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Alexander Alekhine: una vida tumultuosa

Por Horacio R. Olivera


Alexander Aleksandrovich Alekhine no necesita presentación. Ajedrecista de élite durante casi toda la
primera mitad del siglo XX, alcanzó la cumbre de su carrera al conquistar el campeonato mundial, cuando
derrotó nada menos que al inigualable José Raúl Capablanca en 1927, conquista que mantuvo durante
el resto de sus días, ya que fue el único monarca ajedrecístico que falleció en posesión del título. Pero
más allá de sus notables logros deportivos, fueron la belleza de su estilo de juego combinativo y su
turbulenta y polémica vida, los que lo convirtieron en una verdadera leyenda. En las siguientes líneas, un
breve repaso de su trayectoria.

Hace hoy 124 años, el 31 de octubre de 1892, nacía en Moscú, en


el seno de una familia perteneciente a la nobleza, Alexander
Alekhine, llamado a ser uno de los ajedrecistas más extraordinarios
de todos los tiempos.

No fue un niño prodigio, como muchos otros campeones, pero en


su infancia fue acercándose paulatinamente al ajedrez hasta
comenzar a destacarse en torneos y lograr el triunfo en el Torneo
de San Petersburgo para aficionados, en 1909. Este éxito potenció
su interés por el juego y permitió el desarrollo de su
extraordinario talento natural, el que aunado a una gran
capacidad de estudio y notable perseverancia, le valieron nuevas
victorias en los años subsiguientes, las cuales permitieron que
competiera en 1914 (el mismo año en el que obtuvo su Licenciatura
en Leyes) en el gran Torneo de San Petersburgo de 1914, en el
que se midió con los más afamados jugadores de la época.
Alekhine, como era de esperar, cumplió una magnífica
performance, alcanzando la tercera posición tras Lasker y Capablanca, postergando a Tarrasch,
Marshall y otros jugadores de gran jerarquía. El Zar Nicolás II otorgó a los cinco nombrados, por
primera vez en la historia del juego, el título de Gran Maestro de Ajedrez.

Definitivamente instalado en el Olimpo del ajedrez mundial, el estallido de la Primera Guerra Mundial
lo encontró jugando en Manheim, Alemania, un torneo que ganó con claridad ante fuertes ajedrecistas
de la época (Vidmar, Marshall, Bogoljubow, etc.). Pero al terminar el mismo, debido a su condición
de ruso, fue detenido por las autoridades, junto a otros jugadores compatriotas, para ser liberado tras
algunos meses de cautiverio, permitiéndosele volver a su país en 1915. A partir de su llegada de regreso
a Moscú, se alistó en la Cruz Roja, cumpliendo su servicio con tal efectividad que se hizo merecedor de
tres medallas.

Pero en 1917, con el advenimiento de la Revolución Rusa, sus bienes y los de su adinerada familia fueron
confiscados por el gobierno bolchevique y, en 1919, Alekhine fue acusado de espionaje
contrarrevolucionario y puesto bajo arresto en Odessa. Cuenta la leyenda que enterado Trotzky, uno
de los más encumbrados líderes bolcheviques, visitó un día la cárcel al solo efecto de jugar unas partidas
con el afamado maestro, cumplido lo cual le hizo otorgar de inmediato la libertad. Verdadera o no la
anécdota, lo cierto es que el jugador salió de su confinamiento y ganó luego con autoridad el
Campeonato de Moscú en 1920. No obstante, desde su misma liberación, Alekhine bregó por una
ruptura con el régimen soviético, gestionando por todos los medios a su alcance una autorización para
lograr salir del país. Finalmente, y si bien ha sido materia de discusión durante años si la logró o si huyó
en forma clandestina, obtuvo un visado (según asevera Kotov, su biógrafo más destacado) y viajó a
Francia en 1921, para no volver nunca más a su tierra natal.

Afincado en el país galo y habiendo revalidado su título profesional de abogado en la Universidad de la


Sorbona (aunque nunca ejercería la profesión), comenzó una espectacular racha de éxitos en torneos
internacionales, siempre ocupando primeros y segundos puestos, no obstante enfrentarse a los principales
jugadores del mundo. Así, ganó en Budapest y La Haya en 1921, Hastings 1992, Carlsbad y
Portsmouth en 1923, París y Baden-Baden 1925, Hastings y Birmingham en 1926, por nombrar solo
los certámenes más resonantes. Pero lo más importante es el estilo con el que alcanzaba sus logros:
activo, espectacular, combinativo y sin especulaciones, lo que comenzó a cimentar la fama que lo hizo
trascender como uno de los más grandes jugadores de ataque de la historia del ajedrez.

Consciente de su enorme fuerza ajedrecística, comenzó a soñar con el título de campeón del mundo, a la
sazón en manos
del prodigio
cubano José
Raúl
Capablanca.
Durante algún
tiempo intentó
Alekhine
conseguir el
dinero
necesario para
desafiarlo, pero
recién en 1927,
merced al
auspicio del
gobierno de la
República
Argentina, logró concretar el reto. En ese mismo año, Francia le otorgó la ciudadanía definitiva. El
match se jugó en Buenos Aires y, contra todos los pronósticos, Alexander Alekhine se consagró nuevo
Campeón del Mundo al cabo de 34 partidas.

Luego de esta magnífica victoria, el nuevo campeón se negó sistemáticamente a conceder la revancha
que Capablanca le reclamó en diversas oportunidades y que era, en esos tiempos, de rigor otorgar. Pero
sí aceptó defender el título en sendos matches ante el ruso Effim Bogoljubow (un fuerte maestro, aunque
de fuerza sensiblemente inferior a la del cubano) en 1929 y 1934, derrotándolo con holgura. En el interín,
continuó cosechando triunfos en torneos, como en San Remo 1930, Bled 1931, París 1933 y Zurich
1934.
Ya a partir de 1931, sin embargo, había entrado en
escena un adversario que amenazó con ensombrecer las
capacidades ajedrecísticas del campeón: su desmedida
afición por la bebida, la que, pese al triunfo obtenido,
se había hecho ostensible durante el segundo match con
Bogoljubow. En 1935, Alekhine aceptó el reto del
holandés Max Euwe, a quien consideraba un jugador
“menor”. El mismo retador comentó que en varias
partidas del encuentro por el título que protagonizaron,
el campeón se presentó ante el tablero borracho y, en
ocasiones, en estado verdaderamente deplorable. No
resultó extraño entonces que el holandés se alzara con
la victoria, demostrando, más allá de los problemas de Alekhine con la bebida, que tenía la talla
suficiente para hacerle frente y hasta derrotarlo.

Sin embargo, el genio ruso/francés, herido en su orgullo, abandonó el alcohol luego de la derrota, se
preparó concienzudamente y en el match revancha de 1937 recuperó el título.

Largo y ocioso sería continuar detallando los torneos que el gran campeón continuó ganando en los años
sucesivos, pues sus éxitos fueron muchos y sobresalientes. Sí diremos que su juego continuó el sendero
de brillantez de sus años más jóvenes, pero también que sus permanentes recaídas en el vicio del
alcohol comenzaron a minar progresivamente la calidad de del mismo.

En 1939 jugó representando a Francia en el Torneo de la Naciones efectuado en Buenos Aires, mientras
en Europa se iniciaba la Segunda Guerra Mundial, pero en lugar de quedarse en Sudamérica como
hicieron muchos maestros participantes, regresó a su país de adopción al terminar la competencia, solo
para dar lugar a otras de las grandes controversias que deparó su turbulenta vida. Se especula con que, a
su arribo a Francia, las autoridades de las fuerzas alemanas de ocupación le ofrecieron garantías sobre
sus posesiones y las de su esposa, a cambio de que participara, en su calidad de campeón, en
certámenes organizados y difundidos por el Tercer
Reich, tanto en Alemania como en los territorios
ocupados. Aquí nace una nueva y oscura faceta en la
vida de Alekhine, quien será considerado a partir de ese
momento un “colaboracionista”, al aceptar la
propuesta y jugar en los torneos patrocinados por el
nazismo.

Más aún, es todavía motivo de debate la publicación, en


1941, de dos artículos periodísticos antisemitas, sin
firma pero que se le adjudicaron al campeón, titulados
“El ajedrez ario” y “El ajedrez judío”. Si bien luego de 1945 Alekhine admitió haberlos escrito, dijo
que los mismos habían sido modificados por los alemanes para darles carácter de propaganda

Para 1943, Alekhine se trasladó a España. A estas alturas era un hombre físicamente destruido por el
alcohol y moralmente destrozado por los recuerdos de un pasado de esplendor y una actualidad de
soledad y reproches. Tres matrimonios deshechos que habían transformado en nada su vida sentimental;
el odio de sus compatriotas en su tierra natal, que lo consideraban un traidor a la patria; el casi unánime
rechazo mundial por sus actividades pro-hitleristas y la pérdida de confianza de los muy pocos amigos
que había tenido en el ambiente ajedrecístico, hicieron que su carácter, de natural egocentrista, hosco
y reservado, se agriara aún más, virando a agresivo y hasta violento.

Lo único que le quedaba era el ajedrez, su amor por los gatos y su corona de campeón mundial. Terminada
la guerra, arruinado económicamente, se ganó la vida
dando simultáneas y algunas conferencias en España y
Portugal. A la vez, negociaba con el nuevo astro soviético
Mikhail Botvinnik, la realización de un match por el
título. Pero cuando la gestiones para la realización de los
juegos parecían estar llegando a buen puerto, el 24 de
Marzo de 1946 murió en un hotel de la ciudad de
Estoril, en Portugal, por causas que no han sido
totalmente aclaradas aún, a setenta años de ocurrido el
fallecimiento. Si bien el certificado oficial de defunción,
como así también el informe de la autopsia, dan como
motivo del hecho el atragantamiento con un trozo de
carne, muchos continúan especulando con el suicidio y
otros hasta con un posible asesinato, bien llevado a cabo
por miembros de la resistencia francesa en venganza por
sus actividades colaboracionistas, bien por los servicios
secretos soviéticos, que lo consideraron siempre un traidor. Alexander Alekhine ocupa hoy un
inamovible sitial entre las glorias del ajedrez mundial. Nada podrá ensombrecer sus capacidades
ajedrecísticas de excepción, sus brillantísimas combinaciones ni las enseñanzas que sus partidas dejaron
a los ajedrecistas de las generaciones futuras.

Sus actitudes fuera del tablero, no obstante, le granjearon odios y enemistades. Muchos de esos
procederes cuestionados, son parte de oscuros rasgos de su personalidad que, incluso hoy, constituyen y
seguramente seguirán constituyendo, motivo de debate entre los historiadores del juego ciencia.

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