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Un cinismo demasiado hipócrita.

De transparencias y
opacidades en el universo mediático – Por Claudio
Véliz
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En este artículo Claudio Véliz analiza las operaciones mediáticas de exhibición y


ocultamiento que consiguen producir como visible la fisonomía de una
vulnerabilidad asociada con la violencia, la amenaza, la pereza y el abuso; y como
contrapartida, producen como invisible la arquitectura del saqueo orquestado por
los responsables directos o indirectos de las diversas formas de violencia de un
capitalismo neoliberal que en virtud de dichas tecnologías y dispositivos ha
logrado instaurar su voracidad destructiva y depredadora.

Por Claudio Véliz*

(para La [email protected] Eñe)

Publicidad y anonimato

Vamos a concentrarnos, en esta oportunidad, en el dispositivo de la transparencia; o


mejor aun, en ese juego perverso de publicidad y anonimato (de exhibicionismo obsceno
y celoso ocultamiento, de visibilidad y opacidad, de cinismo e hipocresía) a que nos
someten las exigencias del capital en su obsesión por aniquilar todo residuo de
negatividad, crítica, conflictividad, politicidad. Un capitalismo de lo ilimitado necesita de
una comunicación sin límites que culmina en la desenfadada exhibición de lo privado: la
transformación de la vida íntima en espectáculo público. El neoliberalismo promueve un
mundo de la “exterioridad total” en que nos entregamos desnudos (aportamos todos
nuestros datos) a la extrema “curiosidad” del mercado y de las tecnologías bio y
psicopolíticas que le allanan el camino. Así, la exposición de nuestra intimidad se
constituye en la nueva clave de acceso al mundo. Si opusiéramos cierta resistencia
frente a las incesantes sugerencias de “registrarnos”, nos hallaríamos en serias
dificultades para visitar ciertos sitios, comprar determinadas mercancías, ser aceptados
en algunos círculos o admitidos en las tramas reticulares de la visualización total. Frente
a tamaña exigencia de publicidad y desnudez, el secreto, la extrañeza, el asombro o la
angustia (esas afecciones y pudores que solían reservarse al mundo privado de los
vínculos amorosos o afectivos) se tornan obstáculos insalvables de los que debiéramos
desembarazarnos.

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La sociedad de la transparencia –dice el filósofo coreano Byung-Chul Han (1)– es una
sociedad positiva que aplana y alisa cualquier vestigio de tensión-rugosidad-negatividad
para que todo pueda ser devorado por el torrente incontenible del capital y la
comunicación. Los objetos transparentes permiten su absoluta operacionalización; la
claridad de las prácticas habilita su cómputo, control y adecuación a las exigencias del
libre fluir; los cuerpos se vuelven traslúcidos cuando abjuran de su singularidad; el
tiempo se torna diáfano cuando se lo percibe (y asume) como una sucesión homogénea
y continua de lo siempre igual; el amor deviene cristalino cuando se libera de toda
pasión/excitación, cuando se lo positiviza como cálculo de consumo y se lo domestica
como objeto de confort. De este modo, la necesidad de “volvernos transparentes” (como
requisito para la consolidación de un orden positivo, administrado y previsible) supone el
borramiento de las tensiones, la confesión de los secretos, el abandono de la reflexividad
crítica, la absoluta despolitización de los vínculos sociales e incluso el enfriamiento de los
ardores y las pasiones (al menos, del erotismo y las sensibilidades amorosas).

Sin embargo, esta tecnología de la visibilidad nos oculta –valga la paradoja– su “lado
oscuro”, su reverso inconfesable; la contracara de la exteriorización y la desnudez de los
cuerpos expuestos a la voracidad de las mercancías y/o a los controles policíacos, es la
absoluta invisibilización de la maquinaria de dominación que teje dicho entramado: las
redes de poder, los negociados del gran capital, la violencia predatoria de la
confiscación. Salvo que dispongamos del tiempo, los recursos y los medios necesarios
para acceder a una información adecuada y rigurosa (cuya circulación suele hallarse
restringida al interés de investigadores, académicos y de un puñado de periodistas),
difícilmente podamos advertir las coordenadas de una matriz injusta, los nombres y/o los
rostros de sus beneficiarios, la pista de sus maniobras evasoras, o los abultados montos
de sus cuentas secretas fugadas hacia guaridas fiscales. Por otra parte, el anonimato
también ha constituido un instrumento indispensable en esas mismas redes que todo lo
“exponen”, con el objetivo de alentar la discriminación, el odio y la estigmatización de
determinados sectores sociales, y de crear o difundir falsas noticias y eslóganes
posverdaderos (2). Si bien el cinismo es la expresión privilegiada de la ideología en los
tiempos del neoliberalismo, no resulta muy acertado consentir una escisión decisiva
entre la exhibición cínica y el falseamiento hipócrita. Tal como suele afirmar el filósofo
esloveno Slavoj Zizek, todos los cínicos guardan un secreto, poseen una creencia oculta
que, por temor o conveniencia, disimulan para seguir nadando en la cresta de la ola
epocal, evitando, así, hundirse en las profundidades de su deseo inconfesable. Aun
habiendo advertido la grosera falacia de sus arengas delirantes, nuestros cínicos del odio
cacerolero continuarán sustentándolas orgullosamente para no quedar atrapados en la
espesura de una verdad que aborrecen.

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La cínica obscenidad de lo visible

Pero más que seguir abundando en elementos teóricos o estrategias argumentativas,


quisiéramos ahora “desnudar” los ardides mediales de este eficaz dispositivo de
visibilidad/invisibilidad. La maquinaria mediática ha optado, en las últimas décadas, por
exhibir sistemáticamente ciertos rostros, escenas, retóricas y discursos; en algunos
casos, con el objeto de presentar a sus protagonistas como violentos, demoníacos,
vagos o abusadores; mientras que en otros, con la intención de vincular a las
personalidades elegidas a tal efecto, con gestos racionales, actitudes dialoguistas y
hasta con la ostentación de ciertos (pretendidos) saberes. En uno de los extremos de
este constructo bipolar, los demonizados “humanoides” siempre son interpelados (con su
consentimiento o no) durante el horario vespertino y “en exteriores”, ya que son los
habitantes de las villas y las barriadas populares, los presos que reclaman por las
injustas condiciones de hacinamiento en las cárceles, los piqueteros que cortan una ruta,
los manifestantes que reclaman por un bolsón de alimentos, los militantes que
acompañan sus demandas (o para decirlo en la jerga de la vulgata odiadora: marginales,
vagos, planeros, presos, cartoneros, negros, populistas). En sus antípodas, en el horario
nocturno, elegantes señores (en mayor medida que bronceadas señoras) pasean sus
rostros maquillados por los sets televisivos para exhibir su cordura, sus gestos
bienintencionados, su retórica mesurada y/o su experticia económica. Poco importa si los
espectadores se detienen a analizar estos consejos y sugerencias ya que la eficacia del
dispositivo consiste en el simple cotejo de las imágenes: la “violencia” y la “fealdad”
callejera del reclamo contrasta con la racionalidad y amabilidad del diálogo afable en el
estudio de TV. De este modo, los rostros y las expresiones de la población
vulnerable/vulnerada que viene sufriendo la expoliación y la condena a la marginalidad
desde (como mínimo) los tiempos del menemato (3), son estigmatizados y discriminados

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hasta el hartazgo con el inestimable auxilio de los “operadores digitales”. Mientras tanto,
desde los plácidos sillones de un living montado para la ocasión, honorables políticos,
sabios economistas y expertos funcionarios nos lanzan sus consabidas recetas y
sugerencias. Huelga decir hacia cual de ambos bandos resultará direccionada la
agresividad de las audiencias.

La hipócrita invisibilización de la trama

Hasta aquí, solo aludimos a una de las fases del dispositivo: la que incita (y excita) la
visibilidad, la exhibición, el cinismo, más allá de que resulten divergentes las estrategias
del montaje, el léxico y la edición, según se trate de uno u otro de los grupos en cuestión.
Ahora quisiéramos examinar el reverso de esta tecnología del poder, procurando advertir
lo que en cada uno de ambos casos, la maquinaria mediática decide invisibilizar
haciendo gala de una elección –subrayemos– ética, ideológica y política. Por un lado, los
rostros oscuros del pobrerío plebeyo siempre aparecen desconectados de las razones y
de los personajes que precipitaron sus desgracias: son simplemente vagos, chorros,
presos o planeros. Por el otro, se ocultan celosamente los prontuarios de las figuras
cordiales y equilibradas que pululan por los “interiores”: economistas ortodoxos (cuyos
consejos han fracasado una y otra vez en el mundo entero), lobbistas de las grandes
corporaciones o de los fondos-buitre, evasores recurrentes, endeudadores seriales,
blanqueadores oportunistas, formadores de precios, exportadores que retienen la
cosecha a la espera de una mayor devaluación, fugadores de divisas, o empresarios
siempre dispuestos a “achicar los costos laborales”. Esta aviesa maquinaria de

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visibilidades y opacidades, de exhibiciones y ocultamientos mediáticos es la que
direcciona los afectos (los altera, los estimula, los induce, los excita) instalando
estereotipos, discriminando a los excluidos del sistema, culpabilizándolos por todos
nuestros males, despreciando sus voces, sus gestos y el desenfado con que encaran
sus goces (he aquí lo que les resulta insoportable), al mismo tiempo que soslayan las
causas del desamparo y desvían el foco de las problemáticas cruciales para la sociedad.
No debiera extrañarnos, entonces, que nuestra indignada hostilidad se oriente hacia un
joven morocho del conurbano, una mujer que vive de la ayuda social (“que se embaraza
para cobrar un plan”), una empleada pública, una trabajadora trans, un marginal que se
la rebusca con su “trapito”, o incluso hacia un médico cubano (por haber estudiado en un
país con gobiernos indeseables). Esta eficaz maniobra mediática también consigue evitar
que la bronca y el resentimiento (promovidos por el despojo neoliberal) apunte a los
verdaderos beneficiarios y/o ejecutores de la miseria organizada: los responsables
directos o indirectos del caos económico, el desmantelamiento del sistema sanitario,
educativo y científico, el incremento de la pobreza, la desocupación y la desigualdad, o
de las diversas formas de violencia contra los resistentes y excluidos.

Para resumir el propósito de este artículo, podríamos decir que dichas operaciones
mediáticas consiguen producir como visible la fisonomía de una vulnerabilidad asociada
con la violencia, la amenaza, la pereza y el abuso; y como contrapartida, producen como
invisibles (4) los trayectos curriculares de sus distinguidos verdugos al igual que la
arquitectura del saqueo orquestado por estos nobles señores de traje y corbata. Esta
siniestra articulación entre la exhibición obscena (ya de la fealdad plebeya, ya de la
blancura propietaria) y el ocultamiento de una trama inconfesable (el atraco virulento de
unos muchos por parte de unos pocos), es otra de las tantas “estaciones ruinosas” de un
capitalismo (neoliberal) que en virtud de dichas tecnologías y dispositivos ha logrado
instaurar su voracidad destructiva y depredadora.

Referencias:

(1) Byung-Chul Han (2013): La sociedad de la transparencia, Herder, Bs. As.

(2) Vale recordar aquí que aún opera en nuestras redes un ejército de trolls encargados
de multiplicar hasta el hartazgo dichas prácticas desde identidades creadas ad hoc.
Hasta el año 2019 eran asalariados del Estado nacional. Hoy continúan activos en virtud
del financiamiento privado o bien del que reciben de algunos gobiernos provinciales o
municipales afines a dicha “tarea”.

(3) En que la pobreza alcanzaba casi a la mitad de los argentinos mientras que una
tercera parte de la población económicamente activa se hallaba desocupada o
subocupada. Hubo que esperar hasta la gestión de los gobiernos kirchneristas para
lograr (incluso para el cálculo de las consultoras e instituciones privadas menos
“generosas” y más hostiles a dichos gobiernos) una drástica reducción de la pobreza, el
desempleo y la desigualdad.

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(4) Nos abusamos, una vez más, de una terminología inaugurada por el filósofo francés
Louis Althusser como un aporte sumamente original al debate de los años 60 y 70 entre
estructuralismo y hermenéutica.

Buenos Aires, 2 de septiembre de 2020

* Sociólogo, docente / [email protected]

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