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DE CERCA

Y LA AVENTURA DEL PERIODISMO

Nunca he creído demasiado en aquello en que uno escoge el camino de su vida.


Cuando era adolescente no tenia las ideas muy claras en torno a la carrera que
escogería, lo único claro era que no sería una carrera “técnica”. Una larga saga de
aplazos pertinaces y sistemáticos en matemáticas, física y química, me aconsejaba no
meterme en el proceloso mar de los números (aunque paradójicamente la estadística se
convertiría en un instrumento central de mi trabajo).

Empecé estudiando Ciencias Políticas en la España de Franco, lo que era


equivalente a estudiar oceanografía en Bolivia. Pasé luego a Literatura y terminé letras en
la UMSA. En ese tiempo la universidad era mi vida y pensé que mi futuro estaría en la
cátedra universitaria.

Pero, como suele ocurrir “el hombre propone y …”. Me casé muy joven, tenía
apenas 22 años y, veleidades intelectuales aparte, me tuve que poner a trabajar. Mi
afición radical por el cine me condujo a un puesto inusual gracias a una invitación de
Amalia Gallardo, una mujer que siempre creyó en mí y me apoyó en el trabajo con su
consejo humano y entrañable. Disfrazaba mi tarea de censor con el nombre pomposo de
“Miembro del Departamento de Espectáculos de la H. Alcaldía Municipal de La Paz”.
Aunque en honor a la verdad, debo decir que la tesis de la señora Amalia era la de no
cortar nunca un centímetro de película. Para esos años de dictadura política, la censura
de cine casi no existía, y creo que en tres años de trabajo prohibimos dos o tres películas.
Allí conocí a Pedro Susz recién llegado de Buenos Aires, y allí nació la idea de crear la
Cinemateca. Fue una hermosa aventura sazonada de quijotadas e ilusiones que terminó
con mi destino nunca empezado de ser profesor de la universidad. Durante diez años,
junto a Pedro y doña Amalia, dediqué mis máximos esfuerzos a la consolidación del
archivo nacional de imágenes en movimiento.

Hasta entonces el periodismo no era otra cosa que una referencia circunstancial.
Cuando niño recuerdo mi pasión por relatar partidos de futbol que a veces se concretaba
en los festivales de colegio, en los que desde el quiosco de dulces transmitía desaforado
por los altoparlantes instalados para la ocasión algún partido que disputábamos con otro
colegio invitado. En 1969 logré que mi padre me consiguiera una pasantía de tres meses
como “colgandijo” en radio Universo. Para mí era un orgullo indecible trabajar a las
órdenes de Lorenzo Carri, a quien yo admiraba y escuchaba religiosamente todos los días
en el programa “sexta edición deportiva”, en una radio diseñada al estilo de los autos
Impala de los primeros sesenta que tenía en mi mesa de noche. Mi tarea era tan simple
como llevar la grabadora portátil de cinta (bastante menos portátil que los artilugios de
hoy) a las conferencias de prensa que daban los ministros y volver presto con el material
grabado. Luego seleccionaba las partes principales de esas grabaciones y finalmente
redactaba las cabezas de las noticias. A la hora del café, me sentaba con Lorenzo a
hablar de futbol, y en los días de partido lo acompañaba a la caseta del estadio Hernando
Siles a las transmisiones que hacia junto a Hernando Vázquez. A pesar de mi lealtad
inquebrantable hasta el masoquismo por Always Ready, ese era el año de gloria del club
Mariscal Santa Cruz y de su goleador el “tanque” Díaz, a quien seguía con fanatismo.

En 1974 conseguimos, Lorenzo mediante, un programa en radio Méndez que


hacíamos con Ronny Antelo (con quien también nos metimos a la locura de la primera
encuesta seria que se hizo en Bolivia sobre consumo de drogas, alcohol y
comportamiento sexual de adolescentes, con una muestra de 7.277 alumnos de nivel
medio en La Paz). Todos los días salíamos en vivo entre las 11 y las 12 de la noche bajo
el denominativo de “Tiempo”, nos acompañaba Sonia Sapiensa con quien por cierto no
nos llevábamos muy bien ni en el programa ni en la política.

En 1976 volví a Universo por algunos meses y realicé luego con Roberto Melogno
en radio Metropolitana, entonces dirigida por Cucho Vargas, un programa que se llamaba
“25 minutos en el mundo” que salía al aire entre seis y media y siete de la mañana.
Recuerdo que las madrugadas eran una tortura. Llegábamos siempre con las justas (cosa
que por otra parte no ha cambiado hasta hoy), a recoger los cables y comenzar a las
volandas. Las dos noticias que más recuerdo son la muerte de Mao, que dimos
primicialmente en el país y las repercusiones internacionales del espantoso accidente de
un Boeing que mató cerca de 100 personas en las proximidades del aeropuerto El
Trompillo de Santa Cruz.

Pero mi entrada en serio al periodismo tuvo que ver con cuestiones alimenticias. El
modesto sueldo que recibía como ejecutivo de la Cinemateca no alcanzaba para
sobrevivir medianamente, lo que me obligó a agenciarme otro trabajo complementario,
que con los años se convertiría en mi fuente de trabajo básico y mi tarea principal. De
ese modo, a comienzos de 1979 me inicie en radio Cristal propiedad de Mario Castro, otra
vez al lado de Lorenzo Carri. Allí nació un estilo que terminaría por imponerse en la radio
y la televisión del país (con diversa fortuna): el comentario y el análisis dentro de un
noticioso. Primero fue en “Color de Cristal”, luego “Caminata”, programas “Ómnibus” que
Lorenzo hacia durante la mañana. Yo me integraba a partir de las 11 y rematábamos con
un informativo resumen entre 12:30 y 13:15. Al principio alternábamos la presentación de
las noticias, pero poco a poco fue cuajando el aporte de contextualización y finalmente de
opinión. Fue una temporada notable abruptamente cortada por el Gral. García Meza y su
malhadada y obligatoria cadena radial. Pero logramos reconstruir el proyecto; entre 1982
y 1985 Cristal fue la emisora punta de las noticias. Además de la equilibrada y seria
dirección de Mario Castro, el estilo y capacidad de Lorenzo, estaban Cristina Corrales,
Mario Espinoza, Walter Montenegro, Jorge Guzmán, Jorge González, Amalia Pando que
pasó fugazmente por la emisora y otros periodistas que le dieron una gran jerarquía a
nuestro trabajo. Fueron cinco años decisivos en mi formación periodística, sazonados
además con una breve subdirección del vespertino Ultima Hora entre 1982 y 1983.

Esta larga disquisición tiene sentido para explicar que la vida lo lleva a uno por
caminos insospechados y lo coloca en trances que quizás, por lo menos
conscientemente, nunca busqué, hasta terminar definiendo una ruta tan estimulante como
impensada.

Mi debut en televisión se produjo en 1982, cuando el proceso de reapertura


democrática tomaba cuerpo y los medios de comunicación comenzaban a recuperar la
libertad de expresión. En ese periodo la televisión universitaria era la única competencia
al canal estatal, y en ese momento jugó un rol de gran importancia en el proceso político.
En La Paz la TVU estaba dirigida por Luis Gonzales Quintanilla, quien le dio un gran
impulso contestatario, baste recordar que la novela estrella del momento, “El bienamado”
(cuyo mensaje político antidictatorial era inequívoco), se pasaba por el 13. González me
invitó a un panel en el que se complementaba una serie brasileña feminista “Malú Mujer”.
Supongo que le pareció interesante mi participación, porque al salir del debate me invitó a
hacerme cargo de un programa de entrevistas cuyo tema central fuera la cultura. Así
nació “Diálogos en vivo”, de efímera vigencia (apenas tres meses), cuyo primer invitado
fue Mariano Baptista Gumucio. Se trata sin duda del antecedente inmediato de lo que
sería luego el programa que me identificó en televisión.

En la segunda mitad de 1983, con el gobierno de la UDP todavía a todo vapor y


con una euforia democrática que se trasladó a los medios de comunicación, recibí el
llamado de Julio Barragán, entonces gerente del Canal estatal y Carlos Soria Galvarro, su
director de noticias. Querían a alguien para conducir un programa cuyas características
estaban ya decididas. En otras palabras, tenían un programa para el que necesitaban un
conductor. La idea era combinar la entrevista a personalidades importantes del momento
con un espacio en el que se incluirían preguntas de gente de la calle previamente
grabadas, que se dirigirían al invitado. El nombre en el que habían pensado y que creo
que se le había ocurrido a Carlos, era DE CERCA. Acepte sin rechistar, primero porque la
idea me pareció excelente, segundo porque me honraban al invitarme siendo yo entonces
un periodista joven y relativamente poco conocido, y tercero porque hacer televisión en un
momento en que el Canal estatal prácticamente no tenía competencia (la televisión
privada aún no existía y la universitaria comenzaba a ser canibalizada desde dentro por
las pugnas políticas), era una oportunidad de oro.

Mi primer entrevistado fue el flamante Ministro de Planeamiento Roberto Jordán


Pando, cuando todavía la UDP tenía un cierto grado de credibilidad y se suponía que la
crisis económica tenía alguna solución. Fue el 15 de septiembre de 1983.

Nunca terminaré de agradecer la iniciativa y la confianza de Julio y Carlos. Su


ocurrencia de encomendarme tamaña responsabilidad, me permitió aprender a
manejarme en un medio en el que terminaría consolidándome, y me regaló el nombre de
un programa que me ha identificado a veces más que los propios noticiosos que he
conducido en la pantalla pequeña en los últimos ocho años, al punto que DE CERCA y
Carlos Mesa son una sola cosa.

Muy pronto me di cuenta de que para mi estilo de trabajo la inserción de las


preguntas pregrabadas rompía la continuidad del programa, y además limitaban la
temática de la conversación a cuestiones excesivamente coyunturales. Tanto por el tipo
de invitados escogidos como por una cierta manía familiar, busque que el diálogo se
refiriera mas a temas permanentes que le dieran al programa una trascendencia mayor
que la mera circunstancia. A veces esto fue posible, otras, sobre todo en esos años tan
turbulentos, la crisis se comía todo, incluidos los asuntos centrales de los que se hablaba.

DE CERCA se convirtió en un programa en el que el entrevistado podía hablar en


profundidad. Nunca se interrumpió con publicidad, algo insólito en la televisión de otros
países, posible porque se trataba del Canal estatal, y además el diálogo duraba como
promedio una hora, absolutamente cuestionable para un medio de masas tan exigente en
el ritmo como la TV. Lo notable es que estas características pudieron mantenerse
inalterables después, cuando comencé en la TV privada.

Quizás el formato originalmente concebido por Barragán y Soria era


periodísticamente más atractivo y se adelantó a una obsesión actual, la participación del
público en los medios masivos, pero tuve que optar, y en la opción se recuperó un
elemento a mi juicio muy relevante, la posibilidad de otorgarle al televidente un espacio de
reflexión y análisis en profundidad, a la vez que darle al entrevistado el espacio para
poder expresar con calma y amplitud sus ideas, sin la presión inmediatista y sin las
limitaciones siempre cercenadoras del tiránico tiempo televisivo.

En lo formal lo único que pude ponerle al programa como aporte mío fue la música
de la característica. Escogí un fragmento de la novena de Beethoven, inspirado en el
magnífico arreglo electrónico que de ella hizo Walter Carlos (Hoy Wendy) para la “Naranja
Mecánica”, una de las películas geniales de un director genial como Stanley Kubrik.
Originalmente incluso alternaba la versión clásica con el arreglo electrónico, pero luego,
en homenaje a la melomanía de mi padre, deseché el aporte de W. Carlos.

El otro acierto, porque sin duda la característica musical lo fué (del compositor
alemán claro), fue mantener el nombre, la música, la estructura, la duración y el estilo del
programa sin cambios, a despecho de una costumbre muy boliviana de la renovación, el
cambio y la “refundación” cada que se puede. No cedí a la tentación de renovar cada
cierto tiempo las formas para hacer más “novedoso” el producto, por el contrario, creí que
lo más sensato era darle a DE CERCA permanencia en el tiempo, y así ha sido. Hoy se
trata del programa político más longevo de la televisión en Bolivia.

Una década después DE CERCA sigue en el aire y le debo mucho de lo que soy
en televisión. Me he ido con él a cuestas por los caminos accidentados del asalariado. He
pasado así de Canal 7, la empresa estatal (1983-1985), a Canal 6 (1985-1987), al 9 Red
ATB (1987-1988), al 2 (1988-1990), para anclar, espero que por largo tiempo en P.A.T.
desde 1990.

En los primeros tiempos la hiperinflación, como a casi todo el mundo, pulverizaba


los salarios, a mi me los pulverizaba adicionalmente la burocracia administrativa que me
pagaba, después de lamentos sin fin en la oficina de programación del Ministerio de
Finanzas, con dos o tres meses de retraso. Con tan bello motivo el pago de un trimestre
me permitía comprarme un par de libros, algún chocolate (a los que soy adicto) y un
cartón de cigarrillos. Mi último contrato con el 7, pagado en julio de 1985, fue por ¡sesenta
y tres millones quinientos mil pesos bolivianos!.

Una de mis obsesiones desde el primer día fue guardar un registro de las
entrevistas, pero eran los tiempos de la prehistoria del video en Bolivia. Ni soñar que las
hermosas Ampex de una pulgada que tenía el canal funcionarían, de modo que me tenía
que resignar a copias en beta. Pero un beta en esos días era un lujo asiático reservado a
unos pocos privilegiados. Uno de ellos era mi tío Ramón Schulczewski, que a veces
grabada DE CERCA en formato casero, beta tres. Las cintas eran demasiado caras para
la era hiperinflacionaria, así que de esos años quedan algo más de un tercio de los
programas, en calidad poco destacable. Lo que más lamento es el pésimo registro en que
quedaron las conversaciones con Walter Guevara, Augusto Céspedes y sobre todo, René
Zavaleta. Aunque mirado por la positiva debo alegrarme de que en mala calidad, ese
material se conserva todavía. Luego guarde todo, primero en copia en beta y a partir de
Canal 2 en u-matic tres cuartos.

Rápidamente los personajes empezaron a pasar como en carrousel. Es que como


en todo, el país también en política tiene un mercado pequeño. Los políticos que ameritan
el esfuerzo no son una excepción. Algunos de ellos, como Gonzalo Sánchez de Lozada,
Jaime Paz o Antonio Araníbar se han convertido en “caseros”. Pero también ha surgido
una nueva hornada, sobre todo en los últimos cuatro años, que permitió una renovación
de caras siempre bienvenida.

Puedo jactarme de que casi todas las figuras relevantes de nuestra política han
pasado por DE CERCA y con el tiempo, una invitación al programa tiene cierta
significación en el ámbito nacional. Pero el gran fracaso personal ha sido no poder
convencer nunca a dos de los hombres de mayor significación en la historia boliviana
contemporánea. Ni Víctor Paz Estenssoro ni Hernán Siles Zuazo, aceptaron mis
reiteradas invitaciones, como no aceptaron la convocatoria de ningún programa de
televisión. Salvo entrevistas de diez o quince minutos que algún periodista extranjero
logró, o las que conserva Eduardo Ascarrunz en 16mm y que nunca fueron emitidas,
ambos ex presidentes mantuvieron mutismo absoluto. Hombres de otra generación,
nunca fueron proclives a dejarse capturar por los medios de comunicación de masas,
como no sea en los años del panegírico que les hacia sistemáticamente el Instituto
Cinematográfico Boliviano en la década de los cincuenta. Es un gran vacío en DE CERCA
que nunca terminaré de lamentar, porque su visión personal de la historia reciente es
fundamental, aunque como se podrá apreciar en estas páginas ambos, sobre todo Paz
Estenssoro, están permanentemente presentes citados por la mayoría de los
entrevistados.

Han pasado diez años desde ese primer dialogo con Roberto Jordán Pando, y
creo que el mejor testimonio de una década de tomarle el pulso al poder en Bolivia, es el
recoger en un libro aquellos hitos que interpreto como fundamentales en la historia de DE
CERCA. Esa es una de las razones que han hecho que este trabajo sea una realidad.
Escoger para un libro que intente ser representativo de nuestra política en la última
década, a una veintena de personajes de entre más de 250 entrevistas no fue tarea fácil y
dio como resultado una selección inevitablemente arbitraria. Pero está claro que ya sea
por razones históricas, por el peso específico de los escogidos, o por que el tema del que
hablamos era fundamental, hay un juicio de valor personal que asumo totalmente. En este
libro el lector encontrará a políticos de todas las tendencias, sindicalistas, líderes
campesinos, intelectuales, militares, etc., que forman un mosaico amplio y representativo
del pensamiento político boliviano de la democracia y más todavía, de lo que fue el
modelo histórico de 1952 con todos sus logros, fracasos y paradojas. Tuve que decidir
también una exclusión que no deja de ser lamentable, la de algunas personalidades
internacionales de primer nivel como Mario Vargas Llosa, Fidel Castro, Felipe González,
Alberto Fujimori o Francisco Fernández Ordoñez, ejemplos de más de veinte
conversaciones con presidentes latinoamericanos, ex presidentes, ministros de estado o
artistas. La razón es muy simple, quiero que este libro reúna una visión de Bolivia, de lo
que representa la mal llamada “clase política” nacional. Es, en suma, un retrato de la
nación a través de algunas de sus figuras más relevantes, y en aras de esa concepción
creo que se justifican las mencionadas omisiones.

Precede a cada entrevista una semblanza personal que está vinculada a como ví o
veo al personaje, así como a los hechos que a mi entender son los más importantes de su
trayectoria en la vida pública.

El orden en el que aparecen las entrevistas es cronológico, de acuerdo a la fecha


en que fueron realizadas. Pensé varias posibilidades, pero finalmente llegué a la
conclusión de que la evolución de los acontecimientos influyó decisivamente en las ideas
expresadas por los invitados, aún en temas que tenían un sentido más bien histórico que
circunstancial. De este modo, en una lectura lineal del texto, se podrá seguir con mucha
claridad el desarrollo y evolución de una década de democracia en el país.

En algunos casos, los menos, he recogido dos entrevistas con una misma
persona. Eso se debe a que estimo que los conceptos vertidos se comprenden mejor con
esa inclusión, o explican mejor la evolución (o involución) de alguno de los protagonistas
de esta historia.

Por razones que espero comprensibles, se ha hecho en todos los casos una
corrección de estilo que elimina repeticiones, muletillas y rasgos del lenguaje coloquial; de
igual modo en algunos casos se han suprimido partes excesivamente coyunturales que
hoy son irrelevantes.

DE CERCA fue para mí una verdadera escuela, un privilegio que me permitió


pulsar de cerca a los protagonistas de esta fascinante historia que hizo posible la
democracia. No siempre salió al aire lo más sabroso, algunas conversaciones previas o
posteriores con los invitados, descubrieron más secretos e intimidades del poder que las
propias entrevistas. Algunos programas lograron índices de rating que difícilmente pueden
ser alcanzados por otros de corte equivalente y aún por espacios de entretenimiento de
alta audiencia, otros se mantuvieron en niveles mucho menores, pero creo que siempre
se abrió una ventana indispensable para comprender la política del país y sus
mecanismos más íntimos.

En todo caso, mi mayor gratitud es para la democracia conquistada con tanto


sacrificio por la mayor parte de los bolivianos. Sin democracia DE CERCA simple y
sencillamente no hubiera existido nunca.

SEMBLANZAS

Walter Guevara Arze

(Cochabamba 1912)

LOGICA VERSUS REALIDAD

Fue una entrevista decisiva para mí. Un bautizo. Tenía entonces 30 años y mucho
miedo de enfrentar en una conversación a uno de los mitos que nos dejó la Revolución de
1952. DE CERCA era un programa más, de un joven periodista relativamente conocido,
que apenas un par de meses antes había comenzado una serie semanal de programas
en el canal estatal de televisión.

Cuando llamé por teléfono a Guevara me respondió su hombre de mayor


confianza de entonces, Walter Robles. La respuesta fue amable pero de reverente
distancia para con el personaje a entrevistar. Un par de horas después me habló el ex
presidente. Su primera reacción cortante y decidida fue NO. “¿Usted cree que se puede
organizar una entrevista seria con apenas unos días de antelación? ¿Cree que en una
hora de conversación se pueden resumir cuarenta años de vida política?”. Entre líneas leí
desconsolado: “¿Usted cree que un jovencito arrojado puede comprender todo un proceso
en un periquete, para conversar a fondo sobre cuestiones de –como a él le gusta decir- la
mayor importancia?”.

El sino de Walter Guevara es en muchos sentidos dramático. De notable claridad


intelectual, planteó desde muy temprano las líneas maestras del pensamiento nacional-
revolucionario y buscó un liderazgo que de teórico deviniera en político dentro del MNR.
Pero le tocó, como a los otros grandes líderes de la revolución, lidiar con la poderosa
personalidad de Paz Estenssoro. Demasiado ríspido, con una lógica excesivamente
implacable para el estilo criollo de hacer política, tuvo pronto que asumir un papel
colateral y contradictorio en los doce años de gobiernos movimientistas (1952-1964). Su
posición moderada y racionalista, y su ruptura radical con Paz, que lo dejó con los
crespos hechos, a la hora de la presidencia que esperaba para si en 1960, lo condujeron
por una ruta dolorosa y menos destacada que la deseable junto a los gobiernos militares
de Barrientos y Banzer.

Pero su peso personal de devolvió la vigencia en el camino de toda la nación en el


momento de la democracia. En 1979, por una de esas extrañas carambolas del destino, el
Dr. Guevara, Presidente del Congreso Nacional, se convirtió en Primer Mandatario de
Bolivia por decisión del Parlamento. Irónicamente Paz Estenssoro y Siles Zuazo tuvieron
que mirar el puesto reservado para ellos, cedido al viejo correligionario y a la vez eventual
enemigo político.

Apenas 81 días duró su paso por el Palacio Quemado. Aferrado a la razón antes
que a la negación, no acepto condiciones y trató de imponer desde su debilidad real la
fuerza de la democracia. En la madrugada del 1° de Noviembre de 1979 era derrocado
por un Coronel enardecido y un grupo de civiles, entre los que se contaban varios
movimientistas, dispuestos a la locura.

De modo ejemplar el Presidente derrocado y su gabinete se enfrentaron a la


dictadura y en 16 días alucinantes, codo a codo con el país, derrocaron al gobierno de
Alberto Natush. El precio para Guevara fue muy alto y muy injusto, la democracia volvía a
condición de que él no volviera más a la Presidencia. Y así fue.

Finalmente, a fuerza de pertinaz logré que aceptará por lo menos un encuentro


“sin compromiso”. Pretendí entonces pasarme de original y le pregunté si era posible
incluir en el programa una pregunta grabada de Guillermo Bedregal, uno de los hombres
fundamentales del golpe del 79. Su respuesta no me dejó lugar a las dudas. “Si usted
incluye esa pregunta le voy a responder que no contesto a hijos de puta”.

Nunca antes ni después, preparé una entrevista tan arduamente, mas de 12 horas
de charla, anécdotas, historia, juicios políticos, bromas y relatos fascinantes, mediaron
antes de la conversación en directo, a la que finalmente se avino, que sostuvimos frente a
las cámaras.

Fue, qué duda cabe, uno de los DE CERCA más importantes que hice. En muchos
sentidos fue el bautizo de fuego del bisoño. Desde entonces, el Dr. Guevara y los
televidentes comenzaron a tomar en serio un programa que hasta ese día era solamente
un balbuceo.

René Zavaleta Mercado

(Oruro 1938 – Mexico D. F. 1984)

CON LAS MASAS EN EL ALMA


Hablé una sola vez en mi vida con René Zavaleta. Fue el día del programa. Una
breve conversación previa en una modesta oficina de un edificio céntrico de la ciudad,
otra más bien de tanteo, que se hace inevitable en el largo camino en automóvil desde el
centro y los fríos estudios del canal estatal en El Alto (a la distancia del tiempo extrañados
con nostalgia), y una final en la propia entrevista.

No sabía entonces, ni él tampoco, que sería la última entrevista publica de su vida.


No sabía y no sé si él, que un virus irreversible se había apoderado de su tesoro más
preciado, su cerebro.

Zavaleta es hoy una “vaca sagrada”. Cientista social, ensayista y pensador


reverenciado por su trabajo fundamental para comprender la realidad contemporánea de
Bolivia.

Intelectuales de todas las tendencias del país y de América Latina, reconocen su


dimensión y es ya un lugar común aquello de la “sociedad abigarrada” que usó para
definir la complejidad de nuestro entramado social, igual que es un tópico mencionar a
Zavaleta un par de veces por lo menos en cualquier trabajo sociológico sobre nuestro
país, aunque quien lo haga no haya leído necesariamente su prolífica y ciertamente
entreverada obra intelectual.

Cuando hablé con él, apenas si había leído El poder dual y Las masas en
Noviembre. No tenía una idea exacta del personaje y no acababa de darme cuenta del
impacto que su nombre imponía en nuestros intelectuales. Al fin, ceo que fue bueno que
así fuera. No tenía ni prejuicios ni temores ante el “monstruo”, de modo que me lancé al
estrellato sin más trámite. A la distancia percibo perfectamente un par o tres obviedades
en mis preguntas, y un exceso en el sesgo que di a la veta nacional-revolucionaria de su
pensamiento, que no me permitió acercarme más a fondo a la interpretación
genuinamente marxista de su obra central. Pero veo también muy claramente, como lo
percibía él, la decisiva influencia de la Revolución en la Bolivia moderna y postmoderna.

En Noviembre de 1983, cuando realice la entrevista, estábamos, ya se podía intuir,


en el vórtice del huracán. Se escribían las últimas páginas de un país construido a imagen
y semejanza del paradigma de Abril del 52, y se suponía que aún era posible reconstruir
un rompecabezas que las dubitaciones del MNR y la maquina demoledora de la dictadura,
habían descuartizado para siempre.

El análisis de René Zavaleta, desde la distancia no exento de heridas en su


residencia mexicana, fue lucido, como lucido es el conjunto de su obra. Su interpretación
del agotamiento de la fase estatal de 1952 fue notable, como desdibujado por los
acontecimientos el rol de las FF.AA. y de la COB, valido precisamente hasta esos días
inaugurales de la democracia. Pero la historia comenzaba ya entonces a recorrer un
camino que desbarataría una utopía y quebrantaría un devenir de modo dramático. A
Zavaleta no le tocó en suerte a asistir a esos “tiempos interesantes” que de acuerdo a la
anécdota, los chinos les desean a sus peores enemigos.
No sé si la esperanza inveterada que tuvo siempre en la dinámica y la energía
popular, ha generado los cambios en la dirección que él esperaba. El surgimiento de
liderazgos tan fuertes como impensados de Carlos Palenque y Max Fernández, ha abierto
cuando menos un paréntesis en el corazón de la sociedad, tal como la interpretaba
Zavaleta a partir de los terribles y aleccionadores acontecimientos del periodo 1978-1982.

En todo caso, esas pocas horas me sirvieron para admirar y respetar a un hombre
cuya talla intelectual esta fuera de toda discusión. Cegado en lo mejor de su vida, en el
punto más poderoso de su capacidad creativa, le tocó recibir ese rayo destructor que el
destino parece tenerles reservado, implacable e injusto, a los hombres más claros y
transparentes que Bolivia fecundó en su seno. Igual que a Sergio Almaraz y a Marcelo
Quiroga Santa Cruz, a René Zavaleta le vino la noche cuando las llamas de su alma se
volvían blancas de tan intensas.

Filemón Escobar Escóbar

(Uncía, Potosí 1936)

CON EL CORAZON A LA IZQUIERDA

Filemón Escóbar transmite vitalidad por los cuatro costados. Tan mal hablado
como yo, está siempre dispuesto a polemizar y a transmitir su pasión por lo que cree.

Nuestras primeras conversaciones, contra lo que podría pensarse, no giraron en


torno a la políticas, sino en torno a la literatura. Nos reuníamos hasta la madrugada para
hablar de nuestros poetas jóvenes, de nuestros narradores, de Cerruto y Saenz, de los
que fuera… junto a “Cachín” Antezana, Leonardo García y René Poppe. Durante horas el
país giraba en las volutas de humo de los cigarrillos negros que Filemón fumaba sin
conmiseración de nadie, y en los interminables vasos de singani, cerveza (salvo mi coca
cola de reglamento), o lo que hubiera a mano. “¿Entiendes no?”. “…che oye…”, repetía
para hacer énfasis en sus palabras.

Un día me regaló su libro de testimonios de la vida obrera, de su vida en realidad,


de sus años en las minas, de la euforia trotskista, de la dictadura, la cárcel y la
clandestinidad; pero sobre todo de su descubrimiento de la fuerza indestructible de la
Central Obrera Boliviana.

La reapertura democrática trajo consigo un espejismo que terminó por


desaparecer dramáticamente devorado por la crisis suicida en la que se sumió el país a
mediados de 1985. Pero en el comienzo del proceso democrático, los trabajadores
estuvieron convencidos de que, como rezaba la vieja frase revolucionaria de los jóvenes
europeos del final de los sesenta, el cielo podía tomarse por asalto.
Filemón estaba seguro de que se había terminado el tiempo de la partidocracia y
de que la COB era en la práctica un instrumento de poder, punto de partida de una nueva
institucionalidad democrática y revolucionaria, apoyada precisamente en esa fuerza de
huracán.

Por alguna razón, su debate y su lucha ideológica en el seno del máximo


organismo sindical fue estéril. Quienes mirábamos desde afuera ese apasionante
proceso, estábamos convencidos de que la herencia del liderazgo histórico de Lechín
debía terminar en manos de Filipo, como le llaman sus amigos. Pero en la hora decisiva el
enfrentamiento con el viejo líder sindical le costó el bloqueo interno.

Filemón no conoce otra forma de vivir que la lucha permanente. Nació en la lucha
por la sobrevivencia, en la lucha contra la roca, y terminó encarando de frente y a pecho
descubierto la lucha sindical, que era la lucha política. Era capaz de defender contra
viento y marea tesis que en el contexto flamígero de la retorica de los dirigentes obreros,
podía sonar incluso como contrarevolucionario.

La primera conversación que sostuvimos en el programa estaba impregnada de


esperanza, y de la certeza de que el destino de la historia conducía inevitablemente a los
trabajadores al poder, pero su razonamiento no pasaba por la simpleza de la toma del
poder así por así, era el esfuerzo de convencer al país, pero sobre todo a sus propios
compañeros, de que había que transformar en realidad aquello de la COB órgano decisivo
de poder. No pudo ser. En la feria de los excesos que vivimos entre 1982 y 1985, la
Central Obrera fue erosionando su propia estructura hasta grados de debilidad que recién
se revelaron en septiembre de 1985, en el último esfuerzo que hizo por mantener la
batuta sobre los acontecimientos. Paz Estenssoro era ya Presidente y no dubitó un
instante en doblegar a los trabajadores con el apoyo silencioso de la nación entera.

Es difícil jugar ahora a las hipótesis, pero creo que la COB merecía el liderazgo de
Escóbar, uno de los dirigentes mineros más inteligentes con los que ha contado la clase
trabajadora.

Pasó el tiempo y dejé de ver a Filemón. Cuando lo encontré al paso de los años, a
la vuelta de tres programas con él, defendiendo testarudo sus ideas motoras, estaba ya
como diputado de izquierda en una lucha tan intensa como siempre, esta vez contra el
neoliberalismo, pero ahora en solitario.

Por un lado, se acentuaba un cierto distanciamiento con la realidad a partir de la


defensa ciega de viejos paradigmas superados inexorablemente por los acontecimientos,
por el otro, nacía una comprensión lucida de un fenómeno esencial en la Bolivia
postrevolucionaria, la importancia capital de la sociedad rural, del mundo campesino, de
los pueblos indígenas y de las culturas originarias, a las que sistemáticamente el
obrerismo empecinado había dado la espalda. Ese salto cualitativo lo ha llevado a
plantear una alianza indispensable que trascienda el viejo clasismo. Es una
reconstrucción difícil a la que, sin embargo, este hombre con el mismo empeño de sus
años juveniles, sigue apostando.
Filipo sigue siendo el mismo contertulio cálido de nuestras reuniones literarias,
pero es ahora, o quizás lo fue siempre, un lobo estepario en esta sociedad política
condicionada por los resultados inmediatos y por una sed de poder que cobra facturas
inexorablemente.

Nuestra última conversación ante las cámaras tuvo algo de melancólico, por tantas
cosas terribles que han pasado en estos años, pero el hombre sigue siendo el mismo.
“¿Entiendes no?”.

Augusto Céspedes Patzi

(Cochabamba 1904)

LOS OJOS CÁUSTICOS DE LA HISTORIA

Hay hombres con sabor a historia, por haberla vivido y haberla construido. Augusto
Céspedes es de esos hombres, pero además la escribió. Sus libros son testimonio y
crónica, son alegatos que califican y descalifican, son implacables porque se concibieron
desde la militancia y desde el compromiso con el partido. El partido era, claro, el
Movimiento Nacionalista Revolucionario. Céspedes fue brillante y temible desde los años
de “La Calle”, y también desde los viejos tiempos de los jóvenes nacionalistas de fines de
los 20.

Uno se lo puede imaginar al lado del “Fiero” Montenegro y de Cuadros Sánchez,


pero es más difícil pensarlo al lado de Paz Estenssoro, no por cuestiones de generación o
de ideas, sino por estilo de vida. Quizás por eso le tocó a Paz, mas metódico, menos
expresivo y bastante menos dado a la bohemia, la jefatura de un partido que cambiaria el
antes y el después de Bolivia definitivamente.

Cuando surgió la oportunidad de entrevistarlo, pensé para mí que tal vez el


hombre vencido por los años habría perdido la lucidez o por lo menos el brillo cortante de
sus juicios demoledores de antaño. Los años vencieron el cuerpo, pero no la mente de
estilete.

Me acompañó a mi primer encuentro con el escritor Luis Antezana Ergueta, otro


viejo hombre del nacionalismo revolucionario. Fue en uno de esos nuevos rascacielos
impersonales que paradójicamente están tirando abajo el sabor y la deliciosa
personalidad paceña. Nos atendió primero la esposa de don Augusto, dicharachera y
muchos, muchos años más joven que él, dadivosa en sonrisas y palabras y con la misma
ingenuidad que la agudeza de su marido.

La dificultad principal de la aproximación al personaje es su terrible sordera, que


se convertiría en un pequeño gran problema durante la conversación en el programa.
“¿De qué quiere hablar pues, joven?” fue la pregunta muy en su tono. “De lo que
usted quiera”; no es que hubieran muchas otras posibilidades de respuesta.

Cuando se está frente a personalidades cuya caracterización asusta, uno siempre


se dice: “Al menor descuido, me patea el tablero y estoy muerto”.

En muchos sentidos pienso que para él la historia se terminó con el golpe de 1964.
Para muchos hombres del MNR esa fue una página definitiva, o porque no supieron
recuperarse nunca para estar a la altura de los nuevos tiempos históricos, o porque
simplemente decidieron cerrar la pagina y a otra cosa. Probablemente cuando se ha sido
parte activa de un cataclismo de la magnitud de 1952, después todo parece anécdota.
Algo de esto último ocurrió con Augusto Céspedes. Retirado de la política activa, se
dedicó a producir, aunque definitivamente sus obras capitales estaban ya redactadas en
la mitad de los años sesenta, y a colaborar en medios periodísticos. Su última función
pública fue la embajada boliviana en la UNESCO, de la que todavía se recuerda la
atronadora batalla, que ganó irreversiblemente, con un compatriota que pretendió
inútilmente ponerle el cascabel.

La realización del programa a cargo de Waldo Vargas buscó el efectismo y un tono


de confidencia a media voz que, excesos aparte, logró el clima adecuado para darle
rienda suelta a la memoria de alguien que tenía muchas cosas que contar y muchos
juicios implacables que dejarle a la audiencia. La herida de 1964 la resumió muy
brevemente “¿Barrientos?. Barrientos es un hualaycho de la política”, no es una mala
definición para el polémico presidente.

Céspedes habla lentamente y con un dejo criollo inconfundible. Entre pausa y


pausa yo dudaba. De vez en cuando le lanzaba una pregunta, y el hombre secamente me
decía “déjeme terminar”. Fue un ejercicio de concentración adicional bastante arduo.
Tenía que adivinar exactamente el final de una frase o de una idea, pero valió la pena.
Por añadidura tenía que elevar la voz sin llegar a gritar para que oyera mis preguntas.

De pronto, pienso que aunque a los protagonistas de la historia no les gusta abrir
las puertas para un dialogo absolutamente franco, logré reflejar algunas de las ideas
centrales que el viejo revolucionario tiene sobre lo que aconteció entonces, y más
sosegado por el tiempo, de lo que ocurre ahora. Un ahora que todavía no había
experimentado el retorno insospechado de sus consecuencias, de uno de sus
compañeros de partido, que rompió lanzas con el cambio al despuntar la segunda mitad
de este siglo.

Jaime Paz Zamora

(Cochabamba 1939)

EL PODER HECHO DESTINO


A diferencia de la idea clásica, hay una curiosa combinación de ambición,
necesidad de poder y cálida sencillez en este hombre, que como otros en nuestra historia,
dedicó la mayor energía de su vida a la consecución de un objetivo excluyente, la
presidencia del país.

Mi relación con Jaime Paz Zamora ha estado siempre condicionada por un cierto
reproche que en él simboliza la suerte de toda una generación. El MIR intentó portar la
antorcha del cambio y caminar con la utopía en el alma, para hacerla cierta en una
sociedad que necesitaba desesperadamente una nueva ruta, capaz de devolver la fe en
algunos principios esenciales, mas allá del propio contenido ideológico de su propuesta.

En 1977, Paz Zamora tuvo la lucidez de comprender que el acceso al poder


pasaba por una flexibilización del discurso mirista, pero sobre todo pasaba por una
riesgosa amalgama con los viejos principios del nacionalismo revolucionario y, más
todavía, con los viejos caudillos que lo sobrevivieron. Fue el comienzo del fin de una
historia de lucha compartida. Allí el futuro Presidente sellaba la suerte de su partido y la
de muchas amistades construidas en la batalla contra la dictadura del Gral. Banzer.

El tiempo le dio la razón. Obtuvo el poder y la presidencia para sí, pero en el


camino quedaron muchas ilusiones y muchos militantes que se estrellaron contra la
crudeza de la razón pragmática.

La historia ha demostrado que en la batalla política, junto a las docenas de sapos


que se tienen que tragar, viene un encallecimiento y una sucesión de concesiones que
acaban por abandonar en un recodo muchas de las ilusiones y las esperanzas que
justificaron la lucha.

Sin embargo, nadie puede negar que este hombre esencialmente vitalista, capaz
de vencer a la muerte en el trance más difícil, contribuyó de manera significativa a la
consolidación de una de las conquistas más importantes que ha logrado la sociedad
boliviana, la vigencia de una democracia plena con largas proyecciones hacia el futuro.

Mi prevención, aún vigente, sigue estrellándose sistemáticamente con el hombre


sencillo cuya simpatía es inevitablemente abrumadora. Jaime (¿cómo llamarlo sino en
esta circunstancia?) tiene un don especial para la relación humana, casi íntima, ante la
cual es imposible no ser seducido.

Desde mis primeros encuentros con él cuando era ya vicepresidente de la nación,


encontré una actitud de aprecio y un tiempo, el que fuera necesario, para desgranar ideas
y polemizar en agradable tono sobre él mismo y sobre el país. Paralelamente, sin
embargo, percibía una visión a veces superficial de las cosas, una cierta tendencia a no
distinguir lo central de lo accesorio, que le ha dado los mayores dolores de cabeza
durante su gestión como Presidente.
Recuerdo pocos encuentros con él en los que no estuviera junto a Oscar Eid, y
recuerdo también cuando hablamos de sus ex compañeros. Un fuego en la mirada, un par
de juicios o displicentes o demoledores –rasgo común con Antonio Araníbar- reflejaban la
profundidad de una herida a estas alturas incurable.

Desde la primera vez que conversamos en DE CERCA, cuando como


vicepresidente me recibió en la Biblioteca del Congreso, se podía apreciar una idea
fuertemente personalizada de los hechos en su visión del mundo y de la política, pero a la
vez, criterios muy claros sobre la necesidad de respuestas prácticas a los desafíos del
momento. Entonces era el eje de una confrontación cada vez más dura con el Presidente
Siles, expresada en un reproche amargo y quizás ingenuo sobre el trato que recibía de
éste. Le pasó como a todos sus compañeros y ex compañeros, subestimó la capacidad y
experiencia política de sus aliados.

En la tercera conversación ante cámaras, la UDP era un mal recuerdo del


que con notable habilidad se había desmarcado. Sus propuestas eran las de un líder
desembarazado del pasado, con todo lo que ello incluía, y con una perfecta comprensión
del reto de entonces. Una oposición suficiente como para diferenciarse del gobierno, pero
prudente como para no divorciarse de un modelo que a la postre adoptaría como suyo.

En la campaña del 89, en un ambiente envenenado por los enconos, el


candidato a la presidencia al que nadie otorgaba chance alguno, jugó con dos argumentos
principales, la descalificación del decreto 21060 y su diferenciación con el ex dictador.

Ocurrió entonces algo que nunca me había sucedido ni antes ni después.


Tras el resultado de las elecciones me propuse hacer una segunda vuelta con los tres
candidatos que habían obtenido mayor número de votos. Invité a Jaime Paz a través de
Oscar Eid, y la respuesta fue positiva. El día del programa recibí una llamada de Oscar
que me expresó su preocupación porque la entrevista iba a coincidir con una espectacular
pelea de box internacional que le podía restar audiencia y me sugirió postergarla.
Ingenuamente accedí a modificar la hora. Pero la decisión ya había sido tomada, tal vez
desde el mismo momento en que hice la invitación; Jaime no iba a presentarse. Faltando
cinco minutos para empezar, Oscar volvió a llamar para decirme que no podía ubicar al
candidato… Fue la única vez que un invitado no asistió a la cita previamente
comprometida. La estrategia electoral pudo más, así como el intento de descalificar la
independencia política del programa. Han pasado años desde entonces, y gracias a Dios
DE CERCA goza de una muy buena salud.

El tema quedó olvidado. Ya como Presidente Jaime Paz tuvo conmigo


además de un trato de gran cordialidad, la deferencia de concederme una entrevista, la
primera que Presidente alguno ha otorgado a un periodista de Televisión. Fue un
programa largo, emitido en directo desde el Palacio de Gobierno, en el que, como
siempre, se habló de todo sin libreto previo y sin siquiera una conversación preparatoria,
aunque recuerdo muy bien que vi detenidamente todos los programas que le había hecho
anteriormente, con apuntes incluídos a los que no estoy muy acostumbrado.
En lo humano Jaime Paz es excepcional, como político queda el testimonio
de una presidencia apoyada en una alianza que nos hirió profundamente a muchos, pero
que ratificó la racionalidad de un escenario de tolerancia desconocido hasta entonces.
Quizás lo contradictorio de esta semblanza tenga que ver con las raíces de una
experiencia personal intensa, en el momento justo de mi descubrimiento de la realidad
política boliviana.

Silvia Rivera Cusicanqui

(La Paz 1949)

LA UTOPIA DE UNA MUJER RADICAL

Hay un rasgo decisivo en esta mujer muy inteligente y definitivamente embarcada


en la construcción de su utopía personal: la agresividad, que puede tanto como cualquier
otro de sus rasgos principales.

Curiosamente, ese nervio poderoso que la define, se rinde ante la claridad


y las certezas de lo que, descubierto después de muchos golpes, se convirtió para ella en
una luz incandescente. Creo hasta hoy, que su conversación conmigo en el programa, era
un espejo coherente y atractivo de la utopía.

Está todavía en mi memoria Silvia con los ojitos brillando, sonriéndome con
ironía en la puerta del monoblock de la UMSA cuando era todavía militante del MIR. Me
miraba, pienso, con la condescendencia de alguien comprometido frente a las ideas
vagamente democráticas de un hijo de la burguesía.

El proceso de radicalización de sus ideas pasa por un descubrimiento. Algo


parecido a lo que le ocurrió a Saulo en medio del camino, cuando un rayo terrible lo
derribó del caballo y le transformó la vida para siempre. Su revelación estaba en el
corazón de los Andes. Es la mayoría, la famosa y olvidada mayoría, la que plantea el gran
interrogante sobre nosotros mismos, sobre lo que somos y hacemos en este gigantesco
escenario geográfico que, de pronto quiere parecer justo.

Su encarnación con el pueblo aymara transformó su paradigma de futuro y le


exigió un compromiso tan definitivo que devino en cambio de piel.

Comprender Bolivia sin entender el mundo andino, su cultura y su entorno,


comprenderlo desde la óptica de la mujer, fue parte de una tarea originalmente
académica, convertida finalmente en una razón de vida.

El aporte de Silvia Rivera, radical y poco tolerante como ella misma, reveló una
comprensión nueva de esa realidad. A partir de entonces sus aproximaciones como
investigadora y cientista social se han hecho indispensables para cualquier estudio sobre
la realidad andina, pero algo mas, nos obligan a plantear un debate enriquecedor sobre
nuestra propia visión de país.
En 1984 ese era todavía un camino de iniciación para Silvia, o así lo parecía.
Quizá extraño de esa conversación una apertura que se fue diluyendo con el paso de los
años. Mi admiración de entonces que no ha declinado en lo intelectual, se ha resentido en
lo humano, ante una postura excesivamente hosca que parece partir del solo hecho de la
distancia con todos aquellos que no aceptan algunas de las ideas centrales que ella
defiende.

Hasta entonces tuve oportunidad de compartir amigos comunes y entrañables


reuniones que terminaban inevitablemente en música de salsa. Después fueron
encuentros más bien casuales y muy poco más. Recuerdo que diseñé la tapa de su libro
Oprimidos pero no vencidos, su lectura fue mi primera aproximación en serio a los
levantamientos indígenas de la primera mitad de este siglo, y recuerdo también el
programa de homenaje que con ella hicimos a la figura de René Zavaleta, con fragmentos
de la entrevista que le hice a René un par de meses antes de su muerte.

La otra Silvia, íntegramente vestida de negro (con un cierto aire de religiosa),


aceptó mi invitación a una debate con José Luis Roca a proposito del Quinto Centenario.
Recuperé otra vez su claridad y su visión de un país plural integrado por naciones dentro
de la nación. Disfruté entonces de una batalla verbal con ingenio y argumentos punzantes
que me ratificaron mi propia visión sobre ella. Alguna vez también polemizamos por
periódico sobre la utopía, la suya, la mía y la que cada uno quiere para todos. Es, en
suma, una pequeña historia de encuentros y desencuentros con una mujer excepcional.

Juan Lechín Oquendo

(Corocoro, La Paz 1914)

EL TIMONEL DEL “OTRO” PODER

“No seas crudo” es una de las frases favoritas de Lechín. Por eso su hijo Juan
Claudio lo llama cariñosamente “el crudo”.

Lo conocí casero y enamorado de sus nietos, diciendo con una sonrisa pícara, que
como buen descendiente de árabe tenía como norma de conducta ir por delante seguido
del camello, con la mujer detrás de los dos en absoluto silencio, para escándalo de las
mujeres que lo escuchaban.

Juan Lechín es una leyenda como bien escribió Lupe Cajias en la más completa
biografía que se ha publicado sobre su vida. Un hombre paradójico, como paradójica y
mágica es la realidad boliviana. Con una tendencia a caminar siempre por el filo de la
navaja y llevar las cosas al punto límite.

Su vida es una aventura fascinante, y las percepciones de quienes estuvieron a su


lado en los diferentes momentos, permiten contar tantas historias como bocas las relatan.
Desde haber sido el vértice indiscutible de la unidad de los trabajadores, hasta haber sido
supuesto agente de la CIA.

Es, en todo caso, uno de los cuatro hombres claves de la Revolución Nacional, y
una figura imprescindible para comprender la historia contemporánea de Bolivia.

Lechín encarnó la veta combativa de los trabajadores y fue durante más de


cuarenta años, sinónimo de Central Obrera Boliviana así como, mal que le pese, un hijo
genuino del nacionalismo revolucionario.

Conversar con él fue un desafío que asumí con la tranquilidad inconmensurable de


la ignorancia sobre el terreno que pretendía recorrer.

Un par de días antes del programa escarbe hemerotecas y conversé con amigos y
enemigos del “maestro”. Llegué al estudio muy suelto de cuerpo. Lo primero fue su pedido
de una silla dura en vez de los mullidos sillones tradicionales en estos casos. “Mi espalda
no soporta esos cojines”, me dijo. A partir de allí, mi rosario de interrogantes sobre su
historia personal y la del país de los últimos treinta años (era 1984), se estrelló
sistemáticamente con una estrategia muy sencilla. “Mi amigo, yo no estaba en esa sesión
del Congreso por que en 195… había viajado a…” y un largo etcétera, que desbarataba
las preguntas-trampa. Y yo sin un papel pare respaldar nada….

En 1970, en el periodo más débil de su vida sindical, había escuchado horas y


horas de diatribas en el V Congreso de la COB. El Código del petróleo, su viaje a la China
nacionalista…., sus enemigos lo llenaron de calificativos variopintos. Como siempre, no
abrió la boca hasta el final. Después le tocó a él, y como siempre, fue reelecto Secretario
Ejecutivo de la COB.

Más allá de la anécdota, Juan Lechín se movió en política con la habilidad de un


prestidigitador. Aprendió a competir con los viejos líderes políticos de su generación, a los
que reencontró en la lid un par de décadas después. Los ingredientes personales jugaron
siempre un papel muy importante en su vida. Apegado a las lealtades, tomaba en cuenta
de forma definitiva los favores o disfavores que recibía, y pagó cumplidamente las
facturas.

Apostó siempre a la izquierda y se apegó obsesivamente a algunas ideas-fuerza


que no abandonó nunca. La fe absoluta en la lucha armada para la toma del poder tras el
éxito de 1952, su definitivo rechazo al Ejército al que siempre acuso de parasitario y
enemigo de los trabajadores, su mirada descarnada hacia su pasado movimientista. “En
esos años no sabía nada de política, por eso era del MNR”, recuerda.

Protagonizó el famoso poder dual en un difícil equilibrio de presiones entre la COB


y el gobierno, en un contrapunto con Paz Estenssoro que tuvo su momento más
dramático cuando esbirros del gobierno lo molieron a golpes cuando se disponía a ir a la
investidura presidencial en 1964, dispuesto a hacer un discurso escándalo contra Paz. La
historia resolvió la pulseta en 1985 cuando Paz firmó el decreto 21060 y envío a Lechín a
su último confinamiento político.
Inteligente y temerariamente intuitivo, supo conservarse en la cresta de la ola,
aunque frecuentemente llegó más lejos de lo que la propia clase trabajadora podía asumir
como responsabilidad. Ocurrió en 1971, en el experimento hacia la nada de la Asamblea
Popular y en 1982-1985, cuando contribuyó al acorralamiento del débil e ineficiente
gobierno de Hernán Siles Zuazo, por quien jamás tuvo un ápice de simpatía.

De conversación atrayente y con una convicción definitiva en sus ideas, Juan


Lechín es un hombre que cautiva. Me impresionó muchísimo su más que austera vivienda
en Obrajes, golpeando en la cara a aquellos que se llenaban la boca denunciando
supuestas y clandestinas fortunas mal habidas. Siempre impecablemente vestido,
siempre de humor punzante, siempre con el cigarrillo en la boca (prendido muchos años,
apagado muchos otros), me deja la impresión de que nos queda una larga conversación
pendiente, para reconstruir aquellos increíbles años que van de Uncía al Palacio de
Gobierno, al exilio y a los combates por la Revolución y la clase obrera en la plaza del
estadio de La Paz.

Finalmente, debo reconocer que albergo una íntima simpatía por este hombre
capaz de cambiar la historia y mantenerse vigente en un país cuya inestabilidad fue una
leyenda, hasta decidir un día dejarlo todo y retirarse para siempre de la política, aunque la
política siga siendo la sangre que lo alimenta cada mañana.

Gonzalo Sánchez de Lozada

(La Paz 1930)

EL SIGNO DE LA MODERNIDAD

Cuando conocí a Gonzalo Sánchez de Lozada yo estaba muy lejos del periodismo
y él muy lejos de la política. Eran tiempos heroicos en los que pasaba el sombrero para
conseguir fondos para la Cinemateca y, desde luego, una de las “víctimas fijas” de esos
pedidos era Sánchez de Lozada. Su vinculación con el cine en la década de los años
cincuenta y su amistad con los mitos vivos de éste, eran argumentos más que suficientes
para hacerlo.

Mi primera imagen suya es en su oficina de COMSUR, en medio de un escritorio


notablemente desordenado y flanqueado por dos caricaturas optimistas como él mismo,
una suya y otra de su hermano Antonio. Con el gigantesco puro en la boca, recordaba con
un cierto dejo de condescendencia los años que le dedicó a la producción cinematográfica
y la anécdota magnifica del trance en que el equipo de cineastas del filme nunca
terminado “Detrás de los Andes”, tuvo que “vender” a su estrella Hugo Roncal, a la
matrona del pueblo para poder salir del tórrido corazón del Beni.
Me parecía y me parece aún insólito escuchar ese horroroso acento gringo en un
hombre con tantos años de vida en Bolivia, y termino por pensar que se le hizo carne a
fuerza de testarudez y de repetir que le es imposible cambiarlo. Y, claro, se me ponen los
pelos de punta cuando el Presidente de la Republica, invitado por algún país amigo,
pronuncia un discurso con peor acento que el Embajador de los Estados Unidos en
Bolivia.

Cuando lo entreviste por primera vez, y vaya si le he hecho entrevistas, era


diputado movimientista en tiempos de la UDP (de los que se arrodillaban para pedir
respeto por el reglamento de debates), y no dudó entonces en demoler al gobierno en
base de ejemplos sencillos y contundentes, sazonados de un humor que entonces nos
sonaba a todos absolutamente exótico. En cierto sentido era un tiempo en el que él
mismo aparecía como un diputado exótico en medio de una retorica revolucionaria o
ultraconservadora.

Su mayoría de edad en política se dio, sin embargo, el 22 de enero de 1986,


cuando el Presidente Paz Estenssoro lo obligó a salir de la campana de cristal del
parlamento para entrar en el ruedo de la realidad. Fue, hoy lo sabemos, el punto del no
retorno del empresario y del parlamentario, y el comienzo de una fulgurante carrera que
culminaría en la presidencia del país.

El DE CERCA que hice con Sánchez de Lozada el 23 de enero de 1986, fue su


verdadero debut en la política grande. Allí marcó las líneas maestras de lo que significaba
el 21060 e hizo los compromisos más arriesgados a proposito de una estabilidad
monetaria y un equilibrio fiscal que el país parecía haber perdido en diciembre, y que
contra todo pronóstico, pudo ganar. Más allá de las reservas de pudor, esa conversación
reveló un estilo diferente y una nueva forma de hacer política que cristalizaría en la
campaña electoral de 1989.

Goni es un demócrata en el sentido más puro de la palabra. Su formación


demoliberal y su propia construcción personal dentro de una burguesía productiva (vieja
ilusión no consumada del MNR), lo marcaron definitivamente.

En la primera fase de su trabajo como ministro de Planeamiento, pudo desarrollar


una personalidad que fascinaba por lo novedosa, apoyada en la transparencia y eficiencia
de gestión. Fueron los años del aporte creativo y de una visión siempre positiva y
distendida de la realidad. El humor inteligente fue su rasgo más distintivo.

Pero su propia autovaloración lo condujo a una postura de soberbia intelectual


ante sus contendores políticos que le costaría muy cara. El precio en 1989 fue la
presidencia.

Mi relación con Goni me condujo siempre a una actitud de simpatía personal


enfrentada a la necesidad de una distancia profesional, que si bien no se traducía en los
términos explícitos de nuestro dialogo en pantalla, si se sentía volando en el ambiente. Lo
entreviste como opositor más bien despreocupado y sin presiones, como ministro de
estado, como candidato a la presidencia y como opositor cargado de un fuerte peso
subjetivo y personal. Siempre me pareció inteligente en sus respuestas y sobre todo
coherente con su visión esencial del mundo, pero con el tiempo quizás algo repetitivo en
sus ideas.

Lo respeto por su inteligencia y su capacidad de mirar en Bolivia siempre una


posibilidad de cambio cualitativo hacia adelante, y no me libro del humor ácido pero
inevitablemente amable.

Sin los meandro ideológicos del pensamiento marxista (aunque él se confiesa


fervientemente marxista, pero no de Carlos sino de Groucho), ha aportado su talento y
también algunos de sus enconos y errores al crecimiento democrático. Está decidido a
sostener las banderas de la modernidad con un partido que nació hace ya largos
cincuenta años y quiere resolver cuentas con la Revolución del 52, sin negar su
paternidad sobre la Bolivia de hoy. Finalmente, a fuerza de testarudo y de haber ganado
dos elecciones consecutivas llegó a la presidencia del país para poder hacer verdad las
cosas en las que cree.

Muchos de esos ingredientes forman parte de estas conversaciones que


desarrollamos durante más de ocho años en DE CERCA.

Guillermo Lora Escóbar

(Potosí 1925)

CUANDO LAS MASAS SE EQUIVOCAN

Guillermo Lora cree a pie juntillas que él no es otra cosa que un instrumento
(privilegiado) de la revolución. Eso es algo muy parecido al voto de clausura que hace un
monje que se aparta voluntariamente del mundo real. Apegado al pie de la letra al furor
revolucionario de su maestro teórico León Trotsky, Lora no se permite ningún lujo
burgués, y uno de sus lujos burgueses por excelencia es cultivar en público la propia
identidad.

Jamás dirá más de unas pocas palabras sobre su vida personal, eso –piensa- no
le interesa a nadie, quizás ni a él mismo. El no acepta ser un intelectual, aunque lo es
esencialmente. No acepta nada que lo separe un solo instante de su causa. Y eso es
simplemente impresionante. En Lora se explica perfectamente lo que el fundamentalismo
representa, y uno no puede menos que sentir un frio en el espinazo si este Robespierre
del trotskismo tuviera alguna vez la posibilidad de ejercer el poder, porque con la misma
frialdad con la que responde sobre sus ideales de sociedad, decidiría algún experimento
de ingeniería social parecido a los que la humanidad vivió a los largo de este siglo
estremecedor.
A diferencia de muchos de sus seguidores más fervientes, intoxicados de
consignas, es un hombre inteligente y uno de los escritores más prolíficos (sino el mayor)
de la biografía boliviana. Algunas de sus obras son capitales para una aproximación a la
historia sindical y política del país, aunque sea indispensable un mínimo aviso en torno al
evidente sesgo de su análisis y aún de sus fuentes primarias de información.

Como es obvio, la única conversación que sostuve con él, tanto antes como
durante la entrevista televisiva, no pudo penetrar un milímetro de sus sentimientos
íntimos. No me dijo nada que yo no supiera después de haber leído o haber coleccionado
algunas decenas de números de su boletín político “Masas”, que durante décadas redactó
personalmente de la primera a la última línea.

Tengo para mí que el triunfo de la Revolución Nacional, es un clavo ardiente


demasiado quemante para quien había lanzado la tesis de Pulacayo y comprobado luego,
que los caminos de la historia no pueden moldearse a capricho. Las masas me dijo, no se
pusieron del lado correcto, es decir de su lado. Por eso el torrente de páginas que le
dedicó a la Revolución y al partido que fue capaz de seducir a las masas y capturarlas en
una causa que para él siempre fue de un lamentable reformismo. Afirmó, como lo ha
repetido muchas veces, que en 1952 las masas se equivocaron, porque, acoto yo, el
trotskismo no se equivoca.

En Lora la verdad es algo inmutable que se posee o no se posee. Envidiable rasgo


el de los hombres “puros” como él que viven de certezas, nunca de dudas, que son
capaces de apostar sin desmayo durante diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta y
cuantos años sean necesarios, a una utopía de la perfección que alimenta sin fin unas
ruedas que no se cansan, ni se cansaran nunca de girar en el mismo sitio.

El rostro de Guillermo Lora, tocado por una viruela implacable en el pasado,


apenas si cambia de rasgos, es duro y distante, con suerte se permite una media sonrisa.
Su pelo está ya totalmente blanco. Tiene una figura más bien pequeña y frágil. Con una
chamarra de cuero o de tela, pasea tranquilo por las calles, sin llamar la atención y sin
aspavientos. No es ostentoso, prefiere la discreción. No levanta la voz ni la modula
excesivamente. Ciertamente no es una persona en la que uno se detiene, salvo cuando
comienza a argumentar con contundencia.

Me cuesta entender cómo se puede compatibilizar una mente fuerte e intensa con
la imperturbable repetición de conceptos que no se mueven un milímetro, así el mundo se
haya puesto al revés. Y estoy seguro que, contra lo que él desea, será recordado por su
impresionante trabajo intelectual y no por el pequeño partido que dirige desde hace medio
siglo, capaz de jaquear de vez en vez a los gobiernos democráticos, afirmando que no
hay diferencia alguna entre cualquier dictadura y este sistema miserable inventado por la
burguesía y el imperialismo para seguir sojuzgando a la sociedad universal.

Lidia Gueiler Tejada


(Cochabamba 1921)

UNA DEMOCRATA INERME

La prueba de que Bolivia es un país machista (mujeres incluidas), es el


inmisericorde juicio que durante e inmediatamente después de su gestión, se hizo del
gobierno de Lidia Gueiler. Nunca terminaré de comprender además, porque los adjetivos
mas descalificadores a ese periodo provenían en su mayor parte de mujeres. Esta mirada
cargada de preconceptos, que la dictadura de García Meza aprovechó y multiplicó hasta
el infinito, refleja en el fondo un juicio de valor de nuestra sociedad de la capacidad de sus
mujeres.

Cuando juró a la presidencia, yo cubría los acontecimientos para radio Cristal, y


seguí fascinado el tránsito de la nueva Presidenta desde el Palacio Legislativo hasta el
Palacio de Gobierno. Minutos antes, el Cnl. Natush había salido casi como un fugitivo por
una de las puertas laterales del edificio presidencial. Una multitud enardecida esperaba a
la señora Gueiler cuando se asomó por el balcón principal. Pedía la cabeza de Natush y
la de muchos de sus colaboradores. Le costó varios minutos apaciguarlos. Dentro del
Palacio una multitud (entre los que me contaba) seguía los hechos todavía alucinada por
los dieciséis días anteriores. Me pareció algo increíble; pensaba entonces eufórico que
después de esa retirada los golpistas no asomarían la nariz en muchísimos años. Diez
meses después el Gral. García Meza se encaramó en el poder.

Conocí personalmente a la ex presidenta en 1983, cuando visitó el periódico


Ultima Hora y me pareció, hasta hoy me parece, una persona muy sensible, con una
indeclinable vocación de servicio. Sus percepciones de la realidad no pasan por la
reflexión intelectual sino por la emotiva. No en vano su frase más recordada es aquella en
la que se refiere a su país como un “pueblo maravilloso”.

Mi primera conversación en televisión se produjo en 1984, pero la entrevista que


realmente representó un recuerdo de los acontecimientos de 1980, intenso y doloroso
para ella, fue la que realizamos conjuntamente con un entrañable amigo, Jhonny Nogales,
(la única vez que use esta modalidad en DE CERCA).

El gobierno de Lidia Gueiler tuvo que pelear desde el primer día con una actitud
esquizofrénica del Congreso (ya experimentada por su antecesor Walter Guevara), que a
la par que encomendaba la presidencia de la nación a una de sus parlamentarias, se
desentendía por completo de ella y…. sálvese quien pueda. En esas circunstancias el
respaldo del MNR, el partido que la llevó a una diputación, fue decisivo. En el marco de
una precariedad alarmante, la Presidencia encaró dos tareas a cual más complejas. Paliar
la crisis económica y llegar al día de las elecciones, que por añadidura debían de ser
limpias.
La devaluación del peso de 20 a 25 por dólar le significó una ola de protestas
acompañada de una huelga general y un bloqueo total de caminos, además de las críticas
despiadadas de todos los sectores.

El camino a las elecciones estuvo también plagado de problemas, comenzando


por la imposición hiriente de los mandos militares que devolvió a García Meza como
comandante del Ejército. Si bien pudo presidir las elecciones, no pudo evitar el golpe
cantado y esperado con insólita resignación por la mayoría de la sociedad.

Tres mujeres han llegado a la presidencia en América Latina, pero solo una en
función estricta de su propia trayectoria. Lidia Gueiler fue militante política desde el fin de
los años cuarenta. Fue parte de la lucha popular en el proceso revolucionario de 1952,
militante del MNR y del PRIN y activista durante décadas. Se había ganado a pulso el
lugar de presidenta de la Cámara de Diputados que la llevó a la primera magistratura.

Conservo hacia la señora Gueiler respeto por su trayectoria y aprecio por la


honradez con la que llevó adelante su gobierno, así como una impresión emotiva e
intensa de su amargo relato en el programa que le hice, de las horas dramáticas que vivió
Bolivia el 17 de julio de 1980.

Guillermo Bedregal Gutiérrez

(La Paz 1927)

EL SINO DE NOVIEMBRE

Quizás Guillermo Bedregal hubiese encajado perfectamente en uno de nuestros


parlamentos decimonónicos. Sus discursos se rigen por las criticas reglas de la retórica y
están diseñados ex profesamente para impresionar, por el vuelo de las palabras, el
énfasis preciso en el momento preciso y un mar océano de citas de una erudición
abrumadora.

Pero el sino de Guillermo Bedregal no es el testimonio académico en la cátedra


universitaria, ni el plácido paso por un curul del Congreso para lucir sus dotes oratorias.
Por alguna recóndita razón, Bedregal se empeñó en lanzarse en las aguas procelosas y
retorcidas de la política criolla, y devino en paradigma del político altoperuano.

Ha escrito más de dos docenas de libros, algunos ciertamente importantes. Es,


junto a Montenegro y Céspedes, el hombre que mejor ha comprendido y explicado desde
el punto de vista teórico la significación y los contenidos del nacionalismo revolucionario,
logrando una sistematización coherente de un discurso y una ideología que siempre
estuvieron mezcladas en las brumas de las generalizaciones, y que se caracterizaron,
encarnadas en el partido, el MNR, en respuestas prácticas a la coyuntura antes que en
teorizaciones luminosas pero de inciertos resultados. Por todo ello, aún no comprendo
cómo fue posible que escogiera plagiar un par de artículos publicados en una carta
informativa en Londres y los firmara como suyos.

A Guillermo Bedregal le tocó, o quizás él buscó que le tocara, el papel del chico
malo de la película. Nunca tuvo el carisma suficiente para heredar el liderazgo de su
partido, aunque si la habilidad para ser una ficha definitiva en la mecánica partidaria.

Cuatro veces estuvo en DE CERCA, dos de ellas junto a otros invitados, y otras
dos a solas. En 1986 aceptó un acto de contrición en público como él mismo lo definió, a
proposito de sus horas mas dramáticas, las que pasó junto a Alberto Natush Busch en
una de las aventuras mas demenciales que haya encarado grupo político-militar alguno en
nuestra historia.

Durante tres décadas acompañó con una lealtad inquebrantable a Paz Estenssoro,
hasta que en noviembre de 1979 decidió, junto a otros hombres del Ejército y de su propio
partido, liquidar la presidencia de Walter Guevara con argumentos que no se sostienen en
teoría y que se descalabraron en la práctica de dieciséis horribles días. Todavía está
pendiente de dilucidación la responsabilidad de Víctor Paz en esa acción que marcó para
siempre la vida política de Bedregal, lo enfrentó a su jefe en el encono más terrible y los
volvió a juntar en aras de un nuevo proyecto histórico, más lucido y sensato que el del 79.

Como él mismo sabe y dejó entrever en su conversación conmigo, el del 79 es un


pecado que no se perdona en el mundo terrenal y que lo acompañará por siempre.

Aferrado a un rosario árabe con el que distrae las manos mientras habla, es capaz
de llegar a los momentos más intensos del sentimiento y de ponerse incluso al borde de
las lágrimas, sobre todo cuando se refiere a su vida interior. Se confiesa católico y
admirador de un filósofo español de este siglo, Zubiri, a quien no deja de citar cuantas
veces puede. Recuerda con genuina nostalgia su pasado universitario en Salamanca, que
parece haberlo tocado muy profundamente, y se emociona cuando habla con admiración
que raya en la idolatría, de su madre y el ejemplo que dejó sobre su vida personal y
política.

En el camino perdió el talentoso hijo que mas quiso, y hay quien recuerda su grito
desgarrado cuando el cuerpo de Guillermo hijo era enterrado en un perdido cementerio de
LLojeta de cara al Illimani.

Pero en el plano de lo cotidiano, me parece terrible que todavía no podamos


desterrar la práctica enrevesada y llena de relaciones de toma y daca de la política al viejo
estilo, que el movimientismo convirtió en depurado arte. Creo que Guillermo Bedregal es
en buena medida responsable, por su inteligencia e influencia intelectual sobre sus
correligionarios, de que ese viejo estilo se mantenga impasible al paso de los años y los
desafíos de una nueva forma de hacer política.

Capaz de describir los ejercicios ignacianos mejor que el más avezado jesuita,
capaz también de desnudar la frivolidad con la que muchos usan un término como
neoliberalismo, Bedregal también es capaz de escribir un libro demoledor contra el
militarismo y empujar sin contemplaciones a un coronel a la aventura política.

Me cuesta entender el código ético que lo mueve, aunque en una conversación


con él disfrute de sus conocimientos y aprendí de algunas de sus ideas.

En el fondo un idus trágico acompaña a este hombre que hubiese podido encarnar
un liderazgo inteligente y que ha sido condenado a ser siempre el símbolo de muchas
cosas que en política no quisiéramos para el futuro.

Antonio Araníbar Quiroga

(Cochabamba 1941)

NOSTALGIA DE LA UTOPIA

La carga del idealismo puede ser más o menos pesada según como se mire y
según quien la lleve. En Antonio Araníbar hay una cierta prevención sobre sí mismo que
se fue suavizando con los años y que se relaciona con su actitud personal ante la vida.
Pareciera que ha hecho voto de austeridad en la política. Con su impresionante
humanidad a cuestas, apostó siempre a la consecuencia y a una cierta distancia
desconfiada hacia aquellos que cuestionaran en todo o en partes su visión del mundo.

Para él, como para muchos de su generación que tuvieron que transitar con
pasmo por cambios en la sociedad y en los amigos más entrañables, el golpe de la
realidad ha sido demasiado duro de asumir. Algo de ese amargo desengaño ha quedado
en el político de hoy, que sin rendir las armas tuvo que aprender un lenguaje nuevo y una
actitud si no condescendiente, por lo menos razonablemente flexible ante el mundillo
político y ante el propio país.

Antonio siempre me pareció un hombre de respeto. Capaz de vivir como decía que
teníamos que vivir y capaz de apostar a una causa al precio que fuera. Pero me pareció
también, como me parece hoy, que no ha sido tocado por esa varita inaprensible que da
el carisma y el calor eléctrico a los grandes conductores.

He sostenido con él muchas entrevistas y he percibido su cambio cualitativo.


Desde los años de la UDP, en medio del humo interminable de interminables cigarrillos, y
la tos nerviosa hecha tic, hasta los días de la corbata, el antitabaquismo y la sonrisa más
distendida de una personalidad y un partido dispuestos a arriesgar la herencia del pasado,
sin perder las bases del idealismo de los turbulentos años sesenta.

Dependiendo del momento, enfrenté diversas actitudes suyas. Alguna vez un


hombre incluso agresivo, otra el jefe político cortes pero distante, alguna otra la relación
cálida y positiva, pero pienso que nunca pude escarbar el perfil humano pleno. En DE
CERCA los diálogos no apuntan, por la misma característica de su concepción, a las
cuestiones personales o cotidianas, sino a los “grandes” temas de la sociedad, pero
siempre hay algún momento para el destello de lo que concierne al individuo. Es algo
todavía pendiente con él.

Nunca terminaré de saber en qué medida los móviles de la emulación tuvieron que
ver en esa dramática ruptura con Jaime Paz Zamora, y en qué dimensión los asuntos
personales influyeron en los caminos de ambos, con todo lo que ello ha significado para
Bolivia, pero está claro que el rasgo de la consecuencia y la honestidad intelectual transita
mas por la vereda del MBL que por la del MIR-NM.

Araníbar es un hombre de ideas claras, de solida formación intelectual y, de una


vocación real de compromiso con Bolivia. Me da la sensación, sin embargo, que el precio
de la caída de la ideología socialista en su dimensión purista y radical, le han costado
mucho y aún le dejan sin sueño algunas noches. Pero en sus entrevistas conmigo no hay
lugar para la duda ni para los temores, sus afirmaciones son categóricas e inequívocas,
su profesión de fe contundente y sus esperanzas tan firmes como a veces radicales, aún
en la expresión de ideas que puedan no parecerlo.

La honestidad no es un patrimonio muy característico de los políticos, ni en Bolivia


ni en ninguna otra parte, y Antonio Araníbar puede jactarse de tenerlo, aunque a veces a
fuerza de repetirlo suene a soberbio. El monopolio de la honestidad a través de la
campaña electoral de 1993 con el denominativo de “Trigo limpio” llegó al exceso y no
logró el resultado electoral esperado. Su ingreso al gobierno de la mano del MNR y junto
al MRTKL y la UCS de Max Fernández, coloca a él y a su partido frente a algo tan simple
y tan crudo como la realidad. A partir de la realidad, quizás algunas percepciones de
Antonio se vean obligadas a cambiar.

En todo caso, entrevistarlo fue siempre un ejercicio intelectual estimulante.

Alfredo Arce Carpio

(La Paz 1941)

EL HOMBRE DE LOS MOMENTOS EQUIVOCADOS

De actitud siempre engolada, a Alfredo Arce le gustaba la provocación, le producía


una íntima satisfacción saberse el centro de la atención. A diferencia de otros políticos del
país, no es un intelectual sino más bien un intuitivo.

Buen conversador, escoge las anécdotas y las sazona de tal modo que parece que
estuvo siempre en las decisiones del poder, que influyó en los hombres que acompañó y
que hicieron historia. La política le deleitaba y me imagino que su alejamiento de ella fue
un golpe muy duro de asimilar. Pero no se puede estar siempre jugando en el filo de la
navaja y pretender salir airoso. Probablemente hubiese sido una figura destacada en su
partido ADN (lo fue mientras militó activamente), si no hubiese cometido dos gruesos
errores que terminaron por enterrarlo políticamente.

El primero se produjo en 1973 cuando, siendo ministro del Interior en la dictadura


del Gral. Banzer, se produjo el asesinato del ex ministro del Interior y ex colaborador
estrecho de Banzer, Andrés Selich Chop. El ir y venir de disfraces no sirvió, no se pudo
disfrazar un crimen con tortura previa que conmovió al país, y que fue una terrible
respuesta para un hombre terrible como el Gral. Selich.

El segundo se desarrollo en 1985 y se desencadenó en 1988. Todavía está en mi


memoria el fragmento del famoso “narcovideo” que muestra a un Alfredo Arce pletórico,
de paso seguro, entrando a la residencia del mito del narcotráfico boliviano Roberto
Suarez Gómez, para culminar dándole un abrazo. Unos segundos después, Suarez mira
con picardía a la cámara escondida y esboza una media sonrisa. El encuentro que
protagonizaron Arce y el General Mario Vargas con Suarez, estuvo a punto de
desestabilizar a su partido y les costó a ambos la cabeza, políticamente hablando.

Mi entrevista con Arce Carpio se desarrolló en marzo de 1987, después del


célebre encuentro pero antes de que se conociera públicamente. Había, en consecuencia,
solo una espina de la que hablar, y de ella hablamos largamente en esa conversación. El
enfoque de la autocritica tiene ciertas similitudes con el que hizo Bedregal de su
participación en el golpe de 1979, pero en este caso no podía disimularse un tono de
cinismo excesivo. El razonamiento de este hombre al que siempre le gustó desarrollar el
análisis político hasta convertirlo en un juego de ajedrez, no pasaba y sospecho que no
pasara nunca, por consideraciones éticas, sino mas bien por apreciaciones en torno a la
necesidad o no de llevar adelante una determinada acción. Imperativos categóricos que,
en su óptica, no pueden ni deben detenerse en los principios o en las cuestiones que
atañen directamente a uno o más seres humanos. Sobre esa lógica, por otra parte
realista, es que se han justificado decenas de veces los civiles que invariablemente
participaron en intentonas golpistas de diverso pelaje, unas pocas exitosas y muchas
dramáticas para el destino de la nación.

Arce asume siempre un ligero aire de superioridad, una especie de


autoconvencimiento de que maneja los oscuros hilos de la política, y domina los métodos
indispensables para sobrevivir en un mundo tan complicado y frecuentemente tan
inescrupuloso.

Pero, “la vida te da sorpresas”, y la ironía condujo a ese habilidoso tejedor de


encuentros a un entuerto sin salida. En estos tiempos en que la corrupción es un tema tan
vigente, es bueno recordar que la corrupción que deviene del ejercicio del poder no pasa
exclusivamente por la vía del dinero.

En esta historia, como en muchas otras, un hombre habilidoso y que desempeñó


un interesante trabajo como diputado nacional, pagó pecados personales que otros
muchos cometieron sin costo alguno hasta hoy. El hilo se cortó, otra vez, por lo más
delgado. El “narcovideo”, que implicaba una red muchísimo más amplia que dos
dirigentes partidarios, no pudo pasar de esa primera fase en la que suelen quedarse las
investigaciones que apuntan a los detentadores del poder.

Hoy, Arce Carpio ejerce la abogacía y extraña muchísimo un pasado en el que se


sentía como el pez en el agua. Cuando hizo el DE CERCA conmigo no sospechaba un
desenlace tan abrupto, y hablaba con seguridad absoluta. Pero nunca se sabe. Quizás, si
se hubiese arriesgado menos a la actitud soberbia a la que con frecuencia conduce el
poder, hubiese aportado con su ingenio y su agudeza, al avance de la madurez política de
la nación, aunque sospecho que entre sus convicciones mas íntimas no está la defensa
de la democracia.

Víctor Hugo Cárdenas

(Achica Abajo, La Paz 1952)

EL HIJO AYMARA DE LA REVOLUCION

Conocí a Víctor Hugo en la universidad. Eran los tiempos de la dictadura del


general Hugo Banzer, ambos estábamos en la facultad de Humanidades, él estudio
Pedagogía y yo Literatura. Coincidimos en algunas materias y también en algunas ideas
generales a propósito de la sociedad asfixiada en la vivíamos.

Para ser dirigente político en un país tan turbulento como el nuestro, es un hombre
demasiado tranquilo, demasiado sensato incluso. La moderación no ha sido característica
más destacada de nuestros caudillos, y ciertamente la universidad no es el ámbito donde
mejor se cultiva el equilibrio. Pero en aquellos años en los que todavía funcionaban
consignas como “la imaginación del poder” extraídas del huracanado mayo francés en los
que no se aceptaban posiciones intermedias, Víctor Hugo tejió un liderazgo sencillo y
tranquilo. Todavía la dictadura se ejercía férreamente, pero no al punto de cerrar
totalmente las posibilidades para que en las aulas la política no fuese el tema casi
excluyente. Los estudiantes, por otra parte, estábamos convencidos de que en nuestras
manos estaba el destino de la nación.

En nuestra facultad, por la fuerte presencia de maestros estudiando la licenciatura


en pedagogía, el indigenismo era una corriente importante, a diferencia de lo que ocurría
en el resto de la universidad totalmente copada por el MIR. Víctor Hugo desarrollaba en
ese contexto una tarea de activismo que contribuyó a la explosión katarista, primero en
las organizaciones campesinas como la CSUTCB y luego, con menos fuerza, en la
política nacional.

Aunque no ha plasmado sus ideas publicando, es, qué duda cabe, un intelectual
de rigurosa formación académica. Me parece uno de los que más coherentemente
interpreta el pasado del mundo andino y que mejor lo plantea hacia el futuro. Sin las
tentaciones demagógicas de muchos de los pensadores indios, percibe perfectamente la
posibilidad de articular las reivindicaciones del mundo indígena con la consolidación del
sistema democrático.

Igual que otros políticos formados en los incendiarios setenta, ha elaborado un


camino hacia la racionalidad que no implica la renuncia a los principios esenciales que lo
motivaron entonces.

De maneras suaves y una sonrisa permanente, a pesar de la visión esquemática


de los aymaras que los supone hieráticos y solemnes, este hombre que tiene rasgos más
bien mestizos, enfrenta la paradoja de una formación racionalista y occidental que ha
generado consideración y respeto en los círculos intelectuales del país, pero no ha
logrado, igual que otros líderes indigenistas surgidos en las últimas dos décadas, una
respuesta masiva de un electorado de origen quechua-aymara, que sigue apostando por
los candidatos que heredaron el extraordinario rédito de la reforma agraria de 1953.

A pesar de su tarea específicamente política, estuvo siempre vinculado al área


académica, ya como profesor, ya como experto de proyectos nacionales e internacionales
referido al gran desafío que es orientar adecuadamente la desastrosa educación rural
boliviana.

¿Qué designios interiores lo llevaron a aceptar la invitación de Gonzalo Sánchez


de Lozada? ¿Un sentido de responsabilidad? ¿Una inevitable tentación del ego? ¿Una
postura oportunista? ¿La necesidad de aprovechar el paso de un tren que quizás no
vuelva a aparecer más para lograr opciones reales de poder? ¿El sentido evidentemente
histórico que tiene para Bolivia un Vicepresidente como él?

El caso es que el empresario minero que agrede sin misericordia el castellano mas
de lo que todos quisiéramos, y el atildado académico aymara que habla un castellano que
más de un político criollo envidia, decidieron hacer una yunta que coloca en el poder, por
primera vez en historia republicana, a un indio nacido a orillas del Lago Sagrado.

Mis conversaciones con él en el programa, apuntaron siempre a desentrañar esa


visión desconocida para gran parte del país, que es la de alguien que habla de la realidad
desde la perspectiva de los marginados por siglos. Su visión de los 500 años, en pleno
octubre de 1992, fue muy importante. No pudo entonces dejar pasar una puya a su aliado
de hoy, mencionándolo como uno de los “patiñitos” de los años noventa.

Sus compañeros de ayer lo atacan despiadadamente. Hablan de una traición, de


que no se le podrá perdonar una alianza de esta naturaleza con un partido que abandonó
hace mucho sus premisas revolucionarias. La historia suele en estos casos ser un rasero
más fiable que el de quienes asumen fervorosamente posiciones hipercríticas ante
circunstancias que aún no hacen más que comenzar.

Quien le iba a decir a este hombre que pescaba suches junto a su padre en los
primeros años cincuenta (comienzo del gobierno del MNR) que estaría llamado a cerrar
emblemáticamente el ciclo de la Revolución como el primer aymara en ocupar uno de los
dos cargos políticos de mayor responsabilidad en Bolivia.

Carlos Palenque Avilés

(La Paz 1944)

EL COMPADRE, LA COMUNICACIÓN Y EL PODER

Por más de un cuarto de siglo Carlos Palenque ha vivido literalmente inmerso en


“olor de multitud”. Sin proponérselo conscientemente a un principio, descubrió las teclas
exactas del sentimiento popular y logró lo que durante varios años había sido una
obsesión de la izquierda, construir un vehículo capaz de dar voz a los que nunca la
tuvieron. Un lenguaje distinto se impuso en sus medios de comunicación, y lo que primero
fue una anécdota risueña, se convirtió con el correr de los años en un poder real de que
no se podía hacer abstracción. No es un mecanismo nuevo, salvo su adecuación
especifica al medio aymara y andino. Palenque no apeló a la razón, sino a los
sentimientos, a aquellos ingredientes que funcionan en cualquier medio en los que los
sectores desposeídos encuentran eco a algo tan simple pero tan difícil de conseguir: ser
escuchados y ser comprendidos. A partir de allí nació un fenómeno comunicacional
primero y político después, cuya proyección está en pleno desarrollo.

Carlos es un hombre al que le gusta dar una imagen acorde a la que supone que
su interlocutor desea. No abre las puertas a su vida personal y privada, y está cada vez
más consciente de su rol de líder, a veces con características mesiánicas. Alguna vez,
mucho antes de que fuera candidato a la presidencia, le escuche decir textualmente: “los
mitos como yo nos debemos íntegramente a nuestro pueblo y no podemos hacer otra
cosa que su voluntad”.

Supongo que para un hombre para quien lo cotidiano es la relación paternal hacia
las decenas, cientos y miles de personas que se le acercan para pedirle ayuda, la relación
con la realidad pasa por un tamiz que deja inevitablemente una secuela. El poder lo palpa
día a día, lo constata, no requiere de mayor comprobación. Manejar masas es una
experiencia fascinante y peligrosa. Es un juego en el que está metido sin remisión, riesgos
incluidos y, sobre todo, con una respuesta inmediata que termina por condicionar hasta el
último resquicio de su vida.

Carlos no es un intelectual, su sensibilidad se alimenta de otros ingredientes, es un


hombre excepcional para apuntar al éxito más allá de la ya célebre “Tribuna libre del
pueblo” que tuvo sus heroicos antecedentes en el “Hipershow” y la “Hora del chairo” junto
a Remedios Loza y Adolfo Paco, sus lugartenientes desde los tiempos del canal estatal y
radio “Illimani” en los años setenta.
Sus conversaciones en DE CERCA estuvieron siempre aureoladas del formalismo
y la distancia inevitable que da la candidatura presidencial. Si bien nuestras relaciones
han sido siempre cordiales y a veces muy cordiales, nunca hemos tenido un nexo común
que trascienda los encuentros esporádicos, o las conversaciones en las que queda
inevitablemente una prudente distancia.

Por razones de principio no he compartido con Carlos, como me ocurre con otros
comunicadores, ese criterio de que hay “piedra libre” para hacer cualquier cosa con tal de
ganar audiencia. Su espacio policial me pareció una explotación inmisericorde del morbo,
aunque hoy, y tras lo que vemos cotidianamente no estoy tan seguro de cuál es la línea
que divide lo admisible de lo inadmisible en medios de comunicación.

Pero mi observación ética mayor es al uso de sus medios de comunicación como


un instrumento al servicio de su partido, sin consideración ninguna de equilibrio con sus
rivales circunstanciales. Tampoco me pareció correcto que continuara en el trabajo de
comunicador siendo candidato a la presidencia, aunque en los tiempos que corren estos
reparos parecen gazmoñerías ingenuas.

El poder es un imán y Carlos es una opción de poder nacional y un poder regional


tangible. Su carisma eléctrico, su manejo genial de la psicología popular andina, su
capacidad de manipular los sentimientos colectivos y su discurso demoledor contra
cualquiera que se le ponga al frente (que más de una vez ha sido implacable y carente de
la mínima caridad), atrajeron muy rápidamente a muchos personajes que incapaces por si
mismos de imponer sus ideas políticas, pensaron en la posibilidad de hacerlo a través de
la figura carismática del “Compadre”. De ese modo, su partido se tiñó de ideología
nacional-revolucionaria, denominada por Carlos como “endógena”. El propio nombre de
CONDEPA (Conciencia de Patria) surge también de quienes portaron durante décadas
las ideas de la izquierda nacional, cuyo modelo primigenio fue el gobierno RADEPA
(Razón de Patria)-MNR (1943-1946) presidido por Gualberto Villarroel.

Carlos Palenque es una de las figuras contemporáneas que mejor refleja muchos
de los ingredientes positivos y negativos de la Bolivia andina, básico para comprender los
rumbos de nuestra sociedad contemporánea, a quien se suma un elemento que con el
tiempo será imprescindible para entender a este hombre en su totalidad, su esposa la
“Comadre” Mónica, una joven de vitalidad y ángel desbordantes, dispuesta a transitar por
los mismos caminos de Palenque hasta donde sea necesario. Las analogías con Eva
Perón, por peligrosas que sean, se hacen inevitables. Guardando las distancias, se trata
de un fenómeno imprevisible quizás aún más que el propio Carlos.

En todo caso, nuestra relación personal no pasa por esa puerta mágica del
compadrazgo. Para él yo soy simplemente “el tocayo”.

Hugo Banzer Suarez

(Concepción, Santa Cruz1926)


DE LOS FUSILES A LAS URNAS

En el trato personal el Gral. Hugo Banzer Suarez no cuadra con la imagen


arquetípica del dictador, ni siquiera con la del militar “cuartelero” de maneras torpes y de
proceder atrabiliario.

Siempre fue conmigo extremadamente cauteloso y amable hasta la artificialidad.


No olvidaré la larga conversación que sostuvimos en su casa de Santa Cruz, recordando
su gobierno dictatorial, de la que guardo varios videos que son uno de los testimonios
más valiosos que he recogido en mis años de periodista, aunque la mayor parte de lo
dicho por el ex presidente no sea sino la repetición de un libreto de la imagen que quiere
dejar para la historia.

Desperté a la conciencia política precisamente en los dramáticos días del periodo


Ovando-Torres y el posterior golpe de 1971, y estudié en la universidad diseñada por el
banzerismo. Banzer simbolizó entonces la negación de la libertad y la democracia, y fue
enfrentada a su gobierno y a todo lo que representaba, que la sociedad boliviana inició la
heroica lucha por la recuperación democrática. De esa experiencia recogí una convicción
que me ha acompañado siempre; la de la imperiosa necesidad de construir la democracia
sobre las bases modestas y realistas de nuestra propia constitución (lo que me valió
entonces el mote de reformista burgués, amarillo y otras lindezas entre mis compañeros
revolucionarios de la UMSA).

Siempre fui crítico y lo soy hoy, de ese pasado dictatorial, de imposición de la


fuerza por sobre la razón, igual que el general que con sus eventuales aliados, el MNR
del Dr. Paz y FSB del Dr. Gutiérrez. Por esa pertinacia que he tenido en mantener vivo el
espíritu de la historia y la realidad de los hechos, Hugo Banzer no albergó mucha simpatía
por mí.

Cuando comencé a trabajar en la red ATB, Raúl Garafulic me concertó una cita
con Banzer en la tranquila y acogedora hacienda que éste tiene en San Javier. Allí
charlamos muchas horas en un ambiente de entrevista periodística, rodeados del piloto y
el asistente que nos habían llevado al lugar. Fue, como siempre, un ir y venir de
respuestas aprendidas de una historia acomodada a la necesidad de su nueva imagen
democrática y poco más.

Nunca pudimos romper la mutua distancia, nunca pude acercarme realmente a


este hombre que ha hecho historia y que es uno de los personajes más importantes que
ha producido el devenir republicano de Bolivia.

Siempre me he preguntado si da la talla para la dimensión de lo que hizo en


dictadura y democracia y, como lo hizo, llego a la conclusión de que las expectativas que
uno se hace de las personas ocultas en la solemne bruma del poder y de la historia, para
bien o para mal, se estrellan las mas de las veces con personas de carne y hueso, sin
más aristas que las del común de la gente. No encontré en él ni las grandezas ni las
miserias que esperaba, lo cual demuestra la sagacidad que tiene, suficiente como para
cerrar herméticamente las puertas a cualquier confidencia y no salirse ni un milímetro de
un guión indispensable.

Solo hice con él dos programas, ambos en vísperas de elecciones, aunque intenté
en periodos más tranquilos conversaciones ante cámaras que hubiesen sido ilustrativas
de determinadas coyunturas. Pienso que de no mediar las exigencias de una campaña,
nunca hubiese podido contar con él en DE CERCA.

El caso es que Banzer gobernó con mano férrea por siete años, fundó un partido
para diluir un juicio de responsabilidades emprendido por Marcelo Quiroga Santa Cruz,
una de las mentes más lucidas que ha dado Bolivia, y terminó ganando limpiamente unas
elecciones generales (1985). De ahí en más, su vocación democrática esta fuera de toda
duda. Permitió con su participación decidida el éxito del proyecto político económico de
Paz Estenssoro, quien se quedó con la presidencia el 85 y, movido por un resentimiento
difícilmente superable por Gonzalo Sánchez de Lozada, se arriesgó a la aventura de
hacer Presidente a su ex enemigo y víctima política, logrando un razonable periodo de
gobierno (salvada la delirante corrupción de los hombres encaramados en la
administración).

Pocos bolivianos han tenido tanto poder en nuestra historia. Estoy convencido de
que Hugo Banzer ama el poder, y a estas alturas creo que no conoce otra manera de
vivir. Espoleado por su aguerrida mujer para ejercerlo, siguió incansable en una batalla
por la presidencia que se convirtió en una obsesión. Banzer buscó cinco veces sin éxito
darse un lujo que no pudo permitirse ni el omnipresente general Pinochet, lograr la
presidencia por vía de las urnas, para mirar con ironía a todos quienes pensamos que no
es justo para esta nación, que quien llegó al gobierno a costa de tanta violencia y tanta
sangre, se consagre primer mandatario por mandato popular. Pero no pudo ser. En las
elecciones de 1993 Gonzalo Sánchez de Lozada obtuvo un triunfo tan contundente que el
general se vio obligado, solo dos días después de los comicios, a reconocer el triunfo del
ganador.

Su vigencia tiene que ver con una rara habilidad en la que se mezcla la paciencia
con el verticalismo. Ha aprendido a ser prudente, a controlar sus emociones (que alguna
vez le traicionaron ante un funcionario a quien abofeteó en su despacho, o ante otro
candidato al que amenazó pistola en mano), a escuchar tranquilo cuando le llueven las
acusaciones y a responder metódicamente de acuerdo a un texto cuidadosamente
preparado. En el debate presidencial de 1989, tenía una ficha subrayada para cada tema
sobre el que se le interrogaba, de la que no se desprendía en ninguna respuesta.

Su gobierno que dejó una impronta indeleble en nuestro pasado, gozó también en
esa Bolivia polarizada de los setenta, de un importante respaldo. La nostalgia por el orden
y la estabilidad económica, le dejó un saldo muy significativo de votantes y muchos
bolivianos que creen ciegamente en su capacidad y su autoridad para gobernar. Sobre
esa base y una sucesión de acciones muy inteligentes en el periodo democrático, es que
consolidó su nueva imagen con la finura de un relojero suizo.
A Hugo Banzer le han tocado trances personales muy duros, desde una pasión
que tuvo mucho que ver con el fin de su gobierno, hasta la muerte dramática de dos de
sus hijos. Solo el poder y su ejercicio lo salvaron del naufragio.

Le gusta subrayar siempre que puede (lo hizo frente a los académicos de ciencias
que lo condecoraban, y ante la estatura de Víctor Paz, homenajeado ese mismo día) que
no es un intelectual ni un académico, sino un humilde soldado nacido en un pequeño
pueblo cruceño en la mitad de los años veinte. Se jacta de haber recorrido de cuartel en
cuartel la totalidad de nuestro territorio y de su amor inveterado por el campo y las vacas,
pero fue uno de los pocos que pudo manejar exitosamente su relación con Paz
Estenssoro, el político más hábil de este siglo, de donde se deduce que la ecuación del
poder no se resuelve necesariamente con inteligencia enciclopédica, ni con los valores
intelectuales que sirven muy bien para interpretar la realidad pero quizá no tanto para
modificarla.

Sera difícil que en el futuro esta entrabada relación periodística que tengo con el
Gral. Banzer cambie. No es el modelo de político que creo ideal para una sociedad plural
y justa, pero es indispensable, en aras de una mínima honestidad intelectual, reconocer
su rol decisivo en este medio siglo, tanto como paradigma del verticalismo autoritario,
como, ¡vivan las paradojas!, de la consolidación y madurez de nuestra joven democracia.

Gary Prado Salmón

(Roma 1938)

UN CAPITAN Y LOS OJOS DEL CHE

Recuerdo muy bien el día en que el “Che” fue capturado, yo tenía 14 años, lo leí
en Presencia. Guevara era un mito y eran años en que los jóvenes y los adolescentes
estábamos hiperpolitizados. En mi colegio el tema social era prioridad número uno. Allí
estaban “curas tercermundistas” como Prats, Negre, Aguiló y otros que nos daban
charlas, nos impulsaban a ir a trabajar los fines de semana a los barrios periféricos de la
ciudad y años después a comunidades campesinas próximas al lago. Revolución era una
palabra indispensable y el cambio de estructuras algo que se pedía a gritos. Por entonces
cristianismo y marxismo estaban en posiciones muy próximas y todos nos sentíamos
obligados al compromiso. Un joven no comprometido era un cobarde. La muerte del “Che”
coincidió con el comienzo de una experiencia vertiginosa que pasó por la muerte trágica
de Barrientos, la revolución universitaria que construyó un mundo académico al revés, la
caída de Ovando, la junta de las seis horas, Torres y su juramento frente al pueblo, la
increíble Asamblea Popular y su ultrismo delirante y el sangriento golpe y la dictadura
ulterior del Cnl. Banzer.
En esos días yo estaba convencido no solo del heroísmo del “condottiero del siglo
XX” adalid del hombre nuevo en el que yo también me quería convertir, sino de la maldad
intrínseca de un Ejército reaccionario sustentado por el imperialismo que liquidó a los
guerrilleros. El tiempo nos demostró a todos que ese radical mundo en blanco y negro
tenía sus matices. Cuando conocí al hombre que capturó al “Che”, mi visión de las cosas
se había asentado.

Gary Prado no responde al cliché sobre el militar latinoamericano y boliviano, es


un hombre reposado, de maneras más bien suaves, reflexivo y moderado en sus juicios.
Cabeza de un importante sector de las Fuerzas Armadas denominado institucionalista,
apostó siempre de que los uniformados se abocaran a las funciones que les confiere la
Constitución. Sobre esa idea, participó en 1974 en una acción frustrada, destinada a
derrocar al presidente de facto Hugo Banzer y devolver la democracia al país. En 1978
acompañó al Gral. Padilla en el golpe de derrocó a otro gobernante de facto, Juan
Pereda. Ese gobierno convocó inmediatamente a elecciones generales y devolvió el
poder a civiles en 1979. Su carrera militar se vio dramáticamente truncada en 1980,
durante la dictadura de Luis García Meza. Como comandante de la VIII División, dirigió un
operativo para sofocar la toma de un campo petrolero hecha por un minúsculo grupo
guerrillero liderado por Carlos Valverde. En un confuso episodio, una bala le atravesó la
columna y lo dejó paralitico.

Prado es autor del mejor libro sobre la guerrilla del 67 desde la óptica del Ejército
boliviano y guarda una opinión respetuosa de Ernesto Guevara. Sobre ello conversamos
en este ilustrativo programa que recordó hechos que marcaron a fuego a toda una
generación de bolivianos.

Sin aspavientos el Gral. Prado Salmon cumplió con su deber como militar, cuando
como capitán se encargó del operativo final de uno de los acontecimientos que mayor
relevancia mundial han tenido en la historia del país, y conto también con distancia y sin
juicios de valor explícitos como se decidió la muerte del “Che” en un consejo de generales
entre los que estuvieron tres presidentes de Bolivia, el mandatario de entonces René
Barrientos, el Gral. Alfredo Ovando y el Gral. Juan José Torres, probablemente con una
fuerte influencia de los agentes de la CIA en el país.

Conocí a Gary Prado en 1979 en medio de conciliábulos intensos en pleno golpe


del Cnl. Natusch (1979), yo trabajaba en radio Cristal y escuchaba fascinado la práctica
común de la “conspiración”, era esta vez una conspiración para salvar la democracia y
apoyar al gobierno clandestino del depuesto Walter Guevara. La segunda vez fue en DE
CERCA.

Guardo un buen recuerdo de este general atípico que fue un buen militar y cumplió
su responsabilidad política, al que le tocó un destino amargo en un momento en que las
FF.AA. tenían un rol estelar en la política del país. Quizás nos hubiésemos ahorrado
muchas horas negras si un hombre como él hubiese tenido la oportunidad de conducir la
nación en esos años aciagos, en vez de otros muchos que por su ignorancia y
prepotencia nos llevaron al borde mismo del desastre.
Guido Vildoso Calderón

(La Paz 1937)

LA HISTORIA, EL AZAR Y LA AMARGURA

En el terrible periodo que le tocó vivir a Bolivia entre julio de 1978 y octubre de
1982, se jugó el destino de una sociedad que intentaba dolorosamente pasar de la
dictadura a la democracia. Injustamente los bolivianos tuvimos que pagar un gigantesco
costo para obtener libertad y respeto a nuestros derechos.

En esos días irracionales en los que la inestabilidad se convirtió en un síndrome


que canibalizó todo, vimos pasar como en una película acelerada a nueve gobiernos,
ocho presidentes y una junta militar, algunos de ellos que avergüenzan a una sociedad
que no mereció semejantes personas en la cumbre del poder, otros que intentaron con
dignidad y sacrificio personal salvar el sistema democrático y uno al que la historia
designó para un papel tan importante como efímero, que devolvió el mando usurpado por
las armas a un Presidente respaldado por el voto mayoritario de los ciudadanos.

Ese hombre se llama Guido Vildoso Calderón, es General de División y llegó al


poder por azar y en virtud a difíciles transacciones en el seno de una institución militar
profundamente desgastada, en la que los apetitos y la ambición todavía hacían presa de
algunos de sus altos oficiales.

Vildoso no oculta su amargura por lo que significó ese momento que el destino le
tenía reservado. Fue Presidente apenas 81 días y es uno de los diez que gobernó menos
tiempo en el país. Está convencido de que él también ha tenido que pagar un precio
demasiado alto para pasar a la historia. Su carrera militar quedó trunca, se vio obligado a
pasar a retiro inmediatamente después de dejar el mando y nadie le reconoció nada. A
diferencia de otros hombres que ocuparon el poder, no salió de él ni más rico ni más
poderoso. Vive estrechamente en Cochabamba en un discreto y obligado retiro privado.

Por muchos años en esa lógica insólita que se tejió al calor de la dictadura, la
presidencia de la República era el más alto destino militar, aunque conversando con
algunos generales, nunca me quedó claro si les parecía más honroso el cargo de
Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas o el de Presidente de la Nación, que
durante largo tiempo fue una sola cosa.

Guido Vildoso es un hombre sencillo, de hablar pausado y con una mirada triste
que lo acompaña siempre, así esté sonriendo. Estoy seguro de que si pudiera escoger no
aceptaría el nombramiento que me imagino, como a cualquiera, lo sedujo en el momento
en que se lo comunicaron. Aunque me recordó que dado que era una “orden de destino
militar” no había posibilidad alguna de rehusarse. Esa decisión de los mandos que por
entonces se reunían, deliberaban e incluso votaban en trances como este, dejó con los
crespos hechos al Cnl. Faustino Rico Toro que estaba convencido de su “derecho de
sucesión” al débil gobierno de Torrelio, quien a su vez sucedió a la dictadura
garcíamezista.

Vildoso hizo lo que tenía que hacer y más. Primero intentó proponer un plan
económico ante la grave crisis que se avecinaba. De más está decir que los sectores
populares lo rechazaron categóricamente. A esas alturas ningún Presidente militar tenía
legitimidad alguna para proponer nada que no fuera el retorno a la democracia.
Persuadido de eso, el presidente convocó, tras largos conciliábulos sobre cuál sería el
mejor método para retornar a la libertad, al Congreso en 1980.

Mi conversación con él giró, por supuesto, en torno a esos momentos


fundamentales y fundacionales. No logré enmarcarla en la trascendencia histórica que los
hechos tuvieron, pero si recogí ese sentimiento personal de nostalgia y de frustración de
Vildoso que es injusta para consigo mismo.

Una vez más los hechos demuestran cuan frágil es la lógica y la racionalidad, cuán
impensable el sino de los hombres y las sociedades. Con mucha frecuencia en nuestra
historia vemos a hombres que nunca lo sospecharon o a veces ni lo desearon, llevados
por insondables caminos a las máximas responsabilidades. Unas veces resuelven el
desafío con la sobriedad y la justeza con la que lo hizo Vildoso, otras terminan envueltos
en la tragedia como les ocurrió a Busch, Villarroel o al propio Juan José Torres, otras
demuestran sus limitaciones insalvables como Torrelio.

Le guste o no, Guido Vildoso tienen un lugar en nuestro pasado, digno y modesto
como él. Quizás la justicia que no vio en su vida diaria, la encuentre con el paso de los
años y el reconocimiento de sus compatriotas.

Mario Rueda Peña

(Vallegrande 1938)

LA POLÍTICA COMO ESCENARIO

¿Qué decir de Mario Rueda? Es un hombre inteligente, no cabe duda, con la


suficiente dosis de adrenalina para jugarse por una causa, aunque a veces sea una causa
equivocada.

Mario tiene una sólida formación marxista, y fue un radical, lo es todavía, aunque
paradójicamente haya usado sin suerte, ese radicalismo cuando la hora histórica exigía la
moderación y la ecuanimidad.

Según él fue revolucionario desde que era un niño. En todo caso, fue un hombre
del nacionalismo revolucionario y periodista flamígero del periódico oficialista del MNR,
“La Nación”, para dar el salto que dieron muchos desde muchos orígenes, hacia la
revolución. Fue también maniqueo periodista del órgano de los periodistas en los días de
Ovando.
Sin concesiones, como subsecretario del interior en el gobierno de Torres,
apostrofó a los reaccionarios y detuvo al Cnl. Banzer en el último intento de salvar del
naufragio a un gobierno abandonado por la izquierda y sitiado por la derecha.

Durante muchos años esquivó a DE CERCA con cordialidad pero en forma tajante.
“No tengo nada que decir, estoy de ministro, ahora no, que se ponga más brava la cosa y
hablamos”, me decía en los primeros 80.

A Mario Rueda le tocó su momento estelar en la peor etapa del gobierno del Dr.
Siles, cuando todos lo habían dejado e intentaba, en la soledad casi absoluta, lidiar con lo
imposible. Entonces surgió Mario como un mosquetero dispuesto a llevarse el mundo por
delante desde la posición más débil que imaginarse pueda. Y, créase o no, logró salvar
con dignidad y como parachoques los pocos girones que quedaban del gobierno que un
día fue de la UDP y que terminó pegado a un puñado de militantes del MNRI y unos
pocos más.

Recuerdo las clases breves y magistrales de marxismo leninismo que les daba a
los dirigentes de la COB cuando los periodistas lo asediaban, las peleas campales con
Juan Lechín y los mandobles a los empresarios. Nadie daba un centavo por el gobierno, y
muchos estaban en absoluto desacuerdo con Rueda Peña, pero absolutamente todos
admiramos su valentía y consecuencia.

Pero vino luego otra historia, la ruptura con el MNRI, la creación de la OID, su
ulterior ruptura, el ingreso de la Nueva Mayoría del MIR, y finalmente su segunda
aparición como titular de Informaciones.

El “gato” como lo conocen los amigos, conoce a la perfección los mecanismos de


la comunicación o mejor de la manipulación de la imagen y del mensaje. Es un
transformista consumado. Nada tiene que ver el hombre agresivo, irónico, caústico,
despectivo, implacable cuando aparece en la pantalla, con el que un segundo después te
comenta “la pelea” como si otra persona hubiese estado en la polémica.

Ingenuo como suelo ser, llegué a la conversación con Mario desprevenido,


asumiendo un papel que muy pronto se esfumaría en virtud de las habilidades histriónicas
y “las tablas” de este viejo lobo de mar. Luis Ramiro Beltrán definió en un comentario
sobre esta entrevista, que Mario había usado una “estrategia de la demolición” y tuvo
razón, Rueda desmanteló el escenario clásico y “tranquilo” de DE CERCA y lo transformó
en un ring, me lanzó el anzuelo y piqué, de entrevistador distante pasé a apasionado
polemista y la conversación devino en batalla típica de un debate político. De ahí en más,
el nivel de audiencia del programa se disparó a cotas insospechadas, el más alto en diez
años de entrevistas. La central telefónica del canal se congestionó con llamadas de
televidentes tan apasionados como nosotros mismos que aplaudían, criticaban, proponían
preguntas o simplemente testimoniaban su impacto emocional.

Nadie se olvida de ese DE CERCA en el que terminé desnudándome ideológica y


emocionalmente en las cámaras, cosa que no había ocurrido nunca, ni frente a avezados
polemistas como Bedregal, Arce o Lechín. Ningún programa de este corte, ni siquiera los
históricos debates presidenciales generaron un río de tinta de tal magnitud, al punto que
pudimos publicar conjuntamente un libro de más de 250 páginas en el que reunimos todo
lo que se publicó sobre esa célebre noche. No olvidaré a Mario sonriendo, mirándose la
punta de un zapato, sacándose y poniéndose los lentes (llevó dos pares para la ocasión)
sin medida ni clemencia, desajustando y ajustando un botón de la manga de su camisa,
jugando con los dedos en el borde de su vaso… y buscando los toques para la
exasperación “se te nota en los ojos cuando hablas de Goni…” y de ese modo el
programa más atípico de la historia de DE CERCA es el más reconocido y recordado por
todos.

No sé si en alguna medida ese resonante éxito de audiencia lo condujo a creer


que con ese estilo tenía ganado el cielo, el caso es que a partir de ese momento se
convirtió en un ministro provocador. Criticaba sin necesidad a los trabajadores, negaba
sistemáticamente la realidad de marchas y paros multitudinarios. Decía muy suelto de
cuerpo “He visto la manifestación desde el último piso y si calculas filas de cuatro en
fondo en… mts/cuadrados te da una cifra… que no es ni la décima parte de lo que dice la
COB” y cosas por el estilo, que en pocas semanas lo convirtieron en el ministro más
impopular del gobierno, al punto que terminó sustituido bastante antes de lo que hubiese
deseado. Mario equivocó el momento histórico y el Presidente. El Gobierno del AP no es
el de la UDP y Jaime Paz, extrovertido y locuaz no es Hernán Siles, que casi nunca se
dirigió a los periodistas y que detestaba enfrentarse a las cámaras.

Después Mario incursionó en la TV con otros colegas parlamentarios y en solitario


en su plaza fuerte, Santa Cruz, reeditando lo que fue el programa de abril de 1991
conmigo, pero esta vez en el papel del entrevistador. Se puede decir cualquier cosa de
esa experiencia menos que fuera aburrida para los televidentes aunque, como siempre,
los fuegos de artificio terminan por agotarse muy rápidamente.

Políticamente Mario ha quedado muy debilitado en la medida en que deterioró


seriamente la imagen que había ganado por mérito propio durante la UDP. En su propia
organización política actual no ocupa un lugar destacado, quizás porque sus ímpetus son
excesivos para estos tiempos, o quizás porque detrás de la parafernalia de la forma, no
hay una consistencia suficiente que defina el peso específico adecuado a una mente cuya
lucidez hacía prever un rol más significativo en nuestra historia democrática.

Oscar Eid Franco

(Vallegrande 1946)

EL MARAVILLOSO INSTRUMENTO DEL PODER

Curioso y enigmático personaje es Oscar Eid Franco. “Hommo Politicus” por


antonomasia, ha sido capturado por el “maravilloso instrumento del poder” como muy
pocos en nuestro país (y vaya que el aroma del poder a seducido a miles y miles de
compatriotas).

A estas alturas del desarrollo de los acontecimientos de las últimas décadas, está
claro que Oscar Eid a jugado un papel muy importante y que tendrá un lugar en nuestra
historia, aunque probablemente tan zigzagueante como él mismo.

Salvo que los hechos lo desmientan, Oscar Eid no parece destinado a ser un gran
protagonista como lo es Jaime Paz o Hugo Banzer, aunque tienen mucho que ver en el
rumbo de algunas de las cosas que ocurrieron y que ocurren, entre ellas las que permitió
ascender a la presidencia a su compañero y jefe.

Después de hablar con él uno no saca nada en claro. Dice aquello que el
interlocutor quiere escuchar, y en lo que dice está la repetición machacona de las ideas
que quiere que prevalezcan. Cuando conversa no polemiza, no le interesa, lo que le
importa es repetir el mensaje que en ese momento lo motiva.

Me da la impresión de que la historia, en el sentido de asumir la dimensión


trascendente del pasado, no le dice nada, salvo que sea útil “ahora”. Es por definición un
hombre de coyuntura; el problema, nimio, mediano o fundamental de hoy es lo único que
cuenta, y el cien por ciento de su energía lo dedica a ese momento. Lo que vendrá
mañana, también en la dimensión trascendente de futuro, es aleatorio en su visión
urgente hasta el paroxismo que tiene de hacer política.

Jamás deja traslucir sus sentimientos más íntimos. Nunca se sabe con él qué es lo
que realmente piensa, cuáles son sus convicciones verdaderas, sus preocupaciones, su
lado humano, cómo es realmente en lo personal. Detrás de su sonrisa, sus maneras
agradables, su cortesía y sus detalles (no deja pasar una fecha importante sin llamar, un
acontecimiento destacado personal o empresarial sin un comentario de aliento o de
felicitación), uno no siente ni la simpatía ni la antipatía genuinas.

Siempre he creído que su relación conmigo, salvo contadísimas excepciones de


extrema cordialidad, tiene valor en tanto son instrumental y de uso, la utilidad que yo
puedo tener, en su óptica, para un determinado objetivo partidario. Aunque me da la
impresión también de que el trato de varios años entre el periodista y el político, lo ha
convencido de que no me mueve interés partidario o personal alguno en cuestiones
políticas, y que mi forma de pensar, de opinar y de influir como periodista, no responden a
otro objetivo que no sea la consolidación del sistema democrático. Eso ha hecho que sus
prevenciones, alimentadas en la turbulenta campaña electoral de 1989, hayan disminuido
y que nuestra relación sea, dentro de los límites que siempre tiene una relación con Oscar
Eid, más abierta y menos prejuiciada.

No acabo de captar, sin embargo, cuál es su verdadero sentimiento en relación a


la patria, no sé si hace un distingo entre los intereses, de su partido y de sus áreas de
poder, y los del país. Estoy seguro, en cambio, que está absolutamente enredado en los
hilos del poder, con todo lo que esto implica en cuanto al uso de influencias, la defensa de
intereses, la protección de personas y el silencio piadoso o distractivo.
Hasta su espectacular fuga el día del golpe del 17 de julio de 1980, evadiendo a
los paramilitares asesinos enviados por García Meza a la COB, Oscar Eid simboliza para
mí una generación romántica y valiente dispuesta a jugarse el pellejo, como se lo jugaron
heroicamente muchos miristas, por la causa de la democracia y de la justicia social. Aún
en los difíciles años de la UDP pensé que, con sus errores, los dirigentes miristas
representaban una generación de recambio con nuevas ideas y renovadas ilusiones.

Pero, como siempre, la implacable realidad se impone y a Oscar le ha tocado


representar de una manera paradigmática el papel del político de la negación y la
maniobra, el estratega muchas veces retorcido de lo que el ciudadano común conoce
como politiquería.

Sin embargo ¿Podría el MIR haber soñado con llegar al poder en 1989 sin la
estrategia de la araña paciente tejida por Oscar Eid? ¿Podría Jaime Paz haber culminado
como político sin el trabajo arduo, desagradable y a veces poco gratificante de este
incansable ajedrecista de la política? ¿Podría en suma, haberse terminado un gobierno
razonablemente bueno sin este equilibrista dentro de un partido seriamente debilitado y
desgatado por la administración del gobierno?. En 1993, en cambio, la voluntad popular
dejó a Oscar fuera de juego, no le quedo más remedio que mirar silencioso la
consagración del nuevo Presidente.

En 1989 Oscar se encargó de que Jaime Paz no asistiera jamás a una cita en DE
CERCA que intentó dejarme muy mal parado, a la vez que hizo todo lo necesario dos
años después, para que como Presidente me recibiera en Palacio en un diálogo abierto e
inédito en televisión.

La primera vez que Oscar estuvo en mi programa fue en un debate con Javier
Campero Paz en los años de la catástrofe económica en el canal estatal. Estuvo luego en
otras dos oportunidades entre 1989 y 1990, pero la entrevista clave fue en aquella que,
conmemorando los 20 años de fundación del MIR, hablamos del pasado. Fue un diálogo
ríspido en el que me ahorré críticas éticas al comportamiento de un partido que había
decidido llegar y llegó al poder a cualquier precio. A diferencia de otras veces, no solo en
entrevistas con él sino con gente de su partido o del AP, en las que siempre recibí un
comentario suyo horas después, esta vez no quiso acordarse del asunto y jamás volvió a
hablar de ello conmigo. Creo que es un programa que prefirió no haber hecho.

A pesar de todo, Oscar ha contribuido a la consolidación democrática, a su estilo,


llevando siempre el agua a su molino y conduciéndonos a trances innecesarios y
retardatarios (baste recordar el absurdo juicio a ocho magistrados de la Corte Suprema
que impulsó y respaldó públicamente), pero defendiendo siempre el sistema y su valor
esencial para todos. De ese modo pasó de la lucha con coraje en la clandestinidad y la
cárcel en tiempos de la dictadura banzerista, a la sustentación “a muerte” del proyecto de
Paz Zamora desde los años de la UDP, a la oposición discreta e inteligente durante el
gobierno del MNR, a la alianza imposible atravesando el rio de sangre, a la sustentación y
promoción del Gral. Banzer como candidato del oficialismo, siempre a su lado, siempre
solicito y dispuesto a elogiar al nuevo demócrata. Como también tuvo que ver en la
construcción no excenta de serios escollos, de acuerdos tan importantes como el del 5 de
febrero de 1991 y 9 de julio de 1992.

Curiosa historia esta que nos retrotrae inevitablemente a otra, la del Dr. Casimiro
Olañeta, con todas sus luces y sombras, con el añadido no poco importante de la sangre
que corre por las venas de este vallegrandino que se morirá haciendo política que es, en
definitiva, la única forma de vivir que conoce.

Percy Fernández Añez

(Santa Cruz 1940)

¡MUCHO PERCY!

Un año antes de entrevistarlo en Santa Cruz, conocí personalmente a Percy


Fernández caminando por El Prado paceño acompañado de un par de colaboradores. Se
me acercó sonriente y cordial y me dijo: “Por fin conozco pue a este collinga zaco cruzao”.
Ese es Percy a quien, apelando al estilo de la región, los cambas han bautizado como
“¡Mucho Percy!”.

Este hombre desbordante que está dispuesto a llegar siempre mas lejos de lo uno
supone, ha sido capaz de conjugar las locuras, verdaderas y a veces “infladas”
intencionalmente, con altas cotas de popularidad y una tarea eficiente y combativa en la
alcaldía cruceña.

Aún para Santa Cruz, ciudad que se supone desenfadada y abierta, proclive al
buen humor y a las actitudes francas, Fernández es un personaje a veces excesivo que
descoloca a sus conciudadanos, que ha superado largamente el miedo al ridículo y que
ha hecho de sus excentricidades un sello personal e inconfundible.

Pero Percy sabe muy bien lo que quiere y a donde va. Es plenamente consciente
del poder que le da el voto y no hace concesiones. Embarcado como un Quijote contra los
molinos, está dispuesto a cuestionar lo que en Santa Cruz la elite del poder considera
sagrada y lo que la base popular sabía o creía que era intocable. Su guerra contra las
logias es parte de esa “misión imposible” que este hombre exagerado hasta en sus
guerras, ha decidido llevar a cabo.

Difícilmente se puede encontrar alguien más vitalista e inveteradamente optimista


que Percy. Hace abstracción de las reglas y le importa literalmente un pepino lo que ha
sido siempre una norma en la política, que pasa por una retorica enrevesada, poses
artificiales y voces engoladas. Asume los riesgos de ese desparpajo (que no son pocos) e
inaugura un estilo personal que va mucho más lejos que el de su socio político Gonzalo
Sánchez de Lozada.
Fue increíble la forma en que, en un pequeño grupo en canal 4 de Santa Cruz,
recordaba las sesiones de gabinete del Dr. Siles, cuando era su ministro de Integración,
imitando risueño la postura del Presidente fumando uno tras otro infinidad de cigarrillos y
escuchando desconsolado el panorama dramático de la economía del país.

Hay quien dice que la elección de Víctor Hugo Cárdenas como compañero de
fórmula de Sánchez de Lozada fue un golpe duro para él, que esperaba la nominación.
Parece, sin embargo, que asimiló muy bien el trance y que su relación con el MNR no ha
cambiado, aunque está claro que en Santa Cruz el voto municipal es una buena parte
suyo, lo que le da un margen de juego muy amplio para su proyección política personal en
cualquier organización partidaria.

Hacer un DE CERCA con este hombre no me parecía tarea fácil. Los periodistas le
tienen miedo porque no saben en qué momento los descolocará con alguna broma o
alguna actitud inesperada. Pero en cuanto me encontré con él percibí una actitud de
simpatía verdadera y respeto (mutuo, por otra parte), que marcó la posibilidad de una
conversación abierta, sin limitar sus modos, pero enmarcada en un análisis profundo de
la realidad cruceña. De pronto, sin embargo, escuchaba algo como “yo lo amo al Goni” o
“corazón” para referirse a mí, lo que ciertamente no es parte de la “ortodoxia”, pero que le
da una sal particular al diálogo.

Fernández, como pocos políticos de la nueva generación tiene un carisma


indiscutible y apuesta a los sectores mayoritarios del electorado de su ciudad con mucho
éxito. Es un transgresor permanente y eso le ha funcionado extraordinariamente bien. La
pregunta es, qué ocurre con Percy proyectado a nivel nacional.

En todo caso, es un aire fresco en un sistema demasiado acartonado y


acostumbrado a una excesiva solemnidad en la que la impostura es a veces lo que
manda. A pesar de algunos excesos, Percy Fernández marca una visión en la que forma
y fondo representan a una nueva generación, que mira a Bolivia, por primera vez en
muchos años, con ojos de optimismo y esperanza.

Max Fernández Rojas

(Quillacollo-Cochabamba 1943)

DEL MARXISMO AL MAXISMO

Desde la perspectiva de la razón es muy difícil comprender lo que Max Fernández


representa. Releyendo a Zavaleta, su interpretación de la vitalidad de lo popular y su
aporte en la construcción de una nueva sociedad en Las masas en noviembre, me
pregunto si tiene mucho sentido estructurar una reflexión lógica sobre el comportamiento
colectivo, cuando de vez en vez, aquí en Bolivia y en muchas partes del mundo, surgen
liderazgos absolutamente reñidos con las esperanzas y las utopías concebidas para
nuestra sociedad desde el ámbito académico e intelectual, y aún desde la teórica lucidez
del pensamiento marxista, que intentó cuadricular la realidad universal a imagen y
semejanza de un modelo y método, frecuentemente pulverizados por los hechos
descarnados.

Max Fernández es un hombre que surgió como una pompa de jabón (y no lo era)
un buen día de 1986 para aposentarse en las alturas del poder empresarial de la
Cervecería Boliviana Nacional, desplazando a una familia, símbolo de los restos de la
oligarquía postrevolucionaria. Ese hombre desconocido se ha permitido varios lujos en
estos años. El primero fue sentar en su mesa, cuando era todavía el bisoño presidente de
la CBN, al vicepresidente de la República y al largo coro de las figuras y figurines políticos
del país. Desde entonces no ha hecho otra cosa que subir y subir como la espuma de la
cerveza que lo convirtió en una mezcla de Gambrinus y Rey Midas de Bolivia.

¿Podía aspirar a la presidencia un hombre poco letrado con serias dificultades


para hilvanar un discurso público coherente?. Por supuesto que no, pensaron despectivos
los propietarios del poder político y del poder económico del país.

Pero ocurre que muchos de los que lo miraron con desprecio o por lo menos con
sobradora condescendencia, terminaron trabajando a sus órdenes o coqueteando con él
sin pudor para contar con sus indispensables votos en el Parlamento.

Si casi un quince por ciento del electorado está dispuesto a entregarle el voto es
porque una parte de este país cree que él lo representa, que es capaz de conducirlos a
buen puerto y de ocupar la presidencia de la nación. Más aún se sienten identificados con
alguien capaz de escalar desde el rincón más apartado hasta la cumbre del éxito y lo más
importante, no olvidarse de ellos en el camino. Quiere decir, en suma, que los
intelectuales y analistas, los detentadores del poder desde el nacimiento de la República
no entienden (o no entendemos) a la sociedad que se supone representan.

Confieso que nunca he podido establecer con Fernández otro diálogo que no sea
el estrictamente referido a los temas que toqué en las tres entrevistas que le hice en el
programa, a diferencia de lo que ocurrió con la mayoría de mis invitados, antes o después
de cámaras, con los que siempre hubo posibilidades de algún intercambio ajeno a las
cuestiones “oficiales”. Lo que no hace más que confirmar la evidencia de dos horizontes
paralelos y que no se tocan en esta compleja sociedad que nos ha tocado en suerte.

Mario Espinoza le preguntó una vez si era cierto aquello de que se sentía dueño
de su partido. La respuesta lo dice todo. “Por supuesto. Si éstos (refiriéndose a la plana
mayor de UCS que lo acompañaba en la conferencia de prensa en su sede principal) no
han comprado aquí ni un cenicero”.

Nadie entiende cómo es posible que alguien pueda gastar tal cantidad de dinero
en una, dos y tres campañas, en obras de diverso carácter a lo largo y ancho del país.
Nadie se explica de donde sale esa cantidad interminable (que ha dado lugar a una
fabulosa y muchas veces exagerada danza de los millones), aún aceptando el gigantesco
paraguas que es la CBN. Pero a la vez, todos reconocen que su empresa no hace otra
cosa que crecer. Incremento de la producción, copamiento de mercados en las principales
ciudades bolivianas, exportación a varios países, construcción de nuevas y
espectaculares fabricas (Santa Cruz y Oruro), van de la mano de un hombre que
transformó una languideciente y aburrida cervecería en un símbolo de eficiencia
empresarial.

Las acusaciones de lavado de dólares, quiebra virtual, negocios con


narcotraficantes, prohibición de visa del gobierno de EE.UU., se mezclan con el éxito que
lo rodea cuando frisa los 50 años. Un día se le ocurrió una idea genial, superponer el
organigrama de su partido al de la CBN, con lo que logró lo que ni el MNR en sus mejores
tiempos había soñado, el sistema de organización y penetración nacional más eficiente
que se pueda armar para un partido político. La cerveza llega donde nadie llega,
cabalgando en sus botellas llega también el partido de la bandera blanquiceleste.

Max es un misterio, desde sus oscuros orígenes sobre los que se tejen
desmesuradas leyendas, hasta su llegada triunfal al poder económico ayudado por el
desbarajuste hiperinflacionario de la UDP. A su lado, salvo excepciones, un coro de
obsecuentes dispuestos a que el verticalismo secante y el ejercicio implacable del poder,
les rompa el espinazo cuantas veces sea menester.

Max es UCS, y a nadie le cabe duda de que ese es “su” partido. Alguna vez escribí
un artículo que se titulaba “Del marxismo al maxismo”. Era en base a la reflexión sobre las
ideas de Zavaleta. A fin de cuentas, cuando surge una opción política como ésta, uno se
pregunta si tiene algún sentido toda la reflexión y la interpretación que hicieron y aún
hacen nuestros pensadores, sobre lo que es Bolivia y sobre el destino que le espera y que
merece.

Julio Mantilla Cuellar

(La Paz 1952)

MESTIZO COMO LA WHIPALA

Un ex militante del partido Comunista seducido por Carlos Palenque, ideólogo del
nuevo partido (CONDEPA), sociólogo y hombre de vida académica, con aspiraciones a
alcalde y finalmente burgomaestre de la principal ciudad del país por obra y gracia de un
sorpresivo voto popular, es una combinación demasiado entreverada como para no
generar dudas. Pues bien, dudas eran las que me provocaban la figura de Julio Mantilla,
proyectado en un tiempo muy corto a la popularidad y al respaldo de importantes sectores
ciudadanos.
Mas que el Alcalde me interesó el intelectual, sobre todo después de haber
escuchado sus intervenciones en campaña, en las que se evidenciaba un conocimiento
en el que se sumaba la tarea académica con una vivencia personal que es lo que en
Mantilla hace la diferencia. Los puntos centrales de la reflexión de su campaña estaban
apoyados en un conocimiento muy profundo de lo aymara, de la estructuración social de
la ciudad, de su fuerza cultural, a los que sumaba un lenguaje curioso, mezcla de
culterano y popular en el sentido más genuino del término. El resultado fue un chairo
suficientemente convincente como para derrotar a un candidato de la talla y la experiencia
edilicia de Ronald MacLean.

Mantilla es un hombre de físico exuberante y de cierto rostro infantil, en el que se


evidencia mucha intensidad y energía. No es amigo de las formas ni del gusto refinado, lo
que contrasta fuertemente con el sello aristocrático de su antecesor, aunque cuida mucho
una formalidad mas pegada al gusto cholo que ha exaltado siempre en su veta más
positiva.

Solo he tenido dos oportunidades de hablar con él mas allá de los saludos
protocolares. La primera vez fue una visita que hice a su despacho en el Palacio
Consistorial, en el que rápidamente se ve reflejada su personalidad. Textiles andinos en
las paredes, una gran bandera nacional, una escultura en madera mas pintoresca que
lograda, la coca como gran protagonista en hojas sobre una pequeña fuente y en un
cuadro y rematando el conjunto, un curioso y desconocido retrato de un mestizo que
según el Alcalde no es otro que el gran Mariscal Andrés de Santa Cruz. Más que objetos
para la estética, lo que ese despacho contiene es un conjunto de símbolos y emblemas
que recogen los puntos de referencia más caros de Mantilla. Ver esa oficina fue casi
revelador para mí que un diálogo más bien de cuestiones prosaicas que, sin embargo,
resultó en una mutua admiración por el Mariscal de Zepita.

La segunda vez fue ya en el programa DE CERCA. Lo cultural había sido


indirectamente nuestro nexo de aproximación, primero por un articulo mío sobre el 12 de
octubre en el que, tomando a Fuentes, hablé del padre violador y la madre violada pero
consentidora, para referirme al choque cultural, luego una intervención que hice un 20 de
octubre en la que hablé del espejo de la historia en el que nos cuesta mirarnos, y
finalmente nuestra polémica a proposito de la fiesta de San Juan y el origen de la tradición
de la quema, que él sostenía era español y yo que era el sincretismo de tradiciones india
y española.

Invité a Mantilla en plena batalla en el seno de CONDEPA, y aunque las


referencias inmediatas tenían que ver con su propio entuerto político y por supuesto su
gestión como Alcalde, sucumbí, y no me arrepiento de ello, a las ganas que tenia de
despejar dudas y conocer a fondo su pensamiento sobre nuestro pasado, sobre nuestra
identidad nacional y sobre la idea que tiene de nación.

Tanto para mí como para muchos televidentes fue un descubrimiento, porque se


trata de un hombre que ha sabido sintetizar lo más positivo de una experiencia personal
que, según cuenta, tiene raíces quechuas y criollas, una vivencia infantil aymara y una
difícil adaptación urbana.

Lo más importante es su comprensión de que Bolivia es un todo en su mosaico de


culturas, lenguas y etnias, en tanto es mestiza, en tanto la unidad no implica uniformidad
impuesta desde arriba, como se planteó en el primer intento serio de construcción
nacional a partir de la Revolución de 1952. Pero además, Mantilla recupera el pasado
como una entidad integral, en el que es válido reencontrarse con las raíces occidentales
igual que lo es en las otras, las indígenas. Y esa visión, escasísima entre intelectuales de
real raigambre indígena, es un salto cualitativo que a fuerza de idealista, parece resolver
mucho mejor esa traumática relación con el pasado que tiene el conjunto de la sociedad
boliviana.

Una visión en la que los elementos culturales no devienen en culturalismo, sino en


complejidad engarzada con el desarrollo social y económico, es lo que me dejó una
aleccionadora conversación con el Alcalde, con quien tuve el tino de no hablar de
alcantarillas, ni de quioscos, ni de puentes, sino de temas que hacen a las cuestiones
centrales de la construcción de Bolivia.

Por eso creo que es perfectamente aplicable la imagen de un mestizaje igual al de


la whipala, bandera mestiza en tanto tiene origen europeo al que se le suma con el paso
de los siglos la fuerte personalidad y simbología andina de lo quechua y de lo aymara.

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