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LA RE-EVOLUCIÓN DE LA FRATERNIDAD

IN LAK’ECH: Tu eres mi Otro Yo”

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La RE-EVOLUCIÓN requiere antes que nada inestabilidad o sea que lo pequeños cambios
sean magnificados, dar sentido a estos acontecimientos para que se produzca un cambio
de estructuras, acelerar el cambio TRASCENDER ir más allá de la evolución. El prefijo RE
se le antepone al lexema Evolucionar para formar una nueva palabra que significa ir
más allá de los límites, trascender para dar sentido a la construcción de la sociedad. Nos
corresponde cerrar el círculo de la evolución. El despertar masivo de consciencia. Hoy la
verdad superior somos los ciudadanos libres e independientes.

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LA RE-EVOLUCIÓN DE LA FRATERNIDAD

No importa donde nacimos, no importa donde vivimos, lo que importa es cómo


organizarnos para poder vivir juntos con nuestras diferencias.

- A manera de prólogo

La reciente pandemia nos permitió reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y
sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los
acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: mujeres y hombres que
trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, comprendieron que nadie
se salva solo.

Nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano,
independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en
que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud de vida
lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu. Hoy
estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros.

¿Quién es mi prójimo? La palabra en la sociedad solía indicar al que es más cercano,


próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al que pertenece al
propio grupo, a la propia raza. Hoy en día se debe transforma completamente este
planteamiento: no preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a
volvernos nosotros cercanos, prójimos.

La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es


parte del propio círculo de pertenencia.

Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede
encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera
llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: Sólo me
comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro.

La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad, amistad; y es una vida más
fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de
fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros
mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte.

Desde la intimidad de cada uno se crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la
persona de sí misma hacia el otro. Hechos para relacionarnos, hay en cada uno de
nosotros una semilla empática, una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un

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crecimiento de su ser. Por ello en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta
empresa: salir de sí mismo.
Pero no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi
propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones:
no sólo el actual sino también el queme precede y me fue configurando a lo largo de mi
vida. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive
sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella.

Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y
enriquecen. El más noble sentido social hoy fácilmente queda anulado detrás de egoísmo
con apariencia de relaciones intensas. La fraternidad que es auténtica, que ayuda a
crecer, y las formas más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan
completar.

El amigo es para abrir círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta
acoger a todos. Los grupos cerrados que se constituyen en un “nosotros” contra todo el
mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo.

La vida es un estilo tendiente a conformar ese poliedro que tiene muchísimos lados, pero
todos formando una unidad cargada de matices. Representa una sociedad donde las
diferencias conviven enriqueciéndose e iluminándose, aunque implique discusiones y
prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es
prescindible.

Hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar,
buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha
convertido en deseo y en estilo de vida: Trascender.

Los seres humanos están conectados por sus impulsos y el deseo de saber que nos
escuchan. Es parte de la necesidad de comunicarnos, es por eso que constantemente
estamos enviando señales esperando respuesta de alguien más, siempre esperamos
mensajes deseando una conexión, pero si no recibimos esos mensajes no significa que
no nos los emitieron, a veces quiere decir que no hemos puesto suficiente atención.

- La fraternidad

“Libertad, Igualdad, Fraternidad”, consigna que abrió las puertas a la modernidad, según
la historiografía clásica. La Revolución Francesa marca el inicio de la edad contemporánea
al sentar las bases de la democracia moderna. Abrió nuevos horizontes políticos basados
en los principios de la soberanía popular Libertad e Igualdad.
Pero ¿dónde ha quedado la Fraternidad en la construcción de nuestro mundo? ¿Es hoy
un término en progresivo desuso? Puede que lo sea, pero lo cierto es que, pese a ello, el

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amor al prójimo va a ser el gran protagonista de los próximos años. Al fin y al cabo, en los
laboratorios se ha constatado que la fraternidad es la llave de la felicidad: la gestión de
las emociones en la educación.
Ahora sabemos que el bienestar individual y social se construye con la suma comunitaria
y no con la resta competitiva, que el altruismo es el camino más recto para llegar a la
felicidad, que se puede hacer crecer el amor compasivo a través de la práctica voluntaria.
En definitiva, que la Fraternidad está en nuestras manos y ya es imparable.
Los ideales de libertad, igualdad, fraternidad, el primero ya fue recogido por el
capitalismo y el liberalismo económico, dando como resultado el actual mundo pleno de
desigualdades fuente de innumerables problemas y conflictos. El segundo fue la bandera
esgrimida por los movimientos de izquierda que desembocaron en los regímenes
comunistas que terminaron asfixiando la libertad individual convirtiéndose en sistemas
totalitarios.
¿Qué pasa pues con el tercero?
La Fraternidad ha sido desde el principio el patito feo, el ideal más apartado y despreciado
mientras que la libertad y la igualdad, conveniente e interesadamente magnificados
según la tendencia política, se convertían en los incuestionables protagonistas.
El “modelo económico liberal”, se considera “agotado” pese a haber sido muy útil en la
Europa que transitó desde el absolutismo a la democracia. Choca con tres barreras: Física,
pues el derroche de recursos tropieza con los límites del planeta; política, porque el Tercer
Mundo ya no acepta la explotación; y psicológica, pues el desalmado sistema reduce al
hombre a mero productor-consumidor.
Solamente una nueva corriente ideológica y reformadora basada en la fraternidad
humana puede tener futuro o al menos intentar traernos un futuro mejor.
El neocortex, esa relativamente nueva construcción cerebral que nos diferencia de los
animales menos evolucionados corre paralela a la evolución social que podemos apreciar
si evitamos cegarnos con el pesimismo y aparente sinsentido del mundo actual.
- “La libertad vuela como las cometas. Vuela porque está atada. Usted coja una
cometa y láncela, no vuela. Pero átele una cuerda y entonces resistirá al viento y
subirá. Cuál es la cuerda de la cometa de la libertad: la igualdad y la fraternidad.
Es decir, la libertad responsable frente a los demás”. Paloma Rosado
La RE-Evolución de la Fraternidad no es un asunto sencillo, incluye muchos aspectos,
cambio de mentalidad, trabajo interior individual, y por supuesto cambio en la
educación; no es algo que se produzca de la noche a la mañana y sin esfuerzo, pero lo
importante es percibir que se están dando los pasos en esa dirección.
“Esto es como la metamorfosis de los insectos. Usted coge un gusano de seda y lo ve
moviendo el cuerpo con dificultad, se lía el hilo a la cabeza, se convierte en un capullo y
luego en una mariposa. ¿Qué ha pasado?”

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“Pues que al mismo tiempo que desaparecía el cuerpo de gusano se estaba construyendo
y manejando el sistema mariposa: los jóvenes tienen que construir el sistema mariposa. Y
no lo pueden construir con las reglas de los que son gusano”. José Luis Sampedro

Solo cooperando, construyendo entre todo un mundo más justo, podemos hacer volar
nuestra cometa de la libertad, y añadiría que también de la felicidad. No nos quedemos
con las ganas de actuar, hagámoslo cada día en la medida de nuestras posibilidades,
siempre mayores de lo que somos capaces de imaginar; solo así viviremos plenamente.

¿Quién somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué esperamos? Muchos se sienten confusos tan
solo. El suelo tiembla, y no saben por qué y de qué. Esta su situación es angustia, y si se
hace más determinada, miedo, el ser humano ha entrado en un proceso muy complicado
y muy peligroso, porque antes tenía confianza, sobre todo había palabras que
confeccionaban una promesa, cualquier voz que la gente honrada veía como solución.
Se trata de aprender la solidaridad. Su labor no ceja, está enamorada en el triunfo, no en
el fracaso; situada sobre el miedo, no es pasiva como este, ni está encerrada porque
reconoce al otro como sujeto en todas las circunstancias.
El afecto de ella sale de sí, da amplitud a los hombres en lugar de angostarlos, se crea un
enlace de ti, de mí, de nosotros. Durante el día una persona promedio dice 2, 250
palabras a 7.4 individuos. Pero pueden ser palabras para herir o para sanar.

En la actualidad, la incertidumbre es la principal amenaza. Lo inesperado o desconocido


puede volverse miedo y éste, parálisis. Es importante procesar correctamente los
elementos que conducen a lo incierto, para tener respuestas apropiadas que nos alejen
de lo indeseable y adverso y conduzcan a la oportunidad.

El problema de un cambio, como el que se está generando ante nuestros ojos, vertiginoso
y arrollador, es que puede echar por tierra mucho de lo bueno y positivo que hemos
construido, está dejando dolor.

Hay que intentar con empatía, con altruismo, con compasión, desmontar todo el mal,
pero hay cosas en que están yendo a mejor y el ser humano, como especie, en algunos
aspectos está dando grandes pasos de avance.

La resolución de nuestros conflictos exige el contar con un ideario social y conocimiento


del mismo. En momentos como los que estamos viviendo, es importante volver una
costumbre el reconocimiento de la Fraternidad que une a todos los hombres en un
destino común. La solidaridad y el esfuerzo compartido debe ser una autentica mística
social.
Hoy en día, nuestra cultura ya no gobierna nuestra organización social, la cual, a su vez,
ya no gobierna la actividad técnica y económica. Cultura y economía, mundo
instrumental y mundo simbólico se separan: ¡lo que importa son los demás!

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Hoy en día, se ha debilitado el tejido social, se han relajado las normas, así como las
reglas no escritas de convivencia que existen bajo formas de control que corrigen las
conductas desviadas y mantienen a la sociedad unida y cohesionada: ¡lo que importa
son los demás!

Hoy en día, las imágenes que vemos a diario por los medios parecen indicarnos que
somos violentos por naturaleza para nuestros antepasados lejanos asesinar era una
manera de solucionar los conflictos y de aumentar las posibilidades de supervivencia, si
bien los impulsos violentos aún se mantienen, en el presente, nuestro entorno a
cambiado mucho, y matar ya no es una estrategia ventajosa: ¡lo que importa son los
demás!

Hoy en día, un gobierno no puede funcionar sencillamente mediante el uso de la fuerza


bruta, tienen que existir ciertos valores comunes o sentidos de comunidad, de modo que
las personas no se maten, aunque no haya un policía detrás de ellas vigilándolas: IN
LAK’ECH ¡Lo que importa son los demás!

- En un mundo de trivialidades, la imagen domina los medios de comunicación; las


redes sociales son vehículo del rumor y la desinformación al servicio del
anonimato; hay más datos que significado; hay más información que
conocimiento, impera el “ruido” en la comunicación entre gobierno y
gobernados y los ciudadanos entre sí. Esta disonancia estimula la creencia de que
en la “realidad virtual” nuestras propuestas transformarán algo, sin embargo, la
proposición solo se concretara si trasciende lo virtual, si pasa al mundo de los
hechos, de los significados.

La historia –geografía en el tiempo- reclama la presencia de comunidades como espacios


socialmente equitativos, solidarios y participativos que promuevan en libertad la calidad
de vida de sus habitantes, una forma innovadora e interactiva del “vivir juntos con
nuestras diferencias”, aquí y ahora.

Llego la hora de considerar el gobierno no tanto como un problema de poder, sino más
bien, como un problema de conducción y la conducción es un problema de comunicación.

Llego la hora de instituir a la comunicación como una función social que mantenga el
nexo entre el pueblo y su gobierno. Se trata justamente de comunicar, de ser
comunicantes para integrar opiniones conjuntas. Esto es, dialogo permanente.

Llego la hora de reconstruir la concepción de la vida social aceptando la idea de una


sociedad multicultural que reconozca la pluralidad de intereses, opiniones y valores, y

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que este paradigma se convierta, a su vez, en una fuerza de integración de la cultura y de
la economía.

Llego la hora de Insertar a la capacitación en el proceso integral de educación para que


mujeres y hombres, en común esfuerzo, no solo sean actores, sino que participen,
debidamente capacitados, como autores en la construcción de su mundo de vida.

Llego la hora de mantener abierta nuestra comprensión de nuestro proceso histórico en


construcción, para enriquecerla y corregirla; de interpretar lo anterior no como falso o
inútil, sino cómo ampliarlo mediante cambios, continuación y nueva etapa; de superar la
conservación del proceso de búsqueda de fines.

¿Nos estamos encaminando hacia una situación donde las emociones se controlan
mejor?, ¿hemos aprendido a gestionar nuestras emociones y entonces seremos, somos,
cada vez menos violentos o somos iguales que nuestros antepasados?

Nuestras emociones no han cambiado demasiado. La gente sigue teniendo fantasías


violentas donde matan a los que no les gustan. A la gente le siguen gustando las formas de
entretenimiento violentas como los videojuegos, que tienen más éxito que nunca, si bien
es cierto que los índices de violencia hayan ido disminuyendo porque tenemos cada vez
más autocontrol, es decir, ponemos en práctica nuestra capacidad de no actuar bajo
nuestros impulsos violentos.

Entonces, la gestión de las emociones, aprender a gestionar las propias emociones


podría ser un buen camino para enfrentarse al futuro. Hay experimentos que ponen de
manifiesto que a medida que las personas pierden autocontrol, son más propensas a las
fantasías violentas, a castigar a los demás con violencia, en cambio, si refuerzan su
autocontrol, son mucho menos proclives a reaccionar de forma violenta.

Vamos a necesitar vivir de una forma distinta para poder formar parte de estos cambios.
Estamos atrapados en trabajos que no nos gustan, sujetos a reglas con las que no
comulgamos. El mundo se halla en una etapa de adolescencia, pero continuamos
empleando sistemas que no reflejan lo que somos.

El sistema financiero se basa en valores que no conectan con la mayoría de nosotros.

El sistema educativo va por derroteros muy distintos del rumbo que sigue el mundo en
general.

El sistema judicial es demasiado lento y se basa mucho más en reglas que en valores.

Si no estamos preparados para imaginar un mundo mejor, condenamos al mundo a ser


peor. Lo que puede ayudar es darse cuenta de que la vida es una elección, que todos
podemos imaginarnos un mundo mejor, y que podemos intentar mejorarlo a través de

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acciones educativas que conformen ese viaje hacia adelante, en vez de estar
quejándonos del status quo.

Uno de los grandes descubrimientos de las últimas décadas es que se pueden educar las
emociones y el comportamiento. Es posible desarrollar lo que llaman habilidades para la
vida, el aprendizaje social y emocional.
Estamos impidiendo que los niños y jóvenes tengan un desarrollo óptimo cuando les
privamos del aprendizaje social y emocional. Un niño que conoce y sabe gestionar sus
emociones so solo tendrá mejores resultados académicos, si no que estará más preparado
para el mundo laboral.
El desarrollo de toda sociedad implica ajustes, modificaciones en sus costumbres y formas
de convivencia, preparar, educar para que todos puedan tener las mismas oportunidades
y fortalecer su Identidad cultural. Desarrollar lo que llaman habilidades para la vida: una
seria de destrezas en el ámbito social, emocional y ético. No hay perfeccionamiento
humano posible sin educación, que es ante todo un Derecho Social.
Si todos participamos en la tarea del desarrollo económico, político, social y cultural, si
no dejamos en el camino a ningún miembro de la sociedad y cada cual realiza su aporte
podremos mirar con esperanza hacia el porvenir. IN LAK’ECH: crear un enlace cósmico de
ti, de mí, de nosotros, ¡la Fraternidad como cambio solidario!

- Vivir Juntos

Despertar el sueño de una sociedad fraterna, es un imperativo porque sólo el hombre


que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el
suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente fraterno.

Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga
y en la que nos ayudemos unos a otros. Cada uno con la riqueza de sus convicciones,
todos hermanos. Durante décadas parecía que el mundo había aprendido y se dirigía
lentamente hacia diversas formas de integración.

La historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos que se


consideraban superados, nacionalismos resentidos y agresivos penetrados por ideologías
que crea nuevas formas de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta
defensa de intereses nacionales.

“Abrirse al mundo” es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y las
finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad
de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países.

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Los conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la
economía global para imponer un modelo cultural único.

Esta cultura unifica al mundo, pero divide a las personas y a las naciones, porque la
sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos.
Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses
individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados,
donde las personas cumplen roles de consumidor, de espectadores.

El avance favorece la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero
procura licuar las identidades de los más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables
y dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los
poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”.

Se alienta una pérdida del sentido de la historia que disgrega. Se advierte la penetración
cultural donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie
únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de
individualismo sin contenidos.

Las ideologías destruyen todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin
oposiciones. Necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza
espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren
todo lo que los ha precedido.

Son las nuevas formas de colonización cultural. Un modo eficaz de licuar la conciencia
histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es
vaciar de sentido. La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la
desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa
de algunos valores.

La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el
desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que
encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de
las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de
cuestionamiento y confrontación.

En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a
ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o
para ponerse al lado del que está caído en el camino?

Un proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena a
delirio. Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo
unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso.

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En esta cultura que estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un proyecto común.

Cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero
necesitamos constituirnos en un “nosotros” fraterno que habita la casa común. Ese
cuidado no interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido.

Nos hemos hecho insensibles a cualquier forma de despilfarro.


La falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el
abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo
termina con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales.

Objeto de descarte no es sólo los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos
seres humanos.

Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa
del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había
ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados.

No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un


adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma
familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces
y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar.

Este descarte se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos
laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el
desempleo que se produce tiene como efecto directo expandirlas fronteras de la pobreza.

El descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo,
que se esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones de racismo vuelven a
avergonzarnos demostrando así que los supuestos avances de la sociedad no son tan
reales ni están asegurados para siempre.

Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el
desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre
es que «nacen nuevas pobrezas». Cuando dicen que el mundo moderno redujo la
pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la
realidad actual.

La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de


un momento histórico concreto.

Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para
todos. El respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y
económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son

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reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad
humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común.

Pero observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos


numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual
dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es
reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias.

Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad
desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados.
¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad
humana?

En toda guerra lo que aparece en ruinas es el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en


la vocación de la familia humana, por lo que cualquier situación de amenaza alimenta la
desconfianza y el repliegue. Así, nuestro mundo avanza en una dicotomía sin sentido con
la pretensión de garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad
sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza.

Paradójicamente, hay miedos ancestrales que no han sido superados por el desarrollo
tecnológico; es más, han sabido esconderse y potenciarse detrás de nuevas tecnologías.
Aun hoy, detrás de la muralla de la antigua ciudad está el abismo, el territorio de lo
desconocido, el desierto.
Reaparece la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el
corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro fraterno con otras culturas, con
otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará
siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta
esta alteridad.
No ignoramos los avances positivos que se dieron en la ciencia, la tecnología, la
medicina, la industria y el bienestar, sobre todo en los países desarrollados. No
obstante, junto a tales progresos históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro
de la ética y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de
responsabilidad.
Todo eso contribuye a que se difunda una sensación general de frustración, de soledad y
de desesperación. Nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una
situación mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro y
controlada por intereses económicos miopes.
Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda
desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser
todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja
atrás los grandes valores de la fraternidad lleva a una especie de cinismo.

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El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el
camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la
cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no;
cultura del encuentro, sí.
En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera donde la
distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la
humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo
un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana.
Lo distintivo del vivir juntos, es la interacción de los individuos y las gentes que actúan
generalmente por algún fin común. Más sea cual fuere el objetivo, a través de la
organización social crean una variedad de cosas. Por eso es importante que el conocerse y
reconocerse sea acabado, para que los hombres tengan la claridad con respeto a los fines
comunes que se proponen. De ahí el rol de la comunicación, del dialogo permanente.

Los seres humanos no somos la especie más fuerte del planeta, no somos los más
veloces, los más inteligentes, pero la ventaja que tenemos es nuestra habilidad para
cooperar, para ayudar a los demás, estamos programados para la compasión,
altruismo, empatía, eso nos hace más fuertes, veloces e inteligentes por eso
sobrevivimos, por eso vivimos.

- La Amistad Social

Las personas pueden desarrollar algunas actitudes que presentan como valores morales.
Pero para orientar adecuadamente los actos de las distintas virtudes, es necesario
considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia
otras personas. La altura espiritual es el criterio para la decisión definitiva sobre la
valoración positiva o negativa de una vida humana.

La atención afectiva que se presta al otro, provoca una orientación a buscar su bien
gratuitamente. Todo esto parte de un aprecio, afecto, simpatía y confianza de una
valoración, que en definitiva está detrás de la palabra “amistad”.

La amistad implica algo más que acciones benéficas; brotan de una unión que inclina hacia
el otro considerándolo valioso, más allá de las apariencias por ser quien es, nos mueve a
buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos
posibles la amistad social que no excluye a nadie, es la fraternidad abierta a todos.
La amistad social nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie
madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica reclama una creciente
apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra
todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua.

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Tenemos sembrada la semilla de la vocación de formar una comunidad en la cual se
acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros, que integran a todos. Hay
periferias que están cerca de nosotros, en una ciudad. Hay un aspecto de la apertura
universal que no es geográfico sino existencial. Es la capacidad de ampliar mi círculo, de
llegar a aquellos que no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de mí.
Las personas con discapacidad sienten que existen sin pertenecer. Hay todavía mucho
que les impide tener una ciudadanía plena. El objetivo no es sólo cuidarlos, sino que
participen activamente.

Es un camino exigente que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces
de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible. Los ancianos a veces
se sienten como una carga. Sin embargo, todos pueden dar una contribución singular al
bien común a través de su biografía original.
La fraternidad que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base en lo que
llamamos “amistad social”. Cuando es genuina dentro de una sociedad, es una condición
de posibilidad de una verdadera apertura. Quien mira a los otros con desprecio, establece
categorías de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta manera niega que
haya lugar para todos.
¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política
traducida en una educación para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el
enriquecimiento mutuo como valores?

Lo que sucede es que la libertad enflaquece, resultando así más una condición de soledad,
de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar.
Tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que todos los seres humanos son
iguales, sino que es el resultado del cultivo consciente de la fraternidad.

El individualismo no nos hace más libres. La mera suma de los intereses individuales no
es capaz de generar un mundo mejor para todos. El individualismo radical es más difícil
de vencer. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones,
como si acumulando seguridades individuales pudiéramos construir el bien común.

Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la


fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona,
siempre y en cualquier circunstancia. El solo hecho de haber nacido en un lugar con
menores recursos no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad.

Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y
ese derecho básico no puede ser negado. Lo tiene, aunque haya nacido o crecido con
limitaciones. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la
fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad.

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La amistad exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades
educativas y formativas. Las familias, llamadas a una misión educativa primaria e
imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los
valores de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro.

Los educadores y los formadores tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes,
están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las
dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del
respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia.

Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social


tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación,
especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de
formación y de comunicación está cada vez más extendido.

La amistad social se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy
diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es en gran parte, cuidar la fragilidad.
Servir significa cuidar a los débiles de nuestras familias, de nuestra sociedad.

Cada uno somos único, y cada uno tendrá un eslabón en la majestuosa cadena humana
y en el momento en que el cordón umbilical es cortado se convierten en individuos con
esperanzas propias, sueños y deseos, pero algunos estamos programados para sentir el
dolor cósmico, los trastornos del universo y aliviarlo, repararlo, para vivir en un mundo
donde todo es posible.
- La Migración
Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos
económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas
migrantes. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de
sostener, hay muchas vidas que se desgarran.
Los que emigran tienen que separarse de su propio contexto de origen y con frecuencia
viven un desarraigo cultural. La fractura también concierne a las comunidades de origen,
que pierden a elementos más vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular
cuando emigra uno de los padres o ambos, dejando a los hijos.
En algunos lugares de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a
menudo fomentado y explotado con fines políticos. Se difunde así una mentalidad
xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma.
Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida
social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de
cualquier persona. Por lo tanto, deben ser protagonistas de su propio rescate. Nunca se

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dirá que no son humanos, pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos,
se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos.
Las migraciones están afectadas por una pérdida de ese “sentido de la responsabilidad
fraterna”, sobre el que se basa la sociedad para defender la centralidad de la persona y
encontrar un equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos,
por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes.
Es verdad que una persona y un pueblo sólo son fecundos si saben integrar
creativamente en su interior la apertura a los otros. El problema es cuando dudas y
miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos
en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas.
El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro. La
afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es sólo
una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos
que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas
reacciones.
Cuando el prójimo es una persona migrante se agregan desafíos complejos. Nos
corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda
no solamente satisfacer sus necesidades sino también realizarse como persona.

Nuestros esfuerzos pueden resumirse en: acoger, proteger, promover e integrar. Se trata
de recorrer juntos un camino para construir ciudades que, al tiempo que conservan sus
respectivas identidades culturales, estén abiertas a las diferencias y sepan cómo
valorarlas en nombre de la fraternidad humana.

Esto implica algunas respuestas indispensables: adoptar programas de patrocinio


privado, ofrecer alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y
acceso a servicios básicos, darles libertad de movimiento y la posibilidad de trabajar,
proteger a los menores y asegurarle el acceso regular a la educación, promover su
inserción social y preparar a las comunidades locales para los procesos integrativos.

Para quienes ya hace tiempo que han llegado y participan del tejido social, es
importante aplicar el concepto de “ciudadanía”, que se basa en la igualdad de derechos y
deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia.

Comprometernos para establecer el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso


discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las semillas de sentirse aislado e
inferior que prepara el terreno para la hostilidad y quita los logros y los derechos y civiles
de algunos ciudadanos al discriminarlos.

La llegada de personas diferentes, que proceden de un contexto vital y cultural distinto,


se convierte en un don, porque las historias de los migrantes también son historias de
encuentro entre personas y entre culturas: para las comunidades y las sociedades a las

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que llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano integral de
todos.

Si solo se tratara de pasar de una cultura a otra, tuviéramos ejemplos, referencias


históricas. Pero en la posmodernidad en que vivimos pasamos de una humanidad a la
otra, otra que no solo continúa oscura, indeterminada, sino que rechazamos incluso
interrogar, que no aceptamos todavía reconocer.
Nos hemos vuelto nómadas de nuevo. ¿Qué quiere decir esto? ¿Se trata de viajes de
placer, de vacaciones exóticas, del turismo? No. ¿De ronda de hombres de negocios y
gente apresurada alrededor mundo, de un aeropuerto a otro? Tampoco. Los “objetos
nómadas” de electrónica móvil no nos acercan tampoco al nomadismo de hoy. Esas
imágenes del movimiento remiten viajes inmóviles, encerrados en el mismo mundo de
significaciones.
Moverse, ya no es desplazarse de un punto a otro de la superficie terrestre, sino
atravesar universos de problemas, de los mundos vividos, de los paisajes de sentido.
Estas derivas en las texturas de humanidad pueden coincidir con las trayectorias balizadas
de los circuitos de comunicación y de transporte, pero las navegaciones transversales,
heterogéneas de los nuevos nómadas exploran otro espacio.
Somos inmigrantes del subjetivismo que limita la validez de la verdad al sujeto que
conoce y juzga principalmente según su entendimiento y en consideración a su realidad
específica.

El nomadismo de este tiempo tiene que ver ante todo con la transformación continua y
rápida de los paisajes científicos, técnicos, profesionales y mentales. Incluso si no nos
moviésemos, el mundo cambiaría alrededor de nosotros. Pero nosotros nos movemos. Y
el conjunto caótico de nuestras respuestas produce la transformación general.
- La NO violencia

No está de más señalar que si se supone que los hombres actuamos en un sistema de
convivencia, es para conservarnos, perpetuarnos y para perfeccionarnos; el instrumento
objetivo, sólido, indiscutible de nuestra participación en esos procesos, no puede ser otro
que nuestra capacidad de conocernos y reconocernos en los demás para que los hombres
tengan la claridad con respeto a los fines comunes que se proponen.
Es el auténtico reconocimiento del otro, que sólo la solidaridad hace posible, y que
significa colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos de
comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses.

El individualismo consumista estimula la provocación. Los demás se convierten en un


problema para la propia tranquilidad placentera. Se los termina tratando con agresividad.
Llega a niveles de violencia en momentos difíciles.

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Sin embargo, todavía es posible optar por el cultivo de la fraternidad, tratar a otros con
un cuidado para no herirlos. Implica decir palabras de aliento, que reconfortan, que
fortalecen, que consuelan, que estimulan, en lugar de palabras que humillan, que
entristecen, que irritan, que desprecian.

Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los
demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. De vez en cuando aparece el milagro de
una persona que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, regalar
una sonrisa, decir una palabra que estimule, posibilitar un espacio de escucha en medio
de tanta indiferencia.

Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las
incomprensiones y previene los conflictos a través del cultivo de la NO violencia.

La práctica de la NO violencia no es una actitud superficial. Supone valoración y respeto,


cuando se institucionaliza la cultura de la paz en una sociedad transfigura profundamente
el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita
la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los
puentes.

Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda.
Les hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado
para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones.

El espíritu de la cultura de la paz es trabajar juntos. Unir a muchos en pos de búsquedas


comunes donde todos ganan. Frente a un determinado objetivo común, se podrán aportar
diferentes propuestas técnicas, distintas experiencias.

Es necesario tratar de identificar bien los problemas que atraviesa una sociedad para
aceptar que existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas.

La cultura de la paz se alcanza de manera proactiva, formando una nueva sociedad


basada en el servicio a los demás, más que en el deseo de dominar; en compartir con
otros lo que uno posee, más que en la lucha egoísta de cada uno por mayor riqueza; en la
que el valor de estar juntos es definitivamente más importante que cualquier grupo.

El esfuerzo duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada uno,
supone que en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia. Ninguno
está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los
demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos.

En las familias todas contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común,
pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Se pelean, pero

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hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones
después. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos.

Si pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos
que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra
sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no
nos compromete? Es muy necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para la
convivencia.

Los procesos duraderos son ante todo transformaciones artesanales obradas por la
gente, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida
cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos.
Cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto para escribir una nueva
página de la historia.

Hay una “arquitectura” de la convivencia pacífica, donde intervienen las diversas


instituciones de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una
“artesanía” que nos involucra a todos.

A partir de diversos procesos que se desarrollaron en distintos lugares hemos aprendido


que los principios de la cultura de la paz, primacía de la razón, delicada armonía entre la
política, el derecho y los valores no pueden obviar los procesos de la gente. No se
alcanzan con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos
políticos o económicos de buena voluntad.

Desde el punto de vista social prescindiendo de lo político y económico son múltiples los
problemas que -en su análisis axiológico- se traducen en antivalores de la sociedad.
Nadie puede negar, en el momento actual, la existencia de contrastes sociales.
Mas la posición no es tener una visión catastrofista, el tener conciencia de la realidad
conflictiva es la condición para poder determinar criterios y principios y establecer
políticas para la superación de los puntos neurálgicos.
La resolución de nuestros problemas es exigente con la relación al contar con un ideario
social y con el conocimiento del mismo. No hay punto final, sino que es una tarea que
exige el compromiso de todos y la institucionalización de la cultura y la comunicación.
Las manifestaciones públicas violentas, de un lado o de otro, no ayudan a encontrar
caminos de salida porque no siempre aparecen claros sus orígenes y objetivos, hay ciertas
formas de manipulación y se perciben apropiaciones a favor de intereses particulares.

Si a veces los más pobres reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es
importante entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una historia
de falta de inclusión social. Sólo la cercanía nos permite apreciar profundamente los
valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir.

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La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con ellos. No deben olvidar que la
inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. Sin
igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión encontrarán un caldo de
cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.

Cuando la sociedad abandona a una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni


recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.
La verdad es que ninguna familia, grupo de vecinos, menos una entidad pública espacial,
municipio, tiene futuro si el motor que los une convoca y tapa las diferencias. Cuando
los conflictos no se resuelven hay silencios que pueden significar volverse cómplices.

En la práctica de la NO violencia, hay que partir del principio de que la unidad es superior
al conflicto.
Apostar por la resolución en un plano superior que conserve las virtualidades valiosas de
las polaridades en pugna, reconocer que no se debe liquidar la lucha de los opuestos,
porque eso sería equivalente a querer acabar con las ricas posibilidades de la sociedad
plural.

Cada vez que las personas y las comunidades aprendemos a apuntar más alto de
nosotros mismos y de nuestros intereses particulares, la comprensión y el compromiso
mutuo se transforman en un ámbito donde las resistencias, tensiones e incluso los que
se podrían haber considerado opuestos, pueden alcanzar una unidad que engendre un
modo de vida:

Aceptar que en todo lo que hagamos prioricemos el buen trato, el respeto, la justicia, la
equidad, la armonía, la solidaridad y el manejo no violento de los conflictos.

- Llamada Espiritual-cultural

La crisis que ha vivido la humanidad a nivel mundial, en el acontecer de los tiempos,


siempre llevo a expresar la necesidad de una universalización urgente y de tipo espiritual
para las transformaciones sociales.

El martillo de las doctrinas de los grandes pensadores utilizadas para desmantelar las
ruinas de la economía y la metafísica, no tienen por qué convertir su interpretación en la
práctica de un dudoso puntal ideológico del pensamiento único y el fin de la historia. Al
contrario, aún son armas útiles para la transformación de un mundo cada vez más
descarriado.

A la luz de los acontecimientos lo que procede es transformar el mundo no sólo


interpretarlo, desligarnos de la herencia cristiana de occidente y esgrimir la verdad como
acontecimiento dialógico entre las personas, porque la historia del Ser se produce cuando

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se renuevan los paradigmas imperantes con el cambio social, el problema, en todo caso,
es que en nuestra sociedad tan racionalizada y controlada no acontece nada o casi nada.

El blanco es “la sociedad de la administración total”, una culminación posmoderna de la


dialéctica de la Ilustración. Los instrumentos de control social están cada vez más
desarrollados la sociedad de la administración deviene más totalizadora. Y el peligro no
es el control en sí, sino su fundamento.

Un sistema de racionalización total no puede preservarse ni resiste sin una pretensión de


verdad absoluta. Con el aumento del control colectivo se pone de manifiesto la necesidad
de otro tipo de organización social diferente en términos de ayuda fraterna, que no sea
económica, sino humana y espiritual.

- Una transformación social radical en base a una llamada espiritual-cultural que


propague una moralidad menos egoísta e individualista; que cuente con una voz
reconocible el problema es siempre quién interpreta, tiene la autoridad y el
poder.

Cuando de convivencia surge no sólo el aprovechamiento de fuerza para subsistir y


perpetuarse, sino además para perfeccionarse, en la búsqueda de la perfección como
propósito orientado, estamos encontrando ya, esa inserción cultural que convierte a la
convivencia en comunidad política, y así ésta se torna categoría cultural de tal manera
importante que es condición de perfección y del resto de las expresiones de la cultura.

Ya no hay verdades absolutas ni dioses como fundamento metafísico, pero los axiomas
inamovibles son propiedad de unos pocos. Contra esa concentración de poder se opone
la idea de un “saber explicativo”.

A futuro es el único programa político posible, porque el desarrollo tecnológico y


científico no está dirigido por la voluntad democrática. Y la gran paradoja es que se
necesita otra “explicación” para el cambio social, porque la occidental lleva
inexorablemente a los conservadores de la “autoridad” que preserva el orden.

A manera de explicación. En 2019 Guillaume Cuchet publica un estudio, “La evolución de


las actitudes religiosas en Occidente”. Dice: los países occidentales forman un conjunto
de países cristianos que pasan a ser países post cristianos.

Sin hablar de “descristianización” el hecho comprobado es el abandono progresivo de


prácticas religiosas tradicionales y ciertos elementos de la fe. La disminución de
vocaciones sacerdotales era un claro indicador de crisis. Al mismo tiempo, surgían nuevas
formas de religión, cristiana o no. Fracaso de las Iglesias católica y protestantes, para
controlar la pulsión religiosa, pero, permanencia inesperada de la religión.

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Los sondeos muestran un fuerte aumento de los NO, especialmente entre los jóvenes. Se
pregunta si es un fenómeno nuevo o si es el resultado de una tendencia más antigua. En el
siglo XIX, Francia, a diferencia de los otros países “occidentales”, había conocido
corrientes antirreligiosas bastante fuertes.

El fenómeno actual, mucho más importante, no es especialmente antirreligioso, tampoco


anticlerical, con todo y los escándalos de pedofilia y abusos sexuales. Es masivo, pero no
significa que Dios haya muerto, menos aún que los dioses hayan muerto. Quizá
asistimos al regreso de los dioses.

Las cifras apuntan un cambio generacional importante: 55% de los jóvenes entre 16 y 29
años, en Europa en general, se dicen sin religión; en Francia 23% se dicen católicos, 2%
protestantes, 10% musulmanes y 64% sin religión. El récord lo tiene Suecia con 75% de
“nones”. Inglaterra: 70%. Ahora bien, si mezclamos a todas las generaciones, en
promedio, los europeos se declaran cristianos en 71%.

La diferencia entre las generaciones es lógica, si uno ve que el 80% de la joven generación
de los “nones” no ha recibido educación religiosa en su infancia, es decir, es un fenómeno
de segunda o tercera generación: los padres se dicen cristianos, pero no han transmitido
nada a sus hijos, por lo menos a partir de 1965-1968.

En Estados Unidos el fenómeno es mucho más reciente, empieza entre 1990 y 2000,
después del boom evangélico de los años 1970-1980. Es la primera generación de
“nones”.

Víctor Hugo, en su testamento de 1885, decía: “Rechazo la oración de todas las Iglesias;
pido una oración a todas las almas, creo en Dios”. Muchos de los jóvenes integrantes de
la generación de los “nones” podrían hacer suyas estas palabras. Los humanos buscamos
siempre algo para entender y ordenar el caos de la vida cotidiana, y más aún en los
tiempos presentes de cambio acelerado e inestabilidad.

Los años 1960-1970 fueron los de “New Age” y “Acuario”. Según la Asociación de
Psicología Americana, 62% de los estadounidenses se decían (noviembre de 2019)
estresados por el clima político de su país. A la hora del coronavirus ha de haber subido al
100%.

Los “nones” han dejado de ser religiosos en el sentido institucional, de afiliación a una
iglesia, ¡no han dejado de ser espirituales!

- El Diálogo Permanente

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Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar
puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y
ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve. No es
noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente a vivir mejor,
mucho más de lo que podamos darnos cuenta.

Algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la


enfrentan con violencia destructiva, pero entre la indiferencia egoísta y la protesta
violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo.

Una sociedad crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera
constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la
cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación.

Se suele confundir el diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de opiniones
en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre
confiable.

Son sólo monólogos que proceden paralelos, quizás imponiéndose a la atención de los
demás por sus tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no comprometen a nadie,
hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son oportunistas y contradictorios.

La resonante difusión de hechos y reclamos en los medios, en realidad suele cerrar las
posibilidades del diálogo, porque permite que cada uno mantenga intocables y sin
matices sus ideas, intereses y opciones con la excusa de los errores ajenos. Prima la
costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, en
lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, alcanzar una síntesis superadora.

Lo peor es que este lenguaje, habitual en el contexto mediático de una campaña


política, se ha generalizado de tal manera que todos lo utilizan cotidianamente. El
debate frecuentemente es manoseado por determinados intereses que tienen mayor
poder, procurando deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor.

No solamente el gobierno de turno, ya que este poder manipulador puede ser


económico, político, mediático, religioso o de cualquier género. A veces se lo justifica o
excusa cuando su dinámica responde a los propios intereses económicos o ideológicos,
pero tarde o temprano se vuelve en contra de esos mismos intereses.

La falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el
bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor de
los casos, por imponer su forma de pensar.

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Así las conversaciones se convertirán en meras negociaciones para que cada uno pueda
rasguñar todo el poder y los mayores beneficios posibles, no en una búsqueda conjunta
que genere bien común.

Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica enfermiza y decidan sostener
con respeto una palabra cargada de verdad, más allá de las conveniencias personal. El
auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro
aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos.

Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y
exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía.
Cuando una persona es coherente con lo que piensa, adhiere firmemente a valores y
convicciones, y desarrolla un pensamiento, eso de un modo o de otro beneficiará a la
sociedad.

Pero esto sólo ocurre realmente en la medida en que dicho desarrollo se realice en
diálogo y apertura a los otros. Un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad
de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo
como una convicción propia.

Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de
buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos.

La discusión pública, si verdaderamente da espacio a todos y no manipula ni esconde


información, es un permanente estímulo que permite alcanzar más adecuadamente la
verdad, o al menos expresarla mejor. Impide que los diversos sectores se instalen
cómodos y autosuficientes en su modo de ver las cosas y en sus intereses limitados.

Los medios de comunicación pueden ayudar a que percibamos un renovado sentido de


unidad que nos impulse al compromiso por una vida más digna para todos. Es necesario
verificar constantemente que las actuales formas de comunicación nos orienten al
encuentro generoso, búsqueda sincera de la verdad, a la tarea de construir el bien
común.

Hay que desenmascarar las maneras de desfiguración y ocultamiento de la verdad en lo


público y privado. Lo que llamamos “verdad” no es sólo la difusión de hechos que realiza
el periodismo. Es ante todo búsqueda de fundamentos sólidos que están detrás de
nuestras opciones y de nuestras leyes. La inteligencia humana puede ir más allá del
momento y captar algunas verdades que no cambian, que lo eran antes de nosotros y lo
serán siempre.

- En una sociedad plural, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a


reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más
allá del consenso circunstancial.

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Hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por
argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y
puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades
elementales que deben y deberán ser siempre sostenidas.

Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil
reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una ética social. Aun cuando los hayamos
reconocido gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá
de todo consenso, los reconocemos como valores trascendentes a nuestros contextos y
nunca negociables.

Si algo es siempre conveniente para el buen funcionamiento de la sociedad, ¿no es porque


detrás de eso hay una verdad permanente, que la inteligencia puede captar? En la
realidad del ser humano y la sociedad, en su naturaleza íntima, hay una serie de
estructuras básicas que sostienen su desarrollo y supervivencia. De allí se derivan
exigencias que pueden ser descubiertas gracias al diálogo, si bien no son estrictamente
fabricadas por el consenso.

El hecho de que ciertas normas sean indispensables para la misma vida social es un indicio
externo de que son algo bueno en sí mismo.

Por consiguiente, no es necesario contraponer la conveniencia social, el consenso y la


realidad de una verdad objetiva. Estas tres pueden unirse armoniosamente cuando, a
través del diálogo, las personas se atreven a llegar hasta el fondo de una cuestión, el
Panche’Be de la filosofía maya: buscar la raíz de la verdad.

Las decisiones gubernamentales que se necesitan para ser consecuentes deben emanar
de las inquietudes, de las necesidades y de las opiniones de la base, de lo que la sociedad
necesita y de lo que los ciudadanos son capaces de hacer.
Las opiniones que después se convierten en actos de gobierno deben integrarse de arriba
hacia abajo y de abajo hacia arriba, en comunicación constante y directa con el pueblo;
primero con sus candidatos y después con sus gobernantes; en todo caso, con quien
decide y resuelve. ¡Este dialogo es permanente!
El Estado, en su función ordenadora de la convivencia humana, ejercerá la acción que le
compete, en la medida necesaria para asegurar la solidaridad de los elementos
asociados y garantizar a éstos una equitativa participación en el bienestar que nace de la
convivencia misma.
Cada día, cada momento y a cada nanosegundo el mundo cambia, los electrones se
golpean entre sí y reaccionan las personas chocan y alteran sus patrones también, el
cambio no es sencillo, de hecho, es desafiante y duro, pero quizá eso sea bueno porque
el cambio nos hace fuertes y más resistentes y nos enseña a evolucionar, a TRASCENDER

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