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Langford CAP1 LUZ
Langford CAP1 LUZ
Materia: Toma
Fotografía básica
Michael Langford
Este primer capítulo estudia las propiedades fotográficamente importantes de la luz. Por
fundamentales que sean —ya que son más de Física que de Fotografía—, es importante
comprenderlas para que después podamos demostrar cómo actúan en la práctica los
objetivos y filtros y las distintas formas del equipo de iluminación.
Como fotógrafos, la luz es nuestra “primera materia” básica de comunicación.
Nos transmite información sobre objetos que quedan fuera del alcance de otros sentidos:
tacto, olfato y oído. Canaliza información sobre objetos, a través del objetivo de la
cámara, hacia el material fotográfico sensible. Después del revelado, nuestra impresión
fotográfica sería inútil si la luz no comunicara su contenido a la vista.
En este mismo instante, la luz que refleja esta página transmite a nuestros ojos la
forma de las palabras, del mismo modo que lo haría el sonido si estuviésemos hablando.
Pero, como hemos vivido con luz desde el mismísimo momento del nacimiento, no
damos importancia a esta silenciosa e impalpable forma de energía. ¿Qué es
exactamente la luz?
Energía electromagnética
Los físicos saben que la luz no es más que una forma de “energía electromagnética”.
Como si fuera miembro de una enorme familia de “transmisores de energía”, la luz está
relacionada con la radio, el radar, los rayos X y los rayos cósmicos. Todas estas formas
de energía electromagnética poseen las siguientes propiedades en común:
1) Son “irradiadas” a partir de un manantial o fuente energética (lámpara de
filamento, antena transmisora, el Sol, etc.). De ahí que reciban a menudo,
colectivamente, el nombre de energía radiante.
2) Son capaces de salvar un vacío tal como el espacio o pasar a través de
cualquier sustancia que sea “transparente” a su energía. (Al contrario del
sonido, que debe ser transmitido por vibración dentro de una sustancia
portadora, tal como aire, agua, etc.)
3) Todas ellas se desplazan a una velocidad colosal. En el vacío, esta
velocidad llega a ser unos 300.000 kilómetros por segundo (igual a una
vuelta alrededor de la Tierra en 1/7 de segundo). En otras materias
transparentes —agua, vidrio, etc.— la velocidad disminuye a medida que
aumenta la densidad del material.
Longitud de onda
El punto importante del movimiento de las ondas es que, si bien toda la “familia” de las
radiaciones electromagnéticas parece desplazarse de ete modo, cada tipo de radiación
tiene su propia longitud de onda. Estas diferencias en longitud de onda son grandes, y
dan a cada forma de radiación electromagnética sus peculiares propiedades, muy
diferentes de todas las demás. Por ejemplo, algunas ondas pueden medir más de un
kilómetro y medio de cresta a cresta, y son muy conocidas como ondas largas en
radiotelefonía. Otras pueden tener menos de una diez mil millonésima de milímetro
(rayos gamma).
Podemos relacionar la posición de las radiaciones luminosas dentro de la familia
de las radiaciones electromagnéticas dibujando una sencilla escala de longitudes de
onda, o espectro electromagnético. Uno de los problemas que plantea hacerlo es
escoger la adecuada unidad de medición. Si, por ejemplo, escogiéramos centímetros,
nuestras ondas de radio se calibrarían en millones, y los rayos gamma en centenares de
millonésimas. Por consiguiente, las escalas de medición cambian a lo largo del espectro,
a fin de mantener los números dentro de proporciones manejables.
Las radiaciones electromagnéticas que tienen longitudes de onda comprendidas
entre 1 y 100 unidades X (diez mil millonésimas de milímetro) poseen propiedades
entre las cuales figura la posibilidad de penetrar metales densos o destruir los tejidos
humanos. A medida que aumentan las longitudes de onda en millares de unidades X, las
radiaciones cambian, pasando de rayos gamma y rayos X “duros” hasta la radiación X
“suave”, rayos que poseen potencia menos penetrante y de reducidos efectos mortales,
por lo cual se utilizan en medicina. Las longitudes de onda más largas suelen calibrarse
en unidades Angström o milimicras.
1 Unidad Angström (1 Å) = 1/10 millonésima de milímetro = 10-8 cm.
1 milimicra (1 mµ) = 1 millonésima de milímetro = 10-7 cm.
(En este libro se emplean la mayoría de longitudes de onda apropiadas para la
fotografía en Angströms.)
La radiación con longitudes de onda superiores a unos 50 Å hasta 4.000 Å tiene
poca capacidad de penetración, y, en cambio, posee la posibilidad de blanquear
colorantes y producir “fluorescencia” en algunas sustancias. Esta radiación
electromagnética se conoce con el nombre de ultravioleta.
El cuerpo humano no puede sentir la presencia de los rayos gamma, X, o
ultravioleta, si bien todos ellos pueden ser nocivos para los tejidos humanos.
Afortunadamente, la mayoría de estas radiaciones procedentes de focos “naturales”,
situados en el espacio exterior, ven interceptado su camino hasta nosotros por las capas
ionizadoras que se encuentran en la atmósfera superior de la Tierra. Los focos hechos
por la mano del hombre se utilizan en circunstancias rigurosamente controladas, para
fines médicos o industrales. La radiación electromagnética dentro de la estrecha faja
comprendida entre 4.000 y 7.000 Å tiene la capacidad de estimular la retina que hay en
el fondo de nuestros ojos, dándonos la sensación de luz. De ahí que tal radiación se
conozca con el nombre de luz visible.
A partir de 7.000 Å y hasta una longitud de onda de 1/10 mm, la radiación ya no
estimula al ojo, sino que se hace cada vez más sensible a la piel en forma de sensación
de calor. Se conoce con el nombre de radiación infrarroja y de calor radiante. Más allá
de 1 cm de longitud de onda, la radiación va cambiando gradualmente de naturaleza
hasta adquirir la forma que se utiliza en el radar. Esta radiación sólo puede percibirse
mediante equipo electrónico, si bien algunas de las radiaciones de radar de mayor
longitud de onda pueden ser perjudiciales para los tejidos humanos. Es peligroso
acercarse a un potente disco transmisor de radar. La radiación de longitudes de onda
superioes a 10 m se emplea progresivamente como ondas de radio cortas, medias y
largas.
Parece extraño que no podamos percibir biológicamente una cantidad tan
importante del espectro electromagnético. Sin embargo, a pesar de existir en la
naturaleza longitudes de onda de radio, infrarrojas, ultravioletas, rayos X y rayos
gamma, procedentes del espacio exterior, el hombre ha evolucionado sin necesidad de
dispositivos de detección (o de defensas biológicas) para estos tipos de radiación.
Pudiera darse el caso de que seres existentes en otro planeta, con un medio ambiente
diferente, disfrutaran de órganos capaces de sentir, por ejemplo, las ondas de radio, pero
ser completamente “ciegos” a la luz visible, tal como la conocemos nosotros.
El espectro visible
La luz, tal como la conocen nuestros ojos, es una faja relativamente estrecha de energía
electromagnética irradiada, con longitudes de onda que van desde unos 4.000 Å hasta
7.000 Å. Pero dentro de este “espectro visible” cada longitud de onda produce un
estímulo ligeramente diferente en la parte posterior de nuestros ojos. Cada tipo de
estímulo es reconocido por el cerebro como un “color”. Una mezcla de todas las
longitudes de onda, o de las más visibles, es considerada la luz “blanca”.
Imagínese que nos encontramos en una habitación oscura mirando a un foco que
irradiara luz de sólo una longitud de onda cada vez, pero que puede variarse de modo
que recorra todo el espectro visible. Trabajando a 4.000 Å, la luz aparece como un rico
color violeta oscuro, haciéndose cada vez más azul a medida que va cambiando la
longitud de onda para pasar a 4.500 Å. En 5.000 Å, el azul empieza a ceder al azul-
verde; entre esta longitud de onda y unos 5.800 Å, nuestra impresión del verde va
haciéndose cada vez menos azul y cada vez más amarilla. En 6.000 Å, el amarillo
empieza a volverse anaranjado, y hacia los 6.500 Å el color naranja ha perdido todo el
amarillo para dejar paso al rojo. Este rojo pierde amarillo, sube de intensidad, se
oscurece… hasta que al llegar a 7.000 Å es tan oscuro y difícil de identificar como la
luz de 4.000 Å.
El espectro visible da una “mezcla” continua de impresiones de color, tal como lo
vemos nosotros, sin que presente divisiones abruptas en longitudes de onda
determinadas. Sin embargo, por razones de comodidad, solemos dar por supuesto que el
“violeta” es una faja de longitudes de onda comprendida entre unos 4.000 Å y 4.500 Å;
el “azul”, de 4.500 a 5.000 Å; el “verde”, de 5.000 a 5.800 Å; el “amarillo”, de 5.800 a
6.100 Å; y el “rojo”, de 6.100 a 7.000 Å. Es importante recordar estos colores y sus
longitudes de onda aproximada. (Puede ayudar a recordarlo una sigla y una frase
convencional formada a base de la misma, por ejemplo: VAVAR; siendo la frase “Ven
A Ver A Ramón”.) Más adelante utilizaremos varias formas de diagramas y gráficos en
los cuales citamos los colores adecuadamente en términos de valores de longitud de
onda. Es útil poder “identificar el color” de estas unidades.
Dado que la luz se desplaza en línea recta, los rayos procedentes de un manantial
puntiforme se difunden cada vez más separadas entre sí, a medida que aumenta la
distancia respecto al manantial luminoso. Dicho con otras palabras, divergen. Debido a
esta constante divergencia, una pequeña superficie sostenida cerca del manantial de luz
recibirá la misma cantidad de energía luminosa que otra superficie mayor, sostenida a
mayor distancia. Cuanto más cerca está la superficie pequeña del manantial luminoso,
más rayos intercepta. Hágase un sencillo experimento. Sosténgase una cartulina blanca
de 15 x 15 cm a 25 cm de distancia de un manantial de luz intenso, pero de reducidas
proporciones (tal como una bombilla blanca de 100 vatios). Tómese una lectura con el
exposímetro de la luz que refleja esta cartulina. Ahora desplácese la misma hasta
situarla a 50 cm de la lámpara, y tómese otra lectura con el exposímetro. Esta segunda
lectura sera la cuarta parte de la primera.
El motivo de esta debilitación está en que la luz que fue capturada por la cartulina
de 15 x 15 cm a 25 cm de distancia ha divergido hasta difundirse por una superficie de
30 x 30 cm en el momento en que se encuentra a 50 cm de distancia de la lámpara.
Nuestra cartulina no ha cambiado de tamaño y ocupa tan sólo una cuarta parte de la
superficie total que está ahora iluminada: por lo tanto, recibe tan sólo una cuarta parte
de la luz original.
¿Qué ocurre cuando la energía luminosa llega finalmente a la superficie de una materia?
Probablemente se recordará que, entre otras cosas, la luz puede ser:
a) Absorbida
b) Reflejada (especular o difusa)
c) Transmitida (directa o difusa)
d) Refractada
e) Dispersada.
Otra cuestión: Hasta aquí hemos venido diciendo que la “luz” es refractada. La luz
blanca es una banda de longitudes de onda, cada una de las cuales es refractada por una
cantidad ligeramente diferente. Por lo tanto, suelen usarse los valores del índice de
refracción de las longitudes de onda situadas hacia la mitad del espectro visible (verde).
Las longitudes de onda azules son refractadas un poco más y las rojas un poco menos.
Todas las características de la refracción pueden resumirse del modo siguiente:
Definición: “Refracción” es la desviación de la luz que pasa oblicuamente desde
un medio transparente a otro de densidad distinta. La luz se desvía hacia la normal en el
medio más denso.
El cambio general en la dirección de la trayectoria de la luz depende de lo
siguiente:
1) El tipo del material (su índice de refracción).
2) La dirección desde la cual la luz incide en el material (ángulo de incidencia).
3) La longitud de onda de la luz.
DISPERSIÓN. El tratamiento separado de las longitudes de onda por la refracción,
aunque ligero, “dispersa” la luz blanca en sus colores componentes del espectro. El arco
iris es un ejemplo clásico de dispersión. La luz solar que atraviesa la lluvia es refractada
por este medio más denso, y su contenido azul sigue un curso más alterado que las
longitudes de onda rojas.
Desde el punto de vista del diseñador de objetivos, la dispersión es un desgraciado
efecto secundario de la refracción. Provoca el que la luz azul se desplace a un foco
diferente del de la luz roja. Este efecto puede ser neutralizado utilizando elementos
ópticos construidos con vidrios diferentes. La dispersión es una de las principales
razones por las cuales no podemos emplear un sencillo objetivo de una sola lente para
hacer fotografía en serio.
Por razones de comodidad, hemos venido examinando algunos de los cambios
que producen en la luz la absorción, la reflexión, la transmisión, etcétera, como si
ocurrieran totalmente por separado con unos materiales dados. De hecho, nunca es
posible producir uno solo de estos fenómenos sin que por lo menos se produzca alguno
de los demás. Observemos algún material bien conocido. El papel blanco puede reflejar
el 90 % de la luz incidente: el resto puede ser absorbido y transformado en calor, o ser
transmitido a la superficie inferior. La placa de enfoque de una cámara transmite la
mayor parte de la luz, refleja otra parte hacia el interior de la cámara y absorbe el resto.
Un filtro de vidrio rojo transmite la mayor parte de las longitudes de onda rojas
(refractando rayos oblicuos), refleja una parte de esta luz roja y absorbe una pequeña
cantidad. Otras longitudes de onda son absorbidas en su mayor parte, un porcentaje de
ellas es reflejado, y tal vez un diminuto porcentaje es transmitido. La superficie exterior
del fuelle de la cámara aborbe la mayor parte de la luz, refleja algo de ello y (¡por lo
menos, así lo esperamos!) no transmite nada de ella.
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