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Pero, como suele ocurrir “el hombre propone y …”. Me casé muy joven, tenía
apenas 22 años y, veleidades intelectuales aparte, me tuve que poner a trabajar. Mi
afición radical por el cine me condujo a un puesto inusual gracias a una invitación de
Amalia Gallardo, una mujer que siempre creyó en mí y me apoyó en el trabajo con su
consejo humano y entrañable. Disfrazaba mi tarea de censor con el nombre pomposo de
“Miembro del Departamento de Espectáculos de la H. Alcaldía Municipal de La Paz”.
Aunque en honor a la verdad, debo decir que la tesis de la señora Amalia era la de no
cortar nunca un centímetro de película. Para esos años de dictadura política, la censura
de cine casi no existía, y creo que en tres años de trabajo prohibimos dos o tres películas.
Allí conocí a Pedro Susz recién llegado de Buenos Aires, y allí nació la idea de crear la
Cinemateca. Fue una hermosa aventura sazonada de quijotadas e ilusiones que terminó
con mi destino nunca empezado de ser profesor de la universidad. Durante diez años,
junto a Pedro y doña Amalia, dediqué mis máximos esfuerzos a la consolidación del
archivo nacional de imágenes en movimiento.
Hasta entonces el periodismo no era otra cosa que una referencia circunstancial.
Cuando niño recuerdo mi pasión por relatar partidos de futbol que a veces se concretaba
en los festivales de colegio, en los que desde el quiosco de dulces transmitía desaforado
por los altoparlantes instalados para la ocasión algún partido que disputábamos con otro
colegio invitado. En 1969 logré que mi padre me consiguiera una pasantía de tres meses
como “colgandijo” en radio Universo. Para mí era un orgullo indecible trabajar a las
órdenes de Lorenzo Carri, a quien yo admiraba y escuchaba religiosamente todos los días
en el programa “sexta edición deportiva”, en una radio diseñada al estilo de los autos
Impala de los primeros sesenta que tenía en mi mesa de noche. Mi tarea era tan simple
como llevar la grabadora portátil de cinta (bastante menos portátil que los artilugios de
hoy) a las conferencias de prensa que daban los ministros y volver presto con el material
grabado. Luego seleccionaba las partes principales de esas grabaciones y finalmente
redactaba las cabezas de las noticias. A la hora del café, me sentaba con Lorenzo a
hablar de futbol, y en los días de partido lo acompañaba a la caseta del estadio Hernando
Siles a las transmisiones que hacia junto a Hernando Vázquez. A pesar de mi lealtad
inquebrantable hasta el masoquismo por Always Ready, ese era el año de gloria del club
Mariscal Santa Cruz y de su goleador el “tanque” Díaz, a quien seguía con fanatismo.
En 1976 volví a Universo por algunos meses y realicé luego con Roberto Melogno
en radio Metropolitana, entonces dirigida por Cucho Vargas, un programa que se llamaba
“25 minutos en el mundo” que salía al aire entre seis y media y siete de la mañana.
Recuerdo que las madrugadas eran una tortura. Llegábamos siempre con las justas (cosa
que por otra parte no ha cambiado hasta hoy), a recoger los cables y comenzar a las
volandas. Las dos noticias que más recuerdo son la muerte de Mao, que dimos
primicialmente en el país y las repercusiones internacionales del espantoso accidente de
un Boeing que mató cerca de 100 personas en las proximidades del aeropuerto El
Trompillo de Santa Cruz.
Pero mi entrada en serio al periodismo tuvo que ver con cuestiones alimenticias. El
modesto sueldo que recibía como ejecutivo de la Cinemateca no alcanzaba para
sobrevivir medianamente, lo que me obligó a agenciarme otro trabajo complementario,
que con los años se convertiría en mi fuente de trabajo básico y mi tarea principal. De
ese modo, a comienzos de 1979 me inicie en radio Cristal propiedad de Mario Castro, otra
vez al lado de Lorenzo Carri. Allí nació un estilo que terminaría por imponerse en la radio
y la televisión del país (con diversa fortuna): el comentario y el análisis dentro de un
noticioso. Primero fue en “Color de Cristal”, luego “Caminata”, programas “Ómnibus” que
Lorenzo hacia durante la mañana. Yo me integraba a partir de las 11 y rematábamos con
un informativo resumen entre 12:30 y 13:15. Al principio alternábamos la presentación de
las noticias, pero poco a poco fue cuajando el aporte de contextualización y finalmente de
opinión. Fue una temporada notable abruptamente cortada por el Gral. García Meza y su
malhadada y obligatoria cadena radial. Pero logramos reconstruir el proyecto; entre 1982
y 1985 Cristal fue la emisora punta de las noticias. Además de la equilibrada y seria
dirección de Mario Castro, el estilo y capacidad de Lorenzo, estaban Cristina Corrales,
Mario Espinoza, Walter Montenegro, Jorge Guzmán, Jorge González, Amalia Pando que
pasó fugazmente por la emisora y otros periodistas que le dieron una gran jerarquía a
nuestro trabajo. Fueron cinco años decisivos en mi formación periodística, sazonados
además con una breve subdirección del vespertino Ultima Hora entre 1982 y 1983.
Esta larga disquisición tiene sentido para explicar que la vida lo lleva a uno por
caminos insospechados y lo coloca en trances que quizás, por lo menos
conscientemente, nunca busqué, hasta terminar definiendo una ruta tan estimulante como
impensada.
En lo formal lo único que pude ponerle al programa como aporte mío fue la música
de la característica. Escogí un fragmento de la novena de Beethoven, inspirado en el
magnífico arreglo electrónico que de ella hizo Walter Carlos (Hoy Wendy) para la “Naranja
Mecánica”, una de las películas geniales de un director genial como Stanley Kubrik.
Originalmente incluso alternaba la versión clásica con el arreglo electrónico, pero luego,
en homenaje a la melomanía de mi padre, deseché el aporte de W. Carlos.
El otro acierto, porque sin duda la característica musical lo fué (del compositor
alemán claro), fue mantener el nombre, la música, la estructura, la duración y el estilo del
programa sin cambios, a despecho de una costumbre muy boliviana de la renovación, el
cambio y la “refundación” cada que se puede. No cedí a la tentación de renovar cada
cierto tiempo las formas para hacer más “novedoso” el producto, por el contrario, creí que
lo más sensato era darle a DE CERCA permanencia en el tiempo, y así ha sido. Hoy se
trata del programa político más longevo de la televisión en Bolivia.
Una década después DE CERCA sigue en el aire y le debo mucho de lo que soy
en televisión. Me he ido con él a cuestas por los caminos accidentados del asalariado. He
pasado así de Canal 7, la empresa estatal (1983-1985), a Canal 6 (1985-1987), al 9 Red
ATB (1987-1988), al 2 (1988-1990), para anclar, espero que por largo tiempo en P.A.T.
desde 1990.
Una de mis obsesiones desde el primer día fue guardar un registro de las
entrevistas, pero eran los tiempos de la prehistoria del video en Bolivia. Ni soñar que las
hermosas Ampex de una pulgada que tenía el canal funcionarían, de modo que me tenía
que resignar a copias en beta. Pero un beta en esos días era un lujo asiático reservado a
unos pocos privilegiados. Uno de ellos era mi tío Ramón Schulczewski, que a veces
grabada DE CERCA en formato casero, beta tres. Las cintas eran demasiado caras para
la era hiperinflacionaria, así que de esos años quedan algo más de un tercio de los
programas, en calidad poco destacable. Lo que más lamento es el pésimo registro en que
quedaron las conversaciones con Walter Guevara, Augusto Céspedes y sobre todo, René
Zavaleta. Aunque mirado por la positiva debo alegrarme de que en mala calidad, ese
material se conserva todavía. Luego guarde todo, primero en copia en beta y a partir de
Canal 2 en u-matic tres cuartos.
Puedo jactarme de que casi todas las figuras relevantes de nuestra política han
pasado por DE CERCA y con el tiempo, una invitación al programa tiene cierta
significación en el ámbito nacional. Pero el gran fracaso personal ha sido no poder
convencer nunca a dos de los hombres de mayor significación en la historia boliviana
contemporánea. Ni Víctor Paz Estenssoro ni Hernán Siles Zuazo, aceptaron mis
reiteradas invitaciones, como no aceptaron la convocatoria de ningún programa de
televisión. Salvo entrevistas de diez o quince minutos que algún periodista extranjero
logró, o las que conserva Eduardo Ascarrunz en 16mm y que nunca fueron emitidas,
ambos ex presidentes mantuvieron mutismo absoluto. Hombres de otra generación,
nunca fueron proclives a dejarse capturar por los medios de comunicación de masas,
como no sea en los años del panegírico que les hacia sistemáticamente el Instituto
Cinematográfico Boliviano en la década de los cincuenta. Es un gran vacío en DE CERCA
que nunca terminaré de lamentar, porque su visión personal de la historia reciente es
fundamental, aunque como se podrá apreciar en estas páginas ambos, sobre todo Paz
Estenssoro, están permanentemente presentes citados por la mayoría de los
entrevistados.
Han pasado diez años desde ese primer dialogo con Roberto Jordán Pando, y
creo que el mejor testimonio de una década de tomarle el pulso al poder en Bolivia, es el
recoger en un libro aquellos hitos que interpreto como fundamentales en la historia de DE
CERCA. Esa es una de las razones que han hecho que este trabajo sea una realidad.
Escoger para un libro que intente ser representativo de nuestra política en la última
década, a una veintena de personajes de entre más de 250 entrevistas no fue tarea fácil y
dio como resultado una selección inevitablemente arbitraria. Pero está claro que ya sea
por razones históricas, por el peso específico de los escogidos, o por que el tema del que
hablamos era fundamental, hay un juicio de valor personal que asumo totalmente. En este
libro el lector encontrará a políticos de todas las tendencias, sindicalistas, líderes
campesinos, intelectuales, militares, etc., que forman un mosaico amplio y representativo
del pensamiento político boliviano de la democracia y más todavía, de lo que fue el
modelo histórico de 1952 con todos sus logros, fracasos y paradojas. Tuve que decidir
también una exclusión que no deja de ser lamentable, la de algunas personalidades
internacionales de primer nivel como Mario Vargas Llosa, Fidel Castro, Felipe González,
Alberto Fujimori o Francisco Fernández Ordoñez, ejemplos de más de veinte
conversaciones con presidentes latinoamericanos, ex presidentes, ministros de estado o
artistas. La razón es muy simple, quiero que este libro reúna una visión de Bolivia, de lo
que representa la mal llamada “clase política” nacional. Es, en suma, un retrato de la
nación a través de algunas de sus figuras más relevantes, y en aras de esa concepción
creo que se justifican las mencionadas omisiones.
Precede a cada entrevista una semblanza personal que está vinculada a como ví o
veo al personaje, así como a los hechos que a mi entender son los más importantes de su
trayectoria en la vida pública.
En algunos casos, los menos, he recogido dos entrevistas con una misma
persona. Eso se debe a que estimo que los conceptos vertidos se comprenden mejor con
esa inclusión, o explican mejor la evolución (o involución) de alguno de los protagonistas
de esta historia.
Por razones que espero comprensibles, se ha hecho en todos los casos una
corrección de estilo que elimina repeticiones, muletillas y rasgos del lenguaje coloquial; de
igual modo en algunos casos se han suprimido partes excesivamente coyunturales que
hoy son irrelevantes.
SEMBLANZAS
(Cochabamba 1912)
Fue una entrevista decisiva para mí. Un bautizo. Tenía entonces 30 años y mucho
miedo de enfrentar en una conversación a uno de los mitos que nos dejó la Revolución de
1952. DE CERCA era un programa más, de un joven periodista relativamente conocido,
que apenas un par de meses antes había comenzado una serie semanal de programas
en el canal estatal de televisión.
Apenas 81 días duró su paso por el Palacio Quemado. Aferrado a la razón antes
que a la negación, no acepto condiciones y trató de imponer desde su debilidad real la
fuerza de la democracia. En la madrugada del 1° de Noviembre de 1979 era derrocado
por un Coronel enardecido y un grupo de civiles, entre los que se contaban varios
movimientistas, dispuestos a la locura.
Nunca antes ni después, preparé una entrevista tan arduamente, mas de 12 horas
de charla, anécdotas, historia, juicios políticos, bromas y relatos fascinantes, mediaron
antes de la conversación en directo, a la que finalmente se avino, que sostuvimos frente a
las cámaras.
Fue, qué duda cabe, uno de los DE CERCA más importantes que hice. En muchos
sentidos fue el bautizo de fuego del bisoño. Desde entonces, el Dr. Guevara y los
televidentes comenzaron a tomar en serio un programa que hasta ese día era solamente
un balbuceo.
Cuando hablé con él, apenas si había leído El poder dual y Las masas en
Noviembre. No tenía una idea exacta del personaje y no acababa de darme cuenta del
impacto que su nombre imponía en nuestros intelectuales. Al fin, ceo que fue bueno que
así fuera. No tenía ni prejuicios ni temores ante el “monstruo”, de modo que me lancé al
estrellato sin más trámite. A la distancia percibo perfectamente un par o tres obviedades
en mis preguntas, y un exceso en el sesgo que di a la veta nacional-revolucionaria de su
pensamiento, que no me permitió acercarme más a fondo a la interpretación
genuinamente marxista de su obra central. Pero veo también muy claramente, como lo
percibía él, la decisiva influencia de la Revolución en la Bolivia moderna y postmoderna.
En todo caso, esas pocas horas me sirvieron para admirar y respetar a un hombre
cuya talla intelectual esta fuera de toda discusión. Cegado en lo mejor de su vida, en el
punto más poderoso de su capacidad creativa, le tocó recibir ese rayo destructor que el
destino parece tenerles reservado, implacable e injusto, a los hombres más claros y
transparentes que Bolivia fecundó en su seno. Igual que a Sergio Almaraz y a Marcelo
Quiroga Santa Cruz, a René Zavaleta le vino la noche cuando las llamas de su alma se
volvían blancas de tan intensas.
Filemón Escóbar transmite vitalidad por los cuatro costados. Tan mal hablado
como yo, está siempre dispuesto a polemizar y a transmitir su pasión por lo que cree.
Filemón no conoce otra forma de vivir que la lucha permanente. Nació en la lucha
por la sobrevivencia, en la lucha contra la roca, y terminó encarando de frente y a pecho
descubierto la lucha sindical, que era la lucha política. Era capaz de defender contra
viento y marea tesis que en el contexto flamígero de la retorica de los dirigentes obreros,
podía sonar incluso como contrarevolucionario.
Es difícil jugar ahora a las hipótesis, pero creo que la COB merecía el liderazgo de
Escóbar, uno de los dirigentes mineros más inteligentes con los que ha contado la clase
trabajadora.
Pasó el tiempo y dejé de ver a Filemón. Cuando lo encontré al paso de los años, a
la vuelta de tres programas con él, defendiendo testarudo sus ideas motoras, estaba ya
como diputado de izquierda en una lucha tan intensa como siempre, esta vez contra el
neoliberalismo, pero ahora en solitario.
Nuestra última conversación ante las cámaras tuvo algo de melancólico, por tantas
cosas terribles que han pasado en estos años, pero el hombre sigue siendo el mismo.
“¿Entiendes no?”.
(Cochabamba 1904)
Hay hombres con sabor a historia, por haberla vivido y haberla construido. Augusto
Céspedes es de esos hombres, pero además la escribió. Sus libros son testimonio y
crónica, son alegatos que califican y descalifican, son implacables porque se concibieron
desde la militancia y desde el compromiso con el partido. El partido era, claro, el
Movimiento Nacionalista Revolucionario. Céspedes fue brillante y temible desde los años
de “La Calle”, y también desde los viejos tiempos de los jóvenes nacionalistas de fines de
los 20.
En muchos sentidos pienso que para él la historia se terminó con el golpe de 1964.
Para muchos hombres del MNR esa fue una página definitiva, o porque no supieron
recuperarse nunca para estar a la altura de los nuevos tiempos históricos, o porque
simplemente decidieron cerrar la pagina y a otra cosa. Probablemente cuando se ha sido
parte activa de un cataclismo de la magnitud de 1952, después todo parece anécdota.
Algo de esto último ocurrió con Augusto Céspedes. Retirado de la política activa, se
dedicó a producir, aunque definitivamente sus obras capitales estaban ya redactadas en
la mitad de los años sesenta, y a colaborar en medios periodísticos. Su última función
pública fue la embajada boliviana en la UNESCO, de la que todavía se recuerda la
atronadora batalla, que ganó irreversiblemente, con un compatriota que pretendió
inútilmente ponerle el cascabel.
De pronto, pienso que aunque a los protagonistas de la historia no les gusta abrir
las puertas para un dialogo absolutamente franco, logré reflejar algunas de las ideas
centrales que el viejo revolucionario tiene sobre lo que aconteció entonces, y más
sosegado por el tiempo, de lo que ocurre ahora. Un ahora que todavía no había
experimentado el retorno insospechado de sus consecuencias, de uno de sus
compañeros de partido, que rompió lanzas con el cambio al despuntar la segunda mitad
de este siglo.
(Cochabamba 1939)
Mi relación con Jaime Paz Zamora ha estado siempre condicionada por un cierto
reproche que en él simboliza la suerte de toda una generación. El MIR intentó portar la
antorcha del cambio y caminar con la utopía en el alma, para hacerla cierta en una
sociedad que necesitaba desesperadamente una nueva ruta, capaz de devolver la fe en
algunos principios esenciales, mas allá del propio contenido ideológico de su propuesta.
Sin embargo, nadie puede negar que este hombre esencialmente vitalista, capaz
de vencer a la muerte en el trance más difícil, contribuyó de manera significativa a la
consolidación de una de las conquistas más importantes que ha logrado la sociedad
boliviana, la vigencia de una democracia plena con largas proyecciones hacia el futuro.
Está todavía en mi memoria Silvia con los ojitos brillando, sonriéndome con
ironía en la puerta del monoblock de la UMSA cuando era todavía militante del MIR. Me
miraba, pienso, con la condescendencia de alguien comprometido frente a las ideas
vagamente democráticas de un hijo de la burguesía.
El aporte de Silvia Rivera, radical y poco tolerante como ella misma, reveló una
comprensión nueva de esa realidad. A partir de entonces sus aproximaciones como
investigadora y cientista social se han hecho indispensables para cualquier estudio sobre
la realidad andina, pero algo mas, nos obligan a plantear un debate enriquecedor sobre
nuestra propia visión de país.
En 1984 ese era todavía un camino de iniciación para Silvia, o así lo parecía.
Quizá extraño de esa conversación una apertura que se fue diluyendo con el paso de los
años. Mi admiración de entonces que no ha declinado en lo intelectual, se ha resentido en
lo humano, ante una postura excesivamente hosca que parece partir del solo hecho de la
distancia con todos aquellos que no aceptan algunas de las ideas centrales que ella
defiende.
“No seas crudo” es una de las frases favoritas de Lechín. Por eso su hijo Juan
Claudio lo llama cariñosamente “el crudo”.
Lo conocí casero y enamorado de sus nietos, diciendo con una sonrisa pícara, que
como buen descendiente de árabe tenía como norma de conducta ir por delante seguido
del camello, con la mujer detrás de los dos en absoluto silencio, para escándalo de las
mujeres que lo escuchaban.
Juan Lechín es una leyenda como bien escribió Lupe Cajias en la más completa
biografía que se ha publicado sobre su vida. Un hombre paradójico, como paradójica y
mágica es la realidad boliviana. Con una tendencia a caminar siempre por el filo de la
navaja y llevar las cosas al punto límite.
Es, en todo caso, uno de los cuatro hombres claves de la Revolución Nacional, y
una figura imprescindible para comprender la historia contemporánea de Bolivia.
Un par de días antes del programa escarbe hemerotecas y conversé con amigos y
enemigos del “maestro”. Llegué al estudio muy suelto de cuerpo. Lo primero fue su pedido
de una silla dura en vez de los mullidos sillones tradicionales en estos casos. “Mi espalda
no soporta esos cojines”, me dijo. A partir de allí, mi rosario de interrogantes sobre su
historia personal y la del país de los últimos treinta años (era 1984), se estrelló
sistemáticamente con una estrategia muy sencilla. “Mi amigo, yo no estaba en esa sesión
del Congreso por que en 195… había viajado a…” y un largo etcétera, que desbarataba
las preguntas-trampa. Y yo sin un papel pare respaldar nada….
Finalmente, debo reconocer que albergo una íntima simpatía por este hombre
capaz de cambiar la historia y mantenerse vigente en un país cuya inestabilidad fue una
leyenda, hasta decidir un día dejarlo todo y retirarse para siempre de la política, aunque la
política siga siendo la sangre que lo alimenta cada mañana.
EL SIGNO DE LA MODERNIDAD
Cuando conocí a Gonzalo Sánchez de Lozada yo estaba muy lejos del periodismo
y él muy lejos de la política. Eran tiempos heroicos en los que pasaba el sombrero para
conseguir fondos para la Cinemateca y, desde luego, una de las “víctimas fijas” de esos
pedidos era Sánchez de Lozada. Su vinculación con el cine en la década de los años
cincuenta y su amistad con los mitos vivos de éste, eran argumentos más que suficientes
para hacerlo.
(Potosí 1925)
Guillermo Lora cree a pie juntillas que él no es otra cosa que un instrumento
(privilegiado) de la revolución. Eso es algo muy parecido al voto de clausura que hace un
monje que se aparta voluntariamente del mundo real. Apegado al pie de la letra al furor
revolucionario de su maestro teórico León Trotsky, Lora no se permite ningún lujo
burgués, y uno de sus lujos burgueses por excelencia es cultivar en público la propia
identidad.
Jamás dirá más de unas pocas palabras sobre su vida personal, eso –piensa- no
le interesa a nadie, quizás ni a él mismo. El no acepta ser un intelectual, aunque lo es
esencialmente. No acepta nada que lo separe un solo instante de su causa. Y eso es
simplemente impresionante. En Lora se explica perfectamente lo que el fundamentalismo
representa, y uno no puede menos que sentir un frio en el espinazo si este Robespierre
del trotskismo tuviera alguna vez la posibilidad de ejercer el poder, porque con la misma
frialdad con la que responde sobre sus ideales de sociedad, decidiría algún experimento
de ingeniería social parecido a los que la humanidad vivió a los largo de este siglo
estremecedor.
A diferencia de muchos de sus seguidores más fervientes, intoxicados de
consignas, es un hombre inteligente y uno de los escritores más prolíficos (sino el mayor)
de la biografía boliviana. Algunas de sus obras son capitales para una aproximación a la
historia sindical y política del país, aunque sea indispensable un mínimo aviso en torno al
evidente sesgo de su análisis y aún de sus fuentes primarias de información.
Como es obvio, la única conversación que sostuve con él, tanto antes como
durante la entrevista televisiva, no pudo penetrar un milímetro de sus sentimientos
íntimos. No me dijo nada que yo no supiera después de haber leído o haber coleccionado
algunas decenas de números de su boletín político “Masas”, que durante décadas redactó
personalmente de la primera a la última línea.
Me cuesta entender cómo se puede compatibilizar una mente fuerte e intensa con
la imperturbable repetición de conceptos que no se mueven un milímetro, así el mundo se
haya puesto al revés. Y estoy seguro que, contra lo que él desea, será recordado por su
impresionante trabajo intelectual y no por el pequeño partido que dirige desde hace medio
siglo, capaz de jaquear de vez en vez a los gobiernos democráticos, afirmando que no
hay diferencia alguna entre cualquier dictadura y este sistema miserable inventado por la
burguesía y el imperialismo para seguir sojuzgando a la sociedad universal.
El gobierno de Lidia Gueiler tuvo que pelear desde el primer día con una actitud
esquizofrénica del Congreso (ya experimentada por su antecesor Walter Guevara), que a
la par que encomendaba la presidencia de la nación a una de sus parlamentarias, se
desentendía por completo de ella y…. sálvese quien pueda. En esas circunstancias el
respaldo del MNR, el partido que la llevó a una diputación, fue decisivo. En el marco de
una precariedad alarmante, la Presidencia encaró dos tareas a cual más complejas. Paliar
la crisis económica y llegar al día de las elecciones, que por añadidura debían de ser
limpias.
La devaluación del peso de 20 a 25 por dólar le significó una ola de protestas
acompañada de una huelga general y un bloqueo total de caminos, además de las críticas
despiadadas de todos los sectores.
Tres mujeres han llegado a la presidencia en América Latina, pero solo una en
función estricta de su propia trayectoria. Lidia Gueiler fue militante política desde el fin de
los años cuarenta. Fue parte de la lucha popular en el proceso revolucionario de 1952,
militante del MNR y del PRIN y activista durante décadas. Se había ganado a pulso el
lugar de presidenta de la Cámara de Diputados que la llevó a la primera magistratura.
EL SINO DE NOVIEMBRE
A Guillermo Bedregal le tocó, o quizás él buscó que le tocara, el papel del chico
malo de la película. Nunca tuvo el carisma suficiente para heredar el liderazgo de su
partido, aunque si la habilidad para ser una ficha definitiva en la mecánica partidaria.
Cuatro veces estuvo en DE CERCA, dos de ellas junto a otros invitados, y otras
dos a solas. En 1986 aceptó un acto de contrición en público como él mismo lo definió, a
proposito de sus horas mas dramáticas, las que pasó junto a Alberto Natush Busch en
una de las aventuras mas demenciales que haya encarado grupo político-militar alguno en
nuestra historia.
Durante tres décadas acompañó con una lealtad inquebrantable a Paz Estenssoro,
hasta que en noviembre de 1979 decidió, junto a otros hombres del Ejército y de su propio
partido, liquidar la presidencia de Walter Guevara con argumentos que no se sostienen en
teoría y que se descalabraron en la práctica de dieciséis horribles días. Todavía está
pendiente de dilucidación la responsabilidad de Víctor Paz en esa acción que marcó para
siempre la vida política de Bedregal, lo enfrentó a su jefe en el encono más terrible y los
volvió a juntar en aras de un nuevo proyecto histórico, más lucido y sensato que el del 79.
Aferrado a un rosario árabe con el que distrae las manos mientras habla, es capaz
de llegar a los momentos más intensos del sentimiento y de ponerse incluso al borde de
las lágrimas, sobre todo cuando se refiere a su vida interior. Se confiesa católico y
admirador de un filósofo español de este siglo, Zubiri, a quien no deja de citar cuantas
veces puede. Recuerda con genuina nostalgia su pasado universitario en Salamanca, que
parece haberlo tocado muy profundamente, y se emociona cuando habla con admiración
que raya en la idolatría, de su madre y el ejemplo que dejó sobre su vida personal y
política.
En el camino perdió el talentoso hijo que mas quiso, y hay quien recuerda su grito
desgarrado cuando el cuerpo de Guillermo hijo era enterrado en un perdido cementerio de
LLojeta de cara al Illimani.
Capaz de describir los ejercicios ignacianos mejor que el más avezado jesuita,
capaz también de desnudar la frivolidad con la que muchos usan un término como
neoliberalismo, Bedregal también es capaz de escribir un libro demoledor contra el
militarismo y empujar sin contemplaciones a un coronel a la aventura política.
En el fondo un idus trágico acompaña a este hombre que hubiese podido encarnar
un liderazgo inteligente y que ha sido condenado a ser siempre el símbolo de muchas
cosas que en política no quisiéramos para el futuro.
(Cochabamba 1941)
NOSTALGIA DE LA UTOPIA
La carga del idealismo puede ser más o menos pesada según como se mire y
según quien la lleve. En Antonio Araníbar hay una cierta prevención sobre sí mismo que
se fue suavizando con los años y que se relaciona con su actitud personal ante la vida.
Pareciera que ha hecho voto de austeridad en la política. Con su impresionante
humanidad a cuestas, apostó siempre a la consecuencia y a una cierta distancia
desconfiada hacia aquellos que cuestionaran en todo o en partes su visión del mundo.
Para él, como para muchos de su generación que tuvieron que transitar con
pasmo por cambios en la sociedad y en los amigos más entrañables, el golpe de la
realidad ha sido demasiado duro de asumir. Algo de ese amargo desengaño ha quedado
en el político de hoy, que sin rendir las armas tuvo que aprender un lenguaje nuevo y una
actitud si no condescendiente, por lo menos razonablemente flexible ante el mundillo
político y ante el propio país.
Antonio siempre me pareció un hombre de respeto. Capaz de vivir como decía que
teníamos que vivir y capaz de apostar a una causa al precio que fuera. Pero me pareció
también, como me parece hoy, que no ha sido tocado por esa varita inaprensible que da
el carisma y el calor eléctrico a los grandes conductores.
Nunca terminaré de saber en qué medida los móviles de la emulación tuvieron que
ver en esa dramática ruptura con Jaime Paz Zamora, y en qué dimensión los asuntos
personales influyeron en los caminos de ambos, con todo lo que ello ha significado para
Bolivia, pero está claro que el rasgo de la consecuencia y la honestidad intelectual transita
mas por la vereda del MBL que por la del MIR-NM.
Buen conversador, escoge las anécdotas y las sazona de tal modo que parece que
estuvo siempre en las decisiones del poder, que influyó en los hombres que acompañó y
que hicieron historia. La política le deleitaba y me imagino que su alejamiento de ella fue
un golpe muy duro de asimilar. Pero no se puede estar siempre jugando en el filo de la
navaja y pretender salir airoso. Probablemente hubiese sido una figura destacada en su
partido ADN (lo fue mientras militó activamente), si no hubiese cometido dos gruesos
errores que terminaron por enterrarlo políticamente.
Para ser dirigente político en un país tan turbulento como el nuestro, es un hombre
demasiado tranquilo, demasiado sensato incluso. La moderación no ha sido característica
más destacada de nuestros caudillos, y ciertamente la universidad no es el ámbito donde
mejor se cultiva el equilibrio. Pero en aquellos años en los que todavía funcionaban
consignas como “la imaginación del poder” extraídas del huracanado mayo francés en los
que no se aceptaban posiciones intermedias, Víctor Hugo tejió un liderazgo sencillo y
tranquilo. Todavía la dictadura se ejercía férreamente, pero no al punto de cerrar
totalmente las posibilidades para que en las aulas la política no fuese el tema casi
excluyente. Los estudiantes, por otra parte, estábamos convencidos de que en nuestras
manos estaba el destino de la nación.
Aunque no ha plasmado sus ideas publicando, es, qué duda cabe, un intelectual
de rigurosa formación académica. Me parece uno de los que más coherentemente
interpreta el pasado del mundo andino y que mejor lo plantea hacia el futuro. Sin las
tentaciones demagógicas de muchos de los pensadores indios, percibe perfectamente la
posibilidad de articular las reivindicaciones del mundo indígena con la consolidación del
sistema democrático.
El caso es que el empresario minero que agrede sin misericordia el castellano mas
de lo que todos quisiéramos, y el atildado académico aymara que habla un castellano que
más de un político criollo envidia, decidieron hacer una yunta que coloca en el poder, por
primera vez en historia republicana, a un indio nacido a orillas del Lago Sagrado.
Quien le iba a decir a este hombre que pescaba suches junto a su padre en los
primeros años cincuenta (comienzo del gobierno del MNR) que estaría llamado a cerrar
emblemáticamente el ciclo de la Revolución como el primer aymara en ocupar uno de los
dos cargos políticos de mayor responsabilidad en Bolivia.
Carlos es un hombre al que le gusta dar una imagen acorde a la que supone que
su interlocutor desea. No abre las puertas a su vida personal y privada, y está cada vez
más consciente de su rol de líder, a veces con características mesiánicas. Alguna vez,
mucho antes de que fuera candidato a la presidencia, le escuche decir textualmente: “los
mitos como yo nos debemos íntegramente a nuestro pueblo y no podemos hacer otra
cosa que su voluntad”.
Supongo que para un hombre para quien lo cotidiano es la relación paternal hacia
las decenas, cientos y miles de personas que se le acercan para pedirle ayuda, la relación
con la realidad pasa por un tamiz que deja inevitablemente una secuela. El poder lo palpa
día a día, lo constata, no requiere de mayor comprobación. Manejar masas es una
experiencia fascinante y peligrosa. Es un juego en el que está metido sin remisión, riesgos
incluidos y, sobre todo, con una respuesta inmediata que termina por condicionar hasta el
último resquicio de su vida.
Por razones de principio no he compartido con Carlos, como me ocurre con otros
comunicadores, ese criterio de que hay “piedra libre” para hacer cualquier cosa con tal de
ganar audiencia. Su espacio policial me pareció una explotación inmisericorde del morbo,
aunque hoy, y tras lo que vemos cotidianamente no estoy tan seguro de cuál es la línea
que divide lo admisible de lo inadmisible en medios de comunicación.
Carlos Palenque es una de las figuras contemporáneas que mejor refleja muchos
de los ingredientes positivos y negativos de la Bolivia andina, básico para comprender los
rumbos de nuestra sociedad contemporánea, a quien se suma un elemento que con el
tiempo será imprescindible para entender a este hombre en su totalidad, su esposa la
“Comadre” Mónica, una joven de vitalidad y ángel desbordantes, dispuesta a transitar por
los mismos caminos de Palenque hasta donde sea necesario. Las analogías con Eva
Perón, por peligrosas que sean, se hacen inevitables. Guardando las distancias, se trata
de un fenómeno imprevisible quizás aún más que el propio Carlos.
En todo caso, nuestra relación personal no pasa por esa puerta mágica del
compadrazgo. Para él yo soy simplemente “el tocayo”.
Cuando comencé a trabajar en la red ATB, Raúl Garafulic me concertó una cita
con Banzer en la tranquila y acogedora hacienda que éste tiene en San Javier. Allí
charlamos muchas horas en un ambiente de entrevista periodística, rodeados del piloto y
el asistente que nos habían llevado al lugar. Fue, como siempre, un ir y venir de
respuestas aprendidas de una historia acomodada a la necesidad de su nueva imagen
democrática y poco más.
Solo hice con él dos programas, ambos en vísperas de elecciones, aunque intenté
en periodos más tranquilos conversaciones ante cámaras que hubiesen sido ilustrativas
de determinadas coyunturas. Pienso que de no mediar las exigencias de una campaña,
nunca hubiese podido contar con él en DE CERCA.
El caso es que Banzer gobernó con mano férrea por siete años, fundó un partido
para diluir un juicio de responsabilidades emprendido por Marcelo Quiroga Santa Cruz,
una de las mentes más lucidas que ha dado Bolivia, y terminó ganando limpiamente unas
elecciones generales (1985). De ahí en más, su vocación democrática esta fuera de toda
duda. Permitió con su participación decidida el éxito del proyecto político económico de
Paz Estenssoro, quien se quedó con la presidencia el 85 y, movido por un resentimiento
difícilmente superable por Gonzalo Sánchez de Lozada, se arriesgó a la aventura de
hacer Presidente a su ex enemigo y víctima política, logrando un razonable periodo de
gobierno (salvada la delirante corrupción de los hombres encaramados en la
administración).
Pocos bolivianos han tenido tanto poder en nuestra historia. Estoy convencido de
que Hugo Banzer ama el poder, y a estas alturas creo que no conoce otra manera de
vivir. Espoleado por su aguerrida mujer para ejercerlo, siguió incansable en una batalla
por la presidencia que se convirtió en una obsesión. Banzer buscó cinco veces sin éxito
darse un lujo que no pudo permitirse ni el omnipresente general Pinochet, lograr la
presidencia por vía de las urnas, para mirar con ironía a todos quienes pensamos que no
es justo para esta nación, que quien llegó al gobierno a costa de tanta violencia y tanta
sangre, se consagre primer mandatario por mandato popular. Pero no pudo ser. En las
elecciones de 1993 Gonzalo Sánchez de Lozada obtuvo un triunfo tan contundente que el
general se vio obligado, solo dos días después de los comicios, a reconocer el triunfo del
ganador.
Su vigencia tiene que ver con una rara habilidad en la que se mezcla la paciencia
con el verticalismo. Ha aprendido a ser prudente, a controlar sus emociones (que alguna
vez le traicionaron ante un funcionario a quien abofeteó en su despacho, o ante otro
candidato al que amenazó pistola en mano), a escuchar tranquilo cuando le llueven las
acusaciones y a responder metódicamente de acuerdo a un texto cuidadosamente
preparado. En el debate presidencial de 1989, tenía una ficha subrayada para cada tema
sobre el que se le interrogaba, de la que no se desprendía en ninguna respuesta.
Su gobierno que dejó una impronta indeleble en nuestro pasado, gozó también en
esa Bolivia polarizada de los setenta, de un importante respaldo. La nostalgia por el orden
y la estabilidad económica, le dejó un saldo muy significativo de votantes y muchos
bolivianos que creen ciegamente en su capacidad y su autoridad para gobernar. Sobre
esa base y una sucesión de acciones muy inteligentes en el periodo democrático, es que
consolidó su nueva imagen con la finura de un relojero suizo.
A Hugo Banzer le han tocado trances personales muy duros, desde una pasión
que tuvo mucho que ver con el fin de su gobierno, hasta la muerte dramática de dos de
sus hijos. Solo el poder y su ejercicio lo salvaron del naufragio.
Le gusta subrayar siempre que puede (lo hizo frente a los académicos de ciencias
que lo condecoraban, y ante la estatura de Víctor Paz, homenajeado ese mismo día) que
no es un intelectual ni un académico, sino un humilde soldado nacido en un pequeño
pueblo cruceño en la mitad de los años veinte. Se jacta de haber recorrido de cuartel en
cuartel la totalidad de nuestro territorio y de su amor inveterado por el campo y las vacas,
pero fue uno de los pocos que pudo manejar exitosamente su relación con Paz
Estenssoro, el político más hábil de este siglo, de donde se deduce que la ecuación del
poder no se resuelve necesariamente con inteligencia enciclopédica, ni con los valores
intelectuales que sirven muy bien para interpretar la realidad pero quizá no tanto para
modificarla.
Sera difícil que en el futuro esta entrabada relación periodística que tengo con el
Gral. Banzer cambie. No es el modelo de político que creo ideal para una sociedad plural
y justa, pero es indispensable, en aras de una mínima honestidad intelectual, reconocer
su rol decisivo en este medio siglo, tanto como paradigma del verticalismo autoritario,
como, ¡vivan las paradojas!, de la consolidación y madurez de nuestra joven democracia.
(Roma 1938)
Recuerdo muy bien el día en que el “Che” fue capturado, yo tenía 14 años, lo leí
en Presencia. Guevara era un mito y eran años en que los jóvenes y los adolescentes
estábamos hiperpolitizados. En mi colegio el tema social era prioridad número uno. Allí
estaban “curas tercermundistas” como Prats, Negre, Aguiló y otros que nos daban
charlas, nos impulsaban a ir a trabajar los fines de semana a los barrios periféricos de la
ciudad y años después a comunidades campesinas próximas al lago. Revolución era una
palabra indispensable y el cambio de estructuras algo que se pedía a gritos. Por entonces
cristianismo y marxismo estaban en posiciones muy próximas y todos nos sentíamos
obligados al compromiso. Un joven no comprometido era un cobarde. La muerte del “Che”
coincidió con el comienzo de una experiencia vertiginosa que pasó por la muerte trágica
de Barrientos, la revolución universitaria que construyó un mundo académico al revés, la
caída de Ovando, la junta de las seis horas, Torres y su juramento frente al pueblo, la
increíble Asamblea Popular y su ultrismo delirante y el sangriento golpe y la dictadura
ulterior del Cnl. Banzer.
En esos días yo estaba convencido no solo del heroísmo del “condottiero del siglo
XX” adalid del hombre nuevo en el que yo también me quería convertir, sino de la maldad
intrínseca de un Ejército reaccionario sustentado por el imperialismo que liquidó a los
guerrilleros. El tiempo nos demostró a todos que ese radical mundo en blanco y negro
tenía sus matices. Cuando conocí al hombre que capturó al “Che”, mi visión de las cosas
se había asentado.
Prado es autor del mejor libro sobre la guerrilla del 67 desde la óptica del Ejército
boliviano y guarda una opinión respetuosa de Ernesto Guevara. Sobre ello conversamos
en este ilustrativo programa que recordó hechos que marcaron a fuego a toda una
generación de bolivianos.
Sin aspavientos el Gral. Prado Salmon cumplió con su deber como militar, cuando
como capitán se encargó del operativo final de uno de los acontecimientos que mayor
relevancia mundial han tenido en la historia del país, y conto también con distancia y sin
juicios de valor explícitos como se decidió la muerte del “Che” en un consejo de generales
entre los que estuvieron tres presidentes de Bolivia, el mandatario de entonces René
Barrientos, el Gral. Alfredo Ovando y el Gral. Juan José Torres, probablemente con una
fuerte influencia de los agentes de la CIA en el país.
Guardo un buen recuerdo de este general atípico que fue un buen militar y cumplió
su responsabilidad política, al que le tocó un destino amargo en un momento en que las
FF.AA. tenían un rol estelar en la política del país. Quizás nos hubiésemos ahorrado
muchas horas negras si un hombre como él hubiese tenido la oportunidad de conducir la
nación en esos años aciagos, en vez de otros muchos que por su ignorancia y
prepotencia nos llevaron al borde mismo del desastre.
Guido Vildoso Calderón
En el terrible periodo que le tocó vivir a Bolivia entre julio de 1978 y octubre de
1982, se jugó el destino de una sociedad que intentaba dolorosamente pasar de la
dictadura a la democracia. Injustamente los bolivianos tuvimos que pagar un gigantesco
costo para obtener libertad y respeto a nuestros derechos.
Vildoso no oculta su amargura por lo que significó ese momento que el destino le
tenía reservado. Fue Presidente apenas 81 días y es uno de los diez que gobernó menos
tiempo en el país. Está convencido de que él también ha tenido que pagar un precio
demasiado alto para pasar a la historia. Su carrera militar quedó trunca, se vio obligado a
pasar a retiro inmediatamente después de dejar el mando y nadie le reconoció nada. A
diferencia de otros hombres que ocuparon el poder, no salió de él ni más rico ni más
poderoso. Vive estrechamente en Cochabamba en un discreto y obligado retiro privado.
Por muchos años en esa lógica insólita que se tejió al calor de la dictadura, la
presidencia de la República era el más alto destino militar, aunque conversando con
algunos generales, nunca me quedó claro si les parecía más honroso el cargo de
Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas o el de Presidente de la Nación, que
durante largo tiempo fue una sola cosa.
Guido Vildoso es un hombre sencillo, de hablar pausado y con una mirada triste
que lo acompaña siempre, así esté sonriendo. Estoy seguro de que si pudiera escoger no
aceptaría el nombramiento que me imagino, como a cualquiera, lo sedujo en el momento
en que se lo comunicaron. Aunque me recordó que dado que era una “orden de destino
militar” no había posibilidad alguna de rehusarse. Esa decisión de los mandos que por
entonces se reunían, deliberaban e incluso votaban en trances como este, dejó con los
crespos hechos al Cnl. Faustino Rico Toro que estaba convencido de su “derecho de
sucesión” al débil gobierno de Torrelio, quien a su vez sucedió a la dictadura
garcíamezista.
Vildoso hizo lo que tenía que hacer y más. Primero intentó proponer un plan
económico ante la grave crisis que se avecinaba. De más está decir que los sectores
populares lo rechazaron categóricamente. A esas alturas ningún Presidente militar tenía
legitimidad alguna para proponer nada que no fuera el retorno a la democracia.
Persuadido de eso, el presidente convocó, tras largos conciliábulos sobre cuál sería el
mejor método para retornar a la libertad, al Congreso en 1980.
Una vez más los hechos demuestran cuan frágil es la lógica y la racionalidad, cuán
impensable el sino de los hombres y las sociedades. Con mucha frecuencia en nuestra
historia vemos a hombres que nunca lo sospecharon o a veces ni lo desearon, llevados
por insondables caminos a las máximas responsabilidades. Unas veces resuelven el
desafío con la sobriedad y la justeza con la que lo hizo Vildoso, otras terminan envueltos
en la tragedia como les ocurrió a Busch, Villarroel o al propio Juan José Torres, otras
demuestran sus limitaciones insalvables como Torrelio.
Le guste o no, Guido Vildoso tienen un lugar en nuestro pasado, digno y modesto
como él. Quizás la justicia que no vio en su vida diaria, la encuentre con el paso de los
años y el reconocimiento de sus compatriotas.
(Vallegrande 1938)
Mario tiene una sólida formación marxista, y fue un radical, lo es todavía, aunque
paradójicamente haya usado sin suerte, ese radicalismo cuando la hora histórica exigía la
moderación y la ecuanimidad.
Según él fue revolucionario desde que era un niño. En todo caso, fue un hombre
del nacionalismo revolucionario y periodista flamígero del periódico oficialista del MNR,
“La Nación”, para dar el salto que dieron muchos desde muchos orígenes, hacia la
revolución. Fue también maniqueo periodista del órgano de los periodistas en los días de
Ovando.
Sin concesiones, como subsecretario del interior en el gobierno de Torres,
apostrofó a los reaccionarios y detuvo al Cnl. Banzer en el último intento de salvar del
naufragio a un gobierno abandonado por la izquierda y sitiado por la derecha.
Durante muchos años esquivó a DE CERCA con cordialidad pero en forma tajante.
“No tengo nada que decir, estoy de ministro, ahora no, que se ponga más brava la cosa y
hablamos”, me decía en los primeros 80.
A Mario Rueda le tocó su momento estelar en la peor etapa del gobierno del Dr.
Siles, cuando todos lo habían dejado e intentaba, en la soledad casi absoluta, lidiar con lo
imposible. Entonces surgió Mario como un mosquetero dispuesto a llevarse el mundo por
delante desde la posición más débil que imaginarse pueda. Y, créase o no, logró salvar
con dignidad y como parachoques los pocos girones que quedaban del gobierno que un
día fue de la UDP y que terminó pegado a un puñado de militantes del MNRI y unos
pocos más.
Recuerdo las clases breves y magistrales de marxismo leninismo que les daba a
los dirigentes de la COB cuando los periodistas lo asediaban, las peleas campales con
Juan Lechín y los mandobles a los empresarios. Nadie daba un centavo por el gobierno, y
muchos estaban en absoluto desacuerdo con Rueda Peña, pero absolutamente todos
admiramos su valentía y consecuencia.
Pero vino luego otra historia, la ruptura con el MNRI, la creación de la OID, su
ulterior ruptura, el ingreso de la Nueva Mayoría del MIR, y finalmente su segunda
aparición como titular de Informaciones.
(Vallegrande 1946)
A estas alturas del desarrollo de los acontecimientos de las últimas décadas, está
claro que Oscar Eid a jugado un papel muy importante y que tendrá un lugar en nuestra
historia, aunque probablemente tan zigzagueante como él mismo.
Salvo que los hechos lo desmientan, Oscar Eid no parece destinado a ser un gran
protagonista como lo es Jaime Paz o Hugo Banzer, aunque tienen mucho que ver en el
rumbo de algunas de las cosas que ocurrieron y que ocurren, entre ellas las que permitió
ascender a la presidencia a su compañero y jefe.
Después de hablar con él uno no saca nada en claro. Dice aquello que el
interlocutor quiere escuchar, y en lo que dice está la repetición machacona de las ideas
que quiere que prevalezcan. Cuando conversa no polemiza, no le interesa, lo que le
importa es repetir el mensaje que en ese momento lo motiva.
Jamás deja traslucir sus sentimientos más íntimos. Nunca se sabe con él qué es lo
que realmente piensa, cuáles son sus convicciones verdaderas, sus preocupaciones, su
lado humano, cómo es realmente en lo personal. Detrás de su sonrisa, sus maneras
agradables, su cortesía y sus detalles (no deja pasar una fecha importante sin llamar, un
acontecimiento destacado personal o empresarial sin un comentario de aliento o de
felicitación), uno no siente ni la simpatía ni la antipatía genuinas.
Sin embargo ¿Podría el MIR haber soñado con llegar al poder en 1989 sin la
estrategia de la araña paciente tejida por Oscar Eid? ¿Podría Jaime Paz haber culminado
como político sin el trabajo arduo, desagradable y a veces poco gratificante de este
incansable ajedrecista de la política? ¿Podría en suma, haberse terminado un gobierno
razonablemente bueno sin este equilibrista dentro de un partido seriamente debilitado y
desgatado por la administración del gobierno?. En 1993, en cambio, la voluntad popular
dejó a Oscar fuera de juego, no le quedo más remedio que mirar silencioso la
consagración del nuevo Presidente.
En 1989 Oscar se encargó de que Jaime Paz no asistiera jamás a una cita en DE
CERCA que intentó dejarme muy mal parado, a la vez que hizo todo lo necesario dos
años después, para que como Presidente me recibiera en Palacio en un diálogo abierto e
inédito en televisión.
La primera vez que Oscar estuvo en mi programa fue en un debate con Javier
Campero Paz en los años de la catástrofe económica en el canal estatal. Estuvo luego en
otras dos oportunidades entre 1989 y 1990, pero la entrevista clave fue en aquella que,
conmemorando los 20 años de fundación del MIR, hablamos del pasado. Fue un diálogo
ríspido en el que me ahorré críticas éticas al comportamiento de un partido que había
decidido llegar y llegó al poder a cualquier precio. A diferencia de otras veces, no solo en
entrevistas con él sino con gente de su partido o del AP, en las que siempre recibí un
comentario suyo horas después, esta vez no quiso acordarse del asunto y jamás volvió a
hablar de ello conmigo. Creo que es un programa que prefirió no haber hecho.
Curiosa historia esta que nos retrotrae inevitablemente a otra, la del Dr. Casimiro
Olañeta, con todas sus luces y sombras, con el añadido no poco importante de la sangre
que corre por las venas de este vallegrandino que se morirá haciendo política que es, en
definitiva, la única forma de vivir que conoce.
¡MUCHO PERCY!
Este hombre desbordante que está dispuesto a llegar siempre mas lejos de lo uno
supone, ha sido capaz de conjugar las locuras, verdaderas y a veces “infladas”
intencionalmente, con altas cotas de popularidad y una tarea eficiente y combativa en la
alcaldía cruceña.
Aún para Santa Cruz, ciudad que se supone desenfadada y abierta, proclive al
buen humor y a las actitudes francas, Fernández es un personaje a veces excesivo que
descoloca a sus conciudadanos, que ha superado largamente el miedo al ridículo y que
ha hecho de sus excentricidades un sello personal e inconfundible.
Pero Percy sabe muy bien lo que quiere y a donde va. Es plenamente consciente
del poder que le da el voto y no hace concesiones. Embarcado como un Quijote contra los
molinos, está dispuesto a cuestionar lo que en Santa Cruz la elite del poder considera
sagrada y lo que la base popular sabía o creía que era intocable. Su guerra contra las
logias es parte de esa “misión imposible” que este hombre exagerado hasta en sus
guerras, ha decidido llevar a cabo.
Hay quien dice que la elección de Víctor Hugo Cárdenas como compañero de
fórmula de Sánchez de Lozada fue un golpe duro para él, que esperaba la nominación.
Parece, sin embargo, que asimiló muy bien el trance y que su relación con el MNR no ha
cambiado, aunque está claro que en Santa Cruz el voto municipal es una buena parte
suyo, lo que le da un margen de juego muy amplio para su proyección política personal en
cualquier organización partidaria.
Hacer un DE CERCA con este hombre no me parecía tarea fácil. Los periodistas le
tienen miedo porque no saben en qué momento los descolocará con alguna broma o
alguna actitud inesperada. Pero en cuanto me encontré con él percibí una actitud de
simpatía verdadera y respeto (mutuo, por otra parte), que marcó la posibilidad de una
conversación abierta, sin limitar sus modos, pero enmarcada en un análisis profundo de
la realidad cruceña. De pronto, sin embargo, escuchaba algo como “yo lo amo al Goni” o
“corazón” para referirse a mí, lo que ciertamente no es parte de la “ortodoxia”, pero que le
da una sal particular al diálogo.
(Quillacollo-Cochabamba 1943)
Max Fernández es un hombre que surgió como una pompa de jabón (y no lo era)
un buen día de 1986 para aposentarse en las alturas del poder empresarial de la
Cervecería Boliviana Nacional, desplazando a una familia, símbolo de los restos de la
oligarquía postrevolucionaria. Ese hombre desconocido se ha permitido varios lujos en
estos años. El primero fue sentar en su mesa, cuando era todavía el bisoño presidente de
la CBN, al vicepresidente de la República y al largo coro de las figuras y figurines políticos
del país. Desde entonces no ha hecho otra cosa que subir y subir como la espuma de la
cerveza que lo convirtió en una mezcla de Gambrinus y Rey Midas de Bolivia.
Pero ocurre que muchos de los que lo miraron con desprecio o por lo menos con
sobradora condescendencia, terminaron trabajando a sus órdenes o coqueteando con él
sin pudor para contar con sus indispensables votos en el Parlamento.
Si casi un quince por ciento del electorado está dispuesto a entregarle el voto es
porque una parte de este país cree que él lo representa, que es capaz de conducirlos a
buen puerto y de ocupar la presidencia de la nación. Más aún se sienten identificados con
alguien capaz de escalar desde el rincón más apartado hasta la cumbre del éxito y lo más
importante, no olvidarse de ellos en el camino. Quiere decir, en suma, que los
intelectuales y analistas, los detentadores del poder desde el nacimiento de la República
no entienden (o no entendemos) a la sociedad que se supone representan.
Confieso que nunca he podido establecer con Fernández otro diálogo que no sea
el estrictamente referido a los temas que toqué en las tres entrevistas que le hice en el
programa, a diferencia de lo que ocurrió con la mayoría de mis invitados, antes o después
de cámaras, con los que siempre hubo posibilidades de algún intercambio ajeno a las
cuestiones “oficiales”. Lo que no hace más que confirmar la evidencia de dos horizontes
paralelos y que no se tocan en esta compleja sociedad que nos ha tocado en suerte.
Mario Espinoza le preguntó una vez si era cierto aquello de que se sentía dueño
de su partido. La respuesta lo dice todo. “Por supuesto. Si éstos (refiriéndose a la plana
mayor de UCS que lo acompañaba en la conferencia de prensa en su sede principal) no
han comprado aquí ni un cenicero”.
Nadie entiende cómo es posible que alguien pueda gastar tal cantidad de dinero
en una, dos y tres campañas, en obras de diverso carácter a lo largo y ancho del país.
Nadie se explica de donde sale esa cantidad interminable (que ha dado lugar a una
fabulosa y muchas veces exagerada danza de los millones), aún aceptando el gigantesco
paraguas que es la CBN. Pero a la vez, todos reconocen que su empresa no hace otra
cosa que crecer. Incremento de la producción, copamiento de mercados en las principales
ciudades bolivianas, exportación a varios países, construcción de nuevas y
espectaculares fabricas (Santa Cruz y Oruro), van de la mano de un hombre que
transformó una languideciente y aburrida cervecería en un símbolo de eficiencia
empresarial.
Max es un misterio, desde sus oscuros orígenes sobre los que se tejen
desmesuradas leyendas, hasta su llegada triunfal al poder económico ayudado por el
desbarajuste hiperinflacionario de la UDP. A su lado, salvo excepciones, un coro de
obsecuentes dispuestos a que el verticalismo secante y el ejercicio implacable del poder,
les rompa el espinazo cuantas veces sea menester.
Max es UCS, y a nadie le cabe duda de que ese es “su” partido. Alguna vez escribí
un artículo que se titulaba “Del marxismo al maxismo”. Era en base a la reflexión sobre las
ideas de Zavaleta. A fin de cuentas, cuando surge una opción política como ésta, uno se
pregunta si tiene algún sentido toda la reflexión y la interpretación que hicieron y aún
hacen nuestros pensadores, sobre lo que es Bolivia y sobre el destino que le espera y que
merece.
Un ex militante del partido Comunista seducido por Carlos Palenque, ideólogo del
nuevo partido (CONDEPA), sociólogo y hombre de vida académica, con aspiraciones a
alcalde y finalmente burgomaestre de la principal ciudad del país por obra y gracia de un
sorpresivo voto popular, es una combinación demasiado entreverada como para no
generar dudas. Pues bien, dudas eran las que me provocaban la figura de Julio Mantilla,
proyectado en un tiempo muy corto a la popularidad y al respaldo de importantes sectores
ciudadanos.
Mas que el Alcalde me interesó el intelectual, sobre todo después de haber
escuchado sus intervenciones en campaña, en las que se evidenciaba un conocimiento
en el que se sumaba la tarea académica con una vivencia personal que es lo que en
Mantilla hace la diferencia. Los puntos centrales de la reflexión de su campaña estaban
apoyados en un conocimiento muy profundo de lo aymara, de la estructuración social de
la ciudad, de su fuerza cultural, a los que sumaba un lenguaje curioso, mezcla de
culterano y popular en el sentido más genuino del término. El resultado fue un chairo
suficientemente convincente como para derrotar a un candidato de la talla y la experiencia
edilicia de Ronald MacLean.
Solo he tenido dos oportunidades de hablar con él mas allá de los saludos
protocolares. La primera vez fue una visita que hice a su despacho en el Palacio
Consistorial, en el que rápidamente se ve reflejada su personalidad. Textiles andinos en
las paredes, una gran bandera nacional, una escultura en madera mas pintoresca que
lograda, la coca como gran protagonista en hojas sobre una pequeña fuente y en un
cuadro y rematando el conjunto, un curioso y desconocido retrato de un mestizo que
según el Alcalde no es otro que el gran Mariscal Andrés de Santa Cruz. Más que objetos
para la estética, lo que ese despacho contiene es un conjunto de símbolos y emblemas
que recogen los puntos de referencia más caros de Mantilla. Ver esa oficina fue casi
revelador para mí que un diálogo más bien de cuestiones prosaicas que, sin embargo,
resultó en una mutua admiración por el Mariscal de Zepita.