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El poder de la tristeza

Cuando la lluvia se pega fuerte contra el pavimento gris y agrietado. La mayoría de calles
donde camino están sucias. La basura se esconde entre los huecos para poder sobrevivir. El
polvo se levanta a cada rato intentando hacerse ver. A veces llega la luz y se filtra entre las
hojas de los árboles. Hay tantos rostros tristes caminando bajo la lluvia. Me pregunto si la
felicidad se inventó con algún propósito que no fuera el pensar que en realidad no lo somos.
La cercanía de las personas en los buses. La voz de aquel que habla duro para todo su
alrededor y todos escuchamos, en silencio. Nadie pregunta. Nadie opina. Para qué
desgastarse cuestionando las historias ajenas. Pero seguimos escuchando. Hay noches que
son tan cortas para dormir y sanar ese dolor cuando nos colocamos los dedos en las heridas.
Quisiera, sí que el mundo fuera tal cómo lo imagino. Creer que detrás de la vida hay otra
vida, creer que la felicidad se inventó con algún propósito más feliz. De pronto, digo yo la
felicidad fue un descubrimiento fatal. Colocar mi vida entre las hojas de los árboles para
que se ilumine contra el sol. A veces salgo al miradorcito y siento como el sol me empuja
hacia adentro. No lo niego: ese es el camino más difícil. El camino que pasa por nosotros
mismos. Nos aferramos ingenuamente a todo lo que está afuera. El paraguas roto que no
tiene ansias siquiera de volar. Hay un botón que ha quedado sin camisa y ahora rueda
huérfano intentando encontrarse entre lo que le rodea. Los objetos se oxidan porque
pierden sus electrones. Aquí vamos. A veces camino contra una marea que me choca entre
las olas y sigo tercamente. Me olvido incluso de donde dejé puestos los zapatos el día
anterior. Mamá yo no quiero ser como tú, pero tampoco quiero hacerte sentir mal porque
no quererlo, me explico: quisiera ser feliz aunque esto parezca un sueño. Hay carros que
hacen demasiado ruido afuera. Piensa en la historia de esa señora que vende dulces en las
afueras del edificio, expuesta todo el tiempo a la tristeza. La mayoría de las puertas se
empiezan a desgastar de abajo hacia arriba. Algunas se oxidan, las que son de metal. Otras
por otras razones. La tristeza de nosotros en cambio empieza de arriba abajo, de la cabeza
a los pies y caminas con cierto sonsonete que solo pueden escuchar aquellas ramas que
crecen entre el polvo del pavimento. Digo: las cosas han cambiado, para bien o para mal,
siempre cambian. La arena que se arrastra contra las olas. El color de los botones se va
perdiendo entre cada lavada. Las hojas de los árboles que caen y vuelven a nacer. Huimos
de la tristeza desesperadamente, de los sueños que no podemos cumplir, de las cosas que
se van desgastando y entonces, otra vez buscamos eso que creemos que nos está llenando:
el polvo cuando se levanta frente a la luz del sol.

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