observar los
cambios sutiles que tenían lugar. . .
No es que tal cosa le hubiera sucedido a él. Ni sucedería.
Sin embargo, Lady Caroline tenía algo que incluso un hastiado admirador de la belleza
femenina como él, tenía que admitir que era irresistible. Y eso era un par de ojos muy
grandes, que, aunque marrones, le parecían enormemente expresivos. Incluso ahora,
estaban bastante llenos de emoción. Y estaban fijos en él con el mayor de los
reproches.
-Dígame-dijo acusadora-. Dígame lo que le hizo.
-Claramente- dijo Braden moviéndose hacia su escritorio, sobre todo para salir del
alcance de esos ojos enormes y líquidos-, no le hice nada. Le hablé como un ser
humano racional a otro, eso fue todo.
La joven lo siguió, no sólo con los ojos, sino con toda su persona. Estaba de pie ante su
escritorio y lo miró un poco más.
-Eso no es todo- declaró-. ¡Usted. . .usted la hipnotizó!
-Yo ciertamente no hice nada por el estilo- Braden sacudió la cabeza-. Apelé a su mejor
juicio y gané.
-Yo creo-dijo ella, los ojos entornados con sospecha-, que usted la embrujó.
Braden se sentó. Era una grosería, lo sabía, pero la joven parecía rebelde, y esperaba
que –si no tenía que mantener el cuello estirado para mirarlo-, pudiera resultar
tranquilizador. Asimismo, esperaba que el escritorio sirviera como una especie de
escudo contra su agitación, la que podía ver, era extrema.
-Lady Caroline- dijo con severidad-. Este es el año de mil ochocientos setenta. ¿Es
realmente necesario recordar que no hay tal cosa como la brujería? Además, usted fue
la que la trajo. Si no quería entrar que ella entrara, ¿por qué la trajo en primer lugar?
-Porque no estoy autorizada a ir a ninguna parte sin ella - dijo con la aspereza
suficiente para mostrarle que lo consideraba muy estúpido en realidad.
-No es permitido. . . -digirió esto-. ¡Buen Dios! ¿Está bajo algún tipo de arresto?
-No- dijo ella, y aunque ella no las dijo en voz alta, él estaba muy seguro de que leyó las
palabras Tú hombre estúpido en esos ojos transparentes-. No se me permite ir a
ninguna parte sin una chaperona .En esta ciudad las mujeres jóvenes son a menudo
explotadas por malvados infames, y Violet se supone que me protege de ellos.
-Bueno- dijo Braden, un poco sorprendido por esta información-, debo decir, que está
hecha para eso.
Caroline lo miró enojada.
-No es justo. Lo que le hicieron. Usted le hizo pensar. . . le hizo creer cosas que no eran
verdad.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿De acuerdo a quién?- contestó-. Esa es una cuestión de opinión, ¿no le parece? Yo
podría también preguntar si es correcto causar una escena en el lugar de negocios de
una persona. Yo podría haber perdido un cliente, sabe, debido a la histeria de aquella
mujer. Eso es dinero de mi bolsillo, usted sabe. Y de Com-señor Ambrose, también. Y
de todos mis empleados, de hecho. ¿Cómo voy a pagar sus sueldos si su criada aleja a
todos mis clientes con su comportamiento histérico?
Eso le llegó. El reproche desapareció, y fue sustituido en los ojos marrones, por una
avalancha de culpa.
-Oh- dijo-. Lo siento. Sólo tenía que verlo, y fui a su casa, y me dijeron que estaba aquí,
y yo pensaba. . . . Bueno, en cierto modo, lo que necesito discutir con usted es
relacionado con negocios. Así que pensé sólo entrar y. . . . Por supuesto que no me di
cuenta que Violet sería tan insistente en entrar conmigo. Quiero decir, que sea privada
nuestra entrevista. Yo sí pido disculpas.
Estaba un poco preocupado al descubrir que se había perdido otro de sus encantos la
noche en la casa de Dame Ashforth: su voz. Era una voz agradable, muy grave y
bastante más infantil que juvenil, lo que era un alivio. Las jóvenes tenían, Braden
había observado a lo largo de los años, una inquietante tendencia hacia la estridencia.
-Bueno- dijo-. Supongo que puedo encontrar algo en mi corazón para perdonarla.
Ahora, ¿por qué no toma asiento, y me dice qué es lo que su Violet no puede saber?
Ella miró hacia atrás, y vio la silla que había indicado. Se sentó en ella, por un minuto
tirando de los botones de sus guantes, pero no desabrochándolos. Ella estaba, vio con
satisfacción, vestida de manera muy simple con un vestido blanco mañanero, cubierta
con una pelliza azul. Llevaba una sombrilla blanca a juego, y su cofia azul estaba atada
bajo la barbilla en un gran moño de raso blanco. Parecía bastante presentable, incluso
atractiva, aunque ella estaba sin ninguna de las plumas o fruslerías similares que
Jacquelyn parecía pensar necesarias para que una mujer esté bien vestida y a la moda.
-Supongo- comenzó Lady Caroline con su voz agradable, mientras seguía tirando del
botón en la parte posterior de la muñeca. Braden no podía dejar de notar que entre el
guante y el manguito de la manga de Lady Caroline estaba la piel expuesta de su
muñeca. La piel era terriblemente de color dorado para alguien que llevaba el título de
dama. Sugería que pasaba bastante más tiempo al aire libre que lo que comúnmente
se considera adecuado. Lady Jacquelyn Seldon, en cambio, pasaba casi nada de tiempo
al aire libre, y tenía la piel blanca como la leche-en todas partes, como bien él podía
atestiguar-para demostrarlo.
-Supongo que recuerda, eh, que me habló la otra noche en la casa de Dame Ashforth-
dijo la joven.
-Sí- dijo Braden viendo como ella tocaba el botón. En poco tiempo, podría caerse, de
tanta preocupación-. Espero que no haya tenido una recaída de la enfermedad que le
atacó esa noche.
-Oh- ella soltó el botón, y concentró el máximo de su atención en su rostro-era como
tener un foco blanco caliente de repente fijo en uno o así lo imaginaba, al no haber
pasado nunca algún tiempo en un escenario- ¡Oh, no, no- dijo ella-. No, yo estoy
mucho, mucho mejor. Sólo que esa noche, si recordará, usted me preguntó si yo había
visto a Lady Jacquelyn, y si ella había estado con alguien.
De repente, él se vio inclinado hacia delante en su silla.
-Sí-dijo, tratando de no parecer tan ansioso como se sentía-. Sí, lo recuerdo.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Bueno, como usted sabe, yo la vi, y ella estaba con alguien. Y los dos se dedicaban a lo
que podríamos llamar. . . un abrazo comprometedor.
Él arqueó una ceja interrogante. Calma, se dijo. No debes parecer demasiado ansioso.
-¿De veras?
-Sí- sus mejillas, notó, se habían vuelto un poco de color rosa-.Muy comprometedor.
-Ya veo-dijo tratando de mantener un tono neutral-.Continúe.
-Usted mencionó algo la última vez que lo vi- dijo Lady Caroline - que me llevó a creer
que la identidad del caballero con el que estaba su prometida. . . compartiendo este
abrazo puede ser importante para usted.
Braden la miró fijamente. No. No era posible. Después de meses de frustración, por fin
iba a tener una respuesta a la pregunta que una media docena de sus mejores
hombres habían sido incapaces de proporcionarle-¡y de esta muchacha! ¡Esta
muchacha bastante poco atractiva!
Realmente, este era demasiado bueno para ser verdad. Apeló a todo el auto-control
que poseía para no saltar por la habitación con alegría. En cambio, Braden revolvió
algunos de los papeles en su escritorio, como si lo que ella había dicho no tuviera la
menor importancia.
-Sí, en realidad- dijo con lo que pareció sonaba como suprema indiferencia-. Es muy
amable de su parte el molestarse en buscarme. Tendría que haberle preguntado yo
mismo esa noche, sólo que usted parecía indispuesta, y yo no creí. . . Bueno, no creo
que lo haya reconocido.
-Oh-dijo Caroline-, pero por supuesto que lo hice.
-Bien, entonces- dijo Braden. Dejó de perder el tiempo con sus papeles y sonrió.
Entonces, preocupado que tal vez su sonrisa pudiera contener un poco demasiado del
regocijo auto-enaltecedor que estaba sintiendo, intentó controlarlo, convirtiéndolo en
su lugar en una expresión de negocios-, ¿con quién la vio, lady Caroline?
Caroline lo miró entonces. Esta vez, sus expresivos ojos oscuros llenos de algo a lo que
no podía darle un nombre.
-Oh, yo no puedo decirle eso- dijo ella, parecía conmocionada.
Era el turno de Braden para mirarla, y lo hizo de manera tan admirable, muy seguro
de sus propios ojos, que eran tan oscuros como los de ella, pero no revelaban ni la
mitad de tanta emoción.
-Usted no puede…- sacudió la cabeza-. Lo siento. Pensé que había dicho que lo
reconoció.
-Oh, sí. Sólo que yo no puedo decirle su nombre, ¿ve?- una vez más le dio una sonrisa
de disculpa-. Sé que logró cautivar a Violet con ese pequeño discurso acerca de cómo
no hay que creer a la gente que cuenta cosas sobre usted, pero me temo que no
funcionó conmigo. Ya ve, yo creo totalmente las cosas que dice la gente sobre usted. Y
una de esas cosas es que es bastante rápido para resolver sus dificultades personales
con una pistola. Si le dijera el nombre del hombre que vi con su prometida, sin duda
iba a tratar de matarlo. Bueno, no voy a tener la muerte de un hombre en mi
conciencia, muchas gracias.
Braden, mudo por esta confesión, sólo podía mirarla.
-Pero si lo piensa- continuó Caroline despreocupadamente-, realmente no importa
quién es el caballero. Usted cree que su prometida está involucrada con otro hombre,
Patricia Cabot Educando a Caroline
y quiere romper su compromiso con ella, pero teme que ella alegará un
incumplimiento de la promesa en su contra. ¿No es eso correcto?
Braden la había estado mirando tan fijamente, que se había olvidado de parpadear.
-Sí- dijo despacio, preguntándose si ella estaba loca, y si lo estaba, ¿cómo iba a librarse
de ella? Era una lástima, realmente, porque estaba resultando ser una cosa muy
bonita. Pero loca, claro. Loca de remate.
-Y para tener alguna esperanza de ganar este juicio por incumplimiento de promesa-
continuó Caroline-se necesita una prueba de la infidelidad de su prometida.
-Sí- dijo otra vez-. Eso es correcto. Lo cual es por qué…
-¿No sería el testimonio de un testigo, que vio a su prometida en los brazos de otro,
una prueba suficiente?
-Eso dependería de la credibilidad del testigo, por supuesto- dijo Braden a
regañadientes.
-¿Cree que yo sería considerada una testigo creíble?-preguntó.
Dudó. Por supuesto una loca no causaría una buena impresión en algún juez. Pero a
pesar de su comportamiento, lady Caroline ciertamente no parecía una loca. De hecho,
parecía bastante respetable. Atractiva, incluso.
Atractiva. ¡Dios mío!, ¿qué estaba pensando? Ella era una niña. Bueno, relativamente
hablando.
-Yo creo- dijo Braden, lentamente- que con la preparación adecuada, podría pasar.
Pero…
-Ya me lo imaginaba- dijo Caroline-. Así que realmente no importa, al final, si le pone
un nombre al sujeto en cuestión. Quiero decir, el simple hecho de que la vi con
alguien- le lanzó una mirada significativa- y sí quiero decir con en el sentido íntimo-
debería ser prueba suficiente, ¿no le parece?
-Lady Caroline- ya no podía mantener su fachada de indiferencia. Se había dado
algunos minutos, pero sólo ahora se hundió contra el respaldo de la silla, totalmente
exhausto por la decepción-, por favor, no se ofenda, pero no creo que se haya
familiarizado adecuadamente acerca de la ley. Mentir en el tribunal-que es lo que me
está diciendo que quiere hacer-se llama perjurio, un delito que se castiga…
Ella lo interrumpió.
-Yo sé lo que es falso testimonio, señor Granville.
-Bueno- dijo irritado-, si usted sabe lo que es, entonces no veo cómo cree que puede
salirse con la suya…
-Señor Granville- su mirada era muy firme. En sus luminosos ojos castaños, no podía
detectar un rastro de locura. Pero estaba perfectamente convencido de que estaba allí.
Debido a que sólo una loca sugeriría algo tan absurdo-, si conozco a Lady Jacquelyn-y
sí la conozco, desde el internado-, ella va a negar que tenía un amante, le ponga o no le
ponga nombre a ese hombre. Así que no importa demasiado si digo que no lo reconocí,
excepto que sí le importa mucho al hombre en cuestión, ya que le impide ganarse una
bala que le atraviese la piel.
-Lady Caroline- dijo Braden-, me temo que no entiendo. Lady Jacquelyn, sin duda, se
asegurará de abogados muy competentes, que la interrogarán muy detenidamente….
-Sí- dijo Lady Caroline-, estoy consciente de ello. Pero confío en que seré capaz de
responder a sus preguntas con la verdad, hasta cierto punto. Cuando se llegue a la
identidad del hombre, me limitaré a decir que no tenía una visión bastante buena de él
Patricia Cabot Educando a Caroline
como para afirmar con certeza quién era él. Pero creo que le voy a dar un acento
francés- ella sonrió para sus adentros-. Creo que es un pequeño detalle muy creíble,
¿no? Podría ver muy bien a Lady Jacquelyn con un francés.
Braden la miró fijamente. Sabía que estaba siendo grosero, pero no podía evitarlo. Por
su vida, que no podía descifrar qué es lo que ella pretendía. ¿Qué tipo de mujer, se
preguntó, se ofrecía alegremente de voluntaria para cometer perjurio por un hombre
que apenas conocía? Ninguna mujer que conociera, ni de Mayfair, y ni de los Dials,
tampoco.
-Por supuesto- dijo Lady Caroline- antes de estar de acuerdo para actuar como testigo,
señor Granville, está la cuestión de mi compensación.
Braden se sacudió. ¡Dios mío! ¡Ahí estaba! Allí estaba, por fin, la razón de la joven por
la cual había acudido a él. Sintió que una curiosa ráfaga de alivio lo recorría. Así que
ella no estaba loca. No estaba loca en absoluto. Ella quería algo.
¿Por qué esto debería ser un alivio para él?, no lo podía imaginar. ¿Qué le importaba si
la muchacha estaba en plena posesión de sus sentidos o no? Ella no era nada para él.
Se dijo que era simplemente el alivio que cualquier hombre sentiría al descubrir que
no estaba, después de todo, en compañía de una lunática, a continuación, se preguntó
lo que Caroline Linford- que, por lo que Braden sabía de ella, que era cierto que no era
mucho, tenía todo lo que cualquier señorita de la sociedad de Mayfair pudiera desear,
incluyendo una herencia generosa, una cara bonita, y un futuro-apuesto-marido-
podría querer de él.
-¿Su compensación?- preguntó con curiosidad.
-Bueno, sí- ella le dio una mirada que le sugirió que lo consideraba bastante idiota por
preguntar-. Si voy a cometer perjurio -por no hablar de generar la indignación de toda
mi familia al aceptar participar en algo tan escandaloso como un juicio por
incumplimiento de promesa-voy a tener que ser compensada.
La miró, sintiéndose extrañamente decepcionado. Esta vez, él no tenía que
preguntarse por qué se sentía así. Sabía perfectamente por qué estaba decepcionado:
porque allí sentada, pareciendo tan joven, encantadora e inocente, la verdad era que
ella no era diferente de cualquiera de las otras mujeres que conocía. Era como las
flores confitadas que había admirado cuando niño afuera de la ventana de la
panadería- habían parecido bastante suculentas, pero una vez que finalmente se había
raspado el dinero para comprar unas pocas, había descubierto que no eran realmente
buenas en absoluto. Al igual que muchas de las cosas en Mayfair que Braden había
admirado, Caroline Linford, examinada de cerca, resultaba no ser el bocado sabroso
que había parecido al principio.
Lo cual era una lástima, pero por qué lo sentiría tan profundamente, no podía
imaginarlo. Una vez más, ella no era nada para él.
Se preguntó, cínicamente, en qué tipo de problemas se habría metido. ¿Jugando su
fortuna, tal vez? Había oído a su hermano menor, el conde, que era aficionado a las
cartas, y bastante bueno, también, pero él nunca hubiera imaginado que Lady Caroline
tuviera un interés particular en el juego. Pero él había conocido a algunas mujeres que
habían tenido la misma apariencia inocente de Lady Caroline, y que habían dilapidado
decenas de miles de libras en la mesa de juego, así que suponía que era ciertamente
posible.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Decepcionado como estaba, al menos se sentía en una posición más segura de lo que
había estado antes. Siempre había tenido cabeza para los negocios, del mismo modo,
la primera vez que pusieron un revólver en su mano, inmediatamente había entendido
su funcionamiento, y de inmediato había comenzado a idear formas de mejorarla.
Y así que él abrió un cajón y sacó una caja pequeña, en la que mantenía la mayor parte
de su dinero en efectivo.
-Ya veo-dijo Braden-. ¿Puedo preguntar cuánto, Lady Caroline?
Él escuchó su súbito jadeo, y cuando levantó la mirada inquisitiva, se sorprendió al
observar que sus mejillas se habían puesto rojas.
-¡Ningún dinero!- exclamó Caroline, claramente horrorizada-. ¡Yo no necesito el
dinero, señor!
Braden cerró la caja rápidamente. La había ofendido. No estaba muy seguro de cómo.
Jacquelyn siempre había estado bastante dispuesta a aceptar su dinero, pero al
parecer, Lady Caroline Linford tenía una manera de pensar diferente.
-Ya veo-dijo confusamente, aunque en realidad no veía nada-. Pero usted dijo que
tendría que ser compensada.
-Pero no con dinero- exclamó Lady Caroline horrorizada.
Braden, al darse cuenta de que estaba realmente molesta por la sugerencia, se
apresuró a poner la caja de nuevo en su cajón. Andaba a tientas, lo sabía, pero no
podía imaginar cómo continuar. Una vez más, las señoritas de sociedad eran un
segmento de la población con el que nunca había pasado grandes cantidades de
tiempo.
-Le pido perdón- dijo en lo que él esperaba fuera un tono tranquilizador-. Ahora veo
que no fueron intereses pecuniarios los que la han guiado hasta aquí. ¿Puedo
preguntar qué es lo que quería decir cuando dijo compensación?
Ella había dejado caer su mirada. Parecía perfectamente incapaz de mirar por encima
de su regazo. Lo que era extraño, porque ella lo había mirado fijamente a los ojos todo
el tiempo que había estado discutiendo su plan de cometer perjurio con una franqueza
que había más que admirado.
Tenía que admitirlo, estaba intrigado. Ella había pasado de ser una flor confitada en su
mente a algo mucho más tentador. Un durazno, tal vez. Los duraznos, cuando estaban
maduros, rara vez decepcionaban. Y Caroline Linford parecía muy madura de hecho.
-Debe haber algo- dijo Braden, después de ver su lucha-durante casi un minuto por
poner lo que fuera que aparentemente quería decir, en palabras- . Como usted ha
dicho, su testimonio en la corte en mi nombre sin duda le hará objeto de alguna. . .
notoriedad. No es una posición que una joven pueda tomar a la ligera…
-Lo sé- ella lo miró de repente, y nuevamente fue presa de una sensación de estar bajo
una luz brillante, su mirada era tan intensa, los ojos tan brillantes.
No, no es un durazno, pensó para sí mismo. Algo más dulce. Una nectarina, tal vez.
-Sólo que no es la compensación financiera lo que quiero- dijo, vacilante-. Es. . . que es
algo que deseo que usted pueda hacer.
-¿Hacer?-él le devolvió la mirada con interés. Definitivamente una nectarina-. Bien,
¿qué es, entonces?
De nuevo agachó la cabeza, y parecía estar discutiendo algo muy fuertemente consigo
misma. Se dio cuenta de que había empezado a preocuparse con el botón de su guante
nuevamente. Recordando el tostado- e incapaz de dejar de preguntarse,
Patricia Cabot Educando a Caroline
inexplicablemente, cuán lejos se extendería el tostado por esos brazos bien formados-
pensó que tal vez podría estar interesada en el deporte al aire libre, y dijo:
-¿Lecciones de tiro, tal vez? ¿Así no tiene que arrastrar a esa criada suya? Usted puede
disparar a los-¿cómo los llamó? Oh, sí, los malvados infames, en lugar de depender de
su criada para protección…
-Oh, no- interrumpió Caroline rápidamente, mirando hacia arriba de nuevo-. Odio las
armas.
Él la miró parpadeando, sin saber si reír o sentirse insultado.
-En realidad-optó por decir-, estoy seguro de que no se sentiría de esa manera si
alguien la asaltara, y yo lo ahuyentara con un revólver.
-Bien, por supuesto-dijo-. Pero las armas de fuego rara vez se utilizan para la
protección. En su mayoría, son usadas por personas como usted, para resolver un
desacuerdo estúpido…
Tuvo que contenerse de señalarle que difícilmente consideraba su desacuerdo con el
amante de su prometida estúpido.
-O por salteadores de caminos-continuó ella- amenazando a pobre gente desarmada-
como mi hermano- en busca de sus carteras- él no se perdió el latido de su voz cuando
mencionó a su hermano-. Él. . . estuvo a punto de morir, sabe-continuó-. Y todo por
una sola bala.
-Pero él está bien ahora- dijo Braden amablemente- . Lo vi la otra noche en la casa de
Dame Ashforth, y estaba…
-Bien- lo interrumpió Caroline con amargura-. Sí, lo sé. Gracias a Hurst.
Braden arqueó una ceja.
-¿Hurst? ¿El marqués de Winchilsea, quiere decir?
-Sí. Él fue quien encontró a Tommy. Alejó a los salteadores de caminos, y evitó que se
desangrara hasta morir en la calle. Tommy seguramente habría muerto, si no fuera
por las rápidas acciones de Hurst.
A Braden, quien de pasada conocía al marqués, le era difícil creer que ese dandy
apuesto, y el hombre de acción que Lady Caroline describía, fueran la misma persona.
-¿De verdad?- dijo diplomáticamente.
-¡Oh, sí- dijo Caroline-. Nos llevó meses de cuidado, de médicos que entraban y salían a
todas horas de la noche, y durante todo ese tiempo, Hurst apenas se alejó del lado de
Tommy. Así es cómo. . . cómo él y yo nos llegamos a comprometer. Hurst y yo, quiero
decir. Debido a que estuvimos mucho tiempo juntos después de la herida de Tommy-
se interrumpió y lo miró, de modo acusador, casi como si le consideraba responsable
de los disparos de su hermano. Y sus siguientes palabras indicaron que, en cierto
modo, ella pensaba que lo era-. En realidad, creo que un hombre como usted, que
resulta ser un genio, al menos, eso es lo que mi hermano dice que es, debería ocupar
su inteligencia en inventar algo realmente necesario, en lugar de un nuevo estilo
de…de máquina de matar. Mi padre, usted sabe, inventó un sistema de suministro de
agua caliente que se puede instalar en casi cualquier hogar. Eso es algo útil.
Tosió. No pudo evitarlo. Tenía que toser para ocultar su risa.
-Ya veo- dijo, después de aclararse la garganta-. Voy a tomar eso en consideración. Y
ahora, lady Caroline, si no le importa, me gustaría saber qué es lo que usted cree que
puedo hacer por usted. ¿Quiere que encuentre los hombres responsables de las
lesiones de su hermano, tal vez? ¿Ver que sean llevados a la justicia?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 8
Ella no estaba segura, pero pareció por un momento o dos que Braden Granville
podría sufrir una apoplejía. Caroline estaba muy alerta a apoplejías, una
particularmente grave se había llevado a su padre. Y así se inclinó aún más lejos en su
asiento, y le preguntó:
-Señor Granville, ¿está usted bien?
Braden seguía mirándola, sin embargo, con la boca ligeramente abierta y los ojos
marrones -que, a diferencia de los suyos, sí tenían interesantes tonos caobas y rojizos
en ellos- sin pestañear fijos en ella.
-¿Debo correr a buscar a su secretario?-preguntó-. ¿O quiere un vaso de vino o un
poco de agua, tal vez?
Ella en realidad se había levantado de su silla, y estaba a punto de romper la puerta en
busca del señor Weasel, cuando el hombre detrás de la mesa, finalmente se movió, y,
meneando la cabeza, dijo con una voz que era una reminiscencia de un gruñido:
-Siéntese.
Caroline se preguntó con quién podía haber estado hablando, ya que nadie en su vida
nunca había hablado con ella de esa manera. Cuando finalmente cayó en la cuenta que,
por supuesto, había estado hablando con ella-después de todo, no había nadie más en
la habitación-Caroline se volvió a sentar en la silla que había dejado vacía, pero más
debido al asombro que al deseo de hacer lo que el autoritario caballero había
ordenado.
-Dios mío- dijo, con más audacia de la que en realidad sentía-.Usted no tiene que
darme órdenes como si fuera una colegiala.
-¿Por qué no?- preguntó Braden Granville con ese mismo tono gruñón-. Está actuando
como tal.
-Ciertamente no lo soy- dijo Caroline realmente dolida. Sentía que se comportaba con
una buena dosis de calma-. Y debo decir, si ésta es la forma que usted lleva sus asuntos
de negocios- insultando a sus clientes-, entonces todo lo que puedo decir es que para
mí es un milagro que alguna vez haya vendido una única arma en su vida.
-¡Sí!- Braden Granville se levantó y la señaló con un dedo acusador, su profunda voz
retumbó en el espacio como un trueno-. ¡Eso es! Eso es precisamente. Yo vendo armas
de fuego, señorita. Yo no me vendo. No soy ningún acompañante pagado.
-Nunca he dicho que lo fuera- le aseguró Caroline, toda la audacia desapareciendo de
su rostro ante esta repentina explosión-. Sobre todo considerando el hecho de que yo
ni siquiera sé lo que eso significa.
-Un acompañante pagado- dijo lenta y claramente- es un hombre que hace el amor a
las mujeres con fines lucrativos. Es el equivalente masculino a una ramera.
Caroline parpadeó. Por supuesto, estaba muy familiarizada con el lenguaje soez,
después de haber pasado una cantidad excesiva de tiempo escuchando a su hermano y
sus amigos. Pero nunca las habían arrojado en su dirección.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Y luego, de repente, Caroline se dio cuenta por qué Braden Granville estaba tan
enojado.
-Oh- dijo con voz entrecortada-.Oh, no. Usted no piensa…
Él la miró fríamente desde donde permanecía de pie, detrás de su escritorio. Oh, sí, se
dijo. Él sí piensa…
-Le aseguro que se equivoca- dijo con toda la dignidad que pudo, con sus mejillas
tornándose a un firme carmesí-. Decididamente no he venido aquí a pedir que haga. . .
haga. . . eso.
Se interrumpió, enmudecida de vergüenza.
No era como si, se dijo, mientras estaba sentada allí, sintiendo el rubor fluyendo como
fuego en su rostro, ya no le hubiera tomado todo el valor que poseía sólo para
atravesar la puerta de entrada a las oficinas de Braden Granville. Y no era como si no
hubiera permanecido despierta durante horas la noche anterior, preguntándose si en
realidad estaba haciendo lo correcto. Porque mientras se había convencido que
Braden Granville era la respuesta a su problema con Hurst, ella sabía perfectamente
que ella nunca, nunca ni en un millón de años…
No importaba. El color que inundaba las mejillas explicaba todo.
Bueno, no todo, pero lo suficiente para que detrás de la mesa, Braden Granville
pareciera relajarse un poco. Algo de la frialdad abandonó su rostro- ese rostro que
parecía como si hubiera sido esculpido en granito- y colocó los puños fuera de su
escritorio. Incluso salió de detrás de la maldita cosa, y se apoyó en su parte frontal, y la
miró con los brazos cruzados sobre el pecho. . . lo que en realidad no la hacía sentirse
mucho mejor, ya que sin esa vasta extensión de escritorio entre ellos, se sentía muy
vulnerable. Después de todo, él era muy grande, una forma inflexible de hombre. De
algún modo, su mente había registrado ese pequeño detalle esa noche en la casa de
Dame Ashforth.
-Para ser honesto- dijo, su voz ya no era como un gruñido o un trueno, sino, algo
entremedio-, no estaba del todo seguro de qué quería decir usted, lady Caroline. Pero
ahora que está claro que lo que quería decir no era lo que yo pensaba que quería decir,
creo que es mejor intentarlo de nuevo.
Luego sonrió. A ella. Braden Granville le sonrió a ella.
Lo que la sorprendió no fue tanto que lo hubiera hecho-sonreirle-, sino lo que sintió
cuando vio esa sonrisa. Que no era nada parecido a lo que había sentido cuando él le
sonrió a ella esa noche en la casa de Dame Ashforth. Por el contrario, de hecho. Ahora,
cuando él le sonrió, no le recordó ningún demonio en absoluto. Todo lo que podía
pensar era que Braden Granville era en realidad más bien apuesto, de una forma
oscura- pecaminosamente oscura- y amenazante.
¡Dios mío! ¿Apuesto? ¿Braden Granville?
-Aunque yo quiero que usted sepa-continuó, coloquial, al parecer, sin percatarse en lo
más mínimo de su malestar-que mi reticencia inicial no se basa en ningún tipo de
repugnancia ante la idea, sino de conmoción que una jovencita como usted sugiera tal
cosa.
Caroline lo miró. Se dijo que lo que sentía no era atracción. ¡En absoluto! No, era
indignación. Estaba terriblemente enojada con él, por supuesto. ¡Había pensado que
en realidad ella quería hacer el amor con él! Como si estuviera tan carente de
admiradores, que tuviera que recurrir al chantaje para conseguirlos. Que no era el
Patricia Cabot Educando a Caroline
caso en absoluto. Caroline podría haber tenido cualquier hombre que quisiera. En
realidad que sí.
Lo que tenía que hacer con ellos después de tenerlos, era lo que no tenía muy claro.
Ahí era donde él entraba.
-Pero eso- se oyó murmurar- es todo el problema.
La miró con curiosidad desde el escritorio. Una mirada inquisitiva, se quedó
consternada al notarlo, que lo transformaba tanto como la sonrisa.
-¿Cuál es?
-Todo el mundo piensa en mí como sólo eso. Una jovencita. Estoy cansada de ser una
jovencita-¿Qué importaba? Ya se había puesto en ridículo. ¿Por qué no dejar que la
humillación sea completa?- Quiero ser una mujer. Sólo que nadie me explicará cómo se
hace.
Él dejó de mirarla inquisitivo para ahora mirarla molesto.
-Perdóneme, lady Caroline, si admito que no estoy en absoluto halagado de que haya
venido a mí en busca de lecciones de cómo ser más femenina.
-Pero ¿no lo ve?- Caroline se inclinó hacia delante en la silla-.Thomas, mi hermano,
dice que usted ha tenido más amantes que cualquier otro hombre en Londres.
Braden Granville parecía más molesto que nunca. Pero incluso una mirada de
molestia, Caroline observó sorprendida, parecía bastante agradable en él.
-Bueno, me temo que va a tener que decirle a su hermano que las noticias de mi
proezas románticas se han exagerado demasiado- le espetó.
-Pero admite que ha estado con cientos de mujeres- insistió Caroline.
-Bueno, cientos es quizás un poco…
-Decenas, entonces. Al menos, ha estado con decenas de mujeres, ¿no?
Los ojos de obsidiana miraron hacia el cielo.
-Muy bien. Decenas. Dejémoslo en decenas.
-Bien, usted debe saber algo, entonces, acerca de lo que hace que una mujer sea
atractiva para un hombre.
-Lo que hace que una mujer sea atractiva para un hombre- dijo Braden Granville
mirándola fijamente a los ojos- usted lo tiene en abundancia, lady Caroline. Créame.
-No le creo- dijo al instante desestimando su afirmación como un intento de ser
condescendiente con ella-. Porque si eso fuera cierto…- si eso fuera cierto, no habría
descubierto a su prometido entre las piernas de Lady Jacquelyn Seldon. Pero, por
supuesto, no podía decirle eso-. Bueno, confíe en mí, no es cierto. ¿No lo ve, señor
Granville? No quiero ser una esposa.
Alzó una ceja oscura, la que tenía una cicatriz, no pudo dejar de advertir.
-¿No?
-No. Bueno, no sólo una esposa- era tan absolutamente horrible, admitir estas cosas a
un hombre que lograba llenar su chaqueta tan bien. Era evidente que no lo había
mirado muy bien aquella noche en la casa de Dame Ashforth, si ella lo había
encontrado tan feo. Sin embargo, ahora había llegado tan lejos. No tenía más remedio
que continuar-. Yo también quiero ser una amante.
A la primera ceja negra se le unió una segunda.
-Una amante.
¡Oh, Señor. ¿Por qué ella?
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Los dos sabemos, señor Granville, que su futura esposa no es una inocente- dijo
Caroline aguijoneada ante la virginal calumnia-. Sucede que yo sé a ciencia cierta que
eso es lo último que ella es.
Ella no lo esperaba, así que cuando, de repente, se inclinó hacia adelante, su torso
bloqueando la vista de todo lo demás, y aquellos grandes puños extendiéndose a todo
lo largo hasta agarrar los brazos de su silla, atrapándola efectivamente, ella dejó
escapar un gritito de sorpresa. Miró hacia arriba, y encontró su campo de visión lleno
del rostro furioso de Braden Granville.
Y ella descubrió que, definitivamente, la cara de Braden Granville no era agradable de
mirar cuando se retorcía de furia.
-Dígame- le gritó-. Dígame con quién la vio, o por Dios…
Por mucho que la intimidara- y por ahora, Caroline había decidido que Braden
Granville la intimidaba muchísimo: tenía ganas de encender el calor de su furia-
Caroline no podía sino estar impresionada por el hecho de que todo lo que veía ante
ella- la lujosamente amueblada oficina en el tramo más caro de las propiedades
comerciales de Londres, las habitaciones delanteras ocupadas, llenas de empleados,
incluso el chaqué de impecable corte, la corbata que usaba con un nudo elaborado-, se
había logrado gracias al trabajo duro de esas manos que se apretaban al lado de ella.
Era algo que podía decir de pocos hombres que conociera. No era algo que se pudiera
decir de Hurst, eso era seguro. De hecho, casi el único hombre de quien se podría
decir, además de Braden Granville, era del padre de Caroline.
Pero esa no era razón, decidió, para que debiera salir con un comportamiento tan
grosero.
-¡Por el amor de Dios, señor Granville!- dijo ella y estuvo orgullosa que su voz no
temblara-. No creo que en este caso particular, la violencia le conseguirá lo que quiere.
Liberó su silla tan repentinamente que un viento pareció entrar de pronto y enfriar
todos los lugares que, previamente, él había quemado con su cercanía.
-Perdóneme, Lady Caroline- dijo con ese gruñido familiar, dándole la espalda, las
manos enterradas en los bolsillos, como para mantenerlas quietas. Él parecía estar
tratando de recuperar su compostura. Caroline acogió con satisfacción el breve
respiro de esa oscura mirada penetrante. Esto le dio la oportunidad de recuperar el
aliento. Por alguna razón, incluso un acto tan simple como respirar parecía ser muy
difícil para ella siempre que Braden Granville estaba alrededor.
-Está bien, señor Granville- dijo ella esperando que el alivio que sentía al ver que la
tormenta había pasado no se demostrara en su voz-. Fue mi culpa. No debería haber
dicho algo tan. . . provocativo acerca de su prometida.
Nuevamente, él se giró para enfrentarla, sólo que esta vez, tenía una expresión de
contrición, no de furia. Aún más sorprendente era la constatación que la contrición
cambiaba a Braden Granville. Sus rasgos se suavizaban lo suficiente como para que
pudiera pasar por casi guapo, -no en la manera común, pelo rubio, ojos azules, así
como el marqués de Winchilsea-, sino en un sentido más duro, más terrenal.
-La culpa es mía- dijo en tono de genuina disculpa -. No suya.
-Aun así tiene derecho a estar enojado- dijo Caroline. A pesar de sí misma, ella se
movió. ¿Quién habría pensado que el gran "Granville" era un hombre capaz de tanta
humildad? No ella-. Usted ama a su prometida como yo amo a mi prometido -dijo con
Patricia Cabot Educando a Caroline
una voz suave-. Estoy segura de que le debe doler muchísimo saber que ella le ha sido
infiel…
-Usted habla de su prometido- la interrumpió, muy secamente, teniendo en cuenta su
anterior emoción-. ¿Supongo que él no tiene idea que usted ha venido a mí con esta. . .
interesante proposición?
La mandíbula de Caroline se cayó.
-¡Por supuesto que no!
-No- él asintió con la cabeza-. Pensé que no. A pesar que la razón por la que necesita
esta información con tanta necesidad es para utilizarla con él.
-Por supuesto- dijo Caroline-. ¿Con quién más?
-¿Con quién más, en efecto?-preguntó Braden de una manera reflexiva-. Y sin
embargo, Lady Caroline, no creo que estará muy contento cuando se entere de lo que
ha hecho.
-Oh, pero no lo hará. Enterarse, quiero decir. Ciertamente, no se lo diré. Y estoy
confiando en que usted será discreto, señor.
-Ah. Pero, ¿qué le dírá cuando se pregunte cómo es que ha llegado a poseer este nuevo
conocimiento?
-Simple- Caroline lo interrumpió, con un encogimiento de hombros-. Le diré que lo he
aprendido todo en un libro.
-Un libro- repitió Braden Granville pareciendo como si no le creyera.
-Sí, un libro. Hay libros, creo. Nunca he leído uno, pero Tommy me dijo que vio uno, en
Oxford…
-Su hermano habla demasiado-murmuró Braden Granville sacando las manos de sus
bolsillos y comenzando a caminar con impaciencia-. Pero eso no era precisamente lo
que quería preguntar. Quiero decir, ¿qué cree que su prometido va a pensar cuando le
informen que usted estará en calidad de testigo en mi nombre en la demanda de Lady
Jacquelyn Seldon por incumplimiento de promesa?
Se mordió el labio. Por supuesto, esto no era algo en lo que hubiera pensado mucho.
Hurst no estaría feliz. Por cierto que no. La idea que su esposa- porque ella estaba
muy segura que sería su esposa cuando se celebrara el juicio, ya que los casos
judiciales se movían a un ritmo muy lento- tomara parte en algo tan escandaloso
seguramente horrorizaría a Hurst.
Pero el hecho que ella tendría que testificar en contra de su amante. . . Bueno, eso iba a
ser interesante, por decir lo menos.
Pero parecía tan lejos la fecha del juicio de Braden Granville- por todo lo que sabía,
pudiera ser que nunca llegara. Su esperanza era que, en el momento en que lo hiciera,
ella tendría a Hurst en la mano, obsesionado con ella, como debía ser, y perfectamente
mortificado por la simple idea de que hubiera mirado tanto de reojo a Jackie Seldon.
Eso, al menos, era lo que se dijo. A Braden Granville, le dijo algo muy distinto:
-Señor Granville, tengo que decir, que no está a la altura de su reputación, ya sea como
un Don Juan o un hombre de negocios. Le he hecho una oferta perfectamente sensata.
Permítame a mí preocuparme por detalles como qué explicación le daré a mi
prometido. . . tal cómo me siento, es mi deber compartir con el tribunal lo que sé.
Hurst entiende que con frecuencia soy voluntaria para causas benéficas. Esto no es
diferente.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Caroline trató de mantener un aire de indiferencia casual. Ella no quería que Braden
Granville viera cuán preocupada estaba por la idea de testificar. Sabía que su madre
estaría furiosa con ella, y a Hurst no le gustaría, ni en lo más mínimo. Incluso si le
contaba a su familia lo que iba a decir en la corte- que la cara del caballero en cuestión
había estado demasiado lejos como para verla- Hurst siempre se preguntaría si ella
realmente sabía. ¿Cómo podría evitar pensarlo? Pero tal vez, pensó, un poco de
incertidumbre le haría bien.
Cuando Braden Granville no dijo nada más por un rato, aunque varias veces le creyó a
punto de hacerlo- Caroline finalmente dijo, vacilante:
-Así que. ¿Me ayudará, señor Granville? ¿A cambio de ayudarlo a usted?
Braden Granville caminó pensativo hacia una de las ventanas de altura en el lado
opuesto de la habitación. Se quedó allí por un momento, al parecer, admirando la
vista, y Caroline, de pie detrás de él, hizo lo mismo. Porque, en verdad, Braden
Granville tenía un físico impresionante. Raramente Caroline podía ver una espalda tan
amplia y poderosa, hombros tan anchos, muslos tan musculosos, en los círculos en que
viajaba. En las herrerías, tal vez, cuando llevaba sus caballos para herrar. O en el patio
del establo, cuando llegaba el tiempo de la alimentación, y la avena la repartían
muchachos de brazos fuertes y firmes. Pero, ciertamente no en los salones de baile,
donde Caroline estaba obligada a presentarse en variadas ocasiones. Pero Braden
Granville, como el marqués le había recordado tan bruscamente esa noche en la casa
de Dame Ashforth, no era uno de ellos. Era un extraño, y siempre seguiría siéndolo,
incluso si-especialmente si- terminaba casándose con la hija de un duque.
-Si su prometido realmente la ama, lady Caroline- dijo Braden, sin alejarse de la
ventana y hablando con una voz que era tan suave y baja que se encontraba un poco
inclinada hacia delante para escucharlo-, entonces me siento obligado a informarle
que nada de lo que pueda enseñarle le será de alguna utilidad. Pero aunque usted se
considere no calificada en el dormitorio, él sólo la encontrará encantadora si la ama.
Sin embargo si…- aquí la voz perdió toda su suavidad, y se volvió dura como piedra
otra vez-…si sólo quiere casarse por su dinero…
Caroline contuvo el aliento. ¡Realmente, esto era cada vez peor! Ciertamente, el
hombre pretendía ser un genio, pero ¿por qué no se molestó en mencionar que
también era un lector de la mente?
-¿Sí?- preguntó ella, tratando de no parecer demasiado ansiosa-. ¿Qué, entonces?
Se volvió hacia ella. La luz del sol brillante, derramándose desde el exterior, dejó su
rostro en la sombra.
-Entonces, lady Caroline, nada de lo que haga o diga va a cambiar eso. No se puede
obligar a alguien a enamorarse. ¡Oh, podría tentarlo, por un tiempo. Podría ganar su
respeto, incluso su admiración. Pero el amor. . . el verdadero amor. . . . Eso es algo que
muy pocos encuentran, y aún menos son capaces de retener, cuando sucede que sí lo
encuentran.
Ella lo miró, sintiéndose extrañamente desinflada. Parecía tan triste, tan. . . fatalista.
¿Podría éste ser el hombre que Thomas admiraba tanto, el gran Braden Granville, el
hombre que no podía hacer nada mal? ¿Braden Granville, el gran elocuente sobre el
misterio del amor? Braden Granville, a quien nada, ni nadie podía detenerlo,
¿diciéndole que renuncie?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 9
Y luego se fue.
Tan inesperadamente como había aparecido, se había ido. Y Braden se quedó
preguntando si todo lo que parecía que había ocurrido mientras ella había estado allí,
realmente había sucedido. Esta muchacha muy joven, aparentemente inocente ¿en
realidad le pidió que le enseñara a hacer el amor? Y él, ¿de verdad había dicho que no?
¡Por el amor de Dios, en qué había estado pensando?
Todavía se estaba haciendo esa pregunta cuando entró Weasel animado, su rostro
delgado lleno de gestos nerviosos e interrogantes. Pero todo lo que el secretario dijo:
-Muy bien, nos libramos de’lla y su criada. No es una mala persona, esa Violet. Aunque
tú sí exageraste un poco. Prácticamente se convirtió en una maldita anarquista con
todo eso de las burradas del poder de la gente.
Braden estaba en el mismo lugar en el que había estado congelado desde que ella
había salido de la habitación. Él había visto calle abajo que la joven había entrado en
su coche, un aseado artilugio, poco pretencioso tirado por un conjunto de rucios de
aspecto saludable. Luego, después que el transporte se había alejado, se había
quedado mirando el lugar donde había estado. Y, sin embargo, a pesar que Braden
había visto salir a la joven, no podía sino continuar sintiendo su presencia en la sala.
No es que pudiera olerla como a Jacquelyn, quien cada vez que abandonaba un lugar,
siempre dejaba atrás el empalagoso aroma de esencia de rosas de su perfume. Y
tampoco había trozos reveladores de plumaje flotando. Sólo una leve insinuación de
algo. . . algo que no era lo mismo como lo había sido antes de que ella hubiera entrado,
como las ondas en la superficie de un estanque después que se le arrojara una piedra.
No era particularmente tranquilizador, la sensación que una mujer que había dejado
la sala, de alguna manera todavía estaba presente.
-Así, pues- Weasel se sentó en el sofá de cuero, y sacó un cigarro del bolsillo de su
chaleco-¿Qué quería entonces?
Braden sacudió la cabeza.
-No me creerías si te lo dijera.
Weasel se rió.
-No te quiere para que le dispares a alguien por ella, ¿verdad?
-Claro que no. Ella se opone totalmente a la violencia, en particular, de la clase que
involucre pistolas.
-Oh. Muy mal- después de haber lamido su cigarro a todo lo largo, Weasel lo introdujo
en su boca, y lo encendió-. Bueno, parece que le debo Snake una libra- Weasel dio una
calada a su cigarro-. Aposté a que’ra a eso a lo que venía. ¿Qué quería, entonces? ¿Y le
sacaste algo sobre lo que podría haber visto la otra noche?
-De hecho- dijo Braden con un cuidado exquisito-. Ella dice haber visto a Jacquelyn en
una situación muy comprometedora con un caballero que no era yo.
Weasel se iluminó.
-¿Ella tiene un nombre para ti?
Patricia Cabot Educando a Caroline
qué conclusión había llegado él- que ella en realidad no quería hacer el amor con él.
No, al parecer, sólo quería que le contara cómo se hacía. Esa era una novedad, al
menos, en su experiencia con las mujeres.
No es que todas las mujeres se sintieran atraídas por él, sólo los hombres con la
apariencia como la del marqués de Winchilsea eran tan afortunados. Pero a pesar de
que tradicionalmente no era tan guapo como algunos de sus pares, había algo en
Braden Granville que atraía a muchas mujeres, lo cual era afortunado, porque a él
siempre le habían gustado realmente las mujeres. Es decir, hasta Jacquelyn.
-No puede ser- dijo Weasel de repente, interrumpiendo las reflexiones de Braden-.
Ella no es del tipo.
Braden parpadeó.
-¿Perdón?
-Esa Lady Caroline no es del tipo- repitió Weasel-. Quiero decir, yo no sé mucho, pero
conozco los tipos cuando los veo, y esa. . . es lo que solíamos llamar en los Dials, una
mujer de un solo hombre. ¿Te acuerdas?
-Recuerdo vagamente que se usaba para mujeres que caían en esa categoría. Pero ya
había llegado a la conclusión que la fidelidad había perdido su encanto últimamente.
-No con muchachas como ella- afirmó Weasel-. Ella es de buena tela.
De buena tela. Braden sonrió. Lady Caroline Linford era de buena tela, además.
Recordó su última observación, la de de ir con el Príncipe de Gales. Evidentemente,
había intentado que el comentario fuera hiriente, sin saber que nadie podía ofenderse
por cualquier cosa pronunciada por una boca tan dulce y respingona. Ella, pensó para
sí mismo, siempre tendría dificultades para disciplinar a los sirvientes, ya que no
podría intimidar a nadie en lo más mínimo.
Muy a diferencia de su prometida, que podía- y de vez en cuando lo hacía- asustar a su
criada con una simple mirada.
-¿Y Jackie?- preguntó Braden a su secretario, sólo para escucharlo decir a alguien más-
. ¿Qué es ella?
-Sabes muy bien lo que es Jackie- dijo Weasel con un gruñido.
Bien, eso era verdad. Había sabido perfectamente en qué se estaba metiendo en lo que
Jacquelyn concernía o pensó que lo sabía. Cuando había cumplido los treinta años, no
muchos meses atrás, pareció lógico comenzar a pensar en casarse y engendrar un
heredero. El problema, por supuesto, comenzó tan pronto como empezó a buscar una
esposa adecuada. Ya que Braden Granville era ante todo un hombre de negocios, era
imperativo que encontrara una novia que no sólo fuera la esposa y madre perfecta,
sino también la anfitriona ideal, alguien que pudiera compartir chismes suaves y
simpatizar con las esposas de los hombres acaudalados que con frecuencia recibía. Ese
alguien necesariamente tendría que estar en la misma clase social que estas mujeres, o
la mirarían por debajo del hombro y hablarían maliciosamente a sus espaldas, como
las mujeres, Braden Granville lo sabía, estaban acostumbradas a hacer.
Así que descartó categóricamente cualquier candidata de su antiguo barrio. Pronto
descubrió que no podía soportar las señoritas casaderas que conocía en las diversas
reuniones sociales que asistía: su parloteo le causaba dolor de cabeza, y las falsas
cortesías de sus madres, claramente dirigidas a conseguir meter sus manos en su
bolsillo y no en su persona, se ganaron su total rechazo.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Pero en Lady Jacquelyn Seldon-una hermosa, segura, elocuente Jacquelyn- pensó que
por fin había encontrado su alma gemela. Venía de una familia con un antiguo título y
significativas conexiones sociales, pero sin dinero, mientras que él tenía todo el dinero
del mundo, pero sin título y sin apenas conexiones. Eran, pensó, la pareja perfecta, y
aún más atractivo para él era el hecho que Jacquelyn no se regía por la moral
asfixiante de otras jóvenes de su edad. Desde el primer momento que la conoció, había
estado perfectamente dispuesta a subir sus faldas y lanzar una pierna a su alrededor,
una costumbre muy atractiva en una persona con la que pensaba pasar el resto de su
vida.
Por supuesto, demasiado tarde se había dado cuenta que esta costumbre, Jacquelyn no
la reservaba necesariamente sólo para su afecto.
Así como demasiado tarde, se había dado cuenta de la razón por la Jacquelyn sentía
que podía salirse con la suya con este tipo de comportamiento. Lo había aprendido
una noche, cuando había llegado de forma inesperada a la casa de Jackie, y entró en su
habitación sin previo aviso, sólo para escuchar su conversación con su madre: "Si
Granville es un gran genio, ¿por qué en la cena de la otra noche lo veo usar su tenedor
de pescado para ponerle mantequilla a su pan?”
Y un hombre que había cometido un delito tan atroz como el que ella describía no era
probable que sospechara que una dama tan refinada como ella fuera capaz de algo tan
bajo como la infidelidad.
¡Qué equivocada había estado! Y cuánto deseaba probárselo.
Sin embargo, su compromiso con la única hija del duque de Childes ya le había
rendido beneficios incuestionables, y no el menor de los cuales, era la aprobación del
príncipe de Gales. No es que Braden creyera que no la había ganado por sus propios
méritos, pero su relación con Jacquelyn, cuyo padre había sido un viejo asesor del
príncipe, no había hecho daño. Y, por supuesto, estaba el hecho de que su propio
padre estaba loco de alegría ante la perspectiva de tener nietos de sangre azul. Sin
duda, que cualquier nieto hubiera encantado a Sylvester, pero dada su actual obsesión
con el linaje, el hecho que su hijo podría producir un heredero con una descendiente
de un duque emocionaba a Sylvester más que cualquier máquina voladora o poción de
invisibilidad. Pero Braden comenzaba a pensar que los beneficios no superaban los
inconvenientes de estar casado con una mujer como Lady Jacquelyn.
-Así que- dijo Weasel cruzando las manos por debajo de su cabeza-. ¿Cuándo es la
primera lección?
Braden observó las suelas de los zapatos de su secretario que se desplazaron hasta
apoyarse sobre una mesa baja frente al sofá donde descansaba.
-No va a haber ninguna lección- dijo escuetamente-. Y baja los pies. Esa madera…
Pero Weasel ya se enderezba en su asiento, dejando caer los pies al suelo.
-No va a haber. . . Muerto, ¿tú la rechazaste?
-Por supuesto que la rechacé- se volvió hacia la ventana-. ¿Por quién me tomas?
-¡Por un maldito imbécil!- fue la rápida respuesta de Weasel.
-No- dijo Braden todavía mirando el tráfico que pasaba por delante de sus oficinas.
No un imbécil, un imbécil habría aceptado su oferta. Aceptado su oferta y encontrado
que se hundía más y más en esos ojos transparentes. Para un hombre no era fácil salir
de ojos como esos, una vez que se había hundido en ellos.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¡Sí, un imbécil!- Weasel se levantó y empezó a pasearse por delante del sofá de cuero-
. ¿Qué estás pensando? ¡Lady Caroline Linford, con sus guantes y sombrillas blancas,
sería el testigo perfecto en tu caso en contra de Jackie!
-Soy consciente de eso- dijo Braden inexpresivo.
-Entonces ¿por qué la rechazaste?- Weasel estaba prácticamente gritando.
-Me parece que es obvio- dijo Braden deslizando las manos en los bolsillos del
pantalón y de pie, con los hombros encogidos-.Tú la viste.
-¡Al diablo! Claro que la vi-dijo Weasel-. Te lo dije. ¡Ella es de buena tela!
-Ella también es el tipo de chica que anda con una chaperona- señaló Braden-. Se va a
casar con ese idiota de Hurst Slater, porque al parecer, salvó la vida de su hermano o
algo así. Es increíblemente joven. Y no me refiero sólo a los años.
Weasel se quedó boquiabierto. Había entendido.
-¿Es virgen?
-Bueno, por supuesto que es virgen- Braden le arrojó una mirada molesta-. ¿Qué
creías?
-Te diré lo que creo. Creo que tienes miedo- fue la pronta respuesta de Weasel.
Braden alzó esa única ceja con cicatriz. Normalmente ese gesto tenía el efecto de
silenciar a quien sea con el que estuviera conversando. Desafortunadamente, nunca
había funcionado con Weasel.
-No saques ese truco de la ceja conmigo- dijo Weasel despectivamente-. Admítelo.
Estás asustado. Porque nunca has tenido una antes. Una virgen, quiero decir.
Braden puso los ojos en blanco.
-Por el amor de Dios, Weasel. En realidad, ella no quería que físicamente le mostrara
cómo…ya sabes. Dijo que sólo quería que le contara…– lo interrumpió el explosivo
ladrido de carcajadas de Weasel. Braden frunció el ceño- No es divertido.
-¡Oh, pero lo es, amigo! ¡Lo es!- exclamó Weasel agarrándose el estómago-. Puedes ser
capaz de golpear a una rata a cincuenta pasos, pero no tienes la menor idea de lo que
hace una palomita, ¿verdad?
Disgustado, pero no completamente insensible al humor de la situación, Braden
esperó a que su secretario se hubiera calmado antes de preguntar:
-Bueno, si eso es cierto, ¿por qué soy conocido como el Lotario de Londres, mientras
que a ti te llaman Weasel?
Weasel se secó las lágrimas de risa de las esquinas de sus ojos.
-En mi opinión, tu éxito con el sexo débil siempre ha sido sobrevalorado.
-¿Tú crees?-preguntó Braden arrastrando las palabras-. Bien, yo no he notado ninguna
virgen arrojándose sobre ti, pidiéndote que la eduques en los caminos del amor.
Weasel resopló.
-No tengo tiempo para correr tra’cada mujer bonita que pasa por mi camino. Estoy
demasiado ocupado cuidando tu correspondencia, y el funcionamiento de tu maldito
negocio.
-¿Es eso lo que haces todo el día?- preguntó Braden suavemente-. Siempre me pareció
que, por lo general, estabas en las mesas de juego, jugando y perdiendo mi dinero
duramente ganado.
-No trates de cambiar de tema- gruñó Weasel claramente tratando de dirigir a su
patrón lejos de ese tema en particular-. Tenías un disparo perfecto para Jackie,
Muerto, y temblaste.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Por ahora- dijo Braden con calma-. Pero eso no significa que haya guardado mis
armas.
-Pero Lady Caroline Linford, Muerto- insistió Weasel-.No podías pedir a un testigo más
creíble.
-Tal vez no- dijo Braden-. Pero no voy a arrojarla a esto. Es un negocio sucio, y no hay
lugar para una chica como Caroline Linford-tratando de bloquear el recuerdo de esos
ojos llenos de reproche, cuadró los hombros y dijo con confianza:-. Vamos a atrapar a
Jackie con el tiempo, recuerda mis palabras.
Weasel parecía molesto.
-Sinceramente espero que sí. Es mi noche de seguirla. Tengo que decirte, Muerto, que
me estoy cansando de estar acechando con la esperanza de darle un vistazo a ese
cabrón suyo. ¿Por qué no puedes decirle que la boda se cancela, tírale un montón de
dinero, y terminas con esto? Si le pagas lo suficiente, dudo que ella vaya chillando a
sus abogados.
Braden se estaba cansando de explicar el razonamiento detrás de su acción- o
inacción, como en este caso.
-¡Por principios, Weasel! ¡Por principios! ¿Por qué debería pagarle por hacerme un
cornudo?
-Cristo, Muerto, ya le has dado una maldita fortuna para su ajuar. ¿Qué son unos
pocos miles más?
Braden sacudió la cabeza.
-No entiendes. El ajuar de novia, el anillo, todo eso es contractual. No se los puede
quedar si el matrimonio no tiene lugar. Y no va a ser así- su expresión era acerada-. Me
acusaste de no saber lo que hace una palomita. Eso puede ser cierto, pero puedo
decirte mucho sobre lo que hace la paloma de Jacquelyn Seldon. Ella piensa que
porque crecí en los Dials-ya que sólo recientemente tengo mi fortuna, porque me la
gané, en lugar del método preferido por su clase, la herencia- que soy un tonto. Ella
piensa que porque crecí en la pobreza, puede manipularme como esa arpa que a veces
saca en las fiestas y puntea. Bueno, le voy a demostrar su error. Y lo probaré, tan
pronto como tenga una prueba mejor que un desconocido sin rostro que mis hombres
pueden o no haber visto salir de su casa en la oscuridad de la noche.
-¡Sí lo vieron!- Weasel clavó un dedo en su patrón-. ¡Te digo que lo vieron! ¿Es su
maldita culpa que el cabrón sea tan escurridizo como un gato? Te lo juro, es como si
fuera un fantasma, o algo así- entonces el secretario sonrió-. Lástima que no lo
tuviéramos trabajando para nosotros, ¿eh, Muerto? Antes, cuando estábamos en un
tipo diferente de negocio, si me entiendes. Nunca nos hubieran atrapado si
hubiéramos tenido al chico de Jackie de nuestro lado. Me pregunto si estará
trabajando para uno de nuestros competidores estos días.
Braden no devolvió la sonrisa.
-Nuestros competidoresson los americanos-dijo con severidad-. ¿Te acuerdas? ¿Una
compañía llamada Colt? Estamos caminando por el lado derecho de la ley en estos
días, amigo mío- se volvió hacia la ventana-. Y con respecto a que el amante de Jackie
sea un fantasma- su voz nada más que un gruñido sordo-, ahora sabemos que no es
cierto. Porque Caroline Linford lo ha visto.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 10
-Pero Peters dice que te esperó por casi una hora- dijo la viuda Lady Bartlett.
-¡Oh, Madre. No fue nada, ¿de acuerdo?- se apoyó contra la baranda del balcón,
explorando a la multitud a través de sus binoculares de ópera-. Sólo un recado. Digo,
Lady Rawlings parece especialmente robusta esta noche. ¿Puede ser que vaya a tener
otro bebé? ¿Cuántos lleva hasta ahora? ¡Dios mío, al parecer desea que la reina se
ponga a sudar!
-Voy a agradecerle, señorita, que se guarde sus comentarios acerca de la reina y su
hábito de tener bebés hasta que tenga la suerte de tener uno propio- dijo Lady Bartlett
con acidez-. Y deja de espiar a la gente a través de esas cosas. Son para ver a los
cantantes, no al público.
-Esto es el colmo- Caroline bajó los binoculares nácar dorados y se volvió a Emily
Stanhope, que estaba sentada en una silla junto a la suya-. Lord Swenson se tiñe el
cabello. Ya no tengo ninguna duda. Nadie tiene el pelo tan negro. Nadie.
-Excepto quizá un egipcio- estuvo de acuerdo Emily-. Y Lord Swenson no es
definitivamente un egipcio. Toda su familia proviene de Surrey.
-¿Un recado?- Lady Bartlett, desde el asiento de atrás del de su hija, no dejaría pasar el
tema sin aclararlo-. ¿Qué tipo de recado te toma una hora completa? ¿Y en las oficinas
de Braden Granville, nada menos? Simplemente no lo entiendo.
-Ah, de verdad, mamá, Peters está exagerando - dijo Caroline levantando los
binoculares de nuevo y enfocándolos en las personas que tomaban sus asientos
abajo-. Más bien, fueron como veinte minutos.
-Pero, ¿qué estabas haciendo en las oficinas de Braden Granville, en primer lugar?
Caroline bajó los binoculares y miró a Emily poniendo los ojos en blanco, quien se
había dado la vuelta con una sonrisa burlona.
-Te lo dije, mamá- dijo Caroline, por lo que parecía ser la centésima vez-. Fui a
comprarle a Tommy una de esos nuevas armas. Ya sabes, la que ha estado en todos los
periódicos. Quería que fuera una sorpresa. Ya sabes, para el cumpleaños de Tommy.
-¿Un arma?- Lady Bartlett estaba consternada-¿Para Tommy? ¡Caroline! ¿Tú? No lo
creo.
Emily, al lado de Caroline, comenzó a reír por lo bajo. Caroline le dio una rápida
patada en el lado del tobillo, y las risitas desaparecieron reemplazadas por un gritito
de dolor.
-Sabes que él va a volver a la universidad en el otoño, madre- explicó- y creo que
debería tener algo con lo que pueda protegerse. Obviamente, Oxford no es tan seguro
como antes, y una Granville…
-No me gusta- Lady Bartlett se abanicaba enérgicamente. Estaba vestida con uno de
sus vestidos más nuevos, una creación de corte elegante en satén rojo brillante, con
rosas reales pegadas en las mangas. Su hijo, al verla con él, había tenido el
atrevimiento de preguntarle si estaba segura de que sólo iba a ver la ópera, o en
realidad a participar en ella, un comentario que había puesto a Lady Bartlett de tan
Patricia Cabot Educando a Caroline
mal humor, que aún se sentía alterada-.Y debo decir, que me sorprendes, Caroline-
Lady Bartlett sacudió la cabeza hasta que sus rizos ondearon-. Siempre has sido muy
franca en tu condena de la violencia. Y ahora, de repente estás diciendo que está
bien…
-Sólo para defenderse-señaló Caroline-.Eso es todo.
Su madre, sin embargo, no estaba escuchando.
-Y Braden Granville, de todas las personas- prosiguió-.Tenías que ir a ver a Braden
Granville para eso. Bueno, él no es como nosotros, tú sabes, Caroline, por mucho que a
Tommy le gustaría pensar lo contrario.
Lady Bartlett siempre adquiría un palco cada temporada, así podía ocupar sus
asientos tranquilamente y decir lo que quería sobre cualquier persona, sin temor a
ser escuchada.
-Nació pobre, y ya sabes lo que dicen. . .
-Se puede sacar al hombre de los barrios bajos, pero no los barrios bajos del hombre-
Caroline y Emily pronunciaron las palabras junto con Lady Bartlett, ya que ambas las
habían oído pronunciar muy a menudo. Luego se miraron entre sí y se echaron a reír.
-Realmente no es en absoluto algo propio de ti, Caroline, comprar un arma para tu
hermano- continuó Lady Bartlett haciendo caso omiso de las jóvenes-. ¡Un arma! ¿y si
se dispara accidentalmente, y acaba pegándose un tiro él mismo?
-Es por eso que le estoy comprando una Granville- dijo Caroline, cuando había logrado
recuperar el aliento de nuevo-. Se supone que son más seguras…
-Y no estoy convencida que Tommy debiera volver a la universidad en el otoño -
continuó Lady Bartlett sin descanso-. No creo que se deba asistir a una institución
donde los estudiantes no pueden estar seguros al caminar por las calles de noche.
Sabes lo que dijo el doctor Pettigrew. Tommy no se debe excitar de forma indebida.
Cualquier tensión en su corazón podría ser peligroso para su…
El codo de Emily Stanhope se conectó sólidamente con el brazo de Caroline.
-Mira - susurró, con urgencia, cuando Caroline, frotándose el brazo, se volvió para ver
qué ocurría. Caroline siguió la mirada de su amiga, y vio una cara conocida en el palco
frente al suyo. Se puso de inmediato los binoculares.
De acuerdo, era Braden Granville, luciendo absurdamente imponente para alguien que
sólo vestía traje de etiqueta, lo mismo que cualquier otro hombre en el lugar. ¿Por qué
era que en él, sin embargo, el omnipresente abrigo negro parecía hacer sus hombros
tan enormes? Debe tener un excelente sastre, decidió Caroline.
Bueno, y ¿por qué no? Tenía todo lo que el dinero podía comprar. Incluyendo, al
parecer, la capacidad de rastrear la identidad del amante secreto de su prometida sin
la ayuda de Caroline, muchas gracias.
-Míralo- Emily, a la que Caroline había contado la verdad de lo que realmente había
ocurrido, mientras que Peters había estado esperando fuera de las empresas
Granville, se inclinó hacia delante, obstruyendo su visión a través de los binoculares-.
¿Quién se cree que es?
-Yo creo- dijo Caroline alzándose en su asiento para poder ver por encima de la cabeza
de Emily-, que se cree Braden Granville.
-Braden Granville, Rey de todo- mumuró Emily.
-Emily- advirtió Caroline.
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-Bueno, en serio, Caro. Imagina su descaro. ¡Rechazar una invitación a que le enseñes a
hacer el amor! ¡Tú! ¡Lady Caroline Linford! Tú eres la chica más guapa que conozco.
¿Qué habrá estado pensando?
Caroline se arrancó los binoculares de su rostro, y lanzó una rápida mirada a su
madre.
-¡Emily! Aquí no. No vamos a discutir eso aquí.
-¡Oh!- exclamó Emily, alcanzando los binoculares-. ¡Mira quién se le unió!
Caroline miró. Una mujer cuyos hombros cremosos y magnífico busto estaban bien a
la vista por su escote peligrosamente bajo se había unido a Braden Granville en su
palco. De hecho, cuando se inclinó para suavizar la falda bajo ella antes de sentarse,
Caroline recibió una visión de sus pechos tan irrestricta como la que había tenido un
par de noches antes, en la casa de Dame Ashforth.
Bajando los binoculares con el ceño fruncido, preguntó en voz baja:
-¿Por qué es que mi madre considera un crimen mortal si mi escote se desliza tanto
como una pulgada, pero Jackie Seldon puede salir con el pecho casi desnudo como una
Amazona?
-Eso es bastante fácil- dijo Emily-. Mira a su madre.
Efectivamente, la duquesa viuda, tomando asiento detrás de Lady Jacquelyn, tenía un
vestido casi tan indecente como su hija. Como el anciano caballero que estaba sentado
junto a ella lo ilustraba, manteniendo con entusiasmo el programa de la viuda
mientras ella se arreglaba la falda, la madre de Lady Jacquelyn era tan irresistible para
el sexo opuesto como su hija.
Caroline suspiró impetuosamente.
-No es justo. ¿Por qué las jóvenes como Jacquelyn Seldon obtienen todos los hombres?
¿No saben que es incapaz de ser fiel? Y de lo que recuerdo del internado, en realidad,
siempre trató muy mal a los caballos.
-Los hombres no se preocupan por cosas como esas- respondió Emily con un
encogimiento de hombros-. Todo lo que les importa es si su mando está siendo pulido
en forma regular.
Caroline hizo una mueca ante la crudeza de su amiga.
-No todos ellos-señaló-.Tommy no se preocupa por eso.
Como había venido ocurriendo regularmente desde la sorprendente revelación del
conde unos días antes, Emily sonrió ampliamente a la mención de su nombre.
-Eso es porque no lo ha probado todavía. Espera hasta que lo haga. Se volverá un
adicto, al igual que todos los demás.
Caroline, cuya relación con su hermano no era siempre fácil, sin embargo, dijo, con
lealtad fraterna:
-No Tommy.
Mientras hablaba, había seguido mirando a través de los binoculares el palco de
Braden Granville. Sólo ahora, se dio cuenta con un sobresalto, que alguien estaba
mirando directamente hacia ella a través de sus propios binoculares de ópera.
No sólo cualquier persona, sino el mismo Braden Granville.
Caroline bajó sus binoculares con un sobresalto, sintiendo que sus mejillas ardían.
¿Qué había estado mirando él? No a ella, sin duda. Aunque ciertamente así había
parecido cuando Braden Granville había enfocado sus binoculares. Pero eso era
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y eso es todo lo siento, preocupación-, cuando oigo que mi única hija entabla una
conversación acerca de ropa interior con hombres extraños. Después de todo, es mi
deber de madre el protegerte. ¿No lo cree, milord?
-En realidad, madam- dijo Hurst alzando y besando ligeramente el dorso de la mano
de Lady Bartlett.-. ¿Y puedo felicitarla por el trabajo ejemplar que usted ha hecho
hasta ahora?
-Gracias, Lord Winchilsea- Lady Bartlett rió coqueta.
Disgustada, Caroline se desplomó en su silla- tanto como el corsé le permitía, de todos
modos- y se concentró en odiar a Braden Granville.
Eso es, lo odiaba. Ahora más que nunca, al ver cómo parecía decidido a humillarla
públicamente con su aguda mirada- sí, él aún la estaba mirando, aunque, gracias a
Dios, había bajado los binoculares de ópera.
¡Oh, sí, ahora lo odiaba absolutamente! No es que antes hubiera sentido alguna
simpatía por él. ¡Es que el hombre no era sino un hipócrita! Imagínese, pareciendo tan
horrorizado por su propuesta, cuando todos sabían la perversa reputación que tenía.
Y sin embargo, a Caroline no le había parecido perverso en lo absoluto. Le había
parecido un hombre muy normal, más bien reflexivo- un poco enérgico tal vez, pero
suponía que era natural, después de todo, al estar a cargo de un negocio tan grande y
próspero. De hecho, si no hubiera oído tantos rumores acerca de sus conquistas,
nunca habría imaginado que era un depredador despiadado de su sexo-que así era
como se le llamaba a alguien como él en las novelas que a ella le gustaban.
Luego pensó que eso no era estrictamente cierto. Había habido un momento cuando
se había colgado de su silla, había sentido el calor de su cuerpo, y había visto de cerca
la fuerza de sus grandes manos, que había tenido una visión fugaz del Lotario. Y esa
visión fugaz era lo que le había hecho sentir, como esa noche en la casa de Dame
Ashforth, como si nunca más sería capaz de respirar con normalidad.
¿Pero qué clase de Lotario rechaza a una mujer deseosa de ser adoctrinada en los
caminos del amor?
La respuesta era bastante fácil, pero lamentablemente poco halagüeña: un hombre
que no tenía el más mínimo interés en ella. Tan poco interés, en efecto, que ni siquiera
la promesa de una recompensa- en el caso de Braden Granville, su promesa de
declarar a su favor si Jacquelyn Seldon presentaba una demanda en su contra por
incumplimiento de promesa-, había sido suficiente incentivo.
Excepto, que si realmente la encontraba tan repulsiva, ¿por qué la seguía mirando así?
-¡Ay!-Emily volvió su atención lejos de Tommy y miró a Caroline-. ¿Para qué me
pellizcaste?
-Mira al palco del señor Granville. Y dime si sigue mirando para acá- susurró.
Emily miró.
-¡Dios mío! Sí. Definitivamente está mirando hacia acá.
-Lo sabía- murmuró Caroline hundiéndose más profundamente en su asiento con un
gemido-. Él me odia.
-Yo no diría que el odio es lo primero que me viene a la mente cuando descubro a un
hombre mirándome- dijo Emily-. Además, ¿cómo sería posible que te odiara? Ni
siquiera te conoce. ¿Por qué estás perdiendo el tiempo pensando en él? Pensé que
habías renunciado a este plan ridículo tuyo para aprender a ser una ramera.
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de Emily podría perderse entre los enormes miriñaques que usaban tanto Lady
Bartlett como su hija.
-Estaré allí, madre-dijo Caroline. Estaba tratando de reunir el mayor número que
podía de las pequeñas bolitas de papel que su hermano tan descuidadamente había
esparcido por el suelo del palco, de esa manera, ella podría disponer de ellos donde
justamente pertenecían. . . en el bolsillo de la chaqueta de su hermano.
Razón por la cual estaba completamente sola, aunque hubiera sido durante apenas un
momento, cuando de repente un par de zapatos de hombre aparecieron justo al lado
del abanico que estaba utilizando para barrer los trozos de papel a su mano. Caroline
no reconoció esos caros zapatos de noche, con esmalte brillante, como las aburridas
hebillas de plata de Hurst y las borlas de Tommy. Estos tampoco eran aburridos.
Al ir subiendo lentamente su mirada por las piernas del pantalón adjunto a los
zapatos, Caroline comenzó a sentirse incómoda. Y cuando su mirada se desvió sobre
un apagado chaleco de raso pero con un bello bordado, y luego hizo una pausa para
abarcar la amplitud de esos hombros envueltos en un abrigo de noche hecho
perfectamente a la medida, ella no necesitó mirar más lejos.
Ella sabía quién era. Ella sabía exactamente quién era.
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Capítulo 11
-Lady Caroline, ¿está usted bien?- la voz profunda de Braden Granville estaba llena de
preocupación.
¿Por qué? , gimió para sí misma. ¿Por qué era que cada vez que se topaba con Braden
Granville, se las arreglaba para encontrarla en pleno acto de estupidez absoluta? ¿Por
qué?
-Estoy perfectamente bien- respondió Caroline, manteniendo la cabeza resueltamente
agachada, así no tendría que mirar esos ojos oscuros-. Sólo estoy. . . a mi hermano le
gusta hacer bromas, y sólo estoy recogiendo su basura. Él piensa que es muy
divertido, pero dudo mucho que la gente que limpia el teatro por la noche aprecie su
sentido del humor.
Desde detrás de las cortinas de terciopelo que separaban su palco del pasillo, Caroline
oyó la llamada de su madre.
-Ya voy, madre- respondió.
Comenzó a ponerse de pie, consciente de que sus mejillas llameaban tanto como los
atizadores que se dejan mucho tiempo en el fuego.
Su rubor se intensificó cuando sintió la mano mano masculina tomarla por el codo,
ayudándola a levantarse.
-Lady Caroline- la voz de Braden Granville era firme, pero había algo de urgencia en su
tono. Caroline suponía que, sea lo que sea que había venido a decir, quería hacerlo lo
más rápido posible para poder regresar al lado de Lady Jacquelyn, quien de otro modo
podría portarse mal en su ausencia.
Era eso, o quería evitar que la madre de Caroline lo viera, un sentimiento que no podía
evitar agradecerle, cuando consideraba lo que su madre diría si se le ocurría dar un
paso atrás hacia el palco y verlo…
-Tenía la esperanza de que la vería esta noche. Quería hablar con usted sobre lo que
estuvimos discutiendo en mis oficinas el otro día…
Caroline no pudo evitar alzar la vista, fijando su mirada de asombro en el rostro de él.
-Lo he reconsiderado- su mirada se cruzó con la suya con firmeza. Ella no podía ver
nada en su rostro, sino gravedad-. Me gustaría mucho si usted sería capaz de pasar por
las empresas Granville de nuevo mañana. ¿A las cuatro sería adecuado para usted?
Caroline lo miró, no del todo segura de que había oído bien. Le parecía que había
dicho-no, no creía que pudiera estar equivocada en esto: que él había cambiado de
opinión, y que iba a aceptar la idea de entrenarla en el arte de hacer el amor.
Pero eso era imposible. Porque ¿no había dejado más que claro que Caroline era
demasiado virginal-léase, repulsiva- para él para hacer algo así?
-¿Lady Caroline?- él la miró, sorprendido por su silencio. Se preguntó qué habría
pensado que haría al escuchar su anuncio de que había cambiado de opinión. ¿Gritar
de alegría?-¿Me ha oído?
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-Le he oído- dijo Caroline consciente que su corazón latía frenéticamente bajo su
corsé. Él había dicho que sí. Había dicho que sí. Dios mío. En realidad había dicho que
sí.
La expresión seria de Braden Granville no cambió.
-Si mañana es inconveniente, en otro momento estaría muy bien. Realmente no me
importa, lady Caroline. Estoy a su disposición. ¿Tal vez, al día siguiente sería más
conveniente para usted?
Estaba en la punta de su lengua el decir que sí. Decir que sí a este hombre que poseía
la milagrosa habilidad de quitarle aliento, no literalmente, por supuesto, pero parecía
como si, no bien se le acercaba, que ella comenzaba a luchar por respirar, luchar por
mantener la calma, a luchar por no notar pequeñas cosas acerca de él, como la forma
en que el las puntas de su pelo oscuro se curvaban contra su cuello alto almidonado, o
el hecho que las pestañas eran de color negro carbón y casi tan largas como las suyas...
Pero, ¿qué pensaba él de ella? ¿Qué pensaba el gran Braden Granville de Lady
Caroline Linford? Cuando ella estaba cerca, ¿qué pasaba por su mente?
Ella lo sabía. Y lo que sabía fue lo que le impidió decir que sí. Él la había humillado-
humillado-ese día en su oficina, ¿y ahora pensaba que sólo podía acercarse a ella y
decirle que había cambiado de opinión, y todo estaría bien?
Caroline cerró los puños, en el centro de uno de ellos estaban todos los fajos de papel
que había recogido del suelo. Ella estaba tan furiosa, que por un momento consideró
arrojarlos contra el rostro de Braden Granville, pero como esto hubiera sido un gesto
demasiado infantil, se las arregló decir, con lo que esperaba que fuera un tono tan frío
como el hielo:
-No, al día siguiente no sería conveniente para mí, señor Granville. Ningún momento,
señor Granville, será conveniente para que lo vea. De hecho, si nunca le vuelvo a ver
en mi vida, moriría siendo una mujer muy feliz. Buenas noches, señor.
Después de lo cual trató de salir del palco con toda la dignidad de uno de los buques
de guerra de la reina, a toda vela.
Lamentablemente, se había olvidado que Braden Granville aún la sujetaba por el codo.
Él lo apretó, y logró mantenerla firmemente a su lado.
-Le pido perdón, Lady Caroline- dijo en tono un tanto desconcertado-. ¿He hecho algo
que la ha ofendido?
¡Buen Dios! ¿Hablaba en serio? Era evidente que sí, ya que Caroline no veía el menor
atisbo de ironía en su rostro, en ese momento en particular.
-Señor Granville- ella luchó por impedir que su voz se volviera estridente. Lo último
que necesitaba era atraer la atención de los mecenas de opera bajo ellos, o peor aún,
la de su madre-, la. . . discusión. . . que tuvimos el otro día sinceramente creo que me
gustaría olvidarla, si no tiene inconveniente. Y ciertamente no me interesa
continuarla, ni siquiera hablar de ella, nunca más. Y estoy francamente consternada
que usted quiera hacerlo, sobre todo en un lugar tan público. Después de todo, no le
hará ningún bien a su reputación, el ser visto con alguien tan virginal como yo.
El desconcierto abandonó su rostro, para ser reemplazado por diversión. ¡Diversión!
¡Él realmente creía que su indignación con él era divertida!
-Así que eso es lo que le molesta- dijo con una sonrisa. Su mano aún no había dejado
su codo. Aunque sus dedos fuertes no la estaban lastimando, no podía dejar de ser
consciente de la suave presión que ejercían. Podía sentir el calor de su piel
Patricia Cabot Educando a Caroline
alguna imprudencia, como ponerse de acuerdo en reunirse con él. Se recogió la falda
para pasar por él. . . . Y sonó la campana para indicar el final del intervalo.
-Oh-, dijo Caroline con cierta consternación, parando en seco.
-Veo que lo mejor sería volver a mi asiento- dijo Braden Granville con gravedad-antes
de que se reuna con su familia. Pero me gustaría pedirle-dejando su estima por su
prometido a un lado- que considere lo que le he dicho, lady Caroline. Creo que
estamos cada uno en una posición totalmente única en la que podemos ser de gran
ayuda el uno para el otro. Le pido disculpas de nuevo, si dije algo que le ofendiera, y
espero que no permita que su orgullo sea un obstáculo para lo que podría ser una
empresa muy rentable para los dos.
Y luego se fue. Pero antes de irse, hizo algo tan estremecedor, que Caroline todavía no
se había recuperado para el momento en que los demás regresaron al palco. Porque lo
que Braden Granville hizo-todo lo que hizo-, fue extender la mano en tanto se iba
yendo, y deslizar la punta de su dedo índice por el lado del largo cuello desnudo de
Caroline, desde su clavícula hasta justo bajo su oreja, como por casualidad, como si
fuera un niño que desliza un palo a lo largo de una valla.
Pero no había nada de infantil en la sacudida que Caroline sintió a través de todo su
cuerpo como consecuencia de su roce ligero, casi indiferente. ¡Y ella, que había
pensado que los besos de Hurst eran emocionantes! Todo lo que había hecho Braden
Granville era tocarla, sólo tocarla, y ella había experimentado una sensación física
muy diferente a lo que jamás había sentido antes.
-¿Dónde estabas?- exigió Emily en tanto se hundía en su asiento-. ¿Te perdiste en la
muchedumbre?
-Sí- murmuró Caroline, apenas se daba cuenta de lo que estaba diciendo.
-Hurst, también, parece. Más vale que se dé prisa, la cortina va a subir en un minuto.
¿Cómo están nuestros amigos de enfrente? -Emily apuntó los binoculares de ópera al
palco de Braden Granville-. Ah. Ya veo. Está de vuelta.
Era cierto, Caroline pensó para sí misma. Era cierto, todas esas cosas que Tommy y sus
amigos habían dicho. Braden Granville sabía cosas. Trucos, como ése con el dedo. ¿Qué
pasaría si Caroline pudiera aprender algunos de esos trucos? ¿Sólo unos pocos?
-Pero ¿qué es esto que veo?- Emily enfocó los binoculares-. ¿Ninguna Lady Jacquelyn?
No, y las luces están bajando. Hmmm. Hurst está desaparecido. Lady Jacquelyn está
desaparecida. Qué descuidados.
-Caro- Tommy se inclinó hacia delante en su silla-,¿Dónde están todos mis pedazos de
papel? ¿Los recogiste? Y ahora, ¿qué voy a lanzarle a Emmy?
Suponiendo, Caroline reflexionó, que usara ese truco del dedo con Hurst.
Probablemente no desperdiciaría ni un segundo con Lady Jacquelyn. No, si es que al
tocarlo podía hacerle sentir la misma emoción que ella sintió cuando la tocó Braden
Granville. . .
-Silencio, los dos-siseó Lady Bartlett-¡El telón! Oh, ¿dónde está tu prometido, Caroline?
Se va a perder el primer número.
-Aria, madre- dijo Tommy con fastidio.
-Número, aria- Lady Bartlett empezó a abanicarse-. ¿Hay alguien más, acalorado?
¿Tommy, te sientes acalorado? ¿Te gustaría que te prestara mi abanico?
Afortunadamente, la música creció, ahogando la voz de Lady Bartlett. Pero no pudo
ahogar los pensamientos de Caroline, que se centraban en la extraordinaria entrevista
Patricia Cabot Educando a Caroline
que había tenido con un hombre que sólo hace más o menos un día había decidido
firmemente sacar de su mente. El roce de Braden Granville no sólo había despertardo
a Caroline físicamente, sino que también había despertado algo a lo que casi había
renunciado: la esperanza.
Y la esperanza era algo que necesitaba mucho, sobre todo cuando, a mitad del segundo
acto, Emily le dio un codazo, y señaló el palco de Braden Granville. Jacquelyn Seldon
estaba caminando hacia su asiento. Unos minutos más tarde, Caroline sintió un
alboroto en su propio palco, y al mirar por encima del hombro vio a Hurst hundirse en
su propio asiento.
-Asquerosa la fila de larga en la mesa de los refrescos- les informó, en voz baja.
Caroline lanzó una mirada rápida en la dirección de Braden Granville. ¿Se habría dado
cuenta? ¿Había visto que su prometido y Lady Jacquelyn habían estado fuera de sus
asientos por la misma cantidad de tiempo? Evidentemente, no. Estaba examinando su
programa a la luz de los escenarios, y por el resto de la noche, no importó cuántas
veces lo miró, nunca, ni una sola vez, lo encontró mirando en su dirección.
Bueno, ¿y por qué iba a hacerlo? Ella lo había puesto en su lugar, ¿no? Le dio un
merecido rapapolvo.
Entonces, ¿por qué se sentía tan mal por eso?
Sin embargo, cuando la ópera había terminado, y estaban descendiendo la escalinata
del vestíbulo, Braden Granville-cuyo grupo estaba bajando las escaleras al mismo
tiempo que el suyo- asintió cortésmente, y dijo:
-Buenas noches. Espero que hayan disfrutado de la actuación.
Caroline, quien había esperado que la ignorara como ella había planeado ignorarlo a
él, balbuceó:
-Oh, eh, bueno, estaba bien, supongo.
-¿Bien?- un caballero mayor detrás de Braden Granville miró a Caroline como si
hubiera dicho algo sacrílego-. ¡Fue la más conmovedora actuación de Fausto que jamás
he visto!
Braden miró al hombre mayor y le dijo con calma:
-Es la única actuación de Fausto que has visto, papá.
-Bien- dijo Caroline-, quizás si hubiese sido en inglés…
-Caroline- la voz de Lady Bartlett era anormalmente alta-. Vamos, querida. Peters ha
traido el carruaje.
-Braden, muchacho-el mayor Granville sonreía de una manera que ella pensaba que
era un poco. . . bien, rara-, ¿No vas a presentarme a tus amigos?
Y luego Braden Granville estaba diciendo, en el tono más paciente que se pueda
imaginar:
-Padre, te presento a Lady Caroline Linford y su prometido, el marqués de Winchilsea.
Thomas Linford, conde de Bartlett, y su madre, Lady Bartlett. Ah, y esta es Lady Emily
Stanhope, hija de Lord Woodson. . . Mi padre, Sylvester Granville.
-Lady Bartlett- murmuró el mayor Granville murmuró, alcanzando la mano de la dama
e, inclinándose sobre ella-, Sylvester Granville, a su servicio.
-Señor Granville- la madre de Caroline, por una vez en su vida, no parecía saber hacia
dónde dirigir su mirada. Ella también, se dio cuenta Caroline, intuía que no todo
estaba bien con el padre de Braden Granville-, es. . . un placer conocerlo.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Mire- Caroline hizo un gesto hacia la boca del caballo más próximo, que estaba
salpicado de espuma-. ¿Ve eso? ¿Ve usted cómo es de color rosa la espuma? Eso es
sangre, Su Gracia.
La duquesa, que se había inclinado hacia delante para ver lo que Caroline estaba
indicando, retrocedió.
-¿El animal está enfermo?- preguntó, la repugnancia era evidente no sólo en su
hermoso rostro, sino también en su voz.
-No, no está enfermo- Lady Bartlett habló rápidamente-. Tiene que perdonar a
Caroline, Su Gracia. Ella tiene una debilidad por los caballos, y no puede soportar
verlos con la más ligera molestia…
-No hay nada de ligero sobre la molestia de un engallador, madre-dijo Caroline
bruscamente-. Me gustaría saber cómo se sentiría si usted tuviera uno en su boca, su
cabeza tan echada hacia atrás que apenas pudiera respirar…
Lady Bartlett, avergonzada por la escena que su hija estaba causando, rió nerviosa, y
antes que su hijo pudiera detenerla, y Thomas, siempre del lado de su hermana, lo
intentó-decía en tono de disculpa a la duquesa:
-Ella se parece a su padre, me temo. Él estaba loco por los caballos. Debe haber
disparado a una media docena de conductores, porque pensaba que eran demasiado
rudos con sus queridos, como él los llamaba. Detenía a los hombres en la calle y les
daba un sermón si pensaba que estaban siendo crueles con sus monturas. Caroline no
es mejor. Usted sabe que ella realmente compró toda una pequeña colección de
jamelgos que salvó del matadero. . .
La voz de Lady Bartlett se apagó en tanto la duquesa viuda y su hija se miraron.
-Qué interesante- dijo Lady Jacquelyn, con frialdad-. Pero yo soy de la opinión de que
no es asunto de nadie cómo mi madre mantiene sus caballos.
Caroline, lamentando profundamente no haber disparado a Lady Jacquelyn la primera
vez que había tenido la inclinación, declaró, en voz alta:
-Es el asunto de cualquier ser humano con una pizca de compasión, Lady Jacquelyn. Es
inconcebible, realmente inconcebible, que su madre permita que estos animales
sufran de esta manera.
-Pero- dijo la duquesa, confusamente-, Lady Bartlett dijo que no están enfermos…
Una voz grave la interrumpió.
-Los engalladores están cortando sus bocas- Braden Granville dio un paso adelante y
puso una mano sobre el cuello arqueado no naturalmente del caballo más cercano.
Habló, no a la duquesa, sino al conductor del carruaje, sentado detrás de los caballos,
el látigo en la mano.
-¿Han estado así toda la noche?
El conductor asintió con la cabeza, con una mirada de disculpa.
-A Su Gracia no le gusta un caballo con una cabeza caida, milord.
-Sí- dijo la duquesa, con énfasis-. Sí, me gusta un caballo de aspecto inteligente.
-Bueno, no tendrán un aspecto inteligente por mucho tiempo- Braden Granville
hablaba con autoridad sombría-. No van a ser de ninguna utilidad para usted en un
año o dos. Está dañando sus tráqueas. Es una lástima, también, porque estos son
animales muy hermosos.
-Ciertamente espero que sean animales hermosos- dijo la duquesa viuda,
imperiosamente-. Pagué lo suficiente por ellos- entonces, con un gesto de impaciencia
Patricia Cabot Educando a Caroline
a su conductor, dijo-.Bueno, no sólo te sientes ahí, hombre. Quita esas cosas. Quita esas
cosas de inmediato…
El conductor se bajó de su asiento con presteza, y, con la ayuda de uno de los lacayos
de la duquesa, comenzó a retirar el segundo juego de riendas de las cabezas de los
caballos.
-¡Vamos, Caro!- Thomas se inclinó para susurrar al oído de su hermana-. ¡Bien hecho!
Pero Caroline sabía que no era por nada de lo que ella había dicho que la duquesa
viuda había capitulado tan de repente. Había sido la influencia de Braden Granville,
mucho más que la suya, lo que había liberado a los caballos. En consecuencia, le
dedicó una sonrisa de gratitud…
Pero él ya se alejaba, y se ocupaba de escoltar a su prometida, ahora llevando un lindo
ceño fruncido en su cara en forma de corazón, hacia el carruaje.
Lo cual estaba igual de bien, se dijo. Después de todo, ella no quería darle falsas
expectativas. Porque, padre enfermo o no, nada había cambiado. Sin duda no iba a ir a
su oficina mañana a las cuatro. Decididamente no.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 12
Braden Granville sacó su reloj del bolsillo de su chaleco, por tercera vez. Él agitó el
instrumento de oro de veinticuatro quilates y de diamante, y luego lo llevó a su oído.
Luego lo examinó de nuevo, mirando el reloj de bronce sobre la repisa de la chimenea
al otro lado de su escritorio.
Eran las cuatro con cinco minutos de la tarde. Completamente seguro. Su reloj
marcaba la hora correcta, y Weasel se aseguraba de darle cuerda al reloj de la
chimenea cada noche antes de abandonar la oficina.
No había duda: ella no iba a venir.
No es que él esperaba que lo hiciera. En realidad no. Había sido, lo sabía, censurable
de su parte siquiera mencionárselo la noche anterior. No tenía la intención de hablar
con ella. Se había dicho a sí mismo, con firmeza, que ni siquiera consideraría la idea de
hablar con ella, una vez que la vio en el palco opuesto al suyo.
Ni siquiera había estado cerca de seguir su propio consejo.
En su propia defensa, sin embargo, su interés por Caroline Linford no se debía
únicamente al hecho que desde que había invadido su oficina unos días antes, había
encontrado perfectamente imposible dejar de pensar en ella. Sin duda, era una de las
mujeres más originales que había conocido en mucho tiempo.
Pero eso, lo sabía, no era todo. Era algo más.
Lo que no podía decidir era exactamente qué era ese algo.
Pero entonces no era lo que había pasado la noche después de su extraordinaria visita
a sus oficinas. . . la noche que Weasel había vuelto a casa con una herida en la pierna
que sangraba profusamente, después de haber sido apuñalado por un hombre que,
como él mismo, había estado siguiendo al amante misterio de Jacquelyn Seldon.
Braden encontraba increíble que el hombre pudiera tener a dos personas tras él, pero
Weasel se mostró inflexible.
-Él me preguntó- había dicho Weasel, a través de los dientes bien apretados, ya que el
cirujano había sondeado en el agujero irregular de su muslo- quién me enviaba. Con
quién estaba.
Braden, atormentado por la culpa a pesar de la afirmación del médico, que era sólo
una herida superficial, y que su secretario estaría de nuevo en pie muy pronto, había
instado a su amigo a guardar sus fuerzas, pero Weasel había insistido en contarle
todo.
-Le dije que no era su maldito asunto quién me enviaba- continuó Weasel, entre
tragos de la botella de whisky que Braden le había dado-. Y luego le pregunté quién lo
había enviado a él. Y ahí fue cuando él me apuñaló. Me habría matado también, si
l’ubiera dado la oportunidad. Pero no lo hice. Corrí-probablemente dejé un rastro de
sangre tras de mí, pero yo corría más rápido que he corrido en mi vida. Lo perdí, con
el tiempo. No creo que él conociera la zona para nada.
-No entiendo-Braden se desplomó en una silla junto a la cama de Weasel. No se
perdonaría por enviar a otros a hacer su trabajo sucio. Por supuesto, su rostro era lo
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Jackie. A pesar de que le molestaba la idea aceptar ese plan suyo insensato,
completamente absurdo, ¿qué otra opción tenía?
Podría no haber sido tan malo, si hubiera sido otra mujer. Pero no, tuvo que ser Lady
Caroline Linford, que, con sus guantes blancos y su chaperona, era exactamente el tipo
de señorita de sociedad que Braden había hecho un gran esfuerzo por evitar cuando
se había ido de compras por una novia. Al haber encontrado tan pocas en su vida, las
vírgenes lo aterraban totalmente, cuando no lo estaban aburriendo hasta la
inconsciencia.
Bueno, no, Caroline Linford nunca lo había aburrido desde que había entrado tan
audazmente en su vida, pero esa novedad era un poco aterradora. Ella pedía que le
enseñara cómo hacer el amor, cuando le parecía muy probable que nunca la hubieran
besado correctamente.¿Cómo, en nombre de Dios, le iba a explicar a esa joven sin
experiencia el arte de la seducción?
Pero no había más remedio. El juego era demasiado peligroso. Había que ponerle fin
de cualquier manera posible, y cuanto antes, mejor.
¿Pero Lady Caroline todavía estaría dispuesta a ayudarlo? Ciertamente no había
parecido así la noche anterior. Estaba muy furiosa por su rechazo inicial, y sólo podía
rezar para que el dedo que había deslizado a lo largo de su cuello hubiera hecho lo que
había previsto- despertar su interés de nuevo. Un hombre que podría generar tal
sensación, con el simple roce de su dedo, esperaba que ella pensara, debía estar en
posesión de una riqueza de otros secretos sexuales.
Poco sabía la pobre muchacha que había estado contando con que fuera tan
cosquillosa como parecía.
Pero, ¿qué importaba? Lo importante es que ella viniera.
Sólo que parecía que no iba a venir.
Miró el reloj.Las cuatro con doce minutos. No, definitivamente no iba a venir.
Era una lástima.De un modo extraño, él había estado esperando para volver a verla, y
no sólo para poner a prueba su teoría de que Caroline Linford era una de esas mujeres
cuya belleza parecía mejorar cada vez. Ya había llegado a esa conclusión,
especialmente desde que la había estado observando en la ópera la noche anterior.
Aunque una vez más, simplemente llevaba un vestido blanco, con muy pocas joyas,
había llamado su atención y la mantuvo durante tanto tiempo, que había tenido que
forzarse para apartar la mirada. Incluso protestando por los peligros del engallador,
un hábito que podría resultar desagradable en una mujer menos atractiva, Caroline
Linford mercía una segunda mirada.
Ella era, cuando menos, una original.
No había muchas mujeres que conociera que hubieran recriminado a la duquesa por
su crueldad con los animales. Había menos aún las que tendrían la osadía de admitir
que se habían aburrido con Fausto.
Y ninguna, que él conociera, se acercaría a un virtual desconocido, solicitando
lecciones de cómo hacer el amor.
Eso era su atractivo, decidió, y por qué, a decir verdad, se había sentido aliviado que la
puñalada de Weasel le hubiera dado la excusa de ponerse en contacto con ella de
nuevo. Era como ninguna otra mujer que hubiera conocido antes. Por eso, se dijo,
desde aquella tarde en su oficina, había sido incapaz de apartar totalmente su
recuerdo de su cabeza, porque a menudo, de forma espontánea, su imagen aparecía en
Patricia Cabot Educando a Caroline
su mente. No tenía nada que ver, se aseguraba a sí mismo, con esa boca dulce o esos
ojos inquietantes. Nada que ver con ellos en absoluto.
Y entonces, justo cuando había abandonado toda esperanza, y se preparaba para ir a
casa y pasar la noche entreteniendo al enfermo Weasel, muy probablemente
perdiendo con él en las cartas, hubo un golpe en la puerta de su oficina, y Snake, quien
se había ofrecido para hacerse cargo de las funciones de Weasel, asomó la cabeza por
ella y dijo:
-Hay una Lady Caroline Linford que quiere verlo, señor.
Y allí estaba ella, mirándolo con cautela cuando se acercó a su escritorio, una
sombrilla cerrada colgando de una muñeca, y un ridículo de perlas, de la otra.
-Señor Granville- dijo ella sin sonreir, después que Snake había cerrado la puerta trás
ella.
Estaba de pie ante su escritorio irradiando indignación, tanto como una colegiala
recalcitrante llevada ante la directora por desobediencia.
Ni siquiera había tenido la oportunidad de ponerse de pie. Se había quedado
completamente inmóvil, mudo primero por su repentina aparición, luego por el hecho
de que-una vez más- no se veía como esa primera vez que se había fijado en ella,
cuando había estado sentada en las escaleras de la casa de Dame Ashforth. Entonces,
ella había sido una cara simple, de pelo castaño, con una figura anodina y una
expresión triste.
Ahora no había nada simple acerca de su cara. Ella tenía, y claramente siempre había
tenido, ojos límpidos y labios húmedos de rocío. Su cabello brillaba con destellos de
oro y ámbar, y su figura era ligera y agradable.
El marqués de Winchilsea, pensó, no por primera vez, era un tonto si su afirmación de
que no estaba enamorado de ella era cierta.
Él dijo-estúpidamente, pensó más tarde- lo primero que le vino a la cabeza:
-¿Dónde está Violet?
-Oh, Violet- ella se acercó y comenzó a desatar las cintas de su cofia-. Ella está afuera.
Todavía está bajo su hechizo. Ahora ella confía implícitamente en usted.
La vio colocar primero la sombrilla, y luego su cofia sobre una pequeña mesa junto a
uno de los sillones de cuero frente a su escritorio.
-¿Pero entiendo que usted no comparte sus sentimientos acerca de mí?
-¿Confiar en usted, quiere decir? ¿Por qué debería?- Caroline se dejó caer en la silla, y
empezó a despojarse de los guantes-. Es obvio que usted no se conoce.
-¿Y usted?- no pudo dejar de preguntar-. Usted me dijo anoche que no la esperara hoy.
Se ocupó removiendo su ridículo, sus rizos color miel ocultando su cara, el pelo
ligeramente alborotado. Nada de peinados elaborados como los de Jacquelyn, pensó,y
nunca había sido tan atractivo.
-Sí. Bien, no creo que ninguno de los dos fuera muy franco anoche- desde su ridículo,
Caroline sacó un pequeño libro encuadernado, un lápiz, y algo envuelto en un
pañuelo-. Yo dije que no iba a venir, y usted no dijo qué había ocurrido para que esté
particularmente ansioso de librarse de Lady Jacquelyn- Caroline no lo miraba. Estaba
ocupada abriendo el pañuelo-. Los dos sabemos que ninguna de estas declaraciones
era verdadera.
Caroline desenvolvió el objeto, lo sacó, y lo colocó por encima de su nariz. Eran, ante
el asombro de Braden, un par de anteojos.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Ahora- dijo Caroline, abriendo el libro, un diario, se dio cuenta, con sus páginas en
blanco y sosteniendo su lápiz preparado sobre la primera página-. ¿Empezamos?
No podía apartar los ojos de los anteojos. Estaban ribeteados en hilo de oro, eran
muy pequeños y femeninos, pero definitivamente. . . Bien, espectaculares*. Detrás de
ellos, los ojos marrones ya considerables parecían enormes. Él dijo-estúpidamente, se
dio cuenta, pero no pudocontrolarse:
-¿Qué está haciendo?
Ella miró el diario, y luego a él otra vez.
-Bueno- dijo, parpadeando aquellos ojos luminosos-, tomar notas, por supuesto.
-¿Tomar notas?- estalló.
-Bueno, sí, por supuesto- ella bajó un poco sus anteojos, y lo examinó por encima de
los bordes-. No me quiero olvidar de nada. Y de esta manera, usted no tendrá que
repetirse.
Él la miró. Los anteojos, mientras le daban la apariencia de una muy joven- aunque no
muy estricta- institutriz, en realidad no alteraban tanto su apariencia como hubiera
creido que lo haría ese tipo de horrible accesorio. De hecho, le daban un sorprendente
aire de picardía.
-No tengo mucho tiempo- dijo Caroline, en tono de disculpa-. Sólo una hora o algo así
antes que alguien note mi ausencia. Así que si no le importa, señor Granville, me
gustaría empezar por preguntarle qué le hizo cambiar de opinión.
-Sí, es lo justo, supongo. Y es algo que usted debería saber, de todos modos, ya que
cómo dice, conoce el caballero en cuestión. Tal vez usted podría entregarle una
advertencia de mi parte.
Ella alzó las cejas inquisitivamente.
-¿Perdón?
-El hombre con el que usted dijo que vio a mi prometida en ese abrazo muy
comprometedor- Braden la contempló seriamente desde el otro lado de su gran
extensión de escritorio-. Me temo que podría estar corriendo un gran peligro.
Su pequeña boca se abrió, y sus ojos, por encima de los bordes de sus anteojos, se
agrandaron notablemente.
-¿De quién?-preguntó ella, con una buena dosis de sospecha, cuando su asombro había
decaído lo suficiente como para permitirle hablar-. Pensé que le dejé en claro que no
iba a tolerar…
-No de mí- se apresuró a asegurarle-. Ni siquiera sé quién es.
-Entonces, ¿cómo sabe que está en peligro?
-Porque he estado vigilando la casa de Lady Jacquelyn- explicó Braden, un poco
avergonzado, aunque por qué debía sentirse avergonzado en frente de ella, no lo
podía entender. Estaba muy familiarizada con sus problemas románticos-. Y anoche, el
hombre que tenía estacionado allí fue brutalmente atacado por otro hombre, un
hombre que parece que estaba siguiendo a... su amigo.
-Mi amigo- Caroline repitió-. Un hombre a quien usted envió a espiar a su prometida
fue atacado por otro hombre, quien usted dice que estaba siguiendo a mi amigo. . . el
hombre con el que su prometida está teniendo una aventura.
-Sí, precisamente. Puede que quiera decirle a su. . . amigo que tenga cuidado. Sobre
todo si le es muy querido.
Los ojos, que parecían más grandes que nunca detrás de los lentes de aumento de los
anteojos, lo miraron con astucia.
- ¿Querido?- repitió.
-Sí. ¿Si, por ejemplo, él es su… - ¿Era su imaginación, o que esos ojos se agrandaban
todavía más?-…hermano?
Ella estalló en carcajadas.
-¿Cree que mi hermano está teniendo una aventura con su prometida?
-Bueno- dijo, con cierta aspereza-, usted mencionó que le habían disparado.
-Unos salteadores de caminos. Oh, señor Granville, usted no podría estar más
equivocado. Mi hermano adora el piso por el que camina. Además, Jacquelyn nunca…
Él levantó una mano para impedir que terminara. Lo que ella decía era totalmente
cierto. Había sido sólo una sospecha fugaz, pero aún así, se había sentido obligado a
mencionarlo.
-Bueno, en cualquier caso- añadió- este hombre parece serio. Alejé a mis propios
hombres, por el bien de su seguridad. Me imagino que su amigo no debería tener
dificultades para tratar con él- agregó Braden, en un tono más ligero-. Él parece tener
una extraña habilidad para evadir la detección. Mis hombres están convencidos de
que no existe en absoluto, que es una especie de fantasma, por la forma en que entra y
sale de las sombras a voluntad.
Pensó que la mirada de Caroline no podía ser más incrédula, así que no se sorprendió
cuando ella dijo:
-Mi amigo. ¿Quiere decir el hombre que vi con Lady Jacquelyn?
-Sí. Él es precisamente a quien me refiero.
-¿El hombre que vi con ella en la casa de Dame Ashforth? ¿Ese hombre?
Un poco impaciente, asintió.
-Sí. Ese hombre.
Para su completo asombro, Lady Caroline se echó a reír de nuevo.
-Me resulta difícil de creer- dijo Braden, después de escuchar impotente su risa
ahogada por un minuto o más- lo sabía, era su castigo por haber accedido a hacer
negocios con una virgen- que este hombre sea tan amigo suyo, si usted encuentra la
idea de que su vida podría estar en peligro de muerte por un sicario tan divertida.
-¡Un sicario!- esto le causó a Lady Caroline otro ataque de risa, hasta que tuvo que
despegarse los anteojos para sacarse las lágimas de risa de los ojos- ¡Oh, Dios- dijo de
nuevo, jadeando por su arrebato de humor-. Lo siento. Pero la idea. . . la idea que
alguien lo llamaba un fantasma…
Ante el temor que iba a estallar en una nueva tanda de risas, Braden dijo
apresuradamente:
-Bien, me pareció justo que usted lo supiera. Si elige o no transmitir la información a
su amigo es asunto suyo, por supuesto.
-No creo que lo haga-dijo Caroline sin dejar de sonreír-. Parece muy poco probable
que su fantasma y mi amigo sean el mismo hombre. ¿Se le ha ocurrido que Jacquelyn
podría tener más de un amante?
-Gracias por la sugerencia- dijo Braden, incapaz de impedir que un toque de sequedad
se filtrara en su tono.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Afortunadamente, el tema que había escogido para su primera lección era bastante
impersonal.
-Bueno, verá, Lady Caroline- comenzó-, las intimidades que ocurren entre un hombre
y una mujer en la privacidad del dormitorio no puede ser adecuadamente descrita en
un entorno como este. Estamos, como usted sin duda sabe, en una oficina, un
ambiente poco propicio para el romance.
Eso sonaba bien. Se decidió a exponer sobre ese tema.
-No puedo dejar de hacer suficiente hincapié en la importancia de la atmósfera en la
relación romántica. Hay quienes dicen que no se debe hacer el amor a la luz del día,
como si la luz solar no fuera propicia para los sentimientos románticos. Y aunque he
encontrado que así sucede con algunas mujeres, que son quizás tímidas acerca de su
figura, también he descubierto que no hay nada más liberador que el despojarse de las
prendas de vestir, así como de las inhibiciones, a la brillante luz del día…
-Perdón- interrumpió Caroline, su lápiz quieto sobre la página.
Se detuvo y la miró. Maldito él, si ella no parecía tan encantadora como una ninfa en la
orilla de un río, con sus cabellos de oro y la fresca belleza de su piel. Bueno, una ninfa
con anteojos.
-¿Sí?
Ella sonrió con cortesía.
-Como he dicho antes, sólo tengo una hora. ¿Podríamos tal vez dejar este debate sobre
la atmósfera, que es fascinante, creo yo, para otro momento, e ir directamente a lo de
besar?
Alzó las cejas.
-¿Besar?
-Sí- dijo Caroline-. Besar. Y luego me gustaría hablar de esa cosa que hizo anoche con
el dedo.
Tosió. Hasta ahí llegó lo impersonal.
Bueno, él se lo había buscado. Piensa en la cara de Jacquelyn, pensó. Piensa en cómo se
va a ver cuando Lady Caroline Linford aparezca como testigo en tu nombre. . .
Suponía que él podría mantener el control sobre sus instintos más básicos por el
placer de ver eso.
-Muy bien, entonces. Besar. Muy bien. Se oye, por supuesto, acerca de los besos todo el
tiempo, pero lo que uno no puede saber es que el beso es una parte muy importante
de la…
Lady Caroline le interrumpió.
-Hay un determinado tipo de beso que me gustaría discutir, uno que he tenido ocasión
de observar. Es el tipo en la que las personas involucradas clavan sus lenguas en la
boca del otro.
Él no podía dejar de mirar la boca femenina en tanto ella decía esto. Era una boca muy
bonita, como un capullo de rosa e infinitamente besable. Con esfuerzo, apartó su
mirada.
-Usted ha observado esto.
Ella asintió con énfasis.
-Oh, sí. Ciertamente, hay tal cosa. Yo lo he visto hacer.
Se preguntó si alguna vez, incluso en su infancia, él había sido tan absurdamente
inocente, y luego decidió que era poco probable.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Se aclaró la garganta.
-Sí. Bueno, esa clase de besos que ha descrito es bastante. . .
-Desagradable- terminó por él con una mirada de complicidad.
Braden parpadeó. No pudo evitarlo. Realmente, ¿qué estaba mal con su prometido?
¿Era algo más que un petimetre? Braden no podía dejar de preguntarse si era uno de
esos. Braden siempre había pensado que muy bien podría ser. Ciertamente, era la
única razón que podía imaginar de por qué aún no se hubiera llevado a la cama a Lady
Caroline. Era, ya sea un amanerado o un tonto, o posiblemente una combinación de
ambos.
-No es desagradable- dijo manteniendo su tono impersonal, con esfuerzo-. No es
desagradable en absoluto.
-Bien, no veo lo que podría ser agradable al respecto. Tener a alguien que clava su
lengua en mi boca, quiero decir.
-Nadie debería estar clavando su lengua en ningún sitio- dijo Braden impaciente-. Si es
así cómo Slater la anda besando, no me extraña que le parezca desagradable.
Caroline pareció muy correcta. Un aspecto que no era difícil para ella de llevar a cabo
con esos anteojos.
-Si por Slater, se refiere a mi prometido, el marqués de Winchilsea, entonces la
respuesta es no, señor Granville. Nunca me ha besado así.
Bueno, eso era sin duda sorprendente. Lo que le sorprendió un poco, era la nostalgia
en su voz cuando hizo la confesión.
-Bien- dijo rápidamente-. Un día, sin duda, lo hará y sería bueno que usted esté
preparada. Ese tipo de beso, lady Caroline, es conocido por los franceses como el beso
del alma, porque se piensa que al participar en él, una pareja intercambia sus almas.
Caroline se quedó boquiabierta.
-Absolutamente morboso- dijo.
Él se encogió de hombros.
-Los franceses- dijo con un gesto de disculpa-. Ahora, debo advertirle, este tipo de
beso ha prendido bastante en este país, y me temo que si es sincera acerca de su deseo
de ser esposa y amante de su marido, tendrá que aprender.
Ella suspiró con resignación, volvió la página de su cuaderno, y preparó su lápiz.
-Muy bien. ¿Cómo se hace?
De cualquier otra mujer, habría sido una invitación. Sin duda le afectó como tal. Se
sintió preso por un deseo tan repentino y poderoso de besar a Lady Caroline, que sus
brazos parecían temblar con el esfuerzo de mantenerlos a su lado. El no tenía el hábito
de andar agarrando de pronto a las muchachas, que habían hecho su desinterés por él
muy claro por cierto, y besarlas.
Y sin embargo allí estaba. Quería besarla, a pesar del hecho de que besarla era sin
duda una de las ideas más irracionales que había tenido.
Sin embargo, él se contuvo.
-Tal vez- dijo con una voz que esperaba que no se diera cuenta que no sonaba en
absoluto como la suya-, debemos volver al tema de la creación de un ambiente
romántico.
-Besar, por favor- dijo Caroline, golpeando con impaciencia el lápiz contra su libro.
Dios mío. Esto no serviría de nada. Incluso la forma en que ella decía esas las palabras-
besar, por favor- en ese tono aburrido lo estaba excitando.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Bueno, ¿y qué si fuera así? ¿Qué daño haría un pequeño beso? Realmente, ¿qué daño?
-No es la clase de cosa que uno pueda describir- dijo, su mirada en su boca una vez
más. Era una boca completamente desprovista de cualquier tipo de cosméticos, muy
diferente de cualquiera de las bocas que recordaba haber besado en los últimos años-.
Tal vez sería mejor si le mostrara.
Ella dejó el lápiz. Cuando él levantó la mirada de su boca a los ojos, vio que ella estaba
mirándolo con mucha seriedad a través de los cristales de sus anteojos.
-Señor Granville- dijo con severidad-, tal vez usted haya entendido mal. Yo no he
venido aquí por un deseo de añadirme a su harén. No estoy en absoluto interesada en
tener un romance con usted. Yo estoy, como sabe, comprometida para casarme.
Sintió una extraña oleada de alegría que se disparaba a través de él. Era bastante
inexplicable. Nunca antes había sentido nada parecido en su vida.
-Como lo estoy yo, Lady Caroline- dijo, extendiendo sus manos-. Pero usted no me ve
poniendo objeciones a la conveniencia de enseñarle estas cosas. ¿Por qué debería
usted poner objeciones a la conveniencia de aprenderlas? Después de todo, usted,
Lady Caroline, vino a mí.
-Pero- dijo con un tono de voz que era mucho más débil que el que había utilizado
antes-, no veo por qué no sólo me puede decir…
-Se lo dije- él apartó su silla y se levantó-. Porque no es el tipo de cosa que se puede
sólo contar- rodeó su escritorio con rapidez, antes que pudiera arrepentirse y
mientras aún la tenía desconcertada-. Tengo que mostrarle. Es la única manera- dijo
inclinándose para tomar el cuaderno y el lápiz de sus fláxidas manos- que aprenderá.
-Pero- dijo Caroline débilmente.
-¿Quiere impresionar al marqués, no?- le había tomado la mano, y tiró de ella con
firmeza para levantarla de su silla.
-Sí- dijo ella, con la misma voz temblorosa-, pero…
Los anteojos, se dio cuenta, tendrían que desaparecer. Él extendió la mano y
suavemente los retiró, hablando con ella en voz baja y tranquilizadora, el tipo de voz
que un mozo de cuadra utilizaría con un caballo nervioso.
-Todo estará bien. Ya lo verá. Puede que incluso podría disfrutarlo.
-No lo creo- dijo Caroline, la ansiedad marcada claramente en sus enormes y
expresivos ojos marrones.
-Bueno, yo sí- dijo Braden. Con delicadeza, apartó un díscolo rizo ámbar de su frente.
Mientras ella estaba distraída por eso, se agachó, y con un sentimiento de urgencia,
apretó su boca contra la suya.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 13
Caroline no podía creer lo que estaba sucediendo. Un minuto, al parecer, había tenido
la situación perfectamente bajo control, y al siguiente, Braden Granville la estaba
besando.
¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había permitido que las cosas se le fueran de las manos,
cuando ella había estado tan en guardia contra este tipo de tonterías? Después de
todo, Braden Granville era el libertino más notorio de toda Inglaterra. Era de esperar
que podría intentar algo como esto.
Sólo que le había dejado tan en claro, ese primer día que había estado en su oficina,
que él no quería nada con ella. Había pensado que a él no le gustaba mucho, que ella
lo había horrorizado con su atrevimiento, que él la creía una virgen estúpida, tonta
que no valía la pena una segunda mirada.
Y ahora, allí estaba ella, con su rostro entre las grandes, callosas manos de Braden
Granville- ella podía sentir los callos, ásperos sobre la piel de sus mejillas- y en lugar
de sentirse satisfecha que obviamente no la encontraba tan repulsiva como primero
había pensado, sólo sentía pánico.
Porque la estaba besando de una manera muy diferente a lo que jamás había
experimentado antes. No es que hubiera empujado su lengua dentro de su boca, en
absoluto. No hacía más que mover los labios sobre los de ella en el más ligero, gentil
de los besos imaginables. Los labios, a diferencia de sus manos, no eran duros, en
absoluto, lo que era una sorpresa. Ciertamente, parecía que iba a ser muy duro, en
todas partes, pero sus labios eran sorprendentemente suaves.
Había fuerza detrás de esa suavidad, sin embargo, era a esa fuerza que Caroline se
encontró respondiendo. Había algo seductor en ella, del control que estaba ejerciendo.
Podía sentir ese control en la manera cuidadosa con la que mantenía su cabeza, no
permitiendo que sus manos vagabundearan en algún otro lugar, sentía que sólo con
un esfuerzo no la empujaba más cerca de él, curvaba su cuerpo hacia atrás y la
estrechaba contra su complexión como roca dura.
Y fue esa comprensión la que la llevó a relajarse. Sus brazos, colgando flojamente a los
lados, de repente parecían imposibles de levantar. Sus rodillas parecían haberse
vuelto de la consistencia de la mantequilla. Sentía como si sólo las manos de Braden
Granville la mantuvieran en pie.
Incluso su boca, que había mantenido cerrada con fuerza, pareció aflojar ante las
caricias suaves como un pétalo de rosa de sus labios. Sintió que sus propios labios se
separaban, aflojándose y, como si él hubiera pronunciado una palabra mágica, los
abrió.
Pero ni una sola palabra podría haberla hecho sentir tan deliciosamente lánguida, y
sin embargo, tan viva. Había magia, sin duda. . . pero esa magia residía en los labios
suavemente persuasivos de Braden Granville, no en todo lo que había dicho.
Y luego, antes de que siquiera fuera consciente de lo que estaba sucediendo, él había
cuidadosamente, con habilidad- la obra de un maestro, evidentemente- metido la
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Excelente. Bien, ¿qué es lo siguiente que repasaremos? Usted preguntó por mi, eh…,
cómo la toqué anoche justo aquí- él levantó un dedo hacia la base de su oreja. Sin
embargo, ella debe haberse estremecido, ya que bajó rápidamente la mano, y dijo:-. A
menos que prefiera volver al tema del diseño de un ambiente romántico para su
seducción. . .
-Yo creo- dijo Caroline rápidamente, cerrando su cuaderno- que ha sido suficiente
para un día. Tal vez deberíamos volver a reunirnos mañana…
Él se levantó educadamente mientras, algo inestable, ella se ponía de pie.
-Eso estaría bien. Pero ¿está usted segura que se siente bien, Lady Caroline? Parece…
Ella se agachó para recoger sus guantes, que se habían deslizado de su regazo cuando
él la había levantado de la silla.
-Permítame- y los recogió antes que ella tuviera la oportunidad de tocarlos, luego se
los entregó con un gesto galante.
-Gracias- murmuró Caroline.
-No se ofenda- dijo inclinándose para ayudarla a recoger su sombrero, sombrilla y
bolso, que también se hallaban esparcidos por el suelo debajo de la silla- pero su color
está bastante. . . alto. Tal vez debería quedarse y tomar un poco de té. Yo podría
llamar…
-No, no- dijo, rápidamente-. No puedo quedarme. Yo estaba, ejem, jugando bádminton
el otro día, y estaba muy soleado, así que supongo que sólo estoy un poco quemada…
-Eso debe ser- le entregó su ridículo, y ella deslizó dentro el lápiz y el cuaderno-. Así
que, ¿a la misma hora mañana, lady Caroline?
-Este…- dijo, mientras se ponía los guantes. -Sí. Creo que sí. Si está bien para usted.
-Perfectamente bien- dijo pasándole la cofia-. Gracias.
Con su cofia asegurada, alcanzó la sombrilla que él sostenía
- Gracias- dijo educadamente.
-¿Y usted- le preguntó cortésmente- estará presente en el teatro esta noche? Tal vez
nos veamos otra vez.
-No. Tenemos que ir a una cena privada, creo. Buenos días, señor Granville.
Ella comenzó a irse, pensando que, en realidad, a excepción del hecho evidente que
estaba un poco sonrojada, no había manejado tan mal la situación. Pero su voz
profunda la detuvo a medio camino.
-¿Lady Caroline?
Se volvió y lo miró parpadeando. Realmente era un hombre terriblemente grande,
muy imponente. No era difícil imaginarlo como un niño, luchando contra una vida
violenta en el sórdido barrio de Seven Dials, donde Thomas le había dicho que había
crecido. Había tenido que ser rápido con sus enormes puños, simplemente para
sobrevivir.
Y, sin embargo, pese a su tamaño, había sido sorprendentemente suave con ella.
-¿Sí, señor Granville?
Tendió algo hacia ella.
-Olvidaba sus anteojos.
-Oh- dijo dando un paso adelante para tomarlos-. Gracias. Yo, eh, sólo los necesito, ya
sabe, para leer. Y escribir. Y cosas por el estilo.
-Y cosas por el estilo- dijo con un gesto grave-. Por supuesto.
-Bueno- dijo Caroline-. Adiós, de nuevo.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Se apresuró a salir esta vez, antes de que tuviera la oportunidad de llamarla otra vez, o
incluso decir algo más.
Con gran alivio, Caroline se encontró con Violet en la animada y familiar Bond Street.
Pero apenas la puerta de las oficinas de las Empresas Granville se cerraba tras ellas, la
magnitud de lo que acababa de hacer la golpeó.
¡Dios mío! Ella había besado a Braden Granville. Ella había besado a Braden Granville.
No sólo era que hubiera besado a Braden Granville, a pesar que eso ya era bastante
malo. No, ella había besado a otro hombre, un hombre con el que ni siquiera estaba
comprometida.
No importaba que apenas una semana antes, ella se había parado y visto a su
prometido hacer mucho más que simplemente besar a otra mujer. Esto no era, se dijo,
acerca de Hurst. Bueno, excepto en una forma indirecta. Esto era acerca de ella. Esto
era acerca de ella y de un hombre con quien había hecho un trato.
Un trato que había incluido muy expresamente una cláusula de no-tocar.
Ella no tenía la menor idea de lo que la obligó a hacer lo que hizo a continuación. Sólo
sabía que en un minuto, estaba de pie en Bond Street, y al siguiente, le había pedido a
Violet que esperara un momento, y estaba caminando majestuosamente de vuelta
hacia la gran puerta negra.
No se molestó en tocar el timbre. Puso una mano en el picaporte y empujó, y el gran
portal se abrió perfectamente. Ella no prestó la más mínima atención a las miradas
interrogantes que recibió de los muchos empleados de Braden Granville. Ella no
prestó atención al pequeño hombre que le preguntó si había olvidado algo. Ella
simplemente caminó hacia la puerta por la que unos segundos antes había salido, y
arrojó su peso contra ella.
Braden Granville se apartó de la ventana donde estaba parado, solo y con las manos
metidas en los bolsillos del pantalón.
-Lady Caroline- dijo Braden Granville con tono de sorpresa-¿Ha olvidado algo?
-De hecho, sí- dijo Caroline.
Se dirigió a él, llevó el brazo derecho hacia atrás, y lo golpeó en la cara mucho más
duro de lo que nunca había empuñado una raqueta de bádminton.
El sonido resultante de su propia piel golpeando contra la de él fue muy fuerte, y muy
satisfactorio. Y cuando ella bajó su brazo, Caroline tuvo la satisfacción adicional de ver
la huella de su mano, crudamente blanca, en su mejilla. Un instante después, la marca
blanca se llenaba de colores calientes.
-Considere eso su primera lección en hacer el amor, señor Granville- dijo ella.
Luego se volvió y salió nuevamente de la habitación.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 14
Así que no había salido según el plan. ¿Y qué? Si había una cosa que Braden Granville
había aprendido durante el curso de su ascenso a la riqueza y la fama, era que las
cosas a menudo no resultaban.
Es decir, según el plan.
Y cuando una mujer estaba involucrada, bien, casi se garantizaba que las cosas salían
mal. Particularmente cuando involucraban una mujer como Caroline Linford, que era
claramente…
Bueno, no era normal.
Braden se aseguró de la anormalidad de la joven hasta el final de la cena a la que
asitían esa noche él, con su prometida y ella, con su familia. En realidad, no había
ninguna duda al respecto. Ninguna mujer normal habría reaccionado de la manera que
Caroline Linford lo había hecho. Había algo seriamente mal con esa chica. Ella le había
pedido-rogado prácticamente- que le enseñara el arte de hacer el amor y, luego,
cuando él había hecho un sincero y puramente científico intento de hacerlo, lo había
atacado ferozmente como un pequeño gato callejero.
Cierto es que había dejado claro desde el principio que no quería ningún contacto
físico real. Pero él le había pedido permiso antes de besarla, ¿no? Y ella se lo había
dado. . . de mala gana, quizás, pero se lo había dado. Entonces, ¿qué derecho tenía a
darle una bofetada? ¿qué derecho?
Todos los derechos. Había sido completamente manipulador, e imperdonable grosero.
Su única oportunidad de redimirse por su comportamiento insensible era jurar no
volver a tocarla, ni siquiera acercarse a ella.
Un juramento que era más fácil de mantener, de inmediato se enteró, cuando ella no
estaba a la vista. Porque tan pronto como la vio en el atestado salón de baile al que esa
noche su prometida lo había arrastrado, su determinación se derrumbó. En cuestión
de segundos, estaba golpeando en el hombro a su pareja de baile-que,
afortunadamente, resultó ser su hermano, un joven para quien el nombre de Braden
Granville era sinónimo de héroe- y dijo:
-Perdóneme. Pero, ¿me permite?
El joven conde de Bartlett estuvo a punto de caerse en su prisa por entregar a su
hermana, quien no parecía muy contenta con el cambio. De hecho, ella tuvo el valor de
vocalizar su disgusto, y en voz alta.
-Tommy- dijo, con voz peligrosa.
-En realidad- dijo el conde a Braden-, tómela. Me iba a sentar, de todos modos, pero
mamá me pidió que bailara con ella, ya que nadie más había…
-Tommy- dijo Caroline y Braden no vio cómo a su hermano se le escapaba la
advertencia en su voz.
Thomas Linford sólo dijo:
-Que lo pasen bien, ustedes dos- y echó a correr, dejando a su hermana, que parecía
una cosa tan dulce, joven e indefensa- sola en los brazos del infame Braden Granville.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Indefensa ¡Ja!
-Es mejor que deje de fruncir el ceño y se empiece a mover- dijo mientras le rodeaba
la cintura con una mano, y le tomaba los dedos con la otra-, o su mamá va a venir
escabulléndose por aquí, preguntándose qué pasa. Y a mí no me quedaría otra opción
que contarle.
Los ojos marrones, tan engañosamente inocentes, lo miraban echando chispas.
-Apuesto a que lo haría- dijo con amargura-. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Tiene ahora a
sus hombres siguiéndome, así como a su Lady Jacquelyn?
-No sea ridícula- la trasladó con pericia a través del atestado salón de baile-. Por
supuesto que no la estoy siguiendo. Estoy aquí con Jacquelyn.
-Bueno, entonces ¿por qué no está bailando con ella?- demandó Caroline-. Ella es la
que accedió a casarse con usted. ¿Por qué me está molestando a mí?
-Porque me gustaría pedirle disculpas- dijo Braden con calma.
Ella lo miró con recelo.
-¿Por qué?
-Usted lo sabe muy bien.
-¿Por insultarme y degradarme, quiere decir?
Él casi dejó de bailar, parecía muy consternado.
-No vayamos tan lejos- dijo cuando se repuso-. Después de todo, fue sólo un beso, Lady
Caroline.
-¿Lo fue? ¿O estaba tratando de seducirme?- su mirada muy directa.
Ahora, él dejó de bailar.
-Ciertamente no. ¡Dios mío! ¿Qué le dio esa idea?
-O baila o me acompaña afuera- susurró-. No se quede ahí. La gente está mirando.
Él empezó a mover sus pies.
-Usted y yo, Lady Caroline- dijo tratando de mantener la voz controlada, aunque, a
decir verdad, sentía ganas de gritar-, tenemos un trato de negocios, o al menos, pensé
que lo teníamos. ¿Cuándo, por Dios, se le ocurrió la idea que decidí obviarlo para
seducirla? ¿Simplemente, por ese beso?
-Se olvida que tengo un hermano que lo idolatra. Lo sé todo sobre usted, señor
Granville. Y sus modales horribles.
Puso un énfasis insultante en la palabra señor, como para sugerir que no era digno del
título.
-Ahora, veamos. Usted me buscó debido a mis horribles modales. En contra de mi
mejor juicio, accedí a ayudarle, a cambio de su ayuda con mi. . . situación. Ahora, de
repente parece como si no fuera a cumplir con su parte del trato.
-¿Y por qué debería?- demandó Caroline-. ¿Cuando está claro que su intención es
agregar mi nombre a la lista de las tontas que se han enamorado de usted estos años?-
ella se apartó de él de repente-. Bueno, le doy las gracias, señor Granville, pero es un
honor, creo, del que puedo prescindir. Considere que este baile ha terminado, señor
Granville.
Ella no sólo se refería al vals, y él lo sabía.
De repente, asustado de que ella en realidad podría escapar, Braden la agarró,
empujándola tan cerca de él que Caroline podía sentir la cadena de su reloj de bolsillo
a través de la ballena de su corsé. . . de su reloj de bolsillo, y de su corazón, que
golpeaba tan fuerte como el suyo contra sus costillas.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Para su mortificación, ella sintió que sus mejillas se acaloraban de nuevo. No por lo
inapropiado de la forma en que la sostenía, en un abrazo muy público, sino a la
miríada de sensaciones que experimentaba ante el estrecho contacto: el olor de él
(que le recordaba demasiado bien lo de la tarde), una combinación muy masculina de
jabón y, débilmente, a pólvora, el calor que emanaba de bajo su chaqueta, casi
quemándola a través del material de sus guantes, el débil tinte azulado a lo largo de su
mandíbula, ya picaba con la barba incipiente, esa cicatriz diabólica en la ceja. . . todas
estas cosas parecían minar su resistencia. Pero ella lo resistiría. Tenía que hacerlo.
-No tengo la menor intención de seducirla- gruñó Braden. Su aliento caliente le causó
escalofríos a lo largo de su columna vertebral, el mismo escalofrío que sintió cuando le
pasó el dedo por el costado de su cuello. Peor que los escalofríos, sin embargo, era el
hecho de que sintió que sus pezones se endurecían contra las copas de encaje de su
corsé. ¡Oh, no! No otra vez.
-A menos que, por supuesto- continuó él-, por casualidad decida que eso el lo que
quiere.
-Le puedo asegurar que eso nunca sucederá- dijo Caroline rápidamente.
-Demuéstrelo, entonces. Quédese y termine este baile conmigo. Prometo que me
comportaré como un perfecto caballero.
Ella todavía dudaba, hasta que él agregó:
-Por supuesto, si usted elige marcharse furiosa, sólo llamará la atención de las
personas que se podrían preguntar por qué está tan enojada conmigo. Y podría
sentirme obligado a explicar nuestro acuerdo.
-¡Usted no lo haría!
Sin embargo, ella podía ver por su expresión que sí lo haría y de mala gana puso una
mano de nuevo sobre su hombro, y la otra entre sus dedos.
-Así que es por esto que es tan exitoso con las mujeres. Les hace chantaje.
Braden no pudo evitar fruncir el ceño ante eso. Esto no iba en la forma que había
previsto. ¿Pero cuándo había salido algo de la forma que había previsto desde que la
había conocido? Caroline Linford parecía sacar lo peor de él. Era una batalla sólo
recordar que se suponía que ahora debía ser un caballero, y no algún torpe rufián de
las Dials, enamorado por primera vez.
¿Enamorado? Difícilmente. ¿Qué estaba pensando?
Interesado. Eso es lo que estaba. Ella le interesaba. Ella le interesaba muchísimo. Y
había esperado mucho para darle una mejor impresión que la que evidentemente le
había dado esa tarde.
-Créame, Lady Caroline- dijo, moviéndola hábilmente a través del salón de baile-, si
quisiera, podría hacer que usted tuviera tantas ganas de bailar conmigo, que el
chantajeado sería yo si no se lo pidiera.
-Hurst tenía razón acerca de usted- respondió ella con amargura.
Pero Caroline tenía que admitir, que no sobre todo. En su forma de bailar, por ejemplo.
Braden Granville no bailaba como un hombre más acostumbrado a los agitados bailes
escoseses que a los valses. ¡Para un hombre de su tamaño, era casi grácil!
Normalmente, cuando era pareja de algún macho de la sociedad de Londres, Caroline
temía por sus zapatos, pero en el refugio de los fuertes brazos Braden Granville, sentía
que sus dedos de los pies, por una vez, podían estar a salvo. Su única objeción posible
podría ser que, a diferencia de ella misma, no llevaba guantes, y en ocasiones sentía su
Patricia Cabot Educando a Caroline
poco el aire. Se preguntó si iba a tener que poner la cabeza entre las rodillas, una vez
más.
-Sería una vergüenza- dijo, en una voz que era tanto una caricia, como la mano que se
movía lentamente, una vez más a través de la piel desnuda de su espalda- para su
prometido ir por el pasillo con un brazo en un cabestrillo o, peor aún, en un ataúd.
Ella contuvo el aliento. No pudo evitarlo, más de lo que pudo evitar las lágrimas que
surgieron de repente en sus ojos.
-Basta ya- dijo sacundiéndose de sus brazos una vez más -. Usted, ¿cómo se atreve?
Él sabía incluso antes de oír el sollozo y ver sus lágrimas que había ido demasiado
lejos. Tardíamente, se acordó de su hermano, y se maldijo a sí mismo. El susto del
muchacho que le había dado a ella y al resto de su familia estaba todavía demasiado
fresco como bromear sobre la muerte. De inmediato se arrepintió. Se movió para
colocar un brazo reconfortante en sus hombros, un brazo que de inmediato ella
rechazó con un movimiento de hombros.
-Caroline- la reprendió con suavidad-, lo siento. Nunca mataría a su marqués, aunque
él me confrontara. Sé lo mucho que significa para usted.
Por alguna razón, sin embargo, estas palabras de consuelo parecieron tener el efecto
contrario que había previsto. Por de pronto, Caroline se volvió y salió de la habitación.
Afortunadamente, el vals ya estaba terminando, y así que nadie-con la posible
excepción de su madre-, se dio cuenta de cómo de repente Caroline Linford
abandonaba a su pareja. Los hombros rígidos de rabia, no de vergüenza. Sin duda no
era la vergüenza, o al menos eso se dijo mientras giraba y comenzaba a marchar a
ciegas dirigiéndoser directamente hacia un conjunto de puertas francesas que, supuso,
conducían al jardín. Sentía una necesidad repentina y abrumadora por escapar del
calor de la habitación- y de la mirada deBraden Granville.
Braden Granville, sin embargo, no iba a dejarla escapar tan fácilmente, y corrió tras
ella.
-Oh, Señor- dijo Caroline con desaliento cuando vio que la había seguido-. ¿Por qué
hace esto?
-¿Hacer qué, Caroline? Yo no estoy haciendo nada. Sólo estaba bromeando cuando dije
que le iba a disparar a su prometido. Ciertamente, no quería decir…
-No, no eso- dijo dando una impaciente patada en el suelo-¿Por qué está aquí,
hablando conmigo? Sé que piensa que no soy más que una tonta colegiala. Entonces,
¿por qué se molesta en buscarme?
Braden titubeó, sorprendido por la pregunta. Por supuesto, tendría que haberlo
esperado. Caroline Linford no era nada si no directa. Sin embargo, Braden sabía que
no podía responder con algo parecido a su franqueza. Él no podía decirle la verdad-
que había sido incapaz, desde que se había dado cuenta de sus enormes ojos
marrones, de sacarla totalmente de su cabeza. Que, por improbable que pareciera,
sentía una extraña clase de conexión con ella, lo sentía desde esa noche que había
sostenido su cabeza en su regazo, y la escuchó describir su absoluta falta de
compromiso con la causa de su amiga Emily. Y sobre todo, que había descubierto,
durante ese muy erótico beso que habían compartido en su oficina- el primer y único
beso, estaba convencido de que ella había tenido en sus veintiún años-, que la deseaba
de la peor manera.
Y así, él contestó, en voz baja:
Patricia Cabot Educando a Caroline
-La verdad es, Caroline, que usted. . . me interesa. Y cuando alguien me interesa, hago
un esfuerzo para llegar a conocerla mejor.
Caroline lo miró con incredulidad.
-¿Le intereso?- repitió con voz quebrada-¿Le intereso?
-Sí- asintió muy en serio-. Sí me interesa- en vista que, a juzgar por su expresión sabía
que ella no le creía, decidió probárselo. Se sentó en un banco de piedra cercano, y dijo:
- . Cuénteme.
Las nubes se separaron abruptamente, y permitió, por unos breves segundos, que la
luz de la luna hiciera visible la expresión de ella.
Parecía confusa.
-¿Que le cuente qué?- preguntó.
-El accidente de su hermano.
Fuera lo que fuera que había estado esperando que dijera, no era eso. A juzgar por la
forma en que su boca se abrió. Entonces, la luna desapareció otra vez, y sólo podía ver
el contorno de ella, recortada contra la balaustrada que separaba el sendero del jardín.
-Su...- su voz era débil-... ¿su accidente?
-Sí. Usted me dijo que fue baleado. En Oxford, ¿no?
Acarició el asiento vacío junto a él en el banquillo.
-Siéntese aquí y cuénteme.
Dio un paso hacia él, y un arco de luz, cayendo de una de las altas ventanas que daban
al salón de baile, cayó sobre ella. Pudo ver que su mirada de confusión se había
profundizado en una de sospecha.
-¿Por qué quiere hablar de lo que le pasó a mi hermano?- preguntó con cautela.
-Porque usted me interesa, ¿recuerda? Y aunque su hermano parece haberse
recuperado por completo, puedo decir que su accidente, o cualquier alusión a él, o de
armas en general, parece que todavía la alterara. Y me gustaría saber por qué.
-Porque casi se muere-dijo en un tono que sugirió que debería haber sido evidente.
-¿Sí? ¿Fue una sola herida, o varios disparos?
-Sólo uno. Sólo que la bala lo atravesó por aquí- y señaló a un área justo bajo su
corazón.
Braden, aunque no estaba seguro de si podía o no verlo, sentado en la sombra como
estaba, asintió.
-Sí. Me imagino que debe haber sido muy aterrador.
Y luego estuvo en el banquillo junto a él, sentada, si no se equivocaba, con un pie
escondido bajo ella. Estaba tan cerca que podía oler el aroma de lavanda que llevaba.
Se mezcló con el aroma de la lluvia y las rosas que colgaban tan pesadamente en el
aire.
-No podían moverlo. Y tuvimos que permanecer en Oxford durante varias semanas-a
lo largo de la Navidad hasta pasada la Candelaria- hasta que finalmente estuvo lo
suficientemente fuerte para volver a casa. Incluso entonces, no estábamos seguros, no
podíamos estar seguros, de que soportaría el viaje. Pero mamá sólo confía en los
cirujanos de Londres, y pensó que valía la pena el riesgo.
El conde sobrevivió al viaje, en gran parte gracias a los esfuerzos del Marqués de
Winchilsea, sin los cuales, afirmó Caroline, su pequeña familia se habría perdido. Su
madre se hundió la mitad del tiempo en la histeria, el marqués había sido un regalo
del cielo, haciendo todos los arreglos necesarios en las posadas del camino, viendo el
Patricia Cabot Educando a Caroline
cambio de los caballos, todo, casi como si Thomas hubiera sido su propio hermano.
Nunca había habido un amigo tan fiel. Caroline y su familia jamás podrían retribuir lo
suficiente la amabilidad del marqués.
-Y así- dijo Braden, cuando ella se quedó en silencio, su relato concluido- que no tuvo
más remedio que decir que sí cuando le pidió que se casara con él.
Sintió, más que vio, que el pie que había escondido bajo ella, se movía hasta que
ambos zapatos estuvieron de nuevo en el suelo.
-Eso no fue así en absoluto- le informó Caroline con una vocecita remilgada-. Ya
estaba…enamorada de Lord Winchilsea antes que él me lo propusiera. Estuve
encantada de aceptar su oferta de matrimonio.
Y él imaginó que lo había estado. Al principio lo había estado sin duda. No pudo dejar
de advertir que la propuesta de Slater coincidía perfectamente con el término de la
primera temporada de Caroline después de heredar su parte de la fortuna de su padre.
-No es de extrañar, entonces- observó Braden en un tono cuidadosamente neutral-
que esté tan deseosa de complacer a su futuro esposo.
No sabía a ciencia cierta, pero pensaba por su silencio que él la había hecho
ruborizar.Se dio cuenta entonces, que habían pasado años desde la última vez que
había estado con una mujer que se ruborizara con tanta facilidad como Caroline
Linford.
-Ahora que estoy plenamente consciente de lo mucho que le debe al marqués-
prosiguió, casi sin saber lo que decía, estaba tan consciente de su cercanía, del calor
que irradiaba de ella, del dulce aroma de su pelo-, creo que voy a tener una mejor idea
de los temas que debe cubrir durante sus lecciones.
-Acerca de mis lecciones, señor Granville- dijo sin el menor asomo de rencor en su voz
ronca-, realmente creo que lo que pasó esta tarde fue un error. Un terrible, terrible
error. Creo que sería mejor, mucho mejor, no continuar con las, eh, lecciones.
-Yo no creo que fuera un error.
Y antes que ella supiera lo que pasaba, él había deslizado un brazo por su cintura, y la
empujaba, no con brusquedad pero sí con firmeza, contra él.
-No creo que fuera un error en absoluto- dijo y ella pudo sentir su voz profunda
retumbando en su pecho.
Con su cara a sólo unos centímetros bajo la de él, ella lo miraba fijamente, un par de
ojos tan oscuros como los suyos, sólo que con pequeñas chispas de fuego que sus
propios ojos, ella lo sabía, lamentablemente carecían. Esos ojos llameantes la
examinaban tan detenidamente como ella lo estudiaba a él, sólo que mientras no había
sino resentimiento en su propia mirada, o así se dijo, la de Braden Granville parecía
estar llena de algo totalmente distinto.
-Señor Granville- por alguna razón, se encontró susurrando. ¿Por qué, cuando debería
estar gritando con furia? Pero todo lo que salía de su garganta era la más débil de las
súplicas-, realmente preferiría mucho si usted me soltara, señor.
-No- dijo y por una vez, su profunda voz era un poco inestable-, realmente no creo que
lo prefiera.
Caroline lo había estado mirando, con una especie de asombro hipnótico, a los labios
mientras él le hablaba. No eran labios precisamente agradables. Lejos de ello. Ni eran
feos. No, en absoluto. Lo que eran, pensó, eran labios que habían dado un montón de
besos.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 15
Estaba sucediendo de nuevo. Al igual que antes, sólo que de algún modo ahora era
peor, porque Caroline realmente debería haberse manejado mejor esta vez. ¡Ella
sabía, sabía cómo su cuerpo reaccionaría al segundo que entrara en contacto con el de
él! Pero en lugar de alejarlo, en vez de gritar con todas sus fuerzas, cualquier cosa,
cualquier cosa para evitar volviera a suceder, ella sólo se sentó allí, sabiendo que iba a
suceder de nuevo, y permitiéndolo. ¡Permitiéndolo!
Y había pensado que Jacquelyn Seldon era mala. Ella no era mejor.
Pero ese conocimiento no le impidió sentir como si una llama se hubiera encendido en
su interior en el momento que su boca rozó la de ella. Ni tampoco impidió que su
cuerpo se derritiera contra él hasta que parecía que se mantenía de pie sólo por su
abrazo. No sirvió en absoluto para evitar que sus brazos se alzaran para rodear su
cuello. Tampoco de ser capaz de dejar de suspirar un poco. . . lo que dejó sus labios
abiertos lo suficiente para que esa lengua inquisidora suya se lanzara en otra
exploración del interior de su boca.
Y esta vez, ella respondió a esa arremetida con golpecidos de complicidad de su propia
lengua, sólo para ver qué pasaba. . .
Lo que ocurrió fue mucho más de lo que Caroline había pactado. Braden Granville dejó
escapar un gemido ahogado contra su boca, un sonido que podría haberse confundido
con un gruñido de dolor, salvo que él no se apartartó de ella. Lejos de ello. En cambio,
aumentó la presión sobre ella, atrayéndola tan cerca de él con una mano, que casi
estaba en su regazo, mientras que la otra subía, rozando el corpiño de su vestido,
recorriendo a lo largo la suave piel de su brazo, hasta que sus dedos se posaron sobre
el lugar donde su corazón latía fuerte contra su pecho.
Caroline se sobresaltó al sentir el calor abrasador de su mano en la curva de su pecho.
Nadie la había tocado ahí antes. Con su lengua todavía jugando al ratón y al gato con
ella, no podía decir nada, aunque trató de alejarse de él en un acto reflejo, a sabiendas
que las cosas iban demasiado lejos, demasiado rápido.
Pero él no la soltó. No cedió ni un centímetro. Esos dedos burlones la sobresaltaron
aún más al descender bajo el encaje de su modesto escote, hasta que su mano cubrió
la carne firme y suave de su pecho, su pezón ya duro contra el centro de su palma.
Ante esto, Caroline desprendió su boca de la de él.
-¿Qué. . .?- empezó a exigir, entonces soltó una exclamación cuando sus dedos
comenzaron a amasar esa parte sensible de ella, ejerciendo una presión suave pero
inexorable, que casi la hizo gritar de muda satisfacción, como a él había sucedido,
ahora se daba cuenta, cuando ella comenzó a devolverle el beso.
-Caroline.
Sólo su nombre. Eso fue todo lo que él dijo, sólo su nombre, y que apenas reconoció,
porque lo había pronunciado de un modo tan gutural. Su dedo pulgar se movió sobre
el pico endurecido de su pezón, causando que otra ola de deseo la atravesara de golpe.
Era consciente de que ella se había humedecido en todas partes, pero sobre todo entre
Patricia Cabot Educando a Caroline
las piernas, donde sentía la misma tibieza que había experimentado esa tarde en su
oficina.
Ella parpadeó hacia él, su aliento entrando en rápidos, pequeños jadeos. Oh, Señor,
pensó, de nuevo, no puedo respirar. Podía sentir algo realmente duro presionando a
través de la parte delantera de sus pantalones y contra su cadera.
Conque así es cómo es esto, pensó, vagamente. Cómo era para Hurst y Jackie. Bueno, eso
lo explica todo, supongo.
Y luego sus dedos se ajustaron sobre su pecho de nuevo, y bajó su boca sobre la suya
una vez más. . . .
No fue hasta que oyó que la llamaban desde el interior de la casa que recobró la
cordura. Colocando las dos manos contra su pecho duro, Caroline empujó con todas
sus fuerzas. Braden estaba tan atrapado en el abrazo, que lo tomó completamente
desprevenido, y habría caído de la banca por completo, y en la maceta de una
hortensia si no se hubiera enderezado en el último minuto.
-¿Qué. . .-comenzó a protestar, pero se interrumpió cuando el Marqués de Winchilsea
atravesó las puertas francesas, irritado llamando a Caroline.
-¡Oh, ahí estás!- gritó su prometido con alivio-. Tu madre y yo te hemos estado
buscando por todas partes, querida.
Caroline retrocedió hasta que entró en contacto con la balaustrada de piedra en bruto
que protegían los escalones que conducían a los jardines. Su mirada culpable estaba
fija en el rostro de Hurst, pero estaba demasiado oscuro para que él se fijara ya sea en
el agitado juego de colores de sus mejillas o en el hecho que su pecho subía y bajaba
tan rápido como si hubiera estado corriendo.
Tampoco parecía registrar el hecho que había un hombre parado a unos metros de
ella, agitando pétalos de hortensia de su abrigo y ajustando sus pantalones para
acomodar esa cosa que Caroline había sentido, pero que no había podido identificar.
-¿Qué estás haciendo aquí?- preguntó Hurst, yendo al lado de Caroline-. Estuve mucho
tiempo buscándote. ¿Dónde. . .?- finalmente notó la presencia de Braden, que se había
enderezado en toda su estatura y los miraba con los brazos cruzados sobre el pecho, y
una expresión inescrutable en su oscuro rostro.
-Oh- dijo Hurst. La decepción en su voz era tan evidente, que Caroline se habría
echado a reír si no se sintiera tan mortificada por lo que Hurst podría haber visto si
hubiera llegado unos pocos segundos antes.
-Es usted.
-Así es- convino Braden lacónicamente. ¿En nombre de Dios, qué vio Caroline en este
parásito molesto? , se preguntó. Iba a tener que hacer algo para deshacerse de él, y
rápido. Braden se preguntó si verter pólvora en uno o dos de los puros del hombre
contaría, en la mente de Caroline, como extrema violencia.
Caroline se aclaró la garganta.
-Hurst, el señor Granville y yo estábamos sólo. . . sólo. . .
-Discutiento- dijo Braden, con calma- la situación en Francia.
El hermoso rostro de Hurst hermoso se arrugó con desconcierto- lo que estaba bien,
porque deconcertado se iba a quedar el marqués.
-¿Francia?- repitió.
-De hecho- dijo Braden gravemente-, tienen una forma única de. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Luchar contra los prusianos- Caroline terminó por él-. En realidad, muy
revolucionarias, las nuevas armas que han estado usando.
-¿Nuevas armas?- Hurst sacudió la cabeza, claramente perplejo- ¿Los dos han estado
aquí hablando de armas?
-Bueno, ¿de qué más? Después de todo, el señor Granville es un experto en la materia-
Caroline metió la mano por el hueco del brazo de su prometido y le dijo:-. Supongo
que mamá debe estar lista para irse. ¿Es por eso que me estaban buscando, Hurst?
¿Porque mamá está lista para irse?
-Eh, sí. Sí, lo está- dijo Hurst.
-Muy bien- Caroline se apegó a su brazo-. Bueno, señor Granville, supongo que esto es
buenas noches, entonces.
Él sólo la miró.
En cierto modo esa mirada fue peor que cualquier cosa que él podría haber dicho. Era
una mirada enigmática, totalmente carente de expresión. Y, sin embargo, de repente
sintió la misma extraña, pequeña oleada de la emoción que había experimentado la
noche en que lo había mirado en la casa de Dame Ashforth.
¿Qué era lo que sentía? ¿Lástima? ¿Por el gran Braden Granville?
Pero eso era ridículo. Él no necesitaba su lástima.
¿O sí? Después de todo, no era como si realmente encajara en algún lugar. Era
demasiado rico ahora para permanecer en Seven Dials. Pero porque sólo
recientemente era un hombre rico, nunca sería aceptado en el círculo social en el que
Caroline se movía tan fácilmente. Incluso ella había tenido problemas para conseguir
invitaciones a eventos determinados antes de su compromiso. Después de todo, su
padre había sido sólo el primer conde de Bartlett, un título tan nuevo que la mayoría
de la gente se burlaba de él. Thomas, como el segundo conde de Bartlett, le sería más
fácil. Caroline no podía imaginar lo que la gente había hecho con Braden Granville, al
principio cuando recién se había presentado ante la sociedad, pero suponía que su
compromiso con Jacquelyn Seldon lo había ayudado a ganar una buena parte de la
aceptación social.
A decir verdad, no eran tan diferentes, Caroline Linford y Braden Granville. ¿Por eso
sentía esta extraña especie de conexión con él? Sabía que debía estar furiosa con él
por besarla de nuevo, sobre todo después que ella le había dejado muy claro que sus
insinuaciones no serían bienvenidas. Había conseguido refugiarse en una ira
justificada después que él la había besado por primera vez en sus oficinas. ¿Por qué no
podía hacerlo ahora?
-Esta es la última vez que hablas con ese hombre- su madre le susurró al oído, unos
minutos más tarde, después que Hurst la había llevado de nuevo al salón de baile-. La
última. ¿Entiendes? Es inconcebible, un hombre como él, y una joven como tú, una
mujer comprometida, sola. En un jardín. ¡En la noche! Nunca he oído en mi vida tal
cosa. ¿Qué debe pensar el marqués de ti? ¡Y los Dalrymple! ¡Están mortificados! En el
jardín de las personas a quienes el príncipe de Gales tiene en tan alta estima. ¿Cómo
pudiste?
Caroline señaló a su hermano.
-Él le permitió interrumpir.
Thomas tendió las dos manos en un gesto de ¿Quién, yo?
-Preguntó. ¿Qué iba a hacer? ¿Decir que no?
Patricia Cabot Educando a Caroline
-En realidad, mamá- dijo Caroline-, eso sólo hubiera causado una escena aún más
grande.
-No. . . me. . . importa- cuando se enojaba, la viuda Lady Bartlett fruncía tanto los labios
que tendían a desaparecer. No se les veía por ningún lado en ese momento-. Nunca vas
a bailar con él de nuevo, Caroline. Ni bailar con él, ni hablar con él, ni siquiera que te
vean dentro de un radio de diez metros de él. Si esto sucede otra vez, voy. . . Te enviaré
al campo hasta tu boda. ¡Y en tanto, puedes contar con pasarte todo el día de mañana
encerrada en tu habitación!
Caroline y su hermano se miraron, tratando de no reírse a carcajadas. La ira de su
madre había sido siempre una fuente de gran diversión para ellos.
Sin embargo, la viuda Lady Bartlett percibió este cambio en particular, y, aún más
furiosa por ella, declaró:
-¡Y no sólo eso, señorita, sino que voy a vender todos tus caballos!
Caroline ya no sentía ganas de reír después de eso.
-¡No lo harías!- gritó.
-Lo haría- Lady Bartlett mantuvo su barbilla alta-. Todos ellos. Los que mantienes
aquí, en Londres, además de los que creo que no conozco, esos horribles caballos de
tiro de los te has estado ocupando, comprándolos todos y enviándolos a la casa de
Emily en Shropshire.
-¡Mamá!- Caroline dio una patada en el suelo-. ¡No puedes!
-Puedo, y lo haré- dijo Lady dijo Bartlett con gazmoñería. Satisfecha de que había
cumplido con su deber maternal, Lady Bartlett dejó escapar un pequeño bostezo-.
Señor, ya es tarde. ¿Dónde está Peters?
Caroline, totalmente consternada por prácticamente todo lo que había tenido lugar en
su vida en las últimas veinticuatro horas, estaba demasiado absorta en sus propios
pensamientos de auto-compasión para objetar cuando su prometido apareció de
repente, y le pidió permiso a Lady Bartlett para llevar a su hijo e hija a casa. Lady
Bartlett estaba muy feliz de darlo, sin duda, porque significaba que no tendría que
mirar la expresión rebelde de Caroline durante todo el camino.
Caroline, por su parte, no podría importarle menos quien la llevara a casa, siempre y
cuando alguien lo hiciera. Ella quería sacarse su apretado corsé y darse un baño
caliente de inmediato, donde podría sentarse en absoluta privacidad y tratar de
averiguar cómo se sentía por haber tenido las manos callosas de Braden Granville en
sus partes más privadas. Bueno, quizá no sus partes más privadas, pero sin embargo,
un lugar que nadie había tocado antes, pero que él había manipulado sin el menor
escrúpulo.
¡Y ella se lo había permitido! Eso era lo más impactante de todos. Se había sentado allí
y lo permitió.
¡Y le gustó!
¡Oh, qué pasaba con ella? Braden Granville era un mujeriego. Braden Granville era un
hombre dominado por su temperamento. Braden Granville era el responsable de la
fabricación y distribución de miles de armas de fuego que podrían muy bien llegar a
utilizarse en delitos violentos como el cometido contra su hermano. No debería
gustarle que la tocara un hombre así.
Y sin embargo. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
Y sin embargo, había sido muy amable en el jardín, escuchando su charla sobre
Tommy. Había parecido genuinamente preocupado. Él parecía genuinamente
interesado, ¡interesado en ella!
-Caroline.
Ella miró, y vio al Marqués de Winchilsea mirándola muy serio desde donde estaba
sentado a su lado dentro del carruaje.
-¿Estás bien, Caroline?- los ojos azules del marqués, muy diferentes a los oscuros,
inquietantes ojos de Braden Granville, estaban llenos de preocupación. Podrían, por
todo lo que Caroline sabía, incluso ser sinceros.
-¿Yo?- parpadeó Caroline. Tommy los había abandonado tan pronto como estuvieron a
salvo de la línea de visión de Lady Bartlett, evitando la oferta de Hurst de un viaje a
casa por una más interesante de las bonitas hijas de un vecino. A Caroline no le
preocupaba el hecho de estar sin chaperona, como la parte superior del faetón estaba
levantada, debido a la amenaza de lluvia, no era probable que alguien lo descubriera,
mucho menos comentarlo, que el marqués de Winchilsea y su novia estuvieron solos y
juntos en un carruaje.
-Sí, tú- dijo Hurs-. No has dicho ni una palabra desde que estamos aquí.
-Oh. Sí, estoy bien. ¿Estás llevándome a casa?
-Por supuesto que te voy a llevar a casa- dijo el marqués-. ¿Dónde más podría estar
llevándote?
Dónde, en realidad. Ciertamente, no de vuelta a sus habitaciones para violarla, lo cual
siempre hacían los marqueses a las heroínas en los libros.
Pero Caroline sabía perfectamente que no era como esas heroínas. En primer lugar, no
tenían novios infieles, como el suyo. Y en segundo lugar, incluso si lo tuvieran, no
correrían a pedirles a perfectos desconocidos que les enseñara cómo hacer el amor
para que puedan reconquistar a su prometido. En su lugar, todo terminaba siendo un
terrible malentendido, y todos al final vivían felices para siempre.
Caroline dudaba mucho que hubiera entendido mal lo que había visto en la sala de
Dame Ashforth.
Impulsivamente, se volvió en su asiento para envolver las dos manos en torno al
firme, pero realmente no muy pronunciado, bícep del marqués.
-Hurst- dijo ella, tirando del brazo.
Él estaba concentrado en la dirección de su tiro de caballos-un par elegantes rucios
que Caroline le había comprado, para ir con el faetón-alrededor de un carro de color
naranja que estaba volcado.
-¿Qué, Caroline?
-Hurst- ella esperó hasta que él hubiera pasado con éxito el carro naranjo, luego dio
otro tirón a su brazo-. Hurst, dame un beso.
Atentamente, volvió la cabeza, y le dio un beso rápido en la sien, antes de volver su
atención al camino.
-No- dijo Caroline, con una sensación de algo parecido a la desesperación-. Quiero
decir, detente y bésame adecuadamente.
Aunque Hurst parecía muy sorprendido, accedió a su petición. Detuvo el faetón, se
volvió en su asiento, y se agachó para apretar sus labios a los suyos.
Caroline, que no había mentido cuando había confesado que obtenía buenas
calificaciones en el internado, recordaba con perfecta claridad cómo Braden Granville
Patricia Cabot Educando a Caroline
la había besado. En consecuencia, soltó el brazo de Hurst y tomó su rostro entre sus
manos. Luego presionó con rápidos, ansiosos besos toda la boca del marqués.
Sólo que en vez de dejar que sus labios se abrieran bajo la embestida de su boca
sensual, como Caroline había hecho cuando Braden la había besado así, Hurst echó su
cabeza hacia atrás y la miró como si hubiera escapado de un manicomio.
-¿Qué crees que estás haciendo, Caroline?
Se hundió en su asiento abatida.
-Nada- respondió.
Bueno, ¿y en qué había estado pensando? ¿Que de alguna manera podría recuperar la
emoción que había sentido cuando Hurst la besaba, antes que lo descubriera con
Jackie Seldon? ¿Retroceder a antes que Braden Granville le hubiera mostrado lo que
era un beso verdadero?
No. Se acabó. No había esperanza para ella ahora. Estima y amistad, se dijo. No había
nada de malo con la estima y amistad.
Hurst la miró. Entonces, para su perfecta sorpresa dijo:
-Caroline, entiendo por tu madre que has pasado algún tiempo últimamente en la
empresa de Braden Granville.
-Bueno, sí, pero sólo porque quiero comprar una de sus armas, ya sabes, para Tommy,
para cuando regrese a la universidad. Para defenderse, ya sabes. No es nada más que
eso. Realmente. Lo juro- dijo rápidamente.
-Oh, te creo. No es eso lo que me preocupa- dijo Hurst.
Sintió una total e inusitada oleada de ira violenta. ¡Al diablo con este hombre!
-Es sólo que me preguntaba- continuó Hurst pensativo, ya sin mirarla a ella, sino a la
temblorosa llama de la lámpara de gas más cercana de donde estaban estacionados-. . .
En todas tus conversaciones con él, Braden Granville. . . bien, ¿te ha mencionado algo. ..
bien, de mí?
De súbito, los ojos de Caroline se abrieron ampliamente. ¡Hurst estaba buscando
información! Estaba tratando de averiguar cuánto sabía Braden acerca de su relación
con Jacquelyn Seldon. Si sólo supiera, pensó. Si sólo supiera lo que Braden Granville y
sus hombres pensaban de él. ¡Un fantasma! ¡El amante fantasma!
La historia de Braden Granville-le había contado acerca de que alguien, que estaba
siguiendo al amante de Jacquelyn Seldon, había atacado a su hombre - aguijoneó su
conciencia. Pero era imposible que tuviera alguna relación con Hurst. Nadie tendría
por qué tener intenciones de lastimar al marqués. Caroline sabía que las calles de
Londres eran vergonzosamente inseguras y la delincuencia se estaba extendiendo,
como ella lo sabía demasiado bien, hasta los recintos sagrados de las comunidades
académicas más importantes del país. El hombre de Braden Granville había sido
atacado, sin duda, por un asaltante, como el que casi había matado a su hermano.
-¿El señor Granville? –preguntó con deliberada ligereza-. ¿Preguntarme por ti, Hurst?
¿Para qué?
-Oh- dijo Hurst, con estudiada indiferencia-. Sólo preguntaba.
Apuesto a que sí, pensó decir Caroline. En cambio, dijo:
-Bien, no, no lo hizo.
Hurst tomó las riendas, y silbó a los caballos.
-Es un extraño, ese Granville. Tu madre tiene razón, sabes. Mejor te mantienes alejada
de él. ¿De verdad piensas comprarle un arma para Tommy?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Había dicho tantas mentiras últimamente, que estaba teniendo problemas para seguir
la pista de todas ellas. Suponía que había dicho algo parecido a alguien, y dijo:
-Sí.
-Voy a recogerla después, cuando esté lista. ¿Está bien? Yo no quiero que estés cerca
de ese tipo otra vez.
Caroline quedó inmóvil durante el resto del trayecto, y dijo muy poco. ¿Despues de
todo, qué quedaba por decir? Ella ya había aprendido todo lo que necesitaba saber.
Que era lo que sintió cuando Braden Granville la besó, y todos y cada uno de sus
sentidos despertaron a la vida, hasta que pensó que era como si alguien estuviera
encendiendo petardos, ¡sí, petardos!, dentro de ella.
Pero cuando su novio le besó ahora, ella no sintió nada. Absolutamente nada de nada.
Dios mío, no podía dejar de pensar. Los pantalones.
Los pantalones no le quedaban.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 16
Atentamente, Braden se inclinó hacia delante, y miró hacia donde su padre señalaba.
Allí, en la página del anuncio de los descendientes del Duque de Childes, vio su propio
nombre al lado de Jacquelyn Seldon. Pero antes que su nombre, su padre había escrito
la palabra Sir, y después, las letras bt.
-Por la baronía- explicó el anciano, con entusiasmo-. Probablemente serás nombrado
baronet. Lo que no significa ser de la nobleza, ya sabes, pero sí sin duda, de la
aristocracia. En definitiva aristócratas. Ahora bien, si se siente Su Majestad
especialmente generoso, y te hace un barón... Bueno, eso será mucha harina de otro
costal.
Pero Braden no escuchaba a su padre. Estaba mirando el libro, el nombre que su
padre había vinculado al suyo. Jacquelyn. Jacquelyn Seldon. Su prometida.
-Papá- dijo lentamente-, ¿Y si no resultara? ¿Estarías muy decepcionado?
Sylvester levantó la vista del libro, la luz del fuego emitía un resplandor anaranjado a
sus bigotes.
-¿La letra patente? Ah, pero hijo mío, supe por cierta autoridad que la otorgará.
-No la letra patente- dijo Braden con un movimiento rápido de la cabeza-, sino la boda.
Con Lady Jacquelyn. Suponiendo que yo fuera a casarme. . . bien, con alguien más, en
su lugar.
El anciano señor pareció preocupado.
-¿No casarte con Lady Jacquelyn? Ah, pero, muchacho, ¿por qué no? Si ella es la más
hermosa de las criaturas.
Hermosa. Sí, muy bien, Lady Jacquelyn Seldon era hermosa.
-Supongamos que me casara con otra en su lugar- continuó Braden, muy
descaradamente, lo sabía, pero se había estado sintiendo un poco descarado desde
que dejó el salón de baile de los Dalrymple-. Supongamos que fuera a casarme, en
cambio, con Lady Caroline Linford.
Las cejas grises Sylvester se alzaron a sus límites.
-¿La hija de Lady Bartlett? ¿La encantadora Lady Bartlett, a quien conocimos en la
ópera?
Braden asintió.
-Sí. Esa Lady Bartlett. Su hija.
Sylvester inmediatamente empezó a hojear las páginas de su libro. Cuando llegó a la B,
sin embargo, estuvo tristemente decepcionado.
-¿Por qué no hay Bartlett aquí?- dijo, pareciendo afligido-. ¡Ninguno en absoluto!
¿Podría el editor haber cometido un error?
Braden suspiró.
-No, papá, no hubo error. El conde de Bartlett es bastante nuevo. Creo que sólo se
concedió el título hace unos años, gracias algunas tuberías únicas que él inventó.
-¿Tuberías?- otra vez Sylvester pareció afligido, pero su afecto por su hijo ganó, por
una vez, sobre su obsesión. Él extendió la mano y le dio unas palmaditas a Braden en
la mano con cariño-. Hijo- dijo amablemente-, si quieres casarte con la hija del
fontanero, adelante. ¡Sólo hay que pensar en un bonito regalo para Lady Jacquelyn,
que estará muy decepcionada!
Eso Braden no lo ponía en duda.Y dado que, después de todo, las posibilidades que en
realidad fuera a casarse con la hija del fontanero eran discutibles, le dijo a su padre
que no se preocupara, y lo ayudó a subir las escaleras, y finalmente meterse en la
Patricia Cabot Educando a Caroline
cama. No fue sino hasta que Braden abrió la puerta de su habitación, que descubrió lo
que había querido decir Crutch cuando había afirmado que la casa había estado más
ocupada que una ramera de Covent Garden en una noche de sábado.
Porque allí, acurrucada en el centro de la cama con dosel de Braden, una sábana
apenas cubriendo sus hombros de color blanco lechoso, estaba Lady Jacquelyn Seldon.
Ella le sonrió tímidamente y dijo:
-Bueno, ya era tiempo de que llegaras a casa.
Aunque era una cosa buena ser capaz de proporcionar empleos estables, legales a los
amigos, pensó Braden, de vez en cuando, como en este caso, resultaba problemático.
Un mayordomo profesional habría mencionado, al regreso de Braden, que su
prometida había exigido la entrada, y actualmente se encontraba encerrada en su
dormitorio, desnuda como el día en que nació. Crutch, sin embargo, después de haber
pasado la mayor parte de su vida como un matón a sueldo, y no como sirviente de un
caballero, había redactado la información en términos tan coloridos que a Braden se le
había pasado por alto el significado.
Habría estado en apuros, sin embargo, si pasaba por alto el significado de la siguiente
acción de Jacquelyn, que iba a tirar de la sábana para revelar que ella estaba, de hecho,
tan desnuda como él sospechaba.
-¿No vienes a la cama?- preguntó con una sonrisa maliciosa.
Lady Jacquelyn Seldon, tenía que admitirlo, era la joya que la sociedad había
proclamado, en todos los aspectos. Braden, que había tenido ocasión de observarla en
la mayoría de las condiciones y ambientes a lo largo de su largo año de noviazgo,
podía dar fe de la veracidad de esto. Con extremidades delgadas y sin embargo, de
generosas proporciones donde tener generosas proporciones importaba, la belleza
oscura de Jacquelyn Seldon era universalmente admirada. Su gusto infalible de la
moda, que siempre mostraba sus recursos a una considerable ventaja, era anunciada a
donde quiera que fuera. Alegre y vivaz, el nombre de Lady Jacquelyn rara vez no
estaba presente en cualquier lista de invitados, y feliz era la anfitriona de cuya casa, la
única hija del duque de Childes, elegía para honrar con su presencia. Era, en resumen,
perfecta en todos los medios que contaba, al menos en opinión de la beau monde* y
Braden Granville debería haber estado satisfecho y halagado por encontrarla tendida
en su cama en un estado de desnudez extrema.
Lo que estaba, sin embargo, era molesto.
-Por el amor de Dios, Jackie- dijo-. ¿Qué estás haciendo aquí?
Jacquelyn trazó un pequeño círculo en la sábana de lino bajo ella, con una uña afilada.
-¿Qué te parece que estoy haciendo aquí?- preguntó ella, sus pestañas ennegrecidas
contra las curvas altas de sus pómulos.
Sintió otra ráfaga de agudo de fastidio. ¿Para qué, se preguntó, tenía un candado en su
puerta de entrada, si todo el que quisiera podía venir a irrumpir, y adueñarse de su
casa?
-Bien, no puedes quedarte aquí.
Él sabía que sonaba grosero, pero no le importaba. Sentía que había sido puesto a
prueba durante las últimas dos horas, primero por Caroline Linford y su prometido
infernal, y ahora por su propia prometida. No estaba seguro, en realidad, cuánto más
ridículo, pero cuando Slater había llegado y se había llevado a Caroline, todo lo que
Braden había sido capaz de hacer era mirarlo enfurecido, a su perfil patricio, su nariz,
que parecía como si nunca la hubieran quebrado, sus espesos rizos rubios, sus
empalagosos, preciosos ojos azules.
Él no estaba celoso del hombre. ¡Lejos de eso! Slater era tan absolutamente
despreciable, tan insulso, tan egoísta, que Braden no podía sentir celos por él. No, lo
que había sentido en cambio, era furia, furia casi asesina, hacia Caroline, que se había
ido y conseguido comprometer con un hombre en todo sentido inferior a ella.
No es que Braden se creyera un partido mucho mejor. Después de la muerte de su
madre, y el descenso de su padre en su dulce locura, había sido más o menos salvaje
en su juventud, y había sufrido de numerosos encontronazos con la ley, la mayoría de
ellos merecidamente. Si no hubiera sido por la paciencia y la amabilidad de un
hombre, Josiah Wilder, el armero a quien los tribunales lo habían asignado como
aprendiz, el hombre que lo había arrancado, literalmente, de una vida de delincuencia,
tratado como un segundo hijo y le mostrara, en los años antes de la eventual muerte
de Josiah por la vejez, que había otra manera de vivir, él podría estar en Seven Dials
todavía, huyendo de la ley o, más probablemente, bebiendo hasta morir, una práctica
común y bastante respetada allí.
Así y todo, tenía que ser una mejor opción para marido que Hurst Slater, que no podía
abrir la boca sin dejar escapar alguna estupidez. ¿Y qué si él era apuesto, con sus ojos
azules y nariz intacta? Había más en un hombre que la apariencia. ¿Así que era un
marqués? ¿Qué era un título, de todos modos? Cualquiera puede tener uno. Incluso, si
su padre estaba en lo cierto acerca de la letra patente, Ojo del Muerto Granville.
Por supuesto, el hombre había logrado de alguna manera salvar la vida de su
hermano. Eso era un hecho que no podía, por desgracia, pasar por alto. Hurst Slater
bien podría ser insípido. Bien podría ser vano. Pero no cabía duda que con el hermano
de Caroline, había actuado con generosidad y sacrificio-, sin duda, en un esfuerzo por
ganarse el afecto de la hermana repentinamente rica del muchacho-, pero lo había
hecho igual.
Tanta nobleza atraería a una joven como Caroline Linford. De hecho, sería casi
imposible de resistir. Junto con unos pocos bien situados cumplidos y el ocasional
beso en la mejilla, y Slater de pronto se encontró con una novia muy rica. Por
supuesto, que ella había dicho que sí cuando él le había pedido que se casara con él.
¿Qué otra cosa iba a decir? El marqués no sólo era guapo. No sólo era atento. Había
salvado la vida de su hermano.
Ninguna mujer en el mundo habría dicho que no a un hombre así, con la posible
excepción de una mujer como Jackie, que nunca había sentido, Braden estaba seguro,
gratitud o simpatía en su vida.
-¿De qué estaban hablando, de todos modos?- preguntó Jacquelyn con un tono
exigente, interrumpiendo sus meditaciones privadas-. ¿Tú y Caroline Linford, en el
jardín de los Dalrymple? Y no niegues que estabas con ella, Braden. Los vi a los dos,
juntos.
-De armas- dijo de forma automática-. Estábamos hablando de armas.
Ella hizo una pausa mientras manipulaba un botón de marfil.
-Armas. Tú y Caroline Linford estaban en el jardín, en la oscuridad, hablando de
armas.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Exactamente.
Jacquelyn dejó de vestirse y lo miró. Ahora no había nada de calor en su mirada. Sus
ojos oscuros volvieron a ser planos y sin vida.
-Caroline Linford odia las armas- dijo en voz baja-. Está morbosamente obsesionada
con deshacerse de todas ellas, por lo sucedido con su hermano.
-Sí, lo sé- dijo Braden.
Pero él realmente no estaba atento a lo que Jacquelyn estaba diciendo. Todavía estaba
pensando en Caroline.
Al final, había llegado a ser tan dañino observarla con Slater en la casa de los
Dalrymple, que se había visto obligado a abandonarla. Era verdad lo que él le había
dicho, que estaba interesado en ella. Pero hubiera sido más sincero decir que desde
que había llegado a su oficina la primera vez, y lo sorprendió tan a fondo con su
propuesta tan poco propia de una dama, la había deseado. En sus brazos. En su cama.
En su vida. Más que cualquier otra mujer que hubiera conocido.
¿Y por qué no? No cabía duda de que ella era la mujer más auténtica que había
conocido desde que salió de los Dials. Parecía importarle un comino los
convencialismos, decía exactamente lo que estaba pensando (la mayoría del tiempo,
de todos modos) y una vez que tenía una idea en la cabeza, evidentemente, no podía
abandonarla, y al diablo con las consecuencias. Caroline Linford tenía todas las
cualidades que más había admirado en las muchachas de Seven Dials- la lealtad y una
honestidad casi brutal entre ellas- y ninguna de las hipocresías de las muchachas de la
tan llamada sociedad educada que tanto despreciaba, junto con un encantador sentido
del humor y un temperamento explosivo. Todo eso, y el hecho, tenía que admitirlo,
que ella era la mujer que se excitaba con más facilidad que había conocido y tenido la
buena suerte de toparse, lo convenció de que esta era una pelea que valía la pena, y
no importaba cuán alta fuera la cifra de damnificados.
Excepto, por supuesto, por el hecho de que se suponía que debía casarse con otra
antes de finales de mes.
Y esa otra lo estaba mirando muy desgraciadamente en realidad, en ese mismo
momento, mientras intentaba colocarse de nuevo su miriñaque.
-Creo que debes saber, Braden, que tengo toda la intención de demandar- dijo
Jacquelyn tirando de la jaula de acero alrededor de sus caderas-. Si cancelas la boda,
quiero decir.
Alzó la ceja con cicatriz sólo una fracción de una pulgada.
-¿Y qué, te hace pensar que vaya a querer hacer algo tan imprudente como cancelar
nuestra boda?- preguntó, amablemente.
-Tal vez porque no me has tocado en más de un mes- dijo Jacquelyn, con un
movimiento de su cabello oscuro medianoche.
-Simplemente observando las sutilezas sociales consideradas tan importante para ti y
tus amigos.
Los ojos sin vida se estrecharon.
-Quiero decirlo, Braden. No va a ser bonito. Estoy hablando de todo. Los hombres que
he rechazado desde que estoy contigo. La angustia emocional. . .
-No te preocupes, querida- dijo Braden, casi con suavidad-. Si se debe llegar a eso,
cancelar la boda, puedes estar segura que tendría una muy buena razón para hacerlo.
El tipo de razón que sería muy válida en la corte.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 17
-Me acuerdo, me acuerdo- Hurst se inclinó hacia delante en su silla y habló con el
Duque en voz baja-. Pero no es por eso que me fui de Oxford, ya sabe. Lord Bartlett no
es mi amigo, usted ve. Fue otro amigo, por el que vine a Londres. Una herida en un
duelo. Muy seria, de verdad. Quería enviarle una nota, pero debo haberme olvidado. . .
-No juegues conmigo, Slater. Te he tenido vigilado, jodido bastardo. Sé que era
Linford. Vas a casarte con la hermana del tipo en Junio. Salió en todos los periódicos.
Puedes pensar que soy una escoria analfabeta, pero puedo leer. La próxima vez que
trates de huir de mí, muchacho, te recomiendo que te alejes de las páginas sociales.
Hurst, al darse cuenta que su intento de andarse con rodeos no había tenido éxito,
cambió de táctica.
-Muy bien- dijo con frialdad recostándose en su sillón-. Sí, muy bien, entonces. Yo soy
el que sacó a Linford del arroyo. Yo soy el que vio que se mejorara y lo envié a su casa.
Lo hice por usted, sabe. Debería estar agradecido, en lugar de quedarse sentado,
maldiciéndome.
-¿Agradecido?- el Duque frunció el ceño-. ¿Agradecido por qué?
-Por salvar al pobre maldito muchacho. ¿Qué estaba pensando, dispararándole de esa
manera? ¡Nos debía mil libras!
-Me llamó tramposo.
-Así que trató de matarlo. Muy brillante. Muy inteligente. ¿Cómo planeaba recobrar
las mil libras?
-Planeaba estrujarlo de tu escuálido cuello. Tú eres el que lo hizo entrar en el juego en
primer lugar.
-Si sólo le hubiera dejado ganar unas cuantas rondas de vez en cuando. . .
-¿Qué?- los ojos de puerco del Duque, medio escondidos entre los pliegues de grasa
quemada por el sol, brillaban-. Si sólo le hubiera dejado ganar unas cuantas rondas de
vez en cuando, ¿qué?
-No habría sido tan sospechoso- dijo Hurst con una voz más tranquila-. Es un jugador
excelente. ¿Eso es lo que quería, verdad? Los buenos jugadores confían en su
capacidad, así que apuestan alto. Bueno, él apostó alto. Y perdió mucho. Demasiado,
demasiadas veces. Sabía que algo no estaba bien.
-Por supuesto que sí- el Duque tomaba delicadamente a su brandy-. Por eso le
disparé.
-Se lo advertí. Se lo advertí antes. Si no les dejamos ganar unas cuantas rondas,
acabarían por sospechar.
El duque le sonrió.
-Tú no- señaló.
-Sí, pero yo estaba bastante borracho. . .
-No tan borracho como estaba Linford.
Hurst frunció el ceño. Era cierto, por supuesto. No había estado tan borracho como el
conde, y nunca había sospechado nada. Había perdido, y perdido, y perdido, y siguió
jugando, hasta que debía más. . . Bueno, más de lo que jamás podría esperar pagar en
su vida.
Pero, al final, eso no importó. Debido a que tenía algo más que dinero, algo que el
Duque y sus amigos necesitaban con urgencia: conexiones. Conexiones con otros
jóvenes como él, sólo que ricos. Mucho más ricos. Hurst sabía que no era un hombre
inteligente, ni de cerca, lo sabía, tan inteligente como el conde de Bartlett, pero él era
Patricia Cabot Educando a Caroline
de sangre azul, por Dios. Y la alcurnia siempre triunfaba sobre los cerebros cualquier
día de la semana. O al menos eso siempre le había asegurado su abuela.
-Muy bien- dijo con enojo-. Muy bien. Así que me encontró. No era como si yo
estuviera evitándolo, o algo así. Pensaba ir a verlo- una mentira, una mentira
flagrante-. Bueno, después de mi boda, de todos modos. Tendría el dinero que le debo
entonces. No voy a poder seguir trabajando para usted, por supuesto, una vez que esté
casado. No voy a tener tiempo para hacer todos esos viajes a Oxford. Pero todavía le
enviaré todos los muchachos que estén dispuestos a su dirección. . .
-¿No estás pasándolo en grande?- el Duque estiró las piernas y cruzó los dedos de
salchicha a través de su vasta extensión de vientre-. ¿No es todo tan malditamente
agradable para ti ahora?
Hurst lo miró con inquietud.
-Bueno. . . no realmente- dijo, pero él no se sintió capaz de cargar al Duque con sus
problemas con Jacquelyn y Braden Granville.
-¡Y una mierda!- dijo el duque de manera explosiva.
Hurst, enrojeciendo, miró rápidamente alrededor. Un número de clientes del club, e
incluso algunos de los miembros del personal, miraron con curiosidad la explosión
repentina del invitado del marqués.
-Su Gracia- dijo Hurst. El duque le gustaba que lo abordaran como corresponde a su
auto-concedido título.- Su Gracia, por favor, baje la voz. Este es un club privado, y yo. . .
-Mierda- el Duque dijo de nuevo, pero un poco más tranquilo esta vez-. Tienes algo de
valor, Slater, sentado’quí en este club de mierda con los mismos pantalones de
terciopelo de mierda, mientras te consigues una novia de mierda y una perra de
mierda, por otro lado. ¿Ves? Lo sé. Hemos mantenido un ojo en ti, Slater. Y no estamos
contentos con lo que hemos visto.
El Duque tenía una tendencia a emplear recurrentes adjetivos cuando él era infeliz.
Parecía muy muy infeliz ahora mismo.
-Sabes que le disparé a Linford. Sabes que le disparé y lo dejé morir. Hubiera muerto,
también, si no hubiera sido por tu interferencia de mierda. Bueno, en lo que a mí
respecta, tú has hecho este lío, así que tienes que arreglarlo.
Hurst lamió sus labios. Una parte de él se preguntaba cuántos miembros de su club se
iban a quejar a la administración sobre el número de veces que la palabra "mierda"
había sido empleada por su invitado. Otra parte, una parte mucho más grande, se
preocupaba por lo que exactamente, quería decir el Duque.
-¿Lío?. ¿Qué lío podría ser ése, Su Gracia?
-El lío Linford- el duque levantó su copa balón y terminó su brandy de un trago
rápido-. Le disparé, maldito idiota, para evitar que abriera la boca y contara a todos
sus amigos que el Duque era un tramposo. Está claro que no tiene mucho sentido
hacer un juego de cartas, si nadie aparecererá porque han oído que está arreglado.
-Oh, por favor- dijo Hurst, su corazón comenzaba a latir con una fuerza incómoda bajo
su camisa-, Bartlett no le dirá a nadie, Su Gracia. Ha aprendido la lección. Usted lo
atemorizó demasiado. Será silencioso como un ratón cuando vuelva en el otoño. . .
-Sí. Lo será. Los muertos no hablan- dijo el Duque.
El corazón de Hurst parecía estar lanzándose contra las costillas.
-Oh, no. Usted no quiere decir. . . no puede querer decir. . .
Pero el Duque muy claramente sí quería decir.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Pero, Su Gracia. . .- era todo lo que Hurst podía hacer para evitar caer de su sillón y
ponerse de rodillas ante el hombre-. ¡Voy a casarme con su hermana! Usted no
entiende. Ella tiene dinero. Montones y montones de dinero. Le pagaré. Estaré
dispuesto a pagar lo que quiera. . .
-Por supuesto. Harás eso, también- el Duque lo miró con curiosidad-. Y tendrás aún
más dinero de lo que se suponía, porque con el conde muerto, su herencia pasará a su
hermana. Tendrás una novia bastante rica, Slater. Más rica de lo que nunca has
imaginado. Pero, primero, por supuesto, tienes que arreglar este lío.
-Pero. . .
-Lo arreglarás- el Duque se puso de pie-. O vamos a arreglarte a ti, también.
Al ver que el "señor Jenkins "se estaba preparando para partir, el joven responsable de
esas cosas se apresuró con su sombrero y su bastón, que el duque aceptó con una
sonrisa y una nueva brillante guinea.
-No te tomes demasiado tiempo, Slater.
Esas fueron las últimas palabras del caballero antes de partir. Y cada una parecía en el
pecho de Hurst como un golpe de un martillo.
Cuánto tiempo después que el Duque se había ido se sentó, no lo sabía. Por supuesto,
había sospechado que algo como esto iba a suceder. No había pensado que sería capaz
de liberarse del Duque y sus amigos con facilidad.
Pero nunca había pensado que el costo sería tan alto.
Más tarde, durante el almuerzo, una buena parte de los miembros del club de Hurst
especulaban sobre el motivo por el que el nuevo marqués de Winchilsea había dejado
su sillón tan repentinamente después de su extraordinaria reunión con el señor
Jenkins. Hubo acuerdo general en que el nuevo marqués se había sobregirado, y que el
señor Jenkins era, quizás, un representante de uno de los individuos a los que el
marqués debía dinero.
Lo que no supieron, por supuesto, que la razón por la que el marqués abandonó el
club tan de repente esa tarde, no era para poder ir al banco y retirar el dinero para
pagar sus deudas, sino para poder ir al club de armas más cercano, y poner al día sus
prácticas de tiro.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 18
-Bueno- dijo Caroline, con estudiada indiferencia-, ¿qué hay de malo en eso?
Emily la miró fijamente.
-¿Qué hay de malo en eso? ¿Acabas de preguntarme qué hay de malo en eso? Caroline,
lo que hay de malo en eso es que estás comprometida para casarte con Hurst Slater,
décimo marqués de Winchilsea, en menos de un mes.
Ella alzó la barbilla.
-¿Y? Si Hurst puede tener un amante, ¿por qué no puedo tener uno también?
A Emily se le cayó la mandíbula.
Al ver su expresión de sorpresa, Caroline gimió, y, a continuación, se volteó boca
abajo, dejando que su cabeza cuelgue sobre el borde de la cama.
-Bien- dijo desde su nueva posición invertida-. Tienes razón. Yo no soy exactamente el
tipo de chica que tiene un amante, ¿verdad? Pero el único hecho que importa, Emmy,
es que me probé los pantalones y no me quedaron.
Su amiga se dejó caer a su lado.
-¿Qué?
-Hurst me besó anoche, en realidad, yo lo besé, y no sentí nada.
- A ti te encantaba cuando te besaba- dijo Emily.
-Exactamente. ¿Pero ahora? Nada.
-¡Oh, Dios!- Emily levantó la cabeza, sus ojos verdes echaban fuego-. Esto es todo culpa
tuya, lo sabes. Si sólo me hubieras contado lo que ibas a hacer cuando fuiste a ver a
Braden Granville la primera vez. . .
-Habrías intentado tratado de hablar conmigo para que desista.
-Por supuesto que sí. Era una idea perfectamente ridícula. ¿Lecciones, Caro? ¿De cómo
hacer el amor? Sólo a una loca se le habría ocurrido tal cosa.
Caroline se sentó.
-¿Qué más se suponía que debía hacer, Emmy? Sinceramente, creí que podía hacer que
Hurst me amara.
-¿Y ahora?
-¿Ahora? Ahora me digo a mí misma que hay cosas peores que casarse con un hombre
que tú no amas, que no te ama- ella suspiró-. Las serpientes, por ejemplo.
-Estaba equivocada- Emily bajó de la cama, y comenzó a pasearse por el bonito
dormitorio, lleno de encajes, de Caroline-. Esto no es tu culpa. Es de Tommy. Si no
hubiera sido tan estúpido como para que le peguen un tiro, Hurst no lo habría tenido
que salvar, y ahora podrías casarte con alguien que quisieras.
-Pero yo quería casarme con Hurst. Estaba encantada con la idea de casarme con
Hurst. Hasta que me enteré de lo de Jackie Seldon, y luego que los pantalones no me
quedaron.
Emily frunció el ceño.
-Es culpa de Braden Granville, entonces. Nunca hubieras sabido que los pantalones no
te quedaban si no hubiera metido su lengua en tu boca.
-O poner su mano bajo mi corpiño- añadió Caroline añadió pensativa.
Emily gritó.
-¿Él qué?
Caroline, sorprendida dijo:
-Oh, sí. Me olvidé de contarte esa parte.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Caroline- Emily parecía como si se fuera a desmayar, pero ella sabía que no lo haría.
Emily, como ella misma, nunca se había desmayado en su vida-. No lo hiciste. . . . él no
lo hizo. . .¡Dime que no!
Caroline dijo:
-Bueno, yo estaba un poco en dificultades para detenerlo. Quiero decir, él es mucho
más grande que yo. Además. . .
-¡La bestia!¡No puedo creer su audacia! Voy a decirle a tu madre, no, le diré a Hurst.
¡No, se lo diré a Tommy!- estalló Emily.
En un instante, Caroline tenía a su amiga por la muñeca.
-No te atrevas- dijo Caroline, su voz casi tan dura como su asimiento-. Tommy trataría
de enfrentarlo, y sabes que todavía no está totalmente restablecido. Además, Braden
nunca aceptaría el desafío, y sabes cómo eso. . .
-¿Braden?- Emily miró a su mejor amiga con los ojos como platos-. ¿Ahora lo llamas
Braden?
-Bien. Diría que puedo permitírmelo. Ha tenido mucho más intimidad conmigo que lo
que Hurst nunca ha tenido y lo llamo por su primer nombre.
Emily sacudió la cabeza.
-¡Oh, Caroline, esto es horrible!
Llamaron a la puerta.
-¿Lady Caroline?-la voz de Bennington sonaba tensa-. Un mensaje para usted, milady.
Caroline puso los ojos e blanco. Suponía que sería otra carta de disculpa a su boda.
Bueno, su madre sería feliz. Eso significaría que podría traer otra pareja de la lista B.
-Prométeme- dijo, ignorando el mayordomo, y tomando la mano de su amiga entre las
suyas-, prométeme, Emily, que no vas a decirle nada a Tommy.
Emily, mirándola malhumorado, dijo:
-Está bien, te lo prometo. Pero tienes que prometerme poner fin a esto, Caroline.
Ahora, antes de que vaya más lejos.
El mayordomo volvió a llamar.
-¿Lady Caroline?
Caroline soltó la mano de su amiga.
-¡Oh, Al demonio con todo! Adelante, entonces - dijo con impaciencia.
La llave arañó la cerradura, y luego el mayordomo, luciendo como si la entrega de
mensajes a jóvenes damas que sus iracundas madres habían encerrado en el
dormitorio, era algo que hacía todos los días de la semana, entró sosteniendo una
bandeja de plata.
Caroline cogió el pliego de papel bien doblado que yacía en la bandeja, y vio que no
reconocía la escritura a mano. Curiosa, levantó sus anteojos que estaban sobre una
mesita de noche, los instaló en su nariz, y luego abrió la carta, una mirada a la firma, e
inmediatamente se tiñó de un violento tono de rojo.
Caroline, decía la nota con una letra fuerte, poderosa. Ahora son las cinco en punto.
Está exactamente una hora atrasada para nuestra cita. La impuntualidad es la única
cosa que no puedo tolerar. Consiga sus anteojos y reúnase conmigo afuera en cinco
minutos, o entraré por la fuerza y la sacaré de ahí. B. Granville
Señor Granville, escribió, rápidamente. Incluso si yo quisiera reunirme con usted, lo cual
estoy segura que no sería del todo prudente, no podría, ya que mi madre me encerró en
mi habitación como castigo por haber estado con usted en el jardín anoche en la casa de
los Dalrymple. C. Linford
Agitó la nota hasta que la tinta se secara, y luego la dobló, y lo puso en la bandeja de
Bennington.
-Eso es todo, Bennington. Gracias- dijo ella.
El mayordomo se inclinó y abandonó la sala. Él tuvo cuidado, después que cerrara la
puerta, de pasarle llave nuevamente.
-Esa carta es de Braden Granville, ¿no?- preguntó Emily de inmediato.
Caroline la hizo callar.
-¿Tienes que gritar así? Te digo, mamá tiene oídos como un gato. Descubrirá que
Bennington te dejó entrar aquí, y no tendremos un minuto de paz después de eso.
-Es de él. Déjame verlo- Emily corrió al lado de Caroline.
Conociendo a Emily nunca la dejaría en paz hasta que lo hiciera, así que Caroline le
entregó la nota. Emily la leía con una expresión que se hacía más indignada con cada
línea.
-De todos los vanidosos. . . - ella prácticamente le tiró la nota de vuelta -¡No puedo
creer el descaro de ese hombre! ¡Primero mete la lengua en tu boca, y luego su mano
en tu corpiño, y luego esto!
-Sí- dijo Caroline. Ella sabía que era perverso, pero no podía dejar de sentire muy
complacida. Nunca en su vida un hombre la había amenazado, por escrito, nada
menos, de entrar por la fuerza a una casa y sacarla de cualquier lugar. Había algo muy
emocionante sobre ello. Especialmente considerando el hecho de que el hombre en
cuestión era Braden Granville.
-Es una barbaridad. ¡Te está ordenando casi como si fueras una especie de. . . esclava!
Este es un ejemplo clásico de un macho dominante pensando que puede hacer valer su
poder sobre una mujer amenazándola con violencia física- sentenció Emily.
-Impactante- concordó Caroline felizmente.
-Y ¿qué quiere decir acerca de tus anteojos?
-Oh, nada- dijo Caroline.
Ella escuchaba los sonidos, bajo las escaleras, de Braden entrando por la fuerza.
¿Dónde estaba él?
-¿Qué respondiste?-quiso saber Emily -. Espero que le dijeras que se fuera y ponga a
remojar su gorda cabeza en alguna parte.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Por supuesto que no. Eso sólo hubiera sido infantil- dijo Caroline.
-¿Caroline, estás enamorada de él?- la voz de Emily era cautelosa.
Caroline sintió que sus mejillas se encendían nuevamente.
-¿Qué? ¿Yo? ¿Enamorada? ¿De Braden Granville?
-Me oíste- dijo Emily de manera rotunda-. ¿Lo estás?
Sí. Esa era la lamentable respuesta, y ella lo sabía. No sabía cómo había ocurrido, ni
siquiera cuándo. Todo lo que sabía era que en algún momento entre la noche en la
casa de Dame Ashforth, y anoche, cuando había deslizado su mano por su corpiño,
Caroline se había enamorado de Braden Granville. Y enamorado fuerte*.
Por supuesto, jamás admitiría tanto a Emmy. Ni a nadie, si vamos al caso.
-Difícilmente conozco al hombre- dijo con desdén.
-Sólo que me dijiste que lo conoces mucho más íntimamente que lo que conoces a
Hurst, y tú estás comprometida con Hurst. No creo que esté fuera del reino de lo
posible, teniendo en cuenta que te he conocido toda mi vida, y nunca antes te había
visto actuar de esta manera, que pudieras estar enamorada de Braden Granville- gritó
Emily.
Afortunadamente, Caroline se salvó de tener que responder por otro golpe en la
puerta.
-Lady Caroline, la respuesta del caballero- dijo Bennington con calma.
Caroline se estremeció.
-Adelante- gritó.
Cuando el mayordomo abrió la puerta con la llave y se permitió entrar, susurró, en
voz alta:
-En realidad, Bennington, ¿tiene que decir la palabra caballero tan fuerte? ¿Quiere que
mi madre oiga, y me ponga con raciones de pan y el agua para la próxima?
-Realmente, Bennington- dijo Emily, con severidad.
-Le ruego me disculpe, milady- dijo el mayordomo. Mantenía el mentón muy alto-.
Tiene toda la razón. Aquí está la respuesta.
Caroline le arrebató el papel de la bandeja de plata y lo abrió. Garabateados en el
fondo de su propia carta, estaban las palabras,
¿De verdad espera que me crea esta historia ridícula de estar encerrada en su habitación
como una especie de princesa en una torre? Si es verdad, entonces todo lo que puedo
decir es que lamentablemente subestimé su inteligencia, si un simple cerrojo es todo lo
que se necesita para mantenerla prisionera en su propia casa.
Por supuesto, si no es verdad, entonces todo lo que puedo decir es que Dios perdone su
alma mentirosa, ya que ciertamente yo no lo haré. B. G.
-¡Oh, Emmy!- dijo Caroline, mientras se apresuraba a bajar por las escaleras-. Por el
amor de Dios, él no hace tal cosa. Estoy segura que nunca ha estado ni siquiera cerca
del Parlamento.
-Bueno- rectificó Emily rápidamente-. Tienes que admitir que por lo menos, si vas con
él, ahora, de esta manera, tu reputación estará hecha jirones al terminar el día.
-Emmy, no hagas tanto alboroto. Voy a estar en casa antes que incluso mamá piense
en vestirse para la cena.Nunca me echará de menos, lo mismo que nunca ni siquiera
sabrá que estuviste aquí. Cuando vuelva, Bennington me puede encerrar de nuevo, y
todo estará bien.
-Caroline, no lo entiendo- Emily tenía que hacer una pausa para recuperar el aliento, a
pesar que era Caroline quien llevaba el restrictivo corsé, no ella -. ¿Por qué haces esto?
Sabes que no puede llevar a nada, excepto quizás a tu ruina. ¿Por qué lo estás
haciendo?
Caroline no dudó. Abrió la puerta, y se detuvo en un rayo de sol de la tarde.
-Porque él me lo pidió- dijo volviendo la cabeza, y luego salió, y tiró de la puerta que se
cerró firmemente detrás de ella.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 19
-Si no iba a venir, lo mínimo que podría haber hecho era hacérmelo saber- dijo Braden
Granville sin siquiera un buenas noches o cómo-ha-estado.
Caroline lo miró con inquietud. Lo que sea que hubiera estado esperando cuando
había permitido que su conductor la ayudara a entrar en la parte posterior de su bello
carruaje, no era eso.
Se veía tan enojado, como una nube de tormenta de verano, que amenaza con desatar
un torrente. En la penumbra del coche, al cual le había bajado cuidadosamente las
cortinas de la ventana, de modo que nadie podría reconocer Caroline, mientras
conducieran, parecía más taciturno que nunca.
Taciturno, tal vez, pero también sin duda atractivo, de una manera que Hurst, que era
mucho mejor parecido en el sentido tradicional, nunca sería.
-Yo no podía- dijo Caroline, con cuidado-. Estoy castigada. Ni siquiera estoy autorizada
a enviar un mensaje con un sirviente. Mamá les instrucciones a todos. . .
-¿Por entrar en un jardín conmigo? - su expresión iba desde el desprecio a la
incredulidad-. ¿Soy un ogro, entonces?
Caroline se echó a reír. Ella no pudo evitarlo.
-No, mucho peor. Tiene una reputación- cuando su única respuesta a esto fue una
mueca, dijo:-. No pretenda que no sabe que lo llaman el Lotario de Londres- estaba
muy satisfecha de que el ligero temblor de emoción que sentía diciendo esto- Lotario
de Londres- no se demostrara en su voz. Sólo que qué era precisamente esa emoción,
por supuesto, se negó a admitirlo ni para sí misma.
Pero Braden Granville no hizo ningún esfuerzo para ocultar lo que sentía al escuchar
su apodo popular. Cada una de sus manos, que, sin guantes, descansaban en sus
muslos, se cerró en un puño, sólo por un momento. Y luego los dedos se relajaron de
nuevo.
Caroline, al observar su reacción desde donde estaba sentada junto a él en un asiento
suavemente acolchado, sólo pudo elevar las cejas, sintiendo una repentina ola de
desamparo sobre ella. El espectáculo de esos puños, tan grandes, tan inflexiblemente
masculinos, le hicieron recordar lo que Emily le había dicho en su dormitorio. Él era
de un mundo diferente, un mundo donde los puños y las balas y los cuchillos y
garrotes eran habituales.
No es que Caroline pensara que alguna vez utilizaría esos puños con ella. Pero al
verlos, le recordaron el otro nombre con el que había oído que lo llamaban: Ojo del
Muerto.
¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba haciendo aquí? Emily estaba en lo cierto. Ella era
una tonta. Ella no debería estar aquí. Tendría que estar con Hurst, que no tenía ningún
otro nombre, sólo Hurst, y de vez en cuando, Lord Winchilsea, y al que ella nunca
había visto hacer un puño.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Así que su madre la encerró en su habitación como castigo por entrar en el jardín de
los Dalrymple con el Lotario de Londres- dijo Braden Granville interrumpiendo sus
frenéticos pensamientos.
Su voz carecía de cualquier tipo de inflexión. Sin embargo, Caroline se apresuró a
asegurarle:
-Bueno, es sólo porque ella no lo conoce, excepto por su reputación. Ya sabe, Tommy
habla de usted casi sin cesar.
-Es extraño- dijo, casi caprichosamente-que su hermano no comparta sus
sentimientos acerca de la inmoralidad de mis armas de diseño para con la vida,
teniendo en cuenta lo que le hicieron a él.
Ella asintió.
-Está todavía muy interesado en ellas. Más extraño aún, es que está ansioso por volver
a la universidad en el otoño. Se podría pensar que después de lo que pasó, Oxford es el
último lugar que querría volver a ver, pero parece muy ansioso. Incluso ha sugerido
hacer un viaje de fin de semana no hace mucho tiempo, aunque el médico le dijo que
no. Se supone que no debe bailar, tampoco, pero eso no lo detiene.
-¿Cree que quiere encontrar al hombre que. . .?- pero él se interrumpió, y sólo se miró
las manos.
Ella lo miró interrogante.
-¿El hombre que qué?
-No importa. He instruido a mi chofer que nos llevara por el parque. Sentí que había
cosas que teníamos que discutir, usted y yo, y de esta manera, probablemente no
habrá más interrupciones.
Recordando exactamente lo que habían estado haciendo la última vez que los habían
interrumpido, cuando Hurst había entrado tras ellos al jardín, Caroline tragó.
-Sí. Quería hablar con usted, también- dijo teniendo cuidado de no mirarlo a la cara-.
Yo-yo iba a escribirle, tan pronto como mi madre me dejara enviar una nota. Verá. . .
-No es necesario decirlo-había una gran cantidad de cansancio en su tono. Caroline se
arriesgó a mirarlo a la cara, y lo vio volverse hacia ella, esos ojos oscuros atados a los
suyos con una intensidad que envió los mismos escalofríos a lo largo de su columna
vertebral como ese único dedo que había colocado sobre ella-. La demanda. Sé que no
será capaz de testificar. . .
Ella estaba sacudiendo su cabeza antes que las palabras salieran totalmente de su
boca.
-Oh, no. No es así en absoluto. Por supuesto que aún lo. . . ayudaré- y entonces recordó
las advertencias de su madre de la noche anterior, acerca de cómo iba a vender sus
caballos, y se mordió el labio-. Pero si lo hago, tal vez necesite un lugar para mis
caballos por un tiempo. Su establo, ¿para cuántos tiene capacidad? No tendría espacio
para unos veinte más, ¿o sí?
Esa intensa mirada se tornó a una de confusión.
-¿Veinte caballos más?
-Ellos. . .Oh, no, no importa- sacudió la cabeza de nuevo con un sentimiento de
desesperanza-. Estoy segura que no hablaba en serio. No, prometí ayudarlo con la
demanda de Lady Jacquelyn, y lo haré. Sólo me temo que no será capaz de continuar
más con las, eh, lecciones.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Lentamente, se levantó la ceja con la cicatriz, y con ella, uno de los lados de su boca,
sólo una esquina.
-¿De veras?- dijo en un tono que sugería que sólo estaba medianamente interesado en
lo que estaba diciendo.
-Sí. Usted ve, esto no va a funcionar- dijo con firmeza.
-¿Que no?- una vez más el tono desinteresado.
-No. Ya no hay ninguna razón.
Tanto la ceja y como la única esquina de su boca descendieron, hasta que quedó
mirándola con el ceño fruncido.
-¿Qué quiere decir?- preguntó rápidamente, ya no había nada de desinterés en su
tono.
Caroline movió la cabeza tristemente.
-Los pantalones no me quedan.
Él pareció confundido.
-¿Qué pantalones?
Ella suspiró.
-Hurst. Usted sabe lo que dicen. No compre los pantalones sin probárselos, en primer
lugar. Bueno, yo me los probé, y resulta que no me quedan, después de todo. Así que
ya no hay motivo para la continuación de las lecciones, ¿no?
A pesar de que estaba sentada a unos buenos centímetros de él en ese asiento
acolchado, sin que ni el borde de su falda lo tocara, sintió que él se endurecía. Ella
comenzó a girar hacia él interrogante, pero una fracción de segundo después, él la
había girado sobre el asiento y tomado por los hombros.
-¿Tuvo relaciones con Slater?- preguntó con voz ahogada.
Caroline miró fijamente a su cara oscurecida por la ira, completamente desconcertada
por la acusación y el hecho que pareciera tan alterado.
-¿Relaciones?- repitió conmocionada-. ¡Por supuesto que no! ¡Yo sólo le di un beso, por
el amor de Dios!
El agarre de sus hombros se aflojó de inmediato. Todo el color oscuro que había
invadido su rostro desapareció.
-Dios mío- dijo y la soltó, girando un amplio hombro sobre ella.
Caroline balbuceó:
-Yo traté de darle un beso a la francesa, ya sabe, la forma que usted me enseñó, y no
pareció gustarle en absoluto. Estaba muy enfadado conmigo por eso, en realidad.
Como puede ver, además del hecho de que los pantalones no me quedan, sus lecciones
no están funcionando. Entonces, ¿cuál es la razón?
A su lado, Braden levantó una mano, una de esas traidoras manos que la habían
alcanzado y agarrado tan precipitadamente hace un momento, a pesar de las
promesas que se había hecho de no tocarla de nuevo, y la pasó a través de su grueso
pelo oscuro. ¿Cuál era la razón?, se preguntó. Había estado preguntándose eso mismo
exactamente cuando su reloj de la chimenea había golpeado a la media hora, y
finalmente se convenció que Caroline no iba a llegar. Qué locura le había inducido a
ordenar su carruaje y salir tras ella, no lo podía imaginar.
Se dijo que era porque él no era un hombre acostumbrado a esperar. La gente
simplemente no faltaba a las citas que habían hecho con Braden Granville. El hecho
que Lady Caroline Linford lo hubiera hecho, sin tanto como un ruego-su-perdón, lo
Patricia Cabot Educando a Caroline
enfureció. Le había prometido venir a las cuatro de la tarde, y cuando ella no había
llegado, se había sentido perfectamente justificado para ir a su casa para exigir una
explicación. . .
Pero más que eso, suponía, había ido. . . a ver. Para ver qué, no estaba muy seguro.
Para ver si sí o no ese petimetre de prometido suyo se había dado cuenta exactamente
de lo que habían estado haciendo cuando los había interrumpido la noche anterior.
Para ver si Caroline Linford, a quien no había tomado por una cobarde, se estaba
escondiendo detrás de las faldas de su mamá, temerosa ahora, por las sensaciones que
sabía que había despertado en ella.
O tal vez sólo para ver si todavía había chispas en esos brillantes ojos suyos.
Si ese fuera el caso, había conseguido su respuesta. Bien, había chispas. Chispas, e
incluso, se imaginó, unos cuantos cohetes, también. Lady Bartlett podría encerrar a su
hija hasta por mil días, pero nunca lograría apagar el fuego que brillaba en esos ojos
color marrón oscuro, ojos que reflejaban cada emoción que sentía Caroline, ojos en
los que Braden sentía que podría perderse. . .
Reponiéndose, dijo, tan ligero como pudo:
-Siento la necesidad de investigar más.
-¿Investigar qué?- preguntó Caroline, aliviada de que la pasión, cuál haya sido, que se
había apoderado de él, parecía haber desaparecido.
-Este fracaso que ha citado- tuvo cuidado de no mirar sus labios. Pero tampoco podía
mirar esos ojos traslúcidos. Se conformó con mirar sus manos enguantadas, dobladas
con recato en su regazo-. Con su prometido.
-¿El fracaso?- la comprensión surgió-. ¿Oh, quiere decir el beso? Bueno, poco importa.
Ya le dije, es bastante claro que los pantalones no me quedan. Ahora puedo ver que
ese. . . ese aspecto de nuestro matrimonio- estaba demasiado avergonzada para decir
la palabra sexual-probablemente nunca será particularmente bueno.
Si eso fuera cierto, se dijo Braden, era sólo porque Slater no estaba interesado en el
sexo femenino. O era un eunuco.
-Así que tengo la intención de concentrarme en otras cosas más importantes.
Braden tuvo que mirarla a los ojos entonces. No podía creer que hablaba en serio. Sin
embargo, su firme mirada le dijo que, efectivamente, era así.
-¿Más importante que lo que pasa en la cama matrimonial?- preguntó, incrédulo-. ¿Y
qué serían esas cosas?
Ella suspiró. En realidad, era humillante tener que dar explicaciones a este hombre
todo el tiempo. Aún más humillante era que ella no tenía que hacerlo. No era como si
hubiera cerrado con llave la puerta del carruaje. Podría abrirla y salir en cualquier
momento que quisiera.
Pero ella no quería. Lo cual era lo más humillante de todo.
-Amoblar nuestro nuevo hogar- dijo ella, lentamente-. Entretener a nuestros amigos.
Hurst tiene muchos, usted sabe. Él es muy aficionado a las cartas, igual que Tommy y
asistimos a frecuentes partidas de cartas. Tendré que corresponder a las invitaciones,
una vez que sea Lady Winchilsea. . .
-Y eso es lo más importante para usted- dijo Braden, inexpresivo-. Ser Lady
Winchilsea, y los corresponder a las invitaciones para partidas de cartas que casarse
con un hombre que. . .
Se interrumpió. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba haciendo?
Patricia Cabot Educando a Caroline
acudido a él con su ridículo plan, había que reconocer el hecho de que era un Lotario,
el Lotario, en realidad. El Lotario de Londres.
Ella se acercó y le arrebató el rizo de sus dedos.
-No pasó nada-dijo, evitando su mirada-. Yo no dejé de amar a Hurst.
-Pero usted me acaba de decir- se apresuró a señalar- que los pantalones no le
quedan.
Ella se maldijo. ¿Por qué había abierto la boca con él sobre eso? Intentó un camino
diferente.
-Bueno, tal vez no era que los pantalones no me quedaban. Tal vez sólo lo hice mal.
Cuando él deslizó, un segundo después, una de sus manos fuertes en la parte trasera
de su cuello, sabía que no había dicho lo correcto.
-Yo creo- dijo, esos ojos de color marrón oscuro muy firmes y cálidos en los suyos- que
es mejor que me muestre lo que hizo, para que podamos determinar la fuente del
problema, y tratar de repararlo.
Caroline se debatía entre un deseo casi abrumador de sentir su boca sobre la suya una
vez más, y una sospecha muy fuerte de que ella era una clase de pieza en un elaborado
dispositivo de manipulación que funcionaba para su propia diversión. Pero, en
realidad, cuando pensaba en ello, era ridículo pensar que tendría algún deseo de
seducirla. ¿Ahora, qué podía ella- Lady Caroline Linford- hacer por alguien como
Braden Granville?
-Es sólo un beso, Caroline- dijo con tono de censura.
-Lo sé- ahora insinuó algo de indignación.
-Entonces, ¿de qué tiene miedo?
-De usted, que se vuelva un salvaje una vez más.
-¿Yo?- parecía irónicamente divertido-.¿Salvaje? ¿Cuándo me volví un salvaje?
-Anoche, en el jardín de los Dalrymple, por supuesto.
-No fui un poco salvaje. Fui un perfecto caballero.
Ella resopló.
-Un perfecto caballero que puso su mano bajo mi corpiño.
Ahora estaba sonriendo, evidente y sinceramente divertido con ella.
-Tuve la impresión de que le gustaba cuando lo hice.
-No fue así- mintió Caroline con gazmoñería-. Y si voy a besarlo ahora, tiene que
prometer no volver a hacerlo.
Él suspiró.
-Tan estricta para alguien tan joven. . . y tan inexperta. Así sea, entonces. Prometo no
poner mi mano en su. . . ¿Qué era?
-Corpiño- dijo Caroline, comenzando a sospechar que estaba siendo objeto de burla, y
no muy segura de qué hacer al respecto.
-¡Ah, por supuesto. Prometo muy fielmente no poner mi mano bajo su corpiño esta
vez. Ahora, ¿por qué no se coloca un poco más cerca de mí?- puso una cantidad
infinitesimal de presión en la parte posterior de su cuello.
Caroline lo obedeció, aunque moverse, con su rígido meriñaque, no era tan fácil como
él lo había hecho sonar. Sin embargo, se las arregló para acercarse lo suficiente a él en
el estrecho asiento del carruaje, de modo que su hombro se ajustó en el espacio bajo
su brazo y su cadera otra vez tocando la de él, por supuesto, a través de capa tras capa
de ropa, por no mencionar las barras de acero de su meriñaque.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Muy bien- dijo decidiendo con rapidez que si él realmente estaba manipulándola,
bueno, a ella no le importaba. Ningún hombre podría manipularla a sacarse tanta ropa
como llevaba en ese momento-. ¿Y ahora qué?
-Ahora, muéstreme lo que hizo con Slater.
Ella suspiró para mostrar que pensaba que todo era muy aburrido, en realidad,
entonces, deslizando un pie bajo ella para darse más altura sobre el asiento, irguió la
cabeza y colocó una serie de besos ligeros como plumas en la boca de Braden
Granville.
Sólo que esta vez, en lugar de mantener su boca totalmente pasiva, como lo había
hecho Hurst, Braden dejó que sus labios se abrieran, sólo un poco. Lo suficiente para
que Caroline pudiera introducir su lengua. Así lo hizo tentativamente, perfectamente
consciente de lo que había ocurrido la última vez que lo había besado.
Sin embargo, cuando los segundos pasaron, y no pasó nada, absolutamente nada,
Caroline echó hacia atrás la cabeza y lo miró con inquietud.
-Lo estoy haciendo mal, ¿no?- preguntó. No era de extrañar. ¡No era de extrañar que
Hurst la hubiera mirado en la forma en que lo hizo!
Los ojos de Braden se habían cerrado. Ahora sus párpados se abrieron lentamente, y
ella se sorprendió al ver su mirada normalmente aguda luciendo un poco distante.
-No estoy seguro- dijo con un tono que no era muy firme-. Es mejor que vuelva a
intentarlo.
Ella asintió, y, deslizando el otro pie debajo de ella para mantener el equilibrio, de
modo que ahora estaba de rodillas a su lado en ese banco tan estrecho, volvió a
intentarlo. Esta vez, ella se acercó y le puso una mano en la parte de atrás de su cuello,
para un mejor soporte en tanto se esforzaba por llegar a sus labios.
Y cuando ella comenzó su segundo asalto en su boca, tuvo mejor suerte. Los dedos que
él había colocado en su nuca presionaron un poco. Caroline consideró eso una buena
señal, y procedió a darle un beso con más energía, intentando un enfoque más audaz
con su lengua, metiéndola en su boca con mucha más confianza.
Ella no estaba en absoluto preparada para la violencia de su reacción.
Apenas había movido la punta de su lengua contra la de él, antes que perdiera
completamente el equilibrio porque él había introducido repentinamente su otro
brazo, que envolvió alrededor de su cintura. Los anillos de su meriñaque colapsaron y
su falda se aplastó cuando la levantó de la banca y la depositó en su regazo, a
horcajadas entre sus piernas. Alarmada, Caroline trató de apartarse, pero él había
mantenido una mano en su cuello, claramente previniendo un escape. Caroline sólo
tuvo tiempo de agradecer que el vestido de tarde que llevaba fuera de cuello muy alto,
antes de ser consciente de la presión de su boca en la suya, y la recorriera esa
sensación demasiado familiar de debilidad una vez más, y se perdió.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 20
Realmente, pero debería ser un pecado la forma en que la hacía sentir. Como si sólo
existieran ellos dos en todo el mundo. Como si no existiera ningún otro lugar más
importante al que tuviera que ir, nada más importante que tuviera que hacer que estar
sentada dentro de este carruaje y explorar perezosamente la boca de este hombre, y
permitir que le hiciera lo mismo.
Y sin embargo, no estaba haciéndole lo mismo. Caroline se dio cuenta demasiado tarde
de que mientras ella estaba ocupada disfrutando del saqueo sensual que estaba
realizando en su boca, un saqueo de tipo muy diferente, se estaba produciendo por
debajo de las bandas de acero, las que había creído que la protejerían. La mano de
Braden Granville, la que no estaba detrás de su cuello, se había deslizado debajo de su
meriñaque y de alguna manera encontraron las cintas que mantenían cerradas sus
bragas.
Caroline intentó protestar cuando sintió el nudo, hecho con esas cintas atadas
cuidadosamente, presionado de repente y luego de golpe, liberado. Trató de decir
basta. En realidad, trató. Pero sólo que era tan. . . difícil. Y no sólo por su lengua dentro
de su boca. Sino porque. . . bueno, ella no quería que se detuviera.
Sin embargo, no estaba bien, este asunto con sus bragas. Poner su mano bajo su
corpiño era una cosa, pero esto. . .
-Para de retorcerte, Caroline- djo él abruptamente apartando su cabeza de la suya-.
Los aros de tu meriñaque me están golpeando en las costillas.
-¿Qué está haciendo allá abajo?- preguntó Caroline con tono exigente-. No puede hacer
eso.
-Por supuesto que puedo. Estoy tratando de demostrarte algo. Me preguntaste. . .
-Le pregunté si acaso había besado correctamente a Hurst.
Mientras hablaba, sus labios aún sentían el agradable hormigueo causado por la ruda
manera en que él había devuelto ese beso. Ella lo había besado correctamente. Sabía
que lo había besado correctamente. La persona que se había equivocado era Hurst,
decidió, que nunca la había besado así, ni había manifestado el menor interés en el
nudo que cerraba sus bragas.
-Yo no le pregunté cómo desvestirme- señaló.
-No te estoy desvistiendo. Bésame otra vez.
-No, a menos que mueva su. . .
Él la silenció besándola por su propia cuenta, empujó su rostro con fuerza, con la
mano que había mantenido anclada en la parte posterior de su cuello, atrayéndolo
contra su boca, que casi pareció devorar la suya. Caroline, deseando no tanto alejarse
como para desear alejarse, se horrorizó al encontrarse de inmediato devolviéndole el
beso, buscando su lengua y sus labios con tanta avidez como él parecía buscar los
suyos.
Bueno, y ¿cómo se suponía que se iba a controlar? Allí estaba ella en sus brazos, en su
regazo, en realidad, rodeada por él, envuelta por él. Él era todo lo que podía ver, todo
Patricia Cabot Educando a Caroline
lo que podía tocar, todo lo que podía probar. Su respiración, algo irregular, era todo lo
que podía escuchar, si no contara con los no muy estables latidos de su corazón, que
ella no sólo podía oír sino sentir, incluso a través del material de su chaqueta, y del
corpiño de cuello alto de su vestido. Todo lo que podía oler era su delicioso aroma
masculino, mezcla de olores de jabón y ropa limpia y, más débilmente, de pólvora, un
olor que estaba segura que en años y años, a partir de ahora, siempre le traería
recuerdos de Braden Granville. Era ridículo, totalmente ridículo imaginar que algo así
como el olor de la pólvora, la haría aferrarse a él con más fuerza, darle un beso con
más desenfreno, pero eso fue exactamente lo que pasó. Ella no lo podía explicar. Ella
no quiso explicarlo. Allí estaba, y eso era todo.
Y luego comprendió exactamente lo que su mano estaba haciendo en sus bragas. . . lo
comprendió cuando esa mano frotó, y estaba segura que no fue un accidente, en
absoluto, una parte de ella que últimamente se había estado comportando de forma
muy extraña, en realidad, tendiendo a humedecerse un poco en su presencia, sobre
todo cuando la besaba. Ahora estaba húmeda, húmeda y extremadamente sensible,
tan sensible que cuando sus dedos la frotaron, la espalda de Caroline se arqueó
espontáneamente, y apretó los dedos alrededor de su cuello, y dejó escapar un
murmullo contra su boca. . .
Pero no de protesta. No de protesta en absoluto.
Como si se tratara de una señal que había estado esperando, Braden permitió que su
mano se deslizara allí de nuevo. Sólo que esta vez, en lugar de frotarla casualmente,
los dedos presionaron con la más clara de las intenciones.
Y eso causó una sensación aún mayor. Caroline, que apenas ella misma se había tocado
allí, y mucho menos permitir que alguien lo hiciera, no estaba preparada para su
inmediata y muy física reacción. Al instante, se vio inundada de anhelo, y ese anhelo
parecía estar enraizado en un deseo de presionarse, incluso con más firmeza contra
esos dedos duros y callosos. Tan firmemente, de hecho, que parecía como si uno o dos
de esos dedos, realmente, se hubieran deslizado en su interior. . .
Y a ella ni siquiera le importó. De repente, lady Caroline Linford se había transformado,
por el simple roce de los dedos de un hombre, en una cosa sin sentido, algo
desaliñada, que no podía pensar en nada si no. . .
Bueno, en esto.
Pero, ¿quién podría culparla? Se sentía tan celestial, tener su mano allí, y sus labios en
los de ella, y la otra mano, oh, la otra mano se había escapado de su cuello ahora, y se
había apoderado de uno de sus pechos, y era una lástima que llevara tanta ropa,
porque se sentía divino, el modo en que estaba sujetando totalmente su pecho, pero
había todo ese material en el medio. En el futuro, cuando saliera con él tendría que
recordar usar nada más que mangas cortas y sus escotes más bajos y. . .
¿Qué estaba haciendo ahora? Acariciándola, parecía. Y se sentía tan bien, la manera en
que estaba acariciándola, tan dulce y tan tierna, sólo que aún quedaba ese anhelo, la
sensación que si sólo aplicara un poco más de presión allí. . .
Y de repente, él lo hizo.
Y el mundo de Caroline, que había estado girando constantemente fuera de control,
pareció estallar en mil pedazos brillantes. Fue un poco como la sensación que
experimentaba cada vez que se deslizaba en un baño muy caliente, durante unos
segundos, todo su cuerpo, desde la parte superior de su cuero cabelludo hasta las
Patricia Cabot Educando a Caroline
plantas de sus pies, se sintió como si estuviera en llamas. Era casi insoportable la
sensación, pero perfectamente agradable, también. Y, perdido en medio de ella,
despegó sus labios de los de él y se aferró a su pechera convulsivamente, incapaz de
dejar de gritar. . .
Y entonces, repentinamente, el fuego se apagó, y se sintió como si temblara por todas
partes, como un recién nacido.
Temblando y completamente lacia, aturdida, se dejó caer hacia adelante hasta
apoyarse contra él, jadeando.
-¿Qué fue eso?- quiso saber ella, cuando se atrevió a hablar.
-Tu lección del día- respondió, su voz tampoco era tan firme.
-¿Lección? ¿Es así cómo lo llama?
Pero ella no pudo reunir algo de real indignación, ya que se sentía tan deliciosamente
aletargada. Si tan sólo, estaba pensando, pudiera sentarse así para siempre, con la
mejilla en su hombro y los brazos enroscados alrededor de su cuello, escuchando sus
latidos del corazón y los sonidos de los cascos de los caballos que daban vueltas y
vueltas al parque. . .
Un sonido que, incluso mientras se estaba registrando en su conciencia, se detuvo
abruptamente.
Braden movió su mano de entre los muslos y le dio una palmada en su espalda
descubierta que contribuyó en gran medida para sacarla de su feliz estupor.
-Levántate. Estás en casa- dijo él.
Ella alzó su cabeza para verlo, parpadeando confusa.
- ¿A casa?- preguntó estúpidamente.
-Sí.
Mientras ella estaba allí sentada mirándolo, él se estaba poniendo la ropa en orden,
atando cuidadosamente la cinta de sus bragas, y tirando los aros de su meriñaque
hacia abajo nuevamente.
-Hemos estado fuera más de una hora. No queremos que sospeche tu mamá ahora,
¿verdad? Podría encerrarte en tu habitación de nuevo, y eso pudiera afectar
negativamente al plan de la lección de mañana.
Caroline sacudió la cabeza confundida. ¿Qué estaba diciendo? ¿No se daba cuenta de lo
que había hecho? Llevarla a las alturas del cielo, eso era lo que había hecho. ¿Y ahora
él esperaba que sólo se fuera a casa? ¿Que caminara hacia su puerta como si nada
hubiera pasado? ¿Como si no le hubiera tocado el alma? Porque en lo concerniente a
ella, eso había sucedido.
-Pero- empezó a decir.
-Aquí- arrancó un rizo que se había deslizado por debajo de su cofia, sin duda, cuando
había echado la cabeza hacia atrás en éxtasis-. Necesitas arreglar tu. . .- hizo un gesto
alrededor de su rostro-. Tú. Tu pelo se ha salido todo. . .
Mecánicamente, Caroline alzó su mano, y comenzó a meterse el pelo de nuevo en su
sitio.
-Pero yo no entiendo- dijo en tanto ella se arreglaba el pelo-. Sólo le pedí que me dijera
si besaba correctamente.
-Oh, sí. Creo que has dominado completamente los besos. Es por eso que pasé al paso
siguiente.
-¿El paso siguiente? ¿Eso es lo que fue?
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Bueno, pudimos habernos saltado algunos entremedio- dijo, había algo muy curioso
en su expresión, pensó ella-. Pero eso no fue culpa tuya. Volveremos a ellos, uno de
estos días.
-Pero. . .- Caroline sacudió la cabeza, tratando de despejarse, y casi deshizo
nuevamente el arreglo de su pelo-. Pero se suponía que me enseñaría cómo hacerlo…
para. . . - se interrumpió, no estaba segura de cómo poner en palabras lo que quería
decir.
Él la miró interrogante, con una ceja alzada. Pero ya que no era la ceja con la cicatriz,
pensó que no lo había enojado. De repente, ella sabía exactamente lo que quería decir.
-Se supone que usted iba a enseñarme cómo darle placer a un hombre- dijo de prisa-.
No se suponía que estuviera complaciéndome a mí.
Se alzó la ceja con la cicatriz.
-¿Es así?- dijo. . . suavemente, suponía, lo suficiente para alguien que parecía tan. . .
bien, intimidante.
-Sí- lamentablemente, la sensación ardiente y hermosa que había estado
experimentando se hacía cada vez más débil-. ¿Cómo voy a saber algo de hacerle el
amor a un hombre cuando todo lo que siempre hace es hacer el amor conmigo?
Por alguna razón, parecía encontrar eso divertido. Ambos comisuras de sus labios
temblaban cuando la tomó por la cintura y la levantó de sus rodillas, colocándola en el
asiento junto a él una vez más.
-Esta es la primera vez - dijo, su voz rica con una emoción que no pudo identificar- que
oigo esa queja en particular de alguien que yo he. . . ¿cómo dijiste? Oh, sí, complacido-
apenas podía decir la palabra, estaba luchando por no reírse-. Vete a casa, Caroline-
dijo, inclinándose para darle un claramente poco romántico besito en la frente-.
Veremos mi placer la próxima vez. Vete, antes que la estimada Lady Bartlett descubra
que has desaparecido.
Caroline no dudó. Se levantó del carruaje, y, tras una pausa de sólo una fracción de
segundo para ajustar sus faldas, que se habían enredado de un modo deplorable,
corrió velozmente hasta los escalones de su puerta. . .
Y sólo entonces se dio cuenta de lo que él había dicho.
La próxima vez. Verían su placer la próxima vez.
¡Pero no podía haber una próxima vez! ¿Acaso no le explicó que las lecciones no
podían continuar?
Estaba a punto de volver al carruaje para asegurarse de que entendiera que no podía
haber una próxima vez cuando, para su consternación, la puerta se abrió de golpe y
apareció ante ella un Thomas de rostro tenso.
-Caroline- dijo con urgencia, deslizando una mano bajo su brazo.
Caroline lanzó una rápida ojeada por encima del hombro. El carruaje no se había
movido. Todavía había tiempo. . .
-Un momento, Tommy, hay algo que tengo que. . .
La mano de Tommy presionó su brazo.
-Tienes que hablar con mamá. Por favor. Te lo ruego.
-¿Mamá?
¡No! ¡El carruaje se iba! Perdiéndose de vista, lenta pero inexorablemente.
-Ella tiene uno de sus ataques- fue la sorprendente respuesta de Thomas.
Patricia Cabot Educando a Caroline
No. Ella estrechó su mirada. No era una niña en absoluto. Ella no podía decir cómo lo
sabía, pero de repente, lo sabía.
-Tommy, ¿Hurst sabe que vas?
Algo se tensó en la cara de su hermano. Pareció volverse pálido bajo su bronceado.
-No. Y no vas a decirle, Caro. No es algo a lo que quiera arrastrar a Hurst. No fue su
culpa.
Sus cejas se alzaron.
-¿Qué no fue su culpa? ¿De qué estás hablando, Tommy?
Él la miró.
-No le debes decir nada sobre mi viaje a Hurst. Prométemelo, Caro.
Caroline sacudió la cabeza. Había una sola razón para que su hermano deseara ir a
Oxford y no decirle a su buen amigo Hurst. Porque Hurst trataría de disuadirlo.
-No puedes pedirme que guarde un secreto al hombre con el que voy a casarme- dijo
Caroline, con firmeza-. Si no llevas a Hurst contigo, yo tampoco quiero que vayas. No
solo. No después de. . .
-Caro, no entiendes. . .
-No, no entiendo. No le diré a Hurst. Pero no voy a hablar con mamá para que te deje
ir- Caroline le dio la espalda, y empezó a subir las escaleras hacia su habitación-. Y
tampoco te molestes en pedirme dinero. No te prestaría ni medio penique. No estás en
nada bueno, te lo puedo decir. Es mejor que te quedes aquí.
Tommy se quedó en la parte inferior de la escalera. Podía sentir sus ojos clavados en
la parte posterior de su cuello mientras daba cada paso, pero a ella no le importaba.
Mantuvo sus hombros cuadrados, y su cabeza en alto. No le gustaba pelear con su
hermano, no ahora que ya habían crecido. Pero, ¿qué iba a hacer? Él se iría. Lo conocía,
y tan pronto como pudiera reunir suficiente dinero para un billete de tren, si no podía
convencer a su madre de prestarle el carruaje, desaparecería.
Su primera reacción fue contarle a Hurst, ¿sólo que cómo podía, cuando él le había
pedido que no lo hiciera?
Pero ¿por qué? ¿Tommy finalmente se habría dado cuenta de lo que Caroline ahora
sabía? ¿Que Hurst no era la santa criatura que había parecido al conocerlo por
primera vez? ¡Oh, querido Tommy! No había ninguna duda al respecto. Pero ahora que
los dos estaban a punto de ser hermanos de verdad, ¿Tommy sospechaba que su
amigo no amaba a su hermana, así como debía? ¿Acaso, se preguntó, sabía lo de
Jacquelyn? Seguramente no, o hubiera dicho algo a su amigo, o a Caroline, no podía
creer que su propio hermano, a sabiendas, le permitiera casarse con un mujeriego.
¿O era simplemente que Tommy pensaba que Hurst también trataría de detenerlo si le
contaba sus planes?
Esta decisión de viajar cuando estaba todavía tan débil, era una locura, y Caroline
sabía, a pesar de sus afirmaciones de lo contrario, que Tommy no estaba todavía
completamente recuperado. Él todavía dormía todas las mañanas hasta pasadas las
diez, su hermano, que siempre había estado listo y afuera de la casa antes que el reloj
diera las ocho. Y ella lo había visto hacer una mueca de dolor, en ocasiones, cada vez
que empujaban su costado en un atestado salón de baile. Él no podía manejar bien un
caballo, ni tampoco bailar demasiado en una sola noche. Incluso el bádminton parecía
un esfuerzo a veces.
Patricia Cabot Educando a Caroline
No, él no estaba aún lo suficientemente fuerte para emprender cualquier misión que
se hubiera asignado. Pero si él no quería escuchar las palabras de advertencia del
médico, o las protestas de su madre, o las dudas de Caroline, ¿cómo iba a convercerlo
de que no fuera?
No fue hasta que estaba de vuelta en su habitación, Bennington amablemente la
encerró de nuevo, después de decirle que Lady Emily finalmente se había cansado de
esperarla, y vuelto a su casa, y vio el pedazo de papel en su tocador que recordó a
Braden Granville.
Y así nada más, ella supo lo que tenía que hacer.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 21
Su misiva llegó a su oficina a la mañana siguiente con el primer correo, la letra cursiva
y femenina con la que se había escrito la dirección, la distinguía de las cartas de
negocios y la correspondencia legal que llegara al mismo tiempo. Braden la notó en el
momento en que se sentó en su escritorio, y rápidamente la extrajo del montón,
examinando el sobre pequeño, de color crema en la que se había doblado. Reconoció
la letra de inmediato como la de Caroline. Su caligrafía era escrupulosamente
pequeña, cada letra hecha con cuidado, como si todavía estuviera luchando por una
buena calificación en la escritura.
Se sentó a estudiar el sobre, extrañamente reacio a abrirlo, y furioso consigo mismo
por estar así. Él sabía lo que era, por supuesto. ¿Qué otra cosa podría ser? Sobre todo
después de lo que había ocurrido entre ellos en su carruaje el día anterior. ¿Qué había
estado pensando? ¿En nombre de Dios, qué había estado pensando?
No había estado pensando en absoluto. Ese era el problema. Algo se apoderaba de él
cuando tenía cerca a Caroline Linford. Era diferente a todo lo que le hubiera sucedido
antes. Antes, siempre con las mujeres había sido capaz de mantener un frío control
sobre sus acciones, sus emociones. El cortejo de una hembra atractiva era un juego, un
juego que había dominado siendo muy joven. O lo había pensado así, al menos. Lady
Caroline Linford le había demostrado lo contrario.
¿Por qué era que la mujer que más deseaba impresionar era la misma mujer que lo
llevaba a cometer tales actos de suprema idiotez? Lo que había ocurrido en el carruaje
era un buen ejemplo. ¿Qué había estado pensando magullándola de esa forma, como si
fuera una meretriz que hubiera recogido en el puerto? Caroline Linford era una dama,
una de las pocas mujeres que había conocido que verdaderamente cumplía con la
definición de la palabra. Y sin embargo, parecía que cada vez que lograba estar a
sesenta centímetros de ella, su único pensamiento era eliminar tantas piezas de su
ropa como fuera posible en el limitado tiempo que tenían juntos. ¿Qué clase de
manera era esa de tratar a una dama?
No era de extrañar que quisiera cortar todos los lazos con él. El bien merecía su
reprobación. Era una completa inocente, ingenua en su comprensión de la mitad de la
especie masculina, y él se había aprovechado de eso. La forma en que la había tratado
era imperdonable.
Y sin embargo, no había sido capaz de controlarse, más de lo que era capaz de dejar de
respirar. Quizás era justo también que ella pusiera fin a esto. Si él no podía controlar
sus instintos más bajos en su presencia, no merecía tenerla. Tal vez era cierto, lo que
Jacquelyn había dicho: Uno podía sacar al hombre de los barrios bajos, pero nunca los
barrios bajos del hombre.
Decidiendo eso, no importaba cuán elocuentemente se expresara, él no iba a permitir
que esto terminara de esta manera, con una carta. Pasó un dedo por debajo del sello
de cera que contenía la carta cerrada de Caroline, y la desplegó. Estimado señor
Granville, leyó. Bien, por supuesto. Ella tenía dificultad en llamarlo Braden.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Pero lo que vino después del saludo no era en absoluto lo que Braden había esperado.
Leyó la cuidadosa letra de Caroline todo el camino hasta el cierre muy impersonal:
Sinceramente suya, C. Linford y llevó su mirada a la parte superior de la página, y la
leyó de nuevo, seguro de haberse perdido algo.
Pero no había nada. No había nada de reproche aquí, nada en absoluto que indicara
que ella no quería volver a verlo. Ni una sola palabra de condena. Nada amargo, nada
cortante. En lugar de recriminaciones vino una solicitud. Una solicitud de lo más
inusual, pero a la que Braden podía adaptarse fácilmente.
Sacó una hoja de papel y comenzó de inmediato a escribir una respuesta que, si se
apresuraba, llegaría en el correo de vuelta.
Le gustaba mucho más de lo que debería, la idea de que podía ser capaz de hacer algo
por ella, algo que nadie más que él podía hacer. Esta debilidad que sentía por ella era
nauseabunda. Casi se alegraba que Weasel estuviera encerrado con su pierna mala: se
habría disgustado con el comportamiento zalamero de su patrón, y más aún porque
era muy poco habitual. Braden Granville no hacía méritos para ganarse a una mujer.
Hasta ahora.
Pero no podía controlarse. Una mirada a esos ojos castaños, y toda la compostura de
acero por la que era conocido, se desvanecía.
Era un poco después de las doce del día cuando llegó, sentado en lo alto de la silla de
un pacífico ruano, con la mirada barrer la pista de arena en que sólo unos cuantos
caballeros se dejaron de tomar su ejercicio por la mañana. Rotten Row era más
concurrido en las primeras horas del día por el tráfico ecuestre, pero Caroline había
dejado claro en su carta que desde su accidente, su hermano raramente estaba fuera
de la casa al mediodía. La hora de retraso, sin embargo, no impediría que el conde de
Bartlett hiciera su aparición en el parque. Él estaba decidido a no dejar que su lesión le
impidiera participar en todos los ritos y tradiciones de la beau monde que había
llegado a conocer desde que obtuvo su título.
Y, después de unos minutos de búsqueda, Braden lo vio. Ahí estaba él, tomándolo con
mucha calma sobre un rucio de buen aspecto. Estaba acompañado por un mozo de
mediana edad, pero si esta escolta no era especialmente del agrado del conde, o el
mozo era de carácter taciturno, parecía no haber ninguna conversación entre los dos
hombres, y el conde, en realidad , montaba un poco más adelante, con el rostro vuelto
hacia el sol del mediodía.
Braden dio a su montura un gentil golpe de sus talones, y la yegua se lanzó en un trote
servicial. Pronto estuvo a la par con el conde, y tiró de las riendas.
-Buenas tardes, milord- dijo con gravedad.
El joven le lanzó una mirada asustada. Cuando se dio cuenta quién lo había saludado,
el conde enrojeció. Braden vio sus mejillas encendidas por el rabillo del ojo. Era
sorprendentemente parecido a su hermana en la facilidad de sonrojarse.
-Gran. . . quiero decir, señor Granville- chilló Thomas Linford-. Oh. Nunca antes lo
había visto por aquí
-No- dijo Braden, con resignación-. No tengo mucho tiempo para montar a caballo.
-Por supuesto- asintió Thomas-.Lo necesitan en su negocio todo el tiempo, me
imagino.
-Absolutamente- Braden luego se volvió y miró al mozo, que iba justo detrás de ellos,
con la cabeza gacha, como si al hacerlo, podría parar las orejas para oír la
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Por supuesto que no. Me limito a sugerir que la historia que le dijo a su madre y a su
hermana sobre el asaltante podría haber sido una mentira para ocultar la verdad
sobre cómo le dispararon- Braden tuvo cuidado de mantener un tono neutral. Sin
juzgar. Limitándose a señalar un hecho-. No lo culpo en lo más mínimo por la mentira.
Si tuviera una madre y una hermana, yo les habría dicho exactamente lo mismo.
Muchos no saben, como sí, usted y yo, que los asaltantes raramente tienen acceso a
armas. Si se las arreglan para encontrar una, generalmente la venden. Incluso como
chatarra, una pistola deja más ganancias que lo que la mayoría de los ladrones pueden
conseguir en un año.
Thomas estaba en silencio, pero no tan de mal humor. Estaba escuchando
atentamente a Braden, y parecía estar debatiendo algo consigo mismo.
-La persona que le disparó- Braden, continuó- no era un asaltante. No sólo tenía fácil
acceso a una pistola, sino que era hábil con el arma. Había tenido práctica, y una muy
buena. No sólo eso, sino que respetaba su arma, manteniéndola en buen estado. Si no
hubiera sido así, hoy no estaría vivo, porque el tiro fue limpio, aunque un poco bajo.
Supongo que estaba destinado al corazón.
Thomas murmuró:
-Mi pie resbaló. Estaba por encima del muro, y mi pie resbaló. . .
-Eso fue bueno, también- dijo Braden-. Porque si se hubiera mantenido firme, no
estaríamos teniendo esta discusión.
-Fue. . . quemó- el conde parecía haberse ido lejos de Rotten Row, no físicamente, sino
en su mente. Murmuró:-. Cuando me dio. Me lanzó hacia atrás, y luego quemó. Y luego,
cuando me desperté, me dolía. Más que cualquier cosa que yo haya conocido.
-Sí, duele, ¿no?- dijo Braden rotundamente.
Eso lo trajo de regreso. Lanzó una mirada de sorpresa en dirección a Braden.
-¿A usted le han disparado antes?
-Muchas veces- dijo Braden sin alterar su voz-. A uno no se le conoce como el Lotario
de Londres, sin incurrir en la ira de un esposo de vez en cuando- luego añadió:-. Pero
nunca fui tan estúpido como para que un asaltante me dispare.
Y con eso, Thomas se dio por vencido.
-No fue un asaltante- dijo con desprecio-. Fue un duque.
-¿Un duque?- Braden no podría estar más sorprendido si Thomas hubiera dicho que él
mismo se había disparado- ¿Estaba usted en un duelo?
-No. Cartas- la voz de Thomas estaba llena de desprecio-. Un juego arreglado, estoy
seguro de ello. Lo llamé un tramposo. Y así, me siguió a casa y me disparó, supongo
que para que no le dijera a nadie que el juego estaba arreglado.
-Sólo que falló porque el marqués lo encontró.
-¿Me encontró?- Thomas soltó una risa amarga-. De ningún modo. Me había estado
siguiendo. Sospechaba que el duque podría querer matarme, y él. . .
El tono de Braden fue cortante.
-¿Lord Winchilsea también estaba jugando?
-Por supuesto. Él es el que me dejó entrar al juego. Las apuestas más altas de Oxford,
me dijo. Aunque no dijo que serían tan altas- tocó el lugar que la bala había atravesado
con una expresión irónica-. No tenía ni idea que las cartas estaban marcadas, por
supuesto.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-No puedo dejar que un hombre me dispare y se salga con la suya. Soy un conde. No
puedo demostrar semejante cobardía. Tengo mi orgullo, señor. Ahora que estoy
bastante bien, tengo que ir a verlo y exigir una satisfacción. . .
-Maldito sea su orgullo- dijo Braden-. Piense en su hermana, muchacho. Ella le
preferiría vivo y humillado que muerto y reivindicado.
De pronto, apareció un ceño fruncido en la cara del joven conde.
-Usted parece saber bastante acerca de los sentimientos de mi hermana- su tono era
acaloradamente acusador.
-No voy a negar que admiro a su hermana- dijo Braden, en un tono rígido, después de
un momento de silencio.
-Ella está comprometida para casarse- dijo Thomas rápidamente.
-De hecho. Y con un hombre que es responsable de que le dispararan- Braden habló de
nuevo sin ningún tipo de inflexión.
-¡Eso no es así!- el color inundó las mejillas del joven-. Hurst fue quien me salvó. Me
habría muerto si no hubiera sido por sus esfuerzos.
-Si no hubiera sido por sus esfuerzos- dijo Braden, con una voz no tan apagada ahora-,
no habría recibido un disparo en el primer lugar. ¿Cómo es que está tan ciego para no
ver eso? Esa bala le dio en el pecho, no en los ojos.
-No, Hurst no sabía- dijo Thomas con voz temblorosa-. Él me dijo una y mil veces que
no sabía que el juego estaba arreglado. ¡Y yo le creo!
-Evidentemente- dijo Braden, la furia quemando en su interior tan caliente, que su
yegua la sintió, y comenzó a moverse con nerviosismo. Pero todavía no se hacía de
manifiesto en su voz-. Evidentemente, usted le cree lo suficiente como para confiarle
su única hermana. Admito que no creo que para mí pudiera ser tan fácil saber que mi
hermana iba a casarse con un hombre que se relacionaba libremente con los gustos de
Seymour Hawkins.
-¡Prefiero verla casada con él- Thomas, por todas sus bravatas, sonaba mucho como si
fuera a empezar a llorar - que con el Lotario de Londres!
-Entonces, puede estar tranquilo- Braden se dio cuenta de que había despertado la
rebeldía del muchacho. No había sido su intención. Pero escuchar la verdad acerca de
Hurst lo había sacado de sus casillas-. Porque ella no tiene ninguna intención de
romper su compromiso con el marqués. Pero si usted fuera algún tipo de hombre,
milord, le diría la verdad. Ella tiene el derecho de saber exactamente qué clase de tipo
de marido se está consiguiendo.
-No puedo decirle- dijo Thomas pareciendo horrorizado-. Si Caro se entera de que
estaba jugando, ella. . . bueno, no sé lo que haría. Decirle a mamá, no me cabe duda. Y
ella me desheredaría.
-Yo no tengo una hermana- dijo Braden, tieso-, pero si la tuviera, le puedo asegurar
que mi fortuna no valdría más para mí que su felicidad.
-Caroline ama Hurst- le aseguró Thomas, con una confianza que Braden no estaba
convencido que realmente sintiera sobre el asunto-. Así como él la ama. Es un buen
hombre. Él se ocupará de ella. Apostaría mi vida en ello.
-Puede que tenga que hacerlo- dijo Braden.
-¿Qué significa eso?- la voz del conde se elevó una octava-. ¿Qué quiere decir con eso,
Granville?
-Jure que no volverá a Oxford- dijo Braden únicamente.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Por favor, dígale a mi hermano que no debe ir, había escrito Caroline en su carta
dirigida a él esa mañana. No sé por qué es tan importante para él volver a Oxford, dice
que hay algo que tiene que hacer allí. Pero no está tan bien como él piensa que lo está.
Por favor, dígale que no vaya. Él lo escucha. Piensa en usted como el Gran Granville. Él
hará lo que usted diga, estoy segura de ello.
Pero eso no fue así. El conde de Bartlett no haría lo que él dijo. Oh, él no volvería a
Oxford, Braden estaba bastante seguro de eso ahora. Pero él nunca le diría a Caroline
la verdad sobre el hombre con el que se iba a casar.
Y él acababa de jurar que tampoco lo haría.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 22
Ella no podía deducirlo por su respuesta a su nota. Su tono había sido perfectamente
impersonal. Se había limitado a declarar que estaría muy feliz de proporcionarle a
Lady Caroline toda la ayuda que le fuera posible.
Entonces había continuado diciendo que él la esperaba para la “lección” del día y
Caroline se había dado cuenta, con una sensación de hundimiento, que se había
olvidado de sus palabras de despedida mientras la había dejado salir de su carruaje el
día anterior. Lo que quería decir que pensaba continuar con el acuerdo, a pesar de que
le había dicho que no había ya ninguna razón para ello.
Y aunque debería haberle escrito de vuelta inmediatamente, recordándole que ya no
tenía ninguna obligación de cumplir con su parte del trato, no lo había hecho. En su
lugar, ella había abierto su caja de joyas, sacado el doble fondo, y añadido su carta a las
notas que había recibido de él el día anterior, colocándolas donde ningún ojo espía
fuera probable que alguna vez las descubriesen.
Cuatro de la tarde. Ella lo volvería a ver a las cuatro de la tarde. ¡Oh, ella era una
perversa! No tenía ningún derecho, ningún derecho en absoluto, de estar de pie aquí
vestida de blanco.
-Él no me dijo nada- dijo Caroline-. Pero no lo he visto desde que se fue a su paseo
matutino.
-Su paseo matutino- dijo Lady Bartlett dijo indignada-. Se supone que no debe montar
a caballo, y él lo sabe.
-Lo hace suavemente, mamá- dijo Caroline.
-Él no debiera ir en absoluto. El médico así lo dijo- dijo Lady Bartlett. Suspiró- . Él
tampoco me ha dicho nada más. Acerca de este asunto de Oxford, quiero decir.
Cuando le pregunté a Tommy justo antes de que saliera, él me dijo. . .
Algo en la voz de su madre, hizo que Caroline mirara en su dirección.
-¿Qué?
-¡Que me ocupara de mis propios asuntos!- el color de Lady Bartlett se había
intensificado-. ¡Imagínate! ¡Su propia madre! ¡Y él me dice que me ocupe de mis
propios asuntos! No sólo eso, sino que él me llamó. . .- bajó su voz a un susurro- ¡Gordi!
Caroline, que se había agachado para oírla correctamente, frunció el ceño.
-¿Perdón?
-¡Gordi! Ocúpate de tus propios asuntos, gordi, dijo. Sus palabras exactas. Casi me
desmayo en el acto, Caroline.
Caroline tuvo dificultades para no reírse a carcajadas.
-Lo siento, mamá. Pero estoy segura de que no lo decía en serio. . .
Violet regresó, parecía apenada.
-Le pido disculpas, señora. Pero no podía encontrar al señor Worth. Dicen que está
con otro cliente en la habitación de al lado.
-¿Otro cliente?- el encantador rostro de Lady Bartlett se volvió un tono más rosado-.
¿El señor Worth tiene más de una cita a la vez?
La modista sacó el dedo de su boca y dijo, con un fuerte acento francés:
-Monsieur Worth es un hombre muy ocupado, madame. Si no tomara más de un
cliente a la vez, nadie podría conseguir una cita en absoluto. . .
Lady Bartlett la cortó.
-Hice una cita para hoy, específicamente para la prueba final del vestido de boda de mi
hija. No tenemos ninguna intención de esperar. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
pero casi tan mala. No tengo ninguna razón para sentirme superior a ella. ¡Ninguna en
absoluto! Soy igual de perversa.
¡Y ambas- ambas-, vestidas de blanco!
-Es preciosa- dijo Caroline, a través de sus labios extremadamente secos.
Jacquelyn miró el encaje, hizo una mueca, y lo tiró.
-Lo odio. Es demasiado recargado. Granville me compró una tiara, usted sabe, y no
quiero tener nada que le reste valor. No es que algo pudiera hacerlo, por supuesto.
Tiene más de sesenta y cinco diamantes, ninguno menor de un cuarto de un quilate.
Caroline hizo lo que esperaba fuera una adecuada expresión de admiración, pero lo
único que podía pensar era: ¿Se fue a casa anoche y le hizo ese truco con los dedos a
ella?
Y entonces, para horror de Caroline, Jacquelyn, casi como si hubiera leído sus
pensamientos, dijo:
-Sabe, lady Caroline, no pude evitar notar que Granville y usted estuvieron bailando
juntos la otra noche en la casa de los Dalrymple.
Caroline tragó saliva.
-Sí- trató de decir, pero no salió bien. Tuvo que aclararse la garganta y volver a
intentarlo-. Quiero decir, sí. Le voy a comprar un arma. Para mi hermano. Para cuando
vuelva a la universidad. En el otoño.
-¡Oh, su hermano!- dijo Jacquelyn. Ella se trasladó a lo largo de la mesa, la cola de su
vestido de raso blanco, haciendo un sonido silbante detrás de ella-. Por supuesto.
¿Cómo está? Se ve mejor cada vez que lo veo.
-Lo está haciendo muy bien- dijo Caroline. Y si el prometido de esta mujer tuviera
éxito en su misión como le había jurado a Caroline que tendría, Tommy seguiría así
durante algún tiempo, o por lo menos hasta el siguiente plan insensato que se le
ocurriera-. Thomas está muy entusiasmado, ya sabe, con Bra. . . quiero decir, el señor
Granville.
-Bueno, él no es el único.
Caroline bajó su rostro, con la esperanza que Jacquelyn no se diera cuenta que se
estaba llenando de calor al rojo vivo. Ella lo sabía. Ella tenía que saber. ¿Qué más
podría indicar esa observación? Jacquelyn sabía exactamente qué sentía por Braden
Granville.
Pero ¿cómo podía evitarlo? Él no era como cualquier otro hombre que Caroline
hubiera conocido. No era como Hurst y sus amigos, dulcemente vacíos de cabeza,
pensando sólo en su próximo juego de cartas o en un vaso de oporto. Braden Granville
realmente la escuchaba, y parecía tener en cuenta sus opiniones con cierto grado de
seriedad- al menos cuando no estaba metiendo las manos por varias partes de su
ropa. ¿Cómo podía evitar alguna mujer interesarse en Braden Granville? Él era. . .
bueno, era extraordinario.
Lady Jacquelyn, de repente, habló de nuevo interrumpiendo las frenéticas reflexiones
de Caroline.
-Sabe, Caroline, es extraño, pero a pesar que usted y yo fuimos juntas al internado, no
siento que. . . Bien, no la conozco muy bien. Así que espero que no se lo tome a mal, si
le doy un pequeño consejo de mujer.
-¿Consejo?- repitió Caroline con los ojos muy abiertos.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Sí- dijo Jacquelyn. Se dio la vuelta y obsequió a Caroline otra de esas sonrisas
aterradoras-. De mujer a mujer. Usted ve, Caroline, lo sé.
Caroline sintió que nuevamente, se le subían los colores al rostro. No era una
sensación agradable.
-¿Lo sabe?- logró tartamudear-. ¿Sabe qué?
Jacquelyn sacudió la cabeza. Su pelo negro recogido en un complicado arreglo de rizos,
muchos de los cuales colgaban en la parte posterior de su cuello, balanceándose como
las hojas de un árbol de sauce. Eso es lo que era Jacquelyn, pensó Caroline, de repente.
Un sauce llorón, alto y delgado, doblado por el viento, pero nunca quebrado. Nada
podía quebrar a Jacquelyn.
-Sobre usted- dijo la mayor de las jónenes, con ligereza-. Y Granville. Usted nunca ha
sido muy buena para ocultar sus sentimientos.
El rubor Caroline se evaporó.Debía estar tan pálida como su vestido, pensó ella. Dijo lo
único que pudo pensar:
-No sé qué quiere decir.
La sonrisa de Jacquelyn, que había sido tan siniestra, de repente se volvió muy dulce
en verdad.
-¿No? No es nada de lo que tenga que avergonzarse, querida. No pudo evitarlo. ¿Qué
mujer podría evitar enamorarse de él? No se llama el Lotario de Londres por nada. Por
eso, ya ve, es por qué quería darle un pequeño consejo. Usted es un poco inocente, me
temo que puede quedar con su corazoncito pisoteado.
Caroline parpadeó.
-¿Quiere decir. . . quiere decir. . .?
-Sí. Sé que está enamorada de mi prometido- Jacquelyn sonrió amablemente-. Por
Dios, cualquier tonto podría verlo con sólo mirarla a la cara en algún momento en que
se mencione su nombre. Se coloca absolutamente roja, Caroline. Y quiero que sepa que
no estoy en absoluto enfadada por ello. Pero me siento obligada a advertirle, que
Granville no es. . . Bueno, él no es el tipo de persona, de la cual una muchacha como
usted debería enamorarse.
Caroline se sintió mareada de repente. De hecho, tuvo que alcanzar y agarrarse del
borde de la mesa en la que yacían todos esos metros de encaje. Si no hubiera tenido la
mesa de apoyo, estaba bastante segura de que se habría caído al suelo, ya que sus
rodillas parecían haberse convertido en gelatina.
¡Oh, Dios!, pensó Caroline.
Porque era cierto. Era cierto lo que Jacquelyn estaba diciendo. Ella sí amaba a Braden
Granville. Lo amaba como nunca había amado antes. El tonto enamoramiento de
colegiala que había sentido por Hurst había sido sólo eso, un desliz patético,
descolorido de un sentimiento, que tan fácil se rasgó en dos, como el encaje que
estaba agarrando mientras se aferraba a la mesa. Lo que sentía por el prometido de
esta mujer era tan fuerte y tan resistente como el grueso tafetán de su falda. Nunca se
desgarraría ni se quebraría. Sólo unas enormes tijeras podrían cortarlo.
Oh, Dios, ¿qué había hecho?
La vergüenza le pisó rápidamente los talones al mareo. Porque ahora sabía lo que
debería haberse dado cuenta todo este tiempo: no era mejor que Jacquelyn Seldon.
¿No se había estado comportando ayer en el carruaje de Braden Granville de una
Patricia Cabot Educando a Caroline
forma tan censurable como la de Jacquelyn y Hurst, esa noche en la casa de Dame
Ashforth?
No había ninguna diferencia. Ninguna diferencia en absoluto.
-Puedo ver que la estoy alterando- dijo Jacquelyn-. Pero debe saber, querida, por su
propio bien, que Granville. . . bien, él es sólo está jugando con usted. Para él no
significa nada. Sólo la encuentra. . . bueno, interesante, supongo. Él no ha tenido
mucha experiencia con vírgenes, sabe.
Nuevamente, ella tuvo que agarrarse más fuerte a la mesa. De repente sintió que podía
caerse de bruces. Necesitaba urgentemente una silla. Oh, Dios, rezó. Pase lo que pase,
no dejes que me desmaye frente a Lady Jacquelyn Seldon. No dejes que me desmaye.
Jacquelyn, notando la forma en que Caroline se asía a la mesa, con los nudillos blancos,
gritó:
-¡Oh, el perro! Él ha estado jugando con usted, no es así? Pobre, pobre Caroline. Bien,
se lo he advertido. Y sé cuán sensible es usted. Volverá a su adorable marqués ahora,
¿no? Por supuesto que sí. Piense cuánto le debe. Entiendo que él salvó la vida de su
hermano. Imagínese el escándalo si fuera a romper con él, después de todo lo que ha
hecho por usted y su familia. Tendría que salir de la ciudad, me imagino.
Caroline, plenamente consciente que ella no había pronunciado un sonido para
contradecir las acusaciones de Jacquelyn, trató de mover sus labios. Lo siento, quería
decir. Pero usted debe estar equivocada. No estoy enamorada de Braden Granville.
Pero no salió ningún sonido de su garganta. Era como si las palabras estuvieran
atrapadas allí, de la misma forma en que su pluma de bádminton a veces quedaba
atrapada en la red.
Jacquelyn alzó las cejas. Pareció darse cuenta que Caroline estaba tratando de decir
algo.
-¿Sí, querida?
Una mentira. Por eso, Caroline no podía decir las palabras. Porque eran una mentira.
Pero ella había mentido antes. Muchas veces, en realidad. Entonces ¿por qué no podía
hacerlo ahora, cuando realmente importaba?
Jacquelyn puso una mano reconfortante sobre su hombro. Esta vez, la sonrisa de
Jacquelyn llegó casi a sus ojos.
-Caroline- la sonrisa se ensanchó-, sé lo que está tratando de decir. Sé que usted es una
muy buena persona, que se enorgullece de cosas como la lealtad y la honestidad y la
bondad de las criaturas de cuatro patas y similares. Pero no tiene sentido negarlo.
Usted está enamorada de Braden Granville. Es perfectamente obvio para cualquiera
que la mira a los ojos. Lo ama tanto, que se rompe por dentro. Pero, afortunadamente,
aún hay tiempo para ponerle fin a esto, antes de causar algún daño real. Olvídese de él,
Caroline. Antes de hacer algo estúpido que pueda dañar su oportunidad de ser feliz.
Antes de que él le rompa el corazón, como ha roto el corazón de tantas jóvenes en
todo Londres. ¿Está bien?
Dañar su oportunidad de ser feliz. ¿Qué oportunidad de ser feliz tenía Caroline? Casada
con un hombre que no la amaba, por quien ella no podía sentir nada, nada, excepto
gratitud. ¿Qué clase de oportunidad de ser feliz era ésa?
Una vez había sido suficiente. Pero no ahora. No ahora que había llegado a conocer a
Braden Granville.
Patricia Cabot Educando a Caroline
¿Qué iba a hacer? Ahora fue la desesperación la que la hizo agarrarse a la mesa,
inclinando la cabeza y con la mirada fija en el dedo de su mano izquierda, el que
llevaba el anillo de la abuela de Hurst. Un anillo que ella no dudaba que se vería
mucho mejor en la mano de Jacquelyn.
De repente oyó que la llamaban. Alzando la mirada, Caroline vio acercarse a Violet,
llevando un sobre sellado.
-¡Oh, milady!-dijo apresuradamente-. Esto acaba de llegar para usted, por mensajería
privada. Está marcada como urgente.
Caroline miró el papel doblado en la mano de su criada. Era exactamente del mismo
tamaño y forma que el que había recibido ese día temprano, de parte de Braden
Granville. ¿Cómo había logrado rastrearla hasta la casa del señor Worth? Y luego otra
idea más preocupante, se le ocurrió. ¿Había fallado? ¿Había fallado al tratar de
convencer a Tommy de permanecer en la ciudad?
Pero entonces Violet le dio el sobre, y Caroline vio que no era de Braden Granville,
después de todo.
-¿Ninguna mala noticia, espero?- dijo Lady Jacquelyn, observando el rostro de Caroline
cuidadosamente mientras ella rompía el sello.
Caroline observó rápidamente la letra conocida.
Capítulo 23
-No quiero oír ni una palabra al respecto- dijo Jacquelyn con brusquedad-. Tienes que
hacerlo, Hurst, y tienes que hacerlo de inmediato.
Hurst, tumbado en una silla incómoda que, aunque se le había cambiado
recientemente el forro por una seda de color azul pálido, había estado en la familia
Seldon durante casi un siglo, sólo dijo:
-¿Debes gritar así? Tengo un terrible dolor de cabeza.
-Parece que tengo que gritar- dijo Jacquelyn, mientras caminaba delante de su silla-.
Porque claramente no quieres razonar. Te digo, Hurst, que es la única manera.
-Sí, pero, querida. . . - alzó la cara de sus manos, donde la había hundido, y la miró
miserablemente-. Es tan drástico.
-Los momentos drásticos requieren medidas drásticas- Jacquelyn se acercó a la repisa
de la chimenea de mármol y corrigió la posición de una lechera Dresden antes de dar
media vuelta y enfrentarse nuevamente a su amante-. Te digo, Hurst, tienes que
hacerlo.
Hurst se levantó de la silla y se lanzó, en cambio, boca abajo a través del brocado más
cómodo de un diván.
-Pero tú sabes que no soporto España.
-Bueno, entonces llévala a Francia- Jacquelyn, hermosa como siempre en muselina de
color rosa pálido, estaba parada por encima de la cabeza del marqués, con las manos
en las caderas-. Llévala a Bélgica. No me importa donde. Sólo cásate con la vaca tonta,
ahora, antes que ella cancele la boda. Te lo estoy diciendo, Hurst, ella va a hacerlo. Está
enamorada de Granville. Cualquier tonto puede verlo, con la posible excepción de
Granville mismo, que está tan obsesionado con ella, que no puede ver nada en
absoluto.
Hurst se dio la vuelta en el diván y miró irritado a su amada.
-No veo qué te hace pensar que Caroline está enamorada de ese bruto. Todavía
parecía muy enamorada de mí la última vez que la vi. Incluso quería que la besara.
La mirada de disgusto de Jacquelyn, que la había dirigido en dirección del marqués, se
profundizó.
-Claro que sí. La muchacha tonta no sabe lo que está sintiendo. Es por eso que el
tiempo es esencial, Hurst. Tienen que fugarse antes que ella se dé cuenta de nada. Aún
tienes una oportunidad con ella, si actúas rápido.
Hurst miró a los alegres querubines pintados en la ilustración del techo de la sala.
Odiaba la forma en que lo miraban de soslayo, burlándose de él. Porque él sabía que
no podía haber una fuga. La boda en sí, sin duda, se aplazaría, si es que se realizaba
alguna boda, después del funeral.
-Tienes que hacerlo esta noche- continuó Jacquelyn sin descanso-. Voy a hacer los
arreglos. Te vas a casa ahora, y recoger una maleta.
-No puede ser esta noche- dijo Hurst con cuidado-.Tengo algo planeado para esta
noche.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Jacquelyn dio una patada en el suelo. Ella no era la clase de mujer que fuera prudente
al enfurecerse. Si Hurst la hubiera mirado al responder y no al techo, él podría haberlo
puesto un poco diferente. Como fue, sin embargo, aún estaba mirando el mural del
techo, así que no pudo ver las nubes de tormenta que se avecinaban en el horizonte.
Jacquelyn se acercó rápidamente hacia él, se agachó, y le pellizcó la nariz con mucha
fuerza entre dos uñas perfectamente cuidadas.
-Te. . . fugarás. . . con. . . la. . . chica. . . esta noche- dijo entre dientes, con fiereza- o sufre
las consecuencias, amigo mío.
Alarmado, Hurst abrió un brazo, y se deshizo del agarre de Jacquelyn en su nariz. Se
puso de pie, y, tocando su ahora sensible napia, se lamentó:
-¡Ay! ¿Por qué tuviste que hacer eso, Jacks?
Los ojos de Jacquelyn se redujeron a dos hendiduras.
-Te lo dije. Te vas a casar con ella, y pronto, o ya verás.
-¿Cuál es la maldita prisa, Jack?- preguntó Hurst tapándose la nariz, adolorido.
-Ella está enamorada de Granville, ¿no lo ves? Y me temo que él siente lo mismo. ¡Y
ella no puede tenerlo! Sólo yo. Yo soy la única que puede tenerlo.
Hurst la miró con curiosidad. Él no era proclive a las reflexiones brillantes, pero en ese
momento, mientras estaba mirando a Jacquelyn Seldon, algo sucedió en su hermosa
cabeza, y él barbotó, como alguien saliendo de un trance:
-¡Jackie! ¡Estás enamorada de él!
Jacquelyn se puso colorada.
-No lo estoy. ¡Qué tontería!
Sin embargo, Hurst, no acostumbrado a tener alguna inspiración, de ningún tipo, se
sentía demasiado impresionado con él mismo y con su conocimiento recién
descubierto para dejar las cosas así.
-No, no. Lo estás. Puedo decir que lo estás. Estás ruborizada. Y nunca te ruborizas.
¡Dios mío, Jackie! ¿Cómo pudiste? ¿Granville?
Jacquelyn cruzó la habitación con tanta rapidez, que no tuvo ni tiempo de agacharse,
cuando vio la mano extendida volando en la dirección de su rostro.
Una bofetada. Jacquelyn lo miró con los ojos más oscuros y sin embargo, más
brillantes que jamás había visto.
-Habrá más de lo mismo- espetó Jacquelyn- si alguna vez vuelves a decir algo así. No
estoy enamorada de Braden Granville. ¡No lo estoy!
Hurst, sosteniendo su mandíbula punzante en la mano, miró a Jacquelyn con la
incredulidad reflejada en sus ojos azules como huevo de petirrojo.
-Lo estás- le gritó con una voz cercana a la histeria-. ¡Te has enamorado de él! ¡Del
Lotario de Londres! Dios mío, Jackie. Dios mío.
-¡Deja de decir eso!- gritó Jacquelyn.
Y cuando Hurst no lo hizo, se fue a la chimenea donde estaba la lechera Dresden. La
tomó, y la lanzó contra él con todas sus fuerzas.
Esta vez Hurst tuvo la previsión de agacharse. La estatuilla se estrelló sin causar daños
en la pared tras él.
-Eso es todo- dijo Hurst, cuando se hubo enderezado otra vez-. Eso es todo, Jackie. He
tenido tanto como puedo tomar. Braden Granville. Braden maldito Granville. Él no
tiene ningún derecho a poner un pie en las casas de la gente decente. Lo sabes. El
hombre es basura de Seven Dials, y no tiene la menor idea de cómo comportarse con
Patricia Cabot Educando a Caroline
sus superiores. ¿Por qué nadie ha sacado a este advenedizo y le ha dado la paliza que
tanto se merece. . .?
Jacquelyn, su cara aún manchada de rabia, gritó:
-Si le pones un dedo encima, Hurst- un solo dedo-, ¡le diré a la chica Linford! Te juro
que lo haré. Ella nunca se casará contigo entonces. Nunca.
Hurst se dio la vuelta y se dirigió a la puerta.
-¿Adónde vas?- Jacquelyn parecía desconcertada-. ¿Cómo te atreves a darme la
espalda mientras estoy hablando? ¡Hurst! ¡Hurst!
Cerró la puerta con tanta fuerza que la vaca Dresden de la lechera Dresden tembló en
la repisa de la chimenea, hasta que finalmente cayó en picada hacia la solera del hogar,
donde encontró la misma suerte que su dueña. Jacquelyn, al ver esto, soltó un grito de
angustia que convocó a la doncella, a la que pronto abofetearon por servilismo.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 24
Esa tarde había algo de ambiente de circo en las afueras de Old Bailey. Braden no se
sorprendió. Donde se garantiza que se pueden encontrar los criminales, los hombres a
quienes se les pagaba para juzgarlos, defenderlos y ahorcarlos, y la mezcla de estos
dos grupos tdendían a inspirar un aire de histeria constante. Abriéndose paso más allá
de un juez con peluca y un carterista cojo que llevaba, por algún motivo, un mono
chillando en el hombro, Braden, se preguntó por centésima vez, qué estaba haciendo
en el Tribunal Central de lo Penal, un lugar en el que no había estado, pues, desde su
juventud, cuando a él mismo lo habían detenido allí.
No es que a él en aquellos años, el Tribunal Central de lo Penal lo hubiera tratado muy
mal. Había tenido suerte, mucho más suerte que la mayoría de los chicos con los que
había crecido.
Sólo Josiah Wilder- el armero a quien Braden los tribunales asignaron como aprendiz,
y cuya viuda, Braden apoyaba y visitaba regularmente, quince años después- le
enseñó a Braden, en la parte trasera de su pequeña y concurrida tienda hace todos
esos años, mucho más que el funcionamiento interno de las armas de fuego. Para
Braden, fueron las lecciones que Josiah le enseñó fuera de la tienda lo que más le había
importado. Josiah Wilder le enseñó todo lo que Braden Granville sabía que tenía algún
tipo de importancia, desde cómo bailar el Sir Roger de Coverley, hasta la manera
correcta de sostener a un bebé recién nacido. Era a Josiah Wilder a quien Braden
sentía que le debía todo lo que tenía, y era al recuerdo de ese gran hombre que en
silencio alzaba una copa en la cena cada noche.
Pero eso no significaba que Braden encontrara especialmente agradable el lugar
donde había conocido al hombre que había cambiado su vida.
Pero no había más remedio. Había tenido que venir. Había recibido la nota de
Caroline, obviamente redactada a toda prisa, reiterando el hecho de que no se
requerían más "lecciones", y que no iba a poder encontrarse con él, como le había
pedido tanto el día anterior y en su respuesta a su carta relativa a su hermano, porque
su presencia era requerida en los tribunales.
Él había enviado de inmediato por su carruaje.
Bueno, ¿qué otra opción había tenido? Su nota lo había enloquecido. No hay más
lecciones. Ella lo había dicho en reiteradas ocasiones el día anterior, pero había
intentado no escuchar. No quería escuchar. Sin las lecciones, ¿qué control tendría
sobre ella? Ninguno. Se casaría con ese canalla de Slater- quien, Braden estaba
convencido, no era tan perfectamente inocente, como su hermano afirmaba-, y la
perdería para siempre.
Porque lo había prometido. Había prometido no decirle lo que sabía. Lo que
significaba que desde luego no podía decirle lo que sólo sospechaba, que el heroísmo
de su prometido se debió a una conciencia culpable. Slater podría conocerse mejor
con el Duque de lo que aparentaba. Braden sabía que una manera por la cual Hawkins
había sido capaz de atraer a grandes jugadores a su establecimiento en los Dials había
Patricia Cabot Educando a Caroline
señor- y cuando tomó nota de la denominación del billete que Braden le había
entregado, sus ojos se abrieron, y agregó:- ¡Muy amable de verdad!
El carruaje se alejó unos segundos más tarde, y Braden tomó la posición en la que éste
se había estacionado, cruzándose de brazos y tratando de ignorar la incesante
actividad en torno a él, muchos de las cuales consistía en actos que, en cualquier otro
lugar en Londres, habría dado lugar a una detención inmediata, pero ya que estaban
en frente del palacio de justicia, sólo provocaban carcajadas, ya que todos los policías
estaban ocupados en el interior del edificio, conteniendo las personas que estaban
recibiendo su castigo.
Un carrito de hielo se detuvo, un carro destartalado tirado por un jamelgo decrépito, y
su conductor informó a Braden que estaba de pie en su lugar. Braden sólo lo miró, y
después de un rato, el hombre decidió que no era su sitio después de todo, y se quedó
donde estaba, en voz alta pregonando su producto.
No podría haber sido un cuarto de hora después, antes que los ojos de Braden fueran
capturados por dos manchas de color muy brillante, y vio a Caroline y a su amiga,
Lady Emily Stanhope emergiendo de Old Bailey, sus amplias faldas cortando una
franja a través de la multitud como velas en el mar abierto. Para su sorpresa, encontró
que estaba esperando, con algún suspenso, ver cuál sería su reacción cuando lo viera.
Las reacciones de Caroline Linford eran tan variadas- y tan inminentemente
satisfactorias- que había comenzado a esperarlas expectante, como un niño que
espera ansioso vaciar una media de Navidad.
No se decepcionó cuando Caroline, aproximándose al lugar donde su carruaje había
estado, se detuvo en seco.
-¿Pero dónde pudieron haber ido Peters y Violet?- preguntó.
Luego, su mirada se posó sobre Braden, y vio esos enormes ojos marrones agrandarse
y llamear más que nunca. Entonces, como las ventanas de Westminster* cuando el sol
las golpeaba, las mejillas de Caroline lentamente se tornaron más rojas y más rojas.
Él sonrió, extraordinariamente satisfecho con su rubor. Había valido la pena la espera.
-¿Qué está usted haciendo aquí?- gritó, su voz ronca como si hubiera sido ella, y no su
amiga, que se hubiera congregado en Trafalgar Square, unas horas antes- ¿Y dónde
están mi chofer y mi criada?
Él sacudió la cabeza haciendo un chasquido con la lengua.
-Tanta suspicacia en alguien tan joven. ¿Qué le hace pensar que le he hecho algo a su
preciosa criada?
-¿Qué otra cosa puedo pensar? Ella estaba aquí cuando la dejé, y salgo para encontrar
que se ha ido y a usted en su lugar. Teniendo en cuenta lo que hizo la última vez. . .
Lady Emily, que había estado observando el intercambio con ojos sólo un poco menos
grandes que Caroline, interrumpió:
-¿Qué? ¿Qué hizo con ella la última vez?- preguntó con impaciencia.
-No le hice nada- respondió Braden.
-La hipnotizó- dijo Caroline al mismo tiempo.
Emily miró de Braden a su amiga y luego de Caroline a Braden, finalmente dijo:
*El Palacio de Westminster es el lugar en el que se reúnen las dos cámaras del Parlamento del Reino Unido (la Cámara de los Lores y la
Cámara de los Comunes). El palacio se encuentra situado en la orilla norte del río Támesis, en la ciudad de Westminster, en Londres,
cerca de otros edificios gubernamentales en Whitehall. También dispone de otros Castillos como lugares de interés.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Creo que ustedes dos deben querer estar solos- dijo finalmente-. Caroline, gracias,
pero creo que será mejor que me vaya por mi cuenta. . .
Para disgusto de Braden, Caroline extendió la mano y tomó el brazo de su amiga con
fuerza.
-Yo no-declaró-. Yo no quiero estar a solas con él en absoluto.
Emily parecía como si realmente hubiera preferido llamar a un carruaje de alquiler e
irse por su cuenta. Braden no podía culparla. Estaba seguro de que parecía tan
desesperado como estaba comenzando a sentirse. La desesperación no era algo en
absoluto a lo que estuviera acostumbrado cuando se trataba de mujeres, pero en él,
Caroline Linford parecía tener la habilidad de llevarla al límite.
Sin embargo, trataba de recordar que era por lo menos medio caballero, y dijo, con
una cortés reverencia:
-Yo estaría encantado llevarlas a ambas a su casa. Tengo mi carruaje, un poco más allá,
cruzando la plaza. Estaré feliz de dejarlas. . .
-¿Qué ha hecho con Peters y Violet?- interrumpió Caroline con aspereza.
Pero antes de que pudiera responder, lo interrumpieron nuevamente, esta vez por un
carruaje de alquiler que se detuvo tan abruptamente al lado del carro de hielo que los
pilluelos de la calle- que se habían reunido alrededor de la parte trasera del carro para
robar puñados de cosas interesantes- se dispersaron como las palomas a todas las
partes de la plaza.
Un segundo después, el conductor, pareciendo encantado de tener que espantar a sus
compañeros por un pasajero seguro, estaba ayudando a Emily- quien le había hecho
señales para que parara, luego de liberarse del asimiento de Caroline- a entrar en la
parte trasera de su carruaje.
Caroline abandonó abruptamente a Braden, y corrió hacia su amiga.
-Emmy- dijo con la cara llena de confusión-, el señor Granville dijo que nos llevaría a
ambas. . .
Emily arrojó una mirada a Braden por encima del hombro de Caroline.
-Y es realmente muy amable de su parte- dijo rápidamente-. Gracias por tu ayuda,
Caro, pero creo que ustedes dos deberían estar solos para, eh, resolver las cosas. . .
Braden vio a Caroline tomar aliento para protestar, pero Emily ya había instado al
conductor a seguir adelante. Cuando Caroline volvió a él, su cara estaba llena de
indignación.
-Mire lo que hizo. Usted la ha asustado.
-¿Asustado?- Braden se quedó atónito-. ¿Cómo diablos podría yo haber asustado a
Lady Emily? ¡Ella me asusta a mí!
Caroline lo miró.
-Tonterías. Usted debe haber levantado su despreciable ceja o algo para ahuyentarla,
cuando usted sabe- usted sabe perfectamente bien- que no puedo estar a solas con
usted. Nunca más. De hecho, ni siquiera debería estar aquí hablando con usted.
Alguien podría vernos juntos. . .
-¿Ah, sí?
Este era un interesante- un hombre menor podría haber dicho alarmante- giro de los
acontecimientos. Pero Braden Granville sólo dijo, tomándola de la mano:
-Entonces, mejor que nos vayamos. Mi carruaje está. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
-No. No.- ella tiró de los dedos que la sujetaban- ¿No lo ve? Todo acabó. Fue una gran
equivocación haber ido con usted en primer lugar. Le doy las gracias por todo lo que
ha hecho- se interrumpió, mirándolo desde bajo la sombra del ala de su cofia, y luego
preguntó, casi con timidez-. ¿Tuvo oportunidad de hablar con mi hermano?
-De hecho, lo hice- dijo Braden gravemente-. Ya no es necesario que se preocupe. No
va a ir a Oxford.
-Él. . . ¿De veras?- ella se volvió a mirarlo con admiración-. ¡Oh, gracias! Muchas
gracias. ¿Qué le ha dicho para que esté de acuerdo con quedarse en Londres?
-Oh, no mucho- dijo Braden casualmente-. No creo que particularmente quisiera ir en
todo caso, así que sólo era cuestión que alguien le señalara las ventajas de
permanecer aquí.
Caroline frunció el ceño.
-Bien, pensaba que eso era obvio. Pero quizás necesitaba oírlo de un hombre. Pobre
Tommy, con tantas mujeres cacareando sobre él. Debe sentirse muy manipulado.
-Él no mencionó eso- dijo Braden.
-Oh- Caroline pareció darse cuenta con un sobresalto que aún la mantenía tomada de
la mano. Comenzó a tirar de ella otra vez-. Bueno, gracias. Ha sido muy amable,
especialmente acerca de Tommy. Pero ahora me tengo que ir. Tendrá que
perdonarme. Yo. . .
Ella estaba tratando de arrancar su mano de la de él, pero era demasiado rápido para
ella. En un segundo, tenía su mano metida en el hueco de su brazo, donde la tenía
firmemente aprisionada.
-¿Qué es lo que tenemos aquí, entonces? ¿Motín?- preguntó tratando de parecer más
tranquilo de lo que se sentía.
Tiró en vano de sus dedos atrapados.
-Esto no es divertido, Braden- dijo ella-. No tenemos ningún derecho a hacer lo que. . .
bueno, lo que hemos estado haciendo. Es mejor que lo dejemos ahora y continuar
como estábamos, y espero que nadie se entere de lo estúpido que hemos sido. . .
Su voz se apagó, cuando ella se dio cuenta de la expresión de su rostro, la cual debe
haber sido extraña en realidad, a juzgar por la forma en que lo estaba mirando.
-¿Qué? ¿Qué pasa?- preguntó ella, alarmada.
Él todavía no se había recuperado de su sorpresa, y no podía, por su vida, dejar de
mirarla. Tampoco podía dejarla ir. No entonces. Tal vez nunca.
-¿Cómo me ha llamado?
Bajó los párpados mientras, avergonzada, ella miraba al suelo, a sus pies, cualquier
cosa, menos a él.
-Señor Granville- dijo sin aliento-. Quise decir señor Granville. Ahora vamos. . .
-Así no es cómo me llamó.
-Es cómo quería llamarlo- dijo ella, aún sin mirarlo a los ojos-. ¿Por qué no me deja ir?
Le dije que no puedo quedarme aquí con usted. . .
-Dígalo otra vez.
-Señor Granville. . .
-Dígalo otra vez.
-¡Oh, muy bien!- ella dejó de luchar y se volvió hacia él, las mejillas rosadas ahora no
de vergüenza, sino por el esfuerzo de tratar de librarse de él-. Braden. ¿Está feliz? Lo
dije. Braden. Ahora, ¿me hará el favor de dejarme ir?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 25
de irse con él. Suponía que ella no podría haber hecho mucho al respecto si se hubiera
dado cuenta. Cada carruaje de alquiler en la zona ya se había reservado, y todos los
ómnibuses estaban al máximo de su capacidad.
-La llevaré a la casa de Emmy- estaba diciendo Caroline, en tanto él se acomodaba en
el asiento junto a ella-. Ella tiene una casa de campo en Shropshire, donde puedo
enviar todos los caballos que rescato. A sus padres no les importa- les pago por
alojamiento y comida, por supuesto. Y tienen una pradera tan grande que apenas hay
diferencia, entre diez o veinte caballos pastando en ella. Tienen el más excelente mozo
de cuadra. Ha hecho maravillas con animales en peor situación que ésta, ya lo verá. La
tendrá trotando en la hierba en menos de un mes, se lo juro.
-A casa, Mutt, y con cuidado- dijo Braden a su chofer inclinándose hacia adelante, y el
carruaje de repente se puso en marcha.
Caroline alzó una mano para afirmar su cofia, que se había corrido hacia adelante con
el movimiento del carruaje.
-¿Adónde vamos?- quiso saber ella, como si recién se acabara de dar cuenta qué
estaba sucediendo exactamente.
-A casa por supuesto- dijo Braden.
-¿A casa? ¿Su casa?
-No me gusta el tono agudo de alarma que detecto en su voz- dijo con calma-. Tenemos
que ver al caballo, ¿no?
-Pero. . .- Caroline giró en su asiento, esforzándose por ver el camino que habían
dejado atrás.
-Envié su carruaje a su casa, Lady Caroline.
Caroline movió rápidamente su cabeza para mirarlo.
-¿Quién le dio permiso para hacer eso?- preguntó con enojo.
-Nadie- respondió, con un encogimiento de sus fuertes hombros-. Pero yo tenía que
hablar con usted, y ésa fue la única manera que se me ocurrió para hacerlo.
-¿Hablar conmigo?- su expresión se suavizó-. Oh. ¿Se refiere a mi hermano?
-Eso, y. . .otras cosas.
-¿Pero lo escuchó a usted, no?- sus ojos castaños eran cálidos a la media luz que se
filtraba por los lados de las persianas de las ventanas del carruaje, las que él mismo
había bajado. Al ver que Braden asentía como respuesta, ella dijo con un gran
suspiro:-. Sabía que lo haría. Estaba segura que si había alguien que podía disuadirlo
de tales tonterías, ese era usted. Gracias.
Ella le tendió la mano derecha. Braden la miró como si fuera algo desconocido. Y, en
realidad tal vez pensaba que lo era, porque le parecía muy extraño estar dándole la
mano a una mujer a quien sólo el día anterior, había tocado en un nivel mucho más
íntim, exactamente en este mismo carruaje. . .
-No me de las gracias- dijo. Su voz sonaba extraña, como si no fuera suya. Pero tenía
que decirlo. No había hecho nada para merecer su agradecimiento. ¿Qué había hecho,
sino usarla y para su propio placer egoísta? Al principio, la había rechazado, tenía que
admitirlo. Pero tan pronto como las cosas se convirtieron en un inconveniente para él-
en este caso, cuando Weasel había resultado herido- había capitulado, y desde
entonces, había sido su guía por un camino que, si él no le ponía punto final en breve,
provocaría su ruina.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Pero ¿cómo podía detenerse? ¿Cómo podía mantenerse alejado de ella, cuando cada
centímetro de él se moría por tocarla? Era un error. Lo sabía. Ella era una dama, bien
nacida y criada, mientras que él era. . . lo que era. No era correcto.
Y, sin embargo, no podía mantenerse alejado.
Ella se inclinó sobre el asiento, se armó de valor para tomar su mano en la suya, y la
apretó, un breve, cálido contacto.
-Gracias- dijo, luego bajó su mano de nuevo, y se volvió para mirar con preocupación
al jamelgo que arrastraban.
-¿Su mozo de cuadra sabe algo de cómo atender a un caballo tan enfermo como éste?-
preguntó Caroline.
Braden, aún sintiéndose un bruto, como si fuera él, y no el desdichado caballo, el que
fuera arrastrado detrás de su carruaje, dijo:
-No tengo la menor idea.
-Tal vez, debemos llevarlo a mi casa. Mi padre a menudo traía caballos enfermos y
heridos a casa, y nuestros mozos de cuadra son muy. . .
No podía decir qué lo hacía tan grosero, salvo que sabía que si iban a su casa, eso sería
el final. Él tendría que decirle adiós, y eso no sería capaz de soportarlo.
-No. Es mi caballo. Pagué por él. Se queda conmigo- dijo secamente.
-Bueno- dijo Caroline, mordiéndose el labio inferior. Y entonces, como él había
esperado secretamente que haría, dijo-, mejor que me vaya con usted, entonces, ¿no
cree? ¿Por si acaso? Quiero decir, he tenido mucha más experiencia con animales
heridos como éste.
Braden tuvo que morderse las esquinas de su boca para evitar que se curvaran.
-Si usted piensa que es lo mejor- dijo suavemente.
-Aunque todavía no entiendo- dijo Caroline despegando su mirada llena de
preocupación del caballo, y dirigiéndola a él, en su lugar- qué estaba haciendo en los
tribunales.
-He querido hacerle la misma pregunta - dijo Braden.
-Pero yo le expliqué lo que estaba haciendo allí. En la nota que le envié le explicaba
por qué no podía econtrarme hoy con usted.
-Usted explicaba que iba a ir a pagar la fianza de Lady Emily- dijo él.
-Así es. Y lo hice.
-Sin embargo, no explicaba por qué esa tarea debería recaer sobre usted- él la miraba
con tanta tranquilidad como podía, considerando que sus sentimientos cuando había
abierto su nota y visto donde tenía la intención de ir, no habían sido muy tranquilos,
en absoluto-. Hay varios lugares en Londres, Caroline, donde damas jóvenes como
usted no tienen ninguna razón para ir, y el Tribunal Central de lo Penal
definitivamente es uno de ellos.
No pudo evitar que una nota de ira se filtrara en su voz. Ella lo oyó, y esos ojos, que
habían mirado con tanta suavidad al caballo herido, se endurecieron.
-¿Por eso vino? ¿Para regañarme por ir?- preguntó con aspereza.
-Para asegurar su regreso- la corrigió, educadamente.
Soltó una pequeña risotada de incredulidad.
-Señor Granville, no tengo necesidad de un protector.
Braden levantó una mano en un gesto de interrogación.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿Por qué? ¿Porque ya tiene uno? Si es así, espero que no le importe que le pregunte. . .
¿dónde está él?
Su barbilla se alzó desafiante.
-Hurst ni siquiera sabía que iba a ir a los tribunales.
-Debería ser asunto suyo el saber. No es por ser ofensivo, pero cualquier hombre que
permitiera a su prometida frecuentar esa zona de la ciudad sin escolta, excepto por
algunos torpes criados, o es un demonio insensible o un imbécil.
Para su horror, de pronto esos grandes ojos oscuros se llenaron de lágrimas. Esa
barbilla, que aparecía antes obstinadamente desafiante, se estremeció.
-Ya le dije. Hurst no lo sabía- dijo ella pareciendo mucho más herida que la escuálida
bestia que remolcaban.
Braden, se desgarraba entre el deseo de detener las lágrimas que ya brillaban, como
joyas, en sus largas pestañas oscuras, y un deseo igualmente fuerte de decirle
exactamente lo que pensaba del estúpido con el que se había comprometido.
-Lo siento- dijo con brusquedad, cuando al fin pudo dominarse.
Ella no dijo nada de inmediato. No podía ver su rostro, porque se había girado de tal
forma, que quedaba oculto por el ala de su cofia de paja. Se sentó recriminándose
durante varios segundos y se preguntó por qué era que con cualquier otra mujer en
Londres, siempre había sabido exactamente lo que había que decir, pero con ésta
parecía que instintivamente decía cada vez todo lo equivocado.
-Pido disculpas, si parecía. . . censurador.
Para su sorpresa, ella dejó escapar una risa burbujeante, y lo siguiente que supo, era
que le mostraba rápidamente una sonrisa- tentativa, en el mejor de los casos, pero aún
una sonrisa.
-¿Dónde aprendió una palabra como ésa?
No muy seguro que las lágrimas verdaderamente se hubieran acabado, se encogió de
hombros, incómodo.
-No sé. Supongo que simplemente la recordé.
-Usted no sólo la recordó. Uno no sólo recuerda palabras como ésa. Las aprendió en
alguna parte. Sé que no fue a la escuela. Tommy me lo dijo. Entonces, ¿cómo las
aprendió? ¿De los libros?
Se encogió de hombros de nuevo, perdiendo interés en la conversación.
-Un libro, de cualquier modo. El diccionario.
Sus ojos, que siempre habían parecido un poco grandes para su cara, se agrandaron
como platos.
-¿El diccionario?
-Sí- dijo con impaciencia. Tenían tan poco tiempo. Esto no era lo que quería hacer
durante ese tiempo, hablar de su educación o la falta de ella. Había oído hablar a Jackie
de eso demasiadas veces-. El hombre de quien fui aprendiz tenía un diccionario. Solía
leerlo en la noche, antes de irme a la cama.
-Un diccionario- repitió Caroline, para mayor claridad.
-Sí- la miró, y observó que seguía con los ojos anormalmente grandes-. Piensa que es
extraño- a Jackie sin duda le pareció extraño, lo bastante extraño para que él la
hubiera oído comentarlo burlonamente una vez durante una cena.
-¿Leer un diccionario entero? ¿Y recordar lo que había en él? No tanto extraño como
extraordinario.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Sintiéndose incómodo, miró por la parte posterior del carruaje, aparentemente para
ver si la yegua había tropezado, pero en realidad para escapar de esa penetrante
mirada de ojos brillantes. Parecía admirada. Él no había hecho nada digno de su
respeto.
-Eso es algo que nunca ha sido un problema para mí- dijo, despectivamente-. Siempre
he recordado todo lo que he leído.
-¿Todo?
-Todo.
-¿Qué dije en mi nota?- exigió.
-¿Cuál?
-La primera.
-Señor Granville- dijo, citando fácilmente de la memoria-. Incluso si yo quisiera
reunirme con usted, lo cual estoy segura no sería del todo prudente, no podría, ya que
mi madre me encerró en mi habitación como castigo por haber estado con usted en el
jardín anoche en la casa de los Dalrymple. C. . .
Caroline, aturdida, tendió una mano, riendo.
-¡Basta!- gritó.
-. . .Linford.
-¿Cómo puede hacer eso?- preguntó ella, con desconcierto-. ¿Cómo puede recordar
cada palabra?
Se encogió de hombros.
-¿Cómo alguien no puede? Eso es lo que siempre me he preguntado. ¿Cómo es que
alguien puede olvidarse de alcanzar un objetivo que se había propuesto? No tiene
ningún sentido para mí. A menos, por supuesto, que el arma esté defectuosa. . .
-Usted es un hombre extraño, señor Granville. Pero bueno, creo- dijo Caroline.
Y luego, antes de que tuviera una oportunidad para intentar disuadirla de esa idea, no
podía ser bueno- no cuando se trataba de ella-, el carruaje se detuvo, y Mutt, en el
asiento del conductor, anunció:
-Estamos en casa, señor.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 26
para ser consciente del hecho de que su meriñaque se había subido, dándole una
altamente gratificante vista de sus bragas, que en ese momento estaban mostrando
sus torneadas pantorrillas y sus atractivos muslos hasta la tentadora y gruesa V
donde se unían.
-Oh, sí- dijo, mirando a las hojas de arriba de su cabeza, oscuras contra el cielo
crepuscular-. Veo muy bien lo que quiere decir. Uno no pensaría que está en la ciudad
en absoluto. No se pueden ver los edificios, sólo los árboles y el cielo.
Lo que ocurrió después fue totalmente culpa suya. Había sabido que iba a suceder, casi
desde el momento en que le había mostrado el columpio. Había estado en el fondo de
su mente, estaba seguro, desde que había visto a su hermano por la mañana. De
alguna manera, de alguna forma, tenía que hacer olvidar a Caroline Linford. Olvidar su
familia, olvidar su prometido, olvidar su próxima boda y lo que sucedería si la
cancelaba.
Y como no podía hacerlo en la forma que hubiera preferido, diciéndole lo que
sospechaba lo que su marqués había hecho, Braden sólo podía esperar a aprovecharse
de su debilidad, esa debilidad que sólo él, en todo el mundo, había logrado descubrir.
Y eso era que Caroline Linford era una criatura tan carnal como él, bajo todo ese
exterior virtuoso, los guantes blancos y esas elegantes enaguas de encaje. Ahora
pensaba que lo sabía desde el primer momento que la había besado, cuando él se
había dado cuenta que aquí, por fin, estaba lo que había estado buscando durante toda
su vida: una buena mujer, una mujer amable y honesta, cuyos grandes ojos, los más
hermosos del mundo, estaban unidos a la sensualidad más voraz que alguna vez había
encontrado, con la excepción quizás de la suya.
Pero, ¿cómo conseguir que lo admitiera, quitarse esos guantes blancos y aceptar el
hecho que ellos dos tenían que estar juntos? No había manera, excepto enseñárselo.
Y así lo intentó.
No lo hizo con mucho tacto, él sería el primero en reconocerlo. No había tiempo para
eso. En su lugar, se fue directo al grano, y en consecuencia se movió con toda la
velocidad que su juventud en Seven Dials le había enseñado. En un abrir y cerrar de
ojos, él estaba encima de ella, aplanando su meriñaque y aprisionando sus manos- las
que había levantado cuando lo había visto venir- entre las suyas.
-¿Qué cree que está haciendo? - jadeó ella, en tanto su peso la inmovilizaba donde
yacía- Usted no puede. . .
En realidad no tenía sentido dejarla terminar. Sabía por experiencia que Caroline,
mientras que en un primer momento, solía poner una resistencia simbólica a sus
avances, pronto perdía todo interés en negar, él estaba muy seguro, lo que ambos
querían. Y así, bajó la cabeza y, encontrando sus labios, silenció sus protestas.
Debajo de él, Caroline luchaba. No porque no le gustara lo que le estaba haciendo- sus
labios la hipnotizaban, así como sus palabras habían hipnotizado a su criada-, sino
porque le gustaba demasiado. Ella sabía, ahora más que nunca, que sus besos, divinos
como eran, también eran peligrosos. Le hacían entender la verdad de lo que Jacquelyn
la había acusado esa tarde, que ella lo amaba.
Razón por la cual no podía- no debería- permitirle hacer las cosas le que estaba
haciendo. . .
Sabía que todo lo que tenía que hacer era pedir que se detuviera. Lo haría. Sabía que lo
haría.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Pero era tan difícil. Era muy difícil decir basta, sobre todo cuando, por primera vez en
su vida, Caroline se estaba dando cuenta cuán absolutamente increíble era la
sensación de tener toda la fuerza del peso de un hombre sobre una. Ella no sentía en
lo más mínimo como si estuviera aplastándola, o que no pudiera respirar. En cambio,
sentía un delicioso calor por todo el cuerpo, pero sobre todo en ciertos puntos, puntos
que él aún no estaba tocando, al menos, no directamente.
Todavía no.
Pero entonces estaba tocándolos, muy directamente. No estaba segura de cómo se
produjo- la estaba besando tan profundamente, tan descaradamente, que sus
pensamientos se habían convertido en un revoltijo de breves, pero muy intensas
sensaciones: cómo él sabía a menta, cómo ferozmente su barba incipiente raspaba su
cara, y cuán probablemente habría marcas de quemaduras en toda su boca, como esa
noche posterior a la cena de los Dalrymple; cuán cuidadosamente se las había
arreglado para separar sus piernas con las rodillas, y ajustarse entre ellas, cómo había
murmurado su nombre de vez en cuando, con la voz más grave imaginable, cuando
levantó la cabeza para tomar aliento, antes de besarla de nuevo.
Y entonces, de repente, a través de la niebla que sus labios y lengua habían proyectado
sobre sus sentidos, Caroline se dio cuenta que sus dedos se habían abierto camino
dentro del corpiño de su vestido, e incluso había conseguido bajar la copa de encaje de
su corsé. Su mano callosa se cerró primero sobre un creciente pezón, y luego en el
siguiente, y Caroline, debajo de él, se sintió completamente impotente para detenerlo,
no a causa de su mayor fuerza y peso, sino porque ella no quería detenerlo. . . ni
siquiera cuando, con la otra mano, Braden comenzó a retirar sus bragas.
Exactamente, se las estaba quitando. Y a Caroline no le importaba. Todo, todo lo
demás dejó de importar, Jacquelyn, Hurst, su madre, todo. Le importaba un bledo, sólo
quería seguir besándolo, aferrándose a sus hombros enormes, y se preguntaba cómo
era posible que hubiera llegado a los veintiún años de vida y nunca haberse sentido
así antes, nunca se sintió tan realmente viva como en ese momento, bajo las estrellas
en el columpio del jardín de Braden Granville, que se balanceaba suavemente con el
movimiento de sus cuerpos.
Y cuando la tocó allí, donde la había tocado el día anterior, bien, ella no se opuso a eso,
tampoco. ¿Cómo podría, cuando se sentía tan bien, tan correcto? Ella quería que la
tocara allí, quería que la tocara allí más de lo que había querido algo en su vida.
Todavía sin aliento cuando lo hizo- aún se sentía tan extraño, tener los dedos de
alguien allí. Extraño, pero sin embargo, muy satisfactorio. Aunque no tan satisfactorio,
pensó, en su neblina de deseo húmedo, como si él presionara abajo, llenándola con sus
dedos, de la forma que había hecho en el carruaje. Y así se movió contra su mano, para
mostrarle lo que ella quería. . .
Pero entonces algo tan perfectamente asombroso sucedió que Caroline salió de su
estado amoroso. Porque cuando se movía contra él, sintió algo duro y largo, presionar
contra su muslo, a través de la suave tela de sus pantalones. Y de repente, comprendió
la inmensidad de lo que estaba sucediendo. Se dio cuenta que todo lo que tenía que
hacer era soltar algunos de los botones de sus pantalones, y no habría nada,
absolutamente nada para impedir que hicieran precisamente lo que había visto hacer
a Jacquelyn y Hurst en ese salón, hace no muchas noches. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
Y no sería diferente de Jacquelyn y Hurst, porque no podía haber futuro para ellos,
sólo el placer momentáneo. . .
Seguido de, en el caso de Caroline, por lo menos, una vida de culpa y remordimientos.
Con un sollozo entrecortado, se apartó de él.
-¡Oh, déjame!- gritó.
Braden, pensando que la había herido, aunque no podía imaginar cómo, obedeció de
inmediato. Pero cuando ella se puso de pie, estaba claro que no había nada malo con
Lady Caroline, al menos físicamente.
-Oh, Dios- murmuró ella, apresurándose a abrocharse la ropa que él acababa de
liberar-. Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios. . . .
Braden se incorporó en el asiento sintiéndose mareado. Su corazón bombeaba en su
pecho, y su respiración era tan fuerte y tan rápida como si hubiera estado en una
carrera. Su erección palpitaba, un doloroso recordatorio de su locura.
Nunca llegaría a ella. No de esa manera. Se dio cuenta de eso ahora, demasiado tarde.
Jadeando, la observaba tan detenidamente como podía en la penumbra. El sol se había
ocultado por completo, pero una nueva luna había surgido en el horizonte, y convertía
el cielo nocturno en un azul profundo y aterciopelado.
Era innoble de su parte, pero, no obstante, las palabras salieron.
-Él no te ama. Y sabes que tú no lo amas. Entonces ¿por qué. . .?
-Te dije por qué- ella se adelantó y acompañó la palabra le dije con un puño en su
hombro. El golpe no le dolió, pero sin duda lo distrajo del dolor de sus testículos.
-Sí- la palabra era un silbido en la oscuridad-. Tommy.
-Sí. Tommy. Y luego esta. . .- ella sacudió la cabeza, su pelo, revuelto por el brusco
contacto, cayendo de sus horquillas. Ella no podía decirle, por supuesto. Ella no podía
decirle lo que había llegado a darse cuenta. Era demasiado humillante. Pero ella podía
decirle una parte-. Vi a Lady Jacquelyn esta tarde, y. . .
Él estuvo de pie y fuera del columpio en un segundo.
-¿Y qué?- preguntó con urgencia-. ¿Qué te dijo?
-Ella piensa. . .- dijo Caroline a sus pies, perfectamente incapaz de encontrar su
mirada-. Ella piensa. . .
Él se dijo que no debía entrar en pánico. No había ni que decir qué mentiras podría
haberle dicho Jackie. Era capaz de todo. Pero no pudo haber sido tan malo, o Caroline
nunca habría permitido lo que había sucedido en ese columpio.
-Dime lo que ella te dijo.
-Ella dijo. . . Oh, Braden. ¿No lo ves? Si hacemos esto, no seré mejor que ella.
Se relajó. Culpabilidad. Eso era todo. Jacquelyn no le había dicho nada. Caroline sufría
de nada más que una conciencia culpable.
-Bueno, no te preocupes, cariño. Lo que ella dijo, sólo lo dijo porque está celosa. Ella ha
visto cómo te miro. Debe saber. . .
Caroline se alejó de él.
-Pero ¿no lo ves?- gritó-. ¿Lo qué que me hace? ¡Algo horrible! Tú y yo no somos en
nada mejores que Jacquelyn y. . . su amante. Incluso podríamos ser peores, porque por
lo que sabemos, Jacquelyn y. . . el hombre con quien la vi podrían estar enamorados.
Quizás no fueron capaces de controlarse. Quizás sienten una pasión incontrolable el
uno por el otro, una pasión ardiente que tienen que negar, mientras que lo de
nosotros. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Por supuesto, milady. Todo lo que quiera. Pero no necesitamos llamar a un carruaje
de alquiler. Estoy seguro que el chofer de mi hijo estará muy feliz de llevarla a su casa.
¿Quiere que la acompañe?
-¡Oh, sí!- dijo Caroline, echando una mirada nerviosa por encima del hombro. Braden
ahora estaba subiendo los mismos escalones que ella acababa de recorrer, con una
expresión que parecía amenazadora, por decir lo menos. Se volvió rápidamente hacia
Sylvester-. Si pudiéramos irnos de inmediato. . .- dijo con una creciente urgencia tanto
en el tono de su voz como en el modo que asía su brazo.
-Caroline- dijo Braden, su voz profunda cortando el aire de la noche.
Sylvester, sin embargo, estaba disfrutando de su papel de campeón recién descubierto
de campeón, y dijo:
-Voy a llevar a Lady Caroline a casa, Braden. Te veré cuando vuelva.
Braden ignoró al anciano, se dirigió a Caroline, en su lugar.
-Esto no ha terminado, lo sabes- le aseguró, con su voz más baja, más firme.
Pero si Caroline lo escuchó, no dio ninguna indicación. Siguió a aferrándose al anciano
Granville, permitiéndole guiarla a través de la casa y hacia la puerta, donde muy
pronto el carruaje que había llamado se divisó.
-¿Me has oído, Caroline?- exigió Braden, sintiéndose cada vez más desesperado,
mientras seguía a la pareja-. ¿Oíste lo que dije?
En la puerta del carruaje, Sylvester se volvió- ya había dejado a Lady Caroline dentro
de la seguridad del vehículo.
-Hijo mío- dijo con una sonrisa-, por supuesto que te oyó. Pero, obviamente, ella está
un poco molesta contigo en este momento. Yo lo dejaría, si fuera tú. Ya sabes cómo
son las mujeres. Ve a verla en la mañana. Estoy seguro de que estará encantada de
oírte entonces.
Y luego Sylvester golpeó en el techo del carruaje, y el vehículo se alejó, llevándose a
Caroline con él.
Era dudoso que en todos sus años de existencia, Park Lane oyera alguna vez un
lenguaje de la talla que Braden Granville soltó en ese momento en particular.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 27
Granville era todo virilidad, cierto, pero no era apuesto. Y cuando su rostro, como lo
estaba en ese momento, se retorcía de ira- los músculos de su mandíbula cuadrada
saltaban, esa ceja diabólica, la de la cicatriz, se alzaba prácticamente hasta la línea del
pelo-, era francamente aterrador.
-Yo sólo le dije la verdad- dijo, a la defensiva. Ella no se había levantado de su tocador,
sólo podía permanecer sentada en la banqueta con borlas frente a él, inmovilizada por
el miedo.
-¿La verdad?- Braden Granville la miró con algo que sólo podía llamar desprecio-. ¿Y
cuál es tu versión de la verdad esta semana, Jackie?
Lo miró parpadeando, un poco sorprendida al descubrir que le habían saltado
lágrimas a los ojos. Realmente. ¡Lágrimas! Jacquelyn no había llorado durante años, no
desde que murió su padre, y sólo entonces porque se había dado cuenta de que ya no
había nadie a quien solicitarle dinero semanalmente. Sensación de que era casi
demasiado bueno para ser verdad, Jacquelyn soltó un sollozo, y gritó:
-¡Oh! ¿Por qué tienes que ser tan cruel?
Braden no parecía particularmente impresionado por esas escenas.
-Jackie, si no quieres que te haga a ti lo que le hice a la puerta, es mejor que me digas la
verdad.
Esto, pensó Jacquelyn, era simplemente demasiado. Sus lágrimas olvidadas, se levantó,
tirando de la bata con fuerza alrededor de ella- con la fuerza suficiente como para que
ninguna curva de su cuerpo pasara despercibida.
-Tú bruto- dijo alzando con arrogancia su cabeza-. Sabía que me pegarías algún día.
Todos ustedes son lo mismo, todos los de los Dials. Piensan que golpear a una mujer
es la única manera de ejercer su poder sobre ella.
Braden parecía tan impresionado por su discurso como lo había estado por sus
lágrimas.
-Personalmente, prefiero la extorsión a la violencia física, cuando se trata de mujeres.
Jacquelyn, si no me dices lo que le has dicho a Caroline Linford esta tarde, la boda se
cancela.
A Jacquelyn se le cayó la mandíbula. Para una ocasión como ésta no había practicado
una expresión de antemano. Por tanto, la única que tenía no era una de sus mejores.
-¿Qué?- exclamó, su voz rompiéndose con la palabra.
-Ya me has oído- dijo Braden sombrío-. Dime lo que le dijiste.
-Tú no puedes. . .- Jacquelyn olvidó apretar su bata cerrada. Por el contrario, bajó las
manos lentamente a los costados. Tan grande fue su sorpresa, que ni siquiera se dio
cuenta- tú. . .- respiraba- no puedes cancelar la boda.
-En realidad, puedo- dijo Braden-. Ahora dímelo.
-Demandaré- parpadeó Jacquelyn-. En la corte. Por incumplimiento de promesa.
Él hizo un gesto de impaciencia.
-Adelante. No importa ya. Sólo dime lo que le dijiste.
-¿No importa?- se movió a través de la habitación, ahora no tan inconsciente de su
desnudez bajo la bata. Todo lo contrario. Le complacía que el diáfano material hiciera
su desnudez muy evidente para él-. ¿Cómo puedes decir eso, Braden? ¿Es eso lo que
quieres? Ver tu nombre en los periódicos, no por una nueva invención tuya, sino
porque estás siendo demandado por tu ex prometida?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Sacudió la cabeza, con la irritación de alguien que está siendo molestado por un
mosquito.
-No me importa nada, Jackie. Nada de eso me importa. Me importaba, voy a admitirlo.
La idea de pagarte medio penique me irritaba hasta la médula. Pero ahora. . .-
Lightwood no estaría contento con esto, pero lo haría de todos modos, dándose
cuenta ahora que no le importaba. No importaba nada, excepto Caroline- lo
consideraría un dinero bien gastado, si me libra de ti para siempre.
Estaba realmente impresionada. Era un duro golpe a su orgullo femenino. Ella dijo que
las primeras palabras que le vinieron a la mente.
-Pero yo te amo- murmuró.
Él levantó una mano para hacerla callar.
-No eso, Jackie. Estabas haciéndolo tan bien antes.
Ella no podía controlarse.
-Pero es verdad. Sé que no quieres oírlo. Dios sabe, el Lotario de Londres nunca ha
pronunciado esas tres palabras antes a alguna mujer. Pero son ciertas. Yo te amo.
La miró con curiosidad.
-Ahora, estás yendo demasiado lejos, ¿no te parece? ¿Me amas? No, Jacquelyn. Es
mejor así. La boda se cancela.
Jacquelyn lo alcanzó y lo tomó por las solapas de su chaqueta.
-Muy bien- exclamó, desesperadamente-. Te diré lo que le dije a Lady Caroline hoy en
Worth.
Él sonrió, una sonrisa suave, una sonrisa que casi le daba un aspecto atractivo.
-Ah. Eso me gusta más. Bien. ¿Qué fue, entonces?
-No fue nada, de verdad- dijo Jacquelyn, con una risa nerviosa-. Supongo que fue un
poco cruel, pero yo la conozco desde que estuvimos juntas en el internado, y ya sabes
cómo las jóvenes se molestan entre ellas. . .
-Sí. Me imagino que Caroline te estuvo molestando terriblemente, y no tenía más
remedio que tomar represalias.
Sin notar el sarcasmo, Lady Jacquelyn dijo:
-Bueno, por supuesto. Eso es precisamente cómo fue. Estaba bastante molesta, por lo
que le eché en cara, el hecho de que ella estaba tan dolorosamente enamorada de ti. . .
De pronto Braden la estaba agarrando por los brazos.
-¿Qué?- dijo entre dientes- ¿Qué has dicho?
-¿A Lady Caroline?- entonces, al ver su expresión, dijo con genuino asombro- Oh, no
me digas que no lo sabías, querido. Se puede ver en sus ojos en cualquier momento
que alguien dice tu nombre. Caroline siempre tuvo los ojos más inútiles. Puede leer
sus menores pensamientos en su mirada. . .
Su asimiento se intensificó.
-¿Y qué te dijo?- exigió, dándole una ligera sacudida- ¿Qué dijo Caroline le dijiste eso?
-Bueno, ella lo negó, por supuesto, cariño- Jacquelyn miró sus manos-. Braden, estás
arrugando mi bata, sabes.
-¿Lo negó?
-Bien, por supuesto, que ella lo negó. Por vergüenza, claro. Quiero decir, como yo muy
bien le señalé ¿qué querría el gran Braden Granville de la pequeña Lady Caroline
Linford? Después de todo- ¿el Lotario de Londres y la inocente y dulce lady Caroline?-,
es perfectamente absurdo. Por supuesto, ella dijo algo acerca de cómo pensó que tú
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 28
Tommy estaba agazapado en la oscuridad. Era difícil respirar. Demasiado difícil. Tan
difícil, que temía que lo escucharan. Tenía que estar tranquilo. Tenía que estar
tranquilo, y tenía que pensar.
Sin embargo, era imposible pensar. El corazón latía fuerte en su pecho. Pensó que
podría estallar. Sentía su palpitar como un tambor en sus oídos. Pero eso era todo lo
que oía. La pistola había sonado tan cerca, que estaba convencido que la explosión lo
había ensordecido.
Sabía que lo había ensordecido. Había tenido que mirar detenidamente a los labios del
hombre increíblemente grande que había abierto la puerta de la casa cerca de donde
ahora estaba ocultándose. No, el señor Granville no estaba en la casa. Al menos, eso es
lo que él pensaba que el gigante había dicho. Hubo un movimiento negativo de la
cabeza para acompañar a la respuesta del gigante a la siguiente pregunta de Tommy-
no, no sabía cuándo llegaba su patrón.
Y luego los labios gruesos se movieron rápidamente, con irritación. El gigante señaló a
un reloj de bolsillo que sacó de su chaleco. Las manillas indicaban que era pasada la
una de la mañana. Lárguese, amigo. Vuelva en la mañana.
Pero Tommy no se largó. Porque estaría muerto por la mañana.
Sabía la impresión que debía haberle causado al mayordomo, si es que eso era ese
hombre alarmantemente grande. Cubierto de barro, desde el momento en que se
tirado bajo ese carruaje frente de la sala de juego. Su corbata torcida, su chaqueta
desgarrada. Había restos de pólvora incrustados en la piel de su mejilla. Podía olerlos.
También sentirlas, decenas de verdugones. Ardían.
Pero al menos no habían logrado atravesarlo con una bala. No esta vez.
No podía decir quién le había disparado. Había habido la aglomeración habitual fuera
de la sala de juego, una multitud de personas, la mitad de las cuales estaban tratando
de entrar, la otra mitad, como Tommy, tratando de salir. En un minuto, había estado
empujando a través de la multitud, luego subiendo a la carroza que lo esperaba con
Slater justo detrás de él.
O al menos eso pensaba. Porque al minuto siguiente, se había tropezado, y
desparramado en el piso del vehículo.
Eso fue lo que lo había salvado. Tropezar. Una vez más, había perdido el equilibrio, y
su torpeza le había salvado la vida. El disparo había apuntado muy alto, por lo que la
bala le rozó la mejilla y se incrustó sin causar daño en los cojines del asiento, en lugar
de su cerebro, que era el objetivo.
Slater probablemente había gritado. Tommy suponía que debió hacerlo. Pero él no
había podido oír ni el sonido de su propia respiración después del primer disparo. El
mundo de repente, estuvo extrañamente silencioso. Ya no podía oír el ruido incesante
de la multitud que corría alrededor de su carroza, los relinchos de los caballos
nerviosos, el vozarrón profundo de su conductor, instando al tiro de caballos a
mantener la calma.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Él supo lo que había sucedido. Lo supo de inmediato. Y se había movido por instinto,
arrojándose a la puerta de enfrente de la carroza- sólo para encontrar, cuando bajó a
la calle, otro coche lleno de borrachos de su misma edad, bloqueando su camino.
No importaba. Se agachó y rodó debajo de él.
Y entonces se puso de pie y salió corriendo. Corrió hasta más no poder.
Él no sabía a dónde ir. A su casa estaba fuera de la cuestión. ¿Irse a su casa, cuando
alguien lo quería muerto? No. No pondría en peligro a su madre y a su hermana.
Después de las primeras calles, se había dado cuenta de que estaba yendo en la
dirección de las habitaciones de Slater. Sí, Slater lo ayudaría. Slater lo buscaría allí
primero. Espera ahí, pensó para sí mismo, mientras corría pasando a las sorprendidas
vendedoras de flores y a las damas de la noche. Espera a Slater. Slater sabría qué
hacer.
Y entonces sucedió algo extraño. Recordó la mirada de sobresalto de Braden Granville
esa mañana, cuando Tommy le había mencionado que Hurst había sido quien le había
presentado al Duque.
Y de alguna manera, cuando Tommy llegó a la calle donde el prometido de su hermana
había alquilado últimamente habitación, en lugar de golpear la puerta de la hosca
casera del marqués para que lo dejara entrar, se escondió en un callejón. Se había
quedado allí, jadeando en la oscuridad, tratando de recuperar el aliento.
Slater había estado detrás de él, ayudándole a subir al coche, con una mano en el codo.
Sabía que el marqués lo había creído más borracho de lo que realmente estaba. Pero
Tommy había renunciado a la ginebra desde la noche que le dispararon. Tomaba vino
con la cena, y la cerveza con el desayuno, pero desde su lesión, no podía soportar el
sabor del licor fuerte. En su lugar, le dio al camarero una guinea, y le susurró que le
trajera agua, sólo agua, pero en un vaso de ginebra como el ordenado por otros, sólo
con un toque de color naranja, para que pudiera diferenciarlo.
No había estado ni la mitad de lo borracho que Slater había pensado. Por eso, se dio
cuenta, con un escalofrío cada vez mayor, no estaba muerto.
No podía pensar a dónde ir. No podía ir a casa, y él no podía ir donde Slater. Pero no
podía quedarse en un callejón toda la noche, no sordo como una tapia, como estaba.
Tenía otros amigos. Estaba preguntándose cuál vivía más cerca cuando vio una
carroza que se acercaba- su carroza- conducido por Peters. Como Tommy observó,
Slater se bajó rápidamente del coche, y con grandes pasos llegó a su puerta principal,
donde se detuvo para golpear el grueso portal.
Y así fue como Tommy comprendió cuán sordo estaba. No podía oír los golpes. Estaba
parado sólo a unos pocos metros de distancia, podía ver la mirada de preocupación en
el rostro de su conductor, y, sin embargo, no podía oír los golpes.
La puerta se abrió. La casera de Slater parada allí con un chal y gorro de dormir, le
gritaba al marqués, a juzgar por los gestos retorcidos de sus facciones.
Pero Tommy no podía escucharla.
Debe de haberle asegurado al marqués que no había tenido visitantes, ya que Slater se
volvió, y se intrujo de nuevo en el coche.
Tommy, en su callejón húmedo, casi se adelantó entonces. Casi le hizo señas a Peters, y
subió junto a su viejo amigo. Porque no podía ser. Simplemente no podía ser. Slater
era su amigo, su mejor amigo. Se iba a casar con su única hermana, por el amor de
Dios. ¿Por qué Slater querría matarlo? Slater lo había salvado en Oxford, lo había
Patricia Cabot Educando a Caroline
sacado del borde de la muerte. Era ridículo pensar que tal vez quisiera lastimar a
Tommy.
Pero en el último minuto, Tommy se metió de nuevo en el callejón oscuro. Su carroza
moviéndose a un ritmo peligroso en una calle que, incluso tan tarde en la noche,
todavía estaba llena de actividad. Los dejó pasar, su corazón palpitando a un ritmo
frenético en sus oídos. Idiota, parecía decirle su corazón. Idiota idiota idiota idiota. . .
Algo le había impedido subir al coche con Slater.
No podía decir lo que era, más allá de la expresión que Braden Granville había tenido
aquella mañana ante la mención del Duque. El Duque, que ya le disparó una vez,
ciertamente no dudaría en hacer lo mismo otra vez. Pero él no había estado esa noche
entre la multitud. Tommy lo habría reconocido de inmediato. No se podía ocultar esa
tremenda mole.
No, no había sido el Duque el que le había disparado. Pero casi con seguridad, alguien
que trabajaba para él. Tommy estaba tan seguro de eso como estaba seguro de que no
podía oír a la vendedora de naranjas parada en la calle de enfrente, su boca se abría y
cerraba en un silencio misterioso en tanto ella vendía su mercancía. El Duque había
designado a alguien para asesinar al Conde de Bartlett.
Y Slater había estado justo detrás de él en el coche. Justo detrás de él. . .
No. Era imposible. No Slater. Slater no le había disparado. No lo haría.
¿Lo haría?
No importaba. No importaba quién había sido. Lo que importaba era que él estaba
vivo. Necesitaba seguir con vida. No podía ir a casa. No, allí él no estaría a salvo, ni
estaba dispuesto a poner las vidas de su madre ni de su hermana en riesgo al volver a
casa. Pero no podía quedarse en la calle toda la noche. Antes de su lesión, sí, pero no
ahora. No tenía la fuerza.
Pero tampoco tenía dinero. Se lo había jugado todo, y algo más, en las mesas de juego.
Él no podía pedir una habitación en cualquier lugar. ¿Dónde podía ir? ¿Qué podía
hacer?
Y luego, de repente, lo supo. Había un hombre en Londres que Tommy sabía con
seguridad que no estaba en la nómina del Duque. Un hombre en Londres en el cual
sabía que podía confiar por encima de todos los demás.
Así, se dirigió allí, utilizando los callejones traseros durante todo el camino.
Ahora, estaba acurrucado junto a la puerta del servicio, a la sombra de los empinadas
escalones que conducían a la puerta de Braden Granville, abrazándose a pesar de que
no hacía frío. Era una noche cálida, con una gruesa capa de nubes de lluvia, de color
rosa con las brillantes luces de la ciudad. Todavía no había empezado la tormenta,
pero lo haría. Lluvia, Tommy estaba convencido de que lo mataría, seguro como
cualquier bala. Estaba en estado de shock. Reconoció los signos en su temblor
incontrolable, chocando los dientes, su piel fría y húmeda. Tommy sólo podía rezar
para que antes del estallido de los cielos, Braden Granville llegara a casa.
Tenía que haber cabeceado, agazapado en la oscuridad, porque parecía como si
estuviera en medio de una oración por la lluvia, cuando de pronto una luz brilló en sus
ojos, y se dio cuenta que la puerta de entrada, en lo alto de los escalones, se había
abierto con fuerza.
Él dijo un nombre, o al menos pensó que lo hizo. Todavía no se oía a sí mismo-y salió
de las sombras. Un faetón parado junto a la acera, tirado por un magnífico tiro de
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rucios. Los árabes de Braden Granville, dando patadas al suelo con nerviosismo,
fijaban sus hermosos ojos en él.
Y en la lo alto de los escalones se encontraba el hombre mismo.
Él se había girado interrogante en la dirección de Tommy. La luz de su entrada
principal cayó de lleno en su rostro, que puso de manifiesto su asombro cuando
Tommy finalmente estuvo a la vista.
Braden Granville dijo algo. Pero Tommy no podía oírlo. Veía que los labios del hombre
se movían, pero no podía oír lo que decía.
Y entonces- Tommy no supo cómo se produjo- se estaba hundiendo, y unas manos lo
alcanzaron, tratando de mantenerlo en pie. Tommy trató de decirles lo que había
sucedido, sólo que no sabía si hablaba en voz alta, porque él todavía no podía oír su
propia voz.
Pero estaba seguro de que estaba llorando, porque sentía la humedad en sus mejillas,
y sólo tuvo tiempo de pensar que era algo lamentable, cuando un conde- incluso uno
joven- lloraba ante otro hombre, sobre todo ante un hombre como Braden Granville.
Y entonces todo se volvió negro, y lo último que recordó fueron los brazos de Braden
Granville rodeándolo, y sus labios moviéndose, su expresión ya no más de asombro,
sino de preocupación.
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Capítulo 29
Eran las diez en punto de la mañana siguiente, cuando Braden Granville alzó la
elaborada aldaba de bronce de la puerta del conde de Bartlett y la dejó caer
nuevamente.
Braden se dio cuenta que las diez de la mañana, era muy temprano para una visita
social. Las damas como Caroline Linford y su madre apenas se habrían levantado a esa
hora, o si lo hubieran hecho, recién terminarían sus baños o desayunos, o estarían
sentadas, tal vez, para escribir cartas. Cuán diferente de la su anterior vida en Seven
Dials, donde, a las diez de la mañana, el día ya había estado en marcha cinco o seis
horas antes, ya que todas las mujeres se levantaban al amanecer, a fin de preparar la
comida de mañana para sus maridos o padres y hermanos, o avivar el fuego para la
cocción del día, o ayudar a quitar la escamas de la primera pesca. . .
Y para Braden, que había sido incapaz de romper algunos de los hábitos que había
adquirido en los Dials, la diez era bastante tarde. Pero era muy consciente de que esto
no era una práctica popular entre las personas de su nuevo círculo, y así había
dominado su impulso de visitar a Caroline más temprano, aunque para ello le había
tomado todo lo que tenía, al igual que para no hacerle a la puerta de Caroline lo que le
había hecho a la de Jacquelyn.
Pero no habría destrozado la puerta de Caroline Linford, en absoluto, sin importar la
urgencia que tenía de verla. . .
Y su razón en este caso, según él, era muy urgente en verdad. No porque él deseara
calmar su preocupación a causa de su hermano, porque sabía que ella debía estar
frenética de preocupación. No, en absoluto. El muchacho estaba bastante bien. Él
estaba durmiendo profundamente cuando Braden salió de su casa para ir a la de
Caroline, sin lesiones más graves que quemaduras de pólvora y un zumbido en los
oídos que durarían sólo un día o dos.
No, era otra cosa mucho más urgente- para él, al menos- que el bienestar de Tommy lo
que le hacía estar ansioso por ver a Lady Caroline. Y ni siquiera era un deseo de
comprobar por sí mismo la verdad de la extraordinaria revelación de Jackie de que
Caroline Linford estaba enamorada de él. No, era algo incluso más importante que eso.
Pese a lo tan desagradable que había sido su entrevista con Jackie la noche anterior,
había una cosa en la que ella había tenido razón: nunca, en todos los años desde su
primer encuentro sexual, había pronunciado esas tres palabras que Jackie le había
acusado ayer de no tener cabida en su vocabulario.
A él ciertamente se las habían dicho, susurrado, incluso gritado, una o dos veces.
Muchas mujeres le habían dicho que lo amaban. Pero nunca había devuelto el favor.
Y no porque fuera incapaz de sentir amor. Había amado a su madre y a su padre, e
incluso a Weasel, a su manera. ¿Pero a una mujer? Nunca. Las mujeres que había
conocido, todas ellas habían sido agradables. Sin duda hermosas. Pero ninguna hasta
Caroline le había quitado el sueño, dando vueltas hasta la madrugada, recordando
cada palabra y gesto suyo. Ninguna hasta Caroline lo había hecho sentir tan
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completamente fuera de control, como si el mundo que una vez había pensado que
tenía dominado se le escapara inexorablemente de las manos. Ninguna hasta Caroline
había causado que su corazón, cada vez que la veía, diera un vuelco dentro de su
pecho.
Ninguna hasta Caroline.
Y por eso estaba de pie allí, a esa hora tan temprana, llamando a su puerta. Tenía la
intención de decirle lo que no le había dicho a ninguna otra mujer, lo que debería
haberle dicho esa última noche, sólo que había pensado que sus besos podían ser más
explícitos que las palabras.
Pero le diría hoy, y sería mejor que escuchara, porque sólo las diría una vez. Y si ella se
echara a reír, o peor, le diera la espalda de nuevo, él. . . bueno, él no sabía lo que haría.
Pero podía asegurar que nunca las diría de nuevo, esas palabras. Nunca.
Y entonces la puerta de su casa se estaba abriendo, y un hombre alto, de nariz
aguileña- el mayordomo, suponía Braden, aunque el individuo le parecía un poco
familiar, lo que le llevó a preguntarse si no se habían conocido antes- estaba
mirándolo altivamente.
-¿Sí?- articuló con lentitud.
Braden extendió su tarjeta con la misma altivez.
-Lady Caroline, por favor- dijo.
El mayordomo ni siquiera miró a la tarjeta.
-Lady Caroline, no está en casa.
Esto no era algo que Braden hubiera previsto. No que Caroline habría salido de la casa
antes de las diez. Por un momento, no creyó que lo hubiera hecho. Sin embargo, habría
dado instrucciones a su mayordomo para decir que ella no estaba en casa a cualquiera
que preguntara por ella.
Braden, quien aún sostenía su tarjeta, ahora la dio vuelta, y, sacando un lápiz de su
bolsillo, a toda prisa garabateó algo en el reverso.
-Tenga la bondad- dijo, cuando había terminado- de dar esto a Lady Caroline, y dígale
que la estaré esperando dentro de mi carruaje.
El mayordomo miró al gran carruaje negro que estaba debajo de ellos, en la calle.
-Le ruego me disculpe, señor, pero tendrá que esperar bastante tiempo. Lady Caroline
salió de la ciudad esta mañana. A su regreso, por supuesto, le informaré que usted
vino.
Braden miró al mayordomo con incredulidad.
-¿Dejó la ciudad?- repitió-. ¿Dejó Londres?
Pero eso era imposible. . . absurdo. La muchacha no podía simplemente irse.
-¿Dónde?- se oyó ladrar Braden-. ¿Dónde ha ido?
El mayordomo pareció desdeñoso.
-Realmente, señor, no estoy en libertad. . .
Braden no lo escuchó. Algo había comenzado a zumbar en su cabeza, como si hubiera
sido él, y no el conde, quien había estado demasiado cerca de la explosión de una
pistola.
¿Qué iba a hacer ahora? Caroline, al parecer, se había ido. ¿Pero dónde? ¿Y por qué?
Él sabía por qué. Él sabía perfectamente por qué. Él lo había estropeado. En su torpe
intento de hacerle olvidar a ese maldito prometido, sólo había empeorado las cosas.
Ella era tan diferente de las otras mujeres de su círculo de muchas maneras- con
Patricia Cabot Educando a Caroline
tantos escrúpulos de conciencia, sin afectación, sin un ápice de vanidad-, que había
olvidado que en cierta forma, era tan absolutamente convencional como la mayoría de
las jóvenes en el beau monde.
Y una de esas formas era su completa ignorancia de todas las cosas sexuales. Oh, sí
sabía cómo se hacía. Pero ella no sabía nada del placer que se podía tener entre un
hombre y una mujer. Y cuando se lo había tratado de mostrar, sin duda había logrado
excitarla. . .
Pero también, lo sabía por la forma en que había huido de él, la asustó a más no poder.
-¿Está Lady Bartlett en casa?- le preguntó al mayordomo sacudiendo la cabeza para
disipar el zumbido.
La mirada del mayordomo ahora pasó de desdén a abiertamente hostil.
-Lady Bartlett está enferma. Si desea dejar un mensaje para la señora, veré que ella lo
reciba.
Braden pensó en dejar un mensaje concerniente al conde. Pensó que sería lo
apropiado para Lady Bartlett el saber que su hijo, quien sin duda ella se había dado
cuenta que no había vuelto a casa la noche anterior, estaba bien.
Apropiado, pero no, Braden pensó, lo más sabio. Mientras menos personas conocieran
el paradero del conde, mejor, incluso si ello significaba que su señoría sufriría de un
poco de ansiedad.
-No- dijo Braden-. Ningún mensaje.
Giró para irse.
Y entonces, para asombro de Braden, el brazo del mayordomo salió disparado, apretó
su hombro con entusiasmo.
-¿Muerto?-El mayordomo bajó la vista hacia él, toda la altivez había desaparecido de
su rostro un poco estrecho-. ¿Eres tú?
Braden, sorprendido, miró al hombre. Y luego, de repente, dijo:
-Dios mío. ¿Wormy?
La expresión del mayordomo había cambiado de una de aburrimiento extremo a una
de agitado reconocimiento.
-Sí, soy yo- susurró, vacilante, con una rápida mirada por encima del hombro, al
interior de la casa.
-Dios mío. Casi no te reconozco, todo arreglado con traje y frac. ¿Cuándo saliste de
Newgate, entonces?
Palideciendo, Wormy Jones se deslizó de la casa, cerrando cuidadosamente la puerta
detrás de él, para poder hablar sin ser escuchados.
-Jesús, Muerto- dijo sacando un pañuelo de bolsillo de su chaleco para secarse la
repentina humedad de su rostro-. Tampoco te había reconocido con esa corbata.
¿Cuánto ha sido, entonces? ¿Veinte años?
-Al menos- dijo Braden-. Pero lo has hecho bien por ti mismo. La última vez que te vi,
Wormy, te arrastraban a la cárcel por el robo que. . .
Wormy rápidamente se llevó un dedo a sus labios.
-Shhh- dijo entre dientes-. ¿Qué estás tratando de hacer? Estoy limpio ahora, te lo juro.
Ha sido así desde que me soltaron la última vez. No estoy diciendo que ha sido fácil. . .
-No, me imagino que no- dijo Braden pensativo-. Pero tu suerte ha cambiado un poco,
¿no? Quiero decir. . .- él hizo un gesto con la cabeza señalando la puerta principal del
conde de Bartlett.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Wormy se estremeció.
-Oh, eso- dijo con desdén -. Sí, no es malo. Pero nunca habría conseguido el puesto
si’sa maldita Lady Bartlett supiera la diferencia entre una mula y un purasangre, y te
puedo decir que no la sabe. Pero los salarios son buenos, y me llevo bien con la
cocinera, así que. . . - se interrumpió con un filosófico encogimiento de hombros.
A Braden no le gustaba sacar provecho de una amistad tan antigua como ésta- ya que
él no había visto al tipo desde que él le llegaba a la altura de la rodilla- pero no se
había calmado nada su ardiente deseo de ver a Caroline.
-No creo que pudieras decirme ahora donde ha ido Lady Caroline, ¿o sí, Wormy?-
preguntó con toda la indiferencia que pudo reunir.
Wormy le dijo entre dientes:
-Ahora soy Bennington. Nada de lograr colarme en espacios muy estrechos nunca más.
Estoy limpio, te lo dije- miró furtivamente arriba y abajo de la manzana, como si
esperara que en cualquier momento la policía local viniera a atraparlo-. Mira,
compañero, no puedo decirte dónde se’ ido, porque no lo sé. Todo lo que sé es que me
pidió que la berlina la trajeran como a las seis de la mañana, y que los muchachos la
cargaran con sus maletas.
Una sensación extraña de impotencia se apoderó de él- una sensación que a Braden
Granville no le gustó en absoluto-, y cuando volvió a hablar, su voz se encontraba
ronca por la emoción.
-Debes tener alguna idea de dónde iba, Wormy.
El mayordomo sacudió la cabeza.
-Con sinceridad, no, Muerto. Aunque tenía mucha prisa por irse. Parecía como si no
hubiera pegado un ojo.
Qué bien conocía Braden esa sensación.
Luego Wormy se iluminó.
-Ya sé- dijo-. Si quieres encontrar a Lady Caroline, sólo tienes que preguntarle a Lady
Emily. Ella es una pendenciera. Te lo dirá.
Braden parpadeó.
-¿Lady Emily? Sí. Sí, supongo que ella lo sabría.
Wormy dio un paso atrás hacia la puerta, y luego echó una mirada en dirección de
Braden.
-Te juro que no te había reconocido, Muerto. Estás cambiado. Ahora tú eres uno d’ellos
-a la palabra ellos, él señaló con la cabeza atrás hacia la casa de nuevo.
-No- dijo Braden con firmeza, y sin el menor remordimiento-. Eso no es cierto.
Wormy parecía claramente decepcionado.
-Oh. Bueno, buena suerte entonces, Muerto.
Braden asintió.
-Igual a ti, Wormy. Quiero decir, Bennington.
Y entonces el ladrón se convirtió en un mayordomo una vez más, y se deslizó con la
barbilla en alto de vuelta a la casa.
Y Braden fue en busca de Lady Emily Stanhope.
Sólo que primero, por supuesto, había algo que tenía que hacer.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 30
-Creo que usted pueda aclararme, Lady Emily- continuó Braden Granville-, un asunto
en el que tengo el más personal y ardiente interés.
Emily tragó. Por supuesto, ella sabía que esto iba a suceder. Caroline le había
asegurado que estaba equivocada, pero Emmy lo había sabido. Una chica simplemente
no podía huir de un hombre como Braden Granville y esperar salirse con la suya. Eso
no pasaba.
Sin embargo, se lo había prometido a Caro.
-Esta es una sesión privada, señor. Usted no tiene ningún derecho a estar aquí.
Se alzaron esas oscuras, intimidantes cejas, incluyedo ésa con una línea blanca que la
atravesaba, una cicatriz de alguna antigua pelea a cuchillo, Emmy estaba muy segura.
Lástima que el que empuñó el cuchillo no hubiera sujetado la hoja un poco más abajo.
Entonces ella no estaría en esta posición terriblemente incómoda.
-¿Ningún hay derecho a estar aquí?- preguntó Braden Granville en tono divertido-. ¿Y
por qué no? Si soy un partidario del voto para las mujeres, sabe.
Emily parpadeó con asombro.
-Usted. . .usted no puede serlo- balbuceó-. Esto es un truco. Una estratagema para
conseguir que le diga dónde fue Caroline.
-No, en absoluto- dijo él y metió la mano en el bolsillo de su chaleco-. Es
absolutamente ridículo que la mitad de la población no tenga el derecho a tener voz en
su gobierno. Ustedes son, en su mayor parte, criaturas racionales. Más racionales, sin
duda, que la mayoría de los hombres que conozco. Me sentiría mucho mejor sabiendo
que nuestro gobierno estaría en sus capaces manos que en las de, por ejemplo, Lord
Winchilsea.
Aturdida, Emily sólo podía mirarlo, la boca levemente entreabierta.
-Si hay que pagar cuotas, entonces, por supuesto, las pagaré- comentó Braden
Granville-. Pero, entonces, Lady Emily, tendrá que reconocer que, como miembro que
paga cuotas de su organización, en realidad, tengo todo el derecho a estar aquí.
Emily vio con incredulidad como Braden Granville hojeaba a través de su billetera.
-Confío que esto será suficiente- dijo sacando un billete de cincuenta libras.
Emily fue a apoderarse del billete en la misma forma de alguien en un trance. Pero
Braden Granville lo retiró rápidamente fuera de su alcance.
-Espere un momento. Quiero saber lo que recibo a cambio de darle mi dinero ganado
con esfuerzo.
-Un certificado que lo acredita como miembro, por supuesto- dijo Emily con calma.
-¿Un certificado? ¿Por cincuenta libras?
-Bueno, y una banda.
-¿Una banda? ¿Qué voy a hacer con una maldita banda?
-Se supone que tiene que usarla. En nuestras reuniones. Dice Voto para las Mujeres en
ella.
-¿Eso es todo?
-No. Recibirá nuestras circulares mensualmente. . .
-Oh. Eso debe ser entretenido- dijo Braden-. ¿Explicará, tal vez, por qué esa mujer que
está allí está con una barba postiza?- y luego entregó su billete de cincuenta libras-. No
importa. No quiero saber. Sólo dígame donde diablos fue Caroline, y no me mienta.
Puedo reconocer inmediatamente cuando intentan engañarme. Siempre.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Emily parpadeó. Dios mío. Era cierto, entonces. Absolutamente cierto. El Lotario de
Londres. El Lotario de Londres estaba enamorado de Caroline. Caroline, su Caroline,
que no podía pasar delante de un mendigo sin darle la mitad de lo que estaba en su
bolsa, o de un caballo atado a un carruaje sin deslizarle un cubo de azúcar. Tenía al
libertino más famoso de Londres tan locamente enamorado de ella, que había estado
dispuesto a sumarse al movimiento por el sufragio de las señoras, porque su mejor
amiga se lo había dicho.
-Caroline fue a mi casa de campo en Shropshire, Woodson Manor- dijo Emily-. Ella dijo
que necesitaba estar sola, para pensar. No estoy segura si usted debería. . .
Pero Braden Granville ya había girado y huido de la habitación como un hombre con
un. . . bien, con un grupo de furiosas sufragistas tras él.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 31
Caroline se sentó frente a la ventana, mirando la lluvia que salpicaba los cristales, y se
preguntó si ella había perdido la razón.
Ciertamente, parecía que así hubiera sido. Porque, ¿qué otra cosa, sino la locura, la
habría hecho comportase con Braden Granville de la forma en que lo hizo?
Lo que había hecho era horrible. Peor que escandaloso. ¿Qué estaba pensando?
Y lo peor: todo había sido consecuensia de lo que había ideado ella misma. Lecciones
de cómo hacer el amor. ¡Realmente!
Bueno, al fin estaba sola. Rigurosamente sola, salvo el cuidador y su mujer, y los
hombres que cuidaban de los caballos. Pero todos vivían fuera. Lo que le sentaba muy
bien en realidad. Necesitaba paz y tranquilidad, soledad para pensar en su dilema, sin
distracciones, particularmente en la forma de Braden Granville.
Especialmente en la forma de Braden Granville.
Y ahora estaba sola, y estaba lloviendo, y ella tenía todo el tiempo que deseaba para
sentarse y pensar en su terrible error, y en cómo iba a arreglar las cosas otra vez.
Sólo que no creía que pudiera.
Lo vio ahora. Ella no amaba a Hurst Slater. Ahora sabía que nunca había amado a
Hurst Slater. Lo que había sentido por él no había sido nada más que agradecimiento,
primero, por haber salvado a su hermano, y luego que, entre todas las mujeres de
Londres, le había pedido a ella ser su novia. Se había sentido halagada por su atención,
excitada por sus besos- a pesar que habían sido sin pasión, ahora se daba cuenta- y
satisfacción al pensar que este apuesto joven marqués la quería a ella, y no a una
muchacha más bonita. Ella, de todas las mujeres jóvenes y hermosas que él conocía.
La quería a ella.
Y por eso, ahora sabía, no había llorado cuando lo encontró en los brazos de otra. Y por
eso era por qué no había buscado una pistola en una tormenta de celos furiosos.
Ella no lo había amado.
Pero eso, por supuesto, era la menor de sus preocupaciones. Un peso mucho más
fuerte en su conciencia que el hecho que no amaba a su prometido- y probablemente
nunca lo haría-, era el conocimiento de lo que Jacquelyn Seldon la había acusado ayer
en Worth, era cierto: ella estaba enamorada de Braden Granville.
Ella no quería estarlo. Era horrible saber que lo estaba. Ella lo amaba, a pesar de su
horrible reputación en lo que a mujeres se refería, a pesar del hecho que desaprobaba
casi todo sobre él, incluyendo su trabajo y estilo de vida. Ella lo amaba, a pesar de
Hurst, y sus atractivos ojos azules. Ella lo amaba, a pesar de todas las cosas que había
oído, de todas las cosas que Jackie Seldon había dicho. Ella lo amaba, lo había amado
desde ese momento en el pasillo de la casa de Dame Ashforth, cuando su corazón
había dado ese extraño vuelco en su pecho.
Ella lo amaba por ser todo lo que ningún otro hombre que conociera- con la posible
excepción de su padre- había sido: un hombre que se había hecho a sí mismo, que
había tenido la fuerza y la perseverancia para salir del arroyo, y llegar a la cima en su
Patricia Cabot Educando a Caroline
Pero luego se echó hacia atrás la capucha, y Caroline gritó. La persona debajo del
abrigo no era el vicario en absoluto.
Braden Granville cruzó el umbral, despojándose de la ropa que chorreaba, y dando un
empujón a la puerta con el pie la cerró detrás de él.
-¡Por Dios, Caroline!- dijo-. ¿Qué tienes puesto?
-Es. . .es un camisón. ¿Qué estás haciendo aquí?- balbuceó Caroline sonrojándose.
-¿Un camisón?- Braden miró a su alrededor y, al parecer porque no vio ningún
sirviente, colgó su abrigo en el pilar central de la escalera que se curvaba desde el
vestíbulo a los pisos superiores de la casa-. No creo que sea la vestimenta adecuada a
esta hora tan temprana- alguien podría llegar a la puerta-, y en particular con un clima
como éste. Debes estar congelada.
-¿Cómo me has encontrado?- exigió, con lo que esperaba fuera una voz autoritaria-
¿Qué estás haciendo aquí?
-Debería hacerte la misma pregunta- Braden miró a los muebles cubiertos, y los
candelabros envueltos en sábanas de muselina, y declaró:-. Este lugar es como una
tumba. ¿De verdad crees que puedes pensar seriamente aquí, Caroline? Es un
verdadero sarcófago.
-No es un sarcófago- dijo Caroline-. Simplemente está cerrada por la temporada. Y es
un lugar perfectamente razonable para venir a pensar. Especialmente ya que vine aquí
para estar sola.
Si él captó la indirecta, no lo demostró. En cambio, entró a la sala, arrodillándose al
lado de la chimenea apagada, donde se introdujo para abrir la compuerta de
ventilación.
-No creo que haya sido muy prudente, ¿verdad? ¿Qué pasa con los nefastos
malhechores de los que se supone Violet te defendería? ¿No crees que se encuentren
en el campo? ¿No crees que una mujer joven, sola, en una gran casa como ésta, vestida
con un camisón que deja poco, muy poco a la imaginación, no actuaría como un imán
para hombres como esos?
Caroline se acercó y se apretó aún más su bata perfectamente cerrada.
-¿Cómo me encontraste?- preguntó-. No le dije a nadie que iba a venir. A nadie,
excepto. . .
-Así es precisamente cómo te encontré- Braden, habiendo encontrado un poco de
madera, pareció tener la intención de prender un fuego para protegerse del frío
húmedo de la casa-. Lady Emily me dijo.
-¿Emmy te lo dijo?- Caroline no podía creer a sus oídos. Emmy, su mejor amiga, con
quien había compartido sus más profundos y oscuros secretos, ¿había revelado el más
íntimo de todos, y a este hombre, entre todas las personas?
-No, no te creo. Emmy no haría algo así- dijo Caroline.
-Ella es bastante razonable, sabes- dijo, mientras encendía cuidadosamente el montón
de yesca que había construido debajo de la pila de madera-. Mucho más razonable que
tú.
Caroline, todavía muy indignada, pero agradecida, en realidad, por el fuego, que
felizmente cobraba vida, y ya estaba enviando un calor muy necesario en dirección a
Caroline, dijo:
-He sido perfectamente razonable.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿Tú?- todavía estaba de rodillas ante el fuego, sobre la alfombra bastante raída de
piel de oso polar que la madre de Emily se había negado a tener en su casa de Londres,
pero que su esposo, Lord Woodson, había insistido en conservar, después de haberle
disparado a la criatura él mismo- en defensa propia, o así lo afirmaba- en una
expedición polar cuando era muy joven.
Cuando Braden miró a Caroline, ella pudo ver algo que se parecía mucho a un brillo en
sus ojos oscuros.
-Entonces, ¿por qué huyes?
-Te-te dije. Necesitaba tiempo para pensar. . .- balbuceó Caroline, desconcertada por
ese brillo.
-No ahora- dijo Braden-. Quiero decir anoche. ¿Por qué huiste de mí anoche?
-Oh- dijo Caroline, débilmente. No había esperado esa pregunta en particular-.
Porque. . .
-Porque ¿qué?
Ella no podía decírselo. No en la sala de Lord Woodson, con ella con su ropa de dormir,
y sus pies descalzos. ¡Cómo podía mirarlo a la cara! No le quedaba ni un ápice de
dignidad. A esto la había reducido. Ella estaba segura que en sus mejillas eran
evidentes las huellas de las lágrimas que había derramado. Sus ojos sólo podían estar
rojos e hinchados.
-Porque no puede ser. Sabes que no puede ser- dijo con voz ronca.
El brillo, se dio cuenta, desapareció abruptamente.
-¿Porque no soy de la nobleza?- preguntó en voz baja.
El dolor en su voz le llegó directo el corazón, y se encontró, sin ser consciente que se
había movido, hundiéndose en la gruesa alfombra de piel junto a él, y tomando su
mano.
-Por supuesto que no- dijo, manteniendo la mirada fija en la mano que sostenía en su
regazo, ya que le resultaba mucho más fácil mirar sus callos que sus ojos-. Sabes que
no tiene nada que ver con eso. Es cierto que parece como si viniéramos de mundos
diferentes, tú y yo. Pero no son tan diferentes. Mi padre no fue siempre un conde. Ni
siquiera fue considerado siempre un caballero. Pero, como tú, él lo era desde que
nació. Algunos hombres- sin importar cuán bajo han nacido- sólo lo son.
Se había quedado muy quieto en el momento que sus manos estuvieron en contacto
con los suyas. Ahora preguntó con una voz que ya no sonaba herida, sino aún
increíblemente suave:
-Entonces, ¿por qué?
Ella no tuvo que preguntar qué quería decir. Todavía estaba esperando oír el por qué
nunca podrían estar juntos. Como si él no lo supiera. Como si no hubiera sido la razón
por la que hubieran hablado al respecto, desde la primera vez que fue a verlo, ese día
en su oficina. ¿Tenía que decirle? ¿Tenía que decir las palabras Hurst Slater, Marqués
de Winchilsea?
Entonces lo miró a los ojos. . . y rápidamente desvió la mirada, aterrada. Había visto en
esos ojos oscuros, normalmente tan inescrutables, una expresión de tal desnudo
deseo que la dejó sin respiración.
Y fue entonces cuando comprendió que estaban totalmente solos en la casa, que no
había nadie alrededor en kilómetros y kilómetros, salvo sus caballos, y que afuera, la
tormenta se había intensificado, las nubes habían cubierto el cielo hasta dejar la tarde
Patricia Cabot Educando a Caroline
tan oscura como la noche y la lluvia azotaba salvajemente los cristales. Incluso si
hubiera querido, y ella definitivamente no quería, obviamente no podía arrojar a
Braden Granville a enfrentarse a un tiempo como ése.
-Oh, Dios- murmuró Caroline sin poder evitarlo.
Y luego, para su completo horror, sintió que con su mano libre retiraba una horquilla
desde sus enmarañados rizos, los que había estado demasiado cansada para cepillar.
-Oh- dijo de nuevo.
Él valiló, su mano, que se había alzado para sacar otra horquilla, se mantuvo en el aire
frente a sus ojos.
-¿Te lastimé?- preguntó, con curiosidad.
-No, sólo. . .
-Sólo ¿qué?
-Sólo desearía que no. . .
-Desearías que no, ¿qué?
-Tocaras mi cabeza de esa forma- soltó de improviso-. No es correcto.
Braden bajó la mano, pero su mirada, mientras él la observaba, era inescrutable.
-¿No quieres que te toque el pelo?
Ella asintió con fuerza, y al hacerlo, se dio cuenta la horquilla que había retirado había
sido crucial. Ya podía sentir la gruesa capa de rizos desparramándose.
-Es un error- dijo.
Había una tensión insoportable en su pecho, y estaba empezando a sospechar que
podría echarse a llorar en cualquier momento.
-¿No ves que es un error, Braden? Todo lo que hemos estado haciendo. . . es un gran
error. Yo cometí un error. No importa lo que digas.
-¿Es por eso qué escapaste?- preguntó con una voz llena de amabilidad, pensó ella.
-S-sí- aquí llegaron. Podía sentir las lágrimas acumulándose bajo sus párpados. Un
segundo después, la habitación se volvió acuosa, en tanto intentaba parpadear para
aclarar su mirada-. Yo no podía, no podía soportarlo.
-¿No podías soportar que te tocara?- el tono herido regresó a su voz.
-¡No!- ella alzó su mano libre, la que aún él no estaba sujetando, la que no estaba
acariciando con su pulgar, y se secó las lágrimas con el dorso de la muñeca-. No, no es
así en absoluto. Es que estoy comprometida para casarme, y es muy triste estar
comprometida para casarse con alguien. . . y, sin embargo, pensar en que. . . se ama a
otra persona.
Bien. Lo había dicho. Lo admitió en voz alta, por primera vez, lo que había sido un
peso tan enorme sobre sus hombros.
Y luego Braden Granville se aclaró la garganta, ¿era su imaginación, o sonaba muy
incómodo en realidad?
-Eso es muy interesante. Porque yo también encuentro triste estar comprometido
para casarse con alguien. . .- hizo una pausa, y Caroline, con las lágrimas todavía
temblando en sus pestañas, lo miró interrogante. . .Y era totalmente incapaz de
apartar la mirada. Algo en ella retenía la suya, con más fuerza que el imán o
pegamento más potente.
-Y yo sé- dijo, deliberadamente- que estoy enamorado de otra persona.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Esta vez, cuando su mano se movió hacia la cabeza de Caroline ella no se inmutó.
Tampoco tomó aliento para protestar. En cambio, se quedó inmóvil mientras Braden
alcanzó otra horquilla y le dio un suave tirón. . .
Y el pelo, en toda su gloria rubia oscura, se desparramó sobre sus hombros.
-Eso está mucho mejor- dijo Braden, con una voz tan profunda, que apenas reconoció.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 32
esta vez, cuando la arrastró hacia él, y sus dedos tocaron, por primera vez, su piel
desnuda, y no tela, el aliento de Caroline quedó atrapado en su garganta y su corazón
comenzó un ritmo tan frenético que podía sentir cómo hacía un eco estruendoso
dentro de las paredes de sus propias costillas.
Él la estaba besando, pero ahora lo hacía con más urgencia que fiereza, y sus manos,
en lugar de estar alrededor de su cintura o en su pelo, se ocupaban de las cintas y los
botones que cerraban su ropa de dormir. Por un momento, pensó que iba a rasgar su
ropa del mismo modo que se había arrancado la suya, pero era más suave que eso, sus
dedos que parecían casi reverentes, cuando le rozaban la piel. En menos tiempo del
que Caroline hubiera creído posible, ella estaba desnuda delante de él.
Sólo que el fuego era tan cálido, y sus manos tan capaces, que ni siquiera se dio cuenta
hasta que sintió la sorprendente emoción de su pecho desnudo contra el suyo. . . .
Eso fue algo tan inesperado y tan increíblemente maravilloso que Caroline, sin saber
lo que hacía, se apretó aún más cerca de él, en tanto esas manos masculinas, que
parecían complacerse con su desnudez, recorrían todo su cuerpo, como si estuviera
tratando de memorizar cada una de sus líneas y curvas. En un segundo, sus dedos
moldeaban sus pechos, su roce caliente, como el fuego que ardía a su lado. Al
siguiente, se habían trasladado a la curva de sus nalgas, ejerciendo una presión suave,
pero insistente que alzó su pelvis con fuerza contra la de él.
Y todo el tiempo, sus labios se movían sobre ella, devorándola, como si nunca fuera a
parar, no hasta que la hubiera saboreado entera, su boca, su garganta, incluso las
puntas rosadas de sus pezones. . .
Entonces, de repente, su oscura cabeza se levantó de donde había estado presionado,
entre el valle de sus pechos, y con su mirada fija en ella, Braden la comenzó a bajar,
lenta, pero inexorablemente, al piso. . .
O, más bien, a la gruesa piel blanca sobre la que había estado arrodillada.
Y aun entonces, Caroline no se atemorizó. Oh, bien, su corazón bombeaba con fuerza.
Pero también, ella lo sabía porque podía sentir los poderosos latidos con el mínimo
roce, el de Braden. No, Caroline no perdió el valor. . . no entonces.
Pero cuando él la había guiado con éxito al piso, y se quedó tendida sobre la gruesa
piel blanca, tan suave y cálida contra su espalda, con el pelo disperso detrás de la
cabeza como un abanico, y Braden, todavía de rodillas, sólo que ahora estaba entre sus
piernas, fue a los botones de sus pantalones, y liberó esa parte de él que había sentido
presionando con tanta urgencia contra ella. . .
Fue entonces cuando la valentía de Caroline voló rápidamente, como el agua de un
vaso roto. Simplemente, no veía ninguna posibilidad física de lo que iba a suceder. . .
bien, lo que estaba sucediendo.
Braden, podía decirlo con un vistazo, no tenía la menor duda. De hecho, parecía
perfectamente ajeno a su escepticismo. Sus manos estaban sobre ella, una vez más,
sólo que ahora la estaban tocando en ese lugar- oh, ese lugar- que había tocado antes,
enviándola a tan gloriosas alturas. Y se sentía glorioso de nuevo, sólo que
seguramente él no podía pensar. . . realmente no podría estar planeando. . .
Pero al parecer, lo estaba, ya que se estaba moviendo sobre ella, en la forma que lo
había hecho en el columpio la noche anterior, sólo que esta vez, estaba desnudo, así
como ella, y la sensación de su cuerpo contra el suyo era casi más de lo que podía
soportar, era tan intoxicante, sólo que no podía, realmente no podía. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
Caroline, aunque no había podido evitar llorar ante su tamaño, ante la inquietante
longitud con lo que la estaba llenando, ahora sabía que esas veces que la había tocado
con los dedos, y ella había sentido un deseo vacío en su interior, era esto lo que había
ansiado, esto lo que había estado deseando, casi desde el primer momento en que la
había tocado.
Esta comprensión debe haberse expresado en su rostro, porque con un sordo gemido,
Braden bajó su boca a la suya de nuevo, y comenzó a moverse dentro de ella- y no con
suavidad. Se movía como un hombre que había llegado al límite del escaso control que
mantenía sobre sus emociones más bajas, y ahora, con su rendición, se entregaba a
ellas. La penetró, como si con cada empuje, de alguna manera podría verter más de él
en ella. Incluso, una de sus manos rodeó sus caderas, alzándolas, de manera que
pudiera hundirse más profundamente entre sus muslos, embestirla más a fondo.
Y luego Caroline, ambos brazos alrededor de su cuello, su respiración saliendo en
jadeos entrecortados, sintió que su cuerpo se tensaba, como si fuera la cuerda de un
instrumento que un músico había elegido en ese momento para tensar. Su corazón
latía tan rápido que parecía que podría estallar, se apretó a Braden lo más que pudo,
permitiéndole llenarla, permitiéndole embestirla.
Y luego la cuerda se rompió, y pareció ir volando en un millón de direcciones
diferentes a la vez.
Verdaderamente. De repente, ella estaba volando a través de montañas y llanuras,
mares espumosos y áridos desiertos, a través de los congestionados salones británicos
y de los templos japoneses llenos de aroma a incienso, espaciosos palacios indios y
coloridas tiendas beduinas. Volando, literalmente volando a través de ellos, como si
fuera un pájaro, o un pasajero en una alfombra mágica. Era increíble, la cosa más
increíble que jamás había conocido.
Hasta que, con un sobresalto que era a la vez violento e infinitamente amable, volvió
en sí en el preciso instante que, con una especie de grito, Braden Granville se
derrumbaba encima de ella. Vio conmocionada que se encontraban en la casa de
campo de los Stanhopes, atravesados sobre la alfombra de piel de oso polar de Lord
Woodson, donde al parecer habían estado todo el tiempo.
La respiración de Braden, en particular, no era muy regular, sin embargo, le preguntó
con una curiosa expresión en su rostro:
-¿Estás bien?
El corazón de Caroline volvía a algo parecido a un ritmo normal, no así el de Braden
que pulsaba muy rápido y fuerte contra su pecho desnudo.
-Sí, por supuesto. ¿Y tú?- preguntó preocupada esperando que no fuera a sufrir una
apoplejía.
Parecía que encontraba su pregunta divertida, ya que estaba sonriendo cuando se
estiró y le ordenó algunos largos mechones de su cabello que cubrían su rostro.
-Yo estoy muy bien- dijo.
Y se quedaron en un silencio amigable por un momento, escuchando el crepitar y el
siseo del fuego, y la lluvia, que había amainado un poco, martillando las ventanas.
-Esto no era exactamente como deseaba que fuera, sabes- dijo Braden, después de un
tiempo con un ligero tono de disculpa.
Caroline, muy interesada en oír que el profesor había cometido un error, se incorporó
con cierta dificultad sobre sus los codos, y lo miró con intensidad.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿No?
-No. Por supuesto que no- habló Braden con una buena dosis de auto-reproche-. La
desfloración de una joven debería tener lugar en una cama, no en el suelo.
-¿Debería, realmente?
-Por supuesto. Tendrás que perdonarme, Caroline.
-Sin duda, lo intentaré- dijo ella con gravedad.
-Y ahora- dijo apartándose de ella, y alcanzando su bata, que estaba torcida bajo ellos-
colócate esto. . .oh, no, quizás mejor no, parece que absorvió algo, er. . . ¿Tienes otra?
-Arriba, en la primera habitación a la derecha- dijo Caroline, observando las pruebas
de su pecado, con las cejas arqueadas.
-Muy bien. Quédate aquí, y yo te la traeré. Entonces buscaremos la despensa para ver
si hay algo para la cena.
Caroline, sintiéndose bastante letárgica, no hizo nada por ocultar su propia desnudez,
mientras él se afanaba por colocarse nuevamente sus pantalones. Ella ya le había
revelado los secretos más íntimos de su corazón. ¿Por qué demonios se molestaría en
ocultar su cuerpo de él?
-Ningún sirviente vive aquí- le informó, en tono de disculpa.
-Gracias a Dios- fue la rápida respuesta de Braden.
-Sí, pero ya ves, tendremos que arreglárnolas solos en la cocina. Y debo confesar,
nunca he cocinado en mi vida.
Braden le sonrió.
-Afortunadamente para ti, yo sí- dijo.
Fue mucho más tarde, cuando Braden Granville levantó la vista del libro de sonetos
que había estado leyendo en voz alta y vio que se cerraban los ojos de Caroline. Sus
hombros subían y bajaban lentamente con cada respiración profunda y acompasada,
sus pestañas se curvaban, misteriosas contra sus pómulos, su cabello se extendía en
un arco de color ámbar sobre las almohadas.
Sonriendo, cerró el libro, y lo puso encima de la mesita al lado de la cama que
compartían. Era la primera vez que el sonido de su voz había puesto a una mujer a
dormir. No sabía si sentirse complacido o insultado.
Pero Caroline, suponía, no era precisamente del tipo-soneto. Era demasiado sensata
para dejarse llevar por la poesía. Y había tenido un largo día, muy agotador, aunque
parecía realmente feliz, por primera vez desde que la conocía. Al menos, ella había
parecido suficientemente feliz, sentada allí en la cocina de los Stanhopes, viéndolo en
tanto él cocinaba, y luego más tarde, mientras comían.
Y por supuesto, directamente después de eso, ella había parecido muy feliz, cuando
Braden, poseído por un repentino impulso le curvó la espalda contra la mesa y la
poseyó de nuevo, con vehemencia y rapidez. Ni una palabra de queja se escapó de sus
labios después. . . sin embargo, pensaba ahora, bien podría tener un motivo, ya que
aún no habían hecho el amor en una cama. Un carruaje, un columpio, una alfombra de
piel de oso, y una mesa rústica, pero ningún colchón hasta ahora. Tendría que
rectificar eso, a la primera oportunidad.
Pero a Caroline no pareció importarle. Se comportó como una mujer a quien le habían
sacado un peso de encima. Había desaparecido el velo de preocupación que parecía
llevar casi constantemente a lo largo de su relación. Era como si, finalmente, por decir
esas tres palabras- las palabras que tanto tiempo evitó decirlas a alguna mujer, hasta
Patricia Cabot Educando a Caroline
ahora, hasta Caroline- había destapado una botella, y una Caroline totalmente
diferente hubiera salido de ella.
Una Caroline muy diferente, ésta parecía no tener problema alguno. Ninguna madre
molesta, nada de amigas sentenciosas, ninguna boda en el horizonte. Ella no sabía, por
supuesto, del reciente roce de su hermano con la muerte- y Braden ciertamente no se
lo pensaba decir. El conde se estaba recuperando muy bien y estaba más seguro en la
casa de Braden en Belgrave Square, con Crutch y Weasel y el resto del personal de
Braden velando por él, que en cualquier otro sitio. Braden no había sentido ningún
reparo en dejarlo allí. Su única incomodidad era el no haberle revelado a Caroline la
última aventura de Tommy. . .
Pero ¿cómo podía decirle, cuando sabía que esa información la enviaría corriendo de
vuelta a Londres? Se lo diría en la mañana, se prometió a sí mismo. Por ahora,
permitile que siguiera siendo feliz sin pensar en el futuro, ni en el pasado y vivir
totalmente el momento.
Lo cual era la única opción real, considerando lo que les deparaba el futuro cuando
regresaran a Londres.
Sin apartar nunca su mirada del rostro dormido de Caroline, Braden dejó el libro de
sonetos, y fue hasta la cama para levantar un largo mechón de su pelo sedoso, que
examinó a la luz de las velas. ¿Quién hubiera pensado, reflexionó, que en esta joven de
aspecto inocente se escondían tales profundidades de pasión, tal pozo de sensualidad,
que a él- Braden Granville, el Lotario de Londres- lo había dejado atónito?
Fue con este pensamiento que Braden apagó la vela de la mesita de noche y se acostó,
envolviendo un brazo alrededor de Caroline, ajustando su espalda contra su pecho,
como dos cucharas, pensando en la suavidad de su pelo, que se había extendido a
través de las dos almohadas.
Un segundo después, la voz de Caroline sonaba en la oscuridad.
-¿Braden?
-¿Qué?
-Supongo que hay muchas otras maneras de hacer. . . lo que hicimos, temprano esta
tarde- dijo soñolienta.
Él parpadeó en la oscuridad, sin estar seguro que la había oído correctamente.
-¿Hacer el amor, quieres decir?
-Sí. Creo que deberíamos probarlas.
Braden normalmente no solía ser tan lento, pero había sido un día muy largo, y ya
habían hecho el amor dos veces, si así se le podía llamar a sus acoplamientos, que a él
le parecían más como explosiones de una pasión demasiado tiempo reprimida, en
particular cuando se tratataba de Caroline, que llegaba al clímax con más rapidez que
cualquier mujer que hubiera conocido.
-¿Probar qué?- preguntó.
Con sus ojos, que por fin se habían adaptado a la oscuridad, vio a Caroline girar la
cabeza hacia él. Por supuesto, no podía ver su expresión, pero su voz denotaba su
asombro ante su lenta perspicacia.
-Todas ellas.
Él parpadeó. Luego volvió a parpadear.
-Oh. Por supuesto.
Y él, resueltamente, iba a retirar las sábanas. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
Pero Caroline había rodado hacia él, con un suspiro de satisfacción, y un "bien",
pronunciado con voz totalmente somnolienta. Un segundo después, ella estaba
dormida de nuevo, con un brazo curvado posesivamente a través de su pecho.
Braden, sonriendo para sí en la oscuridad, se recostó contra las almohadas, y cerró los
ojos.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 33
Quizás era lo justo también. Hurst nunca la acepataría ahora, ni siquiera en una
bandeja de plata. Había sido usada, mancillada, el juguete de otro hombre. Sólo de
pensar en cómo había sido usada provocó que Caroline tirara la sábana sobre su
cabeza para ocultar sus mejillas encendidas.
Oh, Señor, ¿qué había hecho?
No se consolaba diciéndose que no había hecho nada peor que lo que el marqués le
había hecho a ella. De algún modo, sentía que lo que había hecho era peor. Para
Tommy, Hurst había sido un amigo leal y fiel, el mejor que nadie pudiera pedir.
Incluso si él había tenido un romance ilícito con Lady Jacquelyn Seldon- aun cuando ya
sabía que sus besos habían sido una pálida, patética imitación de algo real, las
palabras de cariño susurradas sin ningún significado en comparación con las
confesiones desgarradoras, viscerales de Braden, hechas con una voz, que había
escaldado para siempre esas palabras en su alma- no merecía ser tratado de esa
manera.
Caroline lo supo entonces. No podían simplemente fugarse. Por lo menos, tenía que
escribir a su madre. Ella no podía arriesgarse a que Lady Bartlett le diera una
apoplejía. Y Thomas, también, iba a necesitar una carta de explicación y de disculpa. Y
Hurst. . . . ¡Oh, Hurst! ¿Qué podía decir alguna vez para congraciarse con él?
Arruinada. Estaba arruinada. Caroline Linford, que hasta la noche anterior había sido
tal vez la chica más virtuosa de toda Inglaterra, decididamente ya no lo era. Y lo que es
más, se le había declarado el libertino más notorio de la ciudad, el Lotario de Londres,
Braden Granville.
Simplemente era demasiado para creerlo. No podía ser cierto.
Pero tenía la evidencia allí mismo, en la cama junto a ella.
Había empezado a salir de la cama en busca de pluma y papel, para poder comenzar
sus cartas de disculpas de inmediato, pero se distrajo cuando se dio cuenta que había
agarrado toda la sábana que los había cubierto, de modo que Braden Granville estaba
completamente expuesto a su mirada. . . expuesto y muy gloriosamente desnudo.
Caroline, que nunca había visto un hombre desnudo, bueno, a menos que contara sus
breves atisbos de la noche anterior, cuando había estado demasiado ocupada para
darle una buena mirada. Los hombres eran muy diferentes de las mujeres, siempre lo
había sabido. Pero precisamente cuán diferentes, nunca había tenido ocasión de
analizarlo. Pero ahora Caroline vio esas diferencias esenciales, y con no poca alarma.
Braden Granville no era conocido como un hombre apuesto. Caroline lo sabía. Pero,
mientras su rostro podía no ser tan atractivo- siendo, para el gusto común, demasiado
taciturno y pensativo, con una nariz que se había roto, obviamente, no una, sino varias
veces, y esa cicatriz, completamente blanca, que cortaba su ceja-, su figura era toda
virilidad y, aunque sabía que no debería admitirlo, agradable.
¿Cómo no poder apreciar el impresionante tamaño de sus bíceps, que incluso en el
sueño tenían un aspecto amenazante? Y esa oscura capa de vello formando un
remolino en su pecho, luego desplegándose a lo largo de ese estómago musculoso y
plano, y espesarse en un nido entre sus piernas, donde se hallaba ese objeto fascinante
que anoche le había dado tanto placer. Por supuesto, eso atrajo inmediatamente su
mirada, y no sólo porque el vello en el torso parecía estrecharse en una flecha que lo
señalaba. Realmente era un órgano de lo más extraordinario. Observándolo en su
Patricia Cabot Educando a Caroline
estado de relajación, Caroline se preguntó cómo pudo haberlo visto con la ansiedad
que lo hizo. En reposo, parecía casi. . . bien, inofensivo.
De hecho, Caroline se encontró sin poder creer que tal cosa, relativamente pequeña,
podría dispararse a proporciones tan enormes. Sus cartas de disculpas olvidadas por
el momento, extendió una mano vacilante- después de mirar rápidamente al rostro de
Braden, para asegurarse que seguía dormido-, y lo tocó.
Despertada su curiosidad, ella sólo quería. . . bueno, ella no estaba muy segura de lo
que quería.
Pero, ciertamente, no lo que ocurrió. Esa cosa empezó a crecer.
Caroline, lanzando una mirada nerviosa a los párpados cerrados de Braden,
rápidamente alejó su mano. Pero ya era tarde. Demasiado tarde.
Y entonces ella saltó de nuevo, esta vez con un grito, cuando una de las manos de
Braden se cerró sobre su muñeca. Al mirarlo con sus grandes y asombrados ojos, vio
que estaba completamente despierto, y sonriéndole de una manera de lo más
inquietante.
-Buenos días- dijo con una voz que era más profunda de lo habitual, y aún rasposa por
el sueño-. ¿Qué has estado haciendo?
-Nada- dijo Caroline con los ojos llenos de inocencia.
Pero la palabra terminó con una nota de alarma cuando Braden tomó su mano libre, y
luego la levantó hacia él. No la soltó hasta que quedó tendida sobre él.
-Ahora- dijo, como si la conversación de la noche anterior no se hubiera interrumpido
por nueve horas de sueño-. ¿Qué fue lo que estabas diciendo anoche que querías
probar?
Caroline se ruborizó. Por supuesto, no sólo porque era pleno día, y se estaba
refiriendo a cosas, por lo que sabía, la mayoría de la gente ni siquiera hablaba bajo el
manto reconfortante de la noche, sino también porque podía sentir ese órgano que
había despertado, largo y duro bajo ella.
-Yo. . .- empezó a decir, pero eso fue todo lo que salió, antes que él se alzara y atrajera
su boca sobre la suya.
Y entonces, realmente, la conversación se hizo imposible, porque su lengua estaba
haciendo una inspección exhaustiva del interior de su boca, como si sospechara que
allí todavía podía existir un terreno sin descubrir. Lo cual estaba bien para Caroline,
que se dio cuenta que no tenía muchas ganas de hablar, de todos modos. No cuando
sus dedos estaban levantando el dobladillo de su camisón, sus manos deslizándose
bajo él, hasta la longitud de los muslos, a través de su vientre plano, a lo largo de sus
costillas, y luego hasta sus senos, para provocar a sus pezones con la misma pronta
firmeza con que, aunque inocentemente, ella lo había provocado.
Caroline se preguntó, con la pequeña parte de su mente que todavía era capaz de
pensar cuando las manos de Braden Granville estaban sobre ella, qué era lo que la
hacía tan débil ante el más mínimo contacto de este hombre. Sólo tenía que besarla, y
ella sentía de golpe una oleada de deseo que la atravesaba y era tan violenta que la
dejaba temblando, húmeda a su paso. Incluso ahora, podía sentir esa tensión familiar,
esa humedad reveladora entre sus piernas, que significaba que estaba lista para él, y
todo lo que había hecho era besarla. Bueno, besarla, y tocarla allí, y allí, y, oh, allí. . .
Y luego, con la espalda arqueada de placer, los ojos medio cerrados de Caroline se
abrieron de golpe. Porque se había dado cuenta de que estaba tan lista para él, que ya
Patricia Cabot Educando a Caroline
estaba a mitad de camino dentro de ella, y no lo había notado, por lo húmeda que
estaba. Y luego su mano dejó sus pechos, y se instaló en cambio, en los huesos de su
cadera.
Sosteniéndola aún, su mirada nunca abandonando la suya, entró en ella por completo,
y eso lo sintió. Señor, sí que lo sintió: ella estaba llena de él, más llena de él, podría
haberlo jurado, que lo que había estado la noche anterior.
Y entonces él se movió, con deliberada lentitud, todavía sujetando sus caderas,
guiándola. Caroline no pudo evitar jadear ante esa gruesa dureza que se deslizaba con
cuidado hacia dentro y afuera de su vaina estrecha. Pero allí había suficiente terreno
resbaladizo como para no lastimarla. . . De hecho, todo lo contrario. Caroline sentía la
misma creciente excitación que había experimentado la noche anterior. Movió la
mano sobre ese pecho cubierto de un suave vello, para poder sentir su corazón
pulsando bajo su palma. Como lo había sospechado, latía con la misma urgencia que el
suyo.
Entonces Braden comenzó a tirar con impaciencia de su camisón por encima de su
cabeza.
-¿Qué estás haciendo?- preguntó desde dentro de los pliegues plateados del camisón.
Tuvo éxito en liberarla de esa endeble protección, y tirarla al suelo, antes de alzar las
dos manos a sus pechos nuevamente.
-Quiero ver. . .- dijo con una voz tan gutural de deseo que Caroline apenas la
reconoció.
Para ver donde estaban unidos, se dio cuenta Caroline rápidamente al seguir la
dirección de su mirada. Tendría que haber enrojecido de vergüenza, pero, bajando las
manos otra vez a sus caderas, y presionándola hacia abajo contra él, aceleró sus golpes
dentro de ella, y así, Caroline sólo soltó un pequeño gemido, en su lugar.
Y entonces un rayo de brillante luz solar que había encontrado su camino entre las
cortinas pareció rodearla, tragándosela en un cálido abrazo de velo blanco. Y no le
importaba en lo más mínimo, porque se sentía tan delicioso. Podía sentir los
diminutos rayos del sol lamiéndola desde su cuero cabelludo a la planta de sus pies, y
cada centímetro de ella tenso, deleitándose en la sensación erótica.
Y luego se desplomó sobre el pecho de Braden, absolutamente agotada.
Sin embargo, Braden no lo estaba. De repente, la había girado y, sin perder el ritmo,
penetró con tanta fuerza que pensó que podría romper la cama, ya que había
aprendido que a ella no podía romperla. . .
Y entonces, también, con un temblor convulsivo y un grito ronco, se derrumbó
pesadamente sobre Caroline.
-¿Braden?- dijo, después de un tiempo, cuando no se movió. Ella sabía esta vez que no
había sufrido una apoplejía, porque podía sentir su corazón latiendo muy fuerte, de
hecho, contra su pecho.
Él se apoyó en los codos, lo que fue un alivio, ya que Caroline había temido que su
mayor peso podría aplastarla.
-¿Sí?- preguntó con tono perezoso.
Ella miró sus ojos oscuros. Estaban soriendo al igual que sus labios. Parecía muy
diferente de esa primera vez que lo había visto, aquella noche donde Dame Ashforth,
cuando había puesto ese gesto aterrador, y parecido tan enojado. Lucía mucho más
joven ahora, más feliz y más relajado. Caroline se preguntó si ésa sería su mirada de
Patricia Cabot Educando a Caroline
casado. Si lo era, iba a ser un poco más difícil para ella desligarse de lo que había
pensado.
-Nada- dijo.
-¿Eso es todo?- él arqueó una ceja-. ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Nada?
Consciente de que debía haber sonado como una tonta, intentó:
-¿Hay algo para el desayuno, no?
La sonrisa se amplió, tanto en sus ojos como en sus labios.
-Veo que te mantienes obstinadamente poco impresionada por mis habilidades para
hacer el amor. Voy a tener que rectificar este problema de inmediato.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 34
debido a ello. Tenía la esperanza de que el conde arreglara las cosas con su hermana a
su debido tiempo.
Y podía ver que Caroline estaba intentando de tener una actitud positiva. Pero no
estaba en absoluto acostumbrada a ir en contra de los deseos de su familia. Pequeñas
rebeliones, por cierto: sus caballos, su apoyo a la causa de Emily, su búsqueda de
lecciones de cómo hacer el amor. Pero este tipo de insurgencia a gran escala,
claramente la perturbaba.
Y aunque no le gustaba que ella fuera infeliz, él sabía que no la habría amado ni la
mitad de lo que tan profundamente la amaba si hubiera sido lo suficientemente
insensible como para no importarle. Lady Bartlett era manipuladora, Thomas,
desconsiderado, y su prometido, un desgraciado idiota, pero ella amaba a cada uno a
su manera, y la idea de causarles dolor le causaba mucha angustia.
Y así, había tratado de hacerle olvidar sus problemas haciéndose el payaso, volteando
los huevos en la sartén- una habilidad que su madre le había enseñado antes de su
muerte- tirándolos tan alto como podía, con la esperanza de que uno finalmente se
pegara al techo, y especulando sobre lo que diría la cocinera de Lord Woodson cuando
regresara, y se encontrara huevos fritos en el techo.
Y parecía que estaba teniendo éxito en animar a Caroline, al menos en una pequeña
escala, ya que ella se reía de sus travesuras, e incluso fue tan lejos como para
intentarlo con su propia mano en la sartén. Cualquier mujer que perteneciera a la tan
llamada Sociedad Educada debería unirse a un juego tan tonto, en vez de ponerse de
pie y burlarse de él por eso, pensando que se había vuelto loco. De todas las mujeres
supuestamente aristocráticas que había conocido antes de Caroline, sólo Jacquelyn
había mostrado la una mínima chispa de humor, que la distinguía de las aburridas
socialités. Pero el ingenio de Jacquelyn siempre había sido a expensas de los demás,
sus ideas a menudo sacadas de escritores populares o políticos, pero nunca propias.
Caroline Linford, por otra parte, se reía con facilidad y frecuencia, y decía exactamente
lo que pensaba, sin apoyarse en nadie. Había sabido desde la primera vez que había
descrito su método poco ortodoxo de apoyar el movimiento por el sufragio de la
mujer, que Caroline era una original, muy diferente de cualquier otra mujer que
hubiera conocido antes. Lo que nunca había sospechado era el control que
eventualmente tendría sobre sus emociones.
Razón por la cual, cuando la campana de la puerta del servicio sonó a la mitad de su
preparación del desayuno, sintió su primer nudo de aprensión. La casa estaba cerrada.
¿Quién podría llamar?
Caroline estaba sosteniendo la sartén por el mango, sus brazos rodeándola en tanto le
enseñaba a sacudir la sartén sólo lo suficiente para elevar su contenido. Ella debe
haberlo sentido tensarse ante el sonido, ya que lo miró, sus ojos ya profundamente
marrones parecieron volverse una fracción más oscuros.
-Iré yo- dijo suavemente.
Él tomó la sartén, alejándose de ella para que no se diera cuenta de cuán
profundamente inquieto se sentía. Tenía los músculos de su estómago muy tensos, los
de su mandíbula ya saltaban de emoción contenida.
-No- dijo de manera sucinta, dejando la sartén-. Lo haré. Tú te quedas aquí.
Pero Caroline le sorprendió.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-No, yo lo haré- dijo con firmeza, apartándose un mechón de pelo suelto de su rostro-.
Estoy segura que es un mensaje de mi madre.
Y se fue con valentía a la puerta trasera.
Ése había sido su segundo error. El primero, no alejarla de inmediato de Woodson
Manor, podría perdonarse. Pero el hecho de que no hubiera pensado en interceptar
cualquier mensaje de Lady Bartlett, definitivamente no.
Sin embargo, dejó a un lado la sartén y la siguió hasta la puerta, en caso de que no
fuera un sirviente con un mensaje de su madre, sino uno de esos malhechores nefastos
que Caroline había mencionado, del que pudiera necesitar protección.
Sin embargo, sólo era Violet.
-Oh, hola, señor- dijo la muchacha, iluminándose en forma perceptible cuando lo vio.
Si pasó por la cabeza de la criada el preguntarse qué estaba haciendo su señora,
entreteniendo a Braden Granville, en la casa de campo vacía de su amiga, no pareció
molestarle. Ella le sonreía cálidamente.
Sin embargo, Caroline estaba lejos de sonreír al leer el contenido de la carta que Violet
le había llevado.
-Caroline- dijo, la aprensión que había sentido desde que escuchó la campana se
convirtió de golpe en total alarma ante su expresión horrorizada. No podía imaginar lo
que su madre había escrito. Algo sobre Thomas, suponía. Braden había dado
instrucciones al muchacho de no salir de su casa hasta que los hombres que Braden
había ordenado que vigilaran tanto al marqués como al Duque, consideraran que
estaba fuera de peligro. ¿El muchacho había tomado el asunto en sus manos? ¿Le
había ocurrido un nuevo desastre?
-¿Qué. . .?- comenzó a preguntar, pero cuando volvió su mirada hacia él, vio que los
ojos marrones estaban llenos de lágrimas y una mirada de tal dolida traición, que él
estuvo a punto de gritar.
-¿Cómo pudiste?- preguntó ella, con voz desolada-. ¿Cómo pudiste?
Braden no podía decir honestamente que no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
Lo que no podía imaginar era cómo su madre, entre todas las personas, lo había
descubierto.
-¿Cómo pude qué?- preguntó con cuidado.
-¿Cómo pudiste haber disparado a Hurst?- gimió Caroline, arrojándose sobre una
banqueta cercana, y la carta hecha una bola arrugada en el suelo-. ¿Cuándo me
prometiste que no lo harías?
Braden, consciente de que Violet estaba de pie en la puerta, parpadeando confusa, se
dirigió hacia la criada, y puso una mano sobre su brazo.
-¿Te importaría mucho esperar afuera por unos momentos?- dijo dando a la criada un
suave empujón hacia la puerta.
Violet, sin dejar de mirar a su señora que sollozaba, murmuró:
-Oh, pero Lady Bartlett dijo que llevara a milady a casa, de inmediato.
-Sólo unos momentos en privado, por favor.
Cerró la puerta tan pronto como consiguió que Violet la atravesara. Se inclinó para
recoger la nota arrugada. Desdoblándola, se quedó mirando la letra curva y fuerte de
Lady Bartlett.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Braden sentía que algo lo oprimía por dentro, y se dio cuenta, con una sensación de
vacío, que lo que sentía era algo que no había sentido en mucho, mucho tiempo.
Era miedo.
Se había ocupado, a lo largo de su vida, de todo tipo imaginable de problemas- en
general, con una pistola, pero a veces sin ella. Y él no era ajeno al de la variedad
femenina. Sabía que había dejado muchos corazones rotos, más de los que quería
recordar.
Pero esas mujeres se habían conformado fácilmente, por lo general con un brazalete
de diamantes o unos pendientes.
Pero el corazón de Caroline, que él consideraba más preciado que el suyo, no era tan
fácil de arreglar.
Intentó una disculpa.
-Caroline, lo siento- dijo, sabiendo que su desesperación se traslucía en su voz-. Pero,
por si sirve de algo, él sacó su pistola primero. Tuve que defender mi. . .
Caroline alzó su rostro de sus brazos.
Él se alarmó al ver las huellas brillantes que sus lágrimas habían dejado a lo largo de
sus mejillas.
-Me prometiste que no lo harías- dijo con un sollozo-. Y entonces sólo seguiste
adelante y lo hiciste.
Braden, el desconcierto atemperando su miedo, se sentó a su lado en la banqueta, y
puso sus manos sobre esos hombros temblorosos.
-Caroline, cariño, ¿de qué estás hablando? Yo nunca te prometí nada. . .
Ella se había zafado de sus manos, y colocado fuera de su alcance, antes que sus
palabras salieran completamente de su boca. Se puso de pie en medio de la entrada, su
pecho subiendo y bajando bajo el corpiño de su sencillo vestido blanco, las lágrimas
sobresaliendo en sus largas pestañas.
-¡Lo hiciste!- lo acusó-. ¡Tú sí lo prometiste! La razón por la que no te dije a quién vi
con Lady Jacquelyn era porque sabía que iba a ocurrir algo como esto, y no podía
soportarlo. . .
En un instante, Braden había abandonado la banqueta también, y cerrado la distancia
entre ellos en dos zancadas.
-¿De qué estás hablando?- se apoderó de los hombros, sólo que esta vez no para
consolarla, sino para mantenerla en un lugar para poder mirarla a los ojos.
-Sabes perfectamente bien de lo que estoy hablando- Caroline le dirigió una mirada, y
se dio cuenta que las lágrimas eran sólo en parte desesperación. Eran lágrimas de
rabia, también. Estaba enojada con él-. Hurst y Jacquelyn. Como si no lo supieras.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Por supuesto, el conde no había sido capaz de decirle a Braden con certeza, que había
sido Slater el que le había disparado la noche anterior. Pero él había sospechado lo
suficiente de su amigo para hacer todo lo posible por evitarlo después.
Y eso había sido todo el incentivo que Braden había tenido para hacerle una pequeña
visita social al marqués.
Por supuesto, no sabía entonces cómo iban a funcionar las cosas entre él y Caroline.
Pero sabía que no iba a quedarse de brazos cruzados y permitir que alguien matara al
hermano de la mujer que amaba- y muy posiblemente que fuera su propio prometido.
Y de este modo, había ido a las habitaciones donde se hospedaba el Marqués de
Winchilsea y le sugirió- meramente le sugirió- que si valoraba su estado de salud,
Hurst Slater podría querer salir de la ciudad durante un prolongado período de
tiempo.
Por ejemplo, un año.
Una sugerencia a la que el marqués había puesto objeciones. De hecho, más que
objeciones. Se había ofendido ante la idea, e ido por su arma. Al parecer, el
sentimiento de deshacerse él mismo de Braden Granville era una alternativa mejor.
Y Braden se había visto obligado a sacar su propia arma, la que había traído con él, en
el caso improbable que sólo la gentil persuasión demostrara ser ineficaz con el
marqués.
Bueno, ¿qué opción había tenido, en verdad? ¡El hombre había estado a punto de
dispararle! Y, después de todo, sólo había sido una herida superficial. Braden se había
cuidado de eso. Él lo podría haber herido mucho más en serio, pero no lo hizo, sólo
porque el estúpido había salvado al hermano de Caroline una vez.
En realidad, había sido bastante razonable, pensó. Le había ofrecido al marqués un
acuerdo muy justo. El exilio, en lugar de encarcelamiento o la muerte. Le había
señalado eso el marqués. Braden lo podría haber entregado a las autoridades- las
mismas autoridades a quien les había avisado que Seymour Hawkins podría
encontrarse operando un círculo de juego en Oxford, con la dirección exacta, gracias a
la información proporcionada por Thomas.
Sólo que esa tentadora parte de la información, Braden se la había guardado.
Y eso había sido otro error. Porque al parecer había una fuerza superior a Braden, que
asustaba más a Hurst Slater. Y como él no sabía que esa fuerza- Hawkins- estaba a
punto de ser aprehendido, el marqués había hecho exactamente lo incorrecto:
se había quedado en Londres. Y él había hablado.
Y si la carta que Caroline llevaba en sus manos era una indicación, había hablado con
Lady Bartlett.
La ironía de todo esto es que la última cosa que Braden habría hecho era entregar al
sinvergüenza a la ley. Caroline tenía suficientes problemas sin necesidad de añadir un
prometido preso y arrojado en Newgate. Eso, lo sabía, ella nunca sería capaz de
superarlo.
No, mejor que el cabrón simplemente desapareciera antes que ser arrastrado por los
tribunales.
Pero esto es lo que él había elegido. Quedarse y luchar. Una decisión tonta en
circunstancias normales. Nadie luchaba con Braden Granville y ganaba.
Salvo que Hurst Slater tenía un arma en contra de Braden para la que no tenía la
menor defensa.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Caroline.
-Me haces daño- dijo Caroline, moviéndose para apartar sus dedos de sus hombros.
La soltó de inmediato.
-Caroline, tienes que creerme.
Él la siguió. Por alguna razón, ella había ido a la puerta.
-No tenía ni idea. Te equivocas si piensas que tenga algo que ver con Jacquelyn. Tuve
una charla con tu prometido, pero. . .
-No- ella sacudió la cabeza. Aún había lágrimas en sus mejillas, pero se quedó en la
puerta con los hombros hacia atrás, tan decidida como nunca la había visto-. Esta bien,
yo me equivoqué, pero no sobre eso. Esto fue la equivocación. Eres el Lotario de
Londres, después de todo. Debería haber sabido que todo sólo era un gran juego para
ti.
-¿Un juego?- repitió con la voz quebrada.
-Sí, un juego- dijo Caroline-. Todo este tiempo, sabías que era Hurst, que había estado
con Jackie, y querías venganza. Bueno, la obtuviste ahora, ¿no? Te acostaste con su
prometida, de la misma manera que él se acostó con la tuya. Y luego tú le disparaste.
-Caroline- él sólo podía mirarla con horror. No era, pensó, la misma persona que había
sido hasta hace media hora. De repente, ella era alguien que nunca había conocido. Se
suponía que ella sentía lo mismo por él-. ¿Es eso lo que realmente piensas?
-Bueno, ¿qué otra cosa puedo pensar? ¿Por qué si no, lo has hecho, Braden? ¿Por qué
si no, le has disparado a mi prometido?
-Te lo dije. Sacó su arma primero.
-¿Por qué?- preguntó Caroline con dureza-¿Qué le estabas diciendo, Braden?
-Caroline. . .
-Dímelo.
En una pequeña parte de su mente, una parte separada de la situación actual, una voz
le susurró: Así es como se siente. Así es como se siente tener el corazón roto. Había oído
describir la sensación muchas veces, pero en realidad nunca la había sentido él
mismo. Lo más cercano que había llegado, era cómo se había sentido ante la muerte
de su madre, un pánico, una sensación de frío, como si hubiera estado encerrado en
una celda húmeda y sin ventilación, muy similar a la de Newgate, donde una vez había
pasado una noche.
Porque, claro, no podía decírselo. No sin revelar lo que su hermano le había hecho
jurar que nunca iba a decir. Si todo hubiera salido de la forma que había planeado,
Slater simplemente hubiera desaparecido. Braden nunca hubiera imaginado que un
cobarde llorón como el marqués no seguiría sus órdenes. Si hubiera tenido el más
mínimo indicio de que Hurst Slater era el amante fantasma de Jackie, nunca habría
subestimado al hombre tan miserablemente.
Pero él no lo había sabido.
Y ahora empezaba a parecer como si lo hubiera perdido todo.
-No te lo puedo decir, Caroline- dijo, incluso sabiendo que aunque lo dijera, que las
palabras nunca serían suficientes, pero rogar, sí, realmente rogar, que ella lo
entendiera. Había dado su palabra. Un hombre vivía y moría por su palabra en los
Dials.
Antes, muy a menudo, fue todo lo que tuvo.
Salvo que en este caso, fue su ruina.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 35
-Por el amor de Dios, Jacks- dijo Hurst, irritado-. ¡Aléjate de la ventana! Alguien puede
verte.
Jacquelyn se quedó donde estaba, mirando a los peatones en la calle de abajo.
-¿Qué importa?- preguntó amargamente-. Granville ha terminado conmigo. ¿A quién le
importa si alguien me ve aquí?
-A mí me importa- Hurst la miró con fastidio desde el diván en el que se reclinaba-. Sé
que Lady Bartlett ha estado entrando y saliendo todo el día. Va a tener otro de sus
ataques si mira hacia arriba y te ve aquí. Puedes haber perdido tu gallina de los
huevos de oro, dulzura, pero todavía tengo la mía. Y tengo la intención de mantenerla
de esa manera. Me gustaría pensar que me vas a apoyar en eso. Después de todo,
también vas a beneficiarte del dinero de los Linford.
Jacquelyn suspiró y se alejó de la ventana, sentado en la silla que había levantado
cerca del borde del diván.
-Simplemente no tiene sentido- dijo Jacquelyn-. ¿Por qué iba a dispararte si no sabía
de nosotros?
-Ya te lo dije, Jacks- dijo Hurst, por lo que sentía era la centésima vez. Él había dicho
esa mentira con tanta frecuencia, que ahora podía hacerlo de memoria-. El hombre
estaba al acecho, entró y sin más preámbulos, me disparó en la pierna. No hubo
ninguna discusión.
Hurst giró incómodo en su sofá. Por supuesto, no podía decir la verdad. Si le decía que
había sido él que había ido por su pistola primero, Jackie lo llamaría tonto de diez
formas diferentes. Porque, claro, Granville era más rápido con una pistola que
cualquier otro hombre en Inglaterra. Sacar su arma había sido un error. Un grave
error.
Pero el peor error sería decirle a Jackie lo que le llevó a ir por el arma en primer lugar:
la advertencia de Granville, que sabía todo sobre lo que el marqués había estado
haciendo con el Duque, y que era mejor salir de la ciudad, si sabía lo que era bueno
para él.
No, él no podía decirle eso a nadie, ni siquiera a Jackie. Sobre todo no a Jackie. Si ella
sabía que su amante era en realidad el servil lacayo de un connotado asesino. . . bueno,
su bonito trasero no calentaría ese asiento ni un segundo más. Las hijas de los
duques- incluso las sin un céntimo- no se codeaban con los pequeños delincuentes
como él.
-Te digo, Jackie- dijo Hurst, alzando la voz quejumbrosa-. Te digo, nunca he sido más
sorprendido en mi vida. Debería ir con las autoridades.
-Entonces, ¿por qué no lo has hecho?- preguntó Jacquelyn, rotundamente.
-No quiero angustiar a mi familia política. Es feo todo el asunto, justo antes de la boda,
yo arrastrando a Granville por los tribunales. Vergonzoso, y todo eso. Tráeme otra
copa, ¿quieres, cariño?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Hurst, en su sillón, suspiró. Jacquelyn nunca había dicho algo más verdadero. El
problema era que ella no sabía cuán grave se había vuelto la situación.
Caroline apareció, luciendo como siempre, virginal y dulce, de color azul y blanco.
Tuvo la satisfacción de verla hacer una pausa en el umbral, bastante sorprendida por
su cambiada apariencia. Bueno, y ¿por qué no? Mientras que la bala había atravesado
la parte carnosa de su muslo- obviando el hueso y alguna arteria vital, casi como si su
oponente, había dicho el cirujano de Lady B, a propósito hubiera tratado de evitarle
daños indebidos- todavía era un milagro que estuviera vivo. Sólo unos pocos que
habían enfrentado la pistola de Braden Granville podrían hacer esa afirmación.
-¡Hurst! ¡Oh, Hurst, lo siento mucho! ¿Estás muy mal herido?- preguntó Caroline, en
cuanto se recuperó, y corrió a su lecho.
Hurst tocó la frazada que había puesto sobre su pierna herida, su vendaje no era tan
impresionante como le hubiera gustado.
-Estoy bien, supongo- dijo débilmente-. Es una herida superficial, de verdad.
Caroline, que se había sentado en la silla que Jacquelyn recientemente había ocupado,
se detuvo en el acto de despojarse de los guantes.
-¿Una herida superficial?- repitió ella-. Pero mi madre me dio a entender que era
mucho más serio que eso.
Hurst- recordando que ésa era la imagen que esperaba transmitir a Lady Bartlett
cuando ella apareció en sus habitaciones, literalmente, minutos después que Granville
las había dejado, preguntando si el marqués había visto a su hijo- acomodó la cabeza
contra el tapiz de terciopelo del diván.
-Bueno, yo he perdido una buena cantidad de sangre. . .- murmuró.
Caroline se quitó los guantes, y lo miró con tristeza.
-¿Y fue Braden Granville quien te hizo esto?- preguntó Caroline.
-Exactamente. Debió haber tenido un mal día para errar mi corazón a tal grado.
Entiendo que es muy buen tirador.
Los labios de Caroline, que eran muy diferentes de Jacquelyn, no eran guesos ni
pintados, se fruncieron. Hurst recordó haber visto a su madre usar exactamente la
misma expresión, siempre que le servían un plato en alguna cena que no era de su
agrado.
-Tienes suerte que no te matara- dijo Caroline.
Hurst asintió.
-Lo sé. Ni siquiera tuve la oportunidad de defenderme. Él simplemente entró y-y
comenzó a abofetearme. Dijo muchas cosas feas, calumniando mi persona y. . . y la
tuya, Caroline.
Caroline parpadeó.
-¿Yo? ¿Dices que el señor Granville estuvo calumniándome?
-Absolutamente. No pude soportar eso, por supuesto. Nadie habla así sobre la futura
Lady Winchilsea. Casi lo desafío allí y entonces. Pero en cambio, lo siguiente que supe,
es que él había sacado una de sus pistolas, y me disparó.
Caroline bajó la mirada hacia el anillo en su dedo, el anillo de su abuela.
-Qué horrible para ti- dijo con voz apagada.
-No estaba realmente enojado hasta que oí las tonterías que estaba vomitando sobre
ti, Caroline. Todo acerca de cómo me estaba rebajando a mí mismo casándome
contigo, una muchacha cuyo título sólo era de una generación.
Patricia Cabot Educando a Caroline
El dinero. Eso era todo en lo que podía pensar. El dinero que podría haber sido suyo.
La fortuna que, con el conde fuera del camino, habría sido toda de Caroline- y suya. No
había querido matar al conde. Dios sabía que no había querido hacerlo. Pero
finalmente había llegado a creer que le estaba haciendo un favor a los Linfords: de
todos modos, el muchacho sólo se habría jugado su herencia cuando finalmente la
recibiera. De esta manera- la manera del Duque-, al menos, el dinero estaría a salvo.
No hubiera querido hacerlo, pero sintió que ahora no tenía otra opción. De pie, con
todo su peso sobre su pierna sana, y aferrándose al respaldo de la silla donde ella se
había sentado, dijo:
-Caroline, piensa lo que estás haciendo. Yo. . . yo salvé la vida de Tommy. Si no hubiera
sido por mí, tu hermano estaría muerto.
Por un momento, algo pasó a través de esos ojos. Estaba seguro de que era
culpabilidad, y sintió una oleada de alivio. Había ganado. Había ganado.
Pero entonces la culpa desapareció, y fue reemplazada por esa máscara curiosa,
indiferente.
-Salvaste la vida de Tommy- dijo Caroline, con calma-. Y por eso siempre te estaré
agradecida. Y es por esa misma razón que ahora no puedo casarme contigo. Te
mereces mucho más que. . . bueno, en lo que me he convertido.
-No me importa lo que has hecho- dijo Hurst, desesperadamente-. O con quién,
Caroline. Te aceptaré de nuevo. Todavía te quiero.
Caroline alzó las cejas, como si hubiera dicho algo interesante.
-¿Ah, sí?
-En serio, Caroline- prosiguió-. Y. . . y la verdad es que, bueno, no es por ser grosero,
Caroline, pero nunca podrás tener a nadie más. No después de lo que acabas de
decirme. Serás humillada públicamente, serás el hazmerreír cuando esto se sepa.
Ningún hombre te querrá, pero yo sí. Yo siempre te querré.
Sus ojos, esos malditos ojos llenos de reproche, se tornaron muy fríos.
-Pero yo no- dijo, con total naturalidad.
Y sin decir otra palabra, Lady Caroline Linford salió de su habitación. Y de su vida.
Jacquelyn irrumpió desde la habitación contigua.
-¡Tonto! ¡Tú perfecto tonto!- gritó.
-Jackie- Hurst se soltó de su silla, moviendo su pierna lesionada con cautela, y salió
cojeando hacia la ventana. Sentía como si necesitara un poco de aire-. Ella nos vio. En
la casa de Dame Ashforth. Ella nos vio.
-Lo he oído. No soy sorda. ¡Dios, eres un imbécil! Si sólo te hubieras fugado con ella
cuando te lo pedí nada de esto estaría sucediendo. Pero no. Tenías que dejar que
Granville le pusiera las manos encima. . .
-¿Qué quieres decir?- Hurst interrumpió abruptamente.
-Eres tan inocente, querido- Jacquelyn sacudió la cabeza-. ¡Arruinada! Lo estará. Y
¿quién crees que lo hizo? Te lo diré. Nada menos que el hombre que puso una bala en
tu pierna.
Los labios de Hurst labios se movieron en silencio. ¿Granville?
-Te dije que él está enamorado de ella- dijo Jacquelyn con ironía-. Y era muy claro para
mí, al menos cuando la vi ayer en Worth, que ella siente lo mismo por él. Y ahí lo
tienes. La tomó. El Lotario de Londres tomó a tu prometida. Y todo porque no actuaste
con la suficiente rapidez.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Hurst, vio a través de la ventana, cómo Caroline Linford aparecía en la calle, y entraba
en su carruaje.
-Braden Granville- murmuró-. Ella me dejó por Braden Granville.
-Es probable- dijo Jacquelyn. Y se fue y tocó el timbre de la criada.
Hurst volvió la cabeza obsevándola con extrañeza.
-¿Qué estás haciendo?
Jacquelyn lo contempló con curiosidad.
-Llamando por mis cosas. Me voy.
Hurst la miró fijamente.
-¿Cómo?
Jacquelyn parecía decidida.
-No me gusta más que a ti, cariño, pero no tenemos más opción. Y no deberíamos
perder el tiempo. Me di cuenta de que ese viejo tonto, Lord Whitcomb, miraba mi
vestido la otra noche. Voy a ir y me entregaré a él. Tiene cinco mil al año, y otros dos
por venir cuando esa charlatana de su madre finalmente muera.
-No. No, Jackie- dijo Hurst a través de sus labios secos.
Su mente era un torbellino. No podía creer lo que le estaba sucediendo. Haber perdido
tanto y tan rápidamente estaba más allá del alcance de su comprensión. No podía
estar pasando. No podía.
-Espero que tengas algunos otros juegos de poker a la mano, amor- dijo Lady
Jacquelyn. La criada había aparecido con su sombrero y sombrilla, colocándolos sobre
la mesa, y rápidamente desapareció de nuevo. Jacquelyn se puso un par de guantes de
encaje blanco mientras hablaba-. Damas, quiero decir. Las muchachas Chitten son
miserablemente simples, lo sé, pero la mayor cuenta con diez mil al año. Si puedes
soportar mirar sus dientes todas las mañanas, bien podría valer la pena. Oh, pero no
podemos cometer el mismo error esta vez, cariñito. Creo que debemos mantenernos
alejados el uno del otro hasta después de las bodas. ¿No te parece? No podemos
arriesgarnos a otro Dame Ashforth- ella notó su expresión y dijo:-. No va a ser por
mucho tiempo, amor. ¿Sin duda, puedes vivir sin tu Jackie durante unos meses, por lo
menos?
Y con eso, ella lo besó brevemente en los labios, y salió flotando de la habitación.
Él se estremeció cuando la puerta se cerró detrás de ella.
Por supuesto que podría vivir sin ella.
Pero ¿por qué tendría que hacerlo?
Él sabía por qué. Él sabía muy bien por qué. Dos nombres. Dos odiosos, nocivos
nombres.
Braden Granville.
Braden Granville, ese advenedizo de los Dials, que no sabía su lugar mejor que el
Duque sabía el suyo, pero que parecía pensar que podía compensarlo con su gran
cuenta bancaria y un modo encantador con las mujeres.
Braden Granville, cuyo dinero era tan nuevo, que crujía, cada centavo ganado no por el
método adecuado de los ingresos devengados, a través de la inversión prudente de los
fondos heredados, sino por el sudor de su odiosa, advenediza frente.
Braden Granville, que sabía mucho, demasiado. Hurst no podía imaginar cómo,
probablemente a causa de los círculos tan desagradables en los que se movía, pero de
Patricia Cabot Educando a Caroline
alguna manera, Granville había logrado enterarse del plan para deshacerse del Conde
de Bartlett.
Tenía que quitárselo de encima. Si sólo Hurst hubiera sido más rápido con su pistola el
día de ayer. . .
Bueno, en cualquier caso, ahora estaba claro que tenía que terminar lo que había
empezado. Braden Granville tenía que ser destruido. La alternativa era impensable.
Hurst tenía que protegerse.
No iba a ser fácil. Lo sabía. La actuación de Granville en su propia sala de estar el día
anterior había demostrado cuán inhumanamente rápido era ese hombre con un arma.
Era alguien que había pasado la vida esquivando la muerte, y estaba acostumbrado a
tener pistolas apuntándole.
Pero Braden Granville nunca había conocido a un adversario que hubiera tenido
tantas razones para matarlo como Hurst. Granville, cuyo conocimiento de sus
actividades con el Duque lo hacía sumamente peligroso.
Y luego estaba el hecho de que el hombre lo había amenazado, maltratado y
humillado, y luego se había ido a la cama tanto con el amor de su vida como, al
parecer, con su virginal prometida.
Granville tenía que morir. Y Hurst sería el que lo mataría, herido de la pierna o no.
Todavía podía caminar. El cirujano le había asegurado que podía. Caminaría directo a
la casa imposiblemente grande de Braden Granville en Belgrave Square, y. . .
No, no, él se deslizaría dentro de ella, en la misma forma en que había entrado y salido
de la casa de Jackie. Deslizarse dentro de la casa de Braden Granville, hacer su
negocio, y salir otra vez, evitando que lo descubrieran. Él podía hacerlo. Sabía que
podía. Había sido tomado por sorpresa el día anterior, cuando Granville se había
presentado en su piso. Esta vez, él sería el que aparecería inesperadamente.
Oh, sí. Y tampoco estaría satisfecho con un simple tiro en su pierna. Él tendría el
placer, decidió Hurst, de ver morir a Granville.
El Duque, pensó, iba a estar orgulloso.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 36
quiero decir- porque fue su culpa, en cierto modo, por llevarme a ese lugar. Sabía que
hacían trampas. Él lo sabía muy bien. Así que se sentía culpable.
-Es lo que pienso- sólo dijo Braden en voz baja.
El conde, aparentemente, no lo había escuchado.
-Pero entonces se hizo evidente que era una responsabilidad, ¿no? Debido a lo que
sabía. Podría hablar. No sólo respecto a las trampas, sino de cómo el Duque trató de
matarme. Y así, decidió deshacerse de mí.
-Si es de algún consuelo para usted, tuve la impresión que Lord Winchilsea no le
gustaba mucho la tarea. Matarlo, quiero decir. Creo que sólo lo estaba haciendo,
porque su vida estaba en peligro si no lo hacía.
-Sin embargo, él no ténía que pasar por ello. Podría haber huido- dijo Tommy, con una
buena dosis de indignación.
-Ah, sí- la sonrisa de Braden era frágil-. Pero entonces él no habría tenido el privilegio
de casarse con su hermana.
El conde, tornándose completamente rojo de ira, salvo donde la pólvora aún estaba
incrustada bajo la piel- que, de acuerdo con el cirujano, saldría por sí sola
eventualmente- miró con el ceño fruncido hacia su regazo.
-Como si ahora se lo permitiera. A ella, me refiero ¡Casarse con esa canalla! Estaba
bien, cuando yo sabía que estaba involucrado en esto. Pero ahora. . .
-Sí, bien- la sonrisa frágil desapareció-. Por supuesto, eso lo tienen que resolver usted
y su hermana.
-Tengo que decirle- dijo el muchacho. Sin embargo, no lo dijo muy fuerte, y Braden se
preguntó si quizá él no había querido decir las palabras en voz alta-. Aunque si
hubiera alguna manera de dejar de lado el juego. . .
-Tendrá mucho tiempo para pensar en ello- Braden Granville dejó el vaso de whisky
sin tocar a un lado-. No tiene que tener ninguna comunicación con su familia hasta que
sepamos que es seguro.
-Pero ella tiene derecho a saber- dijo el conde, más alto esta vez, por lo que estaba
claro que él no estaba hablando para sí mismo-. Ella tiene derecho a saber la clase de
hombre con el que se casa. ¿No lo ve?, es mi culpa que se involucrara con él en primer
lugar. Me engañó, nos engañó a todos. Con su título y sus conexiones y su encanto.
Pensamos que era noble.
Braden alzó una ceja ante el joven rebelde.
-Y lo es. Winchilsea es un título muy respetado, una de los más antiguos de la historia
de los Baronet- recordó los frecuentes relatos de su padre de ese estimado tomo-. Los
Slaters han logrado mantener su sangre azul desde hace tanto como. . .
-Pero por debajo de todo eso- lo interrumpió el conde-, no es mejor que ese tipo
Hawkins.
-Eso puede ser así- dijo Braden, gravemente-. Pero no quiero que abandone esta casa,
o enviar algún mensaje, ni a su hermana o a su madre, a nadie. Más tarde, si lo desea. . .
- pero se interrumpió, y no dijo nada más, sólo se ocupó de revolver los papeles en su
escritorio. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba haciendo? Había jurado que no lo haría.
Se había dicho que no le pediría a este joven que lo ayudara con su situación con
Caroline. Si ella se negaba a creerle cuando dijo que el disparar a Slater no tenía nada
que ver con Jacquelyn, entonces era exactamente igual a todas las otras mujeres que
Patricia Cabot Educando a Caroline
No muy lejos, la joven fría, serena que con tanta tranquilidad había roto su
compromiso temprano esa tarde, se arrojó sobre la hierba, bajo la red de bádminton
del jardín trasero, y comenzó a sollozar.
Caroline sabía que era ridículo. Era ridículo que no pudiera dejar de llorar. Era aún
más ridículo que no pudiera llorar en la intimidad de su propia casa.
Pero había llanto ahí dentro, y por razones completamente diferentes a las suyas.
Aún habían encontrado a Thomas, ni habían recibido alguna noticia de su paradero.
Lady Bartlett estaba fuera de sí. Y su sufrimiento sólo se vería agravado cuando, en un
día o dos, supiera la noticia que Caroline había cancelado su compromiso. Entonces
Lady Bartlett no iba a sufrir un mero ataque de apoplejía. Oh, no. Ella muy
probablemente sucumbiría a una calentura, o incluso a una fiebre, que le causaría la
muerte, poniendo fin a sus penalidades para siempre.
Pero ahora, sólo sabía que su hijo había desaparecido, Lady Bartlett había llamado a
su médico, su farmacéutico y un cirujano. Esas personas estaban tan ocupadas
traqueteando dentro y fuera de la casa con distintos remedios para sus palpitaciones y
desmayos, que Caroline finalmente se había dado cuenta que no tendría paz dentro, y,
sabiendo que Emmy estaba en otra de sus marchas de protesta, huyó a la intimidad de
su jardín.
Donde no perdió el tiempo dando rienda suelta a sus emociones.
Si el médico de su madre la hubiera visto le habría dicho que estaba alterada. El
boticario, sin duda, habría prescrito sales aromáticas. No tenía ni idea de lo que el
cirujano le hubiera dicho, ya que no había manera de arreglar un corazón roto, pero
suponía que el hombre se habría sentido obligado a intentarlo.
Pero no había nada que alguno de ellos pudiera hacer. Caroline se había buscado su
propio sufrimiento. Ella había tenido a Braden Granville. Por veinticuatro gloriosas
Patricia Cabot Educando a Caroline
horas, tal vez un poco menos, había tenido a Braden Granville, sintió lo que era ser
amada por él, sintió lo que era estar viva, por primera vez en sus veintiún años.
Y entonces ella había sabido la verdad. La amarga verdad. Que nada de eso había sido
real. Que todo había sido sólo un juego. Que había sido otra víctima del Lotario de
Londres.
Ella sollozó impotente en la hierba, agradecida por el velo del crepúsculo que la
ocultaba a la vista, y así evitaba que su madre enviara a Bennington para informarle
que las hijas de los condes no deben recostarse a llorar en el césped, incluso en sus
propios jardines.
Ella era una tonta. Lo sabía. Una tonta por enamorarse de Braden Granville.
¡Pero su actuación había parecido tan convincente! Ella realmente había pensado que
la amaba. Pero, ¿cómo, se preguntó por enésima vez, podía un hombre que había
profesado su amor por ella con tanta ternura aún ser capaz de tener sentimientos por
otra mujer? Porque había tenido que sentir algo al menos, por Jacquelyn, para
provocarle la ira suficiente para disparar a su amante secreto.
Era exactamente como Emmy siempre lo había dicho: los hombres eran ratas.
Y entonces, justo cuando creyó que el corazón, literalmente, podría romperse, y que
tal vez tendría que, en realidad, necesitar de un cirujano, o por lo menos un poco de
sales, después de todo, una voz familiar sonó en las inmediaciones de la pequeña
glorieta, por el muro del fondo del jardín.
-¡Oh, Dios. ¿Qué es esto entonces? ¿Mamá finalmente vendió todos esos caballos
tuyos?
Caroline levantó la cabeza y miró en dirección de la glorieta, la desconfianza
momentáneamente detuvo el flujo de sus lágrimas.
-¿Tommy?- susurró.
Vio una sombra oscura que se separaba de las otras por el muro, y luego su hermano
caminaba por el césped, y se dejaba caer a su lado, poniendo un dedo sobre sus labios.
-¡Silencio ahora! Nadie debe saber que estoy aquí.
En circunstancias diferentes, Caroline lo podría haber abrazado. Ahora, sin embargo,
sólo lo miró, vio que parecía estar de una sola pieza, y suspiró.
-¿Dónde has estado? Mamá está enferma de preocupación.
Thomas dijo, con una mueca irónica:
-Trata de disminuir algo de tu alegría por verme de nuevo, Caro. Es vergonzoso.
-Bueno, tuviste bastante diversión, mejor entra y hazle saber que estás bien o habrás
visto lo último de algo parecido a su sombra, te lo aseguro- le informó Caroline.
Thomas, sentado en la hierba, con las piernas cruzadas a su lado, dijo:
-No puedo decirle que estoy bien. Y no le digas a nadie que me has visto. Tengo que
permanecer oculto durante un tiempo más. Pero tenía que verte, Caro.
Aunque la luz era tenue, Caroline creyó ver una expresión de verdadera preocupación
en el rostro de su hermano. Como era tan poco serio con ella, se olvidó de sus propios
problemas por el momento, y lo miró a través del aire crepuscular.
-Tommy, estás en problemas, ¿no?- preguntó en voz baja.
-En bastantes- respondió su hermano-. Y todos me los he buscado. Por eso tenía que
venir a verte, aunque prometí que no lo haría- se inclinó hacia adelante y e hizo algo
que sólo había hecho tres o cuatro veces en su vida: él puso su mano sobre la de ella-.
Verás, Caro, se trata de Hurst.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿Hurst?- sollozó Caroline. Sus lágrimas aún no habían desaparecido por completo. De
hecho, ante la mención de ese nombre en particular, sentía que volvían, picando las
esquinas de sus ojos-. Oh, Dios, Tommy- tenía la sensación desagradable que su
hermano se había enterado de alguna manera de la situación con Lady Jacquelyn-. Por
favor, no. Ya lo sé.
Tommy soltó su mano con asombro.
-¿De veras?
-Sí, por supuesto. Terminé con él esta tarde. Lo tendría que haber hecho hace tiempo,
en el momento en que me enteré, en realidad. Emmy me dijo. . .
Se cayó la mandíbula del conde.
-¿Emmy sabe?
-Sí, por supuesto- Caroline lo miró con curiosidad-. Sabes que yo le cuento todo. Sólo
que mamá no me dejó. Terminar con él, quiero decir.
-¿Mamá?- el rostro de su hermano contraído de horror-. ¿Le dijiste a mamá?
Caroline parpadeó.
-Bueno, por supuesto que se lo dije. Sólo dijo que las invitaciones ya se habían
enviado, y que mi reputación se arruinaría si terminaba con él y que yo lo podía
reconquistar, si sólo utilizaba mi astucia de mujer, y. . . Oh, Tommy, yo era una idiota,
le creí. E hice lo peor. . . . No creerías lo estúpida que fui. Fui con Braden Granville, y
yo. . .
La interrumpió.
-Caroline-dijo, con cuidado-, ¿de qué estás hablando?
-¿Qué quieres decir con de qué estoy hablando? Estoy hablando de Hurst- ella lo miró
con curiosidad a través del crepúsculo-. ¿De qué estás hablando tú?
-Estoy hablando de Hurst, también.
-Sí- dijo Caroline-. Me lo imaginaba. Bueno, gracias por tu preocupación, pero ya sé
todo sobre ello. Entré y los vi.
Tommy sacudió la cabeza.
-¿Entraste y viste a quienes?
-A Hurst, por supuesto- respondió Caroline con impaciencia-. Y a Lady Jacquelyn
Seldon. Los vi haciendo el amor en un diván en uno de los salones de Lady Ashforth.
Por un momento, su único hermano la miró fijamente. Y abrió su boca y dejó escapar
una palabra que hizo que los oídos de Caroline ardieran. Y eso que ella había oído
muchas de esas palabras de sus labios en el pasado.
-Tommy- dijo, con reproche.
-Ese hijo de perra- dijo su hermano-. ¿Me estás diciendo que Slater y Jackie Seldon. . .
estaban. . . follando a tus espaldas?
-Si tienes que ser vulgar al respecto- dijo Caroline, muy propia-, entonces supongo que
la respuesta a esa pregunta es sí- entonces ella lo miró con curiosidad-. ¿No es eso lo
que. . .?
-¡Dios, no!- estalló Tommy-. ¡Estaba tratando de decirte por qué le dispararon a Slater!
Es por eso que estás llorando, ¿no?
-Bueno, en cierto modo, supongo que sí- dijo Caroline-. Pero, Tommy, fue por eso que
le dispararon- tragó saliva, luego continuó con resolución-. Braden Granville le
disparó a Hurst.
-Correcto. Como una advertencia para que me deje en paz- dijo Tommy.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 37
que esta vez, cuando realmente importaba, se encontró torpe como un colegial, y
esforzándose por pensar qué hacer a continuación?
Un trago, pensó. Ofrecerle un trago.
Le parecía inconcebible que hace poco más de doce horas había tenido a esta mujer en
sus brazos, había vaciado dentro de ella lo que había parecido toda una vida de
necesidad.
-¿Te apetece un jerez?- le preguntó.
-¿Jerez?- repitió ella con voz ahogada-. ¿Jerez? No, yo no quiero ningún jerez. Oh,
Braden, ¿por qué no me lo dijiste?
Él la miró confundido. Suponía que debería sentarse en el sillón opuesto al de ella,
pero no estaba seguro de que teniéndola tan cerca, sería capaz de resistirse de ir por
ella. . .
-¿Decirte qué?- preguntó, oyéndola sólo a medias. Su traidora concentración se había
desviado una vez más, dejándolo sólo con la capacidad de mirar su garganta, y
recordar lo suave que la había sentido bajo sus labios y su lengua, suave como la seda.
-Lo de Tommy.
Eso cortó sus ensoñaciones abruptamente. Parpadeó.
-¿Tommy?
-Sí, Tommy- dijo Caroline-. Me lo dijo todo. Oh, Braden, si sólo hubieras dicho que fue
por eso que le disparaste a Hurst. ¿Cómo pudiste pararte allí, y dejar que pensara que
fue a causa de Jacquelyn?
Estaba demasiado sorprendido para disimular.
-¿Hablaste con el conde?
-Sí- de repente, Caroline se acercó y, como si le molestaran, desató las cintas que
mantenían su cofia en su lugar. Luego se la arrancó, tirándola descuidadamente en el
suelo-. Me lo dijo todo. Yo no podía hablarle de. . . bueno, de tú y yo, por supuesto. Así
que no podía hacerle la pregunta que más me desconcierta. Braden, ¿por qué no me lo
dijiste?
Se encogió de hombros.
-Tu hermano me hizo jurar que no lo haría.
-Él te hizo. . .- Caroline lo miró con curiosidad-. ¿Eso es todo? ¿Tommy te hizo jurar no
decirlo?
Abrió sus labios, pero de nuevo, no pudo emitir ningún sonido. ¿Qué estaba mal con
él?
Él lo sabía. Él sabía lo que estaba mal. El impulso de tomarla en sus brazos para
sofocar esa boca pequeña con sus besos, era tan fuerte que sus brazos le temblaban.
Pero él no podía permitirse tocarla. Sabía que toda su decisión de dejarla ir
desaparecería en el momento en que se tocaran.
Y tenía que dejarla ir. Lo sabía ahora.
Eran de mundos diferentes. Para probárselo, dijo, caminando hacia las puertas
francesas, con la cabeza hacia abajo para no tener que mirarla a los ojos:
-Sé que en los círculos en que te mueves, Caroline, es común dar la palabra, y después
romperla cuando mantenerla ya no resulta conveniente- regresó hacia su escritorio-.
Pero en los Dials, cuando alguien hace un juramento, se mantiene- volvió a dirigirse
hacia las puertas francesas-. Aún a riesgo de morir.
Ella se levantó y se reunió con él cuando se dirigía de vuelta hacia su escritorio.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-¿Incluso a riesgo de perderme?- preguntó, con la voz más suave imaginable, en tanto
alzaba la barbilla para mirarlo a los ojos.
Estaba lo suficientemente cerca ahora para que, si él se aproximaba, podría tocarla,
acariciar sus rizos castaños claros que se le habían escapado de las horquillas.
-Sí- dijo, y aunque cada palabra desgarraba sus entrañas, se obligó a decirlas, de todos
modos-. ¿No lo ves? Es por eso que quizás es mejor que tú y yo. . .
El dolor instáneamente inundó sus ojos.
-¿Qué tú y yo qué?- preguntó con voz temblorosa-. ¿Qué estás tratando de decir? ¿Que
porque tú mantienes tu palabra, eres mejor que yo? ¿Es eso? Braden, sé que nunca
debí abandonarte, pero. . .
-Caroline- dijo, sabiendo que era por su propio bien, pero sintiendo que cada palabra
era un clavo en su ataúd-, sabes que no es eso. Es sólo que. . . Yo no pertenezco aquí.
Aquí, en Mayfair. ¿No lo ves? Soy un impostor. Todo esto, la casa, el negocio, esta ropa
que tengo puesta. . . ellas no son yo. Yo no soy quien crees que soy. No soy un
caballero. No soy un hombre de negocios. Yo soy de los Dials, Caroline. Yo no sé la
diferencia entre un cuchillo de pescado y un cuchillo de mantequilla. Yo no pertenezco
a este mundo, tu mundo, y nunca lo haré. Lo que pensabas, cuando supiste que le
había disparado a Hurst. . . era equivocado, pero no tan equivocado. Realmente no.
¿Entiendes?
Vio que sus ojos se agrandaban, y se dio cuenta de que por fin, ella estaba comenzando
a entender. Nunca había entendido, lo sabía, lo mucho que la amaba, hasta el punto
que tenía que dejarla ir, en lugar de dejar que se bajara a su nivel.
Pero entonces se dio cuenta de que ella no lo estaba mirando a él. Estaba mirando a
algo alrededor de su hombro. Algo que la llevó a colocar una mano en su boca con
horror.
Braden se giró.
Justo a tiempo para ver al marqués de Winchilsea abrir las puertas francesas y entrar
cojeando a la biblioteca, con una pistola apuntada muy firmemente a las proximidades
de sus corazones.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Capítulo 38
Por supuesto, el primer pensamiento de Braden fue para Caroline. Ella debía salir de
la habitación, y de inmediato.
Pero ¿cómo? Porque el marqués no parecía en absoluto un hombre con quien se
pudiera razonar. Siempre impecablemente vestido, hasta el punto en el que de vez en
cuando había sido acusado de dandismo, el marqués no parecía estar en su mejor
momento. La corbata llena de volantes estaba suelta, sus pliegues nevados salpicados
de suciedad- de escalar la parte trasera del muro de su jardín, Braden no tenía
ninguna duda de eso- y sus pantalones estaban igual de sucios. Su cabello dorado
sobresalía salvajemente de su cabeza, y sus ojos azules tenían una desenfocada,
irracional mirada sobre ellos.
Sin embargo, los miraba a ambos con vivo interés.
-Vaya, vaya- dijo-. No es esto fascinante. Lady Caroline rompe su compromiso
conmigo, entonces va de inmediato al hogar privado de Braden Granville. ¿Qué es lo
que puede significar eso, me pregunto?
Caroline dijo, con una voz que Braden estaba seguro de que pretendía ser
tranquilizadora, pero que resultó muy temblorosa:
-No significa nada, Hurst. Sólo le estaba diciendo al señor Granville la verdad acerca de
Jacquelyn y tú. Sentía que tenía derecho a saberlo.
-Pero él ya lo sabe- dijo Slater, agradablemente-. Hace varios días que él rompió su
compromiso con Jackie.
Braden vio a Caroline tragar saliva y mirarlo. Trató de tranquilizarla con una sonrisa
triste.
-¿Lo ves?- dijo con ligereza- Te dije que Jacquelyn y yo habíamos terminado.
-Correcto- dijo Slater-. Granville y Jackie terminaron. Y así, al parecer, estamos tú y yo,
Caroline. Lo que me lleva de nuevo a la pregunta original. ¿Qué estás haciendo aquí,
Caroline?
Braden cortando cualquier nuevo intento de conversación entre los dos, se paró
decididamente delante de Caroline.
-Esa no es la pregunta en absoluto- dijo, con frialdad-. La verdadera pregunta es ¿qué
está haciendo usted aquí, Slater?
Para sorpresa de Braden, el marqués echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
-¡Slater!- exclamó-. ¡Slater! Ahora, en realidad, Granville. ¿Es eso educación? ¿Es esa
una forma de dirigirse a sus superiores? Claro que no. Pero entonces, yo no esperaría
que lo supiera, considerando que sólo ha salido del fondo de las alcantarillas. Los
derechos de las clases bajas, supongo.
Braden, deseando de todo corazón poder llegar hasta su escritorio, donde tenía una
pequeña derringer en su cajón, retocedió para decir a Caroline casualmente:
-Su señoría parece tener un asunto privado que discutir conmigo. ¿Por qué no se va y
me espera en el vestíbulo?
Patricia Cabot Educando a Caroline
Los dos hombres cayeron al suelo con estrépito. Braden escuchó el grito de Caroline,
pero sólo a lo lejos. Todo su ser concentrado en arrancar la pistola de los dedos de
Slater.
Pero para un hombre que se enorgullecía de su linaje, Slater no estaba luchando con
algo que sus antepasados habrían llamado nobleza. Mordía, arañaba las manos de
Braden, tratando desesperadamente de darle un rodillazo en la ingle, de enterrarle el
codo en la garganta. . . algo para quitárselo de encima.
Pero Braden no lo soltaba. No sólo estaba su vida en juego. De haber estado solos,
hubiera podido soltar la pistola por un momento, y meter un puño en uno u otro
orificio de Slater. Pero como fuera, Caroline estaba aún en algún lugar de la habitación.
Si le permitía a Slater apretar el gatillo, no sabía hasta dónde podría ir la bala: a la
pared sin causar daños. . . o fatalmente al corazón de Caroline.
Pero eso era otra cosa sobre la violencia desquiciada: podía otorgar la fuerza de diez
hombres. Slater estaba evidentemente desesperado, y los hombres desesperados eran
difíciles de someter. Todos los músculos del cuerpo de Braden temblaban por el
esfuerzo.
Pero no renunciará. No podía. Su vida dependía de ello.
Y entonces, a pesar de todos sus esfuerzos- a pesar del dedo que había empujado
detrás del gatillo, el que Slater seguía tirando hasta producir un corte profundo en la
piel de Braden-, se disparó un tiro ensordecedor.
El humo llenó la habitación. Milagrosamente, Braden sintió aflojar el agarre de Slater,
y por un instante de pánico, pensó que era porque había logrado dispararle a Caroline
. . .sobre todo porque no la escuchaba hacer ningún sonido.
Pero luego se dio cuenta que Slater no había soltado el arma porque se las había
arreglado para dispararle a alguien. No, él la había liberado porque alguien le había
perforado un limpio agujero en su mano derecha, de la que brotaba la sangre a un
ritmo admirable, directamente sobre alfombra oriental de Braden.
Y Slater, después de balbucear incoherencias ante el dolor de la herida, se desvaneció
rápidamente, muy nervioso por la visión de su propia sangre.
Un segundo después, Braden sintió un peso suave chocando contra su pecho, y, de
repente, el corazón de Caroline latiendo salvajemente, descansaba sobre el suyo.
-Braden- estaba llorando, aferrándose a él en un abrazo que era más un
estrangulamiento que otra cosa-. Braden, ¿estás bien? ¡Estás sangrando!
Descubrió que estaba sangrando, después de hacer un examen de sí mismo, pero no
por alguna herida grave. Su dedo, que Slater le había herido por tirar del gatillo tantas
veces, estaba cortado casi hasta el hueso. Y parecía haberse lesionado el labio, muy
probablemente debido a los dientes de Slater, algo que Braden no tenía el más mínimo
deseo de discutir.
Pero aparte de eso, se sentía extraordinariamente bien. Colocó su mano herida en el
pelo de Caroline.
-Shhh, estoy bien. Estoy bien- dijo.
Su sollozo disminuyó casi de inmediato.
-¿Dónde fue que encontraste la pistola?- le preguntó entonces.
-Allá- dijo Caroline, apuntando en la dirección de su escritorio, donde había dejado
tirada la derringer humeante-. En un cajón. Busqué por todas partes. Sabía que tenías
que tener una en algún lugar cercano. . .
Patricia Cabot Educando a Caroline
Él alisó su pelo revuelto, incapaz de pensar lo cerca que había estado de perderla no
sólo una, sino tres veces ahora.
-Eso fue un buen tiro- fue todo lo que dijo, sin embargo-. Especialmente para alguien
que dice odiar tanto las armas de fuego.
Caroline levantó el rostro bañado en lágrimas de su pecho.
-Las odio- le informó-, pero nunca dije que no sabía cómo usarlas- y mientras Braden
todavía digería esta información, agregó:-. Y no me importa.
Él la miró parpadeando, no tenía la menor idea de qué estaba hablando, sorprendido
por su repentina vehemencia.
-Lo que decías antes. Acerca de cómo eres un impostor, y no sabes la diferencia entre
un cuchillo de pescado o un cuchillo de mantequilla. No me importa. No me importa
qué cuchillo usas. Te amo, y siempre lo haré.
Y entonces, él no sabía muy bien cómo sucedió, ella lo estaba besando de la forma en
que lo había hecho esa vez en su carruaje, cuando quería saber si lo hacía
correctamente.
Y esta vez, al igual que entonces, la respuesta era sí. Oh, sí. Lo estaba haciendo bien.
Braden sintió que algo dentro de él se rompía en tanto sus labios se movían con una
dulce avidez sobre los suyos. Y no era su corazón, se dio cuenta, sino el nudo que se
había formado en su estómago desde el momento en que pensó que la había perdido.
Se derritió y él supo entonces que, mundos diferentes o no, se pertenecían el uno al
otro. Y él no permitiría que se separaran nunca más.
Todavía se estaban besando cuando la puerta de la biblioteca se abrió violentamente,
y el conde de Bartlett, Crutch y un cojo Weasel entraron atropelladamente.
-Creímos haber escuchado un. . .- Tommy calló observando dos cosas que fueron, cada
una a su manera, igual de sorprendentes: un inconsciente y sangrante marqués de
Winchilsea, y su propia hermana en los brazos de Braden Granville.
-Bueno- dijo el conde de Bartlett, después de un momento-. Es seguro que ahora,
mamá tendrá una apoplejía.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Epílogo
-El juego de bádminton es la cosa más útil que nos han regalado- observó Caroline-.
¿Has visto la sopera de plata del Príncipe de Gales? ¿Qué vamos a hacer con ella? Es lo
suficientemente grande para nadar ahí. . .
La única respuesta de Braden fue un gruñido. Eso se debió a que había enterrado la
cabeza entre los muslos de Caroline, donde estaba llevando a cabo una exploración a
fondo con labios y lengua.
-Supongo- dijo Caroline, casi sin aliento, después de muy poco tiempo-, que no debería
quejarme. Es asombroso que alguien nos regale algo, después de todo, si
consideramos la forma en que nos fugamos, y. . . bueno, todo lo que vino antes de eso.
Braden levantó la cabeza y la miró con una expresión irónica de entre sus rodillas.
-Me doy cuenta de que después de un mes de matrimonio, la mayoría de las esposas
conocen muy bien, y quizás incluso se aburren, con las técnicas de hacer el amor de
sus maridos, así que ¿quizás te gustaría que deje lo que estoy haciendo para que
puedas seguir hablando de los regalos de boda?
Caroline, cuyo corazón había comenzado a latir de un modo irregular, suspiró.
-Oh, no. Por favor, adelante- dijo, cerrando los ojos.
Braden lo hizo, con una buena dosis de entusiasmo.
Más tarde, disfrutando de su estado mutuamente saciado, fue Caroline quien primero
levantó la cabeza de la hierba y le preguntó:
-¿Has oído algo?
-No- Braden, trazando perezosos círculos con la punta de su dedo a lo largo de la
cadera desnuda de su esposa, contemplaba todos los lugares donde se había
bronceado durante sus dos semanas de luna de miel en Lugeria. Era algo importante,
iba descubriendo, de tener una esposa. Aún mejor, una esposa que nunca se quejaba
del sol o, él iba descubriendo, prácticamente de nada, para el caso. Excepto, quizás, de
su negocio. Pero eso era algo en lo que había estado trabajando en secreto para
rectificar.
-Te estoy diciendo que alguien está aquí- Caroline comenzó a gatear para recoger su
ropa.
-Imposible- dijo Braden. Cruzó los dedos detrás de la cabeza y miró hacia el despejado
cielo de verano-. Envié a todos a las carreras con las instrucciones explícitas de que no
regresaran hasta después del anochecer. Es probable que sean sólo los vecinos, y no
pueden vernos. Los muros son demasiado altos.
Y entonces, irrumpiendo a través de las puertas francesas en la parte trasera de la
casa, agitando un periódico y un sobre adornado con una buena cantidad de cinta,
venía su padre.
-¿Braden?- llamó Sylvester Granville-. Braden, hijo mío, ¿dónde estás?
Caroline, luchando con su vestido, susurró:
-¡Oh, Braden, levántate! ¿Y si te ve?
Braden miraba cómo se retorcía, frenética. Lo encontraba encantador, a pesar de las
circunstancias.
-¿Y si lo hace? No estoy haciendo nada malo. Es mi propiedad, y tú eres mi esposa. Te
aseguro que por una vez en mi vida, mi comportamiento está dentro de los
parámetros de la ley.
Sin embargo, para apaciguarla, se levantó, pisó casualmente sus pantalones, y se los
puso.
Patricia Cabot Educando a Caroline
-Ah, allí estás- dijo Sylvester, acercándose presuroso unos pocos segundos después-.
Disfrutando del buen tiempo, ya veo.
-Absolutamente- dijo Braden suavemente-. ¿Y qué haces en casa tan temprano? Pensé
que tú y Lady Bartlett asistían a ese concierto en el parque. . .
-¡Oh, estábamos, estábamos!- Sylvester parecía preocupado-. Pero lamentablemente
nos encontramos con Lady Jacquelyn y su nuevo pretendiente, Lord Whitcomb, ¿y
creerías que Lady Jacquelyn no saludó a tu madre, Caroline? ¡La dejó con el saludo en
la boca!
Caroline, que había llegado al lado de su marido, suspiró.
-Oh, Dios. Pobre mamá.
-Un comportamiento grosero-continuó Silvester, tristemente-, sobre todo viniendo de
la hija de un duque. Uno podría esperar un mejor comportamiento de una dama con
sus distinguidos antecedentes. Sin embargo, estuvo bien de su parte, no demandarte
por incumplimiento de promesa, Braden. Lo podría haber hecho, sabes, y estaba en su
derecho- Sylvester sonrió, y movió un dedo con reprobación-. Por suerte para ti que
encontró consuelo tan rápidamente con Lord Whitcomb. Entiendo que los dos estarán
intercambiando los votos el próximo mes. Una pareja bastante agradable, debo decir,
aun cuando su señoría es un poco viejo para ella. . . ¡Pero el marqués! ¡Oh, Dios, ¿has
oído hablar del marqués? Él estaba tan devastado, tengo entendido que se marchó a
América. ¡América, de todos los lugares!
-Lady Bartlett, papá- dijo Braden, tratando de alejar a su padre del tema de Hurst-
¿Está mal, entonces?
Sylvester se mostró sorprendido.
-Oh, ¿no lo dije? No, no, ella me preguntó si me importaría mucho salir del concierto
temprano. El comportamiento de Lady Jacquelyn la alteró bastante, y ella se fue a casa
a descansar. Tu madre es terriblemente delicada, ya sabes, Caroline. No creo que se
haya recuperado aún de la conmoción de su fuga. . .
Caroline, notó Braden, empezaba a parecer angustiada. Mientras que su hermano
apoyaba sin reservas su matrimonio, Lady Bartlett no había recibido la noticia con
mucho entusiasmo. Aun cuando la duplicidad de Hurst- y el papel de Braden Granville
en poner fin a esa situación, se le había informado-, no pudo encontrar en su corazón
el perdón para Caroline, no por elegir a Braden sobre el marqués, sino por fugarse:
Lady Bartlett estaba devastada porque el vestido de novia Worth ahora nunca tendría
la oportunidad de ser usado.
Viendo la mirada preocupada de su esposa, Braden extendió su brazo. Ella se trasladó
rápidamente a su abrazo, deslizando un brazo alrededor de su cintura desnuda. Él
sonrió, y puso un beso en la parte superior de su cabeza, tibia por el sol.
Mientras que a Lady Bartlett le habían revelado la razón detrás de la marcha
misteriosa del Marqués de Winchilsea a América- el enfrentarse en la cárcel con el
Duque, y la amenaza de Braden de una muerte segura si alguna vez volvía a mostrar
su cara en Londres, había optado por un clima menos hostil- a Sylvester Granville no,
sobre todo porque Braden había preferido proteger a su padre de las cosas que, sabía,
sólo lo preocuparían demasiado.
-¡Pero mira!- exclamó Sylvester- Mira lo que tengo aquí, Braden. ¡Esto podría hacer
que Lady Bartlett se sintiera un poco mejor, diría yo!- levantó la copia del Times que
tenía sujeta bajo su brazo.
Patricia Cabot Educando a Caroline
Caroline la notó primero, y soltó una exclamación mientras se adelantaba para tomar
el periódico de las manos de su suegro.
-Braden- gritó-¿Qué es esto?- entonces leyó en voz alta la sección deportiva:- De las
empresas Granville, una sorpresa: no es un nuevo estilo de pistola, sino una brida
hermosa y aún completamente funcional. Una mejora significativa de los engalladores,
este arnés, con su trozo relajado, permite a los animales la libertad de movimiento de
su cabeza, sin sacrificar el control del conductor- Caroline, atónita, posó sus ojos sobre
él-. ¿Braden, cuando hiciste esto? - pregutó ella.
Se encogió de hombros, incómodo.
-Hace algún tiempo, en realidad. Esa noche, después de que todos vimos Fausto. . .no
podía dormir, y yo seguía recordando tu cara cuando viste los engalladores de la
duquesa. . .
Caroline, sacudiendo la cabeza con asombro, siguió leyendo.
-¡Aquí dice que el príncipe de Gales ha encargado una docena de ellos para sus
establos!
-El Príncipe de Gales- murmuró Braden poniendo los ojos en blanco.
-Estoy tan orgullosa de ti- dijo Caroline, con los ojos brillando al sol volviendo a su
lado para abrazarlo otra vez-. Yo sabía que podías inventar algo que fuera realmente
útil.
-Gracias por las migajas de su mesa, señora Granville- dijo Braden, irónicamente.
-Pero eso no es todo- interrumpió Sylvester Granville, con entusiasmo-. ¿Qué crees
que se estaba entregando mientras subía los escalones de la casa, muchacho? ¿Qué
crees?
Caroline miró el brillante sobre sellado.
-¿Qué es?
-Su letra- dijo Sylvester, con orgullo-. La letra patente de Braden que le otorgó la
reina. Ella le ofreció un título nobiliario por sus contribuciones a la ciencia de armas
de fuego. Mi hijo- tu marido, querida- Sylvester Granville hinchó el pecho-, ¡va a ser un
lord!
Caroline miró a Braden con los ojos brillantes.
-Pero él ya es mi lord, de todos modos.