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Curso Virtual “Inclusión escolar: sostener las diferencias. La construcción de
adecuaciones curriculares” dictado por FEPI, Bs. As.
Intervenciones en el Jardín
desde un equipo interdisciplinario1
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Primer escenario
Comienzo por intentar situar el lugar desde el que voy a enunciar lo que diga.
Lugar que tiene que ver con mi especificidad, la Psicopedagogía Inicial, y con el
modo de concebirla: como una disciplina teórico-clínica que se despliega en el seno de
un equipo interdisciplinario y que –más precisamente- se define en su atravesamiento
por la interdisciplinariedad.
A la Psicopedagogía Inicial, le es inherente el abordaje clínico del niño
pequeño con problemas en su desarrollo. Tal es su objeto de trabajo y eje del
entramado conceptual que le da sustento y sostén a su práctica.
Se constituye y se construye como un campo terapéutico que se enmarca en lo
que se denomina como “Intervención temprana” situando y situándose en diferencia
con la Estimulación Temprana en tanto disciplina que se ocupa de “los bebés” con
problemas en su desarrollo.
En rigor, la Psicopedagogía Inicial se funda en una inquietud clínica y es efecto
del trabajo interdisciplinario.
Su cuerpo teórico-clínico comienza a configurarse buscando responder a una
pregunta que supo abrirse en el ámbito de la práctica de la Estimulación Temprana
en el Centro “Dra. Lydia Coriat”: aquella que remite a la diferencia entre el “ser bebé”
y el “ser nene” en los tiempos de la primera infancia.
Implicarnos en esta pregunta –que abrió paso a la Psicopedagogía Inicial como
una forma de intervención específica- nos lanzó a reflexionar acerca del lugar de los
bebés y del lugar de los nenes en función de los tiempos lógicos y su particular
atravesamiento por los tiempos cronológicos y sociales. Y nos desafió a adentrarnos en
“el mundo del niño pequeño”: sus tiempos subjetivos, las transformaciones
cognoscitivas, sus producciones y sus modos de apropiación…
¿Sería posible concebirlo dejando por fuera el armado psíquico?, ¿los procesos
de adquisición del lenguaje?, ¿excluyendo lo que hace a su dominio (o indominio)
psicomotor?, ¿desestimando su juego y su “ser o no ser” jugador”?, ¿marginando sus
posibilidades y modalidades de aprendizaje?, ¿o a los padres como factor determinante
en la constitución de una demanda diferente para él? En síntesis ¿sería posible pensar
a este campo complejo sin un trabajo interdisciplinario?2, ¿sin un sostén
interdisciplinario?
1 Versión plana de la clase que forma parte del Curso Virtual “Inclusión escolar:
sostener las diferencias. La construcción de adecuaciones curriculares” dictado por
FEPI, Bs. As., 2009.
2 Plantea E. Morin que todo sistema conceptual suficientemente rico incluye necesariamente
cuestiones a las que no puede responder desde sí mismo, a las que sólo puede responder
refiriéndose al exterior de ese sistema. Y –adentrándose en la “Epistemología de la
complejidad”- cuestiona la existencia de una “instancia soberana” con control en todo el saber.
Hay una pluralidad de instancias –sostiene- y cada una de ellas es decisiva y es –a la vez-
insuficiente, comportando un principio de incertidumbre. Me pareció interesante retomar estas
afirmaciones para “hacerlas trabajar” interpelando a las “disciplinas” en tanto encerradas en
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En rigor, pensamos que es tal trabajo el que sostiene y define a esta
especificidad y da consistencia teórico-clínica a su praxis.
Segundo escenario: “los nenes con los nenes”… y los primeros tiempos de la
escolarización
Situada la especificidad del lugar desde el que enuncio, tocará develar la
entrada en escena –en este escrito y en la vida de los niños- de la institución escolar,
particularmente, de aquella que contiene a los niños pequeños – objeto de trabajo de
esta disciplina.
Veamos…
Hace a la posición de niños pequeños sostener la posibilidad de comenzar a
recorrer espacios extra-familiares, insertándose en alguna forma de discurso social que
“va más allá del discurso de los padres”. “Se trata de un momento inaugural: la
entrada del niño en una extensión (o ampliación) discursiva que supera a la de los
padres”. (Jerusalinsky A., 2007). Y la forma más “regulada/ reglada” de extensión
discursiva que aparece en nuestra cultura es la escolarización.
Entonces, los niños –que van dejando de ser bebés- comienzan a incluirse en
circuitos institucionales (más o menos formales) que el entorno cultural ofrece y que
operan con una legalidad diferente a la familiar proponiendo un nuevo dispositivo
portador de un nuevo “orden”, que toma la forma de reglas a las que los niños deben
reconocer y responder.
Circuitos en que –en ese movimiento de inclusión- se los desafía al encuentro
con otros- pares, se los interpela desde otros códigos, se les propone la interacción
con diferentes objetos, se les reclama responder a una legalidad que condiciona y
regula sus intercambios y que –por si lo dicho fuera poco- los sitúa y los demanda a
ser “uno más” de un grupo.
Ahora bien, esta “salida” de un niño desde lo familiar hacia lo comunitario está
supeditada a que se articule una demanda que lo “tironee” en ese sentido. A que se lo
demande a ser un “nene” que –como tal- “vaya al jardín”, porte o no problemas en
su desarrollo. Y ello, en tanto se lo suponga capaz de responder y de sostener
tal desafío. Cosa que puede complicarse cuando algún obstáculo ha hecho su
aparición obturando su desarrollo.
Entonces…
Si de niños pequeños se ocupa la Psicopedagogía Inicial resultará un eje de
nuestro abordaje clínico el incluir y el sostener la demanda de circulación del niño
por tales espacios de socialización y de aprendizaje. Y, si los problemas en el
desarrollo son nuestro campo de trabajo, no podrán quedar ajenos a nuestra
intervención el abrir, habilitar y dar soporte a esta demanda. En un abordaje que
apuntará al niño, a los padres y –necesariamente- a la institución escolar.
reductos de saber que –como él mismo señala- “devienen en un espíritu de propietario que
prohíbe toda incursión extranjera en su parcela…”.
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En ese marco podemos abarcar un amplio espectro de intervenciones que van
desde la reflexión con los padres para definir la elección de una modalidad y de una
institución para su hijo, hasta los encuentros con el equipo docente que participa en
la cotidianeidad de su escolaridad para pensar y delinear conjuntamente las estrategias
que aportarán a sus aprendizajes y a su interacción con los pares.
Trabajo con los padres y encuentros con los Jardines de los niños, en los
Jardines. Todo ello, en tanto nos importan las primeras experiencias de un niño en
ese ámbito. Es más, nos parecen nodales, ya que se fundará en ellas una historia
escolar que –podemos arriesgar- no será sin obstáculos.
Entonces
Que el Jardín sea un lugar posible para un niño: para aprender, para
encontrarse con otros, para socializarse. Que pueda sostenerse en ese espacio que lo
desafía y lo contiene. Que puede apropiarse de las legalidades que le son propias.
Que encuentre los modos de aproximarse a los aprendizajes que desde ese contexto
se le ofrecen y se le reclaman…
Nos requiere en un trabajo con los papás y con las escuelas que va más allá de
las “adaptaciones curriculares” que podamos contribuir a diseñar.
Los terapeutas, resultaríamos ser una suerte de “bisagra” que operamos entre
el ámbito clínico y el escolar intentando conformar un espacio de trabajo en el que sea
posible la reflexión conjunta para analizar e intervenir respecto a los aprendizajes de
cada niño en un grupo de una escuela particular. En el que cada parte (la
terapéutica, la escolar) tiene su saber especifico y necesita del otro para
poder trabajar con los obstáculos que aparecen en su propia práctica. Hete
aquí lo que motoriza y fundamenta el trabajo interdisciplinario, tal como lo
concebimos. Y respecto al cual, intentaremos dar cuenta durante el recorrido de esta
clase.
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con) las escuelas. Operamos así una intromisión en un ámbito que nos es ajeno, que
es extraño a nuestra función específica.
Y que –por más que el Jardín nos convoque a entrometernos- no deja de
generar cierta incomodidad. Aquella que –en definitiva- toda intromisión trae consigo:
para los unos-anfitriones y para los otros-forasteros.
Como forasteros nos terminamos inmiscuyendo en un territorio en el que la
diferencia se nos impone: aquella que define y otorga función específica a cada uno
de nuestros ámbitos, el terapéutico y el escolar. Y que debemos intentar no ignorar
para que sea posible trabajar con ella y desde ella.
Si no, podríamos perdernos y achatarnos en cierta ilusión de igualdad y de
simetría que –eso sí- nos evitaría el riesgo de la incomodidad. Y pretenderíamos una
suerte de “traspolación” de ideas, de estrategias… en un intento de generalizarlas, de
reproducirlas y no de hacerlas “retrabajar” en el interior de las particularidades y de la
dinámica de cada contexto.
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gracias a él podemos tener intervenciones específicas. ¿Qué pasa cuando un docente
se hace cargo de todo? ¿Que pasa cuando el fonoaudiólogo responde a todo? ¿Qué
sucede cuando el psicoanalista no encuentra ningún límite a sus intervenciones? (…)
Si la aporía resulta un “callejón sin salida”, la pregunta a otra disciplina perfora y se
proyecta más allá de ese limite, de esa frontera. Esa falta de saber nos ubica de una
manera diferente frente a ese saber absoluto que los padres nos suponen. Nos
implica en reconocer que no lo poseemos y que solo utilizamos esa suposición para
poder trabajar con ese niño” (Maciel F., 2003)
Dos acepciones que me gustaría “hacer trabajar” alrededor del sentido del
“implicarse”. La “implicancia” tiene que ver con la participación en un hecho, según
el diccionario. Y –desde el punto de vista lógico- con las relaciones de condición y
necesariedad entre dos términos: es decir que “A implica a B” puede traducirse en A
“es condición” de B y B es “condición necesaria” de A, o sea, “siempre B cuando A”.
En el contexto en el que estamos trabajando, el maestro es condición del alumno:
siempre habrá alumno en tanto haya maestro.
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Más allá de la aceptación de “la integración” como concepto o como posición
ideológica –que no intento minimizar sino sólo relativizar sin dejar de reconocer su
importancia- la posibilidad de implicarse se basa en el poder concebir a ese niño con
problemas como un alumno y –en tanto tal- a reconocerse y ubicarse como su
maestra, como su equipo docente. Y refiero con esto a la institución que lo aloja, que
lo sostiene en la tarea cotidiana de su escolarización. Me refiero a su Jardín.
Pensar al niño como su “alumno” compromete al docente a hacer lectura y a
dar alguna respuesta de lo que a ese niño le pasa en la sala (con los aprendizajes, con
los otros-pares) y lo habilita a construir las estrategias de intervención relativas a su
práctica. Y lo desafía a reconocer y poner a trabajar los obstáculos que aparezcan en el
decurso de tal intervención: a veces por dentro de la Escuela, otras, proyectándose
“por fuera” de ella.
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y vuelta de papeles que suele ser irreversible e inoperante y que tienen por efecto
“encontrar legajos” y perder –sepultados entre los informes- a los niños, aquellos que
deberían aprender y socializarse en la escuela tengan o no problemas.
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“… Yo no sé Patricia yo de esto no sé. Por eso esperaba que vinieras vos… para
que me dijeras si está bien lo que hago o tengo que hacer otra cosa. Tengo temor de
hacerle mal y yo estudié para esto… yo soy maestra jardinera y no maestra especial”.
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No se trata de intentar capturar en una todas las miradas, sino de preservarlas
en su diferencia. Es en aquella lectura que deviene del Jardín, en la que deberíamos
recostarnos para emprenderla con ese juego complejo, con ese “movimiento circular
ininterrumpido” que significa el proceso de “producir conocimiento” en este encuentro
entre partes.
4 Las “adaptaciones curriculares” son estrategias y recursos que se utilizan para posibilitar el
acceso de los niños con necesidades educativas especiales a los contenidos y propuestas del
currículo, teniendo en cuenta las prioridades pedagógicas de la Sala o del aula. Pueden ser “de
acceso” al currículo, “para modificar elementos de la planificación, gestión y evaluación
curricular” o “de contexto”. (Ministerio de Cultura y Educación, 1999)
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Pero -espero puedan concluir llegados a este tramo de la clase- poco o nada
tienen que ver estas opciones con la concepción de “trabajar en interdisciplina” a la
que venimos intentando bordear desde el comienzo de este escrito.
Sigamos aproximándonos a esta concepción:
Y aún más…
A nuestro entender, somos los terapeutas los que tenemos la
responsabilidad de dar respuesta a las preguntas que –desde el Jardín- se nos
formulan en tanto se recortan como obstáculos respecto a los aprendizajes y a la
circulación de un niño por su Sala. Y, de este modo, somos quienes tenemos el
compromiso de introducir el trabajo interdisciplinario en las escuelas.
No es que pretendamos reproducir el dispositivo terapéutico en ese ámbito Ni
se trata de asegurar la presencia de todos los que lo componen en él. Si no de que -
sea uno o sean más los profesionales que comparten este espacio- sean portadores
de una ética y una posición terapéutica que incluya a la escuela. Que, desde la
implicancia y la formulación de preguntas, dé apertura al otro “que tiene algo para
decir” acerca del niño.
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* Apuntar a que, allí donde las escuelas sólo nos piden nominaciones
patológicas o pronósticos, sean posibles nuevas preguntas. Que allí donde hay
silencios o certezas, se abra la posibilidad de problematizar.
* Reconocer y dar soporte –desde la posición ética y desde las intervenciones-
a la interdisciplina desde su valor como custodio de lo singular del niño (que no es lo
mismo que “lo especial” del niño) en su proceso de escolarización.
Central, único y protagonista del trabajo interdisciplinario… para que pueda ser
–paradójicamente- “uno más” aprendiendo y armando lazo en su grupo de pares.
La paradoja de no perder el enfoque para evitar que el foco (de la diferencia/
de la imposibilidad) termine encandilando.
En ese lugar nos demanda la escena.
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Bibliografía:
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