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Yule, G. (2006). Los orígenes del lenguaje. En El lenguaje. Tercera Edición. Madrid: Akal.

Los orígenes del lenguaje


Masticar, lamer y sorber son actos extremadamente comunes entre los mamíferos, los cuales, si se observan sin
más, presentan similitudes obvias con el habla.
MacNeilage (1998)

Habitualmente no solemos concebir el hecho de hablar como algo similar al hecho de masticar, lamer o sorber,
si bien, al igual que sucede en el primer caso, estas tres actividades implican la realización de movimientos con la boca, la
lengua y los labios que son, en cierta medida, controlados. En consecuencia, es posible que dicha relación no resulte tan
improbable como podría parecer a primera vista. Constituye, asimismo, un ejemplo del tipo de observaciones que pueden
dar lugar a especulaciones interesantes acerca del origen del lenguaje hablado. No obstante, siguen siendo especulaciones
y no hechos. Lo cierto es que desconocemos cómo se originó el lenguaje. Sospechamos que alguna forma de lenguaje
hablado debió desarrollarse hace entre 100.000 y 50.000 años, mucho antes que lo hiciese cualquier forma de lenguaje
escrito (cuyos primeros vestigios datan de hace sólo 5000 años). Con todo, entre los restos procedentes de etapas
anteriores de la vida sobre la Tierra no ha sido posible encontrar ni evidencias directas, ni artefactos relacionados con el
habla de nuestros antepasados lejanos, que sirvan para esclarecer el aspecto que podría haber tenido el lenguaje en las
primeras etapas de nuestra historia evolutiva. Quizás debido a esta falta de evidencias físicas directas ha habido una gran
cantidad de hipótesis sobre los orígenes del habla en la especie humana. En este capítulo analizaremos algunas de estas
especulaciones con mayor detalle.

El origen divino
Según la tradición bíblica, Dios creó a Adán y «formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves
del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el
hombre le diera» (Gn 2,19). De acuerdo con una tradición hindú, el lenguaje proviene de la diosa Sarasvati, esposa de
Brahma, creador del Universo. Para la mayoría de las religiones el lenguaje humano parece tener un origen divino. A lo
largo de la historia se han llevado a cabo algunos experimentos, con resultados bastante contradictorios, para intentar
redescubrir esta lengua divina original. La hipótesis de partida era que si se permitía que algunos niños crecieran sin entrar
en contacto con ninguna lengua, entonces terminarían por usar espontáneamente la lengua original dada por Dios.
Un faraón llamado Psamético probó a realizar este experimento con dos recién nacidos hace más de 2500 años.
Tras pasar dos años en compañía de vanas cabras y de una pastora muda, parece ser que los niños empezaron a hablar
espontaneamente Sus palabras no sonaban a egipcio, sino a lo que parecía ser la palabra frigia bekos, que significaba
«pan». El faraón llegó así a la conclusión de que el frigio, una antigua lengua hablada en parte de la actual Turquía, debía
de ser la lengua original. Esta conclusión resulta poco plausible. Es posible que los niños no tomaran esta «palabra» de
ninguna fuente humana, sino que, como diversos críticos han señalado, seguramente se la debieron oír a las propias cabras
(si eliminas la terminación -kos, que fue añadida en la versión griega de la historia, y pronuncias lo que queda, ¿acaso no
eres capaz de oír a las cabras?).
Jacobo IV de Escocia llevó a cabo un experimento similar hacia el año 1500 y parece ser que en esta ocasión los
niños empezaron a hablar en hebreo. Desgraciadamente, los restantes casos en los que se han descubierto niños salvajes
que no han tenido ningún contacto previo con una lengua humana no parecen confirmar los resultados obtenidos por este
tipo de experimentos sobre el «origen divino». Los niños que viven privados de contacto con el lenguaje humano en sus
primeros años de vida no llegan a desarrollar el lenguaje. Aun en el caso de que el lenguaje hubiera tenido un origen
divino, lo cierto es que carecemos de medios para reconstruirlo, máxime teniendo en cuenta los acontecimientos ocurridos
en una ciudad llamada Babel «porque allí confundió Dios el lenguaje de todo el mundo» (Gn 11, 9).

La hipótesis de los sonidos naturales


Una hipótesis bastante diferente a las anteriores acerca del origen del lenguaje se basa en el concepto de los
«sonidos naturales». En esencia, la idea consiste en que las palabras primitivas podrían haber sido imitaciones de los
sonidos naturales que las mujeres y los hombres primitivos oían a su alrededor. Cuando pasaba un objeto volando que
emitía un sonido GRA-GRÁ, el hombre primitivo trataba de imitar el sonido que oía y lo utilizaba para referirse al objeto
asociado con dicho sonido. Y cuando otra criatura voladora hacía CU-CÚ, este sonido natural pasaba a emplearse para
hacer referencia a este tipo de objeto diferente. El hecho de que todas las lenguas modernas contengan algunas palabras
cuya pronunciación parece imitar los sonidos de la naturaleza podría considerarse un argumento a favor de esta teoría. En
castellano, además de cucú, tenemos chapotear, bomba, mugir, zumbar, sisear y formas como guau-guau. De hecho, a este
tipo de hipótesis se la ha denominado la hipótesis del «guau-guau» sobre el origen del lenguaje. Pero aunque es cierto que
hay bastantes palabras en todas las lenguas que son onomatopeyas (es decir, que imitan los sonidos naturales), no es fácil
determinar de dónde proceden los nombres de la mayoría de las cosas de nuestro mundo que no emiten sonidos, por no
mencionar las entidades abstractas, si la única manera de referirse a ellas fuera imitar los sonidos naturales. Además,
también podría provocarnos un cierto escepticismo una teoría que parece asumir que una lengua es Únicamente un
conjunto de palabras utilizadas como «nombres» de entidades.
Se ha sugerido, asimismo, que los sonidos originales de las lenguas podrían haber derivado de los gritos
mediante los que según esta hipótesis, se manifiestan de forma habitual emociones como el dolor, el enfado o la alegría.
Sería así como habría adquirido ¡Ay! sus connotaciones dolorosas. No obstante, interjecciones como ¡Ay!, pero también
como ¡Huy!, ¡Ahí, ¡Oh! o ¡Au!, se generan habitúa mente con inspiraciones repentinas, al contrario de lo que sucede
cuando hablamos normalmente. Lo habitual es que los sonidos del habla se produzcan utilizando el aire que espiramos. En
esencia, los ruidos expresivos que la gente hace cuando reacciona emocionalmente ante algo contienen sonidos que no se
utilizan para nada más en su propia lengua, por lo que difícilmente pueden considerarse como una fuente razonable de los
sonidos del habla.
Una tercera hipótesis basada en los sonidos naturales es la que se denomina la hipótesis del «yo-he-ho» (una
antigua secuencia rítmica empleada por los marineros durante la sirga). Según esta teoría, los sonidos que hacen las
personas al realizar un esfuerzo físico podrían encontrarse en el origen de nuestro lenguaje, especialmente cuando este
esfuerzo físico lo realizaban varias personas que debían ponerse de acuerdo. En consecuencia, un grupo de humanos
primitivos habría desarrollado un conjunto de gruñidos, gemidos y palabrotas que utilizarían al levantar y acarrear árboles
o mamuts muertos. Lo más llamativo de esta teoría es que situaría el desarrollo del lenguaje humano dentro de un
contexto social. Los sonidos humanos, con independencia de cómo se produjeran, habrían tenido algún uso reglamentado
dentro de la vida social de los grupos humanos primitivos. Es una idea interesante, que podría relacionarse con los usos
que los humanos damos a los sonidos que producimos. Sin embargo, no contesta a la pregunta acerca de los orígenes de
estos sonidos, dado que los monos y otros primates disponen de gruñidos y de llamadas sociales, pero no parecen haber
desarrollado la capacidad de hablar.

La hipótesis de la adaptación física


En lugar de centrarnos en los tipos de sonidos como posible origen para el habla característica de nuestra
especie, una alternativa consiste en examinar los rasgos físicos que poseen los seres humanos, especialmente aquellos que
difieren de los existentes en otros seres vivos, los cuales podrían ser los responsables de la generación de los sonidos del
habla. Podemos comenzar haciendo la siguiente observación: en una fase inicial de la evolución de nuestros antepasados
se produjo una transición desde una postura cuadrúpeda hasta una postura erguida, lo que permitió una locomoción bípeda
y dio lugar a un reajuste de la función de las extremidades anteriores.
Algunos de los efectos que tuvo este cambio pueden observarse en las diferencias físicas que existen entre el
esqueleto de un gorila y el de un hombre de Neanderthal, que vivió hace alrededor de 60.000 años. La reconstrucción del
tracto vocal del Neanderthal sugiere que habría sido capaz de producir algunas distinciones entre sonidos que recuerdan a
las que existen entre los diferentes sonidos consonánticos. Es preciso esperar hasta hace unos 35.000 años para encontrar
en las reconstrucciones realizadas a partir de estructuras esqueléticas fosilizadas rasgos que comiencen a parecerse a los
de los humanos modernos. En el estudio del desarrollo evolutivo, existen determinadas características físicas, que habría
que denominar con mayor propiedad como adaptaciones parciales, que parecen ser relevantes para el habla. Se trata de
variantes optimizadas de rasgos que se encuentran ya en otros primates. Por sí solos, estos rasgos no tendrían por qué dar
lugar necesariamente a la producción del habla, pero constituyen indicios adecuados de que una criatura que los poseyera
probablemente sería capaz de hablar.

Dientes, labios, boca, laringe y faringe


En la especie humana los dientes adoptan una posición recta, no estando inclinados hacia delante, como ocurre
en los monos, y además todos tienen un tamaño parecido Estas características no resultan particularmente beneficiosas
para cortar o desgarrar la comida, pero son muy útiles a la hora de producir sonidos como f, z y d. Los labios humanos
están conectados por una musculatura mucho más compleja que la que encontramos en otros primates y la flexibilidad que
ésta les confiere facilita la producción de sonidos como p y b. La boca humana, que es relativamente pequeña en
comparación con la poseen otros primates, puede abrirse y cerrarse rápidamente, y contiene una lengua más pequeña, más
gruesa y más musculosa, con la que se puede generar una amplia variedad de sonidos en el interior de la cavidad oral. El
resultado al que, en conjunto, dan lugar estas pequeñas diferencias consiste en una cara que dispone de una musculatura
más compleja, y que interconecta los labios y la boca, capaz de generar una gran diversidad de conformaciones, así como
de articular con mayor rapidez los sonidos que se producen gracias a las mismas.
La laringe humana, o «caja de la voz« (puesto que contiene las cuerdas vocales), se diferencia de forma
significativa por su posición de la que poseen los monos. Durante la evolución de la especie humana, la adopción de la
postura erecta hizo que la cabeza se adelantara en relación con la columna vertebral y que la laringe quedara más baja,
creándose una cavidad más amplia, llamada faringe, situada encima de las cuerdas vocales, la cual actúa como una caja de
resonancia para todos los sonidos producidos por la laringe, contribuyendo a incrementar su variedad y a hacerlos más
distintivos. Una consecuencia desafortunada de estos cambios es que la posición de la laringe humana aumenta la
posibilidad de atragantarse al comer. Los monos quizás no sean capaces de utilizar la laringe para producir sonidos
lingüísticos, pero tampoco sufren el problema de que los trozos de comida puedan alcanzar la tráquea. Sin duda, en
términos evolutivos el tener esta capacidad vocal adicional (esto es, la posibilidad de producir una mayor variedad de
emisiones acústicas) debe haber incrementado enormemente las posibilidades de supervivencia, pues, de lo contrario, no
hubiera compensado el inconveniente potencial que supone el riesgo añadido de morir atragantado.

El cerebro humano
El cerebro humano es el responsable del control de la organización de todos estos componentes físicos más
complejos disponibles potencialmente para la producción de sonidos. El cerebro humano posee un tamaño inusualmente
grande en relación con el tamaño corporal además se encuentra lateralizado, esto es, cada hemisferio se ocupa de
determinadas funciones especializadas. En la mayoría de los seres humanos las regiones encargadas del control de los
movimientos motores implicados en tareas como el habla y la manipulación de objetos (fabricación y utilización de
herramientas) se encuentran localizadas, en gran medida, en el hemisferio cerebral izquierdo. Resulta plausible la
existencia de una conexión evolutiva entre estas dos capacidades humanas, así como la implicación de ambas en el
desarrollo de un cerebro capaz de hablar. La mayoría de las restantes teorías sobre el origen del habla implican la
existencia de seres humanos que producirían ruidos aislados para señalar objetos de su entorno, en lo que seguramente
puede haber sido una etapa crucial en el desarrollo del lenguaje; sin embargo, conviene señalar que se trataría de un
lenguaje carente aún de cualquier tipo de organización estructural. Todas las lenguas humanas, incluida la de signos,
implican la organización y combinación de sonidos (o signos) en secuencias determinadas. Al parecer, una parte de
nuestro cerebro se ha especializado en generar este tipo de secuencias.
Si tratamos de analizar esta cuestión por analogía e intentamos establecer cuáles son los procesos básicos
necesarios para la fabricación de herramientas, parece evidente que no es suficiente con ser capaz de coger una piedra
(producir un sonido), sino que el ser humano también ha de ser capaz de ponerla en contacto con otra piedra (otros
sonidos) de forma apropiada. Dicho en términos de estructuras lingüísticas, el ser humano debió de desarrollar en primer
lugar la capacidad de nombrar las cosas produciendo siempre el mismo ruido específico (por ejemplo, pan) para cada
objeto concreto. Sin embargo, un segundo paso crucial habría sido el aprender a combinarlo con otro ruido específico (por
ejemplo, bueno) para construir un mensaje complejo (pan bueno). Después de algunos miles de años de evolución, los
seres humanos han terminado perfeccionando esta capacidad de generar mensajes hasta el punto de que los sábados,
viendo un partido de fútbol, pueden picar algo para comer y decir Este pan está bueno. Por lo que sabemos hasta el
momento, otros primates son incapaces de hacerlo.

El origen genético
Podemos concebir a un bebé humano durante sus primeros años de vida como un ejemplo viviente de la manera
en que tuvieron lugar algunos de los cambios físicos descritos anteriormente. En el momento del nacimiento, el cerebro
del bebé pesa únicamente la cuarta parte de lo que llegará a pesar en el estadio adulto y su laringe se encuentra situada en
una posición mucho más elevada de la garganta, lo que le permite, al igual que a los chimpancés, respirar y beber al
mismo tiempo. En un intervalo de tiempo relativamente corto, la laringe desciende, el cerebro se desarrolla, el niño adopta
una postura erguida y comienza a andar y a hablar. Este conjunto de procesos de desarrollo casi automáticos, así como la
complejidad que presenta el lenguaje del niño pequeño, han llevado a algunos investigadores a buscar un origen para el
lenguaje que no consista simplemente en una serie de pequeñas adaptaciones físicas adquiridas por la especie a lo largo
del tiempo. Incluso los niños que son sordos de nacimiento (y que, en consecuencia, nunca desarrollan un lenguaje
hablado) acaban utilizando muy pronto la lengua de signos con gran fluidez, siempre que las circunstancias sean las
apropiadas. Este hecho parece indicar que los humanos nacemos dotados de una capacidad especial para el lenguaje. Es
innata y ninguna otra criatura parece poseerla, no estando vinculada a ninguna variedad específica de lenguaje. ¿Es
posible que esta capacidad lingüística se halle ensamblada genéticamente en el recién nacido humano?
Como solución al enigma del origen del lenguaje, la hipótesis del innatismo sugeriría que dicho origen se
encontraría en la existencia de algo especial en el genoma humano, posiblemente algún tipo de mutación crucial. En
consecuencia, la aparición del lenguaje no habría sido el resultado de un cambio gradual, sino algo que habría sucedido
con bastante rapidez. No estamos seguros de cuándo habría tenido lugar este supuesto cambio genético, ni de cómo se
relacionaría con las adaptaciones físicas descritas anteriormente. Lo que sí parece claro es que cuando se toma en
consideración esta hipótesis, nuestras especulaciones acerca del origen del lenguaje se desplazan desde las evidencias
fósiles o desde el origen físico de los sonidos humanos básicos, hacia las analogías con la manera en que funcionan los
ordenadores (estar pre-programado o ensamblado, etc.) y hacia los conceptos tomados del estudio de la genética. La
investigación acerca del origen del lenguaje se convierte, entonces, en una búsqueda de ese «gen del lenguaje» especial
que sólo poseerían los seres humanos.
Si somos, de hecho, la única criatura dotada de esta especial capacidad para el lenguaje, ¿resulta completamente
imposible para cualquier otra criatura producir o entender el lenguaje?

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