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Lo que fue nuestro hogar

Los techos se han quedado vacíos, el amor seguro ha de desvanecerse, las luces de las
ventanas también; también las luces de los ojos de aquello que era ´´familia´´.

Se descansa, se duerme, se reparan las energías gastadas, desde las 7:30 a temprana hora ya
hay que estar en pie. De seguro habrá que ducharse, luego optar por un simple té o café, da
igual.

Es probable que con el tiempo ya no sientas la sensación de apreciar lo que es desayunar, ¿Y


cómo no?, si es que cotidianamente todo se volvería así, a veces me gustaría creer que ello es
meramente superfluo, en fin.

Se camina bajo eternos escalones de abedul, normalmente no te demoras ni 5 minutos en


recorrer los pasadizos que conectan con el primero piso, hay huecos cubiertos de vidrios y
trapos, jamás encontrarás dos cortinas semejantes.

A veces uno sale inusitadamente de prisa, a veces se sale con tiempo, entonces uno mira hacia
arriba y las conclusiones parecen nítidas, parecen.

Esta mañana no podría ser más claro todo esto. No me había imaginado la llegada de una
particular pareja, muy simpáticos, por cierto, a quienes tuve que recibir, abrían sus ojos
verdaderamente admirados, como si se tratase de alguna estatua tal vez, no los comprendía
¿Qué de interesante se podría descubrir en este montón de yeso, de madera, de quincha, de
polvo y vejez?

Tampoco podía concebir el hecho de que tan siquiera estas personas considerasen una casa en
paupérrimas condiciones. Diría yo, que entre la miríada de hogares que ofrecen una mejor
calidad de infraestructura, tenían que señalar el mío, qué estupidez.

Tras la muerte de mi último familiar que ostentaba este lugar, Mario, indudablemente el mejor
tío que he podido conocer, sembré una mezcolanza de recuerdos, una nostalgia por atravesar
estas paredes con el polvo que dejó cada individuo, recorriendo sus cuartos, de variados
colores, derrotados por arañas que yacían en cada esquina, aquellos baños, tan sucios por el
contraste pálido de su superficie blanca, el comedor, aún del mismo aspecto, lúgubre,
recubierta de una alfombra verde, era el refugio idóneo de lagartijas, era fenomenal atraparlas
y guardarlas. Es el sitio más acogedor, nunca dejaré de pescar esa emoción al tocar la
mampara, tal cual, como hace 20 años.

Con el pasar del tiempo, uno aprende a vivir con los mismos defectos que posee un hogar
luego de las cicatrices adquiridas por su peso mismo, pero tarde o temprano debería
deshacerme de este ambiente. ¿Necesidad habría? Sí y no, en principio lo coloqué en venta
por mi indisposición de vigilarla. A regañadientes tuve que hacerme cargo yo mismo, pero hoy
ya decidí desahogarme, así que este será nuestro adiós.

Se marcharon los albañiles, un tropel de hombres vestidos de naranja y gris, y llegaron otros;
pintores, electricistas, gasfiteros, vidrieros, carpinteros. Hicieron lo suyo, bostezaron, rieron,
esculpieron y escupieron entre las paredes y después también se marcharon.
Entonces, sí, arribaron pronto la pareja, los niños, y con ellos sus muebles, sus artefactos, sus
objetos más personales, seguramente sus ilusiones y sus penas.

Y así como estas personas, yo también me marché, pero ya te lo he confesado todo, barrio
triste y añoso.

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