Está en la página 1de 2

Columnas De Opinión, El Heraldo, Barranquilla.

Por Heriberto Fiorillo


30 de Agosto y 6 de Septiembre de 2013.

El mito electromagnético
Leer entre líneas, no tragar entero, dudar de lo que se publica, asumir como un derecho la incertidumbre,
verificar las informaciones ya no son solo principios del buen periodismo sino [también son principios] de la
lectura de toda persona, adulta o menor.
Hace unos días, el ministro de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Colombia, Diego
Molano, expresó: “Hay una concepción errada en el público de que las celdas celulares producen cáncer, eso
no ha sido comprobado”.
En otro momento, su viceministra, María Carolina Hoyos, citó: “La Organización Mundial de la Salud, OMS,
que es el ente rector internacional en el tema de salud, dijo lo siguiente: no hay ninguna evidencia de que las
antenas y los móviles celulares tengan incidencia en los seres humanos, los animales o el medio ambiente”.
No dudo de que ambas afirmaciones son ciertas, pero la verdad es que la OMS ha dicho también otras cosas.
Por ejemplo, a través de su Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, clasificó en mayo del 2011
a la radiación que producen los teléfonos móviles como “posible cancerígeno en humanos”.
Ejerciendo su derecho a la duda, muchos gobiernos tomaron entonces medidas preventivas. La Asamblea del
Consejo de Europa aprobó una resolución instando a los gobiernos del Viejo Continente a adoptar de
inmediato medidas necesarias y oportunas que redujeran la exposición de los ciudadanos a todo tipo de
radiaciones electromagnéticas. El Parlamento Europeo se había adelantado en dos años, emitiendo una
resolución que señalaba la necesidad de proteger especialmente a los niños de cualquier exposición
innecesaria a las radiofrecuencias “considerando que la tecnología de los dispositivos inalámbricos emite
radiaciones electromagnéticas que pueden producir efectos adversos para la salud humana”.
También la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA) confirmó que “las radiaciones de microondas pueden
provocar enfermedades tales como leucemia infantil, tumores cerebrales, cáncer de mama, alteraciones en
el sistema nervioso, cambios en las funciones cerebrales y daños en el sistema inmunitario”.
En Colombia, el Gobierno ha preferido tildar de fabuladores tanto a los preocupados usuarios
electromagnéticos como a los acuciosos científicos que estudian sus riesgos. Para el ministro y su
viceministra los que encuentran peligro en el contexto electromagnético alimentan un mito.
Yo, la verdad, no lo veo por ninguna parte. O lo veo más en el deseo proclive de la contraparte.
Científicos como Robert O. Becker, nominado dos veces al Nobel de Medicina; Dennis Henshaw, profesor de
efectos de la radiación en humanos en la Universidad de Bristol; Olle Johansson, del Departamento de
Neurociencias del Instituto Karolinska de Estocolmo; Magda Havas, del Departamento de Estudios
Ambientales de la Universidad de Trent, Canadá, y Ian Gibson, exdecano de la Facultad de Ciencias Biológicas
de la Universidad de East Anglia, son parte del centenar de especialistas que confirman cómo los efectos del
wifi pudieran dar lugar a dificultades de atención, hiperactividad, problemas de aprendizaje, ansiedad,
depresión, leucemia o tumores cerebrales, entre otros.
Acabo de leer que, como resultado de sus estudios independientes, el wifi fue retirado de escuelas, hospitales,
bibliotecas y otras instituciones públicas en países como Inglaterra, Francia, Alemania, Canadá, Austria y
Suiza. Los especialistas dicen que para que un cáncer se produzca en el organismo de un paciente, tiene que
haber una lesión en su ADN y, al parecer, la emisión que produce una antena o un teléfono móvil no causa
mutación alguna. Múltiples experimentos lo han comprobado así. Pero una antena y un teléfono no están
solos en esta nueva y recargada realidad magnética. Porque los dos se integran, en los ámbitos social y
familiar, a otras antenas y celulares, a las torres de transmisión, las redes wifi y wi-max, los cables de tendido
eléctrico y otros artefactos magnéticos, eléctricos y electrónicos. Cada vez hay más aparatos en el paisaje.
El cáncer, en estas condiciones, no es el único peligro. Al parecer –según numerosos especialistas– personas
muy expuestas a emisiones de antenas inalámbricas pueden desarrollar síntomas de insomnio, fatiga,
dolores de cabeza, mareos, falta de concentración, problemas de memoria, ruidos en los oídos, desequilibrio
físico y dificultad para concentrarse.
Otros estudios vinculan el universo electromagnético con daños a los genes del individuo y con efectos
adversos a su sistema inmunológico, disminuyendo la protección de ciertas enfermedades. Se mencionan
reacciones alérgicas y enfermedades de la piel en ciertos casos.
Por último, no puede desconocerse el llamado Síndrome de Sensibilidad Electromagnética, de personas
hipersensibles a esos campos, síndrome que amenazaría con convertirse en una de las epidemias más
grandes de la historia.
De modo que, aunque voceros de la OMS insistan en que no hay evidencias de efectos cancerígenos, otros
estudios siguen afirmando que exponerse a esos campos magnéticos aumenta el riesgo de padecer leucemia,
tumores cerebrales, neuromas acústicos, linfoma no Hodgking, melanoma maligno, cáncer de próstata,
cáncer de mama, alzheimer, esclerosis lateral amiotrófica.
Yo no seguiría llamando mito a esas preocupaciones científicas. Se trata de serias investigaciones médicas,
no de opiniones políticas, que conciben la realidad como el resultado de una votación o de un referendo.
Proteger a su población es deber fundamental de todo gobierno responsable. No es sano politiquear y tildar
de mito algo que puede devenir en una terrible realidad.
Los médicos saben también que patologías como las mencionadas tratan de ocultarse, minimizarse o
mitificarse debido a los grandes negocios que representan, para los fabricantes de tantos aparatos de
radiación electromagnética, diversas maravillas tecnológicas del siglo XXI, toda una industria de tremendo
crecimiento, para la que trabajan, incluso, galenos especialistas, capaces de inventar estudios que, en defensa
de los ingresos, pudieran disminuir la importancia de sus efectos nocivos.
Los gobiernos nacionales y municipales han de jugar un papel capital en la reglamentación de nuevos límites
para estas radiaciones. Y seguir con preocupación e interés todas las investigaciones al respecto. No es
aceptable que se construyan nuevas líneas de alta tensión e instalaciones eléctricas que pongan a las
personas en ambientes de radiación a niveles reconocidamente peligrosos. Proteger a su población es,
repetimos, tarea principal de todo gobierno responsable.

También podría gustarte