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ENSAYO FINAL DE LA ASGINATURA

HACIA EL GIRO ONTOLÓGICO

CULTURA DIGITAL Y TECNOCIENCIA


Porf.: Pablo Santoro

Alumnos:

Guillermo Jurado Villacañas


Santiago Cerda Suárez

Máster en Análisis sociocultural, del conocimiento y la comunicación.


ÍNDICE

1.De la “física social” de Comte y la filosofía analítica a la


concepción heredada: 1
2.Hacia el giro ontológico: 3
2.1.Antecedentes: 3

2.2.Ahora, vamos con la “ontología”: 6

3. Una “praxiología semiótico-material”: 7


3.1.La realidad como efecto de las prácticas: 7

3.2.Multiplicidad: 9

3.3.Coreografías y coordinación: 10

3.4.Sobre la innovación y la precariedad: 13

3.5.¿Podrían ser las cosas de otra forma?: 15

4. Conclusiones: 16
5. Bibliografía: 18

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1.De la “física social” de Comte y la filosofía analítica
a la concepción heredada:

L
a concepción de la ciencia como un tipo de saber específico y separado de la
filosofía tiene sus orígenes en el positivismo, una corriente de pensamiento
iniciada en el siglo XIX por Augusto Comte, considerado también uno de los
fundadores de la sociología. Desde el positivismo se postuló que, en pos de producir un
conocimiento verdadero y comprobable, los distintos ámbitos del saber debían tomar como
ejemplo la forma de proceder de las ciencias naturales. Así, el llamado método científico se
convirtió en condición sine qua non para producir un conocimiento verdadero. Y para
muestra, un botón, así es como Augusto Comte hablaba sobre cuál debía ser el camino a
seguir de la sociología en un libro titulado Plan de trabajos científicos necesarios para
reorganizar la sociedad:

“Por física social entiendo yo la ciencia que tiene por objeto el estudio de los fenómenos
sociales considerados con el mismo espíritu que los fenómenos astronómicos físicos, químicos o
fisiológicos, esto es , sujetos a leyes naturales invariables” (Comte, 1822 citado en Lamo de Espinosa,
1989:8)

Esto no supuso el fin de la metafísica pero sí alentó a la filosofía a realizar un viraje


hacia cuestiones relacionadas con la representación y el lenguaje. A esta tradición filosófica
se la ha llamado filosofía analítica y merece la pena mencionar aquí, aunque sea de pasada, la
obra de Frege y, sobre todo, de Wittgenstein. De este último cabe distinguir dos grandes
etapas diferenciadas: una primera en la que escribe el Tractatus logico-philosophicus, y una
segunda etapa vehiculada a través de la obra Investigaciones filosóficas. Al primer
Wittgenstein se le puede considerar uno de los representantes paradigmáticos de la filosofía
analítica por su análisis sistémico del lenguaje, hasta tal punto fue así, que con el Tractatus
dio por concluidos todos los problemas metafísicos. En su segunda etapa se encargó de
desmontar una de las ideas más recurrentes dentro la filosofía analítica y que, por supuesto, él
mismo había sostenido, la idea de que existía una correspondencia biunívoca entre la palabra
y la entidad a la que se refiere.

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Mientras Wittgenstein se ocupaba de la lógica del lenguaje, un grupo de científicos
conocidos como el Círculo de Viena se ocupó de la lógica científica. En línea con la
pretensión del positivismo de producir un conocimiento científico verdadero y comprobable
este grupo postuló el método inductivo que, alejado de las cuestiones metafísicas, pretendía
llegar a la verdad de un modo sistémico, partiendo de hechos particulares para llegar a un
saber general. Fuera del Círculo de Viena, aunque próximo a él, y en línea con estas
cuestiones que atañen al método científico, Karl Popper postuló un nuevo método, el
falsacionismo. Así lo describe Jiménez Garnica (2018):

“También dirigió sus críticas (Karl Popper) hacia el verificacionismo que mantenían los
miembros del Círculo, y defendió que la ciencia operaba por falsación, y no por inducción. Ésta es, en
rigor, imposible, pues jamás se podrían verificar todos los casos sobre los que regiría la ley científica.
La base del control empírico de la ciencia es la posibilidad de falsar las hipótesis, en un proceso
abierto que conduciría tendencialmente a la verdad científica.”

Esta tradición es recogida por Robert Merton, uno de los primeros sociólogos del
conocimiento. Así, con Merton se abre un nuevo camino para la sociología desde la que, en
palabras de Casper Bruun Jensen, comenzarán a plantearse preguntas del tipo “¿por qué la
ciencia moderna, solamente a través de las prácticas humanas, ha desarrollado la capacidad
de ser objetiva? O ¿a través de qué mecanismos ha logrado sistematizar la distinción entre la
verdad y las explicaciones sesgadas, subjetivas o motivadas ideológicamente?” (2017:2)

Este planteamiento mantiene intacta la premisa de que, dadas ciertas condiciones, la


ciencia es capaz de producir verdades objetivas y, como consecuencia, la tradición
mertoniana se va a centrar en el estudio de la arquitectura e ideologías que envuelven a la
ciencia. Son ilustrativos aquí los conceptos contexto de descubrimiento y contexto de
justificación:

‣ El contexto de descubrimiento se puede definir como el contorno de lo puramente


científico, una envoltura que se refiere al contexto social en el que se produce el
conocimiento.

‣ Mientras que el contexto de justificación engloba lo que podemos considerar la


dimensión interna de lo científico: criterios de validación, teoría y método.

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Así, Merton se preocupó por lo que debía ser la “buena ciencia” y llegó a postular un
conjunto de normas institucionales que garantizan el buen funcionamiento de la institución
científica. A este ethos del buen-hacer científico se le conoce por el acróstico CUDEOs:
comunismo, universalismo, desinterés y escepticismo organizado. Pero más que centrarnos
en los planteamientos concretos de la teoría mertoniana, queremos llamar la atención acerca
de los efectos de su pensamiento, a saber, el manteniendo de la separación entre ciencia y
sociología. Distinción por la cual “los científicos descubren de qué está constituido el mundo
y los sociólogos examinan el soporte social e institucional que permite a los científicos hacer
eso” (Bruun Jensen, 2017:2).

2.Hacia el giro ontológico:

2.1. Antecedentes:

A lo largo de la década de los 60 del siglo pasado se fragua un nuevo pensamiento que
rompe con las ideas de Merton. Si bien en una genealogía más extensa habría que considerar
varios factores en este tránsito, aquí llamaremos únicamente la atención sobre lo que supuso
la aportación teórica de Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas
(1962), en palabras de Lamo de Espinosa:

“Finalmente, no podemos olvidar que este giro lingüístico aparece sobredeterminado


por una profunda crisis de la concepción heredada de la ciencia en general, y de la ciencia
social en particular. Por supuesto, La estructura de las revoluciones científicas, de Kuhn, libro
que, desde la más pura ortodoxia neopositivista del Círculo de Viena (no en vano se publica
en la Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada), va a romper radicalmente con ella,
iniciando una verdadera revolución científica, había sido publicado mucho antes, en 1962, y
será determinante de una notable incertidumbre acerca del carácter de la ciencia” (2001: 41).

En La estructura de las revoluciones científicas Kuhn concibe que la producción del


conocimiento científico tiene lugar dentro de paradigmas. A estos paradigmas los describe
como “realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo,

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proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”. La historia de
la ciencia va a estar plagada de momentos en los que la actividad científica se desarrolla de
forma estable dentro de un mismo paradigma, a los que llama periodos de ciencia normal.
Estos periodos, eventualmente, se verán interrumpidos por revoluciones científicas, lo que
lleva a cambios de paradigma. Un cambio de paradigma comporta un cambio completo de la
cosmovisión y, con ella, de los problemas y los modos de proceder en el mundo científico.

Con Kuhn se plantea por primera vez la ruptura de las fronteras entre lo que la
concepción heredada había llamado contextos de descubrimiento y justificación.
Precisamente el concepto de paradigma en Kuhn, unido al análisis de Durkheim en Las
formas elementales de la experiencia religiosa (1912), donde plantea las formas religiosas de
los aborígenes australianos como expresiones de las categorías sociales, y junto a la idea de
juegos del lenguaje en el segundo Wittgenstein, mediante la cual postula que el seguimiento
de reglas que no se explican por la propia regla sino por el contexto en el cual las reglas son
invocadas, conforman las tres grandes influencias de la llamada Science Studies Unit de la
Universidad de Edimburgo.

De esta escuela vamos a rescatar la obra de David Bloor y, más concretamente, el


planteamiento que hace en el libro Conocimiento e imaginario social (1998), en el que
defiende que todo conocimiento, incluida la propia ciencia, debe tratarse como asunto a
investigar. Sugiere aquí cuatro principios, conocidos como programa fuerte, que deben guiar
la sociología del conocimiento científico, estos son:

‣ Debe ser causal, ocuparse de las condiciones que dan lugar a las creencias o
estados de conocimiento.

‣ Debe ser imparcial respecto a las ideas de verdad y falsedad. En esta perspectiva
ambos polos dicotómicos exigen una explicación.

‣ Debe ser simétrica, lo verdadero y lo falso se explicaran de acuerdo a los


mismos tipos de causa.

‣ Debe ser reflexiva, esto es, este mismo método será aplicable sobre la misma
sociología.

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Pero, tal y como explica Bruun Jensen (2017), esta nueva forma de pensar lo científico
en relación a lo social era provocativa “tanto para los científicos, que no tomaban con
amabilidad la idea de que el conocimiento sobre minerales, protozoos o quarks estuviera
determinado por intereses sociales, como para algunos estudiosos próximos a los llamados
STS”. Es justamente desde los estudios sobre la ciencia desde donde Michel Callon y Bruno
Latour quisieron matizar este pensamiento, dando lugar a lo que en su momento se formuló
como teoría del actor-red, en palabras del propio Bruun Jensen:

“Consultando la base conceptual desde la que se re-describe la ciencia como un conjunto de


construcciones sociales, Michel Callon y Bruno Latour (1992) identificaron un problema central. Era
evidente en cierto sentido que el problema era que el fundamento explicativo del constructivismo
social era sociológico. Pero entonces, ¿qué hace a los científicos sociales pensar que sus explicaciones
sociales están de alguna manera mejor fundamentadas en la realidad que las explicaciones que dan los
científicos naturales? Después de todo, si la física es una forma de conocimiento contingente y
construida, entonces seguramente la sociología también lo sea.” (2017:3)

Así, continúa Bruun Jensen, la teoría del actor-red llama a la recuperación de la


materialidad. En lugar de estudiar teorías y conceptos científicos los llamados STS se van a
acercar a las prácticas materiales de la ciencia, en este contexto la etnografía de laboratorio se
convirtió en un método habitual –cabe destacar los trabajos de Latour y Woolgar o de Knorr-
Cetina, entre otros.

Estudiar la ciencia en medio de las prácticas materiales en las que se produce nos lleva
a una reconcepción de los objetos científicos, cuya relevancia ya no será tanto individual sino
como partes de una red de más objetos. Estos objetos u entidades que conforman la red, dirá
Latour, son tanto humanas como no humanas. Resume bien Ian Hacking (citado en Bruun
Jensen, 2017) una de las principales implicaciones de esta mirada: la de que en adelante la
ciencia será vista más como intervención que como el método de representación.

Esta vuelta al ser profundo de las cosas, aunque sea a través de su relación con el resto
de elementos de la red, es lo que se conoce como giro ontológico, y que más adelante
explicaremos con mayor detenimiento. Pero antes, queremos llamar la atención brevemente,
sobre varias disciplinas que, de algún u otro modo, han vivido su particular giro ontológico.

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En el campo de la antropología, dirá Bruun Jensen, se ha incorporado esa mirada auto-
reflexiva que los STS tenían sobre la propia ciencia. Cabe destacar los trabajos etnográficos
de Viveiros de Castro y Marilyn Strathern, quienes llamaron la atención sobre la necesidad de
analizar los problemas de otras sociedades a través de sus propias perspectivas y no
imponiendo nuestras propias categorías desde la perspectiva occidental. El segundo de los
campos sobre el que hemos querido llamar la atención y que centrará el resto del ensayo parte
de una reflexión del etnometodólogo David Lynch, quien “propuso renombrar la teoría del
actor red, como la teoría del actante rizoma, en referencia al concepto de Deleuze que él cree
que subyace en la formulaciones de Latour” (citado en Bruun Jensen, 2017). Esta
reformulación allana el camino para aplicar las reflexiones ontológicas más allá de los
laboratorios. Así, desde mediados de los 90 contamos con trabajos que aplican esta
perspectiva al contexto de la consulta médica, como los de Charis Cussins o Annemarie Mol.

2.2. Ahora, vamos con la “ontología”:


Como sugiere Manuel García Morente (2000) cuando hablamos de ontología hablamos,
en términos generales, de la “teoría del ser” (rigurosamente sería la “teoría del ente”), en la
más amplia y basta acepción de lo que quiere decir esto. Podríamos, además, empezar por
preguntarnos “¿qué es el ser?”, o “¿quién es el ser?”. Si tenemos en cuenta la primera
pregunta, desde los planteamientos clásicos de filosofía, nos encontraríamos una
imposibilidad para responder. Para poder responder a esta pregunta deberíamos reducir al
“ser” en elementos de carácter más general, pero si estamos hablando del propio “ser”, la
tarea de reducirlo a una noción más general sería imposible. El “ser” es el concepto más
amplio de todos, no puede contener en sí otro concepto más extenso mediante el cual pueda
definirse (García Morente, 2000: 58-59).
Si pasamos a la segunda pregunta, presuponemos que no sabemos quién es el ser, no lo
conocemos, y que incluso, podríamos pensar, que hay diferentes pretensiones a ocupar el
lugar del ser, por lo que estaríamos hablando de un ser auténtico y otro ser inauténtico, un ser
falso. (García Morente, 2000: 60-61). Pero si vamos más allá, y aplicamos las dos preguntas
anteriores a través de los dos sentidos del verbo “ser”: existencia (estar ahí) y consistencia
(esencia), podrían surgir dos preguntas nuevas, a saber, “¿qué es consistir? y “¿quién

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consiste?”. Con la misma interpretación lógica aplicada anteriormente, la primera pregunta sí
podría ser resuelta (aunque de formas diferentes), pero la segunda pregunta no, de tal forma
que la ontología, definitivamente se encargaría de las preguntas sobre “¿quién existe?” y “qué
es consistir”?

3. Una “praxiología semiótico-material”:

3.1. La realidad como efecto de las prácticas:


Quizá podríamos plantear, siguiendo a Mol (2002), que la epistemología se habría
preocupado en intentar responder la pregunta de “¿qué es consistir?” preguntándose acerca de
cuál de las representaciones de la realidad era la verdadera. Esto sugiere que aparecen
diversas perspectivas que se dirigen hacia una materia existente en algún lugar (dando por
hecho, que la respuesta a la pregunta “¿quién existe?” se encuentra en el orden de las cosas),
algo preexistente a la cultura, donde esta última atribuiría formas distintas. Así, los
observadores se multiplican dejando a la entidad observada intacta, como algo puramente
contemplativo (Mol 2002: 11-12). El argumento filosófico, como vamos a desarrollar es, a
nuestro juicio, sino una redefinición absoluta de las preguntas anteriores acerca de la
ontología, un planteamiento posible como respuesta a la pregunta, que era imposible de
responder: “¿qué es el ser?”. Alejarse de la epistemología, buscar un “giro ontológico”, traer
las prácticas a un primer plano, interfiriendo en la asunción de un mundo singular y
ordenador (Lezaun y Woolgar, 2013: 323)
Este movimiento estaría buscando un camino diferente para investigar ese mundo
aparentemente ordenado y completo. Este camino manifiesta que en las prácticas
encontramos el hacer del mundo. Una concepción que evita asumir un mundo preexistente,
del cual únicamente tenemos diversas perspectivas e interpretaciones. La realidad emerge a
través de unas prácticas concretas.
Si hacemos esto, ya no nos encontramos ante una realidad pasiva, únicamente
contemplada, sino que empezamos a suponer que una realidad, una ontología, nace a través
de las prácticas concretas. Estamos ante entidades (una enfermedad, un objeto, etc) que son
manipuladas en diferentes ocasiones, y que nacen desde esas prácticas, dando lugar a posibles

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entidades u ontologías diferentes, multiplicadas. Pero no bajo una imagen de fragmentación,
sino bajo la idea de que las ontologías diversas existen y se sostienen unas a otras.

Así, esta posición que podríamos llamar empírico-ontológica, donde la realidad se hace
en las prácticas y relaciones donde el objeto está inserto, deja de buscar explicaciones
causales hacia el “qué” y nos empezamos a preguntar “¿cómo una entidad o realidad ha sido
hecha en determinadas prácticas y relaciones?”. Aunque hablar del giro ontológico es hablar
de una perspectiva muy amplia que engloba diferentes tradiciones intelectuales o filosóficas
en su interior, la pregunta fundamental que emerge de estas posiciones se interroga sobre
cómo los mundos son concretamente hechos, unidos o combinados, o transformados por
relaciones co-evolutivas de múltiples agentes (personas, tecnologías, materiales o ideas)
(Casper Bruun, 2017: 7).
Como acabamos de plantear, el presupuesto fundamental es que las realidades emergen
a partir de prácticas concretas. Las prácticas son, en este sentido, “productivas”, producen
realidades múltiples, conectadas, pero no enteramente coherentes (Law y Lien 2012).
Unos de los conceptos claves para hablar acerca acerca de las prácticas es el concepto
en inglés “enact”. Utilizamos este concepto para plantear que los objetos son enacted en
prácticas. Podríamos traducirlo diciendo que una entidad o una realidad es “puesta en
acción”, “actuada”, “activada” es sus prácticas. Este concepto puede contener el sentido de
“poner en escena”, “escenificar” (staging), pero también de hacer que exista algo (causing to
exist), de actuar (acting) (Martin, D. Spink, M.J. y Gomes Pereira, P.P., 2018: 297). Como
nos advierte Mol, no se debe utilizar el término con un sentido de causalidad o de “hacer que
ocurra algo”, que “dé lugar” a algo estabilizado en el presente. Hablar de “actuado” o
“activado” debe recordar que lo que se configura en ese preciso momento, en el aquí y el
ahora es algo inestable, es algo inacabado, porque hay formas posibles de sorpresas. Como
plantea Lezaun y Woolgar (2013: 323), estos conceptos nos ayudarían a huir de explicaciones
a través de circunstancias o contextos que exceden a la propia existencia del objeto o
realidad. En vez de utilizar el contexto como fuente de explicación, es el contexto el que
emerge como algo concreto de la interacción en determinadas prácticas, a través de todos sus
elementos. Esto nos hace pensar que los objetos son “actuados” o “puestos en acción”, pero
que es en esa práctica también desde donde emergen realidades particulares, no es un

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movimiento únicamente unidireccional. Así, frente a las críticas que se han centrado sobre la
tendencia en los STS a dar una prioridad de agencia primaria causal a la materialidad de los
objetos, las entidades físicas, durables, deberían ser tratadas como un logro práctico,
cualidades que son activadas en la práctica, la materialidad como contingencia de prácticas
(Lezaun y Woolgar, 2013: 326). A través de la propuesta de Law (2007: 9), que trata de
ejemplificar las características del mantenimiento de las redes y los tejidos a través de las
formas de la durabilidad material, nos sugiere que es fácil encarcerlar a las personas si hay
paredes y puertas (como entidades materiales) que contengan a las personas. Pero hay que
recordar, que una celda, o una cárcel funciona a través de una configuración de redes
específicas que incluyen desde personal de vigilancia hasta toda la red de burocracia penal
existente. Es el conjunto de esta configuración, de este tejido, lo que confiere la durabilidad,
y no es lo puramente material aquello que procurará estabilidad.

3.2. Multiplicidad:
Como hemos planteando hasta aquí, situarse sobre las diferentes prácticas y las
relaciones desde donde emerge una realidad nos permite pensar sobre la existencia de
realidades múltiples. Esta es una de las primeras formas que adquieren las prácticas. Cada
práctica genera su propia realidad, diferentes prácticas, múltiples realidades.
Pero es importante señalar que hablar de multitud no significa hablar de pluralismo.
Que una realidad o un objeto sea activado, actualizado, o puesto en acción de formas diversas
no significa su fragmentación. Tal y como nos expone Annemarie Mol a través de The body
multiple (2002) , en el hospital Z se actúan diferentes formas de arteriosclerosis. En estas
arteriosclerosis múltiples algunas de ellas permanecen juntas. La arteriosclerosis (singular) es
múltiple (varias) (Mol 2002: 84). Corremos el peligro de plantear esta idea como si fuese una
mera traslación, es decir, una misma entidad traducida de maneras diferentes en lugares
diferentes. Pero esto no es así. La aterosclerosis es una cosa diferente en cada uno de estos
lugares. Aún así, cabe la posibilidad de hablar en singular de un objeto, una realidad, o una
enfermedad, lo que implica decir que hay diferentes formas de coordinación, conexiones
parciales, de estas formas de actuación. Hay “más de uno, y menos que muchos” (Strathern
1991: 35 citado en Mol, 2002: 82). Esta multiplicidad de realidades parcialmente conectadas

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es lo que Latour (1993) llamará “ontologías variables” o Mol como “yuxtaposiciones
caleidoscópicas” (2003) (citado en Lezaun y Woolgar 2003: 324).
¿Qué formas de coordinación entre realidades diferentes se pueden dar?

3.3.Coreografías y coordinación:

Si las ontologías son múltiples se debe llevar a cabo un trabajo de coordinación o


“coreografía” para describir las prácticas que permiten un alineamiento de realidades
diversas, y crear un mundo conmensurable (Cussins 1996 citado en Woolgar y Lezaun 2013:
324). Como hemos planteado hasta aquí, los trabajos de singularización son logros frágiles,
que no implica por supuesto que todas las entidades encajen unas con otras, que no se puedan
producir roces que desemboquen en conflicto (o no), o que incluso el conflicto acabe
reconfigurando el tejido y sus elementos de manera completamente diferente (o dichos
conflictos se mantengan a lo largo del tiempo sin que haya un cierre de estas diferencias).

Esta nueva visión de la realidad se va a fijar sobre todo en los procesos en que estos
elementos heterogéneos se entrelazan de forma dinámica y del modo en que esa multiplicidad
no implica la fragmentación de los objetos individuales. Para explicar de qué manera sucede
esa coordinación nos han parecido interesante ayudarnos a través de dos ejemplos de
etnografías en consultas médicas. La primera es la que lleva a cabo la propia Annemarie Mol
y la segunda tiene que ver con el trabajo que nos muestra el antropólogo brasileño Tiago
Moreira, en Heterogeneity and coordination of blood pressure in neurosurgery (2006)

Arteriosclerosis.

Como punto de partida vamos a pensar que hay dos cuestiones que juntas son
sinónimo de arterioesclerosis, por un lado, el dolor y la dificultad al caminar y, por otro lado,
la pérdida de presión arterial del brazo al tobillo. Mol explica como en el hospital Z se
utilizan dos técnicas distintas para diagnosticar la arteriosclerosis: una de ellas tiene lugar en
la consulta durante el examen físico, la otra la realiza el técnico midiendo la presión de brazo
y tobillo, de forma que se elabora un índice que mide la gravedad de la caída de la presión de

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un miembro con respecto al otro. Así es como el dolor, que lleva al paciente a acudir al
médico, y la presión arterial se mantienen unidas en el cuerpo conformando un único objeto:
la arteriosclerosis.

Pero no en todos los casos coinciden ambas técnicas de diagnóstico. Mol explica como
en el paciente Mr. Somers, no existe una coherencia entre las arteriosclerosis actuadas. Lo
que en la consulta médica es dolor y dificultad para caminar, durante la comprobación de su
presión arterial no se manifiesta en una caída de presión alarmante. Con el objetivo crear una
coordinación entre ambas formas de diagnóstico es necesario establecer una jerarquía, una
jerarquía que además está institucionalizada. Una realidad es empujada sobre otra. En este
caso prevalece la opinión del técnico encargado de medir la presión, pero no siempre es así.

Durante su etnografía, Mol, se encuentra con casos en los que la opinión de la consulta se
impone sobre la del técnico. Es por ejemplo el caso de los pacientes diabéticos, para los que
el rango de presión que se clasifica como no-arteriosclerosis no siempre es fiable. También
ocurre en los casos en los que la arteria está demasiado calcificada y no permite una
compresión adecuada. Pero más allá de ejemplos concretos, lo interesante es cómo a veces
esa jerarquía se pone en duda, y esa puesta en duda pasa precisamente por analizar las
prácticas de medida. Así, Mol ejemplifica como la arteriosclerosis no es un objeto único
conformado por la unión coherente de dolor y caída de presión, sino que en ocasiones la
relación entre ambos elementos es ‘incoherente’. Cuando se producen incoherencias, cuando
los elementos que deberían estar en línea no lo están, se requiere un trabajo de coordinación
para alinearlos. Un trabajo que no pasa porque un elemento niegue al otro, sino por la
familiarización con las técnicas de medida, de manera que se sepa cuando hay que creerlas y
cuando hay que descartarlas. Una especie de coreografía. 

Ante resultados contradictorios, los cirujanos no se preguntan cuál de las
aterosclerosis actuadas es la “verdadera”, sino que se preguntan “qué hacer con el paciente”.
Y en ese “qué hacer” entran en juego más elementos que el dolor manifestado por el paciente
o la caída de presión arterial. Aparece por ejemplo, una “aterosclerosis social”, que tiene que
ver con una evaluación de distintos factores que van desde la mejora que va a suponer para el
paciente una operación quirúrgica hasta la propia motivación del paciente hacia la operación.

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El siguiente paso en esta puesta en acción de la aterosclerosis consiste en localizar y
cuantificar. Para ello existen dos técnicas: la angiografía y el examen de ultrasonido dúplex/
doppler. Cada una accede a un objeto distinto. Mientras la primera proporciona una imagen
del flujo luminoso a través de la arteria, la segunda nos habla de la velocidad de la sangre. En
cuanto al impacto sobre el paciente, la angiografía implica la inyección de un colorante en
sangre y la exposición a radiación. La técnica de ultrasonido, por su parte, presenta un
carácter mucho menos invasivo. Pero antes de ponerlas en marcha, se deben establecer o
coordinar equivalencias fiables entre los resultados de ambas pruebas. Se han de coordinar
dos realidades diferentes.

Ambas técnicas presentan una correlación del 82%. Esta diferencia del 18% nos lleva a
encontrarnos con casos como el de la señora Veger, donde los resultados de angiografía y
examen de ultrasonido nos plantean interpretaciones dispares. En este caso también se
establece una jerarquía, pero como ocurría en el caso anterior, esta jerarquía ya no es
incuestionable.

Presión sanguínea.

Tiago Moreira nos habla sobre la consulta de un neurocirujano. En esta historia
podemos ver cómo se coordina la multiplicidad de elementos que conforman, en este caso, la
presión sanguínea. 

Es importante conocer de antemano que anestesistas y cirujanos acceden a la presión arterial
a través de dos técnicas diferentes. A través del esfigmomanómetro y a través del pulso del
dedo. Estas dos técnicas, al igual que en el caso anterior, actúan de forma distinta a la presión
sanguínea.

Es habitual que durante una intervención en el córtex cerebral un cirujano puncione


accidentalmente. En una de las situaciones, el volumen de sangre provocado por una punción
alertó al cirujano, el dr. Carvalhosa, quien esperaba a esas alturas de la operación, que el
medicamento inyectado favoreciese otra reacción en el cerebro ante tal punción. Sorprendido,
se dirigió a la anestesista, la doctora Amaro, pensando que el sangrado podría estar
relacionado con una elevada presión arterial. Pero la doctora manifestó que la presión arterial
había ido decreciendo en los diez últimos minutos y que, en ese punto de la operación, era la

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esperable. Así, es importante que neurocirujanos y neuro-anestesistas coordinen sus acciones,
a pesar de la diferencia de criterio, para conseguir su objetivo común: mantener controlada la
presión sanguínea del paciente.

A través de este ejemplo Moreira ilustra sobre cómo las entidades, en este caso la
presión arterial, no son ajenos a las prácticas locales en las que son puestos en acción,
prácticas que como vemos en este último ejemplo, implica la coordinación entre distintas
entidades: el criterio del cirujano, el criterio de la anestesista, el esfigmomanómetro…En
palabras de Moreira:

“Pensar en términos de objeto delimitados (…) no puede explicar la forma en que su


multiplicidad puede estructurarlos y mantenerlos a través de la coordinación de prácticas
locales.” (Moreira, 2006:78)

3.4.Sobre la innovación y la precariedad:

Ayudándonos de un ejemplo de Mol una vez más, en esta historia nos encontramos a
dos actores diferentes, los cirujanos y los hematólogos (Mol 2002: 108-111). En el
laboratorio de hematología, la arteriosclerosis es actuada como una interacción entre
componentes de la sangre y las paredes de los vasos sanguíneos. Una desviación que
involucra los procesos de coagulación de la sangre. Sin embargo, los cirujanos dentro del
departamento de cirugía vascular, actúan la arteriosclerosis como un proceso de generación
de una placa que obstruye los vasos sanguíneos, y que a través de procesos de “extirpación”
puede ser extraído del cuerpo. En esta posible contradicción de lo que es la arteriosclerosis
(un problema de coagulación de la sangre o una estenosis de los vasos sanguíneos) puede que
no haya controversia alguna mientras estas dos realidades se mantengan bien distribuidas en
espacios diferentes. La propia sangre se vuelve algo diferente en cada uno de estos lugares.
Para el laboratorio de hematología la sangre es algo que se debe extraer del cuerpo y dar
lugar a análisis y pruebas, mientras que en la sala de cirugía la sangre es un elemento que ha
de conservarse con todos los esfuerzos posibles dentro del cuerpo. Nos encontramos dos
realidades diferentes, con una posibilidad de coordinación limitada, pero que no genera
ningún conflicto, siempre y cuando estas diferentes se mantengan separadas.

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Pero otro caso de estudio nos propone un proceso realmente diferente. En la historia de
Callon (1986) nos encontramos ante una realidad que mezcla a los pescadores, las vieiras de
Brittany y los científicos interesados en la gran presión de pesca sobre estas últimas. Una
noche, los pescadores se saltan el acuerdo e invaden las zonas reservadas para el criado de las
vieiras, provocando la ruptura del tejido que actuaba, tanto a pescadores y a vieiras de una
forma determinada. Esta historia, a diferencia de la anterior, nos muestra como los roces entre
realidades diferentes pueden entran en conflicto y dar lugar a una realidad enteramente nueva
y diferente.

Las ontologías múltiples pueden dar lugar a una realidad (más de una y menos que
muchas) “extravagante”. Una realidad que se hace o dice fuera del orden de lo común, algo
raro, extraño, “excesivamente original”. Las coreografías de las prácticas mediante las cuales
se nos presenta una realidad en singular también pueden fallar. Son precarias. Las prácticas
pueden generar realidades inesperadas (Law y Lien 2012: 11). Si la realidad es en sí misma
performativa, esto es, los componentes y diversos actores se van reconfigurando mutuamente
a través de las prácticas y sus relaciones, la posibilidad de mantenimiento de los tejidos es un
proceso frágil. La diferencia entre realidades actuadas de forma diferente es un elemento
central, que permitirá o no el mantenimiento del tejido, o puede ser productivo dando lugar a
realidades nuevas. Aunque estas diferencias se pueden dar sin conflicto alguno, podemos
localizar conflictos que puede que nunca lleguen a cerrarse (Mol 2002:105). Como se puede
ver en el apartado anterior, se dan diferentes recursos para distribuir las tensiones a través de
diferentes lugares. Incluso puede haber contradicciones que no se encontrarán nunca en un
espacio común, se mantienen separadas, intentado alcanzar diferentes propósitos (Mol 2002:
110).

Ya hemos visto cómo una realidad puede ser favorecida sobre otra. Una realidad
ensombrece y deja por el camino un rastro de aquellas realidades “que no lo lograron”. De
esto vamos a hablar en el siguiente apartado.

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3.5.¿Podrían ser las cosas de otra forma?:

El trabajo de Ingunn Moser (2008 citado en Law 2019: 12) nos muestra de qué manera
la demencia actuada como realidad en las prácticas biomédicas es aquella que obtiene la
mayoría de los recursos y las ayudas disponibles. Pero la demencia no es una realidad
únicamente médica o biológica. La demencia es puesta en acción a través de prácticas
diferentes. Aquella demencia actuada a través de los cuidados tiene una gran relevancia y los
recursos desde los gobiernos han desatendido este tipo de realidades a favor de la alternativa
biomédica. Esta historia nos relata de qué manera algunas ontologías y prácticas son
presionadas, favorecidas, sobre otras. Es una historia acerca de cómo se producen una serie
de prácticas y decisiones que tienden a favorecer una ontología singular, desechando otras
realidades.

Como hemos visto hasta aquí, el movimiento desde la epistemología hacia la ontología
nos permite dejar de hablar de múltiples perspectivas para hablar de múltiples realidades. Si
las realidades son actuadas de formas específicas, estas mismas realidades, en principio,
podrían pensarse para ser actualizadas de forma diferente. Desde Haraway y Mol, podemos
sugerir que una de las mayores contribuciones de la perspectiva semiótico-material o el giro
ontológico es aquella nos ha permitido pensar que la realidad no es un destino (Law 2019:
10). Lo ontológico y lo político, desde nuestra posición, son cuestiones inseparables.
Podríamos hablar de “ontopolíticas”.
De esta forma, las prácticas aparecen como un proceso productivo que actualizan una
realidad concreta, la cual tiene también sus sombras. El reconocimiento de una realidad
elimina o ensombrece el reconocimiento de otras realidades. En efecto, si las ontologías son
múltiples, estamos afirmando que las cosas y la realidad puede ser organizada de formas
diferentes. Hay formas de condensar realidades y hacer que otras fallen
“necesariamente” (Law y Lien 2012: 9).

Pero esto tampoco nos debe hacer asumir una posición ingenua, donde todo es
dependiente de una decisión. Muchas veces es imposible deshacer las prácticas que actúan
realidades concretas (aunque puede haber sorpresas). Más bien hablamos de diferentes
posibilidades de realidad. Como señala Ashmore (2005) una de las aportaciones más

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importantes que podríamos pensar desde la ontología es que la asunción de la “ciencia como
algo acabado” no es apropiada. Nada es acabado. La acción no para.

4. Conclusiones:
A lo largo del trabajo hemos planteado un punto de vista que podría acercarse a una
propuesta más abstracta o teorética. Pero más allá de esto, y de acuerdo con la postura de
Law (2019) o Bruun (2017), las propuestas “semióticomateriales” o aquello que podríamos
llamar “giro ontológico”, trata de superar la configuración de una gran teoría o una escuela
específica. Realmente aquello de lo que hemos hablado a lo largo del trabajo procede de una
serie de solapamientos entre diversas propuestas intelectuales, que lo que realmente nos
concede es una sensibilidad renovada. Dentro de la lógica propuesta en estas posiciones, sería
coherente intentar de las “grandes teorías” o lo puramente contemplativo, y hablar de una
nueva sensibilidad que nos lleve a fijarnos en los procesos y prácticas que actualizan una
realidad concreta. Esta nueva sensibilidad es actuada a través de la labor específica que
hagamos como investigadores. Como señala Mol (2002), lo que realmente estamos
planteando es un trabajo de “filosofía empírica”, un trabajo situado en un lugar y no en otro,
una investigación entendida como una práctica en un lugar concreto, donde lo teórico no
antecede a la realidad que vamos a observar, sino completamente al contrario. Situar el
trabajo empírico en un primer plano, atendiendo a las prácticas, a las materialidades, a las
realidades que emergen de las propias prácticas. Una sensibilidad que nos da las herramientas
para movernos del estudio de lo real desde el ámbito epistemológico hacia un ejercicio
praxiográfico (Mol, 2002: 33).

Una buena forma de comenzar (Law y Lien 2012: 10) sería centrarnos en una práctica,
preguntarnos acerca de la coreografía de los elementos heterogéneos (humanos y no
humanos) involucrados y ver de qué manera la realidad es actuada. Esta forma nos permite
explorar la conformación de tejidos, que son a su vez performativos, moldean y son
moldeados por sus diferentes elementos. Esto nos hace suponer que las relaciones se
extienden a lo largo del espacio y el tiempo, configurando nuevos actores o escenas, pero

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también nos permite hablar de que en conjunto, toda relación es precaria, potencialmente
frágil. Como mostraba Callón, solo hace falta que uno de los componentes “improvise” para
que el tejido se desenrede. Así, si las prácticas y redes se extienden ad infinitum, serán los
intereses y objetivos del investigador lo que harán situarse en un lugar y espacio de las
prácticas concreto, ya sea en el hospital Z o en un criadero de Salmones.
Esto nos hace dar cuenta de que nuestra posición o producción como investigadores no
es inocente, la teoría social también es performativa. La sensibilidad ontológica nos permite
ver que toda realidad puede ser diferente, que “la realidad no es un destino” (Law, 2017).
Nuestras investigaciones podrían mostrar que las más arraigadas realidades pueden ser de
otra manera. Pero también es ingenuo admitir que las prácticas y las relaciones no están
inmersas y dan lugar a unas relaciones de poder concretas, donde las realidades actuadas van
dejando un rastro de realidades ensombrecidas (non-realities). Re-hacer la realidad y las
prácticas que la configuran puede ser difícil, sino imposible. Pero hablar de la ontopolítica,
hablar de la relación inseparable entre ontología y política, nos permite imaginar que la
realidad puede ser de otra manera.

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5. Bibliografía:

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octubre 2005.
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