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electorales, convendría no subestimar la configuración fantasmática de nuestra
psiquis, además de detenernos a desentrañar “los silencios y las voces” de los
más castigados por las recetas neoliberales.
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la lacaniana teoría del sujeto) se tornan imprescindibles para nuestro análisis (siempre y
cuando los ponderemos como una contribución productiva y no como la verdad última
capaz de explicar la totalidad de lo social).
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moral, etc. La condición de la constitución fantasmática es el rechazo de lo real, una
reacción que se pone de manifiesto en fenómenos como el racismo, la violencia
misógina o el odio a los pobres (2).
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Cuando lo real hace síntoma
Primero nos tocó (¿o elegimos?) sufrir cuatro años de destrucción sistemática del salario,
del empleo, de la producción nativa, de las prácticas sindicales, de las solidaridades
colectivas, de los abrazos reparadores, de los sueños compartidos. Y luego, como si esta
monstruosidad no hubiese alcanzado para dinamitar nuestra resistencia, nos invadió una
pandemia inédita para completar la demolición macrista. En este marco, el flamante
gobierno de Alberto Fernández dispuso una expansión agresiva del gasto público
destinada a auxiliar a los más vulnerables, equipar los hospitales, conseguir vacunas,
sostener la producción y el empleo. Pero tanto por impericia propia como por la
contundencia de la canallada ajena, no logró torcer el pulso de los formadores de precios
quienes, en nombre de la “libertad”, no vacilaron en sacar provecho de las desdichas
populares. Unos pocos “vivos” volvieron a quedarse con el esfuerzo de millones y
millones de almas dolientes y desamparadas. De todos modos, la hostilidad de las
inevitables reclusiones no solo logró resquebrajar las tripas ya desvalidas sino también
las expectativas y las voluntades de los más castigados. Debimos convivir con una peste
que arrasaba con nosotros y con nuestros seres queridos; toparnos con una muerte sin
duelo, con un dolor imposible de asimilar. Tuvimos que renunciar a los encuentros
callejeros, a las manifestaciones barriales, a las complicidades vecinales. Nos ganó la
angustia, la impotencia, la desazón infinita. Fue en este contexto que el oficialismo perdió
las elecciones primarias de medio término a manos de quienes agitan sistemáticamente
el odio hacia los vulnerados por sus políticas. Por supuesto que los “bolsillos flacos”
hicieron su parte (¿qué duda cabe?), pero deberíamos ponderar, en su justo término, los
jirones de una humanidad dañada, de un tejido social desgarrado, de una comunidad
privada de encuentros y de abrazos.
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Ciertamente, ni las más agudas conceptualizaciones de la filosofía europea ni los más
geniales hallazgos de la teoría psicoanalítica, logran dar cuenta, acabadamente, de las
prácticas, los sentires y las experiencias populares de nuestras geografías. No obstante
dicha limitación, venimos a proponer una apropiación que, lejos de trasladar
mecánicamente categorías de un modo ortodoxo, nos permita su traducción (heterodoxa)
a los lenguajes, los ritmos y los hedores de nuestra patria. Y precisamente por ello, es
imprescindible auscultar (también) los latidos plebeyos, escuchar las voces silenciadas,
renovar el pacto “secreto” entre generaciones (igualmente oprimidas). Solo así podremos
recomponer un tejido dañado, reparar las violencias sufridas, suturar las heridas
infligidas en los tiempos de desolación neoliberal (o quizá deberíamos decir neofascista)
y en la actual encrucijada de brote pandémico.
Referencias:
(1) Aunque debemos reconocer que dicha intuición sí aplica taxativamente –por razones
que no estamos capacitados para desarrollar aquí– para el caso de quienes se hallan en
el otro extremo de la pirámide social: los terratenientes, patrones, banqueros o grandes
empresarios jamás eligen alternativas socialistas o populistas.
(2) Ver Alemán, J. (2021): Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros, Edit.
La Página S.A., Buenos aires.
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