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Filosofía de la cultura
(Todos los textos de este dossier pertenecen a FOUCAULT, Michel; La hermenéutica del
sujeto, trad. de Horacio Pons, 4ª ed., Madrid, Akal, 2021.)
(…) Querría insistir en otra cosa que concierne mucho más al tema que me preocupa.
Cualquiera sea, en realidad, el sentido que se haya dado y atribuido en el culto de Apolo
al precepto délfico “conócete a ti mismo”, es un hecho, me parece, que cuando ese
precepto délfico, ese gnothi seauton, aparece en la filosofía, en el pensamiento filosófico,
lo hace, como es bien sabido, alrededor del personaje de Sócrates. Jenofonte lo atestigua
en los Recuerdos de Sócrates, y Platón en una serie de textos a los cuales habrá que volver.
Ahora bien, cuando ese precepto délfico (ese gnothi seauton) aparece, se lo acopla, se lo
hermana, no todo el tiempo pero sí varias veces y de manera significativa, con el principio
del “preócupate por ti mismo” (epimelei heautou). Digo “acopla”, “hermana”. De hecho,
no se trata del todo de un acoplamiento. En algunos textos a los cuales tendremos que
volver, la regla “conócete a ti mismo” se formula mucho más en una especie de
subordinación con respecto al precepto de la inquietud de sí. El gnothi seauton (“conócete
a ti mismo”) aparece, de una manera bastante clara y también en este caso en una serie de
textos significativos, en el marco más general de la epimeleia heautou (inquietud de sí
mismo), como una de las formas, una de las consecuencias, una suerte de aplicación
concreta, precisa y particular, de la regla general: debes ocuparte de ti mismo, no tienes
que olvidarte de ti mismo, es preciso que te cuides. Y dentro de esto aparece y se formula,
como en el extremo mismo de esa inquietud, la regla “conócete a ti mismo”. En todo caso,
no hay que olvidar que en ese texto de Platón, por supuesto demasiado conocido pero que
pese a ello es fundamental, la Apología de Sócrates, éste se presenta como aquel que
esencial, fundamental, originariamente tiene como función, oficio y cargo el de incitar a
los otros a ocuparse de sí mismos, a cuidar de sí mismos y no ignorarse. En la Apología
hay, en efecto, tres textos, tres pasajes que son muy claros y explícitos al respecto.
Encontramos un primer pasaje en el 29d de la Apología. En él, Sócrates, al defenderse
y hacer una especie de alegato ficticio frente a sus acusadores y jueces, responde a la
siguiente objeción. Se le reprocha encontrarse actualmente en una situación tal que
“debería avergonzarse”. La acusación, por decirlo de algún modo, consiste en decir esto:
no sé muy bien qué hiciste mal, pero debes reconocer, de todas maneras, que es
vergonzoso haber llevado una vida tal que ahora tengas que estar frente a los tribunales y
corras el riesgo de ser condenado, e incluso condenado a muerte. ¿No es cierto, en
definitiva, que hay algo vergonzoso en quien ha llevado una vida determinada, de la que
no se sabe cómo es, pero debido a la cual corre el riesgo de ser condenado a muerte tras
un juicio semejante? A lo cual Sócrates, en este pasaje, responde que, al contrario, está
muy orgulloso de haber tenido esa vida, y que si alguna vez se le pidiera que la modificara,
se negaría. Por lo tanto: estoy tan orgulloso de haber llevado la vida que llevé que, aun si
me propusieran la absolución, no la cambiaría. Aquí tenemos ese pasaje, y esto es lo que
dice Sócrates: “Atenienses, os estoy agradecido y os amo; pero obedeceré al dios antes
que a vosotros; y, mientras tenga un soplo de vida, mientras sea capaz de ello, estad
seguros de que no dejaré de filosofar, de [exhortar]os, de aleccionar a cualquiera de
vosotros con quien me encuentre”. ¿Y cuál es la lección que daría si no lo condenaran,
puesto que ya la dio antes de ser acusado? Pues bien, diría entonces, como acostumbra a
hacerlo, a quienes tropiezan con él:
¡Cómo! Querido amigo, tú eres ateniense, ciudadano de una ciudad que es más grande,
más renombrada que ninguna otra por su ciencia y su poderío, y no te ruborizas al poner
cuidado [epimeleisthai] en tu fortuna a fin de incrementarla lo más posible, así como en
tu reputación y tus honores; pero en lo que se refiere a tu razón, a la verdad y a tu alma,
que habría que mejorar sin descanso, no te inquietas por ellas y ni siquiera las tienes en
consideración [epimele, phrontizeis].
Sócrates, por lo tanto, recuerda lo que siempre dijo y aún está muy decidido a decir a
quienes encuentre e interpele: ustedes se ocupan de un montón de cosas, de su fortuna, de
su reputación, pero no de ustedes mismos. Y prosigue:
Y si alguno de vosotros contestara, afirmara que las cuida (su alma, la verdad y la razón;
M.F.), no creáis que voy a dejarlo todo e irme de inmediato; no, lo interrogaré, lo
examinaré, discutiré a fondo. Joven o viejo, extranjero o ciudadano, así actuaría con
cualquiera que encontrara; y sobre todo con vosotros, mis conciudadanos, porque me
tenéis muy cerca por la sangre. Pues eso es lo que me ordena el dios, escuchadlo bien; y
creo que nunca fue nada más beneficioso para la ciudad que mi celo en ejecutar esa
orden.
Esa “orden”, en consecuencia, es aquella por la cual los dioses confiaron a Sócrates
la tarea de interpelar a la gente, jóvenes y viejos, ciudadanos o no, para decirle: ocúpense
de ustedes mismos. Esa es la misión de Sócrates. En un segundo pasaje, vuelve al tema
de la inquietud de sí y dice que, si los atenienses lo condenaran efectivamente a muerte,
pues bien, él, Sócrates, no perdería gran cosa. Los atenienses, en cambio, experimentarían
a causa de su muerte una muy pesada y severa pérdida. Puesto que, dice, ya no tendrán a
nadie que los incite a ocuparse de sí mismos y de su propia virtud. A menos que los dioses
sientan, por los propios atenienses, una inquietud suficientemente grande para enviarles
un reemplazante de Sócrates que les recuerde sin cesar que deben preocuparse por sí
mismos. Por último, el tercer pasaje: en 36b-c, a propósito de la pena que corresponde.
Según las formas jurídicas tradicionales, Sócrates propone la pena a la que aceptaría
someterse si fuera condenado. Éste es entonces el texto:
¿Qué tratamiento, qué multa he merecido por haber creído que debía renunciar a una
vida tranquila y descuidar aquello por lo que la mayoría de los hombres se empeña,
fortuna, interés privado, mandos militares, éxito en la tribuna, magistraturas, coaliciones,
facciones políticas? ¿Por haberme convencido de que con mis escrúpulos me perdería si
me internaba en ese camino? ¿Por no haber querido comprometerme en lo que no
hubiese sido de ningún provecho ni para vosotros ni para mí? ¿Por haber preferido hacer
a cada uno de vosotros en particular el que considero el mayor de los servicios, tratar de
persuadirlo de preocuparse [epimeletheie] menos por sus posesiones que por su propia
persona, para llegar a ser lo más excelente y razonable posible y pensar menos en las
cosas de la ciudad que en la ciudad misma; en suma, aplicar a todo esos mismos
principios? ¿Qué merezco, pregunto, por haberme comportado así (y haberos incitado a
ocuparos de vosotros mismos? Ninguna punición, desde luego, ningún castigo, sino;
M.F) un buen tratamiento, atenienses, si queremos ser justos.
Por el momento me quedo ahí. Solo quería señalarles esos pasajes en los cuales
Sócrates se presenta en esencia como la persona que incita a los demás a ocuparse de sí
mismos, y les ruego que tomen nota simplemente de tres o cuatro cosas que son
importantes. En primer lugar, esa actividad consistente en incitar a los demás a ocuparse
de sí mismos es la de Sócrates, pero es la que le encargaron los dioses. Al dedicarse a
ella, Sócrates no hace otra cosa que cumplir una orden, ejercer una función, ocupar un
lugar (él utiliza el término taxis) que le fue fijado por los dioses. Y como habrán podido
ver, además, en uno de los pasajes, los dioses enviaron a Sócrates a los atenienses en la
medida en que se ocupan de ellos, y eventualmente les enviarían algún otro, para
incitarlos a ocuparse de sí mismos.
En segundo lugar, también pueden advertir -y esto es muy claro en el último de los
pasajes que acabo de leerles- que si Sócrates se ocupa de los otros, lo hace, desde luego,
al no ocuparse de sí mismo o, en todo caso, al descuidar, por esa actividad, toda una serie
de otras actividades que pasan por ser, en general, actividades interesadas, rentables,
propicias. Sócrates descuidó su fortuna, descuidó cierta cantidad de ventajas cívicas,
renunció a toda su carrera política, no pretendió cargo ni magistratura algunos, para poder
ocuparse de los otros. Se planteaba, por lo tanto, el problema de la relación entre el
“ocuparse de sí mismo” al cual incita el filósofo y lo que debe representar para éste el
hecho de ocuparse de sí mismo, o eventualmente, de sacrificarse: posición, por
consiguiente, del maestro en esta cuestión del “ocuparse de sí mismo”. En tercer lugar, y
en este caso no cité todo lo que debía del pasaje hace un momento, pero no importa,
pueden consultarlo: en esa actividad consistente en incitar a los demás a ocuparse de sí
mismos, Sócrates dice que, con respecto a sus conciudadanos, desempeña el papel de
quien despierta. La inquietud de sí, por lo tanto, va a considerarse como el momento del
primer despertar. Se sitúa exactamente en el momento en que se abren los ojos, salimos
del sueño y tenemos acceso a la primerísima luz: tercer punto interesante en esta cuestión
del “ocuparse de sí mismo”. Y por último, otra vez al final de un pasaje que no les leí: la
célebre comparación entre Sócrates y el tábano, ese insecto que persigue a los animales,
los pica y los hace correr y agitarse. La inquietud de sí mismo es una especie de aguijón
que debe clavarse allí, en la carne de los hombres, que debe hincarse en su existencia y
es un principio de agitación, un principio de movimiento, un principio de desasosiego
permanente a lo largo de la vida. Creo, por lo tanto, que esta cuestión de la epimeleia
heautou tiene que liberarse un poco, tal vez, de los prestigios del gnothi seauton, que hizo
disminuir un tanto su importancia. Entonces, el texto que trataré de explicarles dentro de
un momento con un poco más de precisión (el famoso texto del Alcibíades, toda la última
parte), verán como la epimelia heautou (la inquietud de sí) es sin duda el marco, el suelo,
el fundamento a partir del cual se justifica el imperativo del “conócete a ti mismo”. Por
consiguiente: importancia de esa noción de epimeleia heautou en el personaje de Sócrates,
al cual, sin embargo, suele asociarse, de manera si no exclusiva sí al menos privilegiada,
el gnothi seauton. Sócrates es el hombre de la inquietud de sí y seguirá siéndolo. Y se
verá, en toda una serie de textos tardíos (entre los estoicos, los cínicos y sobre todo
Epicteto), que Sócrates es siempre, esencial y fundamentalmente, quien interpelaba a los
jóvenes en la calle y les decía: “Es preciso que se ocupen de sí mismos”. (…)
Texto 2