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I. DESPUÉS DE LA L I T E R A T U R A
El vértigo cinematográfico:
Hitchcock-Vertov y vuelta 25
II. LAS F R O N T E R A S D E L A R T E
III. P O L Í T I C A S DE LOS F I L M E S
1. E n t r e c o r c h e t e s se p o n e el t í t u l o c o n que los f i l m e s c i t a d o s se
c o n o c i e r o n en la A r g e n t i n a y E s p a ñ a , r e s p e c t i v a m e n t e . C u a n d o no
se h a c e n i n g u n a a c l a r a c i ó n , debe entenderse que se c o n s e r v ó el título
o r i g i n a l . En las posteriores m e n c i o n e s de c a d a película se utiliza el
t í t u l o utilizado en A r g e n t i n a (n. del t.).
10 L a s d i s t a n c i a s del cine
Vértigo, Alfred H i t c h c o c k , 1 9 5 8 .
Estamos aquí, sin duda, muy lejos de los Straub: esa cam-
piña gris y bajo una lluvia constante se niega a elevarse a la
jerarquía de naturaleza y revestirse de una mitología. Y la
palabra "dialéctica" se revelará pura máquina retórica cuando
el estafador Irimias, con su mucha labia, explote la muerte de
la niña y el sentimiento de culpa de sus allegados para embol-
sarse el dinero de los aldeanos y mandarlos a buscar el rescate
de los fondos en una comunidad imaginaria. Sin embargo, la
resolución de la niña que camina bajo la lluvia con su gato
muerto en brazos, hacia el lugar - q u e ella misma ha elegido--
donde a la mañana siguiente tomará el matarratas, afirma
en la pantalla un poder visual de rechazo superior al poder
de seducción del estafador. Su marcha obstinada esboza una
figura de resistencia que se engrana con toda naturalidad con
otras: el brazo extendido del joven pastor de los Straub, pero
también el aspecto porfiado de la Mouchette de Bresson y sus
pies embarrados que frota concienzudamente contra la alfom-
bra de la plañidera o, en El espíritu de la colmena de Víctor
Erice, el gesto de la pequeña Ana que transforma su miedo en
solicitud para tender una manzana al desertor herido a quien
asocia a la imagen de Frankenstein. Y aun en Sátántangó, la
imagen de los campesinos que destruyen y queman sus mue-
bles para impedirse toda vuelta atrás se sostiene en virtud de
ese poder de resistencia que opone la resolución del gesto al
vacío del espacio y los engaños de la palabra. El observador
pesimista del final del comunismo histórico puede parecer
muy lejos del comunismo eterno que cantan los bloques sensi-
bles de Operai, contadini. Pero hay que recordar que, después
de este último filme, los Straub hicieron El regreso del hijo
pródigo, donde la palabra queda exclusivamente en manos
de las dos figuras que juzgan a la comunidad: el fiscal que le
opone la ley universal de la propiedad y los partisanos que
denuncian el atraso de esa cooperativa de otro tiempo. La
sabiduría del padre - l a de lo inmemorial- se ha convertido en
la sabiduría de los hijos: el juicio de la historia. Sólo el gesto
responde entonces a la condena dialéctica. El regreso del hijo
pródigo termina con un puño cerrado de mujer que reproduce
el gesto de rechazo del joven pastor. Pero ese mismo final es
120 P o l í t i c a s d e los f i l m e s
invalidado por otro, adicional, que nos deja oír el solo mur-
mullo del agua y el viento bajo el sol, en el lugar abandonado
de la querella.
Sucede que, detrás de las puestas en escena que el cine pue-
de proponer sobre la promesa o la traición de una experiencia
histórica, está la política que se interesa en la relación propia
del arte de las imágenes en movimiento con las historias que
cuenta o los procesos que instruye; está su manera de reducir
los topoi narrativos o dialécticos al marco plano de la pantalla
y a la manera como en ella se despliega el espacio y vibra la
luz. En el prólogo mencioné esa tensión con referencia a un
filme político de otro tiempo, que se ocupa de la justicia y la
filiación conforme al modelo narrativo de los encadenamientos
de acción y sobre un fondo de certeza en cuanto a lo justo y lo
injusto, El intendente Sansho. En esta película hay, en efecto,
un desdoblamiento ejemplar de la narración. Para cumplir con
la palabra dada, Zushio se escapa y logra obtener del nue-
vo sogún la rehabilitación de su padre muerto y un puesto
de gobernador que utiliza para decretar la liberación de los
esclavos en su provincia. Pero, ni bien tomada esa decisión,
renuncia y parte a la búsqueda de su madre, a quien termina
por encontrar en una isla, ciega y privada de la razón.
Así, la historia de justicia termina dos veces: en el plano
narrativo, por la liberación de los esclavos - q u e Zushio y noso-
tros sabemos efímera-, y en el plano visual, por la visión de dos
cuerpos enlazados que una última panorámica hace desaparecer
en la serenidad de un paisaje costero. No hay reparación para la
injusticia sufrida por la madre y sus hijos. Pero sí hay esta reconci-
liación final, ese lento movimiento que reúne y hace desvanecerse
en la paz de la imagen los cuerpos separados por la violencia de
la intriga. El precio de la justeza del cine es ese suspenso mante-
nido entre dos direcciones de la imagen en movimiento: la que
da acceso a las injusticias del mundo y la que transforma toda
intriga de injusticia en vibración sobre una superficie.
El devenir del lazo entre cine y política puede pensarse con
referencia a esa tensión del afuera y el adentro, común a la
forma narrativa clásica (Mizoguchi) y a la forma dialéctica
(Straub). Me limitaré a mencionar algunos ejemplos, tomados
Conversación alrededor del fuego: Straub y algunos otros 121