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La justicia de Nuevo León.

Un relato de su historia

ÚLTIMA SENTENCIA DE
MUERTE DICTADA
EN NUEVO LEÓN

Año 2019 / No. 1


La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

ÚLTIMA SENTENCIA DE
MUERTE DICTADA
EN NUEVO LEÓN

Año 2019 / No. 1


COMITÉ CIENTÍFICO

Director
Magistrado Francisco Javier Mendoza Torres
Presidente del Tribunal Superior de Justicia
y del Consejo de la Judicatura del Estado de Nuevo León

Consejo Editorial
Lic. Juan Pablo Raigosa Treviño
Lic. José Antonio Gutiérrez Flores
Lic. Pedro Cisneros Santillán
Lic. Juan Morales Alcántara
Consejeros de la Judicatura del Estado de Nuevo León

Lic. Roberto Carlos Alcocer de León


Secretario General de Acuerdos y del Pleno del
Consejo de la Judicatura

Relatores y coordinadores de edición y publicaciones


Dra. Jaanay Sibaja Nava
Lic. Joaquín Hernández Pérez
Lic. Leonardo Marrufo Lara

Diseño editorial
Lic. Cecilia Elvira Arellano Luna

Primera edición: Junio, 2019


D.R. © Consejo de la Judicatura
del Estado de Nuevo León
15 de Mayo 423 Oriente
Entre Escobedo y Emilio Carranza
Zona Centro Monterrey,
Nuevo León
México, C.P. 64000
Versión electrónica

Se autoriza la reproducción total o parcial del contenido de la presente obra, haciendo


mención de la fuente.
Índice
INTRODUCCIÓN A LA COLECCIÓN 1

INTRODUCCIÓN A ESTE LIBRO 3

PRIMERA PARTE 5
La averiguación

SEGUNDA PARTE 45
Primera instancia

TERCERA PARTE 89
Segunda instancia y justicia federal
Introducción a la colección

E ste libro es el primero de una nueva colección que


lanza el Consejo de la Judicatura, a través de la
Coordinación Editorial, y que lleva por título La
justicia de Nuevo León. Un relato de su historia. La cual se basará
en los expedientes judiciales históricos que forman parte del
acervo cultural del Poder Judicial resguardados en su archivo.
De estos, periódicamente, el Consejo de la Judicatura hará una
selección de aquellos que por su antigüedad y trascendencia
histórica merezcan salir a la luz pública.

Esta colección se encargará de difundir historias judiciales de


expedientes que aporten un valor histórico a la comunidad
jurídica, ya sea simples datos, evolución de leyes, de los procesos,
cambios sociales, personajes o lugares. Nos moveremos en
los laberintos del quehacer judicial para retratar escenarios
legales y problemáticas sociales que hayan dejado huella. Con
estas publicaciones, el Poder Judicial hace su contribución a la
memoria histórica de nuestro estado desde su muy particular
enfoque: el relato procesal.

Cabe aclarar, que la mirada del Poder Judicial será absolutamente


neutral en todos los casos que dé a conocer mediante esta
colección. Se limitará solo a narrar los procesos y escenarios
tal como sucedieron sin tomar partida por ninguna tendencia

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La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

o realidad del momento, del mismo modo, se respetarán


las expresiones y giros idiomáticos de los protagonistas. En
ocasiones, según se considere, se recurrirá a recursos literarios
para recrear las historias, pero sin alterar para nada el curso
natural que siguieron los sucesos dentro del proceso.

Demás está mencionar el propósito de estas publicaciones,


que es evidentemente histórico. Pero consideramos que
será una herramienta útil para investigadores, académicos y
estudiantes de derecho quienes podrán sorber directamente
de las fuentes que han dado forma a nuestro marco jurídico.

En algunos casos, los nombres, como los aspectos


particulares de los protagonistas, serán cambiados para
proteger la identidad de los involucrados.

Los editores

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Introducción a este libro

L a historia procesal que aborda este libro trata de uno


de los casos más impactantes que han acontecido en
nuestro estado en la segunda mitad del siglo pasado.
Se trata de un caso relativo a un asesinato. Su valor histórico
reside en que se dictó sentencia de muerte para el acusado, la
que, a su vez, sería la última de esta naturaleza dictada por un
tribunal de México.

Adentrarse en un proceso como este es absolutamente


enriquecedor. Destacan las gestas heroicas del ministerio
público y del abogado defensor por alcanzar, el imperio de
la ley, en caso del primero, y una defensa legítima y apegada
a derecho, por parte del segundo. Y en medio de este fuego
cruzado, encontramos escenarios rebosantes de significado, y
un tribunal que lucha por descifrar, a la luz de las acusaciones,
pruebas y testimonios, el verdadero sentido de los hechos que
se debaten.

Los editores

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Primera parte
LA AVERIGUACIÓN
I

E l mediodía del viernes 9 de octubre de 1959, Leonardo


Villagómez, de 39 años, vigilaba tranquilamente unas
cuantas cabras, que como de costumbre llevaba a
pastar por los terrenos irregulares y abundante vegetación
del Ejido Las Cabañas, donde quedaba su domicilio, cerca
de La Posada, en Guadalupe, N. L. Con más de doce mil
habitantes, Guadalupe se integraba de a poco a la zona
metropolitana de Monterrey, con aún vastas zonas dedicadas
al cultivo y la ganadería. Leonardo nunca imaginó que en
el tranquilo y sosegado ejercicio de su profesión, el destino
tendría preparado para él un suceso que conmovería hasta las
entrañas a la joven ciudad.

Todo comenzó cuando una “cabra pinta” se separó del


resto del rebaño en busca de vegetación. El pastor –según
la declaración oficial que se supo dos días después– fue
con urgencia tras ella. De repente, atrajo su atención una
formación de piedras que alteraba bruscamente la geografía
del lugar y que nunca antes había visto. Al acercarse más,
observó también que la tierra debajo de las piedras estaba
removida. En ese instante, un escalofrío recorrió su cuerpo.
Las escenas de lo que había presenciado un día antes pasaban
delante de sus ojos con increíble claridad.

En efecto, el día anterior, ocho de octubre, como a las tres


de la tarde, andando en sus labores de pastoreo, vio a cierta

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La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

distancia, obstaculizado por algunos árboles, lo que parecía ser


la parte trasera de un auto color verde seco, que se distinguía
ligeramente de la vegetación. No le dio importancia y siguió
con su labor. Pero el hombre era también policía auxiliar, de
modo que su intuición recibió en segundos el estímulo que
requiere una mente inquisitiva que no deja de cuestionar
cualquier suceso por insignificante que este sea o parezca.

Se detuvo y buscó el mejor ángulo desde donde pudiera


observar. Aunque la distancia no le permitía distinguir los
rostros, le resultaban claras las siluetas de dos hombres, de
aproximadamente treinta años, de estatura normal. Uno de
ellos, robusto, de mejor porte. Parecía, este último, por su
apariencia, un poco más refinado como para andar por esos
lugares. Parados frente a un arbusto conocido como tenaza
–el más rústico, con una barra y una pala en la mano– se
miraban y examinaban con sus pies la consistencia del terreno
para definir el punto exacto con claras intenciones de cavar,
como si buscaran un tesoro o se dispusieran a enterrar uno.

Por fin se decidieron. El lugar donde estaban parados era


el adecuado. El que portaba la barra comenzó la excavación,
la tierra removida era retirada por el otro individuo, quien
de cuando en cuando, peinaba la zona con detalle, como si
le alarmara ser visto, y mantener el secreto fuera su mayor
preocupación. Esta actitud contrastaba notoriamente con la
de su acompañante, quien se entregaba a las labores relajado
y sin la menor inquietud. Minutos después, el policía notó
que las habilidades para la perforación de esas dos figuras,
en una zona pedregosa, no eran las mejores. Apenas si había
cavado, en unos veinte minutos –que a él le habían parecido

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Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

una eternidad– unos treinta centímetros de profundidad,


en una superficie de poco menos de un metro cuadrado.
Concluyó entonces que si por lo menos abrían un orificio de
un metro de fondo, lo suficiente como para sepultar algo con
el mínimo de seguridad, le tomaría mucho tiempo para poder
atestiguarlo.

Un balido de una de sus cabras lo devolvió a su mundo. No


estaba ahí al servicio de la indiscreción, sino para estar al tanto
de su ganado que, para su mal, se alejaba de la escena que lo
mantenía en suspenso, y con resignación decidió abandonar
su empresa. Apaciguó su frustración pensando que lo que se
propusieran estos dos individuos podría resultar de lo más
insignificante. Por otro lado, ya escuchaba las reprimendas de
su mujer, si acaso uno de sus animales se le llegara a extraviar
aunque fuera por unas horas. Hizo un análisis sensato y
decidió que lo mejor era no correr el riesgo, y se dedicó al
rebaño hasta entrada la tarde cuando lo recogió en un lugar
seguro.

Fue una noche larga. Al amanecer, decidió que lo mejor sería


llevar las cabras a pastar haciendo el mismo recorrido del día
anterior. Así que, después de apenas probar algunos bocados,
y aprovisionándose mejor por si la jornada se extendía, salió
de su casa, como a las diez de la mañana. Arreó su rebaño
por la misma senda. El movimiento lento y parsimonioso de
aquellos animales, como si supieran que iban al matadero, en
nada satisfacían la urgencia del pastor de recorrer nuevamente
el terreno misterioso, e indagar, si no hubiera impedimento
alguno, en las entrañas mismas de la tierra. Al mediodía, se
encontraba a unos cien metros de distancia. Mientras más se

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La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

acercaba, debatía cómo justificaría su presencia en el sitio si es


que alguien lo veía por ahí.

Una de sus cabras pasó por enfrente de él. Era pinta y


lánguida y desde ese momento la convirtió en cómplice,
más que de sus impulsos de investigador, de su curiosidad
e indiscreción producto de los largos momentos de ocio y
aburrimiento. Casi tomó por el pescuezo a la indiferente
cabra y la condujo lo más cercano al lugar que se proponía
investigar. Al asegurarse de que nadie lo veía, olvidándose
del animal recorrió los últimos metros, con cuidado pero
con presteza. Y ahora, ahí estaba a solo un metro del lugar,
con el sol dejando caer toda su energía sobre sus hombros
desde la mitad del firmamento. Sudaba de ansiedad y su
corazón palpitaba tan rápido que podía sentir el eco en sus
oídos. Observó los alrededores y notó girasoles aplastados
que marcaban la trayectoria del auto que un día atrás se había
desviado del angosto camino de terracería con el claro objeto
de abandonar su carga lejos de la mirada de los transeúntes
que, ocasionalmente, solían atravesar la zona.

Lo que ahí estaba oculto, no podía ser nada bueno. Lo


miraba fijamente e intentó remover las piedras y excavar, pero
el miedo se apoderó de él y no se atrevió a proceder solo,
así que pensó que lo mejor sería informarle al juez auxiliar,
Joel Martínez. Sus presentimientos no lo defraudaron. Los
dos representantes de la ley se presentaron en el lugar y
comenzaron sin demora a remover las piedras. Después,
con sus propias manos, retiraron la tierra, floja aún, pues
apenas un día antes habían perturbado, quizá, su letargo
milenario. Se sorprendieron de que no tuvieran que cavar

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Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

mucho, a menos de veinte centímetros se abrió paso una caja


de cartón ya maltratada y rota por sus orillas que apenas si
podía resguardar su contenido. Las tapas mismas, conforme
iban quitando la tierra del exterior, se levantaban poco a poco
dejando entrever su contenido. Se miraron desconcertados, y
con recelo y excitación terminaron de abrir las tapas de la caja
solo para descubrir, una escena horrorosa: las partes de un
cuerpo humano, pálido, mutilado de todas sus extremidades
y aprisionado forzosamente en ese diminuto e indigno
recipiente de cartón.

Un temblor se apoderó de ellos a la vez que los invadía


una fuerte y extraña sensación de miedo y de incertidumbre.
Apenas si pudieron retroceder unos cuantos pasos, ni siquiera
podían quitarle la mirada de encima a semejante hallazgo
sin que el temor los abrumara. Aun en el audaz carácter de
estos seres rústicos, no había cabida para la sádica escena.
Nada, hasta ese día, habían visto de tan alta magnitud. Pero el
descubrimiento estaba hecho y no se podían detener, tenían
que informar del asunto a las autoridades superiores y cuanto
antes, mejor.

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II

T an solo a ochocientos metros del hallazgo, vive un


hombre apacible y tranquilo. Ocho meses atrás, en el
mes de marzo, su sobrino, dueño del terreno donde
habita, le dio permiso para instalar una pequeña granja avícola
con la que pudiera ayudarse y proveer el sustento para su
familia. Don Lorenzo Navarro Lozano, a sus 60 años, espera
ver pronto el fruto de su trabajo, pues el negocio de la carne
de pollo y huevo crece con rapidez y hasta ahora la demanda
ha sido buena. El terreno donde ahora próspera su negocio
está apartado de la ciudad, allí puede tranquilamente dedicarle
el tiempo y cuidado que las aves requieren. Su interés es tanto
que, aunque su domicilio está ubicado en la colonia Febriles,
se ha trasladado a la granja casi por completo.

Como a las 12:30 horas del mediodía, este pacífico hombre


de trabajo, notó un tráfico inusual de personas cerca de su
granja. Le tomó curiosidad y fue a ver lo que sucedía. Llegó
hasta donde ya un grupo considerable se había congregado.
Pudo ver entre ellos a uno que otro vecino, pero le llamó la
atención la presencia del juez auxiliar, que aunque no sabía su
nombre, lo reconocía muy bien. Se acercó al sitio con la mayor
discreción, tratando de pasar inadvertido, hasta que pudo ver
un pozo y dentro una caja de cartón que indiscretamente
exponía su contenido. Si ya de por sí la presencia de un cadáver
hubiera alterado el espíritu de este hombre, al observarlo en
tales condiciones prácticamente lo llenó de pavor. Se asustó
tanto que regresó a su casa tan rápido como pudo. Comenzó

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Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

a trabajar en su granja alimentando a sus gallinas y haciendo


labores de limpieza mientras salía de su asombro, a la vez que
trataba de mostrarse ajeno a los hechos. Le resultaba poco
probable que alguien pudiera haber llegado hasta ese lugar,
cargando esa caja y tomarse el tiempo de enterrarlo, sin que él
lo hubiera notado. Por otro lado, el cuerpo del delito estaba en
el terreno de su sobrino, y él estaba precisamente para cuidarlo.
Sabía que si las autoridades no identificaban al responsable,
él sería el primero en ser investigado. Ni el esmero en sus
labores, por más dedicación que imprimía en ellas, lo podía
sacar de estas perturbaciones.

Es estas conjeturas estaba, cuando observó, con mucho


disimulo, como si de nada estuviera enterado, que llegaron
hasta su puerta el policía auxiliar, Leonardo Villagómez, y el
juez auxiliar con claro interés de interrogarlo. Estos, antes
de informar a las autoridades correspondientes, decidieron
preguntarle por el reciente hallazgo. Pero no estaba preparado
para dar respuestas. De hecho, no las tenía. Solo comentó
que no tenía idea de cómo alguien pudo haber cometido tan
horrendo crimen. Sin embargo, quizá por su nerviosismo
sus palabras no fueron tan convincentes. El policía auxiliar,
Leonardo Villagómez, había puesto ya al tanto al juez auxiliar
de todas las pericias por las que había pasado para dar con el
cadáver. Entre otras cosas, cómo el día anterior había visto a
los dos sujetos y al auto. Habían concluido, antes de llegar, que
a quien ahora interrogaban seguramente tenía información
de lo que había sucedido. No fue sino hasta que el policía le
preguntó expresamente si tenía conocimiento del auto que
el día anterior se había visto en el sitio del hallazgo, que sus
recuerdos comenzaban a ordenarse, pero se negaba a creerlo.

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La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Como a muchos, las siguientes revelaciones lo tomarían por


sorpresa.

Un día antes, el jueves 8 de octubre –comenzó a relatar


a los agentes– su sobrino y dueño del terreno, Rigoberto
Carrillo Navarro, había llegado después del mediodía de forma
imprevista y rápida a la granja. Él se rasuraba cuando lo vio
acercarse en su auto Chevrolet Coupé color verde acompañado
de un hombre extraño, es decir, desconocido para él, quien
permaneció en el auto, en tanto que su sobrino descendía y
se dirigía hacia él para saludarlo, para posteriormente tomar
una barra de acero propiedad del visitante y que tenía bajo
resguardo en la granja. Al retirarse su sobrino llevando la
barra en su mano, solo le dijo que sembrarían un naranjo
en su terreno, y él apenas alcanzó a responderle con algunos
gestos en señal de aprobación.

A pesar de que le resultaba un poco extraña la visita a


mitad de semana, no le dio importancia y siguió con su aseo
personal. Aproximadamente una hora más tarde, los visitantes
regresaron. Rigoberto le dijo que no habían podido sembrar
el naranjo porque se les había ponchado una llanta, así que
lo bajó del auto y lo dejó en su granja. Don Lorenzo había
sembrado el árbol tan luego se retiró su sobrino acompañado
del otro individuo desconocido. Era todo lo que tenía que
decir. Esta versión la confirmaron más tarde algunos vecinos
quienes también atestiguaron que el día anterior habían visto
salir a “Rigo”, como a las 3:30 de la tarde, aproximadamente,
conduciendo un vehículo acompañado de un sujeto a quien
desconocían.

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Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Con eso era suficiente, ahora Leonardo Villagómez se


dirigió a dar parte al síndico segundo y a la comandancia
de policía de Villa de Guadalupe. El síndico segundo de
inmediato contactó a la cruz verde para que recogieran el
cadáver, dejaran constancia del hallazgo y lo trasladaran al
anfiteatro del Hospital Universitario para realizar la autopsia
correspondiente. En la comandancia de policía, en tanto, se
había formado tremendo revuelo. Como a las 2:30 de la tarde,
designaron al jefe de la sección de homicidios, el señor Santiago
Güemes Jiménez, para que se avocara a esta investigación sin
precedentes, este se hizo acompañar de su subordinado Miguel
Ángel Orta. De igual forma, encomendaron al fotógrafo Luis
de los Cobos para que se apersonara en el lugar y tomara las
fotografías necesarias para el desarrollo de la investigación y
que más tarde serían añadidas a los expedientes judiciales.

Estos oficiales de más alto rango –que habrían de tomar


gran relevancia en el desarrollo de la investigación–, luego de
atestiguar la escena del cuerpo diseccionado, comenzaron con
las investigaciones de rigor. Después de atender el informe
preliminar de las autoridades inferiores, volvieron a interrogar
al señor Lorenzo Navarro y confirmaron lo que ya habían
escuchado de sus colegas, que el día anterior su sobrino había
llegado hasta el lugar de los hechos en su auto acompañado de
otro sujeto pidiéndole una barra para ir al fondo del terreno
a sembrar un naranjo, que regresaron como hora y media
después sin haber plantado el árbol porque “dizque” se les
había ponchado una llanta, el cual dejaron en la granja y que
él sembró inmediatamente.

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La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

En ese instante el señor Lorenzo Navarro se convirtió en


el primer detenido. Él mismo condujo a los investigadores
hasta el domicilio de su sobrino para ahondar más en los
hechos, pero ahora con la confesión directa de Rigoberto
Carrillo Navarro. Al llegar a la vivienda, sin poder salir de su
asombro, el señor Carrillo confirmó que tanto él como un
amigo suyo, hombre de buena posición y doctor de profesión,
habían sepultado la caja en cuestión. El tal amigo era el doctor
Carlos Bobari Carvalo, dueño único del paquete, y a quien él
solo le había prestado su ayuda y autorizado para enterrarlo en
su propiedad, pero cualquier otra cosa que hubiera sucedido,
no tenía participación alguna ni el mínimo de conocimiento.

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III

R igoberto Carrillo, de 30 años de edad, se dedicaba a la


venta de dulces en un pequeño negocio en su domicilio
en la Villa de Guadalupe, aunque era originario de
Hermosillo, Sonora. Afirmó en su primera declaración,
levantada en la agencia del ministerio público, que conocía
al doctor Carlos Bobari desde hacía aproximadamente cuatro
años cuando aún vivía con sus padres y hermanos en la colonia
Industrial. A este domicilio, fue convocado más de una vez el
facultativo para atender tanto a padres como a hermanos de
Rigoberto cuando padecían algún malestar. Y de esa relación
profesional fue que surgió la amistad entre ellos. Aunque no
era muy estrecha, era más bien reservada, y se debía a las
atenciones que el médico había tenido con su familia. Pero
desde hacía un año que el señor Carrillo se había mudado a su
nuevo domicilio en la colonia Revolución de Guadalupe, y en
muy pocas ocasiones había vuelto a tener trato con el médico.

Mas, para su desgracia, una enfermedad que padecía su


padre, los había puesto cara a cara recientemente. Y es que,
coincidentemente, el profesionista de la salud había atendido
en algunas ocasiones a don Gabriel Carrillo, padre de
Rigoberto, cuando este se encontraba de visita en el domicilio
de don Gabriel, ubicado en la calle 15 de Mayo, y eso había
bastado para reavivar los frágiles lazos de amistad que los
unían.

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La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Así, el interrogado recordaría el 7 de octubre, dos días


antes de que fueran descubiertos los restos mutilados del
cadáver como el día que comenzó su pesadilla. Estando en
casa de su padre, el doctor llamó por teléfono al señor Gabriel
Carrillo como a las doce del día, interesado por conocer los
progresos en su salud. Después de cerciorarse de la mejoría
del paciente, preguntó por Rigoberto, y como se encontraba
acompañando a su padre, se vio obligado a cruzar algunas
palabras con él. Aprovechando que lo había localizado sin
esperárselo, el doctor lo invitó a charlar más sosegadamente
en el parque de la colonia Las Mitras ese mismo día a las nueve
de la noche, ya que – le confió – le gustaría tratar con él un
asunto delicado.

Rigoberto, muy a su pesar, llegó puntual a la cita para


encontrarse con el doctor. Tomaron algunas cervezas y
después decidieron continuar la charla en una cantina
ubicada por la calzada sur del Río Santa Catarina –esta
declaración sería refutada después por él mismo afirmando
que su encuentro solo se limitó a la conversación sin haber
ingerido bebidas alcohólicas–. Allí, la plática se extendió por
algunos minutos más. En la amenidad de la conversación, el
doctor le confió que tenía en su casa una caja con residuos
quirúrgicos, placentas, tumores y otras curaciones de las que
quería deshacerse pero que no sabía dónde enterrarlas. Este
le respondió que si deseaba, podía hacerlo en su rancho, que
se encontraba un poco alejado de la ciudad y donde había
espacio suficiente. Le pareció bien al doctor quien se alegró
por la posible alternativa, y así concretaron un encuentro para
el siguiente día a las doce en la casa de Rigoberto para realizar
el trabajo.

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Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

El doctor llegó a la cita, pero no a la hora acordada, sino


como a las 2:30 de la tarde. Le confirmó que traía la caja y le
pidió que si podía llevar él también su carro, ya que temía que
su auto, un Ford Thunderbird 1958, con menos de un año
de haber salido de la agencia, por lo bajo que era, no pudiera
circular por ese terreno, ya que era muy irregular. Así que
subieron a sus respectivos autos y condujeron por toda la calle
de la presidencia municipal. Al salir de la carretera, confirmaron
las sospechas del doctor en cuanto a la imposibilidad de que
su auto pudiera seguir transitando por aquella maltrecha vía,
así que pusieron los autos con las cajuelas encontradas lo más
cercanas posibles para facilitar el traspaso de la carga que al
parecer pesaba entre veinticinco y treinta kilos.

Después de depositar la carga en la cajuela del auto de


Rigoberto, tomaron el camino de La Posada hasta llegar al
terreno propiedad de este mismo en el antiguo Rancho Las
Cabañas que quedaba como a quinientos metros del camino
carretero que conducía a San Roque. Pasaron primero a
la casa del tío de este, al cual solo saludó porque se estaba
rasurando, tomó una barra de acero, y siguieron su camino
unos cuatrocientos metros más allá de la casa de su tío. Allí
se detuvieron y bajaron del auto, y luego de echar un vistazo
al área, el doctor determinó que junto a un arbusto, estaba
bien enterrar la caja. Rigoberto condujo el auto de reversa
lo más cercano que pudo hasta el lugar indicado. Y después,
comenzaron a cavar el pozo tanto con la barra como con
una pala que este había conseguido prestada en un vivero,
donde también había comprado un naranjo para aprovechar
el viaje y sembrarlo en su terreno. Cavaron hasta lograr una
profundidad aproximada de un metro. Entonces sacaron la

21
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

caja de cartón de la cajuela, tomándola por los extremos de


una lona que tenía debajo y la depositaron en el agujero.

Posteriormente, antes de echarle tierra encima, el doctor


se paró sobre el frágil paquete y comenzó a saltar dejándole
caer todo el peso de su humanidad. Rigoberto, mientras tanto,
echaba la tierra a la vez que miraba con una ligera sonrisa
los graciosos movimientos de su acompañante. Cuando esto
hacía –según quedó registrado en su primera declaración–
observó dentro de la caja entreabierta un pedazo de carne,
pero no le llamó la atención, ya que le pareció algo como un
cachete de marrano rasurado; además, quién querría averiguar
el contenido de la caja sabiendo por informes del doctor lo
que contenía.

Tapado el pozo, consideraron que sería bueno colocar


encima algunas rocas de las muchas que había en la zona
para mayor seguridad y así lo hicieron. Una vez terminada
la agobiante tarea, regresaron a casa de don Lorenzo, tío
de Rigoberto, donde le regresó la barra y dejó también el
naranjo para que lo plantara cuando pudiera, ya que él, por lo
agobiante de la empresa recién concluida y el tiempo invertido
en ella, no había podido sembrar.

Luego, ambos personajes regresaron hasta donde habían


dejado el lujoso auto del doctor. Este le dio las gracias por su
valiosa ayuda, se despidió de él, y tomó el camino de regreso
a su domicilio con el mayor sosiego. Así que ahora, al ser
confrontado por la policía, Rigoberto estaba desconcertado,
no podía creer que lo que él había ayudado a ocultar en tierra
era la evidencia del delito de un crimen. Así que, urgido por la
autoridad, reveló nombre y domicilio del médico.

22
IV

D espués de oír el testimonio del señor Rigoberto


Carrillo, la tarde del viernes 9 de octubre, los
investigadores Santiago Güemes Jiménez, jefe
de grupo de la sección de homicidios dependiente de la
Inspección General de Policía, acompañado de los agentes
de la policía secreta Miguel Ángel Orta y Miguel Correa, y del
comandante de la policía de Villa de Guadalupe, llegaron al
consultorio del doctor Bobari. Los tres primeros descendieron
del auto y preguntaron por el doctor en la botica contigua al
consultorio y que formaba parte de la misma casa, en tanto
que el último de los agentes mencionados se quedó afuera en
labores de vigilancia.

La tensión aumentaba entre los investigadores por los


sobresaltos que pudieran acontecerles en el encuentro que
estaba a punto de darse en el consultorio. Preguntaron al
señor Jacinto Bobari Romo, padre del sospechoso y dueño de
la botica, y quien la atendía personalmente, si se encontraba
el doctor. Para no despertar sospechas se anunciaron como
pacientes que querían consultarse. El padre, amablemente
les respondió que sí y los hizo pasar al consultorio; donde,
momentos después, un individuo salió a preguntar por su
próximo paciente.

En los rostros de aquellos tres oficiales de la ley, por unos


segundos, solo se podían ver miradas de desconcierto y de
sorpresa. No podían creer que ese hombre joven, de buena
profesión, con su lujoso consultorio, de porte erguido, pasos

23
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

firmes, portando un enorme anillo de oro y su reloj marca


Bulova, pudiera ser capaz de semejante crimen. Su estampa
era lo contrario del asesino de la calle, que a la distancia se
delata o se muestra ruin y peligroso. Pero este no era el caso.

Pasaron los segundos que parecieron horas; sin salir del


asombro, le informaron al sospechoso que había un auto
esperándolos afuera ya que el licenciado Alonso Delgado
Santos, agente del ministerio público, quería hacerle algunas
preguntas sobre un tema de suma importancia. El doctor
comprendió rápidamente lo que se le venía encima, aunque
la visita de los representantes de la ley lo tomaba con la
guardia baja y desprevenida. Sin oponer resistencia y sin decir
palabra, salió de su consultorio, con la mirada baja, y su ánimo
deshecho.

Recuperó un poco el aliento al pasar por la botica que


estaba a solo una pared de distancia. Su padre, al observar
la escena que tenía claras tintas de detención policiaca, salió
de inmediato y preguntó intrigado qué sucedía, pero su hijo
se negó a mirarlo y prefirió que los oficiales le declararan los
motivos del arresto. Los investigadores se identificaron e
hicieron de su conocimiento que su hijo era detenido para el
desahogo de una investigación de asesinato. Sin decir más, y
sin permitir ningún diálogo entre este y el hijo, se retiraron.

El padre fue sacudido en extremo por el violento giro que


había tenido su día, y se halló con el desconcierto natural de
un hombre sincero e inocente, que no entiende lo que pasa y
que podría jurar por todos los santos la inocencia de su hijo.
Mientras este último era conducido a lugares aún sin definir,
cayó sobre él la imprevista y pesada carga de socorrer a su

24
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

vástago sin saber de qué o por qué. Minutos después, apenas


recobrado el aliento, sin tener idea de lo que tenía qué hacer,
se comunicó con una abogada conocida, y quince minutos
después se trasladaba a su oficina para iniciar las diligencias
de la defensa.

Nada de esto podía estar sucediendo, pensaba. Recordó


que precisamente para procurar un mejor futuro para
sus hijos, cuando estos eran apenas unos niños, se había
trasladado desde Villa de Guadalupe, Zacatecas, a Monterrey.
Fue así que con mucho esfuerzo encauzaron a sus hijos para
estudiar carreras profesionales con el fin de que tuvieran un
mejor horizonte.

25
V

Y a en el auto, los agentes se muestran amables con el


galeno. Entre personas civilizadas no es necesario
ponerse violentos. Al parecer el médico está dispuesto
a confesarlo todo. En principio de cuentas, reconoce que él
es el autor material del crimen, también les dice que después
de cometer el ilícito cortó la ropa del occiso y esparció los
pedazos por la carretera a Reynosa antes y un poco después
del lugar denominado Exposición.

De las declaraciones hechas por los agentes tiempo después


en el juzgado, solo Santiago Güemes fue el más preciso
en señalar el lugar donde el detenido realizó la confesión
detallada de los hechos. Del consultorio, lo llevaron a Villa
de Guadalupe para terminar la investigación y buscar la ropa
que Bobari había tirado en la carretera, y comprobar de esta
manera la veracidad de sus declaraciones. Como a unos cien
o ciento cincuenta metros de Exposición hacia afuera de
la ciudad, el mencionado agente lo sacó del carro para que
no oyeran los demás acompañantes, y mientras los oficiales
buscaban pedazos de ropa, “soltó la sopa”, o sea, lo confesó
todo. Ese día supieron que el cuerpo que había sufrido una
muerte insólita fue por un tiempo vecino y empleado del
mismo doctor.

Tal como lo dijo el médico, en los lugares indicados


pudieron recoger parte de las prendas que vestía el occiso
cuando fue asesinado. El detenido fue llevado a la comandancia
de policía donde rendiría su declaración ante el secretario

26
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

y en presencia del jefe de homicidio, Santiago Güemes. Lo


declarado sorprendió al agente antes citado, quien era uno de
los mejores investigadores policíacos de la ciudad. La frialdad
y los detalles con que se cometió el crimen, a decir de los
investigadores, lo ubicaban como único en su categoría en la
historia criminal de México.

27
VI

A las 5:30 de la tarde del 9 de octubre de 1959, la agencia


del ministerio público (MP) recibió una llamada
telefónica. Era de la comandancia de policía de Villa
de Guadalupe informando que en los terrenos de la Villa se
habían encontrado los restos fragmentados de un cadáver,
y que según las primeras investigaciones realizadas por esa
autoridad y el servicio secreto de investigación, se trataba de
quien en vida había llevado el nombre de Gregorio García
Navarro, y que los presuntos responsables eran el doctor
Carlos Bobari Carvalo y Rigoberto Carrillo, ya asegurados
en las cárceles municipales. Por otra parte, notificaron que
el cadáver había sido trasladado al anfiteatro del Hospital
Universitario por órdenes del síndico del ayuntamiento
después de dar fe de los hechos.

Ignoraba el titular de esa agencia que los siguientes cuatro


días serían de los más intensos de su carrera, teniendo que
llevar a cabo cuantas pesquisas fueran necesarias. Sin ninguna
dilación, apenas una hora después de haber recibido la
llamada, a las 6:30 de la tarde del día señalado, se encontraba
ya en el anfiteatro del Hospital Universitario donde observó
y dio fe, con una conmoción sin precedentes, que en una de
las planchas se encontraba un cadáver del sexo masculino con
desarticulación, casi robótica, de cada una de sus extremidades.

La víctima era apenas un joven. El dictamen médico de


la autopsia enviado a la autoridad unos días después por el

28
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

doctor Ramón H. Domínguez, jefe del Departamento de


Medicina Legal del Hospital Universitario, daba cuenta de
que el cadáver presentaba amputación quirúrgica de sus
extremidades; además, huellas de haberse aplicado dos
inyecciones en la vena del pliegue del codo izquierdo. Los
órganos externos se encontraban casi completamente sin
sangre. De lo expuesto se deduce –afirmó el médico– que
la causa inmediata y directa de la muerte fue anemia aguda
producida por la hemorragia externa y que, a su vez, había
sido causada por las lesiones descritas. No presentaba ninguna
otra huella de lesión externa. Y finalizaba el reporte asentando
que para que este procedimiento se hubiera consumado en
una persona viva, debió, indiscutiblemente, haber estado bajo
el efecto de algún anestésico general.

Con el cuerpo del delito a la vista y semejantes revelaciones


médicas, el agente investigador dictamina ese mismo día que
se inicie la averiguación criminal en contra de quien o quienes
resulten responsables por los delitos de homicidio y demás que
surjan en el desarrollo de la indagatoria, y que se diera aviso
al Procurador General de Justicia del Estado en los términos
de lo dispuesto en la Constitución y la Ley del Ministerio Público.

A partir de ese momento, el agente del MP se dio a la tarea


de integrar una extensa averiguación que consistió en más de
treinta diligencias entre inspecciones, declaraciones e informes.
En ese contexto, el mismo día –9 de octubre– con la premura
que un caso de esta naturaleza requiere, el detenido, Carlos
Bobari, rinde su primera declaración, donde confirma, dando
pormenores, lo ya declarado en la comandancia de policía. En
los siguientes tres días la ampliaría en cinco ocasiones más,

29
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

dejando en ellas constancia de cómo sucedieron los hechos y


las causas que, según él, los generaron.

En la primera de ellas, revela que conocía a Gregorio


García Navarro desde hacía aproximadamente cinco años.
Vivían en el mismo barrio. Después de hacerse amigos, lo
empleó como chofer. Aunque, tiempo después, se marchó a
la ciudad de México, pero hacía aproximadamente dos años
que había regresado a Nuevo León, y desde ese momento
regresó nuevamente a su empleo con él. En reciprocidad a
sus esmerados servicios, el indiciado se había convertido en
su mecenas y médico de cabecera. En ocasiones, le sobraban
inyecciones de pentotal en su consultorio y se las administraba
vía intravenosa a la frágil humanidad del fallecido, para
apaciguarle sus recurrentes episodios de angustia y ansiedad.
Con el mismo fin –continuaba en sus revelaciones– le
abastecía de seconales, un sedante hipnótico, usado para tratar
el insomnio y para ayudar a calmar a los pacientes antes de la
cirugía, y que la víctima tomaba con regularidad.

Y a tal grado había llegado la estrechez de los afectos de


estos dos individuos en esta segunda aventura, que –declaró–
habían roto las barreras de la intimidad de su sexualidad
entregándose a actos “impúdicos” de la carnalidad, en los que
él intervenía como sujeto activo y su empleado como pasivo,
ya que este último era homosexual. Por otro lado, en cuanto a
lo económico, reveló que en repetidas ocasiones le facilitaba
dinero prestado a la víctima y este siempre le pagaba.

El día anterior –8 de octubre–, después del mediodía –


según consta en el testimonio del doctor–, Gregorio García
Navarro llegó a su consultorio y le solicitó un préstamo porque

30
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

quería viajar a la ciudad de México, a lo que accedió como de


costumbre. Abrió el botiquín que tenía en su consultorio, pero
el visitante, al observar que contenía una suma considerable
de dinero, intentó robarle, diciéndole que se lo tenía que
entregar todo porque si no lo “chingaba”, y con la misma, y
sin mayor explicación, le lanzó un puñetazo que impactó en su
brazo derecho. Desconcertado, viéndose en esa inexplicable
arremetida, tomó un bisturí que guardaba en un recipiente con
instrumental quirúrgico, con el que confrontó a su oponente,
García Navarro, causándole un corte en el cuello y una muerte
casi instantánea, pues al instante notó que le había cortado
la yugular de su lado izquierdo y una hemorragia intensa. Al
advertir el desenlace trágico de aquel imprevisto episodio, se
puso nervioso, pensó en ocultarlo, pero como no mostraba
señales de vida, procedió a diseccionarlo, para depositar
después las partes en una caja de cartón que envolvió luego
en una lona y amarró con mecates.

Terminó todo esto aproximadamente a las 1:30 de la tarde.


Luego sacó la caja y la colocó en la cajuela de su automóvil
Ford 58, y se dirigió a la casa del señor Rigoberto Carrillo para
deshacerse de ella. Al regresar a casa, limpió los lugares que
se habían manchado de sangre con una escoba y una cubeta
con agua, para, después, seguir consultando como lo hacía
normalmente. Posteriormente, como a las 8 de la noche, cerró
su consultorio y se dirigió por la carretera a Reynosa con el
fin de deshacerse de los pedazos de ropa que aún traía en su
carro, depositadas ahí desde el mediodía, junto con la caja de
cartón donde estaba el cadáver.

31
VII

C ontando ya con la declaración de Bobari, como a las


ocho de la noche del mismo día, el agente investigador,
acompañado de los testigos de asistencia, el jefe de
grupo del servicio secreto Santiago Güemes y del detenido,
se constituyó en el consultorio médico a fin de practicar la
diligencia de inspección ocular. Dentro de la casa encontraron
un escritorio de madera que solo mostraba un ligero deterioro
causado por el uso, pero no vieron manchas visibles de sangre.
En los baños, a un lado del consultorio, tampoco existía
ninguna huella evidente. El doctor Bobari señaló un bisturí
que se encontraba dentro de una vitrina como el objeto con el
que había dado muerte y diseccionado a su agresor, el cual fue
asegurado como parte de las pruebas y posterior desarrollo de
la averiguación.

Posteriormente, se dirigieron al anfiteatro del Hospital


Universitario donde se encontraban los doctores que hicieron
la autopsia. Allí, el detenido identificó el cadáver del hombre
al que había dado muerte el día anterior. El doctor Ramón
H. Domínguez, por su parte, señaló que no era posible que
con solo una herida en el cuello, aunque se corte la yugular,
un individuo pierda el conocimiento de inmediato, ya que la
sangre sigue circulando por el conducto sanguíneo. Bobari
argumenta que, efectivamente, por eso le dio dos cortes para
hacerlo sangrar y luego hacer la disección. El médico del
hospital añade también que en el brazo izquierdo del cadáver
se apreciaban huellas de que le fueron aplicadas inyecciones
intravenosas.

32
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

En este momento, Leocadio García Cuevas –padre del


difunto, quien había coincidido en el lugar para identificar el
cuerpo– reconoce con profundo dolor el cadáver de su hijo,
de quien se da tiempo para proporcionar algunos detalles. En
vida, trabajaba en la tintorería San Ángel, y desde hacía mucho
tiempo guardaba una relación muy cercana con el médico, cosa
que le extrañaba mucho, ya que casi a diario, este último, iba
a buscarlo a su casa. Recordó que dos semanas atrás, su hijo
se había marchado de su domicilio y se había ido a vivir a casa
de unos amigos. Añadió que, según tiene entendido, un día
antes de los hechos, por la noche, un taxista había acordado
con su hijo pasar al día siguiente a recogerlo a las diez de la
mañana y llevarlo a la estación de autobuses, pues pensaba irse
a la ciudad de México. Pero cuando fue por él, su hijo le dijo
que luego iría hasta su sitio para que lo llevara, por lo que el
chofer se retiró.

En las primeras horas del día 10, a las 0:45 horas, siguiendo
con las indagatorias, el MP y los testigos se constituyeron en
el departamento de la casa de la colonia Hidalgo. El acusado
confirma que es el que rentaron él y Gregorio García. Las
autoridades realizan un reconocimiento del lugar y en el
primer cuarto que da al frente, únicamente encuentran dos
camisas y un pantalón colgados en la pared; y en el suelo, unos
zapatos, los cuales son añadidos al conjunto de evidencias. En
el cuarto que daba al fondo, encuentran en el suelo sabanas y
cobijas y dos almohadas y objetos tales como cajas de cerillos
vacíos, un envase de leche vacío, un taburete sobre el que se
encuentra una caja de plástico que contiene seconales, los
cuales, igualmente, son agregados a la averiguación. Afuera de
la finca, un individuo que ocupa la parte posterior, afirma que,

33
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

efectivamente, dos hombres eran los ocupantes habituales de


ese cuarto, y reconoce al detenido como uno de ellos.

Concluida la inspección en los cuartos, como a las tres


de la madrugada, el MP, los detenidos, y el señor Rigoberto
Carrillo y el comandante de la policía de Villa de Guadalupe
se trasladan al terreno donde fue encontrado el cadáver.
Las autoridades dan fe de que al lado norte de un arbusto
conocido como “tenaza”, aproximadamente a metro y medio
de este, se encuentra un pozo de un metro de extensión, por
73 centímetros de profundidad. A sus lados, se aprecian restos
de caja de cartón, piedras y tierra. Allí se les ordenó a Carlos
Bobari y a Rigoberto Carrillo que reconstruyeran la escena.
Estos –según los testimonios– relatan que al dejar caer la caja
en el pozo, se abrió y se vio parte del cuerpo, pero enseguida
comenzaron a echarle tierra y piedras para cubrirla, pero solo
quedó oculta superficialmente, por lo que el propio Bobari
pisoteó el montículo a fin de que fuera menos visible. Casi
al amanecer, cuando daban las 4:30 horas de la madrugada,
apenas pudieron dar por concluida la fatigosa diligencia.

Dos días después, siguiendo con las investigaciones,


como a las nueve de la mañana, el MP vuelve a constituirse
en este lugar, donde se presentó Leonardo Villagómez y
declaró cómo fue que descubrió el cadáver. Minutos antes,
esta misma autoridad había hecho un reconocimiento por la
carretera Monterrey-Cadereyta, por ambos lados del tramo de
la Exposición ganadera al punto denominado Chapultepec,
y localizado cinco pedazos de la ropa que pertenecieron al
occiso.

34
VIII

E l día siguiente –10 de octubre–, el señor Bobari


comparece nuevamente ante el agente del MP a
ampliar su declaración en la que ofrece mayores
detalles de lo sucedido. Señala que el día de los hechos, como
a las 11:30 de la mañana, cuando estaba consultando, se dio
cuenta de la llegada de Gregorio García. El cual permaneció
en la sala de espera hasta que terminó de consultar como a las
doce, aproximadamente. Al entrar al consultorio, le dijo que
se sentía muy débil y pidió que le inyectara vitaminas, porque
ya se iba para la ciudad de México. Entonces preparó una
ampolleta con una solución de dos centímetros de novocaína y
uno de pentotal y le aplicó la inyección intravenosa en el brazo
izquierdo –aunque en una posterior declaración, corrigió que
tal inyección contenía dos centímetros de pentotal y uno de
novocaína–.

Después de inyectarlo, Gregorio le solicitó dinero porque


lo necesitaba para el pasaje. Él aceptó prestárselo como de
costumbre. Abrió el cajón de lado izquierdo de arriba de su
escritorio donde tenía un botiquín con dinero, pero el visitante
exigió que le entregara todo porque no llevaba ropa para el
viaje. Al decir esto, le lanzó un golpe en el brazo derecho,
por lo que él se defendió tomando un bisturí con el que le
propició un corte en el lado izquierdo del cuello, que alcanzó
la yugular, al tiempo que le daba un empujón y caía al suelo
con vida aún, pero inconsciente.

35
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Entonces arrastró el cuerpo hasta el baño donde abrió una


llave ubicada debajo del lavabo al tiempo que corría el agua
revuelta con la sangre. Cuando hizo esto el cuerpo aún tenía
vida, cuando dejó de sangrar comenzó hacer las disecciones
haciendo siete cortes al cuerpo, primero la cabeza, luego los
miembros inferiores en dos partes, y después, los superiores.
Posteriormente, subió el cuerpo al automóvil tal como lo
había relatado.

Siguiendo con su relato, señaló también en la ampliación


de su declaración, que cuando llegaron al lugar donde
depositaron el cadáver, la caja que lo contenía se abrió, y
quedó ligeramente expuesto el contenido. Después de que lo
enterraron y lo cubrieron con piedras, como la tierra quedó
floja, pisoteó sobre ella a fin de que se emparejara y no se
notara tanto el sitio del ocultamiento.

El acusado reconoció también la fotografía a colores que le


mostró el MP, encontrada durante una inspección en la cajuela
de su automóvil. Informó que se la habían tomado hacía
aproximadamente un mes en un estudio, posando de perfil,
ligeramente separados uno del otro, porque deseaban un
recuerdo de su relación, en virtud del gran afecto e intimidad
que se profesaban.

Declaró de igual forma que el día 25 de junio del año en


curso rentaron una casa a un señor de nombre Jesús Campos,
ubicada en la calle Baja California de la colonia Hidalgo, en la
cantidad de cien pesos mensuales. Residencia donde habían
pernoctado en varias ocasiones. De ese contrato comercial,
Gregorio García había pagado el primer mes, él el segundo,
pero adeudaban, a la fecha, los meses de septiembre y octubre.

36
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Al día siguiente, el doctor amplió una vez más su declaración


ante el agente del MP. Reconoce los restos de ropa que le
muestran los agentes como los que portaba el occiso el día
que lo asesinó. Precisó que cuando cortó a su víctima se
había salpicado de sangre solo parte del cuello de la camisa
que portaba el occiso. Aunque comentó horas después que
no sabía por qué estas partes de ropa no estaban manchadas,
pues él se había quedado con la impresión de que sí lo estaban.

Añadió, además, que cuando Gregorio llegó a su consultorio


le dijo que ya tenía su veliz listo en la casa de su novia para
partir a la ciudad de México, ya que, aproximadamente veinte
días antes de los hechos, le había confesado que se mudaría con
un tal Baldomero, que es afeminado, con quien trabajaría en
un hotel. Declaró también ante quienes rendía su declaración,
que no se había recibido de doctor, pues era pasante, pero
consultaba, hacía operaciones y, además, tenía afuera de su
consultorio un rótulo que anunciaba que era doctor recibido,
y la gente y pacientes lo consideraban como tal. Por último,
reconoció no haber tenido nunca ningún trastorno mental ni
sexual, pues razonaba con toda normalidad.

37
IX

E l mismo día en que Bobari rendía su declaración en


la agencia investigadora, comparecieron los familiares
del occiso, su padre, el señor Leocadio García Cuevas,
y uno de sus hermanos menores. El primero declaró que dos
o tres semanas atrás había tenido un disgusto con su hijo
precisamente porque lo reprendió por la amistad que sostenía
con el doctor; pues los vecinos le habían informado que su
hijo era “maricón”. Y de tal grado había sido el desencuentro
que el joven se había ido a vivir con unos amigos, Además,
suponía que una de las causas que habían orillado al agresor
a quitarle la vida a su hijo, era que se iría a vivir a la ciudad
de México, porque ya no aguantaba el asedio al que lo tenía
sometido. Por otra parte, solicitó que se le tuviera como parte
civil coadyuvante para efectos de reparación del daño, para
ello presentó acta de matrimonio suya y acta de nacimiento
de su difunto hijo.

Esta misma tesis, la confirmó dos días más tarde, añadiendo


que casi estaba convencido de que la causa del asesinato de
su hijo era que se iba a ir a México con un tal Baldomero
con residencia en la colonia Cuauhtémoc. Como evidencia,
presentó una carta que este último le envió en el mes de
julio donde le expresa su preocupación ya que no había
podido comunicarse con su hijo, y donde también rogaba
que le informara si este estaba enojado con él y cuál era la
causa, porque no se explicaba el motivo de su descontento,
indiferencia y furtividad hacía su persona.

38
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Por su parte, el hermano menor de la víctima, hizo del


conocimiento de la autoridad que, pocos días después de
haberse trasladado su hermano a la ciudad de México, el
médico fue a su casa a pedirle que le lavara el carro por lo que
le pagaría treinta pesos por semana. Fue así como lo conoció.
Posteriormente, en dos ocasiones fueron a la escuela 20 de
Noviembre, en General Escobedo, N. L., donde el médico
realizaba su servicio social, y en ambas ocasiones, este último,
le había hecho propuestas de naturaleza sexual, las cuales le
causaron mucha incomodidad y había rechazado tajantemente.

Pero las indagaciones estaban lejos de conocer límites. Con


tal de tener el mayor número de testimonios para desentrañar
la causa y naturaleza del acto y no dejar resquicio alguno donde
la vara de la justicia no pudiera imponer su justa medida, el
agente investigador y representante de la sociedad continuó
con las pesquisas e hizo comparecer un gran número de
allegados al occiso, entre los que se encontraban amigos y
compañeros de trabajo.

Fue así que el 10 de octubre, compareció Arturo Castro


Camarillo, trabajador de la panadería Roma, ubicada en contra
esquina de la tintorería San Ángel, ambas del mismo dueño.
Por la cercanía de los locales comerciales, sabía que en la
tintorería trabajaba Gregorio García, y le constaba –asentó
en sus declaraciones– que desde hacía aproximadamente
seis meses, el doctor Bobari diariamente lo llevaba en su
automóvil a su trabajo como a las 7:30 y volvía por él como a
las ocho o nueve de la noche, cosa que hacía diariamente. Por
ese motivo todos se burlaban de Gregorio; hablaban sobre la
íntima relación que mantenía con el profesional de la salud; y
la propia víctima había revelado a sus compañeros que solo

39
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

trabajaba por despistarle, ya que el médico le cubría todos sus


gastos.

También relató que, hacía aproximadamente dos semanas,


Gregorio se había mudado a la casa de su novia Juany
Zamora, donde también le brindaban asistencia. Y que apenas
el miércoles anterior al día de su declaración se había enterado
por un hermano menor de Juany que Gregorio pensaba irse a
la ciudad de México debido a que ya no aguantaba al doctor.
Ese fue el último día que lo vio, como a las 8:30 de la noche
en el citado domicilio.

El mismo día compareció también el joven Porfirio


Martínez Segura. Este declaró que desde hacía seis meses
trabajaba en la Panadería Roma, pero había renunciado
porque le pagaban muy poco. En una ocasión enfermó de
gripa, y su excompañero Gregorio, le recomendó al doctor
Bobari, quien le recetaba y le inyectaba los medicamentos en el
consultorio. A la tercera inyección, el doctor le insinuó que no
tenía necesidad de trabajar, que podía darle todo el dinero que
ocupara y con el tiempo hasta podía adquirir su propio carro;
lo único que debía hacer era acompañarlo a salir cuando se
lo propusiera. En vista de las proposiciones que recibía, optó
por no volverse a parar en el consultorio. Al final, aseguró que
le constaba que el doctor asediaba continuamente a Gregorio,
que en el día y a veces en la noche lo iba a buscar a su casa; y
hacía quince días se había marchado de su domicilio por un
disgusto con su padre a causa de la amistad con el médico.

Otro de los comparecientes, Juan Hernández Jiménez, de


20 años de edad, manifestó que unos tres meses atrás, cuando
venía de dejar a su novia, pasó por el domicilio de su amigo

40
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Gregorio García para platicar en la banqueta. En ese momento


llegó el doctor por Gregorio para ir a dar la vuelta, este lo
invitó también, pero él se negó a acompañarlos. Entonces el
doctor insistió, pero tampoco aceptó. La resistencia no pareció
agradar al facultativo, quien sacó una pistola y le preguntó
que cuándo se casaba; respondió que en noviembre, a lo que
el increpante, con pistola en mano, le advirtió que ese día le
hacía su “borlotito”. Concluyó su declaración diciendo que
había visto por última vez al occiso el domingo de esa misma
semana y que le había comunicado que se iba a la ciudad de
México, sin darle mayores detalles.

El mismo día, el señor Javier Carreón Valencia, de 28


años de edad, quien se desempeñaba como planchador en la
tintorería donde trabajaba el occiso, también se presentó a
declarar. Expuso que desde hacía al menos cuatro meses que
conocía a Gregorio cuando este trabajaba como repartidor
en la panadería denominada Roma. Y cuando empezó a
funcionar la tintorería cambiaron a Gregorio para allá como
recogedor de ropa, donde trabajaba por comisión, pero este
no se esforzaba por aumentar el volumen de la ropa recogida.

A principios de agosto, Gregorio le pidió 230 pesos


prestados. Pero en los primeros días de septiembre, tuvo la
necesidad de comprar una estufa, y le empezó a cobrar. Días
después, el doctor le pagó al llegar a la tintorería junto con
Gregorio. Aunque, en esa ocasión, solo le pagó 200, pero
Gregorio se comprometió a pagar el resto ya que el doctor
solo traía esa cantidad.

Todo esto le pareció muy raro, pero supone que esto


pasó porque los había visto en diversas ocasiones juntos. Al
final de la comparecencia, confirmó que los restos de ropa

41
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

en resguardo del MP eran propiedad del occiso ya que había


planchado esas prendas en distintas ocasiones en la tintorería.

Para el 11 de octubre tocó el turno de declarar a Salvador


Osorio Pérez, de 23 años, quien se desempeñaba como
lavador y velador en la tintorería. Este puso en conocimiento
de la justicia que tres meses atrás, había comenzado a trabajar
en la tintorería donde conoció a Gregorio. Posteriormente,
se desempeñó también como velador, y fue en el ejercicio
de esa labor como notó que todas las noches, a las ocho o
nueve, el doctor llegaba a recoger a Gregorio en su automóvil
color lila y lo regresaba por la mañana como a las seis o siete.
Hasta recordaba que en una ocasión le había gritado: “Ándale,
Goyo, vámonos porque ya tengo mucho sueño”; lo que le
causó suspicacia, y se estuvo riendo solo por un buen rato, ya
que había confirmado como ciertos los rumores que de ellos
se escuchaban.

Pero últimamente también había atestiguado el deterioro


de esa relación. Desde hacía como quince días, su compañero
le sacaba la vuelta al doctor, retirándose antes, cuando lo iba a
buscar con insistencia a la tintorería. Y era tan firme su decisión
que hasta había comenzado relaciones de noviazgo con una
empleada de la tintorería de nombre Juany Zamora. Desde
ese momento dejó de verse con el doctor, cuando menos en la
tintorería, como lo hacía antes. Finalmente, reconoció la ropa
del occiso, ya que él había lavado las prendas muchas veces
en la tintorería. No tuvo más qué decir, ya que Gregorio, en
su trabajo –afirmó–, era muy reservado, y a pesar de que le
cargaban la mano con el doctor nunca les había recriminado
nada.

42
X

P or su parte, Arturo Valero, síndico segundo de Villa


de Guadalupe, los señores Santiago Güemes, jefe de
grupo de la sección de homicidios dependiente de la
Inspección General de Policía, y su subordinado Miguel Ángel
Orta, agente de la sección de homicidios, en sus respectivos
informes, señalaron cómo fueron informados del suceso,
llegando con las primeras investigaciones a la detención del
doctor Carlos Bobari Carvalo y Rigoberto Carrillo Navarro
como presuntos responsables del asesinato.

El día 13 del mismo mes, después de haber recabado en


maratónicas sesiones suficientes evidencias, el MP consideró
que quedaba debidamente comprobada la existencia de los
delitos de “homicidio, usurpación de profesión, inhumación
clandestina y encubrimiento”, así como definida la presunta
responsabilidad de Carlos Bobari Carvalo en la comisión
de los tres primeros, y de Rigoberto Carrillo Navarro, en la
de los dos últimos. Con estas conclusiones, resuelve que las
diligencias sean remitidas al Juzgado de Letras del Ramo Penal,
poniendo a disposición de esa autoridad a ambos inculpados,
encarcelados en la penitenciaría del estado, para que rindieran
su declaración preparatoria, y se practicaran las diligencias
necesarias para el esclarecimiento de los hechos.

Junto con las anteriores diligencias, se adjuntaron,


entre otras cosas, dos fotografías a color, cuatro fotos del
departamento de criminalística, dos bolsas con pedazos de

43
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

prendas de vestir del occiso, uno remitido por el síndico del


ayuntamiento de la Villa de Guadalupe N. L. y otro por el
MP, llaves del carro Ford Thunderbird 1958, 1,580 pesos en
efectivo, un bisturí, un reloj marca Bulova, una barra de acero,
y otros objetos menores.

44
Segunda parte
PRIMERA INSTANCIA
XI

S i los días anteriores al juicio fueron intensos, los que


siguieron no lo serían menos. Los diarios habían hecho
su festín y mantenían a la comunidad al rojo vivo. Se
difundían rumores de que el médico había succionado la
sangre del cuerpo, puesto que no se había encontrado ni una
gota de sangre como evidencia. Las autoridades policiacas, por
su parte, comenzaron a buscar más cuerpos en el consultorio,
ya que conjeturaban que más pacientes habían corrido con
la misma suerte del difunto recién descubierto. Con todos
estos antecedentes, el proceso judicial se desahogaría cargado
de una fuerte condena social y un seguimiento detallado
producido por el morbo.

El 14 de octubre de 1959, apenas cinco días después de los


terribles hechos, el acusado tiene su primera comparecencia
en el Juzgado de Letras del Ramo Penal de la ciudad de
Monterrey, ubicado en un espacio contiguo a la Penitenciaría
de Monterrey. Todo está listo para que el inculpado rinda su
declaración preparatoria en el inicio de un juicio que hará
historia. Como es natural, se vive una gran expectación. Pero
hay tanta gente en el juzgado que la defensa solicita que se
haga un conteo de los asistentes pues cree que la influencia
puede ser negativa para el desarrollo del juicio. La tarea
corre a cargo del secretario quien revela que hay casi ochenta
personas en el recinto.

Las diligencias comenzaron. El acusado estará, por un


periodo prolongado, en medio del fuego cruzado de una

49
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

batalla que protagonizarán heroica y estupendamente el MP


y la defensa. La voz del secretario irrumpe en medio del
murmullo revoltoso y logra un silencio casi absoluto. Siguiendo
el inamovible rigor de la formalidad de los procesos penales,
después de evocar los generales del acusado, se le informa los
delitos que se le imputan: homicidio, usurpación de profesión
e inhumación clandestina de cadáver. El acusado por su parte,
en esa misma diligencia, designa como su abogado defensor al
licenciado Josué Garza Luna y a los pasantes de la carrera de
derecho Pedro Venancio e Hiram Cruz.

De inmediato, el abogado defensor, quien se caracterizaría


por dar una enérgica batalla legal, solicita que se le conceda
el derecho de intercambiar impresiones con su defendido
en privado antes de que rinda su declaración preparatoria.
El inusual pedido tenía su sustento en que durante las
indagatorias iniciales practicadas por el MP se le había negado
este derecho. Esto mismo -según sus declaraciones-, también
había sucedido cuando este último hizo la consignación
respectiva y el acusado fue internado en la penitenciaría del
estado. Con la anuencia del juez, el MP, presente en esta y
en todas las demás diligencias, manifestó que la petición de
la defensa era improcedente, pues el acusado había rendido
su declaración en forma libre, espontánea y fuera de toda
coacción, y que la inconformidad en cuestión no era otra
cosa que estrategia de la defensa para entorpecer la marcha
del proceso, ya que en la audiencia tenía el derecho, y lo
seguiría teniendo, de interrogar a su defendido. En virtud de
las anteriores declaraciones, el juzgado desechó la solicitud de
la defensa con el argumento de que la diligencia ya estaba en
marcha y porque, de acuerdo con los primeros registros, no se
le había negado ningún derecho al acusado.

50
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Pero la defensa insiste, y en lo que dure el proceso, hará


de esta una de sus armas más controversiales. Declaró que
durante el procedimiento anterior se le había negado a su
defendido los derechos conferidos por el artículo 20 de la
Constitución, ya que estuvo incomunicado completamente –
como lo justificaría en el momento oportuno–, y que en tales
condiciones se le habían vulnerado las garantías individuales
conferidas por la Constitución de la república en sus artículos
14, 16 y 20. Y, además, con fundamento en los artículos
160 y 161 de la Ley de Amparo, hacía valer la reparación
constitucional correspondiente, y en su caso, la protesta
respectiva en contra de tal resolución. Con este arrojo en sus
primeras intervenciones, la defensa causa algunas sorpresas,
pues poquísimos creía que hubiera abogado alguno que
pudiera levantar de entre las cenizas a semejante infractor.

Nuevamente, el abogado en cuestión, con el mismo nivel de


retórica, remata señalando que su petición no tiene como fin
entorpecer la marcha del procedimiento, sino solo que el caso
se lleve a cabo de acuerdo con las normas jurídicas en vigor.
El juzgador, por su parte, exponiendo como base la fracción
II del artículo 161 en relación con la parte segunda del 162
de la Ley de Amparo, confirma que el recurso de reparación
constitucional debe desecharse ya que de ningún modo se
percibe violación alguna de los derechos del acusado, puesto
que no se advierte que haya estado incomunicado, y que si así
hubiera sido, tal acto no es imputable al juzgado. En vista de
lo anterior, la defensa protesta para los efectos legales por la
resolución del juzgado en donde se le desecha la reparación
constitucional interpuesta, protesta que le es tenida en cuenta
por la autoridad y asentada en las primeras actas judiciales.

51
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Luego, se procedió a tomarle la declaración al acusado,


pero este secundó la voz de su defensa, manifestando que no
estaba de acuerdo en rendir su declaración ese día, y que estaría
dispuesto a presentarla el día que tuviera un intercambio con su
defensor. Y no solo eso, sino que se negaba a declarar porque
había sido sometido a interrogatorios muy prolongados de
cuatro a cinco horas que lo había agotado físicamente, aparte
de la incomunicación a la que fue sometido. El MP toma la
palabra y afirma que esas declaraciones son falsas, puesto
que en todo momento el acusado estuvo en contacto con
un sinnúmero de personas a las cuales, en forma oficial y
extraoficial, les hizo saber, a manera de confesión, la forma
y circunstancia en que privó de la vida al occiso; y ya que el
acusado se negaba a declarar, solicita que el juzgado decrete
de inmediato el procedimiento a que se contrae el artículo
292 del Código de Procedimientos Penales, o sea, el careo
respectivo con uno de sus primeros testigos, y que es, nada
más y nada menos, que Leocadio García Cuevas padre del
occiso.

Pero la defensa no está dispuesta a ceder. Nuevamente


interviene, señalando que a manera de simple información,
pero con el objeto de que quedara constancia, que desde el
día 9, por la noche, los señores Jacinto Bobari Romo y Jacob
Bobari Carvalo, padre y hermano del acusado, estuvieron en
su domicilio para solicitarle que se encargara de la defensa.
Con ese objetivo se entrevistó con el agente del MP para que
le permitiera la intervención que legalmente le correspondía,
pues el acusado se encontraba detenido, y en los términos
de la fracción IX del artículo 20 de la Constitución de la
república, el defensor tiene derecho a estar presente en todo
los actos realizados por la autoridad, intervención que le fue

52
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

negada en forma sistemática, motivo por el cual ninguna de


las diligencias practicadas en la averiguación se hizo con la
asistencia suya a pesar de su reiterada insistencia.

Y la ofensiva no paró ahí. Señaló, con igual vehemencia,


que en ningún momento había podido dialogar con el
acusado cuando este se encontraba a disposición del MP, en la
Inspección General de Policía, ni pudo hacerlo el día anterior
cuando fue internado en la penitenciaria del estado. Lo mismo
había sucedido ese mismo día en la mañana, como tampoco
se le había permitido intercambio alguno con ninguno de
sus familiares; por tales condiciones, el procedimiento estaba
viciado, sentenció.

Por su parte, el MP respondió en su favor que todo era


falso, y que lo único que trataba la defensa era impresionar al
sinnúmero de personas que se encontraban en el juzgado. La
prueba era que en las diligencias previas estuvieron presentes
los señores estudiantes de derecho, ayudantes del defensor
como lo había informado la prensa en sus publicaciones; e
insiste en que se lleve adelante la averiguación examinando al
testigo que ha presentado y luego fuese careado con el acusado.
Asimismo pidió que se asentara la mala fe del acusado y de su
defensor tendiente a desvirtuar la veracidad de los hechos. En
tanto, la defensa, considerando que sus argumentos habían
sido suficientemente, se reservó el derecho de rebatir estas
últimas declaraciones.

53
XII

A sí pues, siguiendo con el trámite de la diligencia, fue


llamado ante el juzgado el señor Leocadio García
Cuevas, de 68 años de edad y padre del occiso. Este
ratificó las declaraciones que había hecho ante el agente del
MP y que estaban ya en poder del juzgado, y no deseaba
cambiar en nada lo que ya estaba escrito. Pero presentada la
ocasión no la desaprovechó para echarle más leña al fuego.
Así, añadió que ocho días antes de los hechos, el acusado,
fue a su domicilio como a la una de la madrugada diciéndole
que Gregorio estaba muy enfermo y que necesitaba que lo
acompañara, José Guadalupe, hermano menor del occiso, mas
él se opuso, y en su lugar, se ofreció a ir él a acompañarlo. El
doctor, al oír la negativa, se retiró diciendo que ya vería cómo
lo arreglaba. Después, el declarante investigó y comprobó que
su hijo estaba completamente sano.

El MP no desaprovechó el momento. Le preguntó al


declarante que si cuando Bobari iba a su casa, lo hacía solo
o acompañado; este respondió que no se daba cuenta en
virtud de que iba a altas horas de la noche, que el acusado
visitaba la casa –creía él– como amigo de la familia, noble y
sincero, mas no con las intenciones reprobables reveladas y
ampliamente difundidas. Entonces el agente investigador se
muestra más acucioso y solicita informes de cuándo y cómo
se enteró de que Carlos Bobari era una persona de “torcidas
costumbres”. Este responde que lo supo por boca de su hijo
José Guadalupe y otras personas. La defensa, por su parte,

54
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

se reservó el derecho de interrogar al testigo. Sin más qué


declarar, el juzgado procedió entonces a celebrar la diligencia
de careo entre Leocadio García Cuevas y el acusado.

Sin embargo, el licenciado Josué Garza Luna, interviene y


considera improcedente la diligencia de careo en virtud de que,
como ya lo había afirmado, las diligencias estaban viciadas, ya
que como no existía una manifestación del acusado ante esta
autoridad, no era posible llevar a cabo la diligencia, por lo que
solicitó que se hiciera en el momento oportuno.

No obstante los argumentos proferidos por la defensa,


el juzgado acuerda que, atendiendo al artículo 292 del
Código de Procedimientos Penales, se lleve adelante la diligencia
de careo. Pero se encuentra nuevamente con la decidida
oposición del abogado defensor, quien expone que con
fundamento en el artículo 160 en relación con el 161 de la
Ley de Amparo protesta la determinación, ya que existía una
violación del procedimiento que conculcaba las garantías
individuales conferidas al acusado por los artículos 14 y 16
de la Constitución general. El acusado, por su parte, se niega
a intervenir en la diligencia de careo, por lo cual, concluye el
juez, que la autoridad se encontraba ante la imposibilidad de
seguir adelante con la diligencia.

En la misma fecha se le tomó la declaración a Rigoberto


Carrillo Navarro, acusado de los delitos de inhumación
clandestina de cadáver y encubrimiento, quien había
nombrado al licenciado Remo Villarreal Zertuche como su
abogado. En esta diligencia, el acusado ratifica la declaración
rendida ante el MP, pero aclara que no es cierto lo que

55
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

constaba en su declaración previa, que de la caja se haya


dejado ver un fragmento de carne figurándosele un cachete
de marrano rasurado; pues de haber sucedido así, hubiera
tenido una reacción distinta a la que tuvo en el desarrollo de
esta historia. Ante esta última confesión, el juzgado exhorta
al declarante para que se conduzca con verdad. Al escuchar
esta reprimenda, su abogado considera que era su momento.
Interviene preguntando al acusado si su nerviosismo era
originado por la incomunicación y los desvelos a que había
sido sometido en los interrogatorios, a lo que este responde
que sí, ya que estuvo incomunicado tres días en un sótano.

Ahora, a pregunta expresa del MP, el acusado responde


que conoció al doctor en su antiguo domicilio en la colonia
Industrial, de donde se había mudado hacía aproximadamente
año y medio. Dos años atrás, le había hecho una curación en
su mano izquierda, y desde entonces había atendido también
a sus hijos. Pregunta, además, la autoridad en cuestión, que
en dónde, el doctor Bobari, dio muerte a Gregorio García, a
lo que este respondió que en el consultorio, lo que supo por
boca del doctor estando en la celda, pero que este no le dijo en
qué circunstancias lo había hecho, ni tampoco había conocido
al difunto.

Declaró también que las cajas de placentas y tumores


estaban envueltas en una lona y que no tenían manchas de
sangre. Y cuando lo detuvieron y lo llevaron al hospital,
le enseñaron el cuerpo diciéndole que aquello era lo que
contenía la caja, respondió que nunca pensó que se tratara
de eso. Por otro lado, manifestó que en ningún momento
el doctor le ofreció dinero por su ayuda, sino que se sentía
obligado moralmente en virtud de que este atendía a sus

56
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

hijos cobrándole muy poco, y a veces hasta en forma gratuita.


Del mismo modo, con el padre de Carlos Bobari se sentía
agradecido, pues era un hombre muy noble y desinteresado,
ya que en ocasiones hasta le había fiado medicamentos.

Para finalizar, a pregunta expresa de la defensa, informó que


las intervenciones del doctor Bobari con su familia siempre
habían sido con resultados positivos. Y, por otro lado, el día
de los hechos no pudo sembrar el árbol que había comprado
porque el doctor tenía urgencia de regresar a su consultorio.
Así concluyeron estas primeras comparecencias.

57
XIII

E l 16 de octubre, tres días después de que los acusados


fueron puestos a disposición del juzgado, el juez
encuentra los elementos necesarios para declararles
el auto de formal prisión por considerarlos probables
responsables de los delitos de “homicidio, usurpación de
profesión, inhumación clandestina y encubrimiento”, al doctor
Bobari, de los tres primeros, y a Rigoberto Carrillo, de los
dos últimos. El juzgador resolvió que se hallaba debidamente
fundada en los hechos la responsabilidad de cada uno de
ellos en los diferentes delitos; lo que se desprendía de las
manifestaciones de las autoridades y los declarantes, además
del dictamen de autopsia, así como del resultado de los análisis
químicos practicados en sangre, vísceras y contenido gástrico
del cadáver en donde se había encontrado una fuerte dosis de
pentotal sódico.

Al ser notificados, Bobari manifestó que se adhería a lo


que expusiera su defensa. En tanto, la defensa del señor
Carrillo, expresó que no estaba de acuerdo con el auto de
formal prisión y que en su momento interpondría el juicio
de garantías. Aunque, este último, sería puesto en libertad
condicional, el 17 de octubre, después de aceptar y pagar una
fianza de 10,000 pesos.

En lo sucesivo, el MP convocaría nuevamente a sus


testigos, pero ahora para comparecer ante el juez con la
intensión de ratificar sus declaraciones o robustecerlas si así

58
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

lo consideraban con información nueva y relevante. Estos


testimonios serían poco favorables al proceso del acusado.
Como el de la señorita Juany Zamora, de 20 años de edad,
quien era la supuesta novia del occiso. Esta declaró el 17 de
octubre que tres semanas antes de hechos, al intentar atravesar
la calle por la esquina del lugar donde trabajaba, el acusado
pasó en su automóvil muy cerca de ella, y solo pudo notarlo y
evitar ser impactada y sufrir lesiones gracias a que su patrón le
gritó: “Juanita, cuidado”, a su vez que con su brazo le impidió
avanzar un paso más.

De igual forma, en esa misma fecha comparecieron


ofreciendo testimonios menores el señor Arturo Castro
Camarillo, José Guadalupe García Navarro y Porfirio Martínez
segura quienes de igual forma ratificaron lo ya declarado ante
el MP, y reconocieron, cada uno por separado, parte de las
prendas mostradas, como las que portaba la víctima al momento
de su muerte. El último de los declarantes mencionados,
añadió que cuando el doctor Bobari le hizo la proposición de
que lo acompañara a salir con él, lo invitó a tomar al bar Jardín
de Pancha, el cual se encontraba ubicado enfrente del palacio
de justicia donde se desahogaba la diligencia. De ahí, una vez
borrachos, le pidió que lo acompañara a la casa de la colonia
Hidalgo, pero él se negó a satisfacer ese pedido.

Para el 19 de octubre presenta también su testimonio


ante el juzgado el señor Humberto Barrera quien sumó a su
declaración inicial que la casa donde le daban asistencia, y
donde vivió últimamente Gregorio García Navarro hasta el
momento de su muerte, se encontraba ubicada a dos cuadras
del consultorio de Carlos Bobari. Y el día de los hechos, como

59
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

a las 10:30 de la mañana vio a Gregorio perfectamente normal


de su estado físico, y fue hasta el día 9 que se enteró que
estaba muerto. Por su parte, el señor Salvador Osorio Pérez,
compañero de trabajo de Gregorio en la tintorería, ratificó su
declaración y añadió que Gregorio le comentó que el doctor
y él eran únicamente amigos. También recordó que en una
ocasión, el doctor Bobari le comentó que tenía como cuatro
o cinco años de conocer al occiso y que desde entonces se
habían hecho muy amigos; se procuraban mucho, que hasta
hacían viajes juntos a otras ciudades.

Señaló, también, que como un mes atrás fue la última vez


que vio que Bobari pasó por Gregorio. Posteriormente, el
doctor circulaba por el lugar pero ya no le preguntaba por
él. El día 8 de los corrientes, es decir, el día de los hechos,
recuerda que la esposa de su patrón llamó al doctor Bobari
como a la una o dos de la tarde para que atendiese a una de
sus hijas que se encontraba enferma, pero cuando habló con
el doctor, este le dijo que no la podía atender en ese momento
porque se encontraba ocupado.

Ese mismo día, el abogado defensor Josué Garza Luna


se dio por enterado del auto de formal prisión dictado a su
defendido, manifestando que interpondría el recurso de
apelación. Este último presentado y admitido por el juzgado
en efecto devolutivo el 20 de octubre, dando vista al MP, así
como al acusado y su defensor.

60
XIV

L a defensa, encabezada por el licenciado Josué Garza


Luna, seguía elaborando su estrategia. Solicitó
mediante oficio, 17 de octubre, que el juzgado pidiera
informes del director de la penitenciaría del estado, acerca de
que si el día 14 de ese mes, por la tarde, él había solicitado al
alcaide de ese centro de reclusión, que se le permitiera hablar
con su defendido, petición que le había sido negada con
el argumento de que solo podía hacerlo si le diera órdenes
expresas el director del penal; y que igualmente se le diera
constancia por escrito acerca de si, el día 15 por la mañana,
antes de que el juzgado le tomara la declaración preparatoria
al acusado, había hecho la misma solicitud ante el secretario, la
que de igual forma le había sido negada, tal como sucedió con
las múltiples solicitudes de entrevista con su defendido desde
la fecha en que este fue internado en dicho establecimiento
penitenciario.

Sería hasta el 17 de febrero de 1960 cuando el juzgado


le envió el oficio al jefe de la demarcación central de policía
para que este diera respuesta a las preguntas de la defensa.
Quien de inmediato cumplió con el requerimiento judicial,
respondiendo que su oficina ignoraba si se le había negado
alguna vez el permiso al abogado defensor para hablar con
el reo, pero creía que sí se había entrevistado con él como lo
hacen todos los abogados con sus defendidos.

61
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Además, la defensa solicitó al juzgado que la demarcación


central de policía informará la fecha y hora desde la que el
acusado estuvo recluido en dicha dependencia, así como
la fecha en que fue remitido a la penitenciaría del estado.
Respuesta que sería dada en el trámite del procedimiento
hasta el 19 de febrero de 1960, en la que la oficina en cuestión
informó que el acusado había sido internado en ese centro
el 9 de octubre a las 23:25 horas del año próximo anterior y
se le había trasladado a la penitenciaría del estado cuatro días
después, o sea, el 13 del mismo mes.

Y al juzgado, el licenciado Garza Luna también le solicitó


hacer constar expresamente que él, con la personalidad de
defensor del acusado, antes de que este fuera interrogado en la
declaración preparatoria, requirió que se le permitiera hablar
en privado con su cliente, lo que fue negado por el titular
del juzgado, quien le expresó que podía hacerlo en el lugar y
momento mismo en que se estaba practicando la diligencia
con la asistencia de todas y cada una de las partes en el juicio
y de las personas que invadían el recinto judicial.

En diferente diligencia, el señor Leocadio García Cuevas,


padre del occiso, solicitó al juzgado el día 15 declarar
precautoriamente embargado el automóvil marca Ford
Thunderbird modelo 1958 propiedad del acusado a fin de
garantizar la reparación del daño a que tenía derecho como
representante de la parte ofendida. Esto en virtud del temor
fundado, a su parecer, de que este vendiera o empeñara
sus propiedades para invertirlas en su defensa. Este pedido
fue secundado por el MP quien declaró en su intervención
escrita del día 20 que, dada la trascendencia y monstruosidad

62
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

del crimen cometido por Bobari, las personas cercanas a


él estaban saliendo de la ciudad; cerrando el consultorio y
abandonando toda actividad en la capital, e incluso, llevando
consigo los bienes propiedad del detenido con los cuales
pudiera responder por la reparación del daño a todas luces
justificada. En atención a esta delicada solicitud, el juzgado
declara embargado el día 21, el auto Ford Thunderbird de
reciente modelo.

63
XV

A lgunos días después, el 23 de octubre, a petición del


abogado defensor, el señor Jacinto Bobari Romo y
Jacob Bobari Carvalo, padre y hermano menor del
acusado, fueron citados para comparecer ante el juzgado.
El primero de ellos se empeñó en denunciar las trabas que
tuvieron tanto él como la defensa para entrevistarse con su
hijo. Declaró que el 9 de octubre como a las 4:30 de la tarde
se presentaron en la botica varios individuos, y él los pasó al
consultorio para que se sentaran. Momento después, se dio
cuenta de que se llevaban a su hijo y les preguntó qué sucedía,
pero solo uno de ellos le respondió que era agente pero
sin mostrarle ninguna credencial. Inmediatamente después
de que se llevaron a su hijo, llamó a una abogada, la que se
comunicó, en tanto que él llegaba, al MP, a la policía judicial
y a la Inspección General de Policía, pero en ningún lado le
dieron noticias de su hijo.

Ante el desconcierto y desconocimiento del lugar de


reclusión, decidieron ir primero a la agencia del MP, pero el
agente les dijo que no sabía nada. Inmediatamente se fueron
a la Inspección General de Policía y ahí les informaron que su
hijo estaba preso en la sección de homicidios. Pero regresaron
nuevamente a la agencia del MP, ya que el agente les llamó
pidiéndoles que volvieran. Al llegar, este último les advirtió
que la abogada que iba con ellos no podía llevar el caso porque
era muy delicado, y les recomendó varios abogados, entre
ellos, figuraba el nombre del licenciado Josué Garza Luna.

64
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

No pudieron hablar con su hijo sino hasta cuando se


retiraban del lugar, cuando los policías lo bajaban por las
escaleras. Al verlos, les dijo: “tengo hambre, tráiganme de
cenar”. De ahí se fueron al despacho del licenciado Garza,
quien aceptó llevar la defensa, encomendando a Hiram Cruz
para que los acompañara a la Inspección General de Policía,
donde estuvieron hasta las cuatro de la madrugada, hora en la
que trajeron a su hijo. Durante este tiempo ninguna autoridad
presente les permitió hablar con él. Al día siguiente, le llevó
las tres comidas, pero no supo si se las entregaron porque
tampoco le permitieron verlo. Continuó declarando que en
ese día, sábado, como a las nueve de la mañana se dirigió
junto con el abogado Garza Luna a la agencia del MP con el
propósito de entrevistarse con el detenido. Cuando llagaron,
solo el licenciado entró a la oficina, pero salió diciendo que no
lo dejaron ver al acusado ni lo reconocieron como su defensor.

Por otro lado, el declarante también hizo del conocimiento


de la autoridad que ese mismo día rompieron un vidrio de
su casa con una piedra por lo que se dirigió a la Inspección
General de Policía a poner la denuncia. En ese lugar, se
encontró al agente del MP y le explicó lo que había sucedido
en su casa y este le prometió darle las garantías necesarias
para su seguridad y la de su familia. Estando ahí, el señor
agente le preguntó que si quería ver a su hijo. Fue así como
pudo hablar con él, e informarle que ya le había contratado un
abogado para su defensa, posteriormente, regresó a su casa.
El domingo le había llevado las tres comidas mas no pudo
verlo, ni supo si se las entregaron. Ese día, por la noche, su
hijo le mandó a decir con un policía que quería verlo, así que se
dirigió a la agencia del MP, donde esperó dos horas para poder
hablar con él. De igual forma -continuó en su declaración- el

65
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

licenciado Garza trató de hablar con su muchacho el martes,


pero no se lo permitieron, y no pudo verlo sino hasta que lo
trasladaron al juzgado para rendir su declaración preparatoria.
El miércoles, nuevamente trató de hablar con el acusado en
la penitenciaría del estado, antes de su declaración, pero las
autoridades del penal se lo impidieron. Por su parte, el joven
Jacob Bobari Carvalo, llamado también por la defensa para
rendir su declaración ante el juzgado, se pronunció en los
mismos términos que su padre, al relatar los obstáculos que
enfrentaron para entrevistarse con su hermano.

En ese mismo día, Carlos Bobari solicitó al juzgado la


devolución de sus objetos personales que le fueron recogidos
en la demarcación central de policía, y que se encontraban
consignados ante esa autoridad. Entre los objetos personales,
se encontraban un reloj, un anillo, y una pluma, además de
1,580 pesos en efectivo. Pidió también que se le fijara una
fianza para garantizar la reparación del daño, para que también
le fuera devuelto su automóvil que se encontraba embargado.
Tres días más tarde, se le fijó una fianza por 20,000 pesos,
cantidad que cubre el acusado ese mismo día, y la que le fue
otorgada por la compañía Afianzadora Regiomontana S. A. Al
haber cumplido con tales requerimientos, el juzgado decreta
que le sea restituido su automóvil.

En cuanto al proceso que paralelamente se le seguía a


Rigoberto Carrillo, acusado de encubrimiento e inhumación
clandestina, el 26 de octubre, son convocados por su defensa
dos testigos para rendir su declaración ante el juzgado. El
primero de ellos, el señor Lorenzo Navarro Lozano, tío del
señor Carrillo, ratifica sus anteriores afirmaciones, pero añade
que después de que los acusados se llevaron la barra, se fueron

66
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

al norte como a unas seis cuadras de la casa del declarante.


Reconoce la barra de acero remitida por el MP como la misma
que uso el día de los hechos Rigoberto Carrillo. Y en cuanto a
Carlos Bobari, nunca había ido a la propiedad de su sobrino,
ni siquiera tenía conocimiento de su nombre, y que el día de
los hechos cuando su sobrino regresó con la barra le dejó
un naranjo en un botecito para que lo sembrara ya que no lo
había podido sembrar.

El siguiente en comparecer para rendir su declaración ante


el juez, fue el señor Gabriel Carrillo Hernández, padre de
Rigoberto Carrillo. Este ratificó su declaración anterior, en la
que solo había informado que el día que el doctor llamó por
teléfono a su domicilio, él recibió la llamada, la que le pasó
a su hijo ya que el primero preguntaba por él. Y añadió, en
decidida defensa de su hijo, que estaba convencido de que este
no tenía ninguna responsabilidad, que era inocente y víctima
del engaño del que sabe que se hizo pasar como médico en la
colonia donde tiene su consultorio en la cual tanto él como su
hijo venden dulces en su pequeño negocio. No agregó nada
más por no constarle la forma en que habían sucedido los
acontecimientos que involucraban a su hijo.

Otros dos comparecientes citados a petición de la parte


acusadora para el seguimiento de la causa, fueron nada menos
que los agentes Santiago Güemes Jiménez y su subalterno,
Miguel Ángel Orta. Aunque estos solo se limitaron a ratificar
sus anteriores declaraciones, ya que al proceder a celebrar el
careo con el acusado Bobari Carvalo, este manifestó que no
estaba de acuerdo, mientras no estuviera presente su defensor,
motivo por lo que se dieron por terminadas las diligencias de
ese día.

67
XVI

E l 25 de febrero de 1960, el acusado Carlos Bobari


Carvalo sorprendió a todos, y, especialmente, al juez
de la causa al enviarle una carta de su puño y letra en
la que expresaba ciertas reflexiones personales. Documento
que fue ratificado como declaración oficial al día siguiente en
el juzgado y que generó sospechas de la parte contraria de
que solo quería granjearse la benevolencia y compasión de
la justicia, así como influir en la opinión pública. En dicha
misiva se hacía la siguiente declaración:

C. Juez Penal
Presente

Con todo respeto expongo que me había negado a declarar antes usted,
por las razones que expresó mi abogado defensor en la fecha en la que
pretendió tomar mi declaración preparatoria, por lo que me concreté a
seguir las instrucciones de mi defensor, ya que este por más gestiones
que hizo para hablar conmigo, le fue negado ese derecho por todas las
autoridades que conocieron de mi asunto en un principio. Desconozco
cuáles sean mis derechos como acusado y cuáles sean los que tienen las
autoridades que inician un proceso penal, pero deseo manifestarle que el
agente del MP me sometió a interrogatorio en diversas ocasiones y
a todas horas del día y de la noche que minaron mi resistencia física a
un grado tal que muchasveces no supe a ciencia cierta cuáles fueron las
contestaciones dadas a esos interrogatorios, en atención a que ese

68
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

funcionario fue quien dictó, en los términos que quiso tales declaraciones,
poniendo algunas palabras que nunca fueron pronunciadas por mí, sin
permitirme leer las mismas, ordenándome tan solo que firmara en el lugar
que se indicaba. Usted debe comprender, señor juez, cuál era el estado
anímico en que me encontraba cuando se realizaron las investigaciones
preliminares, situación que no me permitía observar con claridad los
hechos que estaban sucediendo entorno a mi persona, ya que si bien es
cierto que realicé los actos que se mencionan en mi primer declaración, o
sea, que causé la muerte de quien pretendió apoderarse por la fuerza de
mi dinero, ello se debió a esa circunstancia, y a un movimiento instintivo
de proteger, no solamente mi persona sino también mis bienes.

Es cierto que con el bisturí de que hablo le ocasioné la lesión al occiso,


pero ese acto nunca fue pensado, porque como digo fue una reacción
instintiva. Se ha pretendido darle una carga a ese hecho que en realidad
no tiene. Soy responsable de su muerte, no puedo negarlo, pero dista
mucho de que tal acto lo hubiera efectuado con todo conocimiento
de causa. Existe en mi conciencia, no la tendencia de ocasionar la
muerte, sino por el contrario, de combatirla en todas sus formas, porque
ese principio me fue dado a través de las cátedras que me impartieron en
la universidad, a la que para mi desgracia he deshonrado. Principio
que había movido todos los actos de mi vida, siendo por ello que no
puede humanamente pensare que la muerte de que hablo, hubiera sido el
producto de una reflexión clara y serena.

69
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Se me ha criticado con rigor por el procedimiento empleado para


pretender cubrir mi delito, pero lo hice movido por sentimientos egoístas
formados a través de las influencias, que la sociedad en que vivo se ha
encargado de imprimir en mi espíritu. No puedo olvidar, en ningún
momento, que luché con todas mis fuerzas con el objeto de adquirir un
título profesional, no tan solo por satisfacción propia, sino buscando la
satisfacción de mi familia, y buscando al mismo tiempo, dentro de mis
pocas posibilidades, poder servir a la sociedad en que había vivido.

Usted señor juez, podrá ordenar que se me aplique la pena capital,


que según informes que se me han proporcionado, es la solicitada por el
MP, pero así como tiene la facultad de ordenar que se me prive de
la vida, deseo sinceramente que tuviera usted el don de ordenar se me
privara de la conciencia, la que es un juzgador más duro, implacable
y fiero.

Le expreso, señor juez, que no pronunciaré una palabra más


pretendiendo defenderme. Puede hacer de mí lo que su conciencia y las
leyes le ordenen, ya que me considero como el único responsable de mi
propia irreflexión. Quiero aprovechar la oportunidad para dejar
sentado que pido humildemente perdón a padres de Gregorio García
Navarro por el daño que les ocasioné, pido perdón a mis propios
familiares por haberles fallado tan lamentablemente, pido perdón a
mis compañeros y a mis maestros, ya que por mi culpa, sean objeto de
críticas inmerecidas.
Carlos Bobari Carvalo

70
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

A partir de esta fecha, el señor Bobari, solo reconocería


esta declaración, y rechazaría todas las anteriores ofrecidas
por el MP como suyas. Así se manifestó en todos los demás
careos y declaraciones en los que compareció en los siguientes
días, sin añadir nada más. En tanto, los siguientes testigos no
tenían inconvenientes en ratificar sus declaraciones cuando
fueron requeridos.

Solo en el careo con Rigoberto Carrillo le devolvió el


favor a su amigo. Abogó por él en relación al suceso que
más comprometía a su supuesto cómplice, aclarando que en
ningún momento se había visto el contenido de la caja el día en
que fueron a enterrarla, por lo que el acusado no tuvo forma
de saber el contenido real. Con quienes se mostró un poco
más desafiante fue, en sus respectivos careos, con los oficiales
Miguel Ángel Orta y Santiago Güemes, desestimando todas
las declaraciones que habían hecho, de las que afirmaba que
nada era cierto, ya que en ningún momento les había hecho
confesión alguna sino hasta que fue obligado por el servicio
secreto en la Inspección General de Policía.

71
XVII

E n el mes de junio de 1960, un juez de distrito le concedió


el amparo a Rigoberto Carrillo Navarro contra el auto
de formal prisión dictado en su contra como presunto
responsable de los delitos de encubrimiento e inhumación
clandestina. La justicia federal resolvió que su intervención
en el caso fue por ignorancia absoluta de los hechos ya que
no había dato alguno de que el quejoso hubiera sabido por
anticipado que la caja que iban a enterrar contuviera un
cadáver, y que aun admitiéndolo de último minuto, lo eximían
de responsabilidad penal las ligas de respeto y gratitud que
tenía con el doctor, quien había atendido a sus familiares
con muchas consideraciones; e incluso el papá del doctor les
fiaba y, en ocasiones, hasta le regalaba el medicamento. Así
el señor Carrillo, que gozaba de libertad bajo fianza, la que
le había sido concedida algunas semanas después del crimen,
fue absuelto de toda responsabilidad y devuelta su fianza de
ocho mil pesos.

Por aquellos días circuló una publicación firmada por casi


centenar y medio de personas en uno de los periódicos de
mayor difusión en la ciudad de Monterrey en la que vecinos
de la colonia Industrial, y otras aledañas, testificaban que el
médico preso era una persona honorable, caritativa, y a quien
agradecían porque por muchos años había consultado a sus
familias en sus padecimientos y enfermedades a cualquier hora
del día o de la noche con o sin dinero, poniendo la más fina
voluntad para atenderlos. Al igual que la misiva del facultativo
preso, se consideraba que esta confidencia buscaba influir en
el ánimo del juez y de la sociedad por los muchos prejuicios

72
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

que proliferaban en contra del doctor y de su familia.

Siguiendo con el juicio, prácticamente, desde la segunda


mitad del año 1960 hasta los primeros días del año entrante,
la defensa llamó a más de quince personas para su respectivo
interrogatorio. La mayoría de los cuales se desahogaron sin
mayores sobresaltos, sin moverse los interrogados en nada
de sus primeras declaraciones, y la defensa remitiéndose
solo a fórmulas y preguntas de rigor. A quienes sí sometió
el abogado defensor a durísimos cuestionamientos fue a los
oficiales del servicio secreto, Santiago Güemes Jiménez, jefe
de la sección de homicidios, Miguel Correa y otros agentes
menores de la misma dependencia como Miguel Ángel Orta,
quienes detuvieron al doctor en su consultorio un día después
de los hechos.

El defensor jugaba una de sus últimas cartas y no estaba


dispuesto a dejar pasar la oportunidad. La pregunta más
apremiante a la que tuvieron que responder los oficiales fue
que si para llevar a cabo la aprehensión de Carlos Bobari
contaban con orden escrita de una autoridad competente en
los términos establecidos por el artículo 16 de la Constitución
de la república. Menudo paquete había dejado caer el
defensor sobre sus increpados, pero con lo que no contaba
el experimentado abogado, era con la astucia de los agentes,
acostumbrados y curtidos hasta los huesos en las faenas
detectivescas y sus efectivos métodos para lograr el imperio
de la ley. Estos, más de una vez, respondieron que no en sus
respectivos cuestionarios.

El jefe, Santiago Güemes Jiménez, se justificó manifestando


que estaban practicando una investigación y que, además, el
acusado se había entregado voluntariamente. Y añadieron que
entraron como cualquier paciente al consultorio, y cuando

73
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

vieron al doctor le dijeron que el licenciado Alonso Delgado


Santos quería hablar con él. Bobari había salido del consultorio
por su propia voluntad y lo subieron al auto. Ya en el carro –
continuó Santiago Güemes Jiménez– lo confesó todo. De ahí,
–respondieron cuando se les cuestionó que a dónde lo habían
trasladado después de su detención– lo condujeron a la Villa
de Guadalupe para continuar con las investigaciones y para
buscar la ropa que el mismo detenido les había confesado que
había tirado por la carretera a Reynosa.

El defensor se mostró entonces más audaz y agresivo.


Preguntó si conocían el significado de la frase “el delincuente
es aprehendido en flagrante delito”, y si el acusado había sido
detenido en esta condición. El agente Güemes nuevamente
salió a flote con elegante pericia; no sabía el significado –
contestó–, pero sí entendía cuándo un individuo había
cometido un delito y había derecho a detenerlo, y que la
gente podía ser detenida cuando no estaba amparada, pero
reconoció que no detuvo al acusado cuando este pretendía
enterrar el cadáver sino en la tarde del día siguiente. El
estudiante de cuarto año de la facultad de derecho, Miguel
Ángel Orta, discípulo del jefe Güemes, por su parte, reconoció
que sí conocía la máxima jurídica, pero no sabía en qué grado
se encontraba la investigación cuando se le ordenó iniciar
las primeras pesquisas, y no sabía si en esos momentos el
presunto homicida se encontraba materialmente perseguido.

Ya para concluir, se le preguntó a Santiago Güemes Jiménez


–quien fue el más cuestionado–, si sabía que en el estado existía
un cuerpo que se denomina policía judicial dependiente de
la procuraduría, y si conocía cuáles eran sus funciones. Este
respondió en forma afirmativa a ambas interrogantes. Con
monumental retórica explicó que la policía judicial trabaja
mancomunadamente con el agente del MP cuando hay una

74
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

querella por escrito, y que luego ellos dictan la orden de


aprehensión cuando hacen una investigación y consignan al
agente del MP las investigaciones, entonces ya no depende de
ellos sino de la policía judicial. Y que además nadie le había
ordenado realizar la detención, pero que en el desempeño de
su trabajo estaba facultado para practicar investigaciones por
delitos de lesiones y homicidios y que cuando se enteró de que
se trataba de un cadáver se comunicó con el agente del MP
en turno y este le ordenó que hiciera las investigaciones, y al
iniciar las investigaciones se detiene a la gente sospechosa y
relacionada con el delito. La defensa entonces le cuestiona sí
está facultado para extraer de su domicilio a las personas que
consideraba responsables de un delito. A lo que responde de
inmediato que no. El MP, por su parte, no añadió nada más, y
el juez, mucho menos.

Aprovechando el momento, la defensa llamó a un testigo


más adscrito a la agencia del MP. Este declaró que el acusado
fue examinado varias veces en un mismo día, en virtud de
que se le amplió su declaración más de una vez, y que algunas
de estas fueron tomadas en horas de la noche y otras se
prolongaron hasta la madrugada del día siguiente. Por su
parte, los médicos que hicieron la autopsia y los encargados
del examen toxicológico, al ser interrogados, autentificaron
la validez de los dictámenes y los resultados de los exámenes
toxicológicos practicados en la sangre, vísceras y contenido
gástrico del occiso que resultaron positivos en barbitúricos,
con una fuerte presencia de pentotal sódico, y que fueron el
efecto de las inyecciones aplicadas en el brazo del difunto. Por
lo que a este respecto poco pudo hacer la defensa a pesar de
que se condujo insistente e inquisitivo.

75
XVIII

E n los primeros días del mes de julio, el señor Leocadio


García Cuevas, padre del occiso, que llevaba su agenda
por separado, llegó a un acuerdo con el licenciado
Josué Garza Luna en cuanto al monto de la reparación del
daño. La suma que fijaron y que se le pagó por esos días
ascendió a 8,000 pesos, con la que el ofendido renunciaba
a cualquier acción civil o penal que pudiera tener en contra
del acusado. A este, también lo hizo comparecer dos meses
después el abogado defensor. El señor García, luego de haber
recibido la satisfacción de la reparación del daño consistente
en una considerable suma, quizá podría mostrarse ahora un
poco más indulgente con el inculpado, que a estas alturas
respiraba ya aroma de muerte, porque se decía que el MP
pediría para él la pena capital.

El último día del mes de septiembre se dio esta


comparecencia, y, en efecto, no defraudó las expectativas
del defensor. Así que cuando se le cuestionó cuáles eran los
conceptos que tenía del acusado, no dudó en responder que
conocía al doctor desde hacía como siete años, y que en ese
periodo el facultativo lo había atendido tanto a él como a su
familia con resultados satisfactorios y nunca les había cobrado
por sus servicios. Expresó también que en ningún momento
tuvo conocimiento ni sospechó de las relaciones que existía
entre el acusado y su hijo, que sabía de la amistad cercana que
se profesaban, pero que de la relación de “maricón” lo supo
hasta después de que lo había matado. Para finalizar manifestó

76
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

que, antes de suceder los hechos, las referencias que tenía


del doctor, tanto él como en la colonia, era de un caballero
y hombre honrado que servía a la gente, y no los conceptos
reprobables que últimamente se difundían.

Algunas semanas antes de que la autoridad declarara cerrada


la etapa de instrucción y pusiera el negocio en estado de
conclusiones, la defensa convocó al médico legista Ramón H.
Domínguez, presidente de los jurados de terapéutica médica,
y quien hacía poco más de un año había realizado la autopsia
a la víctima mortal. También solicitó la comparecencia del
perito el doctor Ricardo J. Ordaz para realizar el examen
psíquico del acusado, prueba de la que por alguna razón no se
encuentran registros de su desahogo en el proceso.

La que sí se desahogó, aunque con algunos contratiempos,


fue la del doctor Ramón H. Domínguez. La que parece que
se inició un poco tarde, porque cuando iban por la pregunta
doce, de veintiuna posibles, la diligencia fue suspendida por el
juzgador, en virtud de que se había prolongado en exceso y las
labores del juzgado no permitían su continuación.

Apenas si alcanzó el médico en su testimonio a declarar


sobre la naturaleza de la droga administrada al occiso cuando
aún estaba con vida, las posibles cantidades y sus efectos. Las
preguntas que, al parecer, eran de mayor trascendencia para
los intereses de la defensa se desahogaron, y por escrito, hasta
el 5 de enero de 1961, a pesar de que el juez había establecido
que esta se continuara tres días después de la primera
comparecencia del doctor, es decir, el 21 de noviembre de
1960. Pero a pesar de ello, el médico fue prolijo en contestar
las interrogantes restantes en su escrito.

77
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Así, obligado el médico por el imperativo de la temible


frase que antecede a las fórmulas de los interrogatorios
judiciales, “diga el declarante”, respondió a los últimos cuatro
cuestionamientos de la defensa. En la primera de ellas, por
ejemplo, se le cuestionaba si las anormalidades de tipo sexual
que se daban en los sujetos influían en estos desde el punto de
vista psíquico y volitivo. A lo que respondió el especialista que
en la mayor parte de los sujetos que presentan anormalidades
de tipo sexual y estas son el resultado de alguna enfermedad
o insuficiencia del funcionamiento de sus glándulas genitales,
únicamente se presentaría la manifestación de desviación
funcional en lo referente al problema sexual, pero que el resto
del tiempo eran individuos que se comportaban normalmente.

La siguiente pregunta fue más acuciosa. En esta se


interesó la defensa en saber si los sentimientos, emociones
y sensaciones de un sujeto a quien se considere homosexual
eran distintos a los de un sujeto normal. La respuesta fue
afirmativa. Los niños uranistas –informó, en clara alusión a
los estudios de origen alemán prevalecientes en esa época–,
prefieren todos aquellos gustos de las niñas normales, y
también tienen todos los gustos y deseos de una mujer; de
ahí que entre ellos sí pueden existir, los mismos sentimientos,
emociones y sensaciones que existen en dos sujetos normales.

Para concluir, se le solicitó la explicación acerca de si un


sujeto con funcionamiento irregular, por causas congénitas, de
las glándulas endócrinas que desencadenan en él desviaciones
sexuales podía ser considerado como normal desde el punto
de vista médico. La conclusión de la tesis final del médico fue
que un sujeto que tenga funcionamiento anormal de cualquier

78
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

glándula del cuerpo no se le puede considerar como un sujeto


normal, sino como un enfermo. Así estaba dado el último de
los testimonios a favor de Bobari, porque el 19 de enero de
1961 el juez declaró cerrada la etapa de instrucción y puso el
asunto en estado de conclusiones, la que presentaría el MP el
24 del mismo mes, no así la defensa que lo haría hasta el 28 de
abril de ese mismo año.

79
XIX

L os elementos que durante más de un año que duró


la etapa de desahogo de las pruebas fueron recibidos
por el juzgado, en ningún momento y en grado
alguno desvirtuaron la confesión de los delitos cometidos
y sus circunstancias de comisión de Carlos Bobari Carvalo.
Antes bien, comprueban plenamente la responsabilidad del
acusado en el delito de homicidio; así como de inhumación
clandestina de cadáver conforme al artículo 270 del código
penal vigente, consistente en que el acusado sepultó el cuerpo
de Gregorio García Navarro. Así también queda probado el
delito de usurpación de profesión determinado por la fracción
II del artículo 232 del mismo código, y probado por la propia
confesión del acusado al afirmar que ejercía la profesión
médica sin tener título que lo facultara para ello.

Aun el testimonio del médico legista que determina


que en el caso de un sujeto (en la especie Bobari) de tipo
anormal, fuera de las manifestaciones de desviación funcional
en lo referente al problema sexual, el resto del tiempo son
individuos que se comportan normalmente, por lo que se
concluye que el acusado, al cometer su delito, obró en pleno
usó de sus facultades mentales e intelectuales ya que conocía
perfectamente los métodos que uso para privar de la vida a la
víctima; y aunque el victimario sea considerando enfermo, no
debe suponerse que dicha condición lo condujo a delinquir
sin saber lo que hacía, o que se encontrase en un estado
transitorio de inconciencia de sus actos.

80
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Entrando a las penas que el juzgado debe aplicar al acusado


por la responsabilidad que se le imputaba en la comisión de
los delitos anteriores, al estudiar las causas que motivaron
la muerte del occiso; atento a las circunstancias, forma y
método de ejecución, se reúnen los requisitos del artículo
293 del código penal del estado, o sea, que el homicidio por
el que se procesa al acusado es calificado, ya que obró con
premeditación, alevosía, ventaja y traición.

Premeditación, porque al haber reflexionado sobre el


homicidio, primero, le aplicó la sustancia al occiso por la
vía de inyección para dejarlo inconsciente, y asesinarlo
posteriormente; y porque un día antes del hecho, llamó a
su amigo Rigoberto Carrillo para que lo ayudara a enterrar
una caja que supuestamente contenía residuos médicos, pero
que a la postre resultaron ser los restos mortales del difunto.
Ventaja, por los medios que usó para realizar el crimen, los
que imposibilitaron la defensa de la contraparte; y en ningún
momento, el acusado estuvo en riesgo de su seguridad o de
sus bienes. Además, entre victimario y víctima, solo el primero
conocía los resultados fatales de sus actos al aplicar los
conocimientos de la ciencia que es su especialidad. Alevosía,
por los medios que usó para privar de la vida a Gregorio
García, ya que no le dieron lugar para defenderse, ni evitar
la privación de la vida de la que fue objeto. Traición, porque
había, por parte de la víctima, seguridad y confianza en quien
estimaba como médico, la que lo llevó a someterse a sus
procedimientos, sin saber que se entregaba a su verdugo para
que lo asesinara.

81
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Por lo que, atento a lo expuesto a los elementos calificativos


del delito de homicidio y con fundamento en lo dispuesto en el
artículo 310 del código penal vigente, el MP consideró que el
acusado era acreedor de la pena de muerte como responsable
del delito de homicidio calificado. Y en atención al artículo
26 de la misma ordenanza, disposición que establecía que
no podrá agravarse con circunstancia alguna que aumente
los padecimientos del reo, no solicitó sanción alguna por los
delitos de inhumación clandestina y usurpación de profesión.
Así que debía el juzgador condenar al reo a la pena capital o
de muerte.

82
XX

L a defensa, en tanto, no contaba con recursos tan


contundentes como las anteriores que su contraparte
el MP había ofrecido en sus conclusiones. Tuvo
que esforzarse más para enderezar un árbol que ya estaba
prácticamente en el suelo. Casi tuvo que recurrir a la clemencia.
Ofreció, en extensos razonamiento, reflexiones de todo tipo
y materia científica.

Para empezar, pidió desestimar las especulaciones de


la prensa cuyas exageraciones oscurecían la realidad. Y a
continuación presentó un extenso estudio jurídico-sociológico
del delito, lo que lo llevó a suponer la responsabilidad
compartida de la sociedad, la cual, a través de sus críticas
mordaces, de sus vergüenzas, sus vituperaciones, en ocasiones,
es copartícipe y productora del delito.

Donde sí comenzó a mostrarse incisivo fue cuando


nuevamente aludió a la forma en que se llevó a cabo la detención
de su defendido. Reafirmó que este había sido sometido a
extensos interrogatorios y solamente se habían registrado en
las diligencias los datos que convinieron a los intereses de la
parte acusadora. Se le incomunicó con ese mismo propósito
–sentenció–, a fin de excluir en las investigaciones, cuanta
prueba o argumento pudiera existir en beneficio del acusado.

No existiría objeción alguna –continuó–, si en la práctica


de las diligencias se hubiera cumplido con los requisitos
establecidos por las normas que regulan el procedimiento,

83
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

pero ante la notoriedad de la violación, la defensa se veía


obligada a sostener la nulidad de todo lo actuado, ya que se
cometieron violaciones como la detención ilegal del defendido.
Señaló, además, que el artículo 16 de la Constitución
expresaba que solo en casos urgentes, cuando no existiera
en el lugar ninguna autoridad judicial, podría la autoridad
administrativa decretar la detención del acusado, poniendo
a este a disposición de la autoridad judicial. Y conforme
al 263, solo podrá el MP y la policía judicial detener a los
infractores en caso de flagrante delito y de notoria urgencia,
cuando no haya en el lugar autoridad judicial. El 264, por su
parte, disponía que la flagrancia del delito no solo se aplica
al momento que se está cometiendo, sino también cuando,
después de ejecutado el acto delictuoso, el delincuente fuera
materialmente perseguido; pero era evidente que el acusado
no estaba colocado en ninguno de los supuestos jurídicos
mencionados al momento de su detención.

Esta práctica viciosa –enfatizó– no tendría tantos efectos si


de acuerdo con nuestro derecho hubiera un medio adecuado
que permitiera modificar esta actuación arbitraria. Otro de las
abusos cometidos –continuó el defensor– fue que mediante
procedimientos inquisitorios se buscó agotar todo aspecto
relacionado con el delito, aun cuando la fracción II del artículo
20 de la Constitución prescribía que el acusado no puede
ser compelido a declarar en su contra, por lo cual quedaba
rigurosamente prohibida toda incomunicación o cualquier
otro recurso que tienda a cumplir ese fin. Esta garantía se
había violado en el procedimiento, ya que el acusado había
sido obligado a declarar a través de interrogatorios de carácter
inquisitorio.

84
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Por otro lado –continuó–, la ley establece que se deberá


poner al detenido inmediatamente a disposición de la
autoridad judicial correspondiente. Sin embargo, el acusado
fue puesto en prisión el 9 de octubre de 1959, pero el agente
del MP realizó la consignación de las diligencias hasta el
día 13 de octubre del mismo año, practicando durante esos
cuatro días las diligencias que más convino a sus intereses.
Si bien es cierto que no existía ningún lapso específicamente
determinado a efecto de que la autoridad administrativa
pusiera a disposición del juez al reo, también lo era que en
los preceptos legales citados en este inciso, se empleaba
sistemáticamente el término “inmediatamente”.

Pasó luego el defensor a debatir lo referente a los delitos


mencionados. Reconoció que el representante social estaba
ajustado a derecho en su afirmación de tener por comprobados
el cuerpo del delito de homicidio. Pero en cuanto a la
inhumación clandestina, la defensa difiere –subrayó– ya que
existía una vinculación inmediata y directa entre el delito y la
actitud del acusado tendiente a ocultarlo; por tanto, este acto
debía tomarse como una consecuencia o efecto del homicidio.
Así también, en lo que se refiere al delito de usurpación de
profesión, comprendido en la fracción II del artículo 232 del
código penal, estaba demostrado que el acusado, al momento
de realizar los actos ilícitos, había concluido sus estudios
y ostentaba la condición de pasante, por lo que tenía los
conocimientos necesario para el ejercicio de la profesión.

Y en cuanto a la responsabilidad en la comisión de los


hechos que se le imputaban al acusado, la defensa estaría de
acuerdo con esa afirmación –subrayo– pero delimitándola con

85
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

la idea de que existe una responsabilidad disminuida, basada


en la circunstancia de que el acusado, desde un punto de vista
psicológico, no era un sujeto normal cuyas reacciones son las
propias y características del sujeto que lleva una vida ordinaria.
En estas condiciones, el acusado debe ser considerado como
un sujeto anormal, aunque no con una anormalidad que
implique una ausencia de responsabilidad y culpabilidad, si no
a un grado tal que pueda considerarse lo que la defensa llama
responsabilidad disminuida.

En cuanto a la existencia de las agravantes del delito que lo


hacían homicidio calificado, se le atribuye la premeditación, la
cual – juzgó defensor– no existe. La prueba estaba en que de
los autos se desprende que hacía varios días que el occiso no
visitaba al acusado, que este llegó de forma inesperada y no le
había informado a Bobari su decisión de irse de esta ciudad.
Se menciona también la ventaja, la que tampoco existe, puesto
que tan solo se pretendió evitar un ataque infundado, echando
mano de lo primero que se tuvo al alcance. Se afirma que de
igual forma se cumple la alevosía, en atención a los medios
empleados por el acusado, sin embargo, las inyecciones
puestas a Gregorio García no trajeron como consecuencia
inmediata y directa la pérdida del conocimiento. Por otra
parte, tampoco existe la traición, porque fueren cuales fueren
las relaciones existentes entre los protagonistas de este drama,
hubo ingratitud de parte del ahora occiso al pretender explotar
al acusado extrayéndole sumas considerables de dinero.

Se pide que se aplique al defendido la pena de muerte –


reflexionaba el abogado defensor– tan solo porque existe un
precepto que así lo establece (artículo 310 del código penal),

86
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

inaplicado desde que se promulgó el cuerpo legal que lo


contiene; y su inclusión no obedeció sino a una supervivencia
de épocas pretéritas en donde el sentimiento jurídico
imperaba sobre las conciencias de los humanos. Es cierto que
la norma establece la existencia de la pena de muerte para un
determinado número de delitos y nos dice que ella se reduce
a la simple privación de la vida y que no podrá agravarse
con circunstancia alguna que aumente los padecimientos del
reo, antes o en el acto de verificarse la ejecución, y que no se
podrá aplicar a las mujeres ni a los varones mayores de sesenta
años o menores de dieciocho años. Por su parte, los artículos
498 y 499 del Código de Procedimientos Penales establecen que
la pena de muerte siempre se verificará en público, de día,
por el alcalde primero o por la persona a quien el ejecutivo
encargue. No deberá ejecutarse en domingo ni en otros
días festivos designados como tales por la ley. Se concederá
siempre al sentenciado un plazo que no pase de dos días
ni baje de veinticuatro horas para que se le administren los
auxilios espirituales que pida según su religión y haga su
disposición testamentaria. Aun cuando nuestros códigos
penal y de procedimientos penales no lo establecen, se ha
tenido el criterio de que la forma de ejecución sea mediante
el fusilamiento, pero debido a que nunca se ha aplicado esta
pena en esta región, no se ha resuelto jurídicamente este vacío.

Pero –refuta la defensa con un detallado estudio– la actual


tendencia en el mundo es suprimir la pena de muerte de sus
disposiciones legales, por lo que considera que esa directriz lo
lleva a concluir que la existencia del artículo 310 del código
penal vigente, no tiene sentido ni razón de ser, por lo que debía
propugnarse por derogación, y la penalidad en él prescrita,

87
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

substituida por una sanción adecuada de privación de libertad.

Al final, convoca a los representantes de la ley a convencerse


de que la crueldad solo engendra crueldad, y pide no olvidar
que todos formaban parte de una comunidad cristiana.
Al tribunal lo reconviene afirmando que si resolvía que su
defendido debía morir en la forma establecida por los códigos,
ello significaría que los principios en que se fundaba la ciencia
del derecho se habían olvidado en forma absoluta, y los
jueces se habían convertido tan solo en simples matemáticos.
Suplicó por la vida de Carlos Bobari Carvalo por todas las
vidas que mediante el ejercicio de su profesión pudo salvar,
haciendo palpable una profesión entendida como una labor
en beneficio para la sociedad.

88
Tercera parte
SEGUNDA INSTANCIA
Y JUSTICIA FEDERAL
XXI

L a suerte estaba echada. Las partes habían hecho su


mayor esfuerzo. Solo un milagro podía salvar al doctor
confeso de asesinato. Y en efecto, los pronósticos
no fallaron. A poco más de un mes de que la defensa había
presentado sus conclusiones, el juez de letras del ramo
penal, al determinar los elementos calificativos del delito de
homicidio, con las agravantes de premeditación, alevosía,
ventaja y traición, concluyó que de acuerdo con el artículo
310 del código penal, el doctor Bobari era merecedor de la
pena de muerte.

Así quedó establecido en el resolutivo segundo de la


sentencia del 17 de mayo de 1961. Pena que, como estipulaba
el artículo en cuestión, se reduciría a la simple privación de
la vida, lo que significaba que esta no podía agravarse con
ninguna circunstancia que aumentase los padecimientos del
reo antes o en el acto mismo de verificarse la ejecución. Con
este mismo fin –establecía la sentencia– se absuelve al acusado
del pago de la reparación del daño y se le concede un plazo de
dos días para que se le administren los auxilios espirituales que
pida y haga su disposición testamentaria.

Esta sería, en la historia constitucional de Nuevo León, la


última condena de tal magnitud. Solo unos días antes, el 28 de
febrero, en otro juzgado penal de monterrey se había dictado
también sentencia de muerte al estadounidense Derian Smellie
por hallarlo culpable del delito de homicidio y asalto cometido

93
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

por las mismas fechas que el crimen de Bobari, solo tres días
después, o sea, el 12 de octubre de 1959. Pero a este, le fue
conmutada la pena por veinticinco años de prisión, gracias a la
indulgencia del gobernador, Eduardo Elizondo, quien emitió
el decreto el 15 de junio de 1968 señalando esta disposición.
Bobari no gozaría de este favor y tendría que transitar un
camino más tortuoso. Curiosamente, ambos condenados a
muerte coincidieron en el penal Topo Chico. En una ocasión,
el estadounidense sufrió graves lesiones al pretender escapar
de la prisión, y fue atendido y salvado casi de la muerte por
Bobari, quien, por esos días, hasta daba consultas médicas a
los reclusos enfermos e incluso, se sabía que la gente de afuera
llegaba hasta el penal para requerir de sus servicios.

94
XXII

C on una prosa sencilla escrita a máquina, en siete


fojas tamaño oficio, la autoridad judicial, en seis
considerandos, fundamentó la comisión de los delitos
por los que se acusaba al presunto homicida. En el primero
de ellos, justificaba la existencia del delito de homicidio. La
responsabilidad de Bobari Carvalo quedaba demostrada con
la confesión del inculpado hecha tanto en el MP como en el
juzgado, así como con las pruebas –resolvió el juzgador– ya
analizadas, y los testimonios de los testigos que robustecían
en forma determinante la confesión del acusado.

En cuanto a los alegatos de la defensa relativas a que


en las diligencias levantados por el MP el acusado había
sido sometido a interrogatorios continuados y de duración
extensa, la falta de orden de aprehensión, y que las diligencias
del detenido se hicieron valer sin la asistencia de un abogado
defensor, fueron hallados inoperantes. Es decir, que la
nulidad de las actuaciones que proponía la defensa estaba
completamente fuera de derecho. Ya que, en el primer caso,
la prueba de actuaciones judiciales no se desvirtuaba con la
prueba de peritos; además, porque la misma defensa aceptaba
en sus conclusiones la declaración escrita rendida por el
acusado, solicitando que esta fuera tomada en cuenta en su
totalidad. En los siguientes alegatos, la autoridad consideró
que no era el caso entrar al estudio de esos planteamientos,
pues el momento de combatir tales supuestos era cuando se

95
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

estaban ejecutando, y no en una sentencia definitiva, como


era el caso.

Y respecto de que el MP no consignó al acusado el mismo día


que lo tuvo a su disposición, concluyó que no existía mandato
alguno que ordenara la fijación de un término definitivo a
la autoridad administrativa para poner a disposición de la
autoridad judicial a un detenido.

En el caso del delito de usurpación de profesión estudiado


en el considerando segundo, igualmente se hallaba justificado
junto con la responsabilidad del acusado, ya que la fracción II del
artículo 232 del código mencionado señalaba como elementos
de este delito el ejercicio de actos propios de una profesión, no
poseer título, y atribuirse el carácter de profesionista. Y el juez
había encontrado que en nada disentían estos supuestos con
la realidad del sentenciado, quien había confesado, como gran
número de testigos, que ejercía la profesión, haciéndose pasar
por médico sin poseer título que lo acreditara. El alegato de
la defensa a este respecto que afirmaba que el acusado poseía
los conocimientos necesarios para ejercer, pues era pasante
de medicina, fue pulverizado por la autoridad señalando que
la disposición legal precisaba título, y no solo conocimientos
en la materia.

En cuanto a la inhumación clandestina de cadáver, que


según estipulaba el código penal como sus elementos la
acción de sepultar un cadáver, que haya sido producto de
una muerte violenta, y que tal causa fuera del conocimiento
del acusado, fue igualmente acreditada en la persona del
acusado; ya que –señaló la autoridad en un balance general–

96
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

existía su propia confesión, además de las declaraciones de


los testigos que señalaron que sepultó el cadáver sin ninguna
autorización. Aunque la defensa planteó que este hecho solo
debía tomarse como ocultamiento y una consecuencia natural
del acto cometido, la autoridad encontró que se trataba de un
suceso distinto que de ninguna manera podía subsumirse al
homicidio.

Por último, en relación a la modalidad del delito de


homicidio, la autoridad lo juzgó como calificado por haber
sido cometido con las agravantes de premeditación, ventaja,
alevosía y traición. La primera comprobada con el hecho de
que un día antes de los trágicos acontecimientos el acusado
se comunicó con su amigo, Rigoberto Carrillo, solicitándole
su ayuda para enterrar restos de curaciones y que a la postre
resultarían ser las partes de un cadáver, lo que demostraba la
intencionalidad del delito después de haber reflexionado en él;
así como que sabía por boca del occiso que se iría a la ciudad
de México, lo que le había revelado veinte días antes y no
como señalaba la defensa de que el ahora occiso no visitaba al
acusado y que su llegada lo había tomado por sorpresa.

Así también la calificativa de ventaja fue justificada con


relativa facilidad. Ya que como estipulaba el código en cuestión,
se cumplía cuando el que delinque no corriera riesgo alguno
de muerte o de ser herido por el ofendido como era el caso;
así como que le aplicó una inyección con dos centímetros
de pentotal y uno de novocaína, con lo cual perdió el
conocimiento, y, aún vivo, le cortó la yugular para desangrarlo.
Y aunque la defensa debatía la inexistencia de esta calificativa
por considerar que solo trataba de evitar un ataque infundado,

97
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

no lo consideró así el juzgador, pues el presunto agresor no se


encontraba armado. De igual forma, se comprobó la alevosía,
consistente en sorprender intencionalmente a alguien o
empleando asechanzas u otro medio que no le diera lugar a
defenderse ni evitar el mal deseado.

Igual cuota de agudeza requirió el juzgador para dejar


constancia de la calificativa de traición. La prueba radicaba
en la íntima relación que existía entre ellos, la confianza que
el occiso había depositado en el médico, y que motivaba
las visitas en su consultorio. De modo que con su proceder
había vulnerado la fe o seguridad que expresamente le había
prometido a su víctima, o que tácitamente debía guardar por
sus relaciones de amistad e intimidad. La ingratitud que alegó
la defensa cuando señaló que Gregorio pretendió “explotar”
al médico por exigirle sumas considerables de dinero fue
fácilmente desestimada por la autoridad, retomando las
mismas palabras del acusado, donde reconocía que nunca
había sido extorsionado por el occiso.

Y en cuanto al último alegato de la defensa de que el


acusado se encontraba bajo los efectos de una desviación
de carácter orgánica, y que no era un sujeto normal con
reacciones propias de quien tiene una vida ordinaria, y que
por ello, la responsabilidad existente debía considerarse
como disminuida, fue considerado como improcedente por
la autoridad, igualmente por las mismas declaraciones del
presunto homicida donde señaló que nunca había padecido
ninguna enfermedad de carácter patológico ni trastorno
mental alguno.

98
XXIII

E n segunda instancia, correspondió el turno de la sala


del Tribunal Superior de Justicia, la que a mediados
de agosto de 1961 declaró improcedentes los agravios
formulados por la defensa en su respectiva apelación, y
confirmó en todas sus partes la sentencia de primera instancia
dictada tres meses atrás.

Los cuatro agravios en cuestión fueron del mismo tenor de


los argumentos expresados con anterioridad ante la autoridad
inferior; o sea, la violación de las garantías constitucionales del
inculpado. Aceptar el criterio esgrimido por el inferior en la
sentencia combatida –demandó el defensor– sería tanto como
legalizar cualquier actuación de carácter arbitrario de parte de
una autoridad, olvidando los principios más elementales de
derecho que están legítimamente garantizados y protegidos
por la Constitución de la república, a las cuales toda autoridad
está obligada a sujetarse.

Pero la sala otorgó validez plena a cada una de las pruebas


que fueron analizadas por el juez en los considerandos del
fallo recurrido, ya que estos –concluyó– en ningún momento
desvirtuaban la actuación de la autoridad. Por lo que el fallo
del juez resolutor “estuvo en lo correcto” y los razonamientos
que adujo no eran contrarios a las normas jurídicas que el
apelante señaló como violadas.

99
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia

Incluso, en un acuerdo previo, fue desestimada una petición


de la defensa en la que solicitaba un término probatorio para la
recepción de pruebas periciales ofrecidas en primera instancia,
las que por causas no imputables a la defensa –aclaraba– no
habían sido recibidas por el juzgador, no obstante, haber sido
ofrecidas dentro del término concedido para ello.

Se refería a las pruebas ofrecidas por el mes de octubre y


noviembre del año anterior –1960– y que consistían, entre
otras, en el dictamen que deberían rendir los peritos médicos
que designara el Hospital Universitario, en relación con el
examen físico y psíquico que debería practicarse al acusado,
y para lo cual se propuso al doctor Ricardo J. Ordaz, y de
las que solo se recibieron las ofrecidas por el doctor Ramón
H. Domínguez y que por las labores propias del juzgado no
pudieron concluirse en la fecha indicada.

La sala aclaró que tales pruebas habían sido recibidas en


primera instancia y aceptadas por el acusado y su defensor,
según se desprendía de la audiencia de vista fechada en 4 de
mayo de ese año. Aunque de esta diligencia no existe constancia
en los registros de la causa por lo que no se podría precisar a
qué documental hacía referencia el tribunal superior.

Quien no dejó pasar esta supuesta falta en su escrito


de demanda, fue el abogado defensor. Manifestó que el
análisis de las constancias procesales llevaba a determinar lo
apuesto a la afirmación del juzgador, lo que demostraba un
desconocimiento absoluto del proceso donde actuaba.

100
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

Añadió, además, que por un principio de justicia, sobre


todo en materia penal, las autoridades no debían coartar el
derecho del acusado de admitírseles todas las pruebas que
estimara pertinentes y necesarias a su defensa, porque de
esa manera la autoridad que conocía del proceso estaba en
posibilidad de dictar una sentencia con estricto apego a la ley.
Y en el caso, ese derecho estaba constituido por una garantía
constitucional contenida en la fracción V del artículo 20 de la
Constitución de la república, el cual –a su parecer– había sido
vulnerado en forma flagrante.

101
XXIV

C asi diez años después del suceso que llevó al doctor a


ser condenado a sufrir la pena capital, el 27 de junio
de 1969, la Primera Sala de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, con sede en la ciudad de México, dictó
su resolución, amparando y protegiendo al acusado contra la
pena de muerte dictada en su contra.

Con esto, la sala del Tribunal Superior de Justicia del


Estado procedió a dictar una nueva resolución dentro de la
apelación interpuesta en contra de la sentencia de primer
grado. Reproduciendo el considerando segundo de la
ejecutoria federal, la autoridad estatal corrigió que, si bien las
calificativas de ventaja, alevosía y traición sí habían quedado
acreditadas en autos, no sucedía lo mismo con la calificativa
de premeditación. Ya que se advertía que el ofendido había
llegado a visitar al quejoso sin previo aviso, por tanto, no
sabía a ciencia cierta que iría a su consultorio a pedirle que
lo inyectara, de lo que resulta que el acusado solo aprovechó
la ocasión que se le presentaba para realizar los hechos y no
tuvo tiempo de reflexionar con bastante anterioridad sobre
su comisión, por lo que fue amparado para eliminar dicha
calificativa.

Y en cuanto al delito de inhumación clandestina, estipuló


la autoridad federal en su considerando tercero, que este
delito no podía cometerse por el agente del homicidio, pues

102
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

conforme a la fracción II del artículo 270 del código penal


nuevoleonés, para la integración de la figura delictiva se
requería que el reo supiera que el cadáver que inhumaba, había
sido de una persona que había muerto a causa de un delito. En
esa virtud quedaba excluido el responsable de homicidio pues
necesariamente conocía tal circunstancia; además, la excusa
absolutoria que favorecía a ciertos parientes del homicida,
debía entenderse otorgada con mayor razón a este.

De modo que la autoridad de segunda instancia del


estado tuvo que modificar la sentencia definitiva y procedió a
individualizar la pena correspondiente, pero ahora conforme
al nuevo texto del artículo 310 del código penal del estado, que
había sido reformado un año antes por la LVLLL Legislatura
del Estado, suprimiendo la pena de muerte mediante el decreto
55 publicado en el Periódico Oficial el 15 de junio 1968. La
nueva redacción del artículo en cuestión sancionaba que al
autor de un homicidio calificado con una o varias calificativas
se le aplicara la pena de veinte a treinta años de prisión.

En tal virtud, y de acuerdo a la acentuada peligrosidad


del reo, la sala estimó justo y equitativo condenar al detenido
a sobrellevar la pena de veintisiete años de prisión, la que
empezaría a contarse a partir del 9 de octubre de 1959, fecha
en que había sido detenido.

103
XXV

E l día que Carlos Bobari recobró su libertad, según los


testimonios recogidos de aquel tiempo, lo primero
que hizo fue comer cabrito. Como era su afición,
compró un auto de agencia, y lo condujo velozmente hasta
Zacatecas, su tierra natal. También, se decía que obtuvo su
título profesional de médico. Siguió consultando, sobre todo
a ancianos, de forma gratuita o cobrando cuotas simbólicas.
Vivió, por un tiempo, con temor de ser objeto de represalias,
pues sus padres vivieron encerrados los primeros años
posteriores al crimen ya que la gente solía insultarlos e, incluso,
apedrear la vivienda al pasar por ella. Por lo demás, continuó
con su vida en forma desahogada.

Tiempo después, en ocasión del estreno de la película “El


silencio de los inocentes” en 1991, trascendieron algunas
bromas que, en la intimidad, la familia de Bobari hacían al
referirse a él. Solían llamarlo Hannibal, Doctor Lecter, y se
decía que este lo tomaba con tranquilidad y humor. Quizá su
actitud relajada se debía a que recordaba que años atrás, allá
por 1963, el escritor Thomas Harris, entonces de veintitrés
años, se había entrevistado sin querer con él, en ocasión de
la visita que el novelista había hecho al Penal de Topo Chico
como reportero de la revista norteamericana Argosy para dar
seguimiento a la historia del también condenado a muerte en

104
Última sentencia de muerte dictada en Nuevo León

tierras regias, el estadounidense Derian Smellie, compañero


de prisiones del médico.

Sería el mismo autor de la novela quién declararía


veinticinco años después de haber escrito la obra en inglés, que
la idea para crear al popular personaje del psiquiatra caníbal
“Hannibal Lecter” había nacido del encuentro fortuito con el
doctor Bobari.

105
La justicia de Nuevo León. Un relato de su historia


FIN

Junio de 2019. La edición y diseño fueron


cuidados por la Coordinación Editorial del
Poder Judicial del Estado de Nuevo León.

106
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15 de Mayo 423 Oriente entre Escobedo y Emilio Carranza
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