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Beata Emilia Tavernier Gamelin

Del ser y del quehacer

Impresiona una vez más como la presencia y el legado de la Madre


Gamelin resulta tan actual para nuestro mundo de hoy. Ha pasado más de un siglo de su
partida y estamos en otros tiempos naturalmente pero sus luchas y sueños continúan
inspirando a los hombres y mujeres que hemos conocido a sus hijas y a las obras de las
Hermanas de la Providencia.
De tantos rasgos de una mujer tan excepcional como Emilia Gamelin quisiera
destacar por ahora solo dos. Uno como aprendizaje vital y otro que nos inspira para la
misión.
Sabemos que Emilia se encontró con la muerte muchas veces. La visitó
duramente con el temprano fallecimiento de sus padres, después de sus hijos y su
esposo y en su incansable entrega con los ancianos, huérfanos y enfermos. Más allá de
las paupérrimas condiciones sanitarias de Montreal del siglo XIX, mirar repetidamente el
rostro de la muerte no deja indiferente y puede dejar complejos arañazos en el alma. Hoy
desde la psicología podríamos expresar que ella fue una mujer “resiliente” ya que superó
condiciones muy adversas incluso dándoles sentido. Emilia con lo que le toco sufrir, no
dejo que la natural amargura se posesionara de ella y forjo un comportamiento positivo
pese a las circunstancias difíciles que le tocaron. Ella no fue una mujer triste, abatida o
sin fuerzas aunque por supuesto, sufrió por todo lo que le sucedió pero su carácter
siempre fue de una persona de acción y entusiasmada con sueños que se fueron
cristalizando con tenacidad y esfuerzo.
Para comprender el carácter resiliente de Emilia Gamelin debemos tener en
cuenta sobre todo, su fe y espiritualidad que marcaron a fuego su ser y misión. En su
vida las cruces fueron levadura de resurrección. El papa francisco en su carta apostólica,
Mulieris Dignitatem (1988) se refiere a la “mujer-madre” que se convierte en seno del ser
humano con las alegrías y los dolores de parto”. Es el misterio de dar vida a través del
sufrimiento. No sirve quedarse solo en el dolor, sino ir más allá. Es crecer en una
espiritualidad pascual que hace tomar sentido incluso el dolor y la muerte pero
transcendiéndolas. El dolor de parto es misteriosa semilla de vida. Desde aquí se puede
comprender también la devoción de Emilia a la Virgen de los Dolores como senda de la
mujer que tuvo la atroz experiencia de acompañar a su Hijo en la cruz pero después
traspasar ese dolor y seguir en la senda de la resurrección. Es probable que cuando
Emilia veía los estragos de la miseria llenas de tanta muerte lograba vislumbrar que esto
no era la última palabra. Su mirada en Nuestra Señora de los Dolores lograba dar sentido
a su misión. Emilia vislumbró que la muerte tan cercana a ella, la preparó
paradojalmente, para jugarse por la vida compasiva y con-pasión, incluso con esperanza
y alegría.
La “mejor amiga de los pobres” nos desafía a convertir nuestros dolores
personales y de esta sociedad constelándolos creativamente; otorgándole sentido. No se
trata de dar recetas pero sanar nuestras heridas sobre todo en los ambientes insanos

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involucra una real conversión. Y ésta es una promesa no automática de la fe, hay que
exigirse, formarse. Implica una permanente conversión espiritual.
En esta “sociedad del cansancio” -como lo ha titulado el conocido filósofo coreano
Byung Chul-han - donde el narcicismo, el exitismo y la competencia subyugan nuestra
alma y nuestro cuerpo, luchar por encontrar a otros y más si son desvalidos, nos sanan
paradojalmente. Los empobrecidos de hoy necesitan, no solo nuestra asistencia material
sino también nuestro afecto que transforma también nuestra cabeza, corazón y sentidos.
Sin afecto y sin ternura finalmente nos pasará la cuenta nuestro cuerpo, nuestra
psicología y nuestra espiritualidad. Y lo pagarán también los excluidos de este mundo, lo
paga la naturaleza, la iglesia, la congregación, nuestro trabajo, las relaciones
comunitarias, la familia, los niños. En un mundo hostil a la vida y a la humanidad, que
endurece el corazón y nos separa, hay que reivindicar otro estilo, con más afecto y
ternura. Aquí encontramos otro rasgo también de Emilia Gamelin que nos conecta con la
misión.
Sabemos que ella se encuentra con Dios que la desafía a una misión con los
pobres y desvalidos del Montreal de su tiempo. Su estilo será de respeto y delicadeza con
los sufrientes y adoloridos. Este es un rasgo muy importante en su modo de proceder. No
se trata solo de trabajar por los pobres sino con un estilo que testimonie finalmente al
Señor. En consonancia con San Vicente de Paul -sobre todo en este año que celebramos
los cuatrocientos años de su nacimiento- la Madre Emilia sentía que los pobres tenían
que ser considerados como “amos y maestros”. San Vicente decía: “Ellos mandan y
nosotros aprendemos…. Nos dicen, cómo, cuándo y que necesitan y nosotros acudimos
a su servicio”…Un legado central de este santo francés que sabemos que es tan
inspirador para las obras de las Hermanas de la Providencia. Hoy nuevamente Emilia nos
urge a trabajar por la dignidad y el respeto que los pobres deben tener. Una visión que
no siempre es fácil pero es fundamental.
El dolor y el sufrimiento no son estériles. Si podemos resistirlos desde la
compasión y de la solidaridad nos convierten. Desde la fe son semillas de acción y de
sentido. El poder del afecto y la ternura nos transforman y al mundo. Emilia Tavernier
Gamelin es una inspiración para este anhelo.
Juan Carlos Bussenius R.
Centro de Espiritualidad Providencia.

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