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INTRODUCCIÓN A LA SAGRADA ESCRITURA 2021

3. LA REVELACIÓN Y LA INSPIRACIÓN.
Fr. Ricardo Guzmán Mendoza, OSA

Todas las religiones del libro (judíos, cristianos, musulmanes) suponen en su origen una
palabra de revelación que luego toma forma de escritura sagrada. En el cristianismo esta etapa de la
palabra-escritura culmina en la Encarnación. Desde los orígenes cristianos se ha creído que toda la
Biblia es palabra de Dios.

A. TEOLOGÍA DE LA REVELACIÓN Y LA INSPIRACIÓN A TRAVÉS DE LOS SIGLOS


a) La revelación profética.
La primera explicación que la reflexión teológica dio al origen de la Escritura fue la
revelación profética. La teología revelacionista tiene su origen en la misma Escritura, sobre todo en
el AT, pero las categorías especulativas en que se expresó procedían del helenismo.
1. La mántica helenística.
El rabinismo no abordó el problema del origen divino de la Escritura. Se ocupó
preferentemente en problemas de hermenéutica, relacionados con el midrash en su doble forma
halakah y haggadah. Por eso el judaísmo palestinense no llegó a especular sobre el ser de la
Escritura y su origen. Fue el judío alejandrino Filón quien aplicó a la Biblia las teorías del éxtasis
profético tomándolas de la filosofía griega.
Según Filón, en el conocimiento profético lo esencial es la actuación de Dios en las
facultades mentales del hombre elegido para tal misión. La divinidad puede intervenir por medio de
sueños y oráculos. Según él, la acción externa toma a veces la forma de un sonido o eco que se
percibe acústicamente; otras, se presenta como algo visible, por ejemplo, el fuego. Puede también
actuar sin ningún medio externo, haciendo penetrar en el interior del hombre el espíritu. La mente se
retira, y actúa en su lugar el espíritu de Dios.
2. La patrística.
El influjo de Filón fue grande en los comienzos de la especulación cristiana sobre el origen
inspirado de la Biblia. Pero los Santos Padres introdujeron importantes correctivos. El principal de
ellos fue lo referente a la profecía como éxtasis. Firmemente apoyados en la tradición del AT, se
negaron a aceptar una revelación en la cual el hombre quedara fuera de sí, desprovisto de su libertad
y conciencia lúcida.
La negativa a aceptar el modelo helenístico de la posesión divina, anuladora de la conciencia
y personalidad humana, tuvo como resultado la insistencia en la autonomía del autor sagrado en
colaboración con el influjo divino. El AT había expresado la relación entre Dios y el inspirado
presentando al profeta como «la boca de Dios». La primitiva literatura patrística desarrolló la misma
idea echando mano de ciertas comparaciones, como la lira pulsada por el plectro, y utilizando
expresiones como «órgano» o «instrumento» de Dios.
La polémica antignóstica y antimaniquea introdujo un concepto de gran porvenir: el de
Dios autor. Fue también en la época patrística cuando empezó a circular la expresión dictado. En un
principio era la palabra que servía para traducir los pasajes en estilo directo: «Así dice YHWH» y era
sencillamente sinónimo de dicere. Poco a poco, el vocablo fue cargándose del sentido estricto del

L. A. SCHÖKEL, La palabra inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje, Madrid 19863, 19-48. V. MANNUCCI, La Biblia
como palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura, Bilbao 19977, 17-55. A. M. ARTOLA–J. M. SÁNCHEZ CARO,
Biblia y Palabra de Dios, Estella 19954, 29-58 y 169-215.

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dictado verbal y en el postridentino resultó una categoría teológica de gran fortuna en la teología
inspiracionista.
Una última aportación de interés fue la doctrina agustiniana de las diversas maneras de
comunicación divina por las visiones (la sensible, la imaginativa y la intelectual).
3. Los maestros árabes y judíos del medioevo.
El estudio del fenómeno profético recibió un vigoroso impulso gracias a los maestros árabes,
como Algazel, Avicena y Averroes. Avicena comenzó por estudiar los fenómenos psico-somáticos
del profetismo, abriendo así la ruta a las profundizaciones de tipo más filosófico. Fue Averroes el
que inició el estudio más amplio y sistemático; consideró el conocimiento profético como un
fenómeno de pérdida de conciencia, al estilo del sueño y de la epilepsia, en que la mente humana se
dispone a recibir influencias superiores por medio de los espíritus angélicos y la divinidad misma.
Entre los judíos que aprovecharon las especulaciones islámicas está el cordobés
Maimónides, para él la profecía es un fenómeno de percepción espiritualista producido por Dios
mediante el entendimiento agente. No se diferencia esencialmente de los sueños. La producen los
ángeles. Sólo se dio una acción directa de Dios en el caso de Moisés.
4. El sistema escolástico.
El más representativo de este sistema es sin duda santo Tomás de Aquino.
a. La profecía. La profecía es un carisma formalmente cognoscitivo. Su objeto principal es
el conocimiento y, en un orden secundario, es un carisma de locución. En el acto
profético hay un primer momento de recepción de formas sensibles por vía natural o
supra normal. La función propia del entendimiento agente queda elevada a un orden de
percepción sobrenatural mediante la iluminación divina, que posibilita los juicios
sobrenaturales exentos de error. La elevación se realiza por la intervención del Espíritu y
es el momento que distingue esencialmente el conocimiento natural del conocimiento
carismático propio de la profecía. Tiene como objeto manifestar el sentido oculto en las
representaciones o formas sensibles mediante las cuales llega el mensaje profético.
Santo Tomás advierte que, aun siendo esencial esta primera percepción sensible,
es más bien el elemento material del conocimiento profético. El elemento formal es la
captación del sentido merced a la iluminación del juicio, de tal forma que, en caso de
diversidad de personas entre la percepción de las imágenes proféticas y la captación de
su sentido; profeta en sentido estricto es aquel que llega a penetrar el mensaje de las
representaciones.
b. La inspiración. Para santo Tomás la «inspiratio» tiene muchos significados. El más
general es el de toda moción proveniente del exterior. Esta moción aplicada a las
potencias del hombre puede dar lugar a las más diversas acciones. En efecto, el soplo del
Espíritu puede actuar sobre la inteligencia, la voluntad, las facultades expresivas (lengua,
acciones simbólicas), lo mismo que sobre las facultades creadoras del arte. Solo una de
estas maneras de actuación del Espíritu interesa al santo cuando habla de la profecía: la
inspiración como elevación de la mente humana al nivel de las percepciones
sobrenaturales desprovistas de error. La inspiración es el momento de la elevación del
entendimiento, mientras que la revelación es la percepción de las verdades por la mente
así iluminada. Con esto santo Tomás no llega a la inspiración en la Escritura.
c. La causa instrumental. La utilización del concepto de instrumentalidad logró expresar en
forma más coherente el hecho de la comunidad de acción entre el creador y la criatura en
una totalidad compartida. No obstante, esta doctrina exigirá en la teología inspiracionista
no pocas matizaciones para su aplicación adecuada a la intervención divina en la
producción de la Escritura, cosa que no llegaron a realizar los medievales.

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b) De la revelación a la inspiración.
1. El interés por el libro inspirado.
Fue en el siglo XVI cuando empezó a notarse un interés nuevo por los problemas de la
Escritura como libro inspirado y los fenómenos literarios que intervienen en su producción. Entre
los teólogos que más fuertemente acusan el cambio de mentalidad operado por el humanismo
destaca Melchor Cano. Este teólogo se centra en el fenómeno de la activad redaccional. Este
enfoque trae como consecuencia una diferencia entre la revelación como carisma y manifestación de
verdades sobrenaturales y la inspiración como carisma redaccional de los libros sagrados.
2. El dictado divino.
La metodología de Cano hizo muy poca escuela; sus ideas sobre la inspiración no tuvieron
mucha aceptación. Así tenemos a Domingo Báñez quien propone: a) la sola inspiración, tal como
Cano la entendía, no excluye toda posibilidad de error; b) los Padres han insistido en un modo de
actuación divina comparable al dictado. En Báñez el dictado es todavía un modo de acción divina
muy discreto. Es la interior sugerencia de los términos en que se ha de expresar la Palabra de Dios.
3. La inspiración real.
El sistema de Báñez no dejó de encontrar algunas contestaciones; así tenemos al jesuita belga
Leonardo Lessio. Él propone la teoría llamada de la inspiración real, opuesta a la inspiración
verbal de Báñez. Partiendo de la diferencia entre revelación e inspiración, resumió su nueva visión
sobre el origen de la Escritura en tres tesis que se hicieron famosas: a) no es necesario que todas las
palabras de la escritura estén inspiradas (es decir, reveladas); b) tampoco es necesario que lo estén
todas las frases; c) es posible que un libro escrito sin inspiración (p. ej. 2Mac) pueda convertirse en
Sagrada Escritura por razón del testimonio posterior de Dios sobre su total exclusión de error.
4. Del siglo XVI al Vaticano II.
Los decenios primeros después del Vaticano I estuvieron bajo la poderosa dependencia del
sistema de Johann Baptist Franzelin quien se centraba en la idea de Dios-Autor de la Biblia.
Según él, Dios sería el autor de los conceptos e ideas de la Biblia, mientras que los autores sagrados
habrían puesto las expresiones literarias con que se nos comunican.
Con la publicación de la encíclica de León XIII Providentissimus Deus en 1893, se inicia un
cambio de ideas. La publicación de la encíclica significó el comienzo de la época de los grandes
tratados sobre la inspiración. Después de la última guerra mundial se da una renovación, debido sin
duda al clima nuevo creado por la Divino afflante Spiritu de Pío XII en 1943. Después tenemos a
Pierre Benoit quien distingue bien la inspiración de tipo profético de la inspiración de la Escritura
propiamente dicha; aplicó luego la doctrina de la analogía a la explicación de su naturaleza y
extensión. Más tarde se ocupó también de la inspiración de los LXX.
Karl Rahner considera que la inspiración consistiría en la predeterminación formal
ordenada a producir la Escritura como elemento esencial de la Iglesia apostólica.
El autor protestante William J. Abraham, en 1981, considera que la inspiración es una
acción específica de Dios, se da en diversos grados, respeta las características de los escritores
bíblicos y no garantiza una inerrancia absoluta, pues los autores pueden cometer errores. Paul John
Achtemeier, en 1980, descubre tres conceptos básicos o etapas en el proceso de inspiración bíblica:
a) las tradiciones de la comunidad creyente, inspiradas porque son testimonio de la presencia de
Dios en su comunidad; b) el dinamismo de estas tradiciones frente a situaciones nuevas, lo cual crea
a su vez nueva Escritura bajo el Espíritu que guía a la comunidad; c) el respondente, es decir, el que
contribuye a la formulación y reformulación de las tradiciones, el autor del texto bíblico, entendido
en sentido amplio como todo aquel que contribuye a formular y reformular estas tradiciones; éstos
han actuado en nombre de la comunidad de fe.

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B. LA REVELACIÓN: COMUNICACIÓN Y CONOCIMIENTO DE DIOS.
La profesión de la fe cristiana sobre la Biblia nos dice que “Dios ha hablado en la Sagrada
Escritura por medio de los hombres y de una forma humana” (DV 12). La historia de la Biblia es la
historia de la palabra de Dios a los hombres (cf. Hb 1,1-2). El Antiguo y el Nuevo Testamento no
hacen otra cosa que describirnos el itinerario de la palabra de Dios, la cual: crea (Gn 1); llama (Gn
12,1ss; Ex 3,7ss); cumple la promesa (Jos 1,1ss; 21,43-45); se dirige a los profetas (Os 1,1; Jer 1,2);
toma rostro humano (Jn 1,1-14); se difunde, crece, se afirma con fuerza (Hch 6,7; 12,24; 19,20);
regula el fin de este universo y el comienzo del mundo nuevo (Ap 19,11-16; 21,1ss).
Pero en ningún lugar de la Biblia nos encontramos con la palabra de Dios directamente.
Siempre llega a nosotros por medio de determinados hombres, siempre de una forma humana y de
un lenguaje humano; y la narración del diálogo entre Dios y sus interlocutores privilegiados ha sido
enteramente redactada por hombres. Los libros de la Biblia son muy semejantes a los compuestos
por hombres, con características que los ligan claramente a la época y al ambiente en que fueron
escritos.
Sin embargo, la Iglesia también enseña que la Biblia “contiene la palabra de Dios” (DV
9.17.21.24), debido a la inspiración divina, es decir, estos libros: “escritos por inspiración del
Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y como tales han sido entregados a la Iglesia” (DV 11).
En el carisma de la inspiración, la actividad del Espíritu se especializa en lenguaje:
exposición, comunicación, conocimiento. Todo ello pertenece a la esfera del logos que es
conocimiento mental y su comunicación en palabras: pensar y decir. Comunicación y conocimiento
son elementos de revelación. Dios utiliza tres vías para revelarse: la creación, la historia y la
palabra.
a) Revelación por la creación.
La primera manifestación de Dios (revelación), se da por las obras de su creación, por las
criaturas. Todo lo que Dios obra fuera de sí mismo lo manifiesta, es en sentido amplio una
especie de lengua: “los cielos proclaman la gloria de Dios” con sólo existir y actuar (cf. Sal
19,2-4). Cuando los ojos mortales no se cierran, comprenden el lenguaje de la naturaleza como
criatura que habla del Creador.
El Sal 29 muestra como un hecho de la naturaleza, el trueno, dinámico e impresionante,
está contemplado y hecho pasar por una reflexión simbólica –noou,mena (nooúmena)–y se
profundiza en voz de Dios.
En Gn 1 muestra la creación de Dios en tres pasos: en rigor, precede el mandamiento,
sigue la existencia y luego viene el nombre. Así pues, Dios crea con su palabra, que es sabiduría
y acción hacia fuera: su acción está concretamente representada con manifestaciones en lenguaje
articulado y que articula; y el resultado de esta acción es el sistema ordenado de seres, que puede
comparar con un lenguaje por lo que tiene de nombrabilidad diferenciada y ordenada, y que se
convertirá en lenguaje formal a la llegada del hombre.
b) Revelación por la historia.
La naturaleza no es más que el escenario de la historia. Hablando rigurosamente, sólo el
hombre tiene historia, como proceso continuo de hechos irreversibles. La historia de los hombres
revela al hombre. Pero la historia humana revela también la providencia divina, sin embargo, no
es tan fácil ver continuamente la providencia de Dios en todos los acontecimientos de nuestra
vida, adversos, humillantes, estúpidos.
La acción de Dios en la historia es una especie de lenguaje analógico, puesto que Dios
escoge, realiza y compone, al igual que el hombre, de una manera sabia sus acciones, de modo
que hagan sentido. Además, Dios emplea el lenguaje como medio de acción en la historia: así,
por ejemplo, el profeta no sólo ve y predice un hecho futuro, sino que actúa con el oráculo de la
historia.
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Dios actúa en la historia, crea y dirige dicha historia; y envía su palabra para explicar el
sentido de su obra. Ésta es la tarea del profeta, del inspirado, interpretar el sentido de la historia,
contándola. No es que primero cuente los hechos, sino que, contando, interpreta. La selección y
composición de los hechos es significativa, interpreta el verdadero sentido de los hechos, revela
a Dios como protagonista. Además, el autor sagrado se reserva el derecho de utilizar otros
medios de lenguaje para interpretar hechos: discursos de boca de personajes, introducciones,
reflexiones, etc.
c) Revelación por la palabra.
La palabra es la forma plenaria de comunicación humana, y Dios ha escogido también y
sobre todo esta forma de comunicación, de revelarse. La experiencia de lo creado y de la historia
se convierte en una pieza del lenguaje (cf. Jr 4,19-26). Una vez que he dado forma a mi vivencia,
la domino y la poseo, la puedo actualizar más tarde con claridad, la puedo comunicar.
Pero el lenguaje, aún en las más altas creaciones literarias, no posee la consistencia de la
persona humana. El hombre se revela dividiendo y diluyendo consistencia. En la actividad de
hablar, el hombre también es imagen y semejanza de Dios: creando un orden se revela.
En el lenguaje se cumple la suprema revelación humana. Y Dios escoge también este
modo de comunicación para revelarse al hombre, superando así la naturaleza y la historia. Y ésta
es revelación formal, en sentido estricto. De esta manera Dios se abre, se revela a nosotros como
persona a persona, en un medio personal, o interpersonal. Dios nos habla en un lenguaje
humano, por medio de hombres.
1. Palabra humana.
¿Pero es que Dios puede hablarnos en palabras humanas? Si ha de hablarnos a los
hombres, no puede hacerlo de otro modo. La palabra es el medio de comunicación
interpersonal cuando la lengua es comúnmente compartida por ambas personas.
Entre Dios y el hombre hay una trascendencia que debe ser tomada en serio.
Solamente en un esfuerzo de bajar, de condescender, puede Dios dirigirse a nosotros en
palabras humanas. Es un acto de libertad y de gracia: que Dios se nos hable en nuestro
propio lenguaje humano. Puede ser que de esta bajada divina nuestro lenguaje quede tocado
de divinidad, y elevado a una nueva zona significativa. Pero siempre sigue siendo un
lenguaje humano. A esta «bajada» de Dios la llamaron los padres griegos sunkataba,sij
(synkatabásis), y los latinos condescendencia.
Además, se debe añadir el misterio que se trata de revelar: no podría ser revelado,
sino empleando el débil lenguaje humano. Este principio vale para toda la Sagrada Escritura.
Santo Tomás establece el principio “en la Escritura se nos comunican las cosas divinas en la
forma que suelen usar los hombres”.
2. Palabras de hombres.
Si Dios hiciera vibrar el aire con las frecuencias sucesivas de una sentencia
gramatical, el hombre que lo escuchase escucharía una palabra humana; pero no dicha por
hombres. De modo semejante, Dios podría hacer hablar a un ángel, o suscitar en los centros
nerviosos un sistema de sensaciones equivalentes, o podría actuar directamente en la
fantasía. Todo ello sería lenguaje humano, pero no hablado por hombres. Y algunos
pensarían que ésta es la forma ideal de comunicación divina: por ángeles, por audición
interna. Poco sentido encarnacionista tiene tal modo de apreciar.
Dios ha querido hablarnos en palabras rigurosamente humanas, dichas por hombres.
Por tanto, un lenguaje concreto: hebreo y griego; por hombres concretos: Jeremías y Pablo.
En las palabras hebreas y griegas de estos autores me está hablando Dios.
¿Cómo es esto posible? Habla Jeremías, con toda su alma, y está hablando Dios;
habla san Pablo, con toda su pasión, y está hablando Dios. Algo misterioso tiene que acaecer
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en Pablo y en Jeremías para que, hablando ellos, hable por ellos Dios. Efectivamente, se
realiza una acción misteriosa (cf. 2Pe 1,20-21).
Como una barca que empuja el viento, y traza la estela de su viaje, así los autores
bíblicos iban hablando, en nombre de Dios, por la acción de Espíritu. A esta acción del
Espíritu la llamamos “inspiración”, y es acción del Espíritu en orden a la palabra. La
Escritura, pues, viene de un soplo divino, de una acción del Espíritu.
En resumen: Dios se revela, Dios se revela en palabras, Dios se revela en palabras
humanas y de hombres; para ello el Espíritu mueve y dirige el hablar de dichos hombres.
3. Tres funciones de la palabra.
Para comprender mejor la revelación de Dios por medio de la palabra es importante
identificar las tres funciones principales de lenguaje humano: la primera, en relación con la
naturaleza, el mundo, la Historia es la información; la segunda en relación consigo misma es
la expresión; la tercera, en relación con los demás, es la llamada.
a. La palabra es información.
La palabra informa sobre hechos, cosas, sucesos, ordinariamente por medio de un
verbo en indicativo y en tercera persona. De las tres funciones de la palabra, ésta es la
más objetiva y es la más apropiada a la ciencia, la didáctica y la historiografía.
b. La palabra es expresión.
Toda persona al hablar se expresa, dice algo de sí mismo, y esto sucede aun
cuando no conjugue los verbos en primera persona. Existen situaciones límite, donde la
dimensión «expresiva» de la palabra prevalece: así todas las variedades del grito que
expresan sorpresa, alegría miedo; las confesiones del enamorado, el convertido, el
perseguido y el oprimido; el mundo multiforme de la lírica y de la poesía.
c. La palabra es llamada
La palabra humana, por su naturaleza, busca al otro, tiene la pasión del otro, ya
que es el hombre en «relación». Él vive para el encuentro y la comunicación; vive de
encuentro y de comunicación. La palabra constituye el lazo de unión por excelencia entre
le «yo» y el «tú», como principio original de toda renovada comunión.
La función apelativa de la palabra prevalece en algunas formas típicas literarias
como: la llamada, la vocación, el mandato, etc. El mero romper el silencio con un grito
de angustia o tarareando una melodía, siempre es dirigirse a alguien, tomarlo como
testigo, llamarlo.
La palabra al ser «llamada a otro» exige, por su misma naturaleza, una respuesta.
Será asentimiento o rechazo, admiración estupefacta o distanciadora ironía. Lejos de ser
«sólo un sonido y un soplo» la palabra personal posee una fuerza creativa: emociona,
envuelve, libera. Algo del valor trascendente del ser humano se manifiesta y se comunica
por ella.
La palabra proporciona a cada uno la revelación de sí mismo en su recíproca
relación con el otro. El hombre se hace «yo» en el diálogo con un «tú». En la
reciprocidad del «yo» y del «tú», la palabra tiende a crear la unidad «nosotros», esa
auténtica comunidad, muy diversa de la colectividad de masa, que no es una unión sino
un hacinamiento.

C. LA PALABRA DE DIOS EN EL AT.


El Dios de Israel se presenta en la Biblia como un ser totalmente misterioso. Es un Dios
escondido (Is 45,15). YHWH no es como los dioses paganos. Sin embargo, Él, sin mengua de su
trascendencia y su impenetrabilidad, ha tenido a bien revelar incluso su propio nombre (Ex 3,13-15;
6,2). Esta revelación se atribuye a Dios como palabra suya. En innumerables lugares de la Escritura
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se presenta a Dios hablando a los hombres y transmitiendo sus palabras por medio de sus
mensajeros.
a) Efectividad de la Palabra y origen divino.
Se ha distinguido entre Palabra de Dios por consignación inspirada –la Escritura– y la
Palabra de Dios por directa locución divina –los oráculos–. Pero la Palabra de Dios es una realidad
de fe, y sólo partiendo de la fe en dicha palabra se ve el alcance exacto de las afirmaciones sobre las
locuciones divinas.
La eficacia que la Escritura señala como prioridad de la Palabra de Dios pertenece a otro
orden. Es la fuerza inexorable de los designios de Dios a cuya realización sirve la palabra salida de
su boca (cf. Is 55,10-11).
La palabra que lleva la marca de eficacia absoluta es la que puede llamarse verdaderamente
Palabra de Dios. La eficacia no es la razón de la palabra de Dios, es su prioridad manifestativa.
Cuando se hace presente tal fuerza en una palabra se puede ulteriormente formular la pregunta sobre
la misteriosa vinculación divina que hace de ella la Palabra de Dios.
b) Principales formas de la Palabra de Dios en el AT.
Según Jeremías son tres las principales formas de palabra de Dios en el AT: la ley, la
sentencia sapiencial y el oráculo profético (Jr 18,18), a las que también se le agregan otras.
1. El oráculo profético.
La fórmula privilegiada de la actuación divina por medio de la palabra es el
oráculo profético. De las 241 veces que aparece en el AT la expresión Palabra de YHWH,
221 pertenece a la literatura profética.
El vocablo principal para designar la palabra en el AT es rb'D' (dābār). Se
pueden distinguir tres órdenes de significación: a) Ante todo, significa el acto mismo de
pronunciar una palabra o de hablar. Es lo que se puede llamar momento de la locución.
b) La segunda acepción se refiere al contenido noético o sentido de la palabra. c) En
tercer lugar, significa la cosa misma denominada por la palabra. En el evento de los
sucesos, rb'D' es el evento en sí, el suceso histórico.
En el caso de la palabra profética, el momento de la locución está señalado por el
acto concreto y total del mensajero de Dios que pronuncia un oráculo. En esta totalidad
se pueden distinguir dos modalidades que corresponden a los últimos sentidos señalados:
su sentido o contenido racional, y su efectividad.
El acto profético posee un sentido. Es el mensaje o «palabra» transmitida en la
locución, esencialmente ligada a las diversas formas de locución profética, tales como
anuncio, denuncia, juicio de Dios, condenación, profecía de futuro, etc. Lo que se ha
enunciado en el acto profético se realiza inexorablemente. Si no lo cumple el hombre,
interviene el mismo Dios para que la palabra tenga su realización.
La palabra profética es ya misma un evento histórico fuertemente subrayado por
la fórmula estereotipada “se dirigió la Palabra de YHWH a X”. Esta fórmula, que aparece
113 veces en el AT y no está ausente en el NT (Lc 3,2), se repite en todos los períodos de
la profecía israelita.
2. La palabra de la Ley.
Como hecho de lenguaje, la ley posee un carácter netamente preformativo.
Efectivamente, el legislador, promulga una ley, produce inmediatamente el vínculo
jurídico que obliga a los súbditos a aceptarla como norma de conducta. Esta es la
efectividad propia de toda ley en el ordenamiento jurídico humano. Pero la palabra de ley
recibe en Israel una efectividad nueva de orden religioso y cultual, al incluirse en la
alianza como elemento esencial del pacto entre YHWH y su pueblo. De hecho, la
efectividad de la palabra de ley manifiesta su condición divina en la suprema eficacia que
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posee para procurar al hombre la vida si la cumple (Lv 18,5) o la frustración si la
incumple (Dt 27,26).
Mientras el oráculo es esencialmente una interpelación concreta y circunstancial,
cuyo contenido queda sometido también a la dinámica efímera del mensaje, en la ley,
este contenido reviste un carácter de validez universal, atemporal y objetivo. La ley se
considera, a partir de su promulgación, Palabra de Dios precisamente en cuanto
manifestación del querer de Dios. La profecía es Palabra de Dios propiamente en el
instante de la locución.
3. La historia.
rb'D' no significa solamente la palabra, sino también el hecho histórico, el evento,
el suceso (1Sam 4,6; Gn 15,1; 22,1), así como la narración histórica (1Re 11,41; 14,19;
15,7). En el fondo de este uso late la persuasión de que el evento es una cosa realizada
por una palabra. Esta queda como encarnada en el evento, que se denomina también
palabra. Se narran hechos concretos que se denominan palabra. Cuando se trata de
hechos en cuyo desarrollo ha intervenido en forma decisiva la Palabra de Dios, el evento
consiguiente es un evento de Dios, una palabra histórica de Dios.
4. La creación.
En Gn 1, la creación se atribuye a la obra conjunta de la Palabra y del Espíritu.
No se sigue que la creación sea una palabra. No lo es en sentido estricto. Lo advierte bien
el Sal 18,4: “Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz…”. Sin
embargo, sí es una revelación.
5. La sabiduría.
En el AT nunca se menciona a la sabiduría como Palabra de Dios, lo cual no
impide que la divina Sabiduría aparezca como una hipóstasis o personificación de origen
divino (Eclo 24,3; Sb 18,15). Sin embargo, la sabiduría ha sido canonizada. Señal que en
ella se veía una razón de Palabra de Dios contenida en la sentencia sapiencial.
La sabiduría ofrece la doctrina como elemento abstracto o conceptual del rb'D' en
su segunda acepción.
c) Palabra pronunciada, palabra transmitida, palabra escrita.
En resumen, se puede constatar varios elementen de la «palabra» en el AT:
1. Es en el orden formalmente locutivo, en el acto de hablar, donde se da propiamente la
palabra de Dios tomo tal.
2. La razón formal de Palabra de Dios proviene de la unión y compenetración que se
establece entre el mensajero humano y la Divinidad en la dimensión del Espíritu de Dios.
3. Cuando se desintegra la locución divina, el elemento noético empieza a llevar una vida
autónoma en el recuerdo o la transmisión oral. No obstante, esta cesación del acto
locutivo divino, la palabra pronunciada es considerada –en su condición estática
objetiva– como palabra santa (Sal 105,42; Jr 23,9) porque procede del Santo (Job 6,10).
4. Es verdad que el AT no atribuye la condición de Palabra de Dios ni a la sentencia
sapiencial ni a la redacción escriturística. Sin embargo, la doctrina de la unidad operativa
entre YHWH y su mensajero humano admite una fácil transposición a otros casos en que
puede darse la misma actuación unificada. Tal sucede en el NT cuando se atribuye al
Espíritu Santo la redacción del AT.

D. LA PALABRA DE DIOS EN EL NT.


Fue obra del cristianismo primitivo la atribución de la condición de Palabra de Dios a toda la
Escritura del AT. En realidad, era el término normal al cual condujo una evolución ya iniciada en la
etapa israelita de la revelación. Se pueden distinguir tres momentos principales en esta evolución: a)
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el AT adquiere una magnitud propia como texto fijado por escrito y considerado como normativo; b)
la predicación apostólica es considerada en su conjunto como Palabra de Dios; c) la Escritura del
AT utilizada en la predicación cristiana es también mirada en un todo como Palabra de Dios.
Cuando el NT reciba la forma escrita definitiva, su canonización significará la homologación de
ambas Escrituras y la unidad de los dos Testamentos como Palabra de Dios por igual.
a) La Escritura del AT.
1. De «los libros» a «la Escritura».
Cuando el cristianismo se lanza a difundir su mensaje de salvación, cuenta con el
rico patrimonio bíblico heredado de la sinagoga. La literatura sagrada judía es ya, al
menos en gran parte, un corpus fijado por escrito, normativo y autoritativo; es la
Escritura. El NT margina el término «los libros» (~yrIp's.h; = hase¸ārîm) y empieza a
utilizar preferentemente la expresión la Escritura (h` grafh, = hē graphē), que carecía de
historia en el texto hebreo. El NT introduce además otra palabra de un valor igualmente
totalizante y de matiz teológico: Testamento (diaqh,kh = diathēkē).
La designación de los escritos veterotestamentarios como Escritura y como
Testamento es un fenómeno teológico reducido al denominador común de textos
autoritativos.
2. El AT como Palabra de Dios viva y actual.
El NT al citar el AT introduce formulas a primera vista extrañas: “dice la
Escritura”, “dice Moisés, David, Isaías…”, “dice Dios”. En esa manera de aludir al AT
se evidencia la nueva actitud cristiana, que lee la Escritura israelita como una profecía y
un testimonio actual referido a Cristo, en quien los textos veterotestamentarios
encuentran su plenitud y su realización. Al utilizar el “dice”, el AT aparece con una
dimensión de anuncio cumplido y profecía realizada.
Las referencias al AT no se limitan a textos concretos que encuentran su
cumplimiento en Cristo, sino que se avanza hacia una consideración general del AT
como promesa y profecía (cf. Lc 24,44).
b) El mensaje cristiano como Palabra de Dios.
1. Palabra de Dios, Palabra del Señor, Palabra.
Es san Pablo el que comienza a llamar Palabra de Dios al mensaje evangélico. Su
terminología es variada: Palabra de Dios (1Cor 14,36; 2Cor 2,17; 1Te 2,13); Palabra del
Señor (1Te 1,8), Palabra simplemente (Flp 1,14; 1Te 1,6; Ga 6,6). Se contempla como
el Padre actúa por medio de su Hijo Jesucristo, cuyo mensaje se anuncia.
Como la palabra del AT, también la palabra evangélica tiene su peculiar
efectividad. En la predicación cristianan nos encontramos con algunos fenómenos nuevos
de efectividad, entran en escena dos formas originales: el kerigma y la didaché. La
efectividad de la primera consiste hacer presente, mediante el anuncio pascual o
evangélico, el suceso del pasado en que se cree. El kerigma realiza eficazmente la
presencia del evento salvador del pasado. La didaché es la dimensión noética de la
predicación evangélica. Significa los contenidos de explicación y enseñanza propios de
ciertos momentos de la predicación evangélica.
2. Cristo como Palabra de Dios.
La predicación cristiana es auténtica Palabra de Dios por la referencia a su
contenido, que es Cristo, y a su origen, que es el mandato de predicar recibido de Cristo
y la presencia misma de Cristo resucitado en el acto del anuncio.
La predicación de Jesús no es una línea de continuidad con la palabra precedente
al estilo de los profetas o de los rabinos. Predica con autoridad (Mt 7,29 par.), superior a
la de Moisés, cuya ley reforma en puntos importantes (Mt 5,20-48), autoridad que no
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puede ser sino la misma del legislador del Sinaí (cf. Ex 20,1-17). A partir de esta
realidad, las palabras de Jesús serán tenidas como palabras de Dios, porque
objetivamente proceden de una persona divina.
Por una misteriosa vinculación con el Espíritu Santo, las palabras dichas por
Jesús y desgajadas del instante de la locución gozan de la cualidad de Palabra de Dios.
Esta singular vinculación de las palabras de Jesús con el Espíritu hará que la predicación
de los apóstoles sea verdadera palabra de Jesús.
3. La Escritura del AT como Palabra de Dios.
No sólo era Palabra de Dios lo que Jesús había anunciado y lo que predicaban sus
enviados, sino también el AT, que en Cristo había alcanzado su cumplimiento. Una
prueba de la nueva mentalidad la tenemos en el modo como la predicación cristiana cita
la Escritura del AT.
La predicación cristiana considera como Palabra de Dios no sólo el kerigma de
Jesús, sino también la lectura y la proclamación del AT escrito. En el momento en que se
cierra el NT se llega a la homologación entre la Escritura del AT como Palabra de Dios y
el anuncio de Cristo también como palabra. Un indicio se encuentra en Col 1,25, donde
se incluye dentro de la expresión «palabra» tanto la promesa del AT como su
cumplimiento en el NT.
La idea de la Escritura hebrea como Antiguo Testamento lleva la homologación
de su condición autoritativa y su rango de Palabra de Dios al Nuevo Testamento por
interior y lógica conexión. Ya 2Pe 3,16 homologaba las cartas de san Pablo con el resto
de la Escritura, es decir, del AT.

E. SANTIDAD, INSPIRACIÓN, ENCARNACIÓN.


Tres conceptos diferentes y complementarios explican –en el interior mismo de la Biblia– su
vinculación con Dios como palabra suya: la santidad, la inspiración y la Encarnación.
a) Los «libros santos».
Según la Escritura, santo sólo es Dios; si alguna otra realidad recibe la denominación de
santa o sagrada, tal cualidad no le viene de su esencia, sino de la conexión con la santidad de Dios.
La Palabra de Dios es santa por la conexión inseparable con el ser divino.
Todo comienza por la consagración del mensajero en el momento de su elección (Jr 1,5). La
palabra de la llamada consagra al profeta haciendo de él carismáticamente un «santo» hombre de
Dios (2Re 4,9). Es así como en el NT es llamado Jesús «el santo de Dios» (Mc 1,24). Esta santidad
objetiva del profeta se completa con la santidad que le viene cada vez que la palabra de Dios
irrumpe sobre él. La presencia de la palabra de Dios santifica el lenguaje humano en que se
transmite el mensaje de Dios.
b) La palabra Encarnada.
Es la suprema forma de locución divina, a la cual compete en sentido estricto la condición de
«palabra de Dios». Tiene lugar en la Encarnación del lo,goj (lógos) que asume la naturaleza humana
de Jesús y otorga a su locución el sentido unívoco de «palabra de Dios». Este es el momento
culminante para entender el misterio de la palabra humana que es, estrictamente palabra de Dios.
c) La palabra inspirada.
El fenómeno de la elevación de la palabra humana por inspiración acontece en dos formas.
En primer lugar, cuando la palabra «santa» conservada como tal en la transmisión oral, recibe por la
acción del Espíritu, una forma concretamente literaria. Esto acontece cuando el Espíritu Santo actúa
en personas dotadas de cualidades literarias para dar a la palabra conservada en la tradición una
existencia nueva. Es la creación literaria que se lleva a cabo mediante la inspiración. Gracias a esta
elevación, la palabra conservada en el recuerdo se transforma en una realidad nueva: la Escritura
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inspirada. La Escritura es una locución de destinación futura, cuyo auditorio es la multitud de los
posibles lectores, para los cuales se convertirá en auténtica locución cuando sea proclamada,
recitada o leída.
El segundo caso tiene lugar cuando Dios actúa moviendo al mediador carismático a
«escribir» una palabra nueva. No pasa la palabra de Dios por el estado de la transmisión, sino que
recibe inmediatamente la forma literaria escrita.

F. LA NATURALEZA DE LA INSPIRACIÓN.
En el lenguaje corriente, por «inspiración», se entiende aquella rápida conmoción del
psiquismo humano que está en el origen de las creaciones artísticas y las percepciones intelectuales
superiores al discurso. Todas las formas de inspiración poseen como elemento común la presencia
de un «soplo» que concentra y eleva las capacidades humanas, más allá de las posibilidades de la
vida ordinaria.
La inspiración bíblica es aquella forma de presencia del Espíritu que pone al mensajero
humano en condiciones de recibir en sí la Palabra de Dios, y de transmitirla en actos de lenguaje oral
o escrito.

G. EL ESPÍRITU INSPIRADOR.
a) La acción de Dios por su Espíritu según el AT.
La actuación del Espíritu de Dios en el hombre se acomoda en las descripciones del AT al
esquema elemental de la «in-spiración» y la «ex-piración». El momento primero está señalado por la
«insuflación» divina que hace penetrar en el hombre el hálito divino al estilo del «soplo» primero
que animó a Adán en el paraíso (Gn 2,7). Le sucede, sin posterioridad cronológica, el momento
segundo o de la recepción humana del soplo, con unos efectos maravillosos de elevación a niveles
de dinamismo cualitativamente superior. En tercer lugar, viene la actuación concreta del hombre que
exterioriza en realizaciones propias la presencia dinámica del espíritu divino.
Pese al fenómeno de una cierta presencia disociada de la palabra-soplo, ambas son en la
tradición bíblica inseparables. La verbalización de la experiencia primordial supone que el espíritu
mueve al hombre en el proceso interior que busca la expresión clara en las palabras. En la misma
forma el espíritu se hace presente en la actividad redaccional profética o sapiencial. El Espíritu en
una manera de acción total, posee al ser humano disponiéndolo para todas las formas de transmisión
del mensaje divino.
Si en Israel los reyes, los profetas, los sabios, los jueces tiene el Espíritu de YHWH, es la
totalidad del pueblo el que aparece dotado de una presencia permanente del Espíritu. Desde esta
presencia corporativa del Espíritu y su acción multiforme, es fácil colmar el vacío de textos
referentes a la acción del Espíritu en los personajes anónimos que intervinieron en la composición
de los textos bíblicos. Los «carismas funcionales de la palabra» tales como sacerdotes, levitas,
cantores, escribas se hacen presente el Espíritu que guía al pueblo de Dios en la recepción,
conservación, transmisión y prolongación de la palabra.
La actuación del soplo produce en los carismáticos dos efectos diversos e íntimamente
conexos. Ante todo, está la elevación del ser humano por encima de sus normales posibilidades. En
segundo lugar, está la actuación concreta y diferenciada, según el modo de la facultad activada por
el soplo: acción heroica, profecía, evento prodigioso, gestos simbólicos, escritura inspirada, etc. En
el caso concreto de la inspiración bíblica tenemos la acción combinada de las dos actividades, cuyo
término es el fenómeno de la composición de la Escritura: la «in-spiración» o recepción del soplo
divino, y la «ex-piración» en el acto concreto de la redacción carismática. La inspiración bíblica se
inicia en la «insuflación» y termina en el libro sagrado.

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Hay un tercer efecto. Es la marca de santidad que el Espíritu deja en la Escritura. En virtud
de esta característica, la palabra de Dios es llamada «santa» y los libros, «santos/sagrados». Como la
presencia de Dios hace santos los lugares (templo, altar, etc.), o las personas (sacerdotes, profetas,
reyes), la presencia del Espíritu en la palabra y el escrito deja impregnados de una peculiar santidad
que los acompaña como propiedad consustancial.
b) El espíritu inspirador según el NT.
El cristianismo aportó realidades nuevas para la comprensión del fenómeno de la inspiración.
No sólo afirmó explícitamente que toda la Escritura profética es de origen inspirado (2Pe 1,20-21),
sino también la Escritura en su conjunto (2Tim 3,16). Tales explicitaciones fueron posibles por dos
sucesos de singular trascendencia: la encarnación de la palabra de Dios en Jesús, y el don del
Espíritu en Pentecostés.
Los textos de 2Pe 1,20-21 y 2Tim 3,16 son expresiones de la iglesia Apostólica en su fe
sobre el origen inspirado de la Escritura. El primero afirma el origen de la Escritura profética del AT
como inspirada; el segundo no sólo menciona la palabra de Dios en su dimensión escrita (Escritura),
sino que se pone esa condición suya en relación con la inspiración.

H. LA INSPIRACIÓN.
a) El momento de la «in-spiración».
El momento de la «in-spiración» o de la penetración del ser de Dios en el mensaje cristiano
se percibe por la simple aprehensión de la presencia actuante de Dios, o la pura impresión de
realidad del ser de Dios, en el hombre. Aún no se ha verificado la presencia diferenciada ni como
palabra ni como soplo. Es la mera presencia del ser de Dios. De parte de Dios es la insuflación por
la cual su ser-espíritu actúa en el hombre. De parte de éste es la simple aprehensión de lo divino en
su ser creado.
b) El momento de la «ex-piración».
La impresión de realidad divina vivida en la cercanía del ser supremo tiende necesariamente
a la exteriorización y la expresión en signos lingüísticos con el fin de manifestar lo experimentado y
de comunicarlo a los destinatarios de la intervención salvífica de Dios.
En el instante primero no hay más que la percepción intensa y cierta de la alteridad del ser de
Dios que interviene. En un segundo momento la inspiración simple, total e indeterminada se articula
en percepciones diferenciadas según la variedad de las potencias que quedan afectadas por la
impresión de realidad de la acción divina.
c) Génesis de la palabra inspirada.
El paso de la experiencia interior («in-spiración») a la «ex-piración» en el lenguaje humano
es el punto crucial donde acontece el fenómeno de la inspiración y de la consagración de la palabra.
Efectivamente, la experiencia de la comunicación divina hay que traducirla en palabras humanas.
Hay diferentes momentos que se pueden aplicar a esta «traducción»: Ante todo se da uno
primordial, anterior a la locución: es la recepción del mensaje divino por vía de experiencia
inmediata o por tradición. A partir de ahí es posible la serie de actos que forman el proceso de la
expresión: voluntad y decisión de expresar, selección de vocabulario apto, combinación de los
signos escogidos en la locución personal. Así resulta la concreta palabra de fe. Es aquí donde tiene
lugar la consagración de la palabra
d) Expresión de fe y consagración de la palabra.
Cuando se logra expresar el acto interior de fe, entonces se realiza la encarnación de la
experiencia íntima en una locución. En esta locución se contienen dos cosas esencialmente unidas:
el signo lingüístico, que comunica a los demás algo, y el objeto comunicado, que es la realidad
interior del acto de fe. La fe sobrenatural se encarna en una palabra natural.

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Dios interviene con su Espíritu sobre el mensaje asumiendo su palabra, preservándole de
toda deformación y garantizando la perfecta homogeneidad entre el mensaje transmitido y la
expresión utilizada para ello. Esta presencia del Espíritu en la palabra de fe que el mediador
inspirado y en la cual el pueblo de Dios cree, es lo que se llama consagración de la palabra
mediante la inspiración bíblica.

I. LA ESCRITURA INSPIRADA.
a) La tradición inspirada.
El mensaje de Dios, expresado en lenguaje inspirado por el mediador carismático, es el
primer eslabón de una cadena de transmisiones orales y escritas que se llama tradición. La
transmisión de la fe y de sus expresiones acontece en el seno de la comunidad. El pueblo de Dios
como tal es el sujeto de la transmisión de la fe.
La inspiración significa la presencia de YHWH, que comunicaba su Espíritu a individuos
privilegiados, siempre en función del grupo, en orden a crear, mantener y formular en textos cada
vez más ricos la fe del momento fundante.
La palabra que da testimonio se origina del hecho inmediato del carismático que exterioriza
su propia experiencia. Esta expresión de testimonio tiende a contagiar al grupo las propias
convicciones del mensajero. De ahí que fácilmente se pase del testimonio al anuncio kerigmático o
que el anuncio kerigmático sea esencialmente una locución testimonial.
La comunicación testimonial, a través del anuncio kerigmático, lleva a la confesión de fe.
Las confesiones se van repitiendo continuamente, actualizando y ampliando. Así surge el fenómeno
de las -, cada vez más ricas y complejas.
El elemento determinante para la formación de la mentalidad en la tradición inspirada es la
intervención de la reflexión sapiencial. La sabiduría se integra en el lenguaje de fe como una
palabra ulterior. Hay en ella un importante elemento nuevo; es la interpretación, profundización y
clarificación del contenido del lenguaje primordial mediante la presencia del discurso racional.
Esta palabra ulterior de que hablamos se diferencia netamente del discurso teológico que
interpreta y profundiza la Escritura, ya cerrada y definida por los límites del canon. Respecto a la
Escritura ya clausurada, la palabra ulterior no es sacra.
b) La obra inspirada.
1. La Escritura. Es preciso entender la Escritura como una forma nueva de locución que
trasciende los límites del espacio y del tiempo y se dirige a un auditorio futuro, no se
debe ver como algo fijo y muerto.
El Espíritu Santo interviene en la elaboración de la obra inspirada no sólo como
principio divino en el acto de ponerla por escrito, sino como autor de aquellos elementos
inmanentes a la obra que, por su lectura, suscita en el destinatario los efectos salvíficos a
los cuales se destina el libro.
2. El texto. Aunque parezcan sinónimos, escritura y texto son en realidad dos cosas
distintas. El texto (del latín texere = tejer) desde la antigüedad significa la palabra o el
escrito como un tejido de estructuras.
3. La traducción. Una obra de traducción inspirada exige un carisma de inspiración como
cualquier obra hagiográfica. Por eso, la traducción está inspirada si su autor actúa bajo la
acción del Espíritu Santo. Esta teoría general de la traducción inspirada es preciso
matizarla cuando confluyen importantes circunstancias nuevas, como es el caso de los
LXX. Esta traducción se realizó cuando la revelación se encontraba en su período
constitutivo y el canon no estaba fijo.
Las traducciones en su etapa oral no son sino formas cualificadas de la tradición
inspirada. Cuando el idioma hebreo cesó de ser la lengua viva de Israel, la tradición
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inspirada comenzó a ser vehiculada en formas lingüísticas distintas de la lengua sagrada,
primero oralmente. Luego surgió la traducción escrita como una variante de la
transmisión viva del texto sagrado. La tradición inspirada y el tiempo de la revelación
abierta hacen grandemente verosímil la inspiración tanto de la traducción oral como de la
escrita.
En los LXX esta verosímil inspiración adquiere nuevo título de plausibilidad por
el hecho de su práctica canonicidad en la Iglesia apostólica. Cuando una obra inspirada
ha recibido en la transmisión traducida notables añadiduras y modificaciones, se puede
hablar de una doble canonicidad: la del texto original y la de la versión ampliada. Si se
fundamentara en sólidas bases la canonicidad apostólica de los LXX, su inspiración sería
una consecuencia lógica. Por lo demás, ésta casi canonicidad, propia del período
constitutivo de la revelación, es muy distinta de la autenticidad jurídica de la Vulgata,
posterior a la época apostólica.
Por último, es importante considerar que la traducción de los LXX nunca fue
declarada abiertamente como texto canónico.
c) La lectura inspirada.
La escritura inspirada no es el término último de la inspiración. Al cerrarse la revelación no
cesa la presencia del Espíritu inspirador. La creación inspirada de la Biblia se completa con la
presencia del Espíritu en el momento de la lectura. El mismo Espíritu autor de la Escritura inspirada
habita también en el interior del piadoso lector y le abre la posibilidad de conectar con la efectividad
que produjo la Escritura.
d) La inspiración bíblica.
Según la Constitución Dei Verbum, el origen de la Escritura inspirada se remonta a los
eternos decretos de Dios. El mismo Dios trinitario intervino mediante una acción trinitaria en su
composición. La reflexión teológica ha atribuido la acción inspirada casi exclusivamente a la
persona del Espíritu Santo y ha explicado esa intervención suya a modo de irrupción externa del
Soplo de Dios en el inspirado, la cual produce una elevación de las potencias humanas que le
capacitan para percibir lo divino. El entendimiento produce efectos de iluminación y conocimientos
sobrenaturales; en la voluntad, mociones e impulsos para decidir; en la imaginación, visiones y
representaciones; en las facultades de realización práctica, capacidad para llevar a cabo las
decisiones del entendimiento y la voluntad. La intervención del Espíritu Santo consiste en producir
la obra literaria en que se encarna la Palabra de Dios.

J. PREGUNTAS ABIERTAS.
a) ¿Cuál de los autores estaba inspirado?
Cada enriquecimiento de la tradición por la incorporación de elementos nuevos es un acto de
consagración de la palabra. Por eso, todo personaje del pueblo de Dios que intervino con alguna
aportación al resultado final de la Escritura inspirada puede ser tenido como un carismático
colaborador del Espíritu Santo en la producción de la Biblia.
b) Un texto de puro origen humano ¿puede convertirse en Escritura?
No hay dificultad alguna en admitir que se hayan incorporado a la Escritura textos breves
que en su origen fueron ajenos a la Biblia.
1. Las citas bíblicas. En la Biblia existen frase de autores paganos (Hch 17,28), cartas
(1Mac 12,10) y multitud de referencias implícitas a fuentes y documentos incorporados
al texto bíblico. Es menester distinguir entre la cita y la apropiación de su mensaje. En
toda cita hay fenómeno de apropiación porque lo dicho por otro corresponde a su propio
pensamiento y está quizá mejor expresado; el redactor lo aprueba, lo hace suyo y lo
utiliza en el propio discurso.
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En el autor sagrado que cita se repiten los mismos reflejos mentales. En un
principio, el hagiógrafo está a la búsqueda de la expresión adecuada o del documento
necesario para componer el escrito inspirado. Cuando topa con el documento o con la
expresión de su propia idea ya realizada por otro, pronuncia mentalmente un juicio de
identidad entre sus puntos de vista y el contenido del material encontrado y, sin más,
procede a su utilización.
2. La apropiación de todo un texto. Un fenómeno distinto de la cita es la apropiación de
todo un escrito. Pongamos el caso del Cantar de los Cantares. Las hipótesis de que el
Cantar no fuera en su origen sino un poema epitalámico, integrado luego en el canon, no
quiere decir que la canonización hubiera «convertido en Escritura» un texto profano. El
fenómeno es más complejo. Se puede aventurar la hipótesis de la inspiración por
apropiación. La lectura no es una mera reproducción del contenido de la poesía, sino una
nueva presencia del tema en el alma del lector inspirado, que equivale a una obra
numérica y cualitativamente distinta. Esto muestra la estructura comunitaria y la gran
capacidad asimiladora de la tradición israelita.
La teoría de la apropiación vale también para la inspiración por aprobación.
Evidentemente, no se trata de la aprobación subsiguiente de la Iglesia sino de la
posibilidad de sacralizar un texto por vía de aprobación, llevada a cabo por un
carismático de la palabra (profeta o apóstol) en el período constitutivo de la revelación.
c) Inspiración bíblica en el tiempo de la Iglesia.
Hay en la cuestión de los libros perdidos dos problemas diferentes: el de la inspiración y el
de la posible canonicidad. En cuanto a lo primero es altamente probable que tales escritos fueran
inspirados. Sobre su futura canonicidad nada se puede afirmar, toda vez que en la definición del
canon actual no está absolutamente claro si es asertiva o también exclusiva, es decir, cerrada
definitivamente para otros libros.
Si se cree que algunos escritos (Santos Padres, Concilios, reglas monásticas, libros litúrgicos,
obras místicas, etc.) están inspirados, tal inspiración significaría solamente que es el Espíritu Santo,
y no sólo el propio espíritu humano, el que ha actuado en la producción de tales libros. También es
necesario añadir que esos escritos no están destinados a la Iglesia de todos los tiempos y de todo el
mundo.

K. CUESTIONARIO.
1. ¿Cuál fue la primera explicación que dio la reflexión teológica al origen de la Biblia, quien fue
el primero en aplicar esa visión, cómo la definió y cuál es la crítica que le hace la patrística?
2. ¿Cómo se entiende la expresión del dictado divino?
3. ¿Cuáles fueron los aportes de Melchor Cano, P. Lessio y P. J. Achtemeier en el tema de la
revelación y la inspiración?
4. ¿Cuáles son las vías que Dios utiliza para revelarse?
5. ¿Qué diferencia hay entre «hablar con palabras humanas» y «hablar palabras de hombres»?
6. Indica cuáles son las funciones de la palabra y explícalas brevemente.
7. ¿Cuáles son las principales formas de la palabra de Dios en el AT?
8. ¿Cuáles son los momentos que llevaron a considerar la escritura del AT como palabra de Dios?
9. ¿Qué conceptos vinculan la palabra como propia de Dios?
10. ¿Cómo acontece el fenómeno de la elevación de la palabra humana por inspiración?
11. ¿Qué se entiende por inspiración bíblica?
12. ¿Cuáles son los momentos de la inspiración según el AT?
13. ¿Qué se entiende por «in-spiración» y «ex-piración»?
14. Define qué es revelación e inspiración.
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