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DIARIO DE UN COLIBRÍ

L eo nard o Villa
DIARIO DE U

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UN COLIBRÍ
Noche tras noche le he cantado, a pesar de no
conocerlo; noche tras noche les he contado su
historia a las estrellas —dijo el ruiseñor.
El ruiseñor y la rosa, Oscar Wilde

Desde hace unas semanas, he de-


cidido construir mi nido en este
balcón. Aunque tiene pocas ramas
y hojas, me gusta por su tranqui-
lidad. Además, a diferencia de
los bosques citadinos, la altura
de este lugar permitiría que el sol
de la fría ciudad bañe de frente el
nido con su calor.

Con todo, siento que hay algo


más que me atrae de este lugar.
Puede ser la paz que se respira a
pesar de la cercanía de los seres
humanos. Solo de vez en cuando
una persona sale a regar los pa-
piros con paciencia y dedicación.
De hecho, llevo días sin verla salir,
pues permanece al otro lado de
una ventana.

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Un domingo durante el invierno, noto a más per-
sonas a través de esta gran ventana, muchas más
de las que acostumbro a ver. Son cuatro, todas
ellas muy diferentes a la primera. Una de ellas lla-
ma mucho mi atención: es una persona bastante
mayor. Su cabello es tan blanco como las margari-
tas y su mirada está fija en mí con un brillo de sua-
vidad. Las otras salen de mi vista, pero ella no se
aparta de mí.

Ahora sí regresa el que conozco: mi vecino, el que


creo que nunca me ha visto, el mismo que de vez
en cuando abre la ventana. La señora de cabello
blanco señala mi nido con su mano y él parece no
prestarle mucha importancia: menos mal… Pero,
solo segundos después, veo que él está aquí, jus-
to al lado y me mira fijamente. Sus ojos sólo refle-
jan sorpresa de ver mi nido sobre uno de los móvi-
les de su balcón.

No siento miedo en absoluto, aunque debería


sentirlo, pues aún no sabe que ya puse mis hue-
vos, los cuales protegeré a costa de mi propia
vida. Mi instinto me dice que, a pesar de su aspec-
to rudo, mi vecino ama los animales. Muchas ve-
ces lo he visto a través de su ventana jugar acosta-
do en el piso con su amigo de cuatro patas. Pasan
mucho tiempo juntos. Se nota que se quieren mu-
cho y eso reitera mi sentimiento de que aquí sigo
a salvo, finaliza el día.Me siento agotada por lo
que decido dormir.

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Mi admirador, como ahora parece comportarse, decidió abrir la
ventana con mucha delicadeza. Se nota que está interesado en mi
nido, pero sólo lo mira con detenimiento. Lleva en sus manos una
cámara, esos objetos que utilizan los humanos para capturar sus
recuerdos. Tras lanzar destellos como de sol, mi vecino observa
con mucho detenimiento su cámara. Me resulta gracioso, pero lo
que más me gusta es ver su expresión de felicidad. Entonces lla-
ma a su compañera y le enseña la cámara, donde alcanzo a ver mi
reflejo como cuando bebo agua de las fuentes.

Decide cerrar la ventana y bajar ese velo que sólo me permite dis-
tinguir sus siluetas. Supongo que duerme igual que yo y es hora
de descansar para todos después de otro largo día.

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Amanece. Comienza mi rutina de ir a buscar comida, volver al n
levantado más temprano de lo habitual. Ya ha subido el velo qu
pero, contrario a lo que me podría pasar con otros, me place qu
no, a su vez, está sentado como siempre pendiente de lo que é
maravilloso como esto, aunque yo tampoco había sentido esta

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nido y seguir empollando mis huevos. Hoy mi admirador se ha
ue nos separa: es obvio, ya soy de su total interés. Me mira,
ue lo haga. Sus ojos miran los míos fijamente y su amigo cani-
él hace. Mi instinto me dice que él nunca había visto algo tan
confianza por unos seres humanos.

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Después de transcurrido un par de días, mi vecino decidió abrir
la ventana para quedarse solo mirándome, pero yo debo dejar mi
nido para seguir con mi rutina. Sé que me puedo ir porque ha de-
mostrado que no quiere hacerme daño, sino que, por el contrario,
siente mucho afecto por mi presencia. Sin embargo, me pregunto
cómo reaccionará cuando vea mis huevos.

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He regresado exhausta de un gran vuelo y no veo nada inusual.
Lo veo junto a su compañera, quien rebosa de alegría. El susurro
del viento y el perfume de las margaritas vecinas lo confirman. A
diferencia de él, ella tiene un aspecto muy dulce todo el tiempo.
Creo que acaban de descubrir mis huevos, pero sé que aquí están
sanos y salvos.

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Llega una nueva noche y no había caído en cuenta de que ellos
han cambiado sus hábitos. Desde hace unos días, bajan el velo
de la ventana más temprano y ya no encienden las luces. Tampo-
co he vuelto a escuchar la música por la noche. Estos gestos me
indican que definitivamente respetan mi espacio y están a gusto
con mi presencia.

Han pasado ocho días desde que la señora de cabello blanco ad-
virtiera mi presencia. Hoy es un día especial porque ha nacido el
primero de mis hijos, rozagante de energía. Seguiré con mi ruti-
na y estoy segura de que mi admirador pronto estará al tanto de
este suceso maravilloso para mí.

He regresado a mi nido y, efectivamente, creo que mi admirador


acaba de notar que nació mi primer hijo. Lo sé porque lo he visto
salir con más prisa de lo usual y regresar con su compañera. Ella
solo irradia felicidad. Siento que el ambiente es aún más cálido
porque ellos saben que ha nacido el primero de mis hijos.

Aunque creo que mi admirador tiene la mejor de las voluntades,


no todo funciona como él supone. El nacimiento del otro de mis
hijos puede tomar unas horas más, inclusive días. Ni yo misma lo
sé. Por ahora, debo alimentar a mi primer hijo y seguir empollan-
do al que vendrá. Hago esta reflexión porque ahora veo a mi ad-
mirador más pendiente del nido, casi como si el huevo fuera de
él. Se nota que la ansiedad de ver a mi otro hijo salir del cascarón
lo tiene nervioso.

Resulta muy reconfortante pasar la noche sobre mi nido. Ha sido


un día largo pero muy placentero. Cada vez que he dejado el
nido, lo he hecho con la mayor confianza y he regresado sabien-
do que hay un par de ojos más sobre mis hijos.

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Amanece, pero no es una mañana cualquiera. Mi hijo lleva más
de un día al lado de su hermano, que aún no nace. Por su parte,
mi admirador hoy madrugó más de lo acostumbrado. Lo noto
muy inquieto. Supongo que espera que mi otro hijo rompa el cas-
carón. Por lo que he visto, seguramente no sabe nada de tener
hijos, pero me hace gracia su interés. Es cuestión de paciencia,
pronto aprenderá. Por ahora, seguiré alimentándome y trayendo
comida para el que ha nacido.

Ha llegado el mediodía. Decido quedarme un rato en el nido a


seguir empollando y a darles algo de calor a mis hijos.

De repente, siento un movimiento bajo mi cuerpo. ¡Mi corazón


vuela más que yo! Y a todas estas, no veo a mi admirador desde
hace rato. Solo lo escucho junto con su compañera. No se han
dado cuenta de que mi sobresalto es porque acaba de nacer mi
segundo hijo.

He salido por más alimento. Mis dos amores han quedado en el


nido, el menor de ellos saliendo del cascarón. Al regresar al nido,
veo a la compañera de mi admirador cerca del nido experimen-
tando tan maravilloso momento. Sale al balcón feliz hablando
en voz alta. Ahora llega él y su mirada ha cambiado muchísimo.
Está contagiado de alegría. Ahora sé que tendré por completo su
atención.

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Después de una semana, ha sido muy emocionante verlos pen-
diente de nosotros. He visto a mi vecino tan inquieto porque du-
rante algunas tardes el sol que muere frente al balcón ha estado
más fuerte que de costumbre. Mis gestos de cansancio me han
delatado. Por eso, mi vecino me ha traído agua y hasta un bebe-
dero, pero él ignora que no tomaré agua aunque sea un gran de-
talle de su parte, pues, por el contrario, prefiero seguir alimentán-
dome lejos del nido para no atraer la atención de otras aves.

Mi vecino pensó que no lo había visto mirar el nido esta noche.


Como si no conociera su rutina… Sé que sale al final de la tarde
con su fiel amigo y llega en la noche. Hoy fue diferente. La lluvia y
el viento han azotado la ciudad sin clemencia. Su presencia no es
una casualidad. Vino para ver si estamos a salvo.

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Mis hijos crecen muy rápido con el pasar de varios días. Mis vue-
los son más frecuentes en busca de comida. Muchas veces, al
regresar, he encontrado a mi admirador con su cámara a la espe-
ra de ver cómo les doy de comer. Al principio, me sentía incómo-
da, pero es muy respetuoso. Se nota que nunca había tenido una
oportunidad de estas; yo tampoco de estar tan cerca de seres
humanos.

Mis hijos han crecido mucho y ya empezaron a salirles sus plu-


mas. Mi admirador, como todos los días, sigue fascinado. Ya está
al tanto de que en las noches no me quedo con ellos. Los aban-
dono por ese tiempo porque son capaces de mantener su calor
por sí solos, así que nada más regreso a darles de comer. Él debe
estar cavilando sobre dónde paso las noches.

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Hoy en la mañana, mi vecino ha bajado con su amigo inseparable.
Los veo desde lo alto y tengo el presentimiento de que está abajo
con solo un objetivo: averiguar a dónde voy por las noches. Efec-
tivamente, él se ha quedado parado allá abajo con la vista sobre
mí. Ya sabe que me vengo a reposar a una corta distancia de mis
hijos y que no se quedan del todo solos como él seguro lo habrá
pensado.

Mi admirador está cada vez más interesado en mis hijos. Ya sabe


cómo despuntan las plumas y que, a pesar de que se llevan unas
horas de nacidos, mis hijos crecen muy a la par. También debió
haber aprendido que a ambos los alimento por igual, y, finalmen-
te, que, si llego con alimento y alguno de ellos no quiere, le insis-
to con mi pico hasta que abre el suyo para recibir su porción. Fi-
nalmente, ha podido ver que, a pesar de que mis hijos crecen, se
mantienen en el nido y se acomodan para seguir abrigados.

Después de varios días de nacidos, sus plumas van tomando for-


ma y colores. Sí, alcanzo a ver el verde de las montañas en su plu-
maje y cómo sus picos van tomando la forma alargada que necesi-
tan para sobrevivir en la ciudad. Desde hace días, sacan su lengua
como yo lo hago y han abierto los ojos. Ellos también son cons-
cientes de que nuestro admirador es inofensivo.

Siento que él me estudia: Pasa mucho tiempo sentado escribien-


do, lo alcanzo a ver en su escritorio viendo mis imágenes. Se ve
muy complacido. Parece que quisiera contar mi historia, pero lo
que no sospecha es que yo cuento la suya a las estrellas.

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Durante estos días lo he visto arreglar las plantas de su balcón, y
regarlas con más frecuencia. De hecho, he encontrado una rama
seca en el balcón. ¿Será que la trajo para que mis hijos se paren
en ella en sus primeros intentos de vuelo? Su amigo de cuatro pa-
tas también está más relajado: se asoma al balcón sólo cuando mi
vecino está cerca, y nunca mira hacia arriba. Quizá le tenga miedo
a los balcones.

Hoy es un día especial. Mis hijos ya dan sus primeros aleteos y


muy pronto volarán por sí solos. Aún les falta algo de su plumaje,
pero es muy gratificante ver que han aprendido a mover sus alas.
El nido se les está quedando pequeño, pues se acomodan mu-
chas veces para poder estar a gusto.

Uno de ellos ya se tiene más confianza, el mayor. Se para sobre el


nido y está muy determinado a dar su primer paseo por los aires.

Mis hijos ya son conscientes de que tenemos compañía y para


ellos él no debe ser extraño. Deben estar habituados a la presen-
cia de nuestro admirador. Pronto se darán cuenta de que no tiene
ninguna mala intención, pues su curiosidad y asombro de verlos
es evidente, aunque siempre trata de guardar su distancia.

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Desde hace días, los dejo solos en las noches, porque ya prácti-
camente no puedo hacerme sobre ellos en el nido. Los visito para
alimentarlos y para ver cómo progresan, aunque intento mostrar-
les cómo volar y dónde deben hacerlo.

Mis pequeños están casi listos para su primera partida. El mayor


es todo un loco. Ya vuela sobre el móvil y lo hace de un lado a
otro, algo que le sorprende mucho a mi admirador. Se muestra
entre maravillado y preocupado. Pero él no sabe que nacemos y,
apenas estamos listos, es innato que podamos volar, por lo que
pronto verá partir a mis hijos.

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Han pasado varios días del nacimiento, pero el de hoy es muy es-
pecial. Mi primer hijo ha dado su primer vuelo. Ha salido del nido
y bajado a los jardines del primer piso. No me canso de chillar
para decirle que estoy pendiente de él y que aún sigo cuidándolo.

No ha pasado sino un momento y mi sorpresa aún es mayor ante


mis chillidos. Mi admirador está aquí en el primer piso buscando
a mi hijo. Supongo que él, tras escuchar mi alboroto y no haberlo
encontrado en el nido, ha bajado a buscar a mi pequeño. Mi ve-
cino es muy observador y ya sabe dónde está. Sabe que está en
un árbol pequeño del jardín y lo veo hablar con otras personas. Se
nota su preocupación, pero es más su sorpresa al ver que mi hijo
ya vuela muy bien y que hace una demostración de su destreza al
salir disparado de nuevo hacia al balcón.

Cuando mi admirador llega a mirar el nido, solo ve al menor, pero


no halla ni rastro de nuestro intrépido volador. Entra y sale varias
veces del balcón mirando hacia todos lados infructuosamente.
Llega su compañera. Después de compartir unas palabras, sale
por la otra ventana y le grita que ha encontrado al loco mayor,
parado sobre la campana del extractor de olores de la cocina. Los
veo preocupados, pero pronto verán que no hay de qué preocu-
parse.

Nuevamente nuestro aventurero hace un vuelo con una parada


intermedia en una pequeña ventana y regresa al nido con su otro
hermano. Toda una odisea para el pequeño y para mi admirador
y su compañera. Debe presentir que, en cuestión de días, mis pe-
queños se irán rumbo a nuevos horizontes. Hoy ha confirmado
que la naturaleza es sabia y siempre sorprende.

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Mis hijos siguen en el nido, pero ya no caben. Los estoy invitando a
seguirme. Estoy segura de que lo harán, pero el menor aún no está
listo a pesar de que su hermano le ha mostrado cómo debe ser. Ya
veremos mañana qué sucede.

En este nuevo día, mi hijo mayor ha dejado el nido. Ya conoce el


vecindario y es hora de que aprenda mediante mis enseñanzas. El
menor aún no deja el nido, pero ya hizo sus primeros vuelos, algo
que ha sido del completo agrado de mi admirador, quien lo vio re-
volotear de un lado a otro. Es más, lo vio volar por los balcones de
arriba y posarse sobre una rama llena de espinas. En ese instante,
se mostraba preocupado, pero de eso se trata la vida, de experi-
mentar. Mi pequeño regresa al nido y permanece buen rato para
recuperar fuerzas.

En la tarde, mi hijo menor salió del nido y se paró sobre la rama


seca que nos trajo mi admirador. Parece estarse despidiendo de
nuestro anfitrión, quien debe presentir que hoy no nos verá más.
Está contento y veo que hace unas últimas fotos justo a tiempo,
porque mi pequeñito ya vuela perfectamente.

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Han pasado un par de meses y de nuevo veo muy poco a mi admi-
rador. Casi puedo asegurar que no está porque solo he visto a su
compañera. Tampoco he visto a su gran amigo de cuatro patas. Es
triste porque pensé que nos íbamos a ver de nuevo.

Aunque mi admirador no lo sepa, he decidido anidar en su balcón


de nuevo, pero voy a usar parte de mi nido viejo y lo pienso mover
al otro móvil, al que tiene figura de dragón. Las razones para hacer-
lo son varias: recibe menos sol directo y, muy seguramente, si llue-
ve, estará más cubierto, y, quién sabe, a lo mejor alguno de nues-
tros enemigos naturales se asuste de ver a un dragón.

Después de ocho días, he encontrado la ventana abierta. Mi admi-


rador está sentado mirando al balcón, pero resulta extraño. Creo
que no sabe de mi regreso. Está hablando con alguien que me da
la espalda. De hecho, yo puedo verlo por encima del hombro de
esta persona, pero sólo pasan unos minutos y lo veo saltar de la
silla gritando que me ha visto. Es muy gratificante ver que puedo
causar tanta sorpresa y alegría.

Hasta aquí, mi admirador tendrá una historia para recordar toda la


vida.

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HISTORIA

LEONARDO VILLA ALVAREZ

EDITOR

VICTOR MENCO HAECKERMANN

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