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La realidad es que todo comenzó como un escape del encierro provocado por la pandemia: mis
amigos y yo queríamos una bocanada de aire fresco (además de un poco de dinámica social que
había sido cortada de tajo por el miedo a contraer el virus); fuimos a La Cueva de Las Iglesias,
cerca de León Guzmán, destino ya conocido por los que practican senderismo y trail-running.
Comencé a ir una vez por semana al Helipuerto, acá en Torreón, Coahuila. No solo los efectos
del ejercicio se empezaron a notar en lo que se puede ver, sino que a su vez mi estado anímico
y mental mejoraron de manera considerable; bien dice el dicho: “mente sana en cuerpo sano”.
Hoy, agradezco infinitamente el no haberlo hecho. Confié en mi y, como todo en la vida, paso a
paso y sin prisa pero tampoco con lentitud, encumbré con un tiempo de 8 horas y 36 minutos.
Me gustaría decirles a todas esas personas que como yo somos bendecidos con esta condición
que a pesar de ser un camino difícil, donde hay ocasiones en las que uno no puede confiar ni
siquiera en su propio cuerpo por miedo a perder el control, que todos en el camino de la Vida
venimos con lecciones para aprender. Una de esas lecciones, al menos en mi caso, y creo que
para todos los que tenemos epilepsia, es la de
confiar en nuestro cuerpo y conocerlo. En mi
caso, que tengo Epilepsia Mioclónica Juvenil,
me sirvió bastante leer acerca de lo que
desencadena las crisis y como prevenirlas.
Si
amo.