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Humanismo y posthumanismo: la animalidad revisitada

Sandra Marcela Uicich


Eje temático: La cuestión del animal en la biopolítica: impronta nietzscheana

“Un animal que pudiera hablar, diría: ‘La humanidad


es un prejuicio del que, al menos, nosotros
los animales no padecemos’” (Aurora, § 333).

Desde hace un tiempo se resquebraja la matriz cultural europea de la que emergió el


Hombre como centro; el humanismo antropocéntrico se pone en cuestión. Esto se refleja
no sólo en el ámbito teórico sino también en varios aspectos de la praxis social: en el
accionar cada vez más elocuente de movimientos ecologistas que denuncian al hombre
–a ese hombre “amo y señor de la naturaleza”- como responsable de la crisis
medioambiental; en las manifestaciones “antiglobalización capitalista” que fisuran la
paz perpetua del liberalismo de mercado, en el que el hombre –ese hombre racionalista
moderno- se creyó absolutamente libre para un intercambio supuestamente armónico; y
en un sinnúmero de prácticas sociales en las que múltiples formas de hacer se imbrican
con diversos modos de “hacerse” identitarios, que cuestionan la identidad unívoca del
hombre –de ese hombre que era el Hombre. Sin embargo, no siempre esta crítica al
antropocentrismo logra desplazarse hacia una perspectiva no antropocéntrica.
Un tal desplazamiento exige nuevos procesos de singularización colectiva que, a
través de la producción creativa de nuevas subjetividades, trastoquen la actual relación
hombre-naturaleza de corte moderno (para revertir la crisis ambiental), lleven a la
práctica modos de producción e intercambio alternativos (fisurando la absolutez del
sistema capitalista) y renieguen de los límites del Hombre como modelo. Así
descubrimos que una multiplicidad de modos de ser sujetos nos habitan, en tanto
puedan crearse nuevas imbricaciones con los modos dominantes de producción material
y social, es decir, nuevos modos de estar o habitar el mundo.
El hombre debe ser superado, enseña Nietzsche, y Lyotard pregunta: “¿Y si, por una
parte, los humanos, en el sentido del humanismo, estuvieran obligados a llegar a ser
inhumanos? ¿Y si, por la otra, lo ‘propio’ del hombre fuera estar habitado por lo
inhumano?”1. En la repartición de lo humano y lo inhumano se juega un elemento más a

1 Lyotard, Jean-François, Lo inhumano, Manantial, Buenos Aires, 1998, p. 10.


ser redefinido: la animalidad, aquél vestigio de naturaleza que irrumpe del modo más
incómodo e insistente en la subjetividad.
Nietzsche desmontó a lo largo de su obra la comprensión histórico-cultural del ser-
hombre enmarcado en los límites del entramado nihilista que desvalorizó, sometió y
hasta negó el cuerpo y su veta animal. Si el ser humano se definió así, ¿no es hora de
volvernos inhumanos como quiere Lyotard?
Ahora bien, definir nuestra inhumanitud requerirá otra lectura de la animalidad y de la
corporalidad. Y volver una y otra vez a la distinción nietzscheana entre la gran razón del
cuerpo y la pequeña razón de la conciencia. Y recuperar la voluptuosidad, la
exuberancia y el goce en el cuerpo, que constituía para el humanismo esa “animalidad”
gris, inmoral, a ser sometida, controlada y domesticada. De hecho, la separación
hombre-naturaleza sólo fue posible cuando el hombre se situó a sí mismo por fuera y
por sobre el mundo natural y resguardó su interioridad estableciendo relaciones de
dominio sobre el “afuera” (no sólo natural, sino también social): el nexo entre ambos
fue la animalidad, aislada y dominada en el “adentro” espiritual, objetivada y
manipulada en el “afuera” natural. Esta máquina antropológica humanista definió al
hombre como un animal influible y al que hay que influir del mejor modo posible para
formar al Hombre2.
La domesticación propia de la máquina humanista incluyó diversos dispositivos de
control de los aspectos masivos de la animalidad subjetiva/individual y colectiva/social.
La tecnología biopolítica subsume los aspectos naturales de los hombres bajo
mediciones estadísticas y medidas jurídico-sanitarias, y repele de este modo la salvaje e
incontrolable naturaleza mediante una normalización social homogeneizante que
impone normas y criterios de conductas. ¿Qué se regula mediante el ejercicio del
biopoder sobre la población? Su salvaje irreverencia a los límites impuestos al cuerpo y
a la sexualidad. Por eso la sexualidad es la bisagra (charniére) entre las tecnologías
individualizantes de la disciplina (la anatomopolítica) y las biopolíticas 3.
Aún hoy nos cuesta analizar en qué medida los límites aprendidos de la sexualidad
nos mantienen alejados de “lo que el miedo al ridículo o la amargura de la historia
impiden relacionar a la mayoría de nosotros: la revolución y la felicidad; o la revolución

2 Cfr. Sloterdijk, Peter, “Reglas para el Parque Humano. Una respuesta a la ´Carta sobre el Humanismo´” en
http://www.heideggeriana.com.ar/comentarios/sloterdijk.htm (fecha de consulta: 15/07/2012). A propósito
de este tema de la crianza del hombre, cfr. Nietzsche, Friedrich, Fragmentos póstumos (1885-1889), IV, Tecnos,
Madrid, 2006, p. 77, entre otros fragmentos; corresponde a KSA 12, 1 [239] (Sämtliche Werke. Kritische
Studienausgabe in 15 Bänden, de Gruyter, Munich, 1980).
3 Cf. Foucault, Michel, Las redes del poder, Almagesto, Buenos Aires, 1993, pp. 51-72.
y un cuerpo otro, más nuevo, más bello; o incluso la revolución y el placer” 4. ¿Cómo
sería este “cuerpo otro, más nuevo”? ¿Sería pura animalidad, despliegue continuo de
placer, desenfrenado hedonismo?
Nietzsche desmonta la idea del hombre como animal racional y nos redefine como
animales inteligentes, voluptuosos, viscerales, que a través de la invención de formas
ideales (yo, alma, sujeto o conciencia) intentan aplacar el cuerpo y su animalidad, su
pecaminosa porción de naturaleza, en la ilusión de una unidad que sólo busca englobar
lo que es multiplicidad dinámica. Como señala en un fragmento póstumo: “Todos
nuestros motivos concientes son fenómenos de superficie: detrás de ellos está la lucha
de nuestros impulsos (Triebe) y nuestros estados, la lucha por el poder”5.
¿Cómo sería, entonces, ese “cuerpo otro, más nuevo” que piensa Foucault? Para
responder, distingamos entre Leib y Körper, distinción clave en el pensamiento
nietzscheano, que nunca objetiva la corporalidad sino, justamente, la mantiene en su
exquisita y absoluta subjetividad: como uno y muchos, como multiplicidad, inasible. El
cuerpo (Leib) es, para Nietzsche, el hilo conductor de la interpretación, pero entendido
como pluralidad de “formaciones de poder” (Herrschaftsgebilde) que no se nos hacen
conscientes. Es el punto de contacto entre lo sensible y nuestra “conciencia”, es
elemento ineludible de mediación, es un “entre” constantemente desdibujado, pero de
ningún modo objeto, cosa o sustancia determinada. Para Nietzsche, la conciencia es la
coordinación y el ordenamiento posterior de las impresiones exteriores, de las
afecciones. Y hacerle caso al cuerpo -que es lo único conveniente- implica desmitificar
la unidad, la estabilidad y el orden, en tanto son meras “creencias”. “Todo lo que entra
en la conciencia como una ‘unidad’ es ya enormemente complejo: nunca tenemos más
que una apariencia de unidad. El fenómeno del cuerpo es el fenómeno más rico, más
claro, más aprehensible: anteponerlo metódicamente, sin decidir nada sobre su
significado último” 6.
¿Cómo pensar, entonces, la animalidad de un cuerpo nuevo? Lazzarato, comentando
al sociólogo francés decimonónico Gabriel Tarde, sostiene que “la naturaleza no es algo
exterior al sujeto, no actúa solamente fuera del hombre, sino que siempre está ya en su
interior. ¿Qué es el hombre sino la lucha y la cooperación de una infinidad de seres, de

4 Foucault, Michel, Historia de la sexualidad I: La voluntad de saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006, p. 13.
5 Nietzsche, Friedrich, Fragmentos póstumos (1885-1889), IV, op. cit., p. 46; corresponde a KSA 12, 1 [20],
otoño 1885-primavera 1886.
6 Nietzsche, Friedrich, Fragmentos póstumos (1885-1889), IV, op. cit., p. 161; corresponde a KSA 12, 5 [56],

verano 1886-otoño 1887.


una infinidad de mónadas orgánicas e inorgánicas, todas deseantes, creyentes y
pensantes?”7.
Y en Lo abierto, dice Agamben:

(…) si la cesura entre lo humano y lo animal pasa sobre todo por el interior del hombre,
entonces la cuestión del hombre –y del ‘humanismo’- debe ser formulada en nuevos
términos. En nuestra cultura, el hombre ha sido siempre pensado como la articulación y la
conjunción de un cuerpo y de un alma, de un viviente y de un lógos, de un elemento
natural (o animal) y de un elemento sobrenatural, social o divino 8.

Es preciso repensar al hombre “como lo que resulta de la desconexión de estos dos


elementos y no investigar el misterio metafísico de la conjunción, sino el misterio
práctico y político de la separación” 9, ese “misterio” que Nietzsche denunció como
fractura ontológica en el origen del nihilismo, ese sobre el que pivotea todo ejercicio
biopolítico y toda educación humanista. Se trata entonces, de “preguntarse en qué
modo –en el hombre- el hombre ha sido separado del no-hombre y el animal de lo
humano”10, y de desarticular la máquina humanista, como señala Agamben: “ya no
buscar nuevas articulaciones –más eficaces o más auténticas-, sino exhibir el vacío
central, el hiato que separa –en el hombre- el hombre y el animal, arriesgarse en este
vacío”11. Ese vacío no lo llena la razón, ni el alma, ni el espíritu, ni la conciencia.
Los procesos de singularización subjetiva que afirman un nuevo cuerpo crean,
entonces, sobre un vacío, sobre lo que no hay: ni humanitud ni animalidad puras, sino
una herida siempre abierta, que Occidente llenó durante siglos con la figura Hombre,
con la negación del cuerpo, con el control de la animalidad, con la invención de
placebos (ser, espíritu, alma, entre otros), hasta que Nietzsche comenzó a sospechar:
“Temo que los animales tengan al hombre por un ser que es como ellos y que del modo
más peligroso ha perdido el sano entendimiento animal, - que le tengan por el animal
loco, el animal que ríe, el animal que llora, el animal desgraciado” 12.

7 Lazzarato, Maurizio, Por una política menor, Traficantes de Sueños, Madrid, p. 70.
8 Agamben, Giorgio, Lo abierto. El hombre y el animal, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007, p. 35.
9 Ídem.
10 Ídem.
11 Agamben, Giorgio, Lo abierto, op.cit., p. 167.
12 Nietzsche, Friedrich, La Gaya Ciencia, Akal, Madrid, 2001, p. 192, § 224.

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