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Sobre las astucias de la razón imperialista*


Pierre Bourdieu y Loïc W acquant

El im p erialism o cu ltu ral se ap oya en el p od er de u nlversalizar los


p articu larism os ligad os a una trad ición histórica singular, haciend o que
n o se recon ozcan com o tales. Así, del m ism o m od o qu e en el siglo XIX
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cierto n ú m ero de cu estiones su p u estam ente filosóficas qu e eran d ebati-


das com o u niversales en tod a Eu rop a y más allá, tom aban su origen,
com o lo ha d em ostrad o m u y bien Fr itz Ringer, en las p articu larid ad es
(y los con flictos) históricas p rop ias del m u nd o esp ecífico de los u niver-
sitarios alem anes, hoy, m u chos tóp icos d irectam ente surgid os de con -
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frontaciones intelectu ales ligad os a la p articu larid ad social de la socied ad


y las universid ad es norteam ericanas se im p onen, bajo form as en apa-
riencia d es-historizad as, al con ju n to del p laneta. Estos lugares comunes
en el sentid o aristotélico de nociones o de tesis con las cuales se argu -
menta p ero sobre las cuales no se argu m enta, o, en otros térm inos, estos
p resu p u estos de la d iscu sión que p erm anecen ind iscu tid os, d eben gran
p arte de su fu erza de p ersu asión al h ech o de qu e, al circu lar desde con -
ferencias acad émicas a libros de éxito, desde revistas sem iespecializad as
a inform es de exp ertos, desde balances de com isiones gu bernam entales a

~ Versión revisada del texto de Pierre Bourdieu y Loic W acquant, «Sur les ruses de la
:;

raison impérialiste», escrito como posfacio al n úmero dedicado a «La astucia de la razón
imperialista» de Actvs de la rceberche en sciences sociales, 121-122, marzo 1998, pp. 109-118.
Reproducido con el permiso tic Jértmie Bourdieu.

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prim eras páginas de revistas, están p resentes en tod as partes a la vez, de
Berlín a Beijin g, y de Milán a México, y son p od erosam ente ap oyad os y
transm itid os p or estos canales p retend id am ente neu trales qu e son las
organizaciones internacionales (tales com o la O C D E o la Com isión
eu rop ea) y los centros de ad m inistración p ú blica y los tbink tanks (com o
la Brookin gs In stitu tion en Washington, el Ad am Sm ith Institu te en
Lond res y la Fu nd ación Saint Sim ón en París). 3

La neu tralización del con texto h istórico, qu e resu lta de la circu la-
ción internacional de los textos y del olvid o correlativo de sus con d i-
ciones históricas de origen, p rod u ce una u niversalización ap arente que
viene \ ser red oblad a p or el trabajo de «teorización ». Un a su erte de
axiom atización ficticia ad ecuad a para p rod u cir la ilu sión de una génesis
p u ra, el ju ego de las definiciones previas y de las d ed u cciones qu e ap u n-
tan a su stitu ir la ap ariencia de la necesid ad lógica p or la contingencia de
las necesid ad es sociológicas d enegad as, tiend e a ocu ltar las raíces h istó-
ricas de tod o u n con ju n to de cu estiones y de nociones qu e se d irán filo-
sóficas, sociológicas, históricas o p olíticas, según el cam p o de recep -
ción . Así, p lanetarizad as o globalizad as, en el sentid o estrictam ente
geográfico, p or el d esarraigo, al m ism o tiem p o qu e d esp articu larizad as
p or el efecto de falsa ru p tu ra qu e p rod u ce la con cep tu alización, esos lu -
gares com u nes de la gran vulgata p lanetaria qu e p or su infinita rep eti-
ción en los m ed ios de com u n icación transform a p oco a p oco en sentid o
com ú n u niversal, llegan a hacer olvid ar qu e ellos han tenid o su origen
en las realid ad es com p lejas y controvertid as de u na socied ad histórica
p articu lar, tácitam ente constitu id a en m od elo y en med id a de tod as las
cosas.
Así su ced e, p or ejem p lo, con el d ebate enred ad o y vago alred ed or del
«m u lticu ltu ralism o», térm ino qu e, en Eu rop a, ha sid o sobre tod o u tili-
zad o para d esignar el p lu ralism o cu ltu ral en la esfera cívica, m ientras que
en Estad os Un id os rem ite a las secuelas perennes de la exclu sión de los
negros y a la crisis de la m itología nacional del «sueño am ericano», que
ha acom p añad o el increm ento generalizad o de las desigualdades a lo lar-
go de las d os últim as d écad as. Crisis que el vocablo «m u lticu ltu ral» d i-
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simula restringiénd olo artificialm ente sólo al m icrocosm os u niversitario


y exp resánd olo en u n registro ostensiblem ente «étn ico», m ientras que su
apuesta p rincip al n o es el recon ocim ien to de las cu ltu ras marginalizad as
p or los cánones acad ém icos, sino el acceso a los instru m entos de ( r e p r o -
d u cción de las clases media y su p erior -e n el p rim er rango de los cuales

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figura la u n iversid ad - en un con texto de retirad a masiva y m u ltiform e
del Estad o.5

A través de este ejem p lo, pu ed e verse de p aso qu e, entre los p rod u c-


tos cu ltu rales h oy d ifund id os a escala p lanetaria, las más insid iosas no
son las teorías de apariencia sistem ática (com o el «fin de la historia» o la
«globalización») y las visiones del m u nd o filosóficas (o qu e se p retend en
com o tales, com o el «p osm od ern ism o»), qu e resu ltan fáciles de id entifi-
car. Son más bien térm inos aislad os con apariencia técnica, tales com o la
«flexibilid ad » (o su versión británica, la «em p leabilid ad »), qu e, p or el
hecho de qu e cond ensan y vehicu lizan tácitam ene tod a u na filosofía del
ind ivid u o y de la organización social, son adecuadas para fu ncionar
com o verd ad eras contraseñas p olíticas (es este caso con : la m inim ización
y d enigración del Estad o, la red u cción de la cobertu ra social y la acep ta-
ción de la generalización de la p recaried ad salarial com o una fatalid ad ,
inclu so com o un ben eficio).
Se p od ría analizar, tam bién, en sus p orm en ores, la n oción fu ertem en-
te p olisém ica de «globalización», qu e tiene p or efecto, si no p or fu n ción ,
escond er detrás del ecu m enism o cu ltu ral o el fatalism o econom ista los
efectos del im p erialism o, y hacer ap arecer una relación de fu erza tran s-
nacional com o una necesid ad natu ral. Com o resu ltad o de una inversión
sim bólica fund ad a sobre la natu ralización de los esquem as del p ensa-
m iento neoliberal, cu ya d om inación se ha im p u esto desde hace veinte
años gracias a la labor de zapa de los think tanks conservad ores y de sus
aliad os en los cam pos p olítico y p eriod istico, el rem od elam iento de las
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relaciones sociales y de las p rácticas cu ltu rales en las socied ad es avanza-


das con form e al p atrón norteam erican o -fu n d ad o en la p au p erización
del Estad o, la m ercantilización de los bienes p ú blicos y la generalización
de la insegurid ad social-, es acep tad o h oy con resignación com o el d e-
senlace inevitable de las evolu ciones nacionales, cu and o no es celebrad o
con un entu siasm o borregu il qu e recu erd a extrañam ente el entu siasm o
p or Estad os Un id os que había su scitad o, hace m ed io siglo, el pian Mars-
hall en u na Eu rop a d evastad a.7

Un a serie de temas afines ap arecid os recientem ente sobre la escena


intelectu al eu rop ea, y p articu larm ente sobre la p arisiense, han atravesa-
do así el Atlán tico a plena luz del día o bien de con traban d o, con la ayu -
da del retorn o de influ encia qu e gozan los p rod u ctos de la investigación
norteam ericana, tales com o lo «p olíticam ente correcto» -p arad ójica-
mente u tilizad o, en los med ios intelectu ales franceses, com o instru m en-
to de rep robación y de rep rensión contra tod a veleid ad de su bversión,
esp ecialm ente fem inista u h om osexu al-, o el p ánico m oral alred ed or de
la «getoización» de los barrios llam ad os «de inm igrantes», o inclu so el
m oralism o qu e se insinú a p or tod as partes a través de u na visión ética de
la p olítica, de la fam ilia, etcétera, qu e cond u ce a u na su erte d e d esp oliti-
zación p rincip ista de los p roblem as sociales y p olíticos, p or lo qu e qu e-
dan vaciad os de tod a referencia a cu alqu ier especie de d om inación, o,
p or ú ltim o, la op osición devenida canónica en las regiones d el cam p o in -
telectu al más p róxim as del p eriod ism o cu ltu ral, entre el «m od ernism o»
y el «p osm od ernism o» qu e se basa en u na relectu ra ecléctica, sincrética
y la m ayoría de las veces d eshistorizad a y m u y aproxim ad a de u n p u ña-
d o de au tores franceses y alemanes y qu e está en trance de im p onerse, en
su form a am ericana, a los eu rop eos m ism os. 8

Sería necesario exam inar con más atención y m ayor d etalle el d ebate
qu e actu alm ente op one a los «liberales» y a los «com u nitaristas» (otros
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tantos térm inos d irectam ente transcritos, y no trad u cid os, del inglés),
com o ilu stración ejem p lar del efecto de falsa ruptura y de falsa univer-
salización qu e p rod u ce el p asaje al ord en d el d iscu rso con p retensión fi-
losófica: esto es, d efiniciones fu nd ad oras qu e m arcan una ru p tu ra apa-
rente con los p articu larism os históricos qu e p erm anecen en u n segund o
p lano del p ensam iento del p ensad or históricam ente situ ad o y d atad o
(¿cóm o no ver, p or ejem p lo, com o se lo ha sugerid o varias veces, qu e el
carácter d ogm ático de la argu m entación de Raw ls a favor de la p riorid ad
de las libertad es se exp lica p or el hecho de qu e atribu ye tácitam ente a los
partenaires, en su p osición original, un ideal latente qu e no es otro qu e el
su yo, el d e u n u niversitario am ericano, atad o a u na visión id eal de la d e-
m ocracia am erican a?); tam bién encontram os p resu p u estos an trop oló-
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gicos antrop ológicam ente inju stificables, p ero d otad os de tod a la au tori-
dad social de la teoría económ ica neo-m arginalista de la cual han sid o
tom ad os; p retensión de una d ed u cción rigu rosa, que p erm ite encad enar
form alm ente consecu encias infalsificabies sin exp onerse jam ás la m enor
p ru eba em p írica; alternativas ritu ales, e irrisorias, entre atom istas ind ivi-
duales y holistas colectivistas -t a n visiblem ente absurd as que obligan a
inventar «holistas ind ivid u alistas», para u bicar a H u m b old t- o «atom is-
tas colectivistas»; y tod o en una extraord inaria jerga, u na terrible lingua
franca internacional, qu e p erm ite acarrear, sin jam ás tom arlos en cu enta
conscientem ente, tod as las p articu larid ad es y los p articu larism os asocia-
d os a las trad iciones filosóficas y políticas nacionales (de tal m od o qu e un

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au tor francés pued e escribir liberty entre p aréntesis después de la p ala-
bra liberté, p ero aceptar sin p roblem a barbarism os concep tu ales com o la
op osición entre lo «p roced u al» y lo «su stancial»). Este d ebate y las «teo-
rías» que op on e, y entre las cuales sería en vano tratar de introd u cir u na
elección p olítica, d ebe sin duda u na p arte de su éxito entre los filósofos
-p rin cip alm en te conservad ores y esp ecialm ente ca tólicos- al hecho de
que tiend e a red u cir la p olítica a la m oral: el inm enso d iscu rso sabiam en-
te neu tralizad o y p olíticam ente d es-realizad o qu e su scita, ha venid o a r e-
levar a la gran trad ición alemana de la A ntropología filosófica, este d is-
cu rso noble y falsam ente p rofu n d o de denegación (Verneinung) qu e ha
sid o d u rante m u cho tiem p o p antalla y obstácu lo, en cu alqu ier p arte
d ond e la filosofía alemana p od ía afirm ar su d om inación, a tod o análisis
científico del m u nd o social. 11

En u n d om inio más p róxim o a las realid ad es p olíticas, u n d ebate


com o el qu e gira en torn o a la «raza» y la id entid ad ha d ad o lugar a in -
tru siones etnocéntricas sem ejantes au nqu e más rud as. Un a rep resenta-
ción histórica, nacid a del hecho de qu e la trad ición am ericana sobrep o-
ne la d icotom ía entre blancos y negros de manera arbitraria a u na
realidad infinitam ente más com p leja, pu ed e inclu so im p onerse en países
d ond e los p rincip ios op erativos de visión y de d ivisión, cod ificad os o
p rácticos, de las d iferencias étnicas son totalm ente d istintos y qu e, com o
en Brasil, eran consid erad os tod avía recientem ente com o con tra-ejem -
p los del «m od elo am erican o». Cond u cid as p or am ericanos o latinoa-
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m ericanos form ad os en Estad os Un id os, la m ayor p arte de las investiga-


ciones recientes sobre la desigualdad etno-racial en Brasil se refu erzan
p or p robar qu e, contrariam ente a la imagen qu e los brasileños se hacen
de su p rop ia n ación , el país de las «tres tristes razas» (ind ígenas, negros
d escend ientes de los esclavos, blancos p rovenientes de la colon ización y
de las olead as de inm igración eu rop ea) no es m enos «racista» qu e los
otros y qu e los brasileños «blancos» no tienen nada qu e envid iar a sus
p rim os norteam ericanos en este tem a. Peor, el racismo enmascarado a la
brasileña d ebería verse p or d efinición com o más p erverso, p recisam ente
p or ser d isim u lad o y d enegad o. Esto es lo qu e afirm a, en Orpheus and
Power, el p olitólogo afroam ericano Michael H an ch ard , qu ien, ap lican-
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do sin p ensarlo las categorías raciales norteam ericanas a la situ ación bra-
sileña, erige la historia p articu lar del m ovim iento estad ou nid ense p or los
d erechos civiles d espués de la Segund a Gu erra Mu nd ial com o p atrón
universal de la lu cha de los gru p os op rim id os p or razones de color (o

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casta), a pesar de qu e d icha historia arraiga en la rigid ez y violencia ú n i-
cas de un régim en de d om inación su rgid o de la con trad icción fu nd a-
m ental entre d em ocracia y esclavitu d racializad a d esconocid a en cu al-
qu ier otra socied ad . En lugar de consid erar la constitu ción del ord en
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etno-racial brasileño en su p rop ia lógica, estas investigaciones se con ten -


tan, la m ayoría de las veces, con reem p lazar en bloqu e el m ito nacional
de la «d em ocracia racial» (tal com o lo expresa p or ejem p lo la obra de
Gilberto Fr eir é), p or el con tra-m ito m ilitante según el cual tod as las so-
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ciedades son «racistas», inclu so aquellas en el seno de las cuales las rela-
ciones raciales p arecen, a p rim era vista, m enos d istantes y hostiles (y
hasta a veces no existentes com o tales). D e herram ienta analítica, el con -
cep to de racism o pasa a ser u n simple instru m ento de acu sación; bajo la
cobertu ra de ciencia, es la lógica del p roceso ju ríd ico qu e se afirm a (y ga-
rantiza el éxito de ventas de libros, en lugar del éxito de p restigio in te-
lectu al).
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En un artícu lo clásico, p u blicad o hace ya treinta años, el antrop ólogo


Charles Wagley d em ostraba qu e la con cep ción de «raza» en las Am éri-
cas ad mite varias d efiniciones, según el p eso otorgad o a la ascend encia, a
la apariencia física (qu e no se lim ita al color de la p iel) y al estatus socio-
cu ltu ral (p rofesión , nivel de ingresos, d ip lom as, región de origen, etc.),
en fu nción de la historia de los asentam ientos, de las relaciones y de los
conflictos sim bólicos entre grupos en las diversas zonas geográficas. 17

Debid o a las circu nstancias pecu liares de su colon ización , los norteam e-
ricanos son los ú nicos que d efinen la «raza» sobre la ú nica base de la as-
cend encia y ello sólo en el caso de los afroam ericanos: se es «negro» en
Ch icago, Los Ángeles o Atlanta, no p or el color de su p iel sino p or el h e-
cho de tener u no o varios antepasad os id entificad os com o negros, es d e-
cir, al térm ino de la regresión, com o esclavos africanos. Estad os Un id os
es la ú nica socied ad m od erna que aplica la one-drop rule y el p rincip io de
«hip od escend encia», según el cual los hijos de una u nión m ixta se ven
au tom áticam ente asignad os al gru p o consid erad o in ferior (aqu í, los n e-
gros). En Brasil, en cam bio, la id entid ad etnorracial se d efine no p or ge-
nealogía sino p or referencia a un continuum de «color», es d ecir, p or la
ap licación de u n p rincip io flexible o vagamente genotíp ico qu e, al tom ar
en cu enta rasgos físicos com o la textu ra del cabello, la form a de los la-
bios y de la nariz y la p osición de clase (los ingresos y la ed u cación, es-
p ecialm ente), generan u n gran nú m ero de categorías interm ed ias (más de
u n centenar fue catalogad o luego del censo de 1980). La categorización
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racial tam bién está cond icionad a p or la p osición de clase (p articu lar-
m ente p or ingresos, p rofesión y ed u cación) y varía fu ertem ente según
las regiones, de lo que resulta qu e según d ond e vive y cu anto gana se da
una d esignación racial a u na p ersona, m ientras qu e sus herm anos pu ed en
entrar en otra categoría «racial», lo qu e son fenóm enos exclu id os del es-
qu em a de la clasificación racial en Estad os Un id os. Esto no qu iere d ecir
que en Brasil no existan d istinciones ind ivid uales y p rofu nd as d esigu al-
dades d ebid o a esta grad u ación etnorracial, p orqu e tam bién las en con -
tram os claram ente allí. H ay qu e su brayar que la con stru cción sim bólica
de «raza» en este país ha d ad o lu gar a fronteras y relaciones entre grupos
relativam ente p orosas y m aleables, qu e la d icotom ía blan co/n egro n o
logra captar. En con creto, estas relaciones no llevan a u n ostracism o ra-
d ical y u na estigm atización exclu yente sin recu rso o rem ed io a través de
la estru ctu ra social. Esto qued a p atente en las estrategias de m ovilid ad
etnorracial a través del m atrim onio de brasileños de p iel más oscu ra con
m u jeres de piel más clara, en los índ ices de segregación de las ciud ad es
brasileñas m u ch o más bajas qu e en las áreas m etrop olitanas de Estad os
Unid os (qu e son típicas de lo qu e allí pasa p or ser «vecind ad es integra-
d as»), y en la p ráctica ausencia de las d os form as de violencia racial típ i-
cam ente norteam ericanas qu e son el lincham iento y el m otín u r ba n o. 19

Mu y al con trario, en Estad os Un id os no existe u na categoría social y le-


galmente reconocid a de «m estizo» después de su errad icación en las p ri-
meras décadas del siglo XX. En este caso, nos encontram os ante una d i-
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visión qu e es más cercana a la qu e hay entre castas d efinitivam ente


d eterminad as y d elimitad as o cu asi-castas (la p ru eba es el índ ice llam ati-
vam ente bajo de m atrim onios m ixtos hasta la fecha: m enos del 3 % de
m u jeres afroam ericanas entre 25 y 34 años con trajeron m atrim onios
«m ixtos» en la década de 1980 en com p aración con el 50% de m u jeres de
origen latino y el 80% de m u jeres asiáticoam ericanas), una d ivisión qu e
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resulta d ifícil de conciliar si se la inclu ye en el u niverso de visiones d ife-


renciad oras «revisad as» a través de las lentes estad ou nid enses en fu nción
de la globalización .
¿Cóm o p od em os exp licar qu e unas «teorías de relaciones entre ra-
zas» se hayan elevad o tácitam ente (y a veces exp lícitam ente) al estatus de
criterio u niversal para analizar y m ed ir cu alqu ier situ ación de d om ina-
ción étn ica cu and o resulta qu e estas teorías no son más qu e transfigu-
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raciones d ébilm ente conceptualizadas de los estereotip os raciales más co-


m ú nm ente u sad os qu e no pasan de ser ju stificaciones elem entales de la

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d om inación de blancos sobre negros en una socied ad , y qu e se han re-
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fu nd id o y p u esto al día incansablem ente para qu e encajen en los in tere-


ses p olíticos de tu rno? El hecho de qu e esta sociod icea racial (o racista)
haya p od id o «globalizarse» en los ú ltim os años, p erd iend o así sus carac-
terísticas externas de d iscu rso legitim ad or p ara u so d om estico o local, es
sin duda una de las p ru ebas más evid entes de la d om inación sim bólica
qu e ejerce Estad os Un id os sobre cu alqu ier tip o de p rod u cción científica
y, sobre tod o, sem icientífica p or m ed io de su p od er de consagración y
los beneficios m ateriales y sim bólicos qu e los investigad ores en los p aí-
ses d om inad os obtienen de una ad hesión más o m enos asumida o aver-
gonzad a al m od elo p rop agad o p or Estad os Un id os. Se p od ría d ecir, con
Thom as Bend er, qu e los p rod u ctos de la investigación norteam ericana
han ad qu irid o un «estatus y u n p od er de atracción a escala in tern acio-
nal» com p arables con los del «cine, la m ú sica p op , el softw are de ord e-
nad ores y el baloncesto de p roced encia n orteam erican a». La violencia
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sim bólica de hecho sólo se ejerce en form a de una com p licid ad (exh orta-
da) p or p arte de aqu ellos que están som etid os a ella: la «globalización »
de los tem as de la d oxa social norteam ericana, o de su transcrip ción más
o m enos sublim ad a en el d iscu rso sem i-cien tífico, no sería p osible sin la
colaboración consciente o inconsciente, d irecta o ind irectam ente in tere-
sad a, de tod os los passeurs («transp ortad ores») e im p ortad ores de p r o-
d u ctos cu ltu rales de d iseño o retrato (ed itores, d irectores de in stitu cio-
nes cu ltu rales com o m u seos, óp eras, galerías, p eriód icos, centros de
investigación etcétera) qu e p rom u even y p rop agan en el p rop io país o
los países de d estino, a m enud o con tod a la bu ena fe, p rod u ctos cu ltu ra-
les norteam ericanos y de tod as las autorid ad es cu ltu rales estad ou nid en-
ses que sin necesid ad de una connivencia exp lícita, acom p añan, orqu es-
tan y a veces inclu so organizan el p roceso de conversión al nu evo Meca
sim bólico. 25

Pero tod os estos m ecanism os, que tienen com o efecto la fomentación
de una verd ad era «globalización» de los p roblem as estad ou nid enses (en
el sentid o de u na d ifu sión p lanetaria de au torid ad ), verificand o así la
creencia am ericano-céntrica en la «globalización», entend id a sim p le-
m ente com o la americanización del m u nd o occid ental y, p or su exp an-
sión grad ual, del m u nd o entero, no son d atos su ficientes para exp licar la
tend encia del p u nto de vista norteam ericano, científico o sem i-cien tífi-
co, de im p onerse com o p u nto de vista u niversal, esp ecialm ente cu and o
se trata de asu ntos com o la «raza», en los qu e la particu larid ad de la si-

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tu ación norteam ericana es esp ecialm ente flagrante y está lejos de ser
ejem plar. A este resp ecto tam bién p od ríam os rem itirnos al papel p rota-
gonista qu e d esem peñan las grand es fu nd aciones norteam ericanas filan-
tróp icas y de investigación en la d ifu sión de la d oxa racial n orteam eri-
cana d entro del cam p o u niversitario brasileño, tanto al nivel de las
rep resentaciones com o al de las p rácticas, o en otro ám bito, de las cate-
gorías ju ríd icas y m orales de los «d erechos hu m anos» y de la «filan tro-
p ía ». Así, p or ejem p lo, la Fu n d ación Rockefeller y organizaciones si-
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milares han cread o un p rogram a sobre «Raza y etnicid ad » en la


Universid ad Fed eral de Rio de Jan eiro y el Cen tro para estu d ios afro-
asiáticos en la Universid ad Cánd id o Mend es (y su revista Estudos A fro-
asiáticos) para animar intercam bios de investigación y de estu d iantes. Sin
em bargo, la corriente intelectu al sólo flu ye en una d irección : las catego-
rías y p roblem áticas estad ou nid enses (com enzand o con la d ivisión d ico-
tóm ica de blan co y negro) viajan hacia el sur, m ientras qu e las exp erien-
cias y contrap u ntos brasileños raras veces o nu nca encu entran el cam ino
hacia el norte para cu estionar las maneras pecu liares en qu e Estad os
Unid os ha con cebid o su cu estión de «raza» y cóm o estas concep ciones
se han transcrito sin p ensarlo en el aparato analítico de su ciencia social
nacional. Y, com o cond ición de su ayu d a, la Fu nd ación Rockefeller exi-
ge que los gru p os de investigación em p leen criterios estad ou nid enses de
«acción afirm ativa», lo qu e p lantea p roblem as insu p erables, ya qu e,
com o acabam os de ver, la ap licación de la d icotom ía blan co-n egro a la
socied ad brasileña es cu anto m enos fortu ita.
Ju n to con este papel de las fu nd aciones filantróp icas, hay que inclu ir
finalm ente la internacionalización de las p u blicaciones acad émicas entre
los factores qu e han contribu id o a la d ifu sión del p ensam iento en cien -
cias sociales «made in USA ». La creciente introd u cción de libros acad é-
m icos en inglés (a m enu d o p rod u cid os p or la m ism a ed itorial y qu e ac-
tu alm ente se vend en no sólo en Estad os Unid os y en los países del
antigu o Com m on w ealth britán ico, sino tam bién en los Estad os p olíglo-
tas más p equ eños de la Un ión Eu rop ea, com o Su ecia y H oland a, y en t o -
das las socied ad es más d irectam ente expuestas a la d om inación cu ltu ral
norteam ericana) y la d isolu ción de las fronteras entre libros acad ém icos
y libros de gran p ú blico han p erm itid o p on er en circu lación u nos térm i-
nos, tem as y trop os con un fu erte atractivo (real o esp erad o) com ercial,
qu e, a su vez, d eben su p od er de atracción esencialm ente al hecho de su
amplia d ifu sión m ism a. Por ejem p lo, Basil Blackw ell, la gran ed itorial

217
m ed io com ercial m ed io acad ém ica (lo qu e los anglosajones llam an u na
«ed itorial crossover») no duda en im p oner títu los a sus au tores qu e están
en consonancia con este nu evo sentid o com ú n p lanetario qu e ayuda a
fom entar bajo la ap ariencia de hacerse eco d e él. Este es el caso con la
com p ilación de textos sobre las nuevas form as de marginalid ad u rbana
en Eu rop a y N orteam érica, reu nid os en 1996 p or el sociólogo italiano
En zo Mingione: estaba revestid a con el títu lo Urban Poverty and the
Underclass, con tra el ju icio y la volu ntad d e su ed itor y de algu nos de los
contribu id ores, ya qu e tod o el volu m en trata de d em ostrar la vacuidad
de la n oción de «clase in ferior». Pero Blackw ell inclu so se negó a p on er
el térm ino entre com illas. Con fron tad o con la abierta reticencia de los
27

au tores, para Basil Blackw ell resulta más que fácil afirm ar qu e u n títu lo
llam ativo es la ú nica m anera de evitar u n p recio de venta d emasiad o alto,
que de tod as form as mataría al libro en cu estión. De m od o qu e estas d e-
cisiones p u ram ente de com ercialización de los libro son las qu e orientan
la investigación y la enseñanza u niversitaria en la d irección de la h om o-
geneización y la su m isión a modas que llegan de Estad os Un id os, si no
es que fabrican «d iscip linas» vend ibles en con ju n to, com o los «Estu d ios
Cu ltu rales», este ám bito híbrid o, su rgid o en Inglaterra en la d écad a de
1970, que d ebe su d ifu sión internacional (en la que se basa tod a su exis-
tencia) a u na p olítica exitosa de p u blicid ad ed itorial. Por ejem p lo, el h e-
cho de qu e esta «d iscip lina» no existe en las universid ad es y cam p os in -
telectu ales en Francia no im p id ió a Rou tled ge p u blicar u n com p end io
con el títu lo Estudios culturales franceses sigu iend o el m od elo de los Es-
tudios culturales británicos (y tam bién hay variantes en alemán y en ita-
liano, pu blicad as p or ed itoriales rivales). Y p od em os prever, d ebid o al
p rincip io de la p artenogénesis étnicocu ltu ral que ahora está d e m od a,
qu e p ron to encontrarem os en las librerías u n manual de Estudios cultu-
rales árabe-francesas com o rép lica de su p rim o al otro lad o del Canal de
la Mancha de los Estudios culturales británico-negros, qu e salieron en
1997 (y aún qued an abiertas las apuestas sobre si Rou tled ge se atreverá a
sacar u nos Estudios culturales germano-turcas).
Sin em bargo, tom ad os en su con ju n to, tod os estos factores n o p u e-
den exp licar del tod o la hegem onía que la p rod u cción estad ou nid ense
ejerce sobre el m ercad o intelectu al m u nd ial. Es ahí d ond e hem os de te-
ner en cu enta el papel de los que están en cabeza de las estrategias de im-
portación-exportación concep tu al, estos m istificad ores m istificad os qu e
pued en transp ortar inad vertid am ente la p arte escond id a - y a m enu d o

218
m ald ita- de los p rod u ctos cu ltu rales qu e p onen en circu lación. ¿Qu é h e-
m os de p ensar realm ente de esos investigad ores norteam ericanos qu e
viajan a Brasil para animar a los líd eres del Movim en to N egro a ad op tar
las tácticas del m ovim iento afroam ericano de Derech os H u m an os y a
d enu nciar la categoría de «p ard o» (un interm ed io entre «bran co» (blan-
co) y «p reto» (negro) qu e d esigna a las p ersonas de asp ecto físico m ixto),
con el fin de m ovilizar a tod os los d escend ientes africanos de Brasil a
ad op tar la op osición d icotóm ica entre «afrobrasileños» y «blan cos», co -
piada de la d ivisión estad ou nid ense, ju stam ente en un m om ento en qu e,
en Estad os Un id os, la gente de origen m ixto, inclu yend o a los llamad os
«negros» (qu e en su gran m ayoría son de padres m ixtos) se están m ovi-
lizand o para obten er del estad o fed eral (com enzand o con las oficinas del
censo) el recon ocim ien to oficial com o norteam ericanos «m u ltirracia-
les», con lo qu e se d ejaría de inclu irlos a la fu erza en la categoría ú nica de
«n egro»? Un a tal d iscord ancia ju stifica que p ensem os qu e el d escu bri-
28

m iento tan reciente com o inesp erad o de la «globalización de la r a z a » 29

no se d ebe a u na sú bita convergencia de form as de d om inación etn orra-


cial en los más d iversos p aíses, sino a la p ráctica u niversalización del con-
cepto popular norteam ericano de «raza» com o resu ltad o de la exp orta-
ción p lanetaria de gran éxito de categorías intelectu ales norteam ericanas.
Se p od ría hacer la misma d em ostración con resp ecto a la d ifu sión in -
ternacional del con cep to verd ad eram ente falso de clase inferior, qu e, p or
m ed io de un efecto de «alod oxia» transcontinental típ ico de la circu la-
ción incontrolad a de id eas, fu e im p ortad o p or aqu ellos sociólogos del
viejo m u nd o qu e eran ávidos de exp erim entar una segunda ju ventu d in -
telectu al navegand o sobre la ola de la p op u larid ad de concep tos con el
sello de Estad os U n id os. Para resu m ir, bajo esta etiqu eta, los investiga-
30

d ores eu rop eos escu chan «clase» y creen que hace referencia a u na n u e-
va p osición d entro de la estru ctu ra d el esp acio social u rban o, m ientras
que sus colegas norteam ericanos escu chan «inferior» y piensan en u na
manada de gente p obre, p eligrosa e inm oral desde u na p ersp ectiva d eci-
d id am ente victoriana y racistoid e. Paul Peterson, cated rático de Gobier-
no en la Universid ad de H arvard y d irector de la Com isión de Investi-
gación de la clase inferior u rbana del Con sejo de Investigación en
Ciencias Sociales (tam bién financiad o p or la Fu nd ación Rockefeller y
tam bién p or la de Ford ) no d eja lugar a dudas o ambigüed ad es cu and o
resume en ton o de ap robación los resu ltad os de un Con greso m ayor so-
bre la clase inferior celebrad o en Evan ston , Illin ois, en 1990, en térm inos

21!)
qu e apenas requ ieren más com entarios: «El térm ino tiene fu erza p orqu e
llam a la atención sobre la con ju n ción de los caracteres ind ivid uales y las
fu erzas im p ersonales d el ord en social y p olítico más am p lio. «Clase» es
la p arte qu e m enos interesa de la p alabra. Au nqu e im p lica la relación de
u n grupo social con otro, los térm inos de esta relación siguen ind efini-
d os m ientras no se com bin a «clase» con «in ferior». Esta transform ación
de una p rep osición en u n ad jetivo no tiene nada de la solid ez de «traba-
jad ora», de la banalid ad de «med ia» o de lo rem oto de «su p erior». En
cam bio, «inferior» su giere lo bajo, p asivo y su m iso y, al m ism o tiem p o,
lo d esaliñad o, p eligroso, d isru p tivo, oscu ro, m alo e inclu so infernal. A
p arte de estos atribu tos p ersonales, rem ite a la su jeción, su bord inación y
d ep ravación ».31

En cad a cam p o intelectu al nacional, los «passeurs» o transp ortad ores


(a veces sólo u n o, a veces varios qu e com p iten entre ellos), se han ad e-
lantad o para retom ar este m ito de esp ecialistas y reform u lar en estos tér-
m inos alienad os la cu estión de la relación entre p obreza u rbana, in m i-
gración y segregación en sus p aíses. H ay incontables artícu los y trabajos
qu e p retend en p robar - o lo qu e viene a ser casi lo m ism o - d esap robar
con fina d iligencia p ositivista la «existencia» de este «gru p o» en tal o tal
socied ad , ciud ad y vecind ad , sobre la base de ind icad ores em p íricos a
m enu d o m al constru id os y mal correlacionad os entre ellos. Para p lan-
32

tear la cu estión de si hay una «clase inferior» (un térm ino qu e algunos
sociólogos franceses no han vacilad o en trad u cir p or «sous-classe», anti-
cip and o sin duda la introd u cción del con cep to de «sous-homme» o Un-
termensch, «hom bre inferior») en Lon d res, Lyon , Leid en o Lisboa, hay
qu e su poner, al m enos, que el térm ino está d otad o con u n m ínim o de
consistencia analítica y qu e u n tal gru p o existe realm ente en Estad os
U n id os. Sin em bargo, esta noción m ed io científica m ed io p eriod ística
33

de «clase inferior» no sólo carece de coherencia sem ántica sino de exis-


tencia social. Las p op u laciones incongru entes que los investigad ores
norteam ericanos suelen agrupar bajo este térm ino -recep tores de ayuda
social, parad os d u rante m u cho tiem p o, mad res solteras, fam ilias con un
sólo rep resentante p arental, expulsad os del sistema escolar, crim inales y
m iem bros de band as, d rogad ictos y sin tech o, si no se refiere a tod os los
habitantes del gu eto en bloq u e- m erecen qu e se las inclu ya en esta cate-
goría que lo capta tod o p or u n ú nico h ech o: se las p ercibe com o am ena-
zad ores y negaciones vivientes del «su eño am ericano» de la op ortu nid ad
para tod os y del éxito ind ivid ual. El «con cep to» em p arentad o de exclu-

220
sión se usa habitu alm ente en Fran cia y en med id a creciente en otros p aí-
ses eu rop eos (p articu larm ente bajo la influ encia de la Com isión
Eu rop ea) en la intersección de los cam p os p olítico, p eriod ístico y cien tí-
fico, con una fu nción sim ilar de d eshistorización y d esp olitización para
d efinir u n fen óm eno viejo y bien con ocid o -el d esem p leo m asivo y sus
efectos d egrad antes sobre el p roletariad o u r b a n o- com o algo nu evo y en
cierto m od o d esconectad o de la p olítica estatal de la d esregu lación eco-
nóm ica y del recorte de p restaciones sociales. Tod o ello nos da una id ea
de la inanid ad del p royecto de retrad u cir u na n oción inexistente a otra
sim p lem ente com o algo no d escrito. 34

D e h ech o, la «clase in ferior» no es más qu e u n gru p o ficticio, cread o


sobre el papel p or las p rácticas de clasificación de estos cien tíficos, p e-
riod istas y otros exp ertos en la gestión de los p obres (u rbanos negros)
qu e com p arten la creencia en su existencia p orqu e se p resta p erfecta-
m ente p ara d ar nueva legitim id ad a los u nos y un tem a p olítica y co -
m ercialm ente rentable de exp lotar a los o t r o s. In servible para el caso
35

n orteam erican o, el con cep to im p ortad o no añade nad a al con ocim ien to
de las socied ad es eu ropeas con tem p orán eas. Pu es las m od alid ad es y los
m étod os para hacerse cargo de la p obreza son extrem ad am ente d iver-
gentes en los d os lad os del Atlán tico, p or no m encionar las d iferencias
en la d ivisión étnica y su estatus p olítico. D e ahí qu e las «p op u laciones
36

p roblem a» ni se d efinen ni se tratan del m ism o m od o en Estad os U n i-


d os y en los d iversos países del An tigu o Mu n d o. Ah ora bien, lo más ex-
traord inario de tod o es sin duda el h ech o de qu e m anteniend o una p a-
rad oja qu e ya hem os en con trad o en relación con otros con cep tos
altisonantes de la vu lgata globalizad a, la n oción de «clase in ferior» qu e
nos llegó de Estad os Un id os su rgió en realid ad en Eu rop a, lo m ism o
que la de «gu eto» qu e sirve para ofu scarla, gu ard ánd ose de la severa
censu ra p olítica qu e pesa sobre las investigaciones de la d esiguald ad u r -
bana y racial en Estad os Un id os. Fu e Gu n n ar Myrd al qu ien acu ñó el
térm ino en la d écad a de 1960, d erivánd olo de la p alabra su eca onder-
class. Pero en aqu el m om en to, su in ten ción fu e d escribir el p roceso de
m arginalización de la capa más baja de la clase trabajad ora en los países
ricos para criticar la id eología del abu rgu esam iento generalizad o de las
socied ad es cap italistas. Este caso p erm ite ver cu an p rofu nd am ente la
37

vuelta p or N orteam érica pu ed e transform ar una id ea: de u n con cep to


estru ctu ral qu e p retend e cu estionar la rep resentación d om inante de la
socied ad surge una categoría del com p ortam ien to hecha p or las cos-

221
tu m bres para reforzar esta rep resentación im p u tand o a las cond u ctas
«antisociales» de los más d esaventajad os la resp onsabilid ad de su p r o-
p io d esp oseim iento.
Estos m alentend id os se d eben en p arte al hecho de que los «trans-
p ortad ores» transatlánticos de los d iversos cam p os intelectu ales im p or-
tad ores que p rod u cen, rep rod u cen y hacen circu lar tod os estos (falsos)
p roblem as, al tiem p o qu e cosechan en el p roceso su p equ eña siega del
m aterial qu e tratan o sus beneficios sim bólicos, están exp u estos a u na
d oble heteronom ía d ebid o a su p osición y sus hábitos intelectu ales y p o-
líticos. Por u n lad o, miran hacia Estad os Un id os, el su pu esto hogar y co-
razón de la (p ost)m od ernid ad social y científica, p ero ellos m ism os d e-
pend en de los investigad ores norteam ericanos que exp ortan p rod u ctos
intelectu ales (a m enu d o rebajad os y sosos) p orqu e no tienen u n con oci-
m iento d irecto y esp ecífico de las institu ciones y la cu ltu ra estad ou ni-
d enses. Por otro lad o, se inclinan hacia el p eriod ism o, ced iend o a sus se-
d u cciones y al éxito inm ed iato qu e ofrece y, p or consigu iente, hacia los
temas que se acum ulan en la intersección del cam p o de los m ed ios de co-
m u nicación y del cam p o p olítico, ju sto en el p u nto del m ejor resu ltad o
en el m ercad o exterior (com o p od ría m ostrar la enu m eración de las rese-
ñas com p lacientes qu e se d ed ican a sus trabajos en revistas de gran circu -
lación ). D e ahí su p red ilección p or p roblem áticas soft, qu e ni son real-
m ente p eriod ísticas (p or ad ornarse con concep tos) ni son del tod o
científicas (pues se jactan de estar en sim biosis con el «p u nto de vista del
actor»), y qu e sólo son retrad u cciones sem icientíficas de los p roblem as
sociales más visibles del m om ento a un lengu aje im p ortad o de Estad os
Un id os (en la década de 1990: etnicid ad , id entid ad , m inoría, com u nid ad ,
fragm entación, etcétera) y qu e se siguen u nos a otros según el ord en y la
velocid ad d ictad os p or los m ed ios: la ju ventu d de los su bu rbios, la xe-
n ofobia de la clase obrera en d eclive, la inad ap tación de los estud iantes
de secund aria y u niversitarios, la violencia u rbana, el giro hacia el islam ,
etcétera. Estos sociólogos p eriod istas, siem p re d isp u estos a com entar
asu ntos del m om ento y cu alqu ier cosa qu e se llame «hecho de socied ad »
en un lengu aje al m ism o tiem p o accesible y «m od erno» y, p or tan to, a
m enud o tom ad o com o vagamente p rogresista (en com p aración con los
«arcaísm os» del p ensam iento eu rop eo de la línea vieja), con tribu yen de
un m od o esp ecialm ente p arad ójico a la im p osición de u na visión del
m u nd o qu e, pese a sus apariencias en la su p erficie, es p erfectam ente
com p atible con aquellas que p rod u cen y d ifund en los grandes think

222
tanks internacionales, más o m enos d irectam ente conectad os con las es-
feras del p od er econ óm ico y p olítico.
Aqu ellos en Estad os Un id os qu e, a m enu d o sin darse cu enta, están
d ed icad os a la vasta empresa internacional de exp ortación e im p ortación
cu ltu ral, en su m ayoría ocu p an p osiciones d om inantes en el cam p o de
p od er norteam ericano y con m u cha frecu encia tam bién en el cam p o in -
telectu al. Tal com o los p rod u ctos de la gran ind u stria cu ltu ral, com o el
jazz o el rap , o las modas de com er y vestir más com u nes com o los teja-
nos, d eben gran parte de la sed u cción casi u niversal qu e ejercen sobre los
jóvenes al hecho de qu e los p rod u cen y llevan las m inorías su balternas
en Estad os U n id os, así tam bién los tóp icos de la nueva «vulgata» m u n-
38

dial d eben sin duda parte de su eficacia sim bólica al hecho de qu e, al es-
tar ap oyad os p or especialistas de d isciplinas consid erad as marginales o
subversivas, com o los Estu d ios Cu ltu rales, Estu d ios Étn icos, Estu d ios
Gay o de Mu jeres, resulta qu e en los ojos, p or ejem p lo, de escritores de
las antiguas colonias eu rop eas, ad op tan el aire de m ensajes de liberación.
De h ech o, la m ejor form a de im p oner el im p erialism o cu ltu ral (tanto el
norteam ericano com o otros) es a través de intelectu ales p rogresistas (o
«intelectu ales de color» en el caso de desigualdad etnorracial) ya qu e p a-
recen fu era de sosp echa de p rom over intereses hegem ónicos de un país
contra los qu e están d esem pu ñand o sus armas de la crítica social. En este
sentid o, varios artícu los que com p onen el nú m ero de verano de 1996 de
la revista Dissent, p ortavoz de la «antigua izqu ierd a» d em ocrática de
N u eva Yor k, d ed icad o a «Minorías sitiadas alred ed or del Glob o: d ere-
ch os, esp eranzas, p eligros», p royecta sobre tod a la hu m anid ad , con la
39

bu ena volu ntad hu m anista típ ica de ciertos estratos de la izqu ierd a u ni-
versitaria, no sólo el sentid o com ú n «liberal» de Estad os Un id os, sino
además la n oción de minoría (siem p re d eberíam os record ar al u sar esta
palabra inglesa que se trata de u n térm ino p op u lar incorp orad o a la teo-
ría, y qu e, ad emás, tam bién es de origen eu rop eo) qu e p recisam ente
40

p resu p one lo qu e hay que d em ostrar: qu e unas categorías extraíd as de


un Estad o-n ación d ad o, basadas en rasgos «cu ltu rales» o «étnicos», as-
piran o tienen el d erecho a exigir como tales un recon ocim ien to cívico y
p olítico. Pero las form as en que las p ersonas intentan qu e el Estad o re-
con ozca su existencia colectiva y su p ertenencia a grupos varían en d is-
tintos m om en tos y lugares com o fu nción de sus trad iciones históricas,
ya que siem p re constitu yen u n m otivo de lu cha en la historia. De esta
manera, u n análisis ap arentem ente rigu roso y am p liam ente com p arativo
pu ed e contribu ir sin qu e sus au tores se den cu enta a que u na p roblem á-
tica p rod u cid a p or y para norteam ericanos p arezca un tem a u niversal.
D e este m od o nos top am os con una d oble p arad oja. En la lu cha p or
el m on op olio sobre la p rod u cción de u na visión d el m u nd o social glo-
balm ente reconocid a com o u niversal, en la qu e Estad os Un id os ocu pa
h oy u na p osición em inente, p or no d ecir p reem inente, este país es cier-
tam ente excep cional, p ero su carácter excep cional no resid e allí d ond e
la sociod icea nacional y la ciencia social convienen en situ arlo, o sea, en la
flu id ez de u n ord en social qu e ofrece op ortu nid ad es extraord inarias de
movilid ad (sobre tod o en com p aración con las su pu estam ente rígid as es-
tru ctu ras sociales d el Viejo Mu n d o): los estu d ios com p arativos más ri-
gu rosos coincid en en conclu ir qu e, a este resp ecto, Estad os Un id os no
d ifiere fu nd am entalm ente de otras naciones p osind u striales, aun si la
amplitud de la desigualdad de clase es notablem ente m ayor en N ortea-
m érica. Si es qu e Estad os Unid os es realm ente excep cional, de acu erd o
41

con la vieja tem ática de Tocqu eville incansablem ente repetid a y p eriód i-
cam ente puesta al d ía, lo es sobre tod o p or el rígido dualismo de su d ivi-
sión racial. Y es m ás, lo es p or su capacid ad de imponer como algo uni-
versal aquello que le es más particular al tiem p o qu e hace pasar com o
excep cional aqu ello qu e lo tiene en com ú n con tod os.
Si es verdad qu e la d eshistorización qu e resulta casi inevitablem ente
de la m igración de ideas a través de las fronteras nacionales es u no de los
factores que con tribu yen a la d esrrealización y la falsa u niversalización
(com o, p or ejem p lo, con los «falsos am igos» teóricos), entonces sólo una
genuina historia de la génesis de las ideas acerca del m u nd o social, ju nto
con u n análisis de los m ecanism os sociales de la circu lación in tern acio-
nal de estas id eas, pued e llevar a los científicos, en este y en cu alqu ier
otro cam p o, a d om inar m ejor los instru m entos con los que argum entan
sin tener que tom arse la m olestia de pelearse de antem ano sobre ellos. 42

N o tas

1. Para evitar cualquier malen ten dido y previsibles acusacion es de «an tiamerican is-
m o», h ay que subr ayar de en trada que nada es más un iversal que la aspiración a lo uni-
versal o, más exactamen te, a unlversalizar un a visión particular del m u n do, y qu e la de-
most ración esbozada aquí podr ía aplicarse mutatis mutandis a ot r os ámbit os y países,
particularmen te a Fr an cia, com o expuso Pierre Bou r dieu en «Deu x imperialismos de l'u-
n iversel», en: Ch ristian e Faur é y Tom Bish op (eds.), L'Amérique des Français (Paris, lidi •

224
tions Fran gois Bou r in , 1992), pp. 148-155.
2. Fr it z Rin ger, The Decline of the Mandarins: the German Academic Community,
1890-1933 (Cam br idge, Cam br idge Un iver sit y Pr ess, 1969).
3. En t r e los libros que atestiguan esta creciente McDon aldización del pen samien t o se
podr ía citar la jeremiada elitista de Alan Bloom , The Closing of the American Mind (New
Yor k, Sim on & Sch uster, 1987), in mediatamen te traducida al francés por la editorial Ju -
liard con el título L'áme désarmée (El alma desar mada, París, 1987) y el pan fleto fur ioso
del in migran te in dio n eocon servador (y biógr afo de Reagan ) del Man h attan In stitute,
Din esh D' Sou za, Liberal Eduction: The Politics of Race and Sex on Campus (New Yor k,
Th e Fr ee Pr ess, 1991). Un o de los mejores in dicadores para detectar las obr as que for man
parte de esta n ueva doxa intelectual con pret en sión plan etaria es la in usual r apidez con la
que son traducidas y publicadas en t odas partes (sobre t odo en compar ación con obr as
científicas). Para un a versión desde den t r o de las alegrías y pen as de los intelectuales n or-
teamerican os véase el n úmero de Daedalus dedicado a «Th e Amer ican Academic Pr ofes-
sion * (n úmero 126, ot oñ o de 1997), particularmen te Bur t on R. Clar k, «Small W orlds,
Differen t W orlds: Th e Un iquen ess an d Tr oubles of American Academ ic P r ofession s*,
pp. 21-42, y Ph ilip G. Alt bach , «An In tern ation al Academic Cr isis? Th e Amer ican Prof-
fesoriate in Com par at ive Per spect ive*, p p . 315-338.
4. Dou glas Massey y Nan cy Den t on , American Apartheid: Segregation and the Ma-
king of the Underclass (Cam br idge, M A , Cam br ide Un iver sity Pr ess, 1993); Mar y W a-
ters, Ethnic Options: Choosing Ethnic Identities in America (Berkeley, Un iver sit y of Ca-
lifornia Press, 1990); David A. Hollin ger, Postethnic America: Beyond Multiculturalism
(Nu eva Yor k, Basic Book s, 1995) y Jen n ifer H och sch ild, Facing up to the American Dre-
am: Race, Class, and the Soul of the Nation (Prin ceton , Prin ceton Un iver sit y Press,
1996); par a un análisis de t odas estas cuestion es qu e ilumin a perfectamen te sus raíces h is-
tóricas y sus repeticion es, véase Den is Lacor n e, La Crise de l'identité américaine. Du
melting pot au multiculturalisme (París, Fayar d, 1997).
5. Sobr e el imperat ivo del recon ocimien t o cultural véase Ch ar les Taylor, Multicultu-
ralism: Examining the Politics of Recognition (Prin ceton , Prin ceton Un iver sit y Pr ess,
1994 [trad, castellan a: El multiculturalismo y «la política del reconocimiento», Madr id,
F C E , 2003]) y los textos recopilados y pr esen t ados por Th eo Goldber g (ed.), Multicul-
turalism: A Critical Reader (Cam br idge, Blackwell, 1994); sobr e el en torpecimien to de
las estrategias de perpet uación de la clase media de Est ados Un id os véase Lo'ic W acquan t,
«La gen eralisation de l'in sécurité salariale en Am ér iqu e: restructuration s d'en treprises et
crise de r epr oduct ion sociale», Actes de la recherche en sciences sociales 115 (diciembre de
1996), p p . 65-79; el pr ofun do malestar de la clase media n orteamerican a está bien descri-
t o por Kath erin e New m an , Declining Fortunes: The Withering of the American Dream
(Nu eva Yor k, Basic Book s, 1993).
6. Pierre Gr ém ion , Preuves, une revue européenne a París (París: Julliar d, 1989) e In-
telligence de l'anticommunisme. Le Congres pour la liberté de la culture a París (París,
Fayar d, 1995); Jam es A. Smith , The Idea Brokers: Think Tanks and the Rise of the New
Policy Elite (New Yor k, Th e Fr ee Pr ess, 1991) y David M. Ricci, The Transformation of
American Politics: The New Washington and the Rise of Think Tanks (New H aven , Yale
Un iversity Pr ess, 1993).

225
7. Sobr e la «globalizat ion » com o «pr oyect o n ort eamerican o» véase Neil Fligstein ,
«Rh ét or ique et réalités de la "m on dialisat ion "», Actes de la recherche en sciences sociales
119 (septiembre de 1997), p p . 36-47; sobr e la fascin ación ambivalen te por Nor t eam ér ica
en la época de la posguer r a véase Lu c Bolt an ski, «Amer ica, America... Le Plan Marsh all
et l'import at ion du "m an agem en t "», Actes de la recherche en sciences sociales 38 (jun io de
1981), pp. 19-41 y Rich ar d Kuisel, Seducing the French: The Dilemma of Americaniza-
tion (Berkeley, Un iver sit y of Californ ia Press, 1993).
8. Est e n o es el ún ico caso en el que, por un a par adoja que muestra un o de los efectos
más típicos de la domin ación simbólica, un a sen e de t ópicos que Est ados Un id os expor-
ta e impon e en t odo el m u n do, com en zan do con Eu r opa, se t om ar on pr est ados de aque-
llos m ism os que luego los acogieron com o las for mas más avan zadas de la teoría.
9. Un a bibliografía d e est e am plio debat e pu ede en con trarse en Philosophy & Social
Criticism, 14, n úmeros 3-4 (1988), n úmer o especial sobr e «Un iver salism vs. Com m u n i-
tarian ism: Con t em por ar y Debat es in Et h ics».
10. H .L.A. H ar t , «Raw ls on Liber t y an d its Pr ior it y», en Nor m an Dan iels (ed.), Re-
ading Rawls: Critical Studies on Rawls' «A Theory of Justice» (Nu eva Yor k, Basic Book s,
1975), pp. 238-259.
11. Desde este pu n t o de vista toscamen te sociológico, el diálogo entre Raw ls y H a -
bermas - d e los qu e se pu ede decir sin exagerar qu e son estructuralmen te similares, den -
tro de la pr opia tradición filosófica de cada u n o - es altamen te sign ificativo (véase, por
ejemplo, Jü r gen H aber m as, «Recon ciliation Th r ou gh th e Public Use of Reason : Re-
marks on Political Liber alism », Journal of Philosophy 3 (1995), pp. 109-131).
12. Según el est udio clásico de Car l N . Degler, Neither Black Nor White: Slavery and
Race Relations in Brazil and the United States (Madison , Un iversit y of W iscon sin Pr ess,
1974, 1995).
13. Mich ael H an ch ar d, Orpheus and Power: The Movimento Negro of Rio de Janei-
ro and Sao Paulo, 1945-1988 (Prin ceton , Prin ceton Un iver sit y Press, 1994). Se podr ía en -
con trar un poder oso an t ídot o al ven en o etn océn trico sobr e este tema en la h istoria com-
par ada de la domin ación racial, que demuestra que las division es etn orraciales están
estrech amen te vin culadas a la h istoria social y política de cada país (y especialmen te a la
h istoria de las luch as simbólicas en t orn o a la clasificación oficial), don de cada Est ad o
pr oduce y r epr oduce la con cepción de «r aza» que mejor se ajusta a la for mación de su
con ven io n acion al. Per o, desgraciadamen te, in cluso los esfuerzos de los est u diosos en
esta dirección a m en udo terminan pr oyect an do categorías american océn tricas cr udas,
bor r an do así las pr opias diferencias h istóricas que intentan ilumin ar (véase, por ejemplo,
An t h on y Marx, Making Race and Nation: A Comparison of the United States, South
Africa and Brazil, Cam br idge, Cam br idge Un iver sit y Pr ess, 1998).
14. Edm u n d S. Mor gan , American Slavery, American Freedom: The Ordeal of Colo-
nial Virginia (Nu eva Yor k, W W . Nor t on , 1975).
15. Gilber t o Fr eyr e, The Masters and the Slaves: A Study in the Development of Bra-
zilian Civilization (New Yor k, Kn opf, 1964 [1943]).
16. ¿Cu án t o t ar dar emos en en con trar un libro con el título «Racism o en Br asil», si-
guien do el esquema del título científicamente escan daloso «La Fran cia racista» de un so-
ciólogo fran cés m ás aten to a las expectativas del cam po per iodíst ico qu e a la compleji-

226
dad de la realidad social? (Véase Mich el W ieviorka et al., La France raciste, Par ís, Seuil,
1993).
17. Ch ar les W agley, «O n the Con cept of Social Race in th e Am er icas», en Dw igh t B.
H eat h y Rich ard N . Ad am s (eds.), Contemporary Cultures and Societies in Latin Ameri-
ca (Nu eva Yor k, Ran d om H ou se, 1965), pp. 531-545; también Rich ar d Gr ah am (ed.),
The Idea of Race in Latin America, 1870-1940 (Aust in , Un iver sit y of Texas Pr ess, 1980)
y Peter W ade, Race and Ethnicity in Latin America (Lon dr es, Plut o Pr ess, 1997).
18. El an t r opólogo Marvin Har r is es fam oso por su defin ición de 492 «t ér min os so-
bre raza y color » a partir de las respuest as de 100 en cuestados a los que presen t ó d os jue-
gos de 36 tarjetas con dibujos de h om br e y mujeres m ost r an do tres r asgos cambian tes de
ton os de piel, tres tipos de pelo y d os t amañ os de labios y d os an ch os de n ariz (Marvin
H ar r is, «Referen tial Am biguit y in th e Calcu lu s of Brazilian Racial Iden t it y», Southwes-
tern Journal of Anthropology, 26 (1970), pp. 1-14).
19. Ed w ar d E. Telles, «Race, Class, an d Space in Brazilian Cit ies», International
Journal of Urban and Regional Research 19, n úmer o 3 (septiembre de 1995), p p . 395-
406, e idem, «Residen tial Segregation by Skin Color in Br azil», American Sociological
Review 57, n úm er o 2 (abril de 1992), p p . 186-197; para un estudio a lo largo de t odo un
siglo véase Geor ge An dr ew s Reid, Blacks and Whites in Sao Paulo, 1888-1988 (Madison ,
Un iver sit y of W iscon sin Press, 1992).
20. F. Jam es Davis, Who is Black? One Nation's Defin ition (Un iversit y Par k,
Pen n sylvan ia State Pr ess, 1991) y Joel W illiamson , The New People: Miscegeneration and
Mulattoes in the United States (Nu eva Yor k, N e w Yor k Un iver sit y Pr ess, 1980).
21. Reyn olds Farley, The New American Reality: Who We Are, How We Got There,
Where We Are Going (Nu eva Yor k, Russell Sage Foun dat ion , 1996), p p . 264-265.
22. Est e estatuto de están dar un iversal, de «Mer idian o de Gr een w ich », que h ace de
medida par a evaluar t odos los pr ogr esos y r et r ocesos, t odos los «ar caísm os» y «m oder -
n ism os» (la van guar dia) es un a de las pr opiedades universales de aquellos que ejercen el
domin io sim bólico sobr e un un iverso dado (véase Paséale Casan ova, La République
mondiale des lettres, París: Seuil, 1999).
23. Jam es McKee muestra en su obr a maestra, Sociology and the Race Problem: The
Failure of a Perspective (Ur ban a y Ch icago, Un iver sit y of Illin ois Pr ess, 1993), pr im er o,
que estas teorías supuestamen te científicas t om an pr est ado el est ereot ipo de la in feriori-
dad cultural de los n egros y, segu n do, qu e h an result ado particularmen te in capaces de
predecir y luego explicar la gran movilización de la comun idad afroamerican a en las d é-
cadas de posgu er r a que llevó a las revueltas de la década de 1960.
24. Th om as Ben der, «Politics, In tellect, an d th e American Un iversity, 1945-1995»,
Daedalus 126 (in viern o 1997), pp. 1-38; sobr e la impor t ación del tema del gueto en el r e-
ciente debat e fran cés sobr e la ciudad y sus males véase Loíc W acquan t, «P ou r en finir
avec le myt h e des "cit és- gh et t os": les differences entre la Fran ce et les Ét at s- Un is», An-
nales de la recherche urbaine 52 (sept iembre de 1992), p p . 20-30.
25. Se en con trará un a descripción ejemplar del pr oceso de transferencia del poder de
con sagr ación en el arte de van guardia desde París a Nu eva Yor k en la obra clásica de Ser-
ge Guilbaut , How New York Stole the Idea of Modern Art: Abstract Impressionism, Fre-
edom, and the Cold War (Ch icago, Un iver sit y of Ch icago Press, 1983).

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26. Yves Dezalay y Bryan t Gar t h , «Dr oit s de l'h om m e et ph ilan th ropie h égémon i-
qu e», Actes de la recherche en sciences sociales 121-122 (m ar zo de 1998), pp. 23- 41.
27. En zo Min gion e, Urban Poverty and the Underclass: A Reader (Cam br idge, Basil
Blackwell, 1996). N o se trata de un incidente aislado: cuan do este artículo en tró en pren -
sa, la misma editorial se estaba pelean do con los urban istas Ron ald van Kem pen and Pe-
ter Mar cuse in ten tan do convencerles de cambiar el título del libro The Partitioned City,
escrito por am bos, p or el más rutilante de Globalizing Cities (y acabaron por publicar los
dos volúmen es con los dos títulos, aun que en diferentes editoriales).
28. Maria P. Root (éd.), The Multiracial Experience: Racial Borders as the New Fron-
tier (Sage Publicat ion s, 1995); Jon Mich ael Spencer, The New Colored People: The Mixed
Race Movement in America (Nu eva York, N e w Yor k Un iversity, 1997) y Kim ber ley Da-
Cost a, Remaking «Race»: Social Bases and Implications of the Multiracial Movement in
America, tesis doct oral, Un iver sidad de Californ ia, Berkeley, 2000.
29. H ow ar d W inant, «Racial For m at ion and H egem on y: Global and Local Develop-
m en t s», en Ali Rattan si y Sallie W est wood (eds.), Racism, Modernity, and Difference: On
the Western Front (Cam br idge, Basil Blackwell, 1994) e idem, Racial Conditions: Politics,
Theory, Comparisons (Min n eapolis, Un iver sit y of Min n esot a Press, 1995).
30. Co m o ya señ aló Joh n W estergaard h ace algun os añ os en su con feren cia in augural
com o presiden te ante la British Sociological Associat ion («Abou t an d Beyon d the Un -
derclass: Som e Not es on th e Influence of the Social Climat e on British Sociology To-
d ay», Sociology 26, n úmer o 4 (julio-septiembre de 1992), pp. 575-587).
31. Ch r ist oph er Jen cks y Paul E. Peterson (eds.), The Urban Underclass (W ash-
in gton , Th e Br ookin gs In stitution , 1991), p. 3. Peterson termin a el primer párrafo del li-
br o señ alan do que El anillo de los Nibelungos de Rich ard W agner evoca perfectamen te la
«clase inferior» com o un a «población envilecida y degr adada» (sic).
32. Para pon er sólo tres ejemplos: Th éo Roelan d y Ju st u s Veen man , «An Em er gin g
Eth n ic Un der class in th e Net h er lan ds? Som e Empir ical Eviden ce», New Community
19, n úmer o 1 (oct ubre de 1992), p p . 129-141; Jen s Dan gsch at , «Con cen t r at ion of P o-
verty in the Lan dscapes of "Bo o m t o w n " H am b u r g: Th e Cr eat ion of a N e w Ur ban Un -
der class?», Urban Studies 77 (agost o de 1994), 1133-1147; Ch r ist oph er T. W h elm,
«Mar gin alizat ion , Depr ivat ion , an d Fat alism in th e Republic of Irelan d: Class an d Un -
derclass Per spect ives», European Sociological Review 12, n úmer o 1 (m ayo de 1996), p p .
33- 51; y, par a un a n ot a de disen so import an t e, En r ico Pugliese, «La disoccupazion e di
massa e la quest ion e dell'underclass» La Critica Sociológica 117-118 (abril-septiembre
de 1996), pp. 89-98.
33. Tom án dose much o trabajo en argumen tar algo obvio, es decir que el con cept o de
«clase in ferior» n o es aplicable a las ciudades fran cesas, Cypr ien Avenel acepta y reafirma
la n oción precon cebida según la cual sería operativa en primer lugar en la realidad urba-
na en Est ados Un id os («La question de 1' "underclass" des deux côtés de l'At lan t ique»,
Sociologie du travaili9, n úmr eo 2 (abril de 1997), p p . 211-237).
34. Co m o pr opon e Nicolas Her pin , «L' "underclass" dan s la sociologie américaine:
exclusion sociale et pauvr et é», Revue française de sociologie 34, n úmer o 3 (julio-septiem-
bre de 1993), pp. 421-439.
35. Loïc W acquan t, «L' "underclass u r bain e" dan s l'imaginaire social et scientifique

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américain », en Serge Pau gam (ed.), L'Exclusion: l'état des savoirs (París, La Découver t e,
1996), pp. 248-262.
36. Est as diferencias tienen pr ofun das raíces h istóricas com o pr ueba un a lectura com -
par ada de las obr as de Giovan n a Pr ocacci y Mich ael Kat z: Giovan n a Procacci, Gouver-
ner la misére. La question sociale en France, 1789-1848 (París, Seuil, 1993) y Mich ael B.
Kat z, In the Sbadow of the Poorbouse: A History of Welfare in America (Nu eva Yor k,
Basic Book s, n ueva edición 1997).
37. Gun n ar Myr dal, Challenge to Affluence (Nu eva Yor k, Pan t h eon , 1963).
38. Rick Fan tasia, «Ever yt h in g an d Not h in g: Th e Mean in g of Fast - Food an d Ot h er
American Cult ur al Go o d s in Fr an ce», The Tocqueville Review 15, n úm er o 7 (1994), pp.
57-88.
39. «Em bat t led Min orities Ar ou n d th e Glob e: Righ t s, H op e s, Th r eat », Dissent (ve-
ran o de 1996).
40. El pr oblem a de la len gua, que sólo men cion amos de paso aquí, es tan crucial com o
espin oso. Con ocien do las precaucion es que t oman los et n ólogos al in troducir palabras
in dígen as, u n o sólo puede quedar sor pr en dido - au n qu e también som os con scien tes de
los ben eficios simbólicos que aport a este bar n iz de «m od er n id ad »- que los sociólogos in -
cluyan tan tos «falsos am igos» teóricos en su len guaje científico basados en el simple cal-
co lexicológico (don de minority se con vierte en min oría, profession en pr ofesión liberal,
etcétera), sin darse cuen ta de que estas palabr as mor fológicamen t e emparen tadas están
separadas por t odo u n con jun t o de diferencias entre los sistemas sociales y simbólicos en
los que están in sertadas. Lo s más expuest os a la falacia de los «falsos am igos» son obvia-
mente los britán icos, por qu e aparen temen te h ablan la misma len gua, per o también por qu e
a men udo h an apr en dido su sociología en man uales, compilacion es y libros n orteameri-
can os, por lo que n o tienen much o qu e opon er a semejan te in vasión con ceptual, salvo
un a vigilan cia epist emológica extrema. (En efecto, existen cen tros de fuerte resistencia a
la h egemon ía est adoun iden se, por ejemplo, en el caso de los est udios étn icos en t or n o a
¡a revista Ethnic and Racial Studies, dirigida p or Martin Bulmer, y en t or n o al gr upo de
in vestigación de Rober t Miles sobr e r acismo y migración de la Un iver sidad de Glasgow .
Pero estos ejemplos altern ativos de las iniciativas de tener plen amen te en cuenta las espe-
cificidades del or den etn orracial britán ico también se definen n ecesariamen te por su op o-
sición a con cept os n orteamerican os y su s der ivados brit án icos). D e ello resulta que Gr an
Bretañ a está estructuralmen te predispuest a a actuar com o el caballo de Tr oya den tro del
cual los con cept os del sen tido común de los especialistas n orteamerican os se in troducen
en el cam po intelectual eur opeo (con los asun tos intelectuales pasa lo m ism o qu e con los
de la política econ ómica y social, y últimamen te también con la política pen al). Don d e las
actividades de fun dacion es con ser vador as y de intelectuales mercen arios están estableci-
das desde hace m ás t iempo y son más apoyadas y eficaces es en In glaterra. Pr ueba de ello
es la difusión allí del mito de la «clase in ferior» com o efecto de las in terven cion es mediá-
ticas de alto perfil de Ch arles Murray, experto del Man h attan In stitute y gurú intelectual
de la derech a libertaria en Est ados Un id os, mien tras que su com pañ er o Law r en ce Mead
plan teó el tema de la «depen den cia» de los desposeídos de la ayu da social, a la que Ton y
Blair pr opu so reducir drásticamen te para «liberar» a los pobr es de la «picot a» de la asis-
tencia, com o ya lo h izo Clin t on con sus pr im os n ort eamerican os en veran o de 1996.

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