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Me parece a mí que salvo aquella cita no es que en “Una tempestad” de Césaire pueda hilarse

mucho acerca de la relación entre mujer y tierra. ¿O seré yo más bien un lector desprevenido? Es
posible que sí, que lo sea y, sin embargo, intentaré decir algo al respecto. Podemos partir de la
siguiente analogía: Sycorax es a la tierra como la mujer es a la Naturaleza. ¿Y esto qué quiere
decir? Que Sycorax –personaje casi por completo ausente de esta obra de teatro– es como ha sido
la mujer –persona casi por completo ausente de los anales de la historia– encarnación de lo Otro,
de lo absolutamente otro, de aquello a lo que se opone la civilización de Próspero y sus
congéneres con su supuesta humanidad del hombre, con su carácter espiritual, con su esencia
racional y, que viene a ser entonces lo salvaje, lo natural, lo irracional. Así pues, la tierra con todo
y lo fértil, con todo y sus frutos, no deja de representar para el hombre occidental más que lo
contrario que ve en sí mismo: la tierra es la negación de lo humano. De modo que, al relacionar la
tierra con la mujer se la ubica a ésta bajo las mismas categorías que la otra, lo cual dicho a modo
de silogismo sería algo así como: Todos los hombres son humanos; las mujeres no son hombres;
luego, las mujeres no son humanos (o mejor dicho niegan la idea de humanidad).
Al inicio de “Una tempestad” el director del juego nos anima a asumir un rol, “para cada uno un
personaje y para cada personaje, una máscara” y, con ello, nos anima también a tomar partido.
¿Quién de nosotros y nosotras no se pone del lado de Calibán?, ¿quién no comparte su lucha
contra Próspero para ganar su libertad? Pero, ¿querer a Calibán libre es estar de acuerdo con él en
todo lo que expresa? Dice Calibán a Próspero que sabe que Sycorax vive, que “ella está viva [en
la tierra]”. Pero, según la interpretación que les expuse en el párrafo anterior ¿esto sería bueno o
malo para la mujer, le representaría una ventaja o una desventaja, una posibilidad o un
impedimento? Quizá las posibles respuestas a esta pregunta sean “harina de otro costal”, motivo
de una próxima plenaria o, si se quiere, motivo de discusión grupal en la actual. Por lo pronto,
más bien quiero terminar con algo más que se nos sugiere de la relación entre mujer y tierra. Casi
llegando al final de la obra de teatro, Calibán estando a punto de ser lastimado por las púas de un
erizo hechizado por Próspero nos deja saber: “Próspero es la anti-Naturaleza. Yo digo: ¡abajo la
anti-Naturaleza! Miren, al escuchar estas palabras, ¿nuestro erizo se eriza? No, ¡guarda sus púas!
¡Eso es la Naturaleza! ¡Es gentil, en resumen! ¡Basta con saber hablarle!”. De lo anterior se
comprenden dos tipos de actitudes: la de Próspero que hechiza a la naturaleza para someterla a su
voluntad –y algo no muy distinto hizo con Miranda, su hija–, la de Calibán que busca “saber
hablarle” a la naturaleza, entablar un diálogo con ella, como siendo ella su compañera, como la
mar.

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