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David Un Hombre Segun El Corazon de Dios Emiliano Jimenez Hernandez Compress
David Un Hombre Segun El Corazon de Dios Emiliano Jimenez Hernandez Compress
Un hombre según
el corazón de Dios
1. MARCO HISTORICO!............................................................................................................................6
5. UNCION DE DAVID!.............................................................................................................................30
11. ABIGAIL!.............................................................................................................................................73
13. JOAB!.................................................................................................................................................82
Dios suscitó por rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado
a David, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera.
He13,22
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PRESENTACION
Yo creía que conocía a Dios. Como también creía conocer a David. Pero el
Dios que yo conocía no se parecía a David. El corazón de Dios y el corazón de
David no parecían semejantes en nada. Por ello, al leer el testimonio de Dios
sobre David, me quedé sorprendido. Una de dos: o yo no conocía a Dios o yo no
conocía a David. El testimonio de Dios es veraz, aunque no encaje en mi razón.
De aquí nació este libro. Me puse a escrutar las Escrituras para conocer a
Dios y para conocer a David. He querido conocer a David para conocer el
corazón de Dios. Lo primero que he descubierto es que las apariencias engañan.
El testimonio de Dios sobre David no coincidía con el mío porque "la mirada de
Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias,
pero Yahveh mira el corazón".
Por lo que se refiere a Dios, el mismo David le proclama "juez justo" (Sal
7,12), pues Dios juzga siempre con justicia. Y, como juez justo, "a éste humilla y
a éste ensalza" (Sal 75,8). Y cuando humilla a uno y ensalza a otro lo hace con
justicia y rectitud, aunque al hombre le parezca lo contrario. Por ello, aunque
nos parezca que humilla a quien correspondería ser ensalzado y que ensalza a
quien correspondería ser humillado, el hombre piadoso no deja que su corazón
se incline a dudar de la justicia del Señor. El sabe que siempre habrá un motivo
que se le oculta o que escapa a su comprensión. Los sabios, bendita su memoria,
nos han dejado muchos relatos en los que, al final, se descubre la razón de la
actuación del Señor.
Se cuenta que un santo varón, después de ayunar y rezar, pidió a Dios que
le permitiera acompañar a uno de sus ángeles para ver las maravillas que les
encomendaba realizar en el mundo. Dios, aunque le amaba y solía escuchar sus
súplicas, esta vez se negaba a concedérselo:
-No comprenderás lo que veas hacer. Entorpecerás la acción del ángel con
tus continuas preguntas para que te explique las razones de cada uno de sus
actos.
-Te prometo, Señor, que no le cansaré ni molestaré con mis preguntas, sólo
deseo ver lo que le mandas hacer, nada más.
-No es justo lo que acaba de hacer. No puede ser un ángel del Señor. ¿Qué
ha hecho este pobre hombre para que le mate la vaca? No ha hecho más que
agasajarnos y...
El asombro del santo varón iba en aumento, pero esta vez se abstuvo de
preguntar nada, para que el ángel no se alejara de él, dejándole en la total
confusión.
Uno de los que estaban sentados, sin levantar siquiera la cabeza del libro,
contestó:
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-¡Dios os haga jefes a todos!
El ángel le dijo:
-Lo que le ocurrió al pobre hombre, que se le murió la vaca, tiene una
explicación muy sencilla. Su mujer tenía que morir aquel mismo día en que
llegamos nosotros a su casa. Yo pedí a Dios que muriera la vaca a cambio de la
esposa.
-¿Y por qué apuntalaste la pared de la casa del rico, que no nos hizo el
mínimo caso?
Después añadió:
-Ahora que nos separamos, te daré un consejo que te será útil: si ves a un
impío que prospera y se enriquece, no te asombres de eso, pues será para su
mal. Y lo mismo, si ves a un justo, que está necesitado o sometido a pruebas,
ciertamente se le evita con esto una desgracia mayor. Por esto cuida que tu
corazón no te engañe con sus juicios.
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Los libros de Samuel, como los libros de los Reyes y de las Crónicas, llenos
de narraciones, son la base de este libro. Sus palabras son lo bastante
luminosas como para transmitirnos la historia de David. Pero nos acercaremos
a esta historia también desde el Midrash y el Targum, como una ayuda para
hacer resonar y revivir el color fascinante de la historia. De este modo
intentaremos desvelar las palabras dormidas bajo el velo de polvo, que cubre
todo libro antiguo. Se trata de dar a las palabras su brillo antiguo, para que
suenen hoy con toda su fuerza actual. Mi deseo es llegar hasta el corazón de
David, hasta ese corazón en donde se halla la semejanza con Dios. No se trata
simplemente de seguir la historia para conocer cómo termina, sino de descubrir
el sentido de los acontecimientos, para participar del mensaje escondido en
ellos. Se trata de descubrir las raíces del árbol en que estamos injertados.
Los salmos, que la antigua tradición judía atribuye a David, nos ayudarán
a descubrir la unión íntima que se da entre la fe y la historia concreta del
elegido de Dios. La historia, con su multiplicidad de hechos, es una cadena de
acontecimientos unidos por la mano de Dios, que teje interiormente dicha
historia. La alianza que Dios pacta y mantiene fielmente es el hilo conductor
que unifica la historia de la salvación. La historia, misteriosamente trenzada
por la acción de Dios, es el seno de la salvación. La salvación de Dios se perfila
en el correr del tiempo y no en la huida del tiempo y altibajos de la vida. Hasta
el pecado, confesado y perdonado, anuda más fuertemente la alianza. La
insatisfacción, la miseria, la oscuridad de los hechos llenan aparentemente la
vida, pero, por debajo de esos hechos, corre el río de agua salvadora, que se abre
cauce y aparece después luminoso, como fuente de alegría y reconocimiento en
el canto de los salmos. La fe transforma los hechos en acontecimientos, que
restan como memoriales de salvación.
Los salmos llenan la vida del israelita. Por generaciones han llevado los
salmos en sus manos como libro de compañía, guía del camino, voz de la
plegaria, consuelo en el infortunio, fuerza en la adversidad, luz en las tinieblas
de la existencia. En todo momento y en toda ocasión brota de sus labios una
frase de un salmo. Una lágrima o una sonrisa, un triunfo o un fracaso son
ocasiones para entonar un salmo. Diariamente, la oración de los salmos saca del
corazón los sentimientos y deseos más íntimos. Toda emoción o experiencia
halla en los salmos su acorde preciso. En ellos escuchamos la voz de David y la
vida de fe de sus descendientes.
David compone los salmos en medio del aprieto. El libro de los salmos no es
un libro de memorias escrito en la calma posterior a los acontecimientos. No es
un libro de poemas. Los salmos son frecuentemente un grito de ayuda, lanzado
en medio de la tribulación, con la urgencia de la situación y la tensión del
momento: "Señor, escucha mi voz, atiende mi súplica". Para descubrir el alma
de David es preciso prestar oído al son del arpa. Al son del arpa nos revela el
misterio de su corazón. Cuanto más vigorosamente se puntean las cuerdas del
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arpa más fuertes son sus sonidos, más resuenan sus tonos. Del mismo modo,
cuanto más fuerte Dios toca el corazón de David con la aflicción más fuerte y
más bello es su canto. En la angustia, David recurre a su arpa: "¡Despierta alma
mía! ¡Despertad cítara y arpa! El alma es despertada y estimulada al mismo
tiempo que el arpa y la cítara.
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1. MARCO HISTORICO
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Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de Dios y de
gritos de angustia, a los que Dios responde fielmente con el perdón y la
salvación. Pero el pueblo se olvida de la salvación gratuita de Dios y cae
continuamente en la opresión; grita de nuevo, confesando su pecado, y el Señor,
incansable en el perdón, les salva de nuevo. El pecado de Israel hace vana la
salvación de Dios siempre que quiere ser como los demás pueblos. Entonces
experimenta su pequeñez y queda a merced de los otros pueblos más fuertes
que él. Esta historia, que Samuel recuerda e interpreta al pueblo, se repite
constantemente... hasta el momento presente:
Pero, en cuanto habéis visto que Najás, rey de los ammonitas, venía contra
vosotros, me habéis dicho: ¡No! Que reine un rey sobre nosotros, siendo así que
vuestro rey es Yahveh, Dios vuestro. Aquí tenéis ahora el rey que os habéis
elegido. Yahveh ha establecido un rey sobre vosotros. Si teméis a Yahveh y le
servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra las órdenes de Yahveh; si
vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a Yahveh, vuestro Dios, está
bien. Pero si no escucháis la voz de Yahveh, si os rebeláis contra las órdenes de
Yahveh, entonces la mano de Yahveh pesará sobre vosotros y sobre vuestro rey.
Estamos en el año mil. Los filisteos, que llegaron a Palestina poco después
que los israelitas, han convivido codo con codo junto a Israel unos doscientos
años, en intermitentes pero crecientes fricciones durante la época de los Jueces.
Pero hacia el año mil, los filisteos, no muy numerosos pero formidables
guerreros, pretendieron la hegemonía sobre Palestina, hostilizando
constantemente a los israelitas. De aquí que fueran una amenaza permanente
para Israel. Su monopolio del hierro les daba una preeminencia militar sobre
los israelitas, mal equipados. Para proteger su monopolio del hierro, los filisteos
prohibieron a Israel, sometido a ellos, la industria de los metales, dependiendo,
para todos los servicios, de los artesanos filisteos (1Sam 13,19-22). Además los
tiranos filisteos actuaban concertadamente entre ellos. Los israelitas, divididos
en tribus, difícilmente podían hacerles frente.
Las doce tribus de Israel estaban completamente divididas entre sí, con
fuertes tensiones entre ellas. En las últimas páginas del libro de los Jueces se
narra que la tribu de Benjamín ha cometido un delito tan grave que las otras
tribus deciden eliminarla. Sólo un resto se salvará refugiándose en los bosques.
Estas tensiones internas debilitaban su fuerza frente a los enemigos externos.
Los israelitas sufrieron un primer duro golpe en el año 1050 cerca de Afeq
(1Sam 4). Los israelitas, para frenar el avance filisteo, llevaron a la batalla
desde Silo el Arca de la alianza con la esperanza de que la presencia de Yahveh
les diera la victoria. Pero el ejército fue desbaratado; Jofní y Pinjás, los
sacerdotes que llevaban el arca, fueron matados, y el Arca misma fue capturada
por los filisteos. Aunque los filisteos devolvieron pronto el Arca a los israelitas,
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a causa del terror que les inspiró una plaga (1Sam 5-7), sin embargo siguieron
dominando sobre Israel.
En estas circunstancias Israel eligió a Saúl como primer rey de Israel, una
vez vencida la resistencia a la monarquía que opuso el vidente Samuel, que
finalmente fue quien le ungió, primero en privado en Ramá y, luego,
públicamente en Mispá (1Sam 9,1-10.16;10,17-27). La expansión de los filisteos
ponía en peligro la existencia misma de Israel e impuso la monarquía. Saúl es,
en un principio, como un continuador de los Jueces, pero su reconocimiento por
todas las tribus le convierte en una autoridad universal y permanente, naciendo
así la realeza.
La monarquía es fruto del miedo. A pesar de la larga experiencia de
intervenciones salvadoras de Dios, Israel ante la amenaza olvida su historia y
se deja condicionar por el peligro presente. Cancelada la memoria, sólo queda el
peligro presente y la búsqueda angustiosa de una solución inmediata.
Esta transición a la monarquía fue fatigosa y dramática. El primer rey,
Saúl, caerá muy pronto. Samuel, fiel al Señor, rompió con Saúl y se convirtió en
su enemigo. La elección de Saúl había sido hecha por designación profética y
por aclamación popular (1Sam 10,1ss; 11,14ss). Las primeras empresas de Saúl
contra los filisteos fueron tales que justificaron la confianza depositada en él.
Israel respiró de nuevo y cobró nuevas esperanzas. Los filisteos son arrojados
hasta su territorio, quedando liberada la tierra de Israel. En los confines
israelitas tendrán lugar los posteriores encuentros, en el valle del Terebinto y
en Gelboé. Pero el respiro fue sólo temporal. Saúl acabó con un triste fracaso,
que dejó a Israel peor que antes. El combate de Gelboé acabó en desastre.
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pues no desea incurrir en tal sacrilegio. No le queda a Saúl más que
abandonarse él mismo a la espada clavada en tierra.
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2. NACIMIENTO DE DAVID EN BELEN
A pesar de su piedad Jesé no se libró de ser tentado en su vida. Una de sus
esclavas se encaprichó con él y trató de acostarse con él. Pero Dios le salvó de
ello, inspirando a su esposa, Nazbat, que se disfrazara de esclava. Y así, gracias
a esta treta, Jesé se encontró con su propia esposa en lugar de tener relaciones
ilícitas con la esclava.
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Metatrón se encargaría de hacer cumplir este decreto en el futuro, cuando
llegara el tiempo del nacimiento de David en Belén de Judá. Al ver los cabellos
rojos, sus hermanos sospecharon que era fruto de un adulterio de su madre y
estuvieron a punto de matar a madre e hijo ya a las tres horas del parto. David
más tarde comparará su suerte con la de Abel a quien mató su hermano: "Esto
no me sucedió a mí porque Dios me ha guardado y ha mandado a sus ángeles
que me protegieran; pero también yo fui víctima de la envidia de mis hermanos
y mi padre y mi madre no me tuvieron en cuenta".
Protegido por los ángeles del Señor, David salva su vida, pero sólo a
condición de ser considerado como siervo y así, durante veintiocho años, se
dedicó a pastorear el rebaño de su padre Jesé en los campos de Belén.
En el tiempo de los jueces, cuando aún no había rey en Israel y cada uno
hacía lo que mejor le parecía, hubo una carestía en el país, carestía de pan y
pobreza de alma y corazón. Entonces Elimélek (mi Dios es rey), descendiente
del patriarca José, vivía en Belén en los montes de Judea, en el corazón de la
Tierra Santa.
Moab, junto con Ammón, al este del Jordán, son dos pueblos que viven sin
espíritu, en la más cruda exterioridad materialista. Allí espera Elimélek
encontrar la solución para su familia. Pero, al poco tiempo, Elimélek murió y
Noemí quedó viuda. Sus dos hijos, violando la ley de Moisés, se casaron con
Orpá y Rut, dos muchachas moabitas no convertidas, de las que no tuvieron
hijos. El dedo de Dios, que conduce la historia, les cerró el seno, haciéndoles
estériles. Y, a los diez años, murieron también los dos esposos, los hijos de
Noemí. La descendencia de Elimélek y Noemí se ha terminado en Moab; parece
cancelada para siempre su existencia.
Noemí, entonces, sin esposo y sin hijos, decidió regresar a Belén, pues
Yahveh había visitado nuestra tierra, dándola de nuevo pan. Lo que ella
esperaba encontrar en el exilio, lo descubre en medio de sus hermanos, los
israelitas. Pero Noemí retorna a Israel sin marido, sin hijos ni descendencia
alguna: una viuda envejecida y pobre, sin ninguna posibilidad de futuro. Partió
de Israel con hambre de pan y regresa "con las manos vacías". Se presentará
diciendo a sus conciudadanos: "No me llaméis ya Noemí, sino Mara, amargada,
porque el Omnipotente me ha amargado tanto".
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Noemí, pues, se puso en camino hacia Judá. Sus dos nueras la
acompañaban. Pero Noemí, besándolas, les dijo:
-Volveos cada una a casa de vuestra madre. Aún sois jóvenes y Yahveh
tendrá piedad de vosotras como vosotras la habéis tenido conmigo,
alimentándome, y con mis hijos, pues os habéis negado a tomar marido después
de su muerte. Yahveh os hará encontrar un esposo con quien vivir una vida
apacible.
-Volveos, hijas mías. ¿Qué sacaríais con venir conmigo? ¿Acaso tengo yo
hijos en mi seno que puedan ser esposos vuestros? Yo soy ya una vieja para
casarme otra vez. Y, aun cuando me quedara alguna esperanza y decidiera hoy
mismo casarme de nuevo y me nacieran hijos, ¿esperaríais, sin casaros, hasta
que ellos fueran mayores? No, hijas mías, aunque se me rompe el corazón, es
mejor que os volváis a casa de vuestra madre, ya que la mano de Yahveh ha
caído sobre vosotras, privándoos del esposo en vuestra juventud. Os lo suplico,
hijas mías, no amarguéis más mi alma, haciendo que viva angustiada por mí y
por vosotras.
Noemí le dijo:
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Rut replicó:
Noemí añadió:
Rut replicó:
Respondió Rut:
Al ver lo decidida que estaba, Noemí no insistió más. Así es como Noemí y
Rut marcharon juntas y llegaron juntas a Belén, al comienzo de la siega de la
cebada. Al verlas llegar, las mujeres de Belén, conmovidas, se comunicaban la
noticia unas a otras, diciendo:
Con esto el abuelo Obed, siervo de Dios, daba por terminada la historia.
Pero David quería conocer la continuación y suplicaba a su abuelo que siguiera
contándole de su familia. Obed entonces se remontaba en la genealogía hasta
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Miriam, la hermana de Moisés, como su ascendiente; otras veces llegaba hasta
los patriarcas Jacob, Isaac y Abraham o hasta Adán, formado por las mismas
manos de Dios. A David, en estas narraciones, siempre le llamaba la atención el
papel de las tres mujeres, que se incluían en el árbol genealógico de su familia:
Tamar, que se disfrazó de prostituta para tener descendencia de Judá, Rajab, la
madre de Booz, y Rut la moabita...
Booz era pariente de Noemí. Pero Noemí había vuelto a Belén en la más
completa miseria y Booz, absorbido por su riqueza, o no se enteró de la vuelta
de su pariente o no quiso darse por enterado. Pero el amor de Rut a su suegra
Noemí la llevó a las tierras y a los brazos de Booz.
Rut salió al campo y se puso a espigar detrás de los primeros segadores que
encontró. Quiso la suerte -¡Bendito sea el Señor de la suerte!- que Rut fuera a
dar en una parcela de Booz, de la familia de Elimélek, el esposo de Noemí. A
media mañana llegó Booz, despierto y campechano, saludando a los segadores:
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Le respondió el criado que Booz había constituido como jefe de los
segadores:
-Es la joven moabita que ha venido con Noemí de los campos de Moab.
Ella, con los ojos bajos, pero con el coraje del amor, se acercó y le dijo:
-Permitidme espigar detrás de los segadores. Aquí estoy en pie detrás de
ellos desde la madrugada.
-¿Cómo es que he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí no siendo
más que una extranjera, perteneciente a las hijas de Moab, que no hemos
obtenido la gracia de participar en la asamblea de Yahveh?
Y Booz le respondió:
Le replicó ella:
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Ella se sentó al lado de los segadores y Booz le ofreció trigo tostado y comió
y se sació, y guardó lo que le sobró. Luego estuvo espigando en el campo hasta
la tarde. Vareó las espigas que había recogido. Se cargó la cebada y volvió a
casa, mostrando satisfecha a su suegra el fruto de su trabajo. Luego le dio
también el alimento que le había sobrado después de que ella se había saciado.
Le preguntó su suegra:
-¿Dónde has espigado hoy, que te fue tan bien? ¡Que sea bendito quien se
ha interesado por ti!
Le respondió:
Y Rut le dijo:
-El me ha dicho: Continúa con mis muchachos hasta el tiempo en que se
concluya toda mi cosecha.
-Bueno es, hija mía, que vayas con ellos y que no te encuentren en otros
campos.
Sin marido, sin fortuna, extranjera, Rut no es más que una huérfana
espigadora. Pero, aunque sea hija de idólatras, se ha refugiado en Belén bajo las
alas del Santo de Israel. Aconsejada por su suegra, en la noche cálida y casta de
junio, Rut descenderá a la era donde duerme Booz, después de haber aventado
la parva de cebada, haber comido y bebido con la alegría de la cosecha. Con el
pasmo en el corazón descubrirá los pies de Booz y se acostará junto a él. Y aquí
entra en acción el Santo, bendito sea, que desde la creación se encarga de
combinar los matrimonios, haciendo que se encuentren el hombre y la mujer
creados el uno para el otro según sus designios. En los montes de Judea,
coronados de estrellas, Booz se despertó sobresaltado de su profundo sueño y se
encontró, como en los orígenes Adán, con una mujer acostada a sus pies. En la
semioscuridad de la noche de verano, con voz ronca pregunta:
-¿Quién eres?
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Rut le responde con las palabras de bienvenida que él mismo Booz le ha
dirigido la víspera:
-Soy Rut, tu sierva, extiende las alas de tu manto sobre tu sierva y tómame
como esposa, porque tú eres mi go'el.
Así Rut es rescatada por Booz, su go'el que, según la ley del levirato, la
esposa y la hace madre en Israel. De este modo, a través de Rut, entra en la
historia de la salvación el pueblo de Moab, condenado a las tinieblas desde sus
orígenes incestuosos. Lot, el ascendiente de Rut, se une finalmente a Abraham,
ascendiente de Booz. Lot, el ambicioso sobrino de Abraham, se separó del tío
descendiendo a las llanuras fértiles de Sodoma para establecerse en ellas. Rut,
en cambio, siguiendo la fe de Abraham, decide emigrar "lejos de la casa de su
padre, de su ciudad", para seguir a Noemí a Belén, al encuentro de su redentor
(su go'el). De esta unión inesperada de un descendiente de Abraham y de una
moabita, más tarde, nacerá el Mesías de Israel.
El Santo, bendito sea, bendijo a Rut y a Booz con un hijo, a quien llamaron
Obed, y que Noemí, la abuela, adoptó como hijo. Así la felicitaron en Belén:
Pero a Booz, todo el pueblo de Belén, junto con los ancianos reunidos a la
puerta de la ciudad, le felicitan con el curioso augurio:
-Que tu casa sea como la casa de Peres, el hijo que Tamar dio a Judá,
gracias al semen (a la posteridad) que Yahveh te dará a través de esta mujer.
Son los designios misteriosos del Santo, que salva y lleva adelante la
historia por vías insondables, por encima de los pecados del hombre. Si Rut es
Moabita, hija del incesto de la hija mayor de Lot, también Booz es descendiente
de Peres, el hijo de la unión medio incestuosa de Tamar con su suegro, el
inocente Judá, hijo del patriarca Jacob. Así es la genealogía del rey David, que
va desde Peres a Booz, que engendró a Obed, padre de Jesé, del que nació
David.
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La voz de la sangre o el Dios de la historia arranca la confesión del corazón
de Booz. Abuelo y nieto, en la paz de Belén, entonan a coro el cántico:
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3. DAVID, PASTOR
-¿A quién has dejado el rebaño en el desierto? ¿Qué has venido a hacer
aquí? Ya conozco tu atrevimiento inconsciente y la maldad de tu corazón. Has
venido a curiosear, a ver la batalla.
David era un joven apuesto, inteligente y valiente. Por ello, su padre, Isaí,
le encomendó el cuidado de su rebaño de ovejas, aunque era el más joven de sus
hijos. Esto es lo que dicen los sabios, bendita su memoria. Pero no todos piensan
como ellos. David no estuvo libre de sospechas infamantes. Su cabello rojizo le
hizo sufrir el desprecio de sus mismos hermanos. Las sospechas de que fuera
hijo de una esclava, afirman las malas lenguas, fue la causa de que fuera
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alejado de la compañía de sus hermanos y mandado al desierto, donde pasó sus
días pastoreando el rebaño de su padre.
Pero el Santo escribe derecho con líneas torcidas. A Dios le gusta el juego
del columpio. Lo pobre y despreciado, lo que no pesa es lo que sube y es
ensalzado, mientras que la arrogancia hace al hombre pesado y en el columpio
del Señor baja hasta quedar en tierra. Fue la vida de pastor lo que llevó a David
a su exaltación. David se dedicaba al pastoreo con gran amor. Se levantaba al
alba y, recitadas sus plegarias, con el zurrón al hombro y el cayado en la mano,
se dirigía al aprisco, sacaba el rebaño y le llevaba a los pastos del campo.
El corazón del joven pastor rebosaba de contento ante la vista del luminoso
paisaje. Delante del rebaño, al comienzo, y detrás de él, más tarde, David iba
canturreando las melodías, que luego serían los "salmos de David". El salmo
brota en el corazón de Belén silenciosamente como los sueños de la hierba en la
noche.
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Así seguía al rebaño, sin perderlo de vista por un instante. Se cuidaba de
que los corderillos no se quedasen rezagados y, si alguno se cansaba y no
conseguía mantener el paso, David lo cargaba en torno a su cuello. Llegado al
lugar de los pastos, se preocupaba de que todos encontraran su alimento; él
mismo cortaba el pasto y se lo daba en la boca a las ovejas recién paridas o a los
corderillos. Al mediodía, escuchando a los pájaros, el pastor se duerme
contemplando sus alas. En otras ocasiones, el olor a lluvia del campo le penetra
en el corazón, ablandándolo y dilatándolo para acoger la vida y sembrarse de
esperanzas. Las nubes gotean el gozo y el amor de lo alto. Dios dibuja y
desdibuja su nombre para su pastor en el firmamento. Así, día a día, de sábado
a sábado, se va llenando el corazón de David del canto al Señor, del mismo
modo que, al caer la tarde entre los montes, las sombras se van acomodando por
todos los rincones.
-Quien sabe apacentar a cada oveja según sus fuerzas, será el que
apaciente a mi pueblo.
Así Yahveh "eligió a David su servidor, le sacó de los apriscos del rebaño, le
tomó de detrás de las ovejas, para pastorear a su pueblo Jacob, y a Israel, su
heredad. El los pastoreaba con corazón perfecto, y con mano diestra los guiaba".
Los sabios, bendita su memoria, nos narran la sorprendente actuación de Dios
muchas veces con palabras transmitidas de los labios al oído, en cadena
ininterrumpida. Así despiertan la espera vigilante de la intervención de Dios en
el momento menos esperado:
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-Uno sale de casa a buscar unas asnas perdidas y vuelve transformado en
rey, en "otro hombre". Como le sucede a un joven pastor con la única pasión de
cantar a las estrellas y lanzar piedras con la honda…
David ve pasar los días, sin darse cuenta de que cada día le acerca al
cumplimiento de la profecía. Sin pensar en Jacob, su antepasado, "ata a la vid
su asno". Ve cómo la luna crece y mengua mes tras mes y canta: "Toda carne es
como hierba del campo; su magnificencia, como flor que brota y enseguida se
seca y desaparece". Pero esto no le impide amar a las flores y a las estrellas, al
agua que corre y canta, las ondulaciones del desierto sobre las que cabalga su
alma. La poesía polícroma de la jornada se le hace música y silencio. Sí, al final
de su vida podrá confesar: "He amado la belleza, transformándola en salmos; he
amado apasionadamente, con vehemencia la vida y las cosas, sin importarme su
fragilidad, más aún, su fragilidad aumentaba mi amor por ellas".
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4. DIOS RECHAZA A SAUL
Saúl y David son dos figuras unidas y contrapuestas. Saúl es el primer rey
de Israel. Con él se instaura la monarquía, deseada por el pueblo, para ser
"como los demás pueblos", cosa que contradice la elección de Dios, que separó a
Israel de en medio de los pueblos, uniéndose a él de un modo particular: "Tú
serás mi pueblo y yo seré tu Dios". Pero el pueblo quiere ser como los demás
pueblos. Se han cansado de ser distintos. ¡Es pesado ser diferente! Ser el pueblo
elegido, separado, consagrado a Dios, con una misión para los otros pueblos... es
maravilloso, pero la diferencia pesa, cansa. Ser como los demás no es muy
sublime, pero es cómodo. Es la tentación. En Ramá Samuel y los representantes
del pueblo se enfrentan en una dramática discusión:
-Mira, tú eres ya viejo. Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace
en todas las naciones.
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Por si no habían entendido el apólogo, Samuel añadió la moraleja:
-Estos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos los llevará
para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que corran
delante de su carroza; los empleará como aradores de sus campos y segadores
de su cosecha. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y
panaderas. Vuestros campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para
dárselos a sus servidores. De vuestro grano y de vuestras viñas os exigirá el
diezmo. A vuestros criados y criadas, vuestros mejores bueyes y burros, se los
llevará para él. De vuestros rebaños os exigirá el diezmo. ¡Y vosotros mismos
seréis sus esclavos! El rey es la peligrosa zarza que devora a cuantos se acogen
a su sombra.
De todos modos, aceptada la petición del pueblo, Samuel unge rey a Saúl,
que entra en escena con toda solemnidad, como sobre un palco. Saúl es
descendiente de la tribu de Benjamín, la más pequeña de las tribus de Israel y
que, poco antes, ha sido casi eliminada, por el grave delito de Guibeá. Saúl
aparece en una ambientación de simpleza aldeana. Está en el campo, buscando
unas borricas perdidas, se encuentra con unas aguadoras, el profeta le ofrece el
pernil en la comida y una estera para dormir en la azotea. Pero el retrato de
Saúl es majestuoso; su presencia llena el escenario, incluso cuando, derrotado,
cae por tierra:
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Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, de
Seror, de Becorá, de Afiaf, benjaminita, de buena posición. Tenía un hijo que se
llamaba Saúl, un joven alto y apuesto; nadie entre los israelitas le superaba en
gallardía: sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba.
Tras esta unción en las afueras del pueblo, al amparo del alba, sin testigo
alguno, Samuel convocó al pueblo en Mispá, sacó a Saúl de su escondite, lo puso
en medio del pueblo y dijo a los israelitas:
Y el pueblo lo aclamó:
-¡Viva el rey!
Saúl, reconocido como rey por todo el pueblo, comienza sus campañas
victoriosas contra los filisteos. Pero Saúl, a quien tuvieron que buscar y sacar de
su escondite para proclamarlo rey, ahora que ha saboreado el gusto del trono
real no quiere perderlo; se aferra al poder a toda costa, arrogándose funciones
que no le competen. La historia de Saúl es terriblemente dramática. Constituido
rey contra su deseo, se siente seducido por la "enfermedad del poder". Ante la
amenaza de los filisteos, concentrados para combatir a Israel con un ejército tan
numeroso como la arena de la orilla del mar, los hombres de Israel se vieron en
peligro y comenzaron a esconderse en las cavernas, en las endiduras de las
peñas y hasta en las cisternas. En medio de esta desbandada, Saúl se siente
cada vez más solo, esperando en Dios que no le responde y aguardando al
profeta que no llega. En su miedo a ser completamente abandonado por el
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pueblo llega a ejercer hasta la función sacerdotal, ofreciendo holocaustos y
sacrificios, lo que provoca el primer reproche airado de Samuel:
Samuel le replica:
-El Señor me envió para ungirte rey de su pueblo, Israel. Por tanto,
escucha las palabras del Señor, que te dice: "Voy a tomar cuentas a Amalec de
lo que hizo contra Israel, cortándole el camino cuando subía de Egipto. Ahora ve
y atácalo. Entrega al exterminio todo lo que posee, toros y ovejas, camellos y
asnos, y a él no le perdones la vida".
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valía la pena, sin querer exterminarlo; en cambio, exterminó lo que no valía
nada.
-¿Y qué son esos balidos que oigo y esos mugidos que siento?
Saúl contestó:
-Los han traído de Amalec. El pueblo ha dejado con vida a las mejores
ovejas y vacas, para ofrecérselas en sacrificio a Yahveh, tu Dios...
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5. UNCION DE DAVID
-No, señor, tu sierva no está borracha. Soy una mujer acongojada, que
desahoga su corazón ante el Señor. No he bebido vino ni nada embriagante. No
juzgue mi señor a esta pobre sierva, que sólo por su aflicción habla al Señor.
¡Pobre profeta que tiene que ser siempre profeta! ¡Siempre hablando y
actuando en nombre de otro! El Otro, el Señor, se le apareció y le dijo:
Pero ya, mientras está farfullando, Samuel busca la ampolla del óleo santo
que Moisés había preparado en el desierto para la consagración del Sumo
Sacerdote y destinado a la unción de los reyes de Israel hasta el final de los
tiempos. De ese óleo milagroso, que jamás se agota, Samuel llenó su cuerno y se
dispuso a cumplir el deseo del Señor. Pero, temiendo que Saúl se enterase del
propósito de su viaje, Samuel tomó consigo una becerra y esparció la noticia de
que iba a Belén a ofrecer un sacrificio en honor del Señor. En honor al Señor,
sólo por obediencia al Señor, emprende Samuel el viaje hasta Belén. El Señor es
el único protagonista y Samuel no es más que el profeta intermediario:
-Yo te haré saber lo que has de hacer y ungirás para mí a aquel que yo te
indicaré.
Dios quiso que Samuel fuera engañado por las magníficas apariencias de
Eliab, pues deseaba humillar a su profeta que había tenido la pretensión de
llamarse a sí mismo El Vidente. El Santo, bendito sea, le convenció de que él no
veía más que lo que se le concedía ver.
Los ancianos de la ciudad y el pueblo, que asistía al rito, todos habían visto
a los hijos de Jesé acercarse, uno tras otro, al profeta, inclinar la cabeza hacia el
cuerno del óleo y, luego, retirarse sin haber sido ungidos. Todos habían
contemplado la turbación de Samuel cada vez que inclinaba el cuerno y no
goteaba en absoluto nada. Una especie de terror sagrado se había ido
difundiendo entre los presentes.
Con voz apagada y sin dar importancia a lo que decía, pues no podía
imaginar que, después de haber descartado a los hijos mayores, el profeta fuera
a ungir al pequeño, Jesé respondió:
-¡Manda que lo traigan!, -exclamó Samuel-. ¡No haremos el rito hasta que
él no haya venido!
Jesé, más por respeto al profeta que por otra cosa, mandó que fueran a
buscar a David. Corrieron al campo y, sin explicación alguna, llevaron a David
ante el profeta. El corazón le dio un vuelco en el pecho a Samuel apenas vio a
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David ante sí. A Samuel, al ver a David agitado y lleno de polvo de los pies a la
cabeza, no le pareció que tuviera el aspecto de un rey y se preguntó si una
persona de cabellos tan rojos no sería un sanguinario como Esaú. Se quedó fijo,
mirándole, mientras David clavaba sus ojos en los ojos del profeta, a quien le
palpitaba el corazón como si quisiera salírsele. Pero la voz del Señor cortó sus
reflexiones y dudas:
Samuel respondió:
Mejor es refugiarse en el Señor,
que confiar en los hombres.
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Jesé cantó:
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
David exultó:
Abridme las puertas del triunfo
y entraré para dar gracias al Señor.
Samuel proclamó:
Este es el día en que actuó el Señor,
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
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6. DAVID CALMA CON SU CITARA A SAUL
-La música aleja los malos humores y calma el espíritu; queremos traerte
un hombre que sepa tocar el arpa.
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Abner eligió un mensajero y lo mandó a Belén, en busca del hijo de Jesé, "el
que está con el rebaño". Al llegar el mensajero del rey se rompió, de nuevo, la
monotonía de Belén. En las tiendas de Jesé había una gran agitación. La
conmoción invadió a los betlemitas, que difundían la noticia de oído a oído:
-Un mensajero del rey Saúl ha llegado a pedir a Jesé que mande a su hijo
al palacio real.
-El rey está enfermo. No se trata de una enfermedad del cuerpo, sino de
una turbación interior. La tristeza y la angustia le han paralizado y no quiere
salir de su tienda. Se dice que tu hijo es un prodigio tocando el arpa. El hijo del
rey, Jonatán, te suplica que lo mandes a palacio. Así, cuando al rey le dé una
crisis de tristeza, tu hijo tocará el arpa ante él y quizás la música logre sanarlo.
Era otoño. Hacía poco que habían celebrado la fiesta de Fin de año, que
culmina con el Yom Kipur. David estaba pastoreando en las cercanías. Su
hermano llegó corriendo:
-¿A mí?
-Pondrás a los pies del rey este presente, le dice su padre con voz apagada.
-Lávate y ponte tus mejores vestidos, le dice su madre sin levantar la cara
para que no se vieran las lágrimas de sus ojos.
Cuando estuvo listo, David volvió donde estaban los demás. Dos soldados,
con cara de aburrimiento, esperaban a David para conducirlo a la casa real de
Saúl. Así David tuvo que dejar una vez más su rebaño y partió con los
mensajeros del rey. Pero, de pronto, uno de los soldados preguntó a David:
Apenas llegaron al palacio, David fue presentado al rey Saúl, el héroe que
había salvado Jabes de Galaad y había guiado a su pueblo en sus combates
contra los filisteos, pero que ahora yacía en su tienda oscura, con la cabeza
caída sobre el pecho. Saúl no soportaba la luz ni el ruido; estaba sumido en una
mortal desgana. No podía aceptar que Dios le hubiera rechazado; no quería
admitir que su trono estaba ya herido de muerte y próximo su fin. No sentía el
deseo de pedir perdón a Dios, pues no era capaz de ver su pecado, aunque su
conciencia no dejaba de atormentarle.
Así encontró David, por primera vez, al rey Saúl. Saúl y David, el uno
frente al otro. Sus vidas y sus personas, contrapuestas, seguirán unidas por
mucho tiempo. El uno ya rechazado por Dios y el otro ya ungido para
sustituirlo. Enfermo y solo Saúl, perdido en medio de su delirio; David, aún un
muchacho, pero elegido por Dios y colmado del espíritu que ha abandonado a
Saúl. Pero David no se ha presentado en la corte del rey Saúl para suplantarle,
sino para ayudarle con su música. A la cabecera de Saúl está su hijo, el príncipe
Jonatán, que suplica a David:
David rozó suavemente las cuerdas del arpa y una dulce melodía llenó la
tienda. Las palabras temblaban en sus labios, pero seguían fluyendo como agua
que mana y se abre paso entre las rocas. La música, que David arrancaba al
arpa, se difundía por la habitación como alas protectoras. Como cuando el
viento cruza las ramas de los árboles y agita suavemente sus hojas, que vuelan
y descienden en lentos giros, así iban volando las notas y las palabras hasta
serenar la mente turbada de Saúl. Sorprendido, Saúl alzó la cabeza y sus ojos
desprendieron un pequeño brillo de sosiego. Con voz apenas audible dijo:
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-Me conforta tu música. Pediré a tu padre que te deje aún conmigo.
Finalmente Saúl lograba conciliar el sueño. David seguía aún por un poco
tocando y luego callaba y de puntillas salía de la habitación, anunciando:
Una corriente de simpatía unió a los dos. De este modo David se quedó a
vivir con Saúl, que le amó de corazón. Cada vez que le oprimía la crisis de
tristeza, David tomaba el arpa y tocaba para el rey y le pasaba la crisis. La
música acallaba el rumor de los sentidos y alcanzaba la fibras del espíritu con
su poder salvador. De este modo, al son del arpa, el espíritu maligno pierde el
punto de apoyo y se ve obligado a salir, dejando calmado al enfermo.
Pero esto no agradó a Doeg, que empezó a intrigar en la corte contra David.
Doeg, con astucia, empezó a alabar excesivamente a David, con el propósito de
suscitar los celos del rey y hacer a David odioso a sus ojos. Y el veneno de los
celos se inoculó en el corazón de Saúl, aunque no renunció a la presencia de
David, pues necesitaba de su música para calmar su espíritu agitado. David con
su arpa es medicina para Saúl, pero su persona terminará siendo la verdadera
enfermedad de Saúl.
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7. COMBATE CON GOLIAT
El rey Saúl, para responder al ataque de los filisteos, había llamado a las
armas a sus mejores hombres. Pero el enemigo era mucho más fuerte y disponía
de municiones de las que carecía el ejército de Israel. Los filisteos se habían
fabricado espadas y puñales, escudos y carros armados, mientras que los
israelitas apenas si tenían armas de hierro. Sus únicas armas eran arcos,
flechas y bastones. En estas condiciones la posibilidad de victoria era
prácticamente nula para Israel. Y, a pesar de los graves riesgos de esta guerra,
David se consumía por los deseos de participar en ella. En sus horas
interminables y soñolientas tras las ovejas, no cesaba de preguntarse:
-¿Por qué sólo han sido llamados a las armas los hombres de más de veinte
años? ¿Es que un joven como yo no puede batirse con el enemigo? Si se me
permitiera enrolarme en el ejército del rey estoy seguro que lograría levantar el
honor de Israel.
Con estos pensamientos en el cuerpo, al regresar a casa, día tras día, pedía
a su padre que le permitiese ir al campamento a ver a sus tres hermanos
mayores. Pero el padre siempre le repetía lo mismo:
-Aún eres demasiado joven, hijo mío, y el rey tiene necesidad de hombres
maduros. Ya verás que hay suficientes soldados para, con la ayuda del Señor,
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vencer a esos filisteos. Anda, sigue apacentando el pequeño rebaño y piensa que
también se necesita valor para ser pastor.
Terminada la lucha, David, al son del arpa, logró reunir de nuevo en torno
a sí a las ovejas dispersas. Al regresar en la tarde a casa, en la misma puerta, lo
esperaba su padre Jesé. David hubiera preferido pasar inadvertido, pero no
pudo ocultarse a su padre que, al verle aparecer con sus ropas desgarradas y los
brazos llenos de arañazos, se quedó atónito, sin saber qué decir. Corrió a su
encuentro y lo abrazó un largo rato. Repuesto del susto, el padre preguntó qué
le había sucedido. David contó todo atropelladamente. El padre, cuya expresión
había ido cambiando a medida que escuchaba al hijo, le abrazó de nuevo, ahora
con admiración y amor. Complacido, el padre abrió sus labios:
-¿No te había dicho que también se requiere valor para ser pastor? ¿Eh? Y
tú querías abandonar el rebaño para ir al combate. Ya has visto que para
mostrar tu valor no tienes necesidad de ir a la guerra. Me siento orgulloso de ti.
David no creía lo que oían sus oídos. Le llegaba la ocasión deseada. Podría
ir al campo de batalla y, aunque sólo fuera una breve visita a sus hermanos,
podría ver a los soldados de Israel, a los altos oficiales y quizá, ¿quién sabe?,
hasta al mismo rey en persona... Padre e hijo se entretuvieron aún un buen rato
haciendo los preparativos del viaje. Después se fueron a dormir, aunque David
no logró conciliar el sueño en toda la noche. Esa noche soñó con los ojos abiertos,
viendo héroes y oyendo cantos de batalla, acompañados por la melodía de su
arpa.
Ante semejante espectáculo, David aceleró el paso, sin darse cuenta de que
iba sudando por todos los poros de su cuerpo. Al llegar a la entrada del
campamento, se le acercaron dos guardias que le exigieron la explicación de los
motivos de su presencia en el campamento. Escuchadas sus palabras, lo
acompañaron a la tienda de sus hermanos. Apenas vio a sus hermanos a la
entrada de la tienda, a David le brincó el corazón y a gritos les llamó:
-No, por favor, dejadme dar una vuelta por el campamento. Yo no he venido
aquí a descansar, ya tendré tiempo de descansar cuando vuelva a casa.
David quiso replicar, pero comprendió que era inútil y se mordió la lengua
para no responder. Quiso esquivar la vigilancia de sus hermanos y salir a dar
una vuelta por el campamento, pero tampoco esto le fue posible. Entonces, con
la pena y la desilusión en el alma, decidió regresar a casa con el padre, que sin
duda le estaría esperando.
David y Goliat estaban unidos por lazos de sangre. Goliat era descendiente
de la moabita Orpá, la cuñada de Rut, antepasada de David. Pero David y
Goliat eran tan diferentes como sus abuelas. En contraste con Rut, la piadosa y
prosélita judía, Orpá se había mantenido en la idolatría, llevando una vida
infame. De Goliat (padre) se decía que "era el hijo de cien padres y una madre".
Pero, aunque se le escarneciera justamente de este modo, Dios no deja sin
recompensa, incluso a los malvados, por sus buenas acciones. En premio a los
cuarenta pasos con que Orpá acompañó a su suegra Noemí, Goliat recibió
fuerza y destreza durante cuarenta días, amedrentando al ejército de Israel. Y
como recompensa por las cuatro lágrimas que Orpá había derramado al
despedir a su suegra, se le concedió la gracia de dar a luz cuatro hijos gigantes.
El más fuerte de los cuatro era Goliat. Pero no tuvo tiempo David de recordar
todas estas cosas, pues se oyó la voz atronadora de Goliat:
Goliat esperó unos instantes y, viendo que nadie salía de las filas de Israel,
volvió a lanzar palabras injuriosas, despreciando a Israel y blasfemando contra
su Dios...
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El eco de aquella risa sarcástica le llegó a David como una puñalada en el
corazón. Había comprendido el abatimiento del campamento de Israel. Goliat es
la encarnación de la arrogancia, de la fuerza, de la violencia frente a la
debilidad, que Dios elige para confundir a los engreídos. Pequeñez y grandeza
se hallan frente a frente. Pero la pequeñez tiene a sus espaldas la mano de Dios,
sosteniéndola. Alguien le explicó a David:
-Ya son cuarenta días que sufrimos la misma afrenta de ese filisteo
incircunciso.
La agitación de David era como el bramido del mar encrespado por las olas.
Su corazón no soportaba el ultraje que se hacía a Israel y al Santo, bendito sea
su nombre:
-¿Quién es ese filisteo incircunciso para ofender a las huestes del Dios vivo?
-Todos los días sube varias veces a provocar a Israel. A quien lo mate el rey
lo colmará de riquezas y le dará su hija como esposa.
David replicó:
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Enseguida alguien corrió a referir a Saúl las palabras de David y el rey le
mandó a llamar. Cuando David llegó a su presencia, confirmó al rey sus
palabras:
-El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de
la mano de ese filisteo.
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Cantaré y salmodiaré a Yahveh.
-Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en
nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a quien tú has
desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh en mis manos y sabrá toda la tierra
que hay Dios para Israel. Y toda esta asamblea sabrá que no por la espada y por
la lanza salva Yahveh, porque de Yahveh es el combate y os entrega en
nuestras manos.
David corrió hasta el filisteo y con desprecio puso su pie contra la boca que
se había atrevido a blasfemar contra el Dios del ejército de Israel. Goliat estaba
encasquetado en su armadura de pies a cabeza. David no sabía cómo arrancarle
la armadura para cortar la cabeza del gigante. Entonces Urías, el hitita, se le
ofreció para ayudarle, a condición de que se le diera como mujer una israelita.
David aceptó la condición y Urías le mostró cómo estaban unidas las piezas de
la armadura a partir de los talones de los pies. Así pudo despojar de la
armadura a Goliat. Luego David tomó la espada misma de Goliat, la sacó de su
vaina y con ella le cortó la cabeza.
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Los hijos de Israel prorrumpieron en gritos de júbilo por la grande e
inesperada victoria, mientras que los filisteos, desmoralizados por la muerte de
su héroe, se dieron a la fuga desordenadamente. Pero los hombres de Israel se
levantaron y, lanzando el grito de guerra, persiguieron a los filisteos hasta
sembrar el campo con sus cadáveres.
Así como Dios estuvo con David en su lucha con Goliat, también estuvo con
él en otras muchas ocasiones, ayudándolo en sus dificultades. Con frecuencia,
cuando perdía toda esperanza, el brazo de Dios intervenía y le salvaba de forma
inesperada. Y no sólo le ayudaba, Dios le iba comunicando sabiduría para
descubrir cómo El guía el mundo con justicia.
David se sintió cortado con las palabras de la rana, pero no se dio por
vencido y preguntó:
-¿Y cómo sabes tú que tu canto agrada a Dios tanto como el mío?
Replicó la rana:
Dicho esto, la rana extendió sus patas, arqueó el cuerpo y saltó al agua,
dejando a David con sus cavilaciones. Algo aprendió David de la rana. Desde
aquel día David no se vanaglorió más de sus cantos y, por ello, ganaron en
inspiración y belleza.
Pensó y pensó, pero no logró entender para qué podía haber creado Dios un
ser semejante. ¿No será que al Creador le han salido algunas criaturas
inútiles...?
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mostrándole en su propia vida cómo esos seres, que le habían perturbado,
tenían su razón de ser...
Pero, aún eran más las cosas que turbaban la paz de David. Ese mismo día,
después de recoger el rebaño, mientras regresaba a casa, David se encontró con
un loco que gesticulaba y gritaba, babeando y desgarrando sus vestidos. David
le miraba ese día como si nunca antes le hubiera visto. Así se dio cuenta cómo
los muchachos del pueblo rodeaban al loco y se burlaban de él. La vista del loco,
y el espectáculo de los muchachos riendo y abusando de él, hizo que David
reviviera en una forma mucho más aguda las dudas del día sobre la bondad de
la creación: ¿Qué ha buscado el Creador al mandar al mundo personas como
ésta? ¿Por qué y para qué existen los locos?
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9. RIVALIDAD DE SAUL CONTRA DAVID
Esta aclamación provocó los celos del rey Saúl, envidioso del triunfo de
David. Saúl no pudo soportarlo:
-Han dado a David diez mil y a mí sólo mil. Sólo falta que le den el reino.
En el corazón enfermo del rey el canto suena como una estocada. David, a
quien en realidad Dios ha dado ya el reino, se transforma en el fantasma
principal de su mente atormentada. El joven pastor, que con su arpa le liberaba
de los fantasmas de su locura y que con su honda le ha librado del peligro
filisteo, se ha transformado ahora en una amenaza más profunda que todos los
males precedentes. David es la encarnación, presente y real, del rechazo de
Dios. Los celos le trastornan la razón y la rivalidad se hace irracional en su
lucidez.
La envidia le fue corroyendo las entrañas al rey hasta transformarse en
odio y deseo de venganza. Y, de nuevo, Saúl cayó en su crisis depresiva,
encerrándose en su tienda a rumiar su fracaso. En su desamparo deliraba: Si ya
le cantan como diez veces más valiente, pronto querrán que David sea rey en mi
lugar. Apenas acabada la batalla contra Goliat, Saúl llama a Abner y le
pregunta:
El rey Saúl, para alejar a David, le promovió como capitán de diez mil
hombres y, con este ejército, venció muchas batallas contra los filisteos. David
tenía éxito en todo lo que emprendía, "pues Dios estaba con él, mientras que se
había retirado de Saúl". Todo Israel lo amaba y alababa. Y, mientras tanto,
envió a Abner, su general, a indagar si David, que él sabía que era de la tribu
de Judá, pertenecía al clan de Pérez o al de Zéraj. En el primer caso, se
confirmarían sus sospechas de que David estaba destinado a ser rey. En las
intrigas se metió de nuevo Doeg, el viejo enemigo de David. Pero Doeg fue
confundido por el Señor. Doeg se presentó ante Saúl y le informó:
Pero Abner no era del mismo parecer. Se entabló una fuerte discusión
entre Abner y Doeg respecto a la ley del Deuteronomio. Abner decía que la ley
excluía a los hombres moabitas de la comunidad de Israel, pero no a las
mujeres. Doeg, experto dialéctico, refutó todos los argumentos de Abner en
favor de la admisión de las mujeres moabitas. Como no se pusieran de acuerdo,
se apeló a la autoridad del profeta Samuel, que sentenció:
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-Los hombres moabitas y los hombres amonitas han sido excluidos para
siempre de la comunidad de Israel, pero no las mujeres moabitas o amonitas.
David, pues, huyó; y Jonatán se volvió a casa. El primer día reina un denso
silencio, el segundo día estalla la cólera y el tercero se consuma la fuga.
En medio del odio, los celos, envidia e intrigas de Saúl contra David, la
amistad de Jonatán y el amor de Mikal, hijos de Saúl, son como una sonrisa
consoladora para David. Jonatán y David se unen entre sí con un pacto de
sangre. Su unión queda sellada con el intercambio de traje y armas. La alianza
sellada ante el Señor vincula a ambos: si uno quebranta la lealtad, el otro podrá
matarlo sin recurrir a una instancia superior.
-No puede estar aquí, pues, si se hubiera escondido en esta gruta, hubiera
roto la telaraña al entrar...
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Al oír el comentario del rey, a David se le hizo presente el día en que había
despreciado a las arañas. Hallada la respuesta a su pregunta, salió gozoso de la
gruta y exclamó:
El rey Akíš oyó la voz de sus centinelas y corrió a impedir que los
hermanos de Goliat hicieran justicia por su mano:
-Si eso es lo que quieres, ¿ábrele las puertas de tu palacio? Goliat proclamó
que, si era vencido, los filisteos seríamos esclavos de Israel. ¡Hazte, pues,
esclavo de David!
Ante estas palabras el rey cedió y dejó a los hermanos de Goliat que
realizasen sus planes de venganza. David, que había oído toda la discusión, se
sintió perdido e invocó el auxilio del Señor. La situación de peligro arranca
siempre en David el lamento y la petición de ayuda. En la prueba no confía en
sus fuerzas; siempre siente la necesidad de ser salvado y la experiencia repetida
de la salvación crea en él la certeza de que el Señor no le fallará nunca. De aquí
que la súplica sea simultáneamente lamento, invocación, alabanza y abandono
confiado en el Señor:
-Mirad, este hombre está loco. ¿Qué hace aquí? ¿Es que me faltan locos
para que venga a mi casa uno más?
Los centinelas, viendo el horror del rey, harto de los gritos de su esposa y
de la hija, se asustaron de David y de la reacción del rey. Ninguno se atrevió a
acercarse a David, sino que le gritaron que se alejase de allí. La fingida locura
del israelita y la verdadera necedad del filisteo se alían para abrir una salida al
ungido del Señor. Así David pudo salir del aprieto y volver sobre sus pasos. Y,
63
una vez a salvo, recordó al loco de Belén y, arrepentido de sus juicios sobre el
Creador, cantó, con el alma purificada, el canto agradecido al Señor, que
mediante la locura le había salvado de la muerte:
Pero una cosa, por encima de todas, le dolió a David en su huida: el verse
obligado a abandonar la Tierra Santa. Abandonar la Tierra, para habitar en
otro país, era para David "como adorar a los ídolos". Esto le llevó a pronunciar
su única maldición contra Saúl y sus hombres: "Malditos sean, porque me han
hecho escapar de la presencia del Señor, sacándome de su heredad, diciéndome:
Vete a servir a otros dioses". Pero, apenas pronunció esta maldición, el temor de
Dios le invadió el corazón. Le duele el odio de Saúl, pero no puede dejar de
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amarlo como ungido del Señor. Entró dentro de sí y, con todo su ser, pidió dos
cosas al Señor:
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10. DAVID PERSEGUIDO
Con razón dice un sabio, bendita sea su memoria: Para todo el que, antes
de subir yo al poder, me decía "sube", no tenía más que un deseo: ¡perseguirlo
hasta la muerte! Pero, una vez que he alcanzado el poder, no tengo más que un
deseo para todo el que me dice que lo deje: ¡derramar sobre él una olla de agua
hirviendo! Pues es difícil ascender al poder, pero más difícil es descender de él.
Por eso encontramos respecto a Saúl que cuando se le dijo: "Sube a la realeza",
se escondió, según se dice: "Y dijo Yahveh: ahí está oculto entre los bagajes".
Pero cuando le dijeron: "desciende de ella", persiguió a David para matarlo.
Sin tiempo para tomar nada, comida, ropa o una espada, David tuvo que
huir a toda prisa de Saúl. En su huida, David llegó a Nob, donde estaba el
sacerdote Ajimélec, que, temblando, le salió al encuentro y le preguntó:
Le contestó el sacerdote:
Dijo David:
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Partió, pues, David y entró en el bosque de Jéret. Pero David sabía que
Doeg avisaría a Saúl de sus pasos. Por ello no podía residir en un lugar fijo,
mucho menos dentro de una ciudad. David comenzó su peregrinación por los
montes y desierto de Judá con sus abundantes cavernas como refugio. La
existencia de David entra en precariedad, marcada por encuentros y
enfrentamientos, huidas y agresiones, traiciones y amistades, delaciones y
ayudas. El desierto inhóspito se hace refugio acogedor.
David está refugiado en Engadí, el bello oasis sobre la colina occidental del
mar de la Arabá. En medio de un panorama completamente abrasado brota una
fresca cascada de agua, que da nombre al lugar: Engadí, la Fuente del Cabrito.
A los márgenes de sus aguas desciende hasta el valle como una serpiente verde
la vegetación. El sol ilumina las esbeltas palmeras, dando dulzor a sus dátiles.
Muy cerca de la fuente está la cueva donde se ha refugiado David. Los senderos
que llevan a Engadí son difíciles y abruptos. En realidad son trochas escarpadas
sobre la costa, pues los montes bajan a pico hasta el vértice del mar. Pero, al
llegar a ella, Engadí compensa el esfuerzo con sus espléndidas palmeras
cargadas de dátiles, con sus viñas y exuberantes campos verdes. Es el oasis de
aromas embriagadores. Las rocas rosadas, que la circundan, junto con el mar,
compiten con las flores y los pájaros de inesperadas especies. Arboles de
pistacho se mezclan con los rosales. Por los tajos abiertos en los troncos destilan
su resina el nardo, el cinamono, el áloe y una múltiple variedad de incienso...
Allí David se consoló de la pérdida de Mikal con la delicia exquisita de Ajinoam,
en la tregua que le concedió Saúl, al verse obligado a combatir a los filisteos.
Con David en sus alrededores, los pastores se sentían seguros. Pero David
no estaba nunca seguro, porque Saúl y sus huestes lo perseguían sin tregua de
un lugar a otro. Así, un día Saúl llegó hasta la cueva de Engadí, donde David se
escondía. Los soldados del rey tomaron un pedrusco y lo colocaron ante la
puerta de la gruta, comieron y se echaron a dormir, sin sospechar siquiera que
allí mismo, en la cavidad del monte, se hallaba David con sus hombres. Los
hombres de David le decían:
-¿Por qué escuchas a quienes me difaman ante ti? Hoy mismo han visto tus
ojos que Yahveh te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he puesto mis
manos sobre ti, porque eres el ungido de Yahveh. Mira, padre mío, mira el borde
de tu manto y reconoce que no hay maldad en mí. ¿Contra quién sale el rey de
Israel, a quién estás persiguiendo? ¿A un perro muerto, a una pulga? Que
Yahveh juzgue y sentencie entre los dos, que El vea y defienda mi causa.
-¿Es ésta tu voz, hijo mío, David? Más justo eres tú que yo. Tú me haces el
bien y yo te devuelvo males. Hoy has mostrado tu bondad, pues Yahveh me ha
puesto en tus manos y no me has matado. ¿Qué hombre encuentra a su enemigo
y le permite seguir su camino en paz? Que Yahveh te recompense por el bien
que hoy me has hecho.
Y añadió David:
La lanza, la misma que David había esquivado por dos veces, ahora -y ese
es el deseo de Abisay- podría poner fin a la vida de su dueño de un solo golpe.
La lanza del rey, símbolo de su poder y de su autoridad, ha pasado a manos de
David, que podría usarla contra su dueño, como hizo con Goliat, caído bajo el
peso de su armadura y decapitado con su propia espada. Pero David, el hombre
según el corazón de Dios, rechaza la violencia y, una vez más, no se toma la
justicia con sus manos. Con la lanza del rey y su cantimplora, se alejó del
campamento. Y, al amanecer, desde la colina opuesta, David gritó a través del
valle:
-Abner, ¿qué jefe eres? ¿Cómo es que no has guardado vigilante la vida del
rey? Mereces la muerte por no haber cuidado a tu señor.
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-Mira, aquí tengo la lanza y la cantimplora del rey. Manda a uno de los
soldados que venga por ella.
-Sí, soy yo, oh rey. ¿Por qué me persigues? ¿Qué mal te he hecho? ¿Por qué
andas a la caza de mi vida como se va por los montes a la caza de las aves
rapaces?
Pero David se dijo: Hoy el rey me ama, pero mañana le volverá el mal
depresivo y me odiará de nuevo. Si permanezco, un día u otro me capturará.
Mejor es que me aleje del rey y huya al país de los filisteos. Es lo que propone a
su brigada de valientes y fieles soldados, que aceptan, aunque algunos
murmuren contra él, por su actitud con el rey Saúl.
71
Yahveh, Dios mío, tú has dado a mi corazón
más alegría que cuando abundan trigo y vino.
En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú, sólo tú, eres mi seguridad.
72
11. ABIGAIL
-Paz para ti, para tu casa y para todo lo tuyo. He sabido que estás de
esquileo. Pregunta a tus pastores y te dirán cómo nosotros nunca les hemos
molestado ni les ha faltado nada desde que hemos estado con ellos en Carmelo.
Que estos muchachos encuentren gracia a tus ojos, ya que hemos venido en un
día de fiesta. Dales lo que tengas a mano para tus siervos y tu hijo David.
-¿Quién es David? Abundan hoy los siervos que andan huidos de sus
señores. ¿Acaso voy a tomar mi pan, mi vino y mis reses, que he sacrificado
para mis esquiladores, para dárselas a unos hombres que no sé de dónde son?
Con esta respuesta, los muchachos se dieron media vuelta y volvieron por
su camino a comunicársela a David. Y uno de los servidores de Nabal corrió,
igualmente, a avisar a Abigaíl:
Detrás del suntuoso presente iba ella montada en otro asno. En la espesura
del monte se topó con David y sus hombres, que bajaban en dirección contraria.
David se iba desahogando con sus soldados:
-En vano hemos guardado en el desierto lo de este hombre, que ahora nos
devuelve mal por bien. Para el alba no quedará con vida ni un solo varón de los
de Nabal.
Pero ante él estaba ya Abigaíl que, apenas vio a David, bajó del asno, se
postró en tierra ante él y le dijo:
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En las palabras de Abigaíl, David ha recordado toda su vida como una
historia conducida por la mano de Dios. Y, si Dios la ha guiado hasta ahora, El
la llevará a su plenitud. David puede dejar en manos de Dios su justicia.
75
12. MUERTE DE SAUL Y SUBIDA DE DAVID AL TRONO
Pero, como era de temer, un día los filisteos decidieron organizar un gran
ejército para atacar una vez más a los israelitas. Este fue el peor momento de la
vida de David. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo luchar contra su pueblo? ¿Cómo
oponerse a los filisteos si vive asilado en su territorio? David se debate en su
angustia y de su alma surge el quejido:
-No, que no nos acompañe David. ¿No es acaso él quien venció y mató a
nuestro campeón Goliat? ¿Cómo sabemos que, en medio de la batalla, no se
volverá contra nosotros? ¿No es aquel David a quien, en medio de danzas,
celebraban las mujeres, cantando: Saúl ha matado sus mil/pero David sus diez
mil?
Así David permaneció fuera del combate, aunque esperando angustiado las
noticias de la batalla. Pero dejemos, por un momento a David, para dirigir la
atención sobre Saúl. La historia de Saúl está llegando a su trágico final. Y, al
empezar el último acto de su vida, como presentimiento de su hundimiento,
tenemos la escena misteriosa y sombría de la evocación de Samuel, que lleva
años muerto.
Sí, hay un camino, un único camino abierto, aunque él sabe que está
prohibido. Pero Saúl, en su desesperación, se aventura a recurrir a ese camino.
Desesperado, Saúl, que ha desterrado del país a nigromantes y adivinos, dijo a
sus servidores:
-Evócame a Samuel.
Respondió Saúl:
-Estoy en grande angustia. Los filisteos mueven guerra contra mí, Dios se
ha apartado de mí y ya no me responde ni por los profetas ni en sueños. Te he
evocado para que me indiques qué debo hacer.
Samuel le dijo:
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Saúl, sobrecogido, cayó en tierra cuan largo era. Quedó aterrado con las
palabras de Samuel.
Le respondió:
-Los israelitas han huido del campo de batalla y han caído todos. Saúl y
Jonatán han sido matados sobre el monte Gelboé.
David no escuchó más. Se echó a llorar con fuertes lamentos por la muerte
de Saúl y de Jonatán:
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Había llegado la hora de regresar a su tierra. David reunió a su gente,
soldados y familia, y con ellos emprendió la subida hacia la ciudad de Hebrón en
Judá, una de las ciudades queridas, que guardaba la memoria de Abraham.
David había sido ya consagrado rey por Samuel, pero había sido en
privado. Ahora su investidura se realizará solemnemente. Los hombres de Judá
ungieron a David como rey de su tribu. Pero las otras tribus estaban divididas.
Unos querían que David fuera el rey y otros preferían que subiera al trono uno
de los hijos de Saúl. Hubo confusión y discordia, pero al final todas las tribus de
Israel reconocieron a David como rey. Le decían y se decían unos a otros:
-Mira, ya mientras Saúl era nuestro rey, tú nos has guiado contra nuestros
enemigos y salíamos victoriosos. Hemos sabido además que Samuel, el profeta y
vidente, te ha ungido como rey hace ya tanto tiempo, cuando aún eras un pastor
en Belén. ¡Dios te ha ungido como rey!
-Hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya antes, cuando Saúl era
nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel.
David se dejó aclamar en silencio. Hizo un pacto con ellos ante el Señor; y
los ancianos volvieron a derramar el óleo de la unción sobre la cabeza de David,
lo mismo que había hecho Samuel. David, el pastor, ¡era el rey de Israel!
Treinta años tenía David cuando empezó a reinar y reinó cuarenta años,
siete años y seis meses en Hebrón sobre Judá y treinta y tres años en Jerusalén
sobre todo Israel y Judá.
Y narró a David la historia del hijo de Jonatán: Éste cumplía cinco años el
día en que murió su padre y se entretenía con su nodriza cuando llegó uno con
la noticia de que Saúl y Jonatán habían muerto en la guerra. La nodriza lo cogió
en brazos y salió corriendo asustada. Y, mientras corría, el niño se le escapó de
80
entre las manos y se rompió las dos piernas. Ahora vivía en el campo con uno de
los siervos de su abuelo Saúl.
-No temas, seré bueno contigo por amor a Jonatán, tu padre. Serás como
uno de mis hijos y comerás a mi mesa.
-Yo doy al muchacho toda la tierra que pertenecía a su abuelo Saúl y tus
hijos se la cultivarán.
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13. JOAB
La vida de David, rey de Israel, está ofuscada por la sombra de una figura
misteriosa y turbia. Desde lo escondido su influencia pesa sobre David. Se trata
de su sobrino, el general Joab, hijo de su hermana Sarvia. Hábil guerrero, pero
implacable y ambicioso.
-Tu sangre sobre tu cabeza, pues tu misma boca te acusó cuando dijiste:
"Yo maté al ungido de Yahveh".
Lo mismo hará con los dos jefes de banda, Baaná y Rekab, que mataron
mientras dormía a Isbaal, el hijo cojo de Saúl, y tuvieron el atrevimiento de
cortarle la cabeza y llevársela a David:
-Benditos seáis del Señor por haber hecho esta misericordia con Saúl,
vuestro señor, dándole sepultura. Que el Señor sea con vosotros misericordioso
y fiel. También yo os trataré bien por haber hecho esto. Y ahora, tened fortaleza
y sed valerosos, pues murió Saúl, vuestro señor, pero la casa de Judá me ha
ungido a mí por rey suyo.
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Sin embargo, no son estos los sentimientos del general de su ejército. Joab
mancha de sangre los primeros tiempos del reinado de David. Y la sombra de
Joab acompañará y amargará a David hasta la hora de su muerte.
Abner está al corriente de la palabra del Señor a David: "Le pasaré el reino
de Saúl y afianzaré el trono de David sobre Israel y Judá, desde Dan hasta
Berseba". Muerto Saúl, tras un corto período en que apoya a Isbaal, el único hijo
vivo de Saúl, Abner decide unirse a David. Para ello, despachó unos emisarios a
Hebrón, para hacer a David esta propuesta:
-Está bien. Yo haré un pacto contigo, pero te pido una cosa: cuando vengas
a verme sólo te recibiré si me traes a Mikal, hija de Saúl, mi mujer.
Pero Joab, con sus soldados, regresó de una correría poco después y alguien
le dio enseguida la noticia:
Joab, que teme que un general como Abner pueda hacerle sombra en la
estima del rey, se sintió ofendido. Se presentó a David y le dijo:
-¿Qué has hecho? ¿Por qué lo has dejado irse en paz? ¿No sabes que Abner
ha venido a engañarte, espiando tus movimientos, y a enterarse de lo que
piensas?
Joab salió de palacio y, sin decir nada a David, mandó emisarios a llamar a
Abner. Cuando Abner volvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte, como para hablar a
solas con él, y allí lo mató. David se enteró y dijo:
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-Ante el Señor y para siempre, yo y mi reino somos inocentes de la sangre
de Abner. ¡Respondan de ella Joab y su casa! ¡No falten nunca en su familia
enfermos, muertos a espada y muertos de hambre!
-¿No sabéis que hoy ha caído un gran caudillo de Israel? Yo he sido blando,
aunque ungido como rey, mientras que los hijos de mi hermana Sarvia han sido
más duros que yo. Que el Señor les de su merecido.
Pero los sabios, bendita su memoria, han cantado también las glorias de
Joab, el gran guerrero de Israel, brazo derecho de David en todas sus batallas.
Sin Joab, dicen, David no hubiera tenido tiempo para dedicarse al estudio de la
Torá y a componer salmos. Joab era frío y duro soldado, pero siempre sirvió al
pueblo de Israel.
Se cuenta de él que, cuando escuchó las palabras del rey de David: "Como
un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por aquellos
que le temen", se extrañó de que David comparara el amor de Dios con el de un
padre y no con el de una madre, que normalmente es considerado más fuerte y
sacrificado. Entonces quiso verificar si las palabras de David correspondían a la
realidad. En uno de sus viajes entró en casa de un pobre que tenía doce hijos. El
padre apenas podía sustentarlos con el trabajo de sus manos. Joab le propuso
que le vendiera uno de sus doce hijos, diciéndole:
-Así tendrás una boca menos que alimentar y, además, con el alto precio
que te ofrezco por él, tendrás para sustentar mejor a los otros.
-Sí, David tenía razón al comparar el amor de Dios con el amor de un padre
por su hijo. Este pobrecillo, que tiene doce bocas que alimentar, está dispuesto a
luchar conmigo hasta la muerte por uno de sus hijos, cosa que no ha hecho la
madre.
-Yo me voy por el camino de todos. Ten valor y sé hombre. Guarda las
enseñanzas del Señor, caminando por sus sendas... Ya sabes, hijo mío, lo que
me hizo Joab, hijo de Sarvia, lo que hizo a los jefes de los ejércitos de Israel: a
Abner, hijo de Ner, y a Amasá, hijo de Yéter, a quienes mató en plena paz
vengando sangre vertida en la guerra. Esa sangre inocente manchó el cinturón
de mi cintura y la sandalia de mis pies. Obra según tu prudencia, pero no dejes
que sus canas bajen en paz a la tumba.
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14. LA DANZA ANTE EL ARCA
Fue entonces cuando los filisteos se reunieron para combatir a Israel y los
israelitas salieron a su encuentro para el combate, acampando cerca de Mispá,
mientras que los filisteos habían acampado en Afeca, al norte de su territorio.
Allí se libró una gran batalla e Israel fue batido por los filisteos, muriendo a
campo abierto cerca de cuatro mil israelitas.
Yahveh les había derrotado. Habían ido a la guerra sin contar con El,
apoyados en su propia fuerza. Esto era verdad. Pero no entendieron al Señor.
Siguieron sin convertirse al Señor, aunque los ancianos de Israel decidieron
llevar el Arca del Señor al campo de batalla. El Arca es capturada por los
filisteos y llevada hasta Asdot, al templo de Dagón, colocándola junto a Dagón.
Pero "la mano del Señor" triunfa de las manos cortadas de Dagón, derribándolo
por tierra. Comienza entonces la larga peregrinación del Arca cautiva. El Señor
hiere a los filisteos con plagas, pero ellos se endurecen y, en vez de devolverla,
la van paseando por su territorio. Como la plaga también recorre el territorio,
los filisteos atemorizados deciden soltar el Arca:
-No debe quedarse entre nosotros el Arca del Dios de Israel, porque su
mano es dura con nosotros y con nuestro dios Dagón.
Todo el pueblo era presa de un pánico mortal. Los siete meses que estuvo el
Arca en poder de los filisteos fue un sucederse de desgracias. Convocaron a los
príncipes y les dijeron:
Respondieron:
-Elegid dos vacas, que estén criando, y uncidlas al carro que lleve el Arca,
dejando encerrados en el establo sus terneros. Las vacas querrán volver al
establo donde están sus crías. Si el Dios de Israel desea recuperar el Arca, le
toca a El arrastrar a las vacas hacia sí. Si no lo hace es que no tiene fuerza y no
tenemos por qué temerlo.
David, aclamado y ungido rey por todas las tribus de Israel, decide el lugar
de la nueva capital. Para no suscitar celos entre las tribus elige como capital
una ciudad independiente y céntrica. Hebrón no puede ser: está en territorio de
su tribu, de Judá.
87
No es lo que piensa David, que con sus hombres se puso en marcha hacia
Jerusalén. Los jebuseos, asomados sobre los muros, se burlan de David:
Así David conquistó el alcázar de Sión. Se instaló allí y desde entonces se
llama Ciudad de David. Enseguida, David fortificó la ciudad con una muralla en
torno y se construyó un espléndido palacio real. Así comprendió David que el
Señor lo establecía como rey de Israel y que engrandecía su reino por amor a su
pueblo, Israel. Había llegado la hora de trasladar el Arca del Señor a Jerusalén.
La ciudad de David será la Ciudad Santa de Yahveh. David juró e hizo voto
ante el Señor:
Y el pueblo exclamaba:
Así, de etapa en etapa, entre cantos y danzas, iba avanzando el Arca hasta
la Ciudad Santa. Al divisar la colina de Sión, los portadores del Arca se
detenían cada seis pasos y se sacrificaba un novillo y un ternero. David iba
danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido con un efod de lino, y todos
acompañaban al Arca con vítores al sonido de trompetas.
89
Instalaron el Arca del Señor en el centro de la tienda que David había
preparado para ella. Y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión al
Señor. Luego repartió a todos, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel
de dátiles y un pan de uvas pasas a cada uno. Cuando todos se marcharon, cada
cual a su casa, también David se fue a casa.
Pero, cuando el Arca del Señor entraba en la Santa Ciudad, Mikal estaba
asomada a la ventana y, al ver al rey dando saltos y cabriolas delante del Señor,
lo despreció en su corazón. Cuando David llegó a casa, gozoso de la fiesta, Mikal
le salió al encuentro y le dijo:
David le respondió:
90
15. LUCHA CONTRA LA IDOLATRIA
Tres años después de la muerte de Saúl hubo una gran carestía en todo el
país. Los campos, amarillos y resecos por la sequía, herían la vista. Fue una
sequía tan desoladora que se cuenta entre las diez más severas que ha habido
desde Adán hasta el Mesías. David, en su corazón, buscaba la razón de esa
triste situación.
-¿No fue Saúl un rey ungido con el óleo santo? ¿Acaso no abolió la idolatría?
¿Y no sabes que es compañero de Samuel en el paraíso? Y mientras tú habitas
en tierra de Israel, ¡él está aún sepultado fuera de Israel, entre los idólatras!
Aún no fue suficiente para acabar con el hambre. Se había hecho justicia
con Saúl, pero aún quedaba por reparar la culpa de Saúl contra los Guibeitas.
David se quejó ante Dios:
Dios le replicó:
-Si tú no atraes a los que están lejos, se te marcharán los que están cerca.
David tuvo que dar satisfacción a los Guibeitas por los crímenes de Saúl
contra ellos. Entonces los paganos reconocieron:
-No hay dios como el Dios de Israel, no hay nación como la nación de Israel.
La culpa infligida contra los despreciados prosélitos ha sido expiada por hijos de
reyes.
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A través de estos hechos, David descubrió que la sequía había sido una
señal del cielo. El Señor quería barrer la idolatría, quizás aún no extinguida del
todo. Le vino a la memoria la palabra del Señor: "Si dais culto a otros dioses y
os inclináis ante ellos se encenderá mi ira contra vosotros, cerraré el cielo y
cesará la lluvia de modo que la tierra no os dará sus frutos".
El rey David ordenó que se indagase por todo el país a ver si quedaban
idólatras entre sus súbditos. Sus mensajeros recorrieron todo el reino, ciudades
y aldeas, investigando a toda la población. Pero no encontraron ni una persona
que rindiera culto a los ídolos. Cuando regresaron y refirieron a David que en
todo su reino no quedaba ni huella de idolatría, David exultó de alegría, pero, al
mismo tiempo, quedó confundido: ¿cuál era, entonces, la causa de la sequía?
Tan confundidos quedaron los dos ante esta observación que se marcharon
mortificados y decididos a no volver a dar culto a los ídolos.
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El pobre hombre se sintió avergonzado y se alejó del santuario, convencido
de que era inútil esperar auxilio de un ídolo hecho por manos de hombre.
Pocos días después, se presentó una mujer con su hijo en brazos, paralítico
de nacimiento. Se inclinó ante la imagen y le suplicó que diera fuerzas a las
piernas de su hijo para que pudiera caminar como todos los otros niños.
Jonatán, al oír las palabras de la madre, compadecido de ella, pero con su aire
burlón se le acercó y le dijo:
-No es así como debes orar. Pide a este ídolo que se mueva de su sitio y
muestre así a tu hijo cómo se mueven las piernas. ¡Díle que le dé ejemplo a tu
hijo!
También esta mujer se marchó desilusionada. Por todos estos casos, que
enseguida corrían de boca en boca, se difundió la voz de que el sacerdote
despreciaba al ídolo y se burlaba de cuantos iban a darle culto o a implorar su
ayuda. Esto no se puede tolerar, se dijeron los habitantes del lugar. Se
presentaron ante él y, sin consideración a su sacerdocio, le preguntaron:
-¿Cómo es posible que tú alejes a la gente del ídolo del que eres sacerdote?
94
16. LAS GUERRAS DE DAVID
Cuando los filisteos oyeron que David había sido ungido rey de Israel,
subieron todos en busca de David, desplegándose por el profundo Valle de
Refaím. David, al enterarse, bajó al refugio de Adul-lam. Allí imploró a Dios, al
son del arpa:
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Joab ideó un plan para entrar en la ciudad sin destruir los monumentos.
Colocó altos cipreses junto a la muralla, les dobló hasta el punto que sus
soldados pudieron agarrarse a ellos. Cuando dejaron libres a los cipreses, éstos
se enderezaron y Joab y sus soldados fueron catapultados por encima de los
monumentos, cayendo sobre las murallas. Sorprendidos los jebuseos ante la
inesperada estratagema se rindieron y entregaron la ciudad. David, sin
embargo, para evitar reclamos futuros, no quiso tomar posesión de Jerusalén
por la fuerza ni fraudulentamente. Por ello, ofreció a los jebuseos seiscientos
shekels de plata, cincuenta shekels por cada tribu de Israel. Los jebuseos
aceptaron el dinero y entregaron a David un recibo de venta de la ciudad.
Una vez que tomó posesión de Jerusalén, David se dirigió hacia el valle de
los Gigantes, para entablar la guerra contra sus eternos rivales, los filisteos.
David comprendió que, en boca de los filisteos, esto no era mas que un vil
pretexto, ya que ellos habían violado miles de veces el pacto haciendo la guerra
a Israel. Sin embargo no quería que se dijera que él se comportaba como los
paganos. Por ello aceptó que, en virtud de dicha alianza, no le era lícito atacar a
los filisteos mientras éstos tuvieran en sus manos las bridas que les consignó
Isaac.
-No ataques a los filisteos hasta que no oigas el son de ataque en las cimas
de las moreras.
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Los filisteos, viendo indecisos a los israelitas, avanzaron a toda prisa
contra ellos. Ya estaban casi encima y David no daba la orden de atacar. Joab y
sus hombres, impacientes, ya se iban a arrojar contra los filisteos, pero David
les retuvo, gritando:
-Dios me ha prohibido atacar a los filisteos antes de que las cimas de los
árboles se empiecen a mover. Si transgredimos la orden de Dios, ciertamente
moriremos. Si esperamos, es probable que muramos a manos de los filisteos,
pero, al menos, habremos muerto como hombres piadosos que observan el
mandato de Dios. ¡Confiemos en El!
Al poco tiempo de esta victoria, David envió sus tropas, bajo el mando de
Joab, a combatir a Aram Naharaim. Estos, alarmados, igualmente recurrieron
al mismo estratagema de los filisteos. Mandaron mensajeros al general que le
dijeron:
Esta observación, que era justa en sustancia, dejó perplejo a Joab que,
después de reflexionar, decidió dejar en paz a esos pueblos y dirigirse a
combatir a Edom.
Estos dos pueblos, habiendo oído que Joab era fiel observante de las
órdenes bíblicas y que gracias a ello se habían salvado sus vecinos los edomitas,
enviaron también ellos una delegación de personalidades con el encargo de
recordarle el texto bíblico: "No hagas daño a Moab y teme al Señor, tu Dios..."
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Joab se dio cuenta de que a ese paso no lograría ejecutar la orden recibida
de David. Por ello pensó en mandarle una misiva explicándole lo ocurrido con
los diversos pueblos a quienes había pensado combatir.
-Tienes todo el derecho de combatir contra esos pueblos y, sin duda, Dios
estará contigo.
Sin esperar más, el rey comunicó a Joab la decisión del Sanedrín y éste, sin
pérdida de tiempo, emprendió la guerra contra Edom, derrotándolo.
Inmediatamente después se dirigió contra Aram y, apenas vencido, prosiguió
hasta los confines de Moab. Y, después de conquistado todo su territorio, volvió
hacia Edom y redujo a todos los sobrevivientes a esclavitud...
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni camina por la senda de los pecadores,
ni se sienta en el banco de los burlones;
sino que su gozo es la Torá del Señor,
meditándola día y noche.
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Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas.
Cuanto emprende le sale bien.
No así los impíos, no así;
serán como paja que se lleva el viento.
El Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
David entre las dos cosas prefirió su prisión. Y ésta no tardó en llegarle.
Un día salió de caza con Abisaí. Al poco tiempo se tropezaron con un ciervo. Los
dos se alegraron y corrieron en su persecución. Pero el ciervo, con su velocidad,
parecía burlarse de ellos. Se dejaba casi alcanzar y se alejaba de ellos según su
capricho.
A todo correr Abišaí daba vueltas por un lado y por otro, sin saber hacia
dónde dirigirse. Pero, al rato, se topó con una paloma que se agitaba prisionera
entre las púas de un espino y se arrancaba las plumas. Esta nueva señal le
anunciaba la gravedad del peligro que estaba corriendo David, aumentando su
preocupación. Elevó la vista al cielo y su mirada descubrió la torre donde se
encontraba prisionero David. Penetró a todo correr y se chocó con Orpá, madre
de Iskí, sentada con el huso en sus manos. La preguntó si había visto a David,
pero no halló respuesta alguna. Abišaí intuyó que el silencio era señal de que sí
estaba allí David.
Orpá, para llamar la atención de su hijo, dejó caer la rueca, por lo que
Abišaí, sin más contemplaciones, de un golpe seco la rompió el cráneo. Salió
rápidamente al patio de detrás de la torre y allí vio a David suspendido en el
aire, mientras Iskí intentaba golpearlo con la lanza.
Iskí, al verle en tierra a su alcance, se lanzó con la lanza contra él, pero
David, pudo esquivarlo retrocediendo. Iskí, al ver retroceder a David, creyó que
retrocedía para coger impulso y atacarlo, recordó el combate en que murió su
hermano y se sintió paralizado por el terror.
100
David aprovechó ese momento propicio y, haciendo un gesto a Abišaí,
ambos se dieron a la fuga. Viéndoles huir, Iskí recobró el ánimo y salió tras
ellos. Pero David ya tenía en mente su plan para abatir al filisteo incircunciso,
como había hecho con su hermano Goliat. Dejaron que Iskí les siguiera hasta
que, ya en el campo, los dos se detuvieron de repente. Abišaí, para provocarlo, le
gritaba:
101
17. DAVID COMO JUEZ
Y, como por entonces su vecino se hacía cada día más rico, se dirigió a él
para pedirle un préstamo. Aunque no de buena gana, el vecino le había
concedido la ayuda solicitada. Pero, desde aquel momento, olvidando los favores
recibidos, le presionaba sin descanso para que le restituyera el dinero prestado,
aunque bien sabía que estaba en la más absoluta miseria. Terminada la
exposición de los hechos, concluyó el pobre deudor:
-Estando las cosas así, y habiéndome dado cuenta de que me hallaba ante
un malvado, me pareció que estaba en mi derecho pretender la restitución de
cuanto anteriormente le había ido dando y de este modo mostrarle que no le
debía nada.
102
Sin inmutarse en absoluto, el rey tomó de su bolsa la suma de la deuda y se
la dio al acreedor, cancelando la deuda. De este modo, David no sólo emitió una
sentencia justa, sino que también dio prueba de su misericordia.
David era más severo consigo mismo que con los demás. Se cuenta que en
una ocasión, durante una de sus guerras con los filisteos, tuvo la inspiración de
hacer una libación en honor del Señor, pero, al ir a hacerla, se dio cuenta de que
no había agua en el campamento.
103
18. LA PROFECIA DE NATAN
David tiene su casa en Jerusalén, la capital del reino. Pero aún le falta el
templo. David quiere construirlo y lo consulta con el profeta Natán:
-Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el arca de Dios vive
en una tienda.
-Pero, Señor, ¿no te agrada que David edifique una casa para ti?
El Señor le respondió:
No entendía muy bien lo que el Señor le decía, por eso no se decidía a salir
de la presencia del Señor, que tuvo que insistirle:
-¿Quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? Y,
como si fuera poco, haces a la casa de tu siervo esta profecía para el futuro.
¡Realmente has sido magnánimo con tu siervo! ¡Verdaderamente no hay Dios
fuera de ti! Ahora, pues, Señor Dios, mantén por siempre la promesa que has
hecho a tu siervo y a su familia. Cumple tu palabra y que tu nombre sea
siempre memorable. Ya que tú me has prometido "edificarme un casa", dígnate
bendecir la casa de tu siervo, para que camine siempre en tu presencia. Ya que
tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo, pues lo que
tú bendices queda bendito para siempre.
105
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna.
Que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
El librará al pobre que clama
y al afligido que no tiene protector.
El rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.
Que su nombre sea eterno,
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen bendito todas las razas de la tierra.
-Bendito seas, Señor, Dios de nuestro padre Israel, desde siempre y para
siempre. A ti, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la majestad y la gloria,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Tuyo el reino y el que está por
encima de todos. Riqueza y gloria vienen de ti. En tus manos están la fuerza y
el poder. Nosotros, Dios nuestro, te damos gracias y alabamos tu nombre
glorioso. Ni yo ni mi pueblo somos nada para ofrecerte todo esto, porque todo es
tuyo, y te ofrecemos lo que tu mano nos ha dado. Nuestra vida terrena no es
más que una sombra sin esperanza. Todo lo que hemos preparado para
construir un templo a tu santo nombre viene de tus manos y a ti pertenece. Sé,
Dios mío, que sondeas el corazón y amas la sinceridad. Con sincero corazón te
ofrezco todo esto, y veo con alegría a tu pueblo aquí reunido ofreciéndote sus
dones. Señor, Dios de nuestros padres Abraham, Isaac e Israel, conserva
siempre en tu pueblo esta forma de pensar y de sentir, mantén sus corazones
106
fieles a ti. Concede a mi hijo Salomón un corazón íntegro para poner en práctica
todos tus preceptos y para edificarte este templo que he proyectado.
Una vez que haya preparado todo para la construcción del templo, David
ya podrá morir en paz. Pero esta paz está aún lejos de David. Antes tendrá que
purificarse con el sufrimiento para poder "dormir en paz con sus padres".
Satán se alzó contra Israel e incitó a David a hacer el censo de Israel, desde
Berseba hasta Dan. David desea saber cuanta gente tiene. Pero a Dios no le
agradó esta arrogancia de David y le diezmó la gente mandando la peste a
Israel.
-Soy yo quien ha pecado. Soy yo el culpable. ¿Qué han hecho estas ovejas?
Dios mío, descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia, pero no hieras a tu
pueblo.
-Dame la era para construir un altar al Señor, para que cese la peste en el
pueblo. Te pagaré su precio exacto.
Ornán le respondió:
-No, no. La compraré por su justo precio. No voy a coger lo tuyo para
ofrecer al Señor víctimas que no me cuestan.
-Hijo mío, yo tenía pensado edificar un templo en honor del Señor, mi Dios.
Pero él me dijo: "Has derramado mucha sangre y has combatido en muchas
batallas. No edificarás tú un templo en mi honor. Pero tendrás un hijo que será
un hombre pacífico y le haré vivir en paz con todos los enemigos de alrededor.
El edificará un templo en mi honor". Hijo mío, que el Señor esté contigo y te
ayude a construir un templo al Señor, tu Dios, según sus designios sobre ti.
¡Animo, no te asustes ni acobardes! Yo he ido reuniendo para su construcción
treinta y cuatro mil toneladas de oro, trescientas cuarenta mil toneladas de
plata, bronce y hierro en cantidad incalculable; además madera y piedra. Tú
añadirás aún más. Dispones también de gran cantidad de artesanos: canteros,
albañiles, carpinteros y obreros de todas las especialidades. Hay oro, plata,
bronce y hierro de sobra. Manos a la obra y que el Señor te acompañe.
108
19. PECADO DEL 'HOMBRE SEGUN EL CORAZON DE
DIOS'
Pero además, ¿es cierto que David sólo ha derramado sangre en la batalla?
No, no es cierto. David comienza un descenso hasta los infiernos a partir de
aquel día en que, a la hora de la siesta, medio adormilado, han caído sus ojos
sobre aquella bella e inolvidable mujer, que estaba bañándose desnuda. Desde
aquel momento David pasa de delito en delito, de vergüenza en vergüenza,
tratando de revestirse de mentiras e hipocresías, que le van encadenando y
arrastrando hacia lo que nunca imaginó.
-¿Acaso crees que David les manda a consolarte para honrar a tu padre
ante tus ojos? ¿No será que les envía a explorar la ciudad para después
destruirla?
Janún prendió a los servidores de David, les rasuró media barba, les cortó
la ropa por la mitad, a la altura de las nalgas, y los despidió. Ellos se volvieron
avergonzados. Al enterarse David, envió un mensajero a decirles:
-Estoy encinta.
David, por salvar su honor, por "razones de estado", intenta por todos los
modos encubrir su delito. A toda prisa mandó un emisario a Joab:
Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías a la presencia del rey, David fingió
interesarse por Joab, por la suerte del ejército y por la guerra. Luego, para
poder atribuirle el hijo que Betsabé, su esposa, ya lleva en su seno, le instó:
-El Arca, Israel y Judá viven en tiendas; Joab, mi señor, y los siervos de mi
señor acampan al raso, ¿y voy yo a ir a mi casa a comer, beber y acostarme con
mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal!
-Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la batalla y, cuando
ataquen los enemigos, retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera.
Muerto Urías, David puede tomar como esposa a Betsabé y así queda
resuelto el problema del hijo. La mujer de Urías, al oír que ha muerto su esposo,
hizo duelo por él. Y cuando pasó el tiempo del luto, David mandó a por ella y la
recibió en su casa, haciéndola su mujer. Ella le dio a luz un hijo.
Sin duda alguna, el chisme se difundió por toda la ciudad, pero todos
guardaron silencio. Pero hay una voz que se levanta en medio del silencio
cómplice de los súbditos. Es el profeta, que alza la voz de Dios, a quien ha
llegado el grito de la sangre derramada. El Señor envió al profeta Natán, quien
se presentó ante el rey y le contó una parábola, como quien le presenta un caso
ocurrido, para que el rey dicte sentencia:
-Había dos hombres en una ciudad, el uno era rico y el otro pobre. El rico
tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes. El pobre, en cambio, no tenía más que
una corderilla, sólo una, pequeña, que había comprado. El la alimentaba y ella
iba creciendo con él y sus hijos. Comía de su pan y bebía en su copa. Y dormía
en su seno como una hija. Pero llegó una visita a casa del rico y, no queriendo
tomar una oveja o un buey de su rebaño para invitar a su huésped, tomó la
corderilla del pobre y dio de comer al viajero llegado a su casa.
La palabra del profeta interpela y acorrala a David, es luz viva más tajante
que una espada de doble filo; penetra hasta las junturas del alma y el espíritu;
desvela sentimientos y pensamientos. Nada escapa a su luz; todo queda ante
ella desnudo. Es a ella a quien David tiene que dar cuenta. Pues David no ha
ofendido sólo a Urías, sino que ha ofendido a Dios, que toma como ofensa suya
la inferida a Urías. Así dice el Señor, Dios de Israel:
113
20. CONVERSION DE DAVID
Cuando el Señor dividió las aguas, colocó una mitad arriba y la otra mitad
abajo. Las aguas que puso en lo alto se regocijaron y dijeron: somos felices por
estar cerca de nuestro Creador, muy cerca, bajo el Trono de la Gloria. Volaban
con alegría en alas de las nubes y entonaban constantemente alabanzas al
Señor.
Con atrevimiento quisieron subir hacia arriba, pero el Santo las reprendió
y las puso bajo las plantas de sus pies. Entonces "las aguas que lloran" dijeron
al Señor:
-Oh Señor, ¿por qué la gente dice "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob" y no dice el Dios de David? Tú has levantado el trono de tu gloria
114
sobre los tres Patriarcas, pero un trono con tres patas es inestable, incorpórame
a ellos y así tú trono estará firme para siempre, "pues mi pie está firme en suelo
llano".
El Señor le respondió:
David repuso:
-Señor, ¿quién conoce sus propios extravíos? Líbrame de las faltas ocultas.
116
Desde su pecado, David comprende que los juicios del Señor son justos. Su
arrogancia cede ante el Señor, que le hace experimentar la muerte que ha
sembrado su pecado. El niño, nacido de su adulterio, cayó gravemente enfermo.
David, entonces, suplicó a Dios por el niño, prolongando su ayuno y acostándose
en el suelo. Los ancianos de su casa le suplican que se levante del suelo y coma,
pero él se niega. En su lecho se debate y suplica al Señor: Señor, he pecado y es
justo tu castigo. Pero no me corrijas con ira, no me castigues con furor. Ten
piedad de mí que estoy postrado y sin fuerzas. Sé que necesito los dolores, que
me mandas, para desatar mi alma de los lazos del pecado. Pero mis huesos
están desmoronados, abatida mi alma, y tú, Yahveh, ¿hasta cuando? Estoy
extenuado de gemir, cada noche lavo con mis lágrimas el lecho que manché
pecando con Betsabé. Mira mis ojos, los "bellos ojos" que tú me diste, ahora
hundidos y apagados, y escucha mis sollozos.
Siete días David ha orado y ayunado, hasta que al séptimo día el niño
murió. Nadie se atrevía a darle la noticia, pues se decían:
-Si cuando el niño estaba vivo, no nos escuchaba, ¿cómo le diremos ahora
que ha muerto? ¡Hará un desatino!
Les respondió:
Luego se fue a consolar a Betsabé, se acostó con ella, que le dio un hijo.
David le puso por nombre Salomón, amado de Yahveh. Este hijo era la garantía
del perdón de Dios. Cuando en su interior le asalten los remordimientos y las
dudas sobre el amor de Dios, Salomón será un memorial visible de su amor.
117
Y no le faltarán esos momentos de congoja, en que, asaltado por las dudas,
tiene que gritar:
Este interrogante lo provocan sus hijos. Son muchos los hijos de David,
hermanos de padre, pero no de madre, pues son también muchas sus mujeres.
Absalón y la bella Tamar son hermanos de padre y madre. Ammón se enamoró
locamente de Tamar, hermosa como una palmera, según el significado del
nombre que lleva. Es tal la pasión que siente por ella que se enfermó hasta
notársele en la cara. Su primo Jonadab, amigo y confidente, lo notó y le dijo:
-¿Qué le pasa al príncipe que cada día está más afligido? ¿No me lo vas a
contar?
Ammón le respondió:
-Por favor, que venga mi hermana Tamar y me prepare aquí delante dos
pasteles y yo los comeré de su mano.
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El rey se lo comunicó a Tamar, que inocentemente preparó la fritura y se la
llevó a su hermano a la alcoba. Pero, al acercarse, Ammón la sujetó y le dijo:
Ella replicó:
-¡Levántate, vete!
-No, hermano. Despacharme ahora sería una maldad más grave que la que
acabas de hacer conmigo.
El rey se levantó, se rasgó las vestiduras y se echó por tierra. Así estuvo
hasta que llegaron los hijos del rey gritando y llorando:
-Absalón ha dado muerte a Ammón, como había decidido el día en que fue
violada su hermana.
El rey y toda su corte lloraron inconsolablemente. Por tres años hizo luto el
rey por su hijo Ammón. Y después de calmar su dolor por la muerte de Ammón,
el rey cesó en su cólera contra Absalón. Este había huido a refugiarse en el
territorio de Talmay. David mandó a Joab a buscar a Absalón para que no
viviera en tierra extrajera, como a él le había tocado vivir. Pero no lo recibe en
su casa.
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21. SUBLEVACION DE ABSALON
No había en todo Israel hombre tan apuesto y tan admirado como Absalón.
De los pies a la cabeza no tenía un defecto. Cuando se cortaba el pelo -
acostumbraba hacerlo de año en año-, el cabello cortado pesaba más de
doscientos siclos en la balanza del rey.
Así se iba ganando el afecto del pueblo. Al cabo de cuatro años, Absalón
decidió bajar a Hebrón, que David había postergado al poner su residencia en
Jerusalén. Ahora es cuando empieza abiertamente la rebelión de Absalón.
Envió mensajeros a todas las tribus de Israel, diciendo:
121
Desde Jerusalén marcharon, inocentemente y sin sospechar nada,
doscientos hombres invitados al sacrificio que iba a ofrecer. Allí convocó
también a Ajitófel, el sabio consejero de David. Así la conspiración de Absalón
contra su padre fue tomando fuerza y los partidarios de Absalón iban
aumentando. Alguien llevó la noticia a David:
David, para salvarse de su hijo Absalón, que quería matarlo para usurpar
el trono real, subió al monte de los Olivos y allí lloró amargamente la triste
suerte que Dios le había reservado. Allí, en las alturas, David repasaba su vida
y la de su hijo Absalón. En largas meditaciones fue desgranando los hechos a la
luz del Señor:
-¿Qué clase de victoria sería encontrarse entre los caídos al hijo de mis
entrañas y del favor del Señor?
-¿Dónde vais?
Le respondieron:
122
-El rey nos ha mandado a buscarle un ídolo.
Husaí quedó tan sorprendido que, sin decir nada, se apresuró a subir en
busca del rey. Apenas alcanzó la cumbre, se acercó a David y, sin reverencia
alguna, exclamó:
-¿Acaso es verdad lo que me han dicho tus hombres? ¿Es cierto que quieres
un ídolo?
Esta respuesta del rey turbó completamente a Husaí. Se rasgó los vestidos
y se cubrió de ceniza la cabeza. Su tristeza era mayor que la que podía haberle
producido un luto familiar. En estas trazas, se dirigió al rey:
David hizo una pausa y levantó los ojos a su consejero, que le miraba
asombrado. David prosiguió algo más agitado:
David, que ha pasado tantos años huyendo de Saúl, vuelve otra vez a huir
como un prófugo, ahora de su propio hijo. Pero ante el drama familiar, David se
siente humilde y pone toda su confianza en Dios:
126
22. HUMILDAD DE DAVID
No obstante la fama que David había logrado entre la gente, con los años y
la pedagogía del Señor, que había ido modelando su corazón, David no sentía ya
el orgullo que había sentido en su juventud. Todo lo contrario, sus expresiones
de humildad llamaban la atención frecuentemente.
127
A ti, Yahveh, levanto mi alma, oh Dios mío,
en ti confío, ¡no sea yo confundido!
Muéstrame tus caminos, Yahveh, enséñame tus sendas,
guíame en tu verdad, enséñame, tú, Dios de mi salvación.
Acuérdate, Yahveh, de tu ternura y de tu amor
y no recuerdes los pecados de mi juventud,
tú, que muestras a los pecadores el camino.
Por tu gran bondad perdona mi culpa, que es grande.
Una vez que pacificó el reino, David decidió acuñar la moneda propia. Los
ministros le preguntaron qué imágenes deseaba imprimir en ella. David les
respondió:
-Por una parte una torre y por el reverso un bastón y un zurrón, como
símbolos del pastoreo.
128
-Mirad, mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi muerte. ¿Qué hay de
extraño en que ese benjaminita me maldiga? Dejadlo que me maldiga, porque se
lo ha mandado Yahveh. Quizás el Señor se fije en mi humillación y me pague
con bendiciones estas maldiciones de hoy.
David y los suyos siguieron su camino, mientras Semeí les seguía por la
loma paralela del monte, maldiciendo, tirando piedras y levantando polvo.
David, que veía a Yahveh detrás de los insultos de Semeí, elevaba a El su
corazón:
Todavía, al final de sus años, David volvió a ser humillado. Según recogen
las Crónicas, Satán lo tentó, instigándole a hacer el censo de Israel y de Judá.
Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la
conciencia y dijo al Señor:
-He cometido un grave pecado. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo,
pues he sido muy necio.
David contestó:
El rey reflexionó:
-Si escojo el hambre, la gente dirá: "¿qué le importa a él, que tiene
riquezas"; si escojo las calamidades de la guerra, dirán: "poco le importa,
teniendo a sus guerreros que le protegen"; escogeré la peste, que golpea a todos
por igual.
129
En voz alta respondió:
-Es mejor caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de
los hombres.
130
23. AJITOFEL Y JUSAY
El Señor creó siete cielos. El que está por debajo de todos se llama cortina,
pues es como la cortina que se pone ante las puertas de las casas: los que están
dentro ven a los de fuera, pero los que están fuera no ven a los de dentro. En la
cortina del cielo inferior hay ventanas y los ángeles del servicio ven a los
hombres que caminan por la tierra, tanto a los que van por buen camino como a
los que siguen el mal camino. Al que va por buen camino le protegen y
defienden; al que va por el mal camino, en cambio, le dejan en paz,
permitiéndole prosperar en su maldad hasta el día del Juicio Final, en que le
hacen ver el abismo en que ha caído.
Ajitófel fue engañado por ciertos signos astrológicos, que él interpretó como
profecía de su propio reinado, cuando en realidad dichos signos señalaban el
131
destino real de su nieta Betsabé. Llevado de su errónea creencia, obnubilada su
mente por la ambición, con astucia incitó a Absalón a cometer el crimen nunca
oído: rebelarse contra su padre. Ajitófel sabía que la rebelión de Absalón no le
serviría de nada, pues cuando hubiese arruinado a su padre, los ancianos de
Israel le condenarían por haber violado la piedad familiar. Así el camino
quedaría libre para él, Ajitófel, el gran sabio de Israel.
Sólo cuando David profirió una maldición contra quien supiera el remedio y
no acudiera en auxilio de los necesitados Ajitófel dio su consejo:
El consejo fue seguido y no volvió a ocurrir ningún desastre más. Pero nada
de lo que pueda hacer el hombre es suficiente para expiar lo que sale de su boca.
La lengua es la primera de todos los miembros en herir. Así dijo David a Doeg,
el edomita, el maestro de Ajitófel en el engaño y la intriga: "¿Por qué te glorías
del mal, héroe de la infamia? Todo el día proyectas ruinas, es tu lengua cual
espada afilada, oh artífice de engaño". También, refiriéndose a Doeg y Ajitófel,
dijo: "Mi vida está en medio de leones que devoran a los hombres, cuyos dientes
son lanzas y flechas, y su lengua, una espada afilada". Lo compara con una
espada afilada, pues "maza, espada y aguda saeta, es el hombre que profiere
contra su prójimo testimonio falso". Ajitófel y Doeg, envidiosos los dos,
ambicionaban la gloria de David y ambos tramaron la caída de David,
intentando borrar su nombre con la calumnia.
La calumnia mata a tres, como la espada de doble filo: al que la dice, al que
la escucha y a aquel de quien se dice. Y así como, cuando algo sale de entre las
manos del hombre no puede hacerlo volver a él, del mismo modo el que profiere
testimonio falso contra su prójimo, aunque se arrepienta cien veces, no puede
reparar su mal.
132
Ajitófel es la imagen del traidor. Cuando vio que la gente se pasaba a
Absalón, pensó que la estrella de David estaba en declive y lo abandonó,
pasándose al bando de Absalón. ¿Para qué seguir con el viejo rey, que además
de viejo y caduco está dominado por Joab? La compañía de Ajitófel llevó a
Absalón de victoria en victoria, de triunfo en triunfo. Pero la senda del malvado
acaba siempre mal. Dios desbarata sus planes. Cuando David, descalzo y
llorando, subía por la ladera del monte de los olivos, le dijeron:
David, que conocía su sabiduría, tembló y, elevando los ojos al cielo, gritó a
Yahveh:
-Si vienes conmigo, me vas a ser una carga. Pero puedes hacer fracasar el
plan de Ajitófel si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón: "Soy tu siervo, oh rey
mi señor; antes serví a tu padre, ahora soy siervo tuyo".
133
-Anda, que allí están también los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Todo lo que
oigas en la casa del rey, se lo comunicas a los sacerdotes y ellos, por medio de
sus hijos Ajimás y Jonatán, me transmitirán las noticias.
Absalón le dijo:
-¿Es este tu afecto por tu amigo? ¿Por qué no te has ido con él?
Ajitófel, que sabe que David y sus gentes están agotados, piensa que lo
mejor es atacar, sin darles tregua para recuperarse. Por eso aconseja a Absalón:
Jusay respondió:
135
Jonatán y Ajimás informaron a David de los planes de Absalón. David
dividió el ejército en tres cuerpos; uno al mando de Joab; el segundo al mando
de Abisay, hermano de Joab; y el tercero al mando de Itay, el de Gat. Y dijo al
ejército:
Le respondieron:
-No vengas. Que si nosotros tenemos que huir, eso no tiene importancia; y
si morimos la mitad, tampoco nos importa. Pero tú vales por mil de nosotros. Es
mejor que nos ayudes desde la ciudad.
A las puertas de la ciudad se quedó David con toda su inquietud. Los que
quedaron con él, le animaban:
La batalla campal entre las tropas de Absalón y las de David tuvo lugar en
las espesuras de Efraín. Absalón no podrá hacerle frente. Fueron muchas las
bajas de los seguidores de Absalón. El mismo, que iba montado en un mulo, al
meterse el mulo bajo el ramaje de una encina, quedó enganchado por la
cabellera en la encina. Quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el
mulo siguió corriendo.
136
Uno de los hombres lo vio y fue a decírselo a Joab:
-Pues si lo has visto, ¿por qué no le has derribado allí mismo por tierra y yo
te habría dado diez siclos de plata y un cinturón?
-No serás tú quien lleve la buena noticia, porque ha muerto el hijo del rey.
Otro día le llevarás buenas noticias.
137
-Paz. Bendito sea Yahveh, tu Dios, que te ha entregado los que habían
alzado la mano contra mi señor el rey.
Ajimás respondió:
Preguntó el rey:
Respondió:
-Acaben como ese joven todos los enemigos de mi señor el rey y todos los
que se levantan contra ti para hacerte mal.
-¡Hijo mío, Absalón, hijo mío Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de
ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!
Mientras tanto Joab y su ejército cantaban el canto que David les había
enseñado para celebrar otras victorias:
139
24. SUBIDA DE SALOMON AL TRONO
Como ya está contado, una tarde se hallaba David en la terraza del palacio
contemplando junto al profeta Natán la ciudad que se extendía a sus pies. El
rey dijo a Natán:
-Mira, yo habito en una casa de cedro mientras que el Arca de Dios habita
en medio de una tienda. Quisiera construir para Dios una bella casa de piedra y
de cedro.
-No serás tú quien me edifique una casa, porque has sido un hombre de
guerra. Un hijo tuyo, hombre de paz, será quien edifique mi Templo.
Tampoco duermen Natán y Betsabé. Entre los dos traman un plan para
frustrar las ambiciones de Adonías. Precedida de un adormecedor aroma a
mirra, Betsabé, aconsejada por el profeta Natán, penetra en la estancia real.
Como una tigresa, que defiende la primogenitura de su hijo, Betsabé envuelve a
David con un torrente de palabras:
David, a quien todos desean que marche a reunirse con sus padres,
mientras le narran los mil particulares de la historia de Adonías, se vuelve
hacia su interior y eleva su oración:
-Vive Yahveh, que libró mi alma de toda angustia, que como te juré por
Yahveh, Dios de Israel, diciendo: "Salomón tu hijo reinará después de mí, y él se
sentará sobre mi trono en mi lugar", ¡así lo haré hoy mismo!
-Amén. Así habla Yahveh, Dios de mi señor el rey. Como ha estado Yahveh
con mi señor el rey, así esté con Salomón y haga su trono más grande que el
trono de mi señor el rey David.
-Yo me voy por el camino de todos. Guarda las normas de Yahveh, tu Dios,
caminando por sus sendas, guardando sus preceptos, como están escritos en la
Ley de Moisés, para que tengas éxito en todas tus empresas, adondequiera que
vayas. Así el Señor cumplirá la promesa que me hizo: "Si tus hijos siguen mi
camino, marchando en mi presencia con fidelidad, amándome con todo su
corazón y con toda su alma, no te faltará un descendiente en el trono de Israel".
142
Salomón se sentó en el trono de su padre y el reino se afianzó sólidamente
en su mano. Salomón ofreció holocaustos al Señor en Gabaón y el Señor le dijo:
Salomón dijo:
-¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel! Que a mi padre, David, con la boca
se lo prometió y con la mano se lo cumplió.
143
La memoria de David queda en la historia de Israel como signo de
esperanza eterna, pues a él está ligada la promesa del Señor. Cuando todo
parezca venirse abajo por culpa de los reyes malvados, Dios perdona "en
consideración a mi siervo David". Por amor a David mantiene su descendencia
en Judá, aunque Roboán haya hecho méritos para perderlo todo. Por amor a
David, Dios pasa por alto los pecados de Abías y Jorán. Por amor a David libra
al pueblo de la invasión del rey Senaquerib. La promesa de Dios es irrevocable.
La lámpara de David sigue encendida ante el Señor en Jerusalén... hasta que
llegue "el que ha de venir".
144
25. MUERTE DE DAVID
El rey David era ya viejo y sentía en sus huesos que se acercaba el día de
su muerte. Entonó un salmo de acción de gracias al Señor por todas las
empresas que le había concedido llevar a buen término y por todo el bien que le
había concedido realizar en favor del pueblo. Invocó también perdón por los
muchos pecados que había cometido en su corta vida y concluyó su oración
suplicando al Señor que le manifestase el momento en que tenía decidido que
acabase su vida.
Poco después se oyó un impresionante rumor, como si las olas del mar se
abatieran contra el palacio real. Pero tampoco en la tormenta estaba la
respuesta del Señor.
-Morirás en Sábado.
-Ya ha sido establecido que el domingo sea coronado como rey tu hijo
Salomón y su reinado no puede ser acortado ni siquiera de un día, ni aún para
prolongar el tuyo.
Le replicó el Señor:
146
Desde aquel día, con más intensidad que en el pasado, David se dedicó
durante todos los Sábados al estudio de la Torá y a salmodiar las alabanzas del
Señor.
El ángel rozó a David con su ala (como hacía siempre para apoderarse del
alma del hombre), pero con sorpresa comprobó que David seguía vivo y sin dejar
de cantar. Parecía que la melodía del salmo le protegiera como una muralla
inexpugnable.
147
El cadáver del rey no podía moverse, por ser Sábado. Esto era algo doloroso
para todos los que estaban en palacio con él, pues al estar tendido por tierra
estaba expuesto a los rayos del sol. Por ello, Salomón convocó a las águilas para
que custodiaran el cuerpo del rey, protegiéndolo con la sombra de sus alas
desplegadas.
148
26. EL ARPA DE DAVID
Los sabios nos han dado también el significado de las cuerdas de las arpas
de David. El arpa de seis cuerdas simboliza la perfección del cubo con sus seis
lados y sus tres dimensiones. Con ella David acompañaba los salmos dedicados
a cantar la perfección de la creación, que el Santo, bendito sea, llevó a cabo en
seis días. El arpa de siete cuerdas era para el Sabath, el santo día séptimo, que
corona toda la creación, llevándola a dar gloria al Creador. El arpa de ocho
cuerdas, en cambio, la reservaba para anunciar la llegada del Mesías, que
redimiría totalmente a Israel de todas las aflicciones y pecados de este mundo.
Y para el mundo futuro estaba el arpa de diez cuerdas. David anhelaba llegar a
él para poder tocarla en la asamblea celeste.
Para ser cantor eterno de la gloria del Señor estaba destinado David desde
el principio de la creación. Dios mostró a Adán todas las generaciones futuras.
Adán vio entonces que a David sólo le habían sido asignadas tres horas de vida
en este mundo. Dijo entonces Adán:
-Soberano del universo yo ofrezco a David setenta de mis años para que él
los viva cantando ante ti.
-David dará voz a toda mi creación, uniendo sus voces al son del arpa.
Y es que, según nos cuentan los sabios, Dios había colocado a Adán como
director del coro del universo. Para ello le había dotado de soberanía y dotes
musicales. Dios puso todos los seres bajo el dominio de Adán para que lograra la
armonía de todos ellos en la sublime sinfonía de la alabanza del Creador.
Primero Dios creó a las criaturas y, finalmente, en la víspera del Sábado creó a
Adán. Pero Adán, en vez de ensayar el canto de la creación para recibir al
Sábado, pecó y arrastró con él fuera del paraíso a todos los seres; en lugar de la
armonía, todo fue un caos.
Así hasta David, cuya vida era don de Dios, ante la petición de Adán.
Nadie apreciaba a David, el pastor, que "era rubio, de bellos ojos". Cuando
Samuel -¡el Vidente!- vio a David ante sí se alarmó: "Este tipo rojo es una copia
del malvado asesino Esaú". Pero el Santo, bendito sea, cortó sus pensamientos:
"¡No! Este es diferente, porque tiene bellos ojos. Los ojos de Esaú arrastraban
sus pies a satisfacer sus bajos deseos; los bellos ojos de David le llevarán a
cantar las alabanzas del Creador con el coro de toda la creación. Toda su pasión
la empleará en dar gloria al Señor: ¡Ungelo!"
Pero los sabios no olvidan que también los ojos de David fueron puestos a
prueba. En la somnolencia de la tarde, sus ojos se hallaron ante un signo que
les arrastra desde la pureza del cielo hasta los deseos de la tierra: desde la
terraza del palacio vio a una mujer excepcionalmente hermosa. En ese momento
en que los ojos de David caen sobre Betsabé se distraen y dejan de mirar a Dios:
"apartó los ojos de Dios", "hizo lo que está mal a los ojos de Dios". La rojez de
David destruyó la belleza de sus ojos. La pasión oscureció su mirada. David que
había dicho tantas veces: "tu amor está ante mis ojos" , "sin cesar tengo a
Yahveh ante mí", después del pecado se lamenta: "mi pecado está sin cesar ante
mí".
Jamás existió en el mundo persona alguna que tocase el arpa como David.
Ya de muchacho, cuando se requirió su servicio para calmar el espíritu maligno
que llevaba al borde de la locura al rey Saúl, David mostró una habilidad
excepcional. Como es de todos sabido, Saúl se sentía perseguido por fantasmas
que le hacían delirar. Allí donde el rey ponía su mirada estática se encontraba
con las más extrañas visiones que le perseguían y de las que no lograba
liberarse. Y si hasta de su misma sombra sentía terror, se puede comprender
que viese en los demás traidores que buscaban matarlo.
Sólo las melodías suaves del arpa de David eran capaces de calmar el
espíritu del rey, liberándolo de las terribles visiones que engendraba su
enferma fantasía. Al son de la cítara los fantasmas del rey se cambiaban en
visiones serenas de la creación. La imaginación del rey se iba poblando de
imágenes tranquilas de campos amarillos, ricos de mieses ondulantes; otras
152
veces, se trataba de montes encendidos con el sol del ocaso... Con estas
imágenes el rey se calmaba y volvía a su vida normal.
Pero también, más tarde, cuando, pasados los años, David subió al trono y
sus victorias le cubrieron de gloria, el arpa era el instrumento amado con el que
David se recreaba, retirándose a la escondida estancia de su magnífico palacio,
que se había mandado construir para él solo. Era una estancia revestida de
cedro del Líbano, donde David, a solas, acompañaba con su arpa los cantos de
acción de gracias al Creador.
Incontables eran los motivos que hallaba David para agradecer al Señor y
cantarle sin descanso. Al son del arpa David desahogaba igualmente su corazón
de las tristezas y angustias que tampoco faltaron en la vida del rey. Al arpa le
arrancaba los lamentos de su corazón contrito y arrepentido de sus pecados, que
también fueron muchos. ¡Cómo lloró el que el Santo, bendito sea, no le
considerase digno de construir el Templo de Jerusalén por haber derramado
tanta sangre con su espada!
Las tres letras hebreas del nombre de Adán representan las iniciales de
tres hombres: Adán, David y Mesías. Lo que Adán comenzó, David lo continuó y
el Mesías lo lleva a plenitud. En sus días, Israel alcanzará la claridad de visión
perdida por Adán y que David no restableció al fallar en la prueba. La visión del
Mesías no será enturbiada por ninguna distracción colocada ante sus ojos. Los
que sigan al Mesías verán con sus oídos, se dejarán guiar por la palabra que
sale de la boca de Dios: "Se revelará la gloria de Yahveh y toda criatura a una la
verá, pues la boca de Yahveh ha hablado". El canto de los salmos de David es un
ensayo para la perfecta sinfonía de mañana, cuando llegue el Mesías.
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27. DAVID EN EL PARAISO
-Pronuncia la bendición sobre el vino tú, que eres el padre de los piadosos
del mundo.
Pero replica:
-No soy digno, porque los hijos de mi hijo Esaú destruyeron el templo.
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Entonces Dios se lo pide a Jacob:
Y David responde:
-Amén, Amén.
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28. LA ESPADA DE DAVID
¿Se puede decir que David haya muerto? En la ignorada gruta en que fue
sepultado, el rey de Israel duerme su sueño, tumbado en un lecho de oro,
engastado en perlas preciosas. Sobre el lecho se yergue un baldaquín azul
bordeado de una franja plateada. ¡Que duerma, pues, el rey! Junto a él todo está
a punto para su despertar. La estancia está alumbrada por una lámpara de luz
perenne. Sobre la cabecera del lecho está colgada la espada de sus victorias, la
espada con que cortó la cabeza al gigante Goliat; y al lado de la espada está el
famoso escudo de seis puntas. El arpa cuelga sobre una de las paredes y allí, a
medianoche, sus cuerdas suenan al soplo del viento, emitiendo un leve sonido de
llanto.
Sobre una mesa de oro está apoyado el libro de los salmos y una jofaina
para las abluciones purificadoras de después del largo sueño.
En épocas pasadas son muchos los jóvenes que, para acelerar la redención,
ya han intentado alcanzar la gruta y tomar la espada de David. Cada
generación ha tenido sus héroes que, dejando familia y patria, se han puesto en
marcha en búsqueda de la histórica gruta. En su mayor parte, exhaustos por la
gran fatiga y desanimados por el fracaso de sus exploraciones, han retornado
sobre sus pasos. Pero algunos, pocos ciertamente, no se han dado por vencidos
y, animados por su fe invencible, han seguido adelante. Pero las dificultades
encontradas han sido tantas que también estos han terminado por sucumbir
ante las fieras o víctimas de quién sabe qué otro desastre. Pero todas estas
duras pruebas y fracasos no han conseguido anular la esperanza; en las
sucesivas generaciones otros jóvenes, sin amilanarse por los graves peligros que
corrían, se han arriesgado en la misma empresa con igual entusiasmo que sus
antepasados.
Así sucedió que dos valientes jóvenes lograron descubrir la famosa gruta y,
llenos de emoción, penetraron en su interior. Pero, al entrar, ante tanto
esplendor -oro, plata, piedras preciosas y telas magníficas- y al oír la misteriosa
melodía del arpa quedaron deslumbrados y no se dieron cuenta que el rey,
despertado, les ofrecía la espada. David quedó decepcionado y, emitiendo un
suspiro de dolor, retiró la mano con la espada.
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Cuando los dos jóvenes volvieron en sí, se hallaban en una zona desértica
desconocida, de la que no sabían cómo salir. Apenas se dieron cuenta que
habían desperdicia-do una ocasión excepcional y decisiva para la redención del
pueblo, la angustia les aprisionó el corazón hasta dejarles sin fuerza para
atravesar el desierto. Allí sucumbieron.
Pero tampoco la noticia de este trágico suceso bastó para desanimar a otros
jóvenes de futuras generaciones, que mantuvieron la esperanza de llegar a la
gruta y recibir la espada de la redención.
Los dos intrépidos jóvenes estaban dispuestos a enfrentar los riesgos que
fueran con tal de apresurar la redención de sus hermanos, que en la diáspora
llevaban una vida insoportable. La noticia se difundió rápidamente,
impresionando a la comunidad de Israel.
A estas dificultades hay que añadir los peligros de las fieras salvajes en
nada condescendientes con la sublime misión de los dos jóvenes. Lo único que
querían era devorarlos y engullir sus carnes. Pero nada lograba desanimarles.
Aunque es natural que, con tantas peripecias, pasaran sus malos momentos,
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acosados por el hambre y la sed, por el cansancio y por no ver el éxito de su
propósito. Sólo el anhelo de la misión les sostenía.
Sin añadir otra palabra, la paloma levantó vuelo y desapareció. Los dos
jóvenes intuyeron que la paloma no era sino el espíritu de Sión, doliente porque
Roma -simbolizada en el águila- había incendiado el Templo y, huérfana de
tantos hijos, había sido mandada al exilio.
Jóvenes israelitas aparecían por todas partes y se unían a los dos jóvenes
en la lucha contra el enemigo que, incapaz de resistir, retrocedía en
desbandada.
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Los dos jóvenes se quedaron extasiados ante la vista de semejante victoria,
olvidando por un momento la advertencia del anciano. Esta pausa en el combate
hizo vana su larga y penosa empresa. Cuando quisieron reemprender la lucha,
se hallaron solos, perdidos y sin la espada del rey David.
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29. JESUS, HIJO DE DAVID
El mismo Señor, por su cuenta, os dará una señal: He aquí que la virgen
está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y
miel comerá hasta que el niño aprenda a rechazar lo malo y a escoger lo bueno.
Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno quedará
abandonada la tierra de los reyes que te hacen temer".
Pues tu, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de
ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de
antiguo, desde los días de antaño. Por eso El los abandonará hasta el tiempo en
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que dé a luz la que ha de dar a luz... El se alzará y pastoreará con el poder de
Yahveh su Dios.
Pero los caminos de Dios, Señor de la historia, no son los caminos del
hombre. Dios se ha situado frente al bosque de Judá, ha desgajado el ramaje,
derribando los troncos corpulentos con su hacha. Los árboles han ido cayendo
uno a uno, sin vida. Pero, de esta vegetación aparentemente muerta,
reverdecerá la vida. Del tronco de Jesé brotará un vástago impregnado por el
Espíritu de Dios:
Saldrá un renuevo del tronco de Jesé,
de su raíz brotará un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor.
No juzgará por apariencias,
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ni sentenciará de oídas.
Juzgará a los pobres con justicia,
con rectitud a los desamparados.
Herirá al violento con la vara de su boca
y al malvado con el soplo de sus labios.
La justicia será el ceñidor de sus lomos
y la verdad el cinturón de sus flancos.
Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos:
un niño pequeño los pastoreará.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey.
El niño de pecho urgará en la hura del áspid,
meterá la mano en el agujero de la serpiente.
Nadie hará daño en todo mi Monte santo,
porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor,
como las aguas colman el mar.
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Aquel día romperé el yugo de tu cuello
y haré saltar las correas;
ya no servirán a extranjeros,
servirán al Señor, su Dios,
y a David, el rey que les suscitaré.
Mirad que llegan días -oráculo del Señor-
en que cumpliré la promesa que hice
a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora
suscitaré a David un vástago legítimo
que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá
y en Jerusalén vivirán tranquilos,
y la llamarán así: "Señor nuestra justicia".
Porque así dice el Señor:
No faltará a David un sucesor
que se siente en el trono de la casa de Israel.
Al Pueblo de Dios infiel, Oseas anuncia que vivirá sin rey ni príncipe, sin
sacrificios ni estela, sin efod ni terafim durante muchos días. Sólo "después
volverán a buscar a Yahveh su Dios, y a David, su rey; con temor acudirán a
Yahveh y a sus bienes en los días venideros" (Os 3,4-5).
Para ello:
Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un
espíritu de gracia y de compunción. Al mirarme traspasado por ellos mismos,
harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito...
Aquel día se alumbrará un manantial para la casa de David y para los
habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza.
Es el que quería hacer David. Pero Natán, profeta de Dios, le revelará que
el verdadero templo, casa de Dios, no es un espacio circunscrito por unos muros,
sino la "casa" que Dios edifica en la secuencia de anillos genealógicos en la
continuidad de la historia. Dios se hace presente no en el espacio, sino en el
tiempo, en la historia de los hombres. En la carne de los hombres se erige el
templo auténtico de su presencia.
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Mientras el espacio es externo a nosotros, el tiempo, la historia es algo
interior a nosotros, es nuestra piel, nuestra carne, nuestra sangre, nuestra
existencia. Ahí es donde entra Dios y donde actúa. En el Mesías, el hijo de
David, se realiza en plenitud la profecía de Natán: "El Verbo se hizo carne y
puso su tienda en medio de nosotros".
David pastor, arrancado por Dios de detrás del rebaño, es figura del
Mesías, el Buen Pastor, a quien Dios confía su rebaño. Será el pastor
"traspasado", que da la vida por sus ovejas y, por ello, su muerte es salvadora.
Es el pastor, siervo de Yahveh, que se entrega a la muerte para reunir a las
ovejas dispersas.
***
Gabriel anuncia a María que Jesús será rey y heredará el trono de David.
Zacarías espera que la fuerza salvadora suscitada en la casa de David acabe con
los enemigos y permita servir al Señor en santidad y justicia. Los ángeles lo
aclaman como salvador, aunque haya nacido en pobreza, débil como un niño:
"Hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías y Cristo" (Lc
2,11). Simeón lo ve como salvador y luz de las naciones... Pedro lo confiesa como
el Mesías, Hijo de Dios. También lo hace Natanael: "Maestro tú eres el hijo de
Dios, el rey de Israel".
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