Está en la página 1de 3

Un regalo: mi historia con la epilepsia y el deporte

La realidad es que todo comenzó como un escape del encierro provocado por la pandemia: mis
amigos y yo queríamos una bocanada de aire fresco (además de un poco de dinámica social que
había sido cortada de tajo por el miedo a contraer el virus); fuimos a La Cueva de Las Iglesias,
cerca de León Guzmán, destino ya conocido por los que practican senderismo y trail-running.

Tardamos alrededor de una hora en subir desde


la base. Yo fui el más lento. Incluso volví el
estómago y me temblaban las piernas por el
esfuerzo. Aquel día, abrí los ojos a lo mal que
estaba mi cuerpo y lo mucho que lo había
descuidado. Sin embargo, ese día también me di
cuenta que había descubierto un amor como
pocos, uno que involucraba la naturaleza, el
superarme a mi mismo, vencer miedos y la
compañía de personas increíbles que me han
enseñado muchísimo; me enamoré.

Comencé a ir una vez por semana al Helipuerto, acá en Torreón, Coahuila. No solo los efectos
del ejercicio se empezaron a notar en lo que se puede ver, sino que a su vez mi estado anímico
y mental mejoraron de manera considerable; bien dice el dicho: “mente sana en cuerpo sano”.

Dado que había mejorado mi condición física y a que


necesitaba un nuevo respiro, decidí que era tiempo
de un reto, uno que implicara salir de mi zona de
confort y subí mi primer alta montaña en Abril de
este año.

El Pico de Orizaba sonaba aterrador, imposible e


incluso un peligro a mi vida a todos los que compartí
que iba a realizar esta experiencia; no mentiré,
estaba aterrado, pensé que sería imposible y por
supuesto que en momentos temí por mi vida.
Incluso, a medianoche a punto de empezar el ascenso, mi cuerpo temblando por el frío y con
miedo a tener una crisis por no haber dormido bien (la emoción, supongo) pensé en decirle al
guía que no iba a subir.

Hoy, agradezco infinitamente el no haberlo hecho. Confié en mi y, como todo en la vida, paso a
paso y sin prisa pero tampoco con lentitud, encumbré con un tiempo de 8 horas y 36 minutos.

Me gustaría decirles a todas esas personas que como yo somos bendecidos con esta condición
que a pesar de ser un camino difícil, donde hay ocasiones en las que uno no puede confiar ni
siquiera en su propio cuerpo por miedo a perder el control, que todos en el camino de la Vida
venimos con lecciones para aprender. Una de esas lecciones, al menos en mi caso, y creo que
para todos los que tenemos epilepsia, es la de
confiar en nuestro cuerpo y conocerlo. En mi
caso, que tengo Epilepsia Mioclónica Juvenil,
me sirvió bastante leer acerca de lo que
desencadena las crisis y como prevenirlas.

No se puede amar lo que no se conoce. Hay


que ser disciplinados, tercos y constantes con
el uso de nuestros medicamentos, terapias,
ejercicios o cualquier actividad que te ayude a
sentirte mejor y a mantener las convulsiones
en un rango bajo, sino es que nulo.

Si

algo he aprendido, es que la epilepsia más que un


límite a romper o una barrera que te impide de
realizar ciertas actividades, es una compañera. Una
que te indica e invita a caminos mucho más
amenos, prolíficos y maravillosos llenos de
lecciones muy profundas de amor propio y hacia el
prójimo. El secreto está en, como vi el otro día en
un video, aceptar las dificultades de la vida como
un regalo.
Eso es la epilepsia para mi: un regalo bellísimo.
Próximamente estaré participando en la carrera AMENA Trail Run en la modalidad de 30 km
como preparación para el Ultra Machu Picchu Trail del próximo año en Perú; me siento muy
feliz de poder estar cumpliendo sueños a mis 26 años como el de visitar países con una cultura
tan rica y hermosa como lo son las tierras quechuas mientras hago una de las actividades que

amo.

También podría gustarte