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El término 

edad de oro proviene de la mitología griega y fue recogido por primera vez por el
poeta griego Hesíodo. Se refiere al mito respecto a una etapa inicial de las edades del
hombre en la que este habría vivido en un estado ideal o utopía, cuando la humanidad era
(según se cree) pura e inmortal. En las obras literarias, la edad de oro usualmente acaba con
un acontecimiento devastador, que trae consigo la caída del hombre.

Índice

 1La edad de oro en la cultura occidental


o 1.1Cristianismo y edad de oro
 2La edad de oro en diversas culturas
 3Véase también
 4Referencias
 5Enlaces externos

La edad de oro en la cultura occidental[editar]


Véase también: Edades de la humanidad

La idea de una edad de oro aparece por vez primera en el poema los Trabajos y


días de Hesíodo (mitad del siglo VIII a. C.). Según el poeta se trata de la primera edad mítica,
el tiempo de «una dorada estirpe de hombres mortales», que «crearon en los primeros
tiempos los inmortales que habitaban el Olimpo. Vivieron en los tiempos de Crono, cuando
reinaba en el cielo;... » (Trabajos y días, versos 109 y siguientes). Hesíodo describe otras
cuatro eras que sucedieron a la edad de oro en orden cronológico: la edad de plata, la edad
de bronce, la edad de los héroes y la edad del hierro.
La mítica edad de oro descrita por Hesíodo está en la base de «toda la historia
del pensamiento griego, alimentando los sueños de los que por diversas razones rechazan el
mundo en que viven». La edad de oro no conoce ni la guerra, ni el trabajo, ni la vejez, ni la
enfermedad —las personas mueren en un sueño pacífico—, pues la tierra produce bienes en
cantidad suficiente para satisfacer todas las necesidades y, por consiguiente, no hay razón
para que surja ningún conflicto, por lo que las personas de la raza de oro llevan una vida
tranquila y feliz.1
El mito aparece también en el diálogo Político de Platón:1
…No había en absoluto constitución, ni posesión de mujeres ni de niños, porque desde el seno de la
tierra es de donde todos remontan a la vida, sin guardar ningún recuerdo de sus existencias anteriores.
En lugar de esto, poseían en profusión los frutos de los árboles y de toda una vegetación generosa, y
los recogían sin necesidad de cultivarlos en una tierra que se los ofrecía por sí misma. Vivían
frecuentemente al aire libre, sin cama ni vestidos, ya que las estaciones eran de un clima tan agradable
que no les ocasionaban molestias, y sus lechos eran nobles entre la hierba que crecía en abundancia.
La Edad de oro. Grabado de Virgil Solis para una edición de Las metamorfosis.

Algunas obras pastorales de ficción representan la vida en una imaginaria Arcadia como


continuación de la vida en la edad de oro; los pastores de tales tierras no permitieron que la
civilización los corrompiese.2
El poeta latino Ovidio también habla de las diferentes edades del hombre en Las
metamorfosis. La edad de oro tuvo lugar inmediatamente después de la creación del ser
humano cuando Saturno gobernaba el cielo, por lo que igualmente se la llamaba reinado de
Saturno: era un tiempo de inocencia, de justicia, de abundancia y de bondad. La Tierra
gozaba de una primavera perpetua, y los campos fructificaban sin necesidad de que los
cultivasen. Mas Saturno fue lanzado a las tinieblas del Tártaro y Júpiter se convirtió en el amo
del mundo, con lo que comenzó la edad de plata.
Se encuentra igualmente en las evocaciones de la edad de oro en otros autores y poetas
latinos como Tíbulo, en una de sus elegías, y Virgilio, en las Geórgicas.
No solo la literatura ha recogido la idea de una edad de oro, sino que la pintura acogió el
tema, a partir del Renacimiento, usando sobre todo el símbolo del laurel.
En el siglo XVII también se acogió como tema literario, y permaneció como tema popular de
tipo legendario.
La edad de oro (The Golden Age en inglés) es también el título de una obra del
escritor estadounidense Gore Vidal; así como una película del cineasta hispano-mexicano Luis
Buñuel.

Cristianismo y edad de oro[editar]


Véase también: Milenarismo

La Iglesia católica nunca negó el mito de la edad de oro. «Los Padres de la Iglesia, sobre
todo Agustín de Hipona y san Ambrosio, no dudaban de que en un principio Dios había creado
el mundo para que sus riquezas fueran comunes a todos los hombres. Pero el pecado
original había destruido este orden natural primitivo, obligando al hombre a trabajar y
causando la desigualdad entre los hombres». La Iglesia aceptó esta desigualdad —«solo una
élite de clérigos o laicos podía soñar con encontrar estas formas comunitarias e igualitarias
que se encarnaban en la vida monástica»—, «pero a principios del siglo XIV, cuando las
bases laica y eclesiástica de la sociedad feudal comienzan a resquebrajarse, la idea de un
retorno a la igualdad natural va a presentarse para algunos como la única solución a los males
de su tiempo, y el mito de la edad de oro va a verse reforzado con una crítica extremadamente
viva de la desigualdad social». Probablemente el movimiento de los taboritas de Bohemia sea
el más representativo de esta tendencia. Después de su fracaso renació en Alemania en el
siglo XVI bajo el impulso del reformador Thomas Münzer y tuvo su epígono en el movimiento
de los anabaptistas de Münster.3

La edad de oro en diversas culturas[editar]


Una idea análoga puede encontrarse en las tradiciones religiosas y filosóficas de Asia. Por
ejemplo, los Vedás (antiguos textos hinduistas escritos en sánscrito), concebían la historia en
forma cíclica, con alternancia entre las edades oscuras y las de oro: satiá iugá (edad de
oro), treta iugá (edad de plata), dwapara iugá (edad de bronce) y kali iugá (edad de hierro) se
corresponden con las cuatro edades griegas. Creencias similares pueden encontrarse en el
antiguo Oriente medio y a través de todo el mundo antiguo.
Según Giorgio de Santillana, que fuera profesor de historia en el MIT y coautor del
libro Hamlet's Mill,4 hay cerca de 200 mitos e historias folclóricas de 30 culturas antiguas que
hablan de un ciclo de edades ligadas al movimiento de los cielos. Algunos creyentes utópicos,
tanto políticos como religiosos, sostienen que la edad de oro volvería después de un período
de decadencia. Otros consideran, en particular los hindúes modernos, que la edad de oro
volverá gradualmente como una consecuencia natural de los cambiantes iugás (eras).
El milenarismo o quiliasmo1 es la doctrina según la cual Cristo volverá para reinar sobre la
Tierra durante mil años, antes del último combate contra el mal, produciendo la condena
del diablo a perder toda su influencia para la eternidad y comenzar el Juicio Universal. Tuvo
influencia en la Iglesia del siglo II de la era cristiana, en la Edad Media y durante el siglo
XX entre teólogos católicos de América del Sur influidos por la obra del jesuita chileno Manuel
Lacunza.2 Actualmente, es recordada entre algunos católicos tradicionalistas y protestantes
fundamentalistas.
Para algunos autores, el milenarismo, expresado en un utopismo de carácter secular pero
religioso, ha seguido vigente a través de proyectos políticos de salvación
universal o ingeniería social totalitaria.3

Índice

 1Apocalipsis
 2Polémica cristiana
 3El renacimiento del milenarismo
 4Joaquín de Fiore
 5Pervivencia del milenarismo
 6Manuel de Lacunza y Díaz
 7Milenarismo secular, teorías sobre su existencia y función
 8Referencias
 9Bibliografía
 10Véase también
 11Enlaces externos

Apocalipsis[editar]
La doctrina del milenarismo se apoya en el libro del Apocalipsis (revelación), atribuido a San
Juan. Se calcula que fue escrito hacia el año 96  d. C. Específicamente, toma literalmente el
capítulo 20 de este libro profético en el que se dice que el diablo permanecerá encarcelado en
el abismo por mil años. Apocalipsis 20:4-5 dice que en ese tiempo, Cristo volverá y reinará
junto a los mártires ("los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y de la
Palabra de Dios") y aquellos que no habían adorado a la bestia. El diablo será liberado por un
breve tiempo al finalizar ese período. Levantará contra Cristo las naciones de Gog y Magog y
marchará por toda la tierra hasta rodear el campamento de los santos. Entonces, caerá fuego
del cielo y los consumirá. El diablo será arrojado a un estanque de azufre junto al falso profeta
y la Bestia. A continuación, ocurrirá el Juicio de las Naciones o Juicio Universal: todos los
muertos resucitarán y comparecerán frente a Cristo, quien los juzgará según sus acciones.
Los que no estén en El Libro de la Vida serán arrojados también al estanque de fuego, lugar
que indica una destrucción eterna.
La Bestia no debe identificarse con el Diablo. Las referencias a ella en el Apocalipsis son
varias y es posible que aludieran al emperador romano, aunque la identificación con el
demonio tampoco es caprichosa. En este capítulo, de hecho la Bestia yace junto al diablo en
el fuego.
Los milenaristas calcularon esos mil años de distinta manera, pero siempre literalmente. Sin
embargo, este término de mil años no es de ningún modo un elemento esencial del milenio
para todos los cristianos por igual como es concebido por sus adherentes. Para la Iglesia
católica, todo se mueve en la esfera espiritual y religiosa; aún la descripción del fin del mundo
y del juicio final llevan este sello. La victoria sobre la bestia (el enemigo de Dios y de los
santos) y sobre el anticristo, así como el triunfo de Cristo y sus santos, son descritos en el
Apocalipsis de San Juan (Ap. 20-21), en figuras que recuerdan las de los escritores
apocalípticos judíos, especialmente de Daniel y del apócrifo de Enoc (o Henoc). Satanás es
encadenado en el abismo por mil años, los mártires y los justos se levantan de la muerte y
comparten el sacerdocio y reinado de Cristo. Un gran número de cristianos de la era
posapostólica, particularmente en Asia Menor, se entregaron tanto a la apocalíptica judía
como para poner un significado literal en esas descripciones del Apocalipsis de San Juan; el
resultado fue que el milenarismo se esparció y ganó acérrimos defensores no solamente entre
los heréticos (gnósticos como Cerinto) sino también entre los cristianos.

Modelo del milenialismo en el Apocalipsis de Juan

Polémica cristiana[editar]
La idea de un milenio bajo el reinado de Cristo en la Tierra formó parte importante de la
teología de los tres primeros siglos del cristianismo. Desde el siglo II varios polemistas
enfrentaron las tesis de los montanistas y otros creyentes que esperaban un rápido
advenimiento del Milenio y refutaron a quienes querían hacer cálculos sobre cuándo llegaría
esa edad, en la forma que posteriormente lo haría San Agustín, el autor de "La Ciudad de
Dios", recordando que Cristo había tenido el cuidado de no favorecer fechas precisas sobre su
segunda llegada cuando dijo: "En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los
Ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo mi Padre", en el llamado sermón escatológico del
Evangelio de Mateo 24:36. La forma en que consideraban el milenio el
gnóstico Cerinto, Papías, Justino4 e Ireneo de Lyon y otros escritores de los primeros siglos
del cristianismo, tienen como punto de partida el libro de Apocalipsis, pero también
declaraciones milenaristas que se encuentran en los escritos de Pedro y de Pablo, así como
en el Padrenuestro: "Venga Tu Reino", esto es, a la Tierra, para que aquí se haga Su
voluntad, como se hace en el cielo (Cf. Mt 6).
Eusebio de Cesarea no era partidario del Milenio. Aparentemente esa opinión antimilenarista
suya fue la que influyó en la forma en que trata a los milenaristas, entre los cuales también
hubo gnósticos, a pesar de que en general los gnósticos fueron los primeros en abominar de
la sola idea de un reinado de Cristo sobre la Tierra.
Por ejemplo, leemos a Eusebio de Cesarea en Historia Eclesiástica III, 28:
Esta es la doctrina que enseñaba Cerinto: el reino de Cristo será terrenal. Y como amaba el cuerpo y
era del todo carnal, imaginaba que iba a encontrar aquellas satisfacciones a las que anhelaba, las del
vientre y del bajo vientre, es decir del comer, del beber, del matrimonio: en medio de fiestas, sacrificios e
inmolaciones de víctimas sagradas, mediante lo cual intentó hacer más aceptables tales tesis.

La alusión al "falso mesías" en el Apocalipsis fue interpretada como señal de que antes del
Juicio Final aparecerá un personaje así, también llamado Anticristo, lo que por otra parte es
predicado por Jesús en el Evangelio de Mateo. Esto movió a identificar al falso mesías con
diversos gobernantes y Papas. Para el reformador Martín Lutero, por ejemplo, el Anticristo era
sin duda el Papa. A través de toda la Edad Media, escritores eclesiásticos intentaron
interpretar el pasaje en el que San Juan menciona el milenio.
Pese a la condena extraoficial con carácter de oficial para muchos, aun en 1790, año en que
el jesuita chileno Manuel Lacunza culminó en Imola su obra La venida del Mesías en Gloria y
Majestad, persistía el milenarismo como una corriente marginal y esporádica en el seno de la
Iglesia Católica. El libro de Lacunza, en todo caso, fue incluido en el Index Librorum
Prohibitorum (el listado de libros prohibidos por la Inquisición).
Debido a que así creían una parte de los santos Padres de la antigüedad, no
solamente Papías de Hierápolis, sino también, entre otros, Justino Mártir, Policarpo, y el
insigne Ireneo de Lyon, para Lacunza condenar el milenarismo equivaldría a condenar a una
nube de testigos entre los tres siglos primeros y a echar por tierra el mismísimo concepto de la
sucesión apostólica, ya que algunos de los primeros obispos cristianos eran milenaristas.
Prescindiendo del número mil, y por extensión, comenzó a llamarse milenaristas a los
movimientos religiosos que ponen énfasis en el regreso de Cristo, la fundación de la Nueva
Jerusalén (la ciudad de los justos) y el castigo a los pecadores.

El renacimiento del milenarismo[editar]


La idea milenarista se dejó sentir, con un ímpetu cada vez mayor, a partir del siglo XII para
pronto extenderse por toda Europa a través de incontables sectas militantes, entre las cuales
las huestes de Dolcino en Italia, los taboritas bohemios y los campesinos revolucionarios
de Thomas Müntzer así como los anabaptistas de Münster en Alemania se destacan por su
radicalidad y por los horrendos baños de sangre con que se cerraron aquellos episodios. 5
Las razones de este renacimiento del milenarismo no son evidentes y lo más probable es que
exista aquí una fuerte relación con el militantismo belicoso que invade a la cristiandad a partir
de la Primera Cruzada, que se desencadena haciéndose eco del famoso Sermón de Clermont
realizado por el papa Urbano II en 1095. Las “guerras santas” de aquella época se dan a su
vez en un contexto económico y social cada vez más apremiante, donde el aumento
poblacional estaba desbordando las capacidades de la agricultura europea. Había así muchos
segmentos poblacionales que no podían acceder a la tierra ni tampoco a posiciones dentro de
los estamentos establecidos de la sociedad medieval y entre los cuales tendía a imponerse un
estilo de vida itinerante. Fuese como fuese, la marea de la fe militante se volcaría hacia el
mundo, ya sea para conquistarlo, como en el caso de la Tierra Santa, luego de América, o
para reformarlo de raíz, como en el seno mismo de la antigua cristiandad.

Joaquín de Fiore[editar]
Será a fines del siglo XII cuando el milenarismo encontrará su teórico más destacado y de
lejos más influyente: el monje calabrés Joaquín de Fiore (Gioacchino da Fiore, 1135-1202),
“de espíritu profético dotado”, para usar las palabras que Dante le dedicó en La divina
comedia.6 Paul Johnson lo califica en su Historia del Cristianismo, con toda razón, como el
más erudito, sistemático y “científico” de todos los creadores medievales de sistemas
proféticos. Además, “no era un rebelde, sino un elegante abate calabrés, protegido por tres
papas, un hombre cuya conversación complació a Ricardo Corazón de León en su viaje
durante la Tercera Cruzada.”7
El monje calabrés Joaquín de Flor, mientras viajaba por Galilea entre 1156 y 1157, tuvo una
experiencia mística en el Monte Tabor, luego del cual obtuvo el don de la exégesis. Para él la
historia de la humanidad es un proceso de desarrollo espiritual, que pasa por tres fases: la
Edad del Padre de 5000 años (Era de la Ley), la Edad del Hijo de 2000 años (Era de la
Gracia) y la Edad del Espíritu Santo de 1000 años (Era del Amor).
Joaquín es el creador de una interpretación de la historia que, al igual que la de San Agustín,
debe ser considerada como una de las grandes novedades culturales de Occidente y,
además, como el restablecimiento sistemático del milenarismo. Tal como Karl Löwith lo dice:
“Joaquín abrió la puerta a una revisión fundamental de mil años de historia y de teología
cristiana [...] Su creencia en un último progreso providencial hacia la culminación de la historia
de salvación dentro de la estructura misma de la historia del mundo es radicalmente nueva en
comparación con el diseño de Agustín.” 8 La esencia de la concepción del monje calabrés
reside en su visión de la historia como manifestación progresiva de la Trinidad, es decir, como
un proceso dividido en tres grandes fases, a través de las cuales se pasa a niveles más altos
de perfección, culminando en un estadio de plenitud y bienaventuranza caracterizado por la
libertad, la santidad, la inocencia, el amor y la armonía contemplativa que Joaquín llamó ordo
monachorum. Para él, la humanidad había superado ya la primera fase en esta evolución, la
Época de Padre, y se encontraba al final de la segunda fase, la Época del Hijo, cuyo término
pronosticaba, apoyándose en el pasaje 12:6 del Apocalipsis, para el año 1260. Joaquín se
consideraba a sí mismo como el anunciador de la tercera y dichosa fase, como el Juan
Bautista de la Época del Espíritu Santo. El paso a esta tercera época estaría marcado por
hechos de un dramatismo propiamente apocalíptico, como ser enormes guerras y sufrimientos
relacionados con la aparición del muy temido Anticristo, el cual sería finalmente derrotado, el
pueblo judío convertido y el milenio abriría así sus ansiadas puertas.
La grandiosa visión histórica de Joaquín conocería un destino singular. Algunos de sus
discípulos radicalizarían su profecía, pasando en muchos casos a la preparación práctica de
la renovatio mundi anunciada y la creación de esa especie de hombre nuevo medieval que es
el homo bonus de Dolcino, uno de los seguidores más temidos de las profecías de Joaquín.
Otros adoptarían las formas más radicales del movimiento franciscano, en cuyo seno tanto las
profecías reales como las atribuidas a Joaquín tuvieron gran influencia. Ante el clima de cisma
generalizado que dominaba a la cristiandad de entonces, la Iglesia respondió, por medio de
la Inquisición, con una brutal represión de los disidentes más extremos. Las profecías del
abate calabrés pasaron desde entonces a alimentar el submundo de la herejía y de la
subversión, inspirando nuevas y nuevas generaciones de rebeldes durante los siglos
venideros. Pero no solo los Dolcino, los Müntzer o los Campanella recibirían inspiración de
Joaquín. A través de la gran influencia de la obra del alemán Gotthold Ephraim Lessing (uno
de los grandes referentes intelectuales de Marx) titulada Sobre la educación de la especie
humana de 1780 se relanzará, desde el seno mismo de la Ilustración, el esquema triádico de
Joaquín, preanunciando las formulaciones hegelianas y, por su conducto, las marxistas. En
Francia, las ideas del abate calabrés serán reivindicadas por los discípulos de Henri de Saint-
Simon y Auguste Comte rendirá homenaje a Joaquín en quien verá uno de sus predecesores.
Entre los jóvenes hegelianos (entre quienes se cuentan Marx, Engels y Bakunin) la visión de
Joaquín fue relanzada en 1838 por el conde polaco August von Cieszkowski en una obra
señera titulada Prolegómenos sobre la filosofía de la historia. En esta obra Cieszkowski
plantea la necesidad de pasar a la acción, formulando lo que él mismo llama una “filosofía de
la praxis” (“die Philosophie der Praxis”). Así, Joaquín de Fiore entrará de lleno al panteón de la
modernidad y le pondrá su sello a nuestras utopías contemporáneas.
Incluso en nuestros días el monje calabrés no pierde su actualidad. Según se pudo leer en
el Sunday Times del 27 de marzo de 20099 el portavoz de la Santa Sede, padre Raniero
Cantalamessa, afirmó que Joaquín fue citado tres veces en los discursos de la campaña
electoral de Barack Obama como una autoridad moral y un visionario.10 Ante esto,
Cantalamessa recordaba que, tal como el mismo Papa Benedicto XVI hace no mucho lo
sostuvo, para la Iglesia Católica los pensamientos de Joaquín eran “falsos y heréticos”. Sin
embargo, nadie ha podido encontrar las supuestas referencias de Obama a Joaquín.

Pervivencia del milenarismo[editar]


La reforma protestante del siglo XVI vino luego a prestar terreno fértil para una nueva ola de
difusión del pensamiento milenarista, que tomaría las formas más diversas, inspirando desde
respetables sociedades científicas en Inglaterra hasta muchos de los emigrantes que partirían
para buscar la tierra prometida más allá del Atlántico. La caída del Imperio bizantino (1453)
mereció interpretaciones milenaristas, también el descubrimiento de América movió a muchos
espíritus a entender el acontecimiento como un signo de la llegada de los tiempos
profetizados por San Juan. El monje dominicano Francisco de la Cruz, condenado a la
hoguera en 1578, predicó el traslado del papa a Lima, la Nueva Jerusalén; él mismo se llamó
el "tercer David" y proclamó la espera de un "Tercer Testamento". En plena Era Moderna,
muchos siguieron ocupándose de la interpretación del Apocalipsis. El propio Isaac Newton, el
descubridor de la ley de gravedad, escribió sobre la antigua profecía e hizo cálculos acerca
del cumplimiento de sus plazos. En 1595 se publicaron las profecías de san Malaquías,
supuestamente datadas en el siglo XII, que han adquirido un carácter apocalíptico fijando una
fecha aproximada del fin del mundo a través de una lista de papas. Dado que esta profecía
determina una fecha próxima para tal suceso (después del actual papa, Francisco, hasta el fin
del mundo quedaría un solo papa: Pedro de Roma), han adquirido gran popularidad
recientemente.
Las ideas del fin de los tiempos, de la Nueva Jerusalén y la de los elegidos que reinarán junto
a Jesús fueron centrales en iglesias protestantes que se establecieron en Norteamérica. La
sectarización de algunos de estos grupos, sobre todo por basarse en la idea de los elegidos,
los aisló de sus comunidades y redujo su influencia. En cambio, otras iglesias milenaristas,
como la de los anabaptistas, llegaron a ser populares. Durante el siglo XX algunas
iglesias evangélicas fundamentalistas articularon una visión milenarista, con una concepción
sobre el Arrebatamiento para preservar a los creyentes antes de los acontecimientos finales y
la proximidad del regreso de Cristo, revelada de acuerdo con sus interpretaciones, por el
restablecimiento del estado de Israel. Los Testigos de Jehová también sostienen la idea de un
reino milenario, aunque con diferencias muy marcadas respecto a la interpretación del mismo.
El concepto de un milenio de paz y prosperidad en la tierra bajo el gobierno de Jesucristo y de
144.000 elegidos es una de las enseñanzas y creencias fundamentales de este grupo, muy
socorrida en sus publicaciones.
Manuel de Lacunza y Díaz

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