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EL DAÑO AL "PROYECTO DE VIDA" EN UNA RECIENTE SENTENCIA DE LA CORTE

INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS (Carlos Fernández Cesáreo)


…………………………………………………………………………………………………………………………………………

Para Carlos Fernández Cesáreo, el Derecho regula conductas intersubjetivas de personas


libres, por lo que el denominado daño a la persona, es el daño tanto a su unidad
psicosomática, como a su libertad. El primero se traduce en daños biológicos o daños a la
salud (entre ellos el daño moral), pues no afectan la libertad del hombre, no se proyectan al
futuro, tendiendo a disiparse con el transcurso del tiempo. En cambio, el daño al proyecto de
vida incide sobre la libertad del hombre, a realizarse como persona según su libre decisión,
daño que lo acompaña durante todo su ciclo vital.
Fernández Cesáreo nos expone un análisis sobre el primer fallo dictado por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos que recoge el denominado daño al proyecto de vida,
distinguiéndolo del daño moral, después de trece años de haber sido distinguido en el Código
Civil nacional, como sabemos a propuesta del propio maestro Fernández Cesáreo.

CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS

CASO LOAYZA TAMAYO

SENTENCIA DE 17 DE SEPTIEMBRE DE 1997

(Extracto)

En el caso Loayza Tamayo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, integrada


por los siguientes jueces:

Hernán Salgado Pesantes, presidente


Antonio A. Cansado Trinidad, vicepresidente
Héctor Fin-Zamudio, Juez
Alejandro Montiel Argüello, Juez
Máximo Pacheco Gómez, Juez
Oliver Jacana, Juez y
Alirio Abreu, Juez
presentes, además,

Manuel E. Ventura Robles, secretario y


Víctor M. Rodríguez Recia, Secretariado adjunto interino
de acuerdo con los artículos 29 y 55 del Reglamento de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (en adelante "la Corte" o "la Corte Interamericana", dicta la siguiente sentencia
sobre el presente caso.

1. El 12 de enero de 1995 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en adelante "la


Comisión" o "la Comisión Interamericana") sometió ante la Corte Interamericana un caso
contra la República del Perú (en adelante "el Estado o "el Perú") que se originó en una
denuncia (N° 11.154). En su demanda, la Comisión invocó los artículos 50 y 51 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos (en adelante "la Convención" o "la Convención
Americana") y 26 y siguientes del Reglamento de la Corte (en adelante "el Reglamento")
entonces vigente (1). La Comisión sometió este caso para que la corte decidiera si hubo
violación de los siguientes artículos de la Convención: 7 (Derecho a la Libertad Personal), 5
(Derecho a la Integridad Personal), 8 (Garantías Judiciales) y 25 (Protección Judicial), en
relación con el artículo 1.1 de la misma Convención, por la supuesta "privación ilegal de la
libertad, tortura, tratos crueles, inhumanos y degradantes, violación a las garantías judiciales
y doble enjuiciamiento con base en los mismos hechos, de María Loayza Tamayo, en violación
de la Convención" y del artículo 51.2 de la Convención por haberse negado a "dar
cumplimiento a las recomendaciones formuladas por la Comisión". Además, pidió que declare
que el Perú "debe reparar plenamente a María Elena Loayza Tamayo por el grave daño
-material y moral- sufrido por ésta y, en consecuencia; (que) orden(ara) al Estado peruano
que decrete su inmediata libertad y la indemnice en forma adecuada" y lo condene al pago de
las costas de este proceso.

II

2. La Corte es competente para conocer el presente caso. Perú ratificó la Convención


el 28 de julio de 1978 y aceptó la competencia de la Corte el 21 de enero de 1981.

(...)

46. La Corte considera demostrados los siguientes hechos:

a. Que el 6 de febrero de 1993 la señora María Elena Loayza Tamayo fue detenida
por miembros de la DINCOTE en un inmueble ubicado en la calle Motobomba, Manzana D, Lote
18, Urbanización Los Naranjos, Distrito Los Olivos, Lima, Perú (cf. Informe del Equipo de
Trabajo del Gobierno del Perú de 1994; Atestado Ampliatorio N° 049-DIVICOTE 3-DINCOTE el
25 de febrero de 1993; notificación de detención de María Elena Loayza Tamayo de 6 de
febrero de 1993 de la DINCOTE; Informe Nº 176-93-DEGPNP-EMP-EMG/DIPANDH; manifestación
de María Elena Loayza Tamayo de 15 de febrero de 1993 rendida ante la DINCOTE; testimonio
de María Elena Loayza Tamayo de 12 de diciembre de 1996 y de Luis Alberto Cantoral
Benavides de 11 de diciembre de 1996).

b. Que cuando se llevó a cabo la detención de la señora María Elena Loayza


Tamayo, existía en el Departamento de Lima y en la Provincia Constitucional del Callao, un
estado de emergencia y de suspensión de las garantías contempladas en los incisos 7,9,10 y
20.g) del artículo 2 de la Constitución peruana que regía en ese momento (cf. Constitución
Política del Perú de 1979 y Decreto Supremo de Emergencia N° 006-93-DE-CCFFAA del 19 de
enero de 1993; demanda y contestación de la demanda).

c. Que del 6 al 26 de febrero de 1993, la señora María Elena Loayza Tamayo estuvo
retenida administrativamente en la DINCOTE; que del 6 al 15 de los mismos mes y año estuvo
incomunicada (cf. Informe del Equipo de Trabajo del Gobierno del Perú de 1994; Atestado
Ampliatorio N° 049-DIVICOTE 3-DINCOTE de 25 de febrero de 1993; manifestación de María
Elena Loayza Tamayo de 15 de febrero de 1993 rendida ante la DINCOTE; testimonios de Juan
Alberto Delgadillo Castañeda, Luis Guzmán Casas y Luis Alberto Cantoral Benavides de 11 de
diciembre de 1996; de María Elena Loayza Tamayo de 12 de diciembre de 1996; de Víctor
Álvarez Pérez de 5 de febrero de 1997 y dictamen León Carlos Arlarían de 5 de febrero de
1997; demanda y contestación de la demanda); que no tuvo el derecho de interponer alguna
acción de garantía para salvaguardar su libertad personal o cuestionar la legalidad o la
arbitrariedad de su detención (cf. Decretos-Leyes N° 25.475 (delito de terrorismo) y N° 25.659
(delito de traición a la patria).

d. Que la señora María Elena Loayza Tamayo, junto con otras personas, fue
exhibida públicamente a través de medios de comunicación con un traje a rayas como
terrorista, aun sin haber sido procesada ni condenada (...).

e. Que la señora María Elena Loayza Tamayo no pudo comunicarse con su familia
mientras estuvo incomunicada en la DINCOTE y durante ese período fue examinada por un
médico que dictaminó que presentaba equimosis (...).

f. Que la señora María Elena Loayza Tamayo fue procesada -junto con otros
imputados en un proceso acumulado- por el delito de traición a la patria por el fuero militar;
que el 25 de febrero de 1993 se le abrió el Atestado Policial N° 049-DIVICOTE 3-DINCOTE por
ese delito; que posteriormente fue puesta a disposición del Juzgado Especial de Marina para
su juzgamiento y por orden de éste, desde el 27 de febrero hasta el 3 de marzo de 1993,
permaneció con el Hospital Veterinaria del Ejército; que el 5 de marzo de 1993 el juzgado
Especial de Marina la absolvió; que el 2 de abril de 1993 el Consejo de Guerra Especial de
Marina la condenó; que el 11 de agosto de 1993 El Tribunal Especial del Consejo Supremo de
Justicia Militar la absolvió del delito de traición a la patria y que el 24 de septiembre de 1993
la Sala Plena del Tribunal Supremo Militar Especial confirmó la absolución de la señora María
Elena Loayza Tamayo; que las instancias de este proceso fueron sumarias (...).

g. Que, del 24 de septiembre de 1993, fecha en que la Sala Plena del Tribunal
Supremo Militar Especial confirmó la sentencia absolutoria a favor de la señora María Elena
Loayza Tamayo, hasta el 8 de octubre del mismo año, cuando se inició el proceso en el fuero
común, la señora Loayza Tamayo permaneció detenida (...).

h. Que posteriormente, la señora María Elena Loayza Tamayo fue procesada en el


fuero ordinario por el delito de terrorismo; que el 8 de octubre de 1993 el 43° Juzgado Penal
de Lima dictó Auto Asertorio de Instrucción; que el 10 de octubre de 1994 el Tribunal Especial
sin rostro del Fuero Común la condenó a 20 años de pena privativa de la libertad y que el 6 de
octubre de 1995 la Corte Suprema de Justicia confirmó la sentencia anterior (...).

i. Que en el Perú la jurisdicción militar también se aplica a civiles; que la señora


María Elena Loayza Tamayo fue juzgada, tanto en el fuero militar como en el ordinario, por
"jueces sin rostro"; que la calificación legal del ilícito fue efectuada por la DINCOTE y sirvió de
base en ambas jurisdicciones (...).

j. Que en el fuero militar existió una práctica que dificultó el derecho a los
procesador por traición a la patria a escoger un abogado defensor de su confianza (...); que
durante el proceso de instrucción de la señora María Elena Loayza Tamayo en el fuero militar
no procedía ningún tipo de libertad; que durante el proceso seguido ante el fuero civil por el
delito de terrorismo, no obstante que pudo escoger un abogado de su elección, se le
obstaculizó el acceso al expediente y el derecho a ejercer la defensa en forma amplia y libre
(...).

k. Que la señora María Elena Loayza Tamayo se encuentra privada de libertad en


forma ininterrumpida desde el 6 de febrero de 1993 hasta la fecha (...); que actualmente
permanece encarcelada en el Pabellón "C" del Centro Penitenciario de Máxima Seguridad de
Mujeres de Chorrillos, donde se le puso en una celda muy reducida, sin ventilación ni luz
natural, con media hora de sol al día, con aislamiento celular continuo y con un régimen de
visitas sumamente restringido -incluso para sus hijos- situación que fue objeto de medidas
provisionales ante esta Corte (...).

l. Que durante la época de la detención de la señora María Elena Loayza Tamayo,


existió en el Perú una práctica generalizada de tratos crueles, inhumanos y degradantes con
motivo de las investigaciones criminales por delitos de traición a la patria y terrorismo (...).

XI

47. Previamente a las consideraciones sobre los alegatos de las partes, la Corte deberá
resolver el alegato del Perú en el sentido de la "improcedencia de la demanda por el no
agotamiento de los recursos internos...", por lo cual consideró que la Corte se "atribuyó
jurisdicción en forma indebida".

48. La Corte considera que, con ese alegato, Perú pretende reabrir, en la presente
etapa del fondo del caso, una cuestión de admisibilidad ya resuelta por esta Corte. Por lo
tanto, desestima el alegato por notoriamente improcedente por tratarse de materia ya
decidida por sentencia de 31 de enero de 1996 (...), la cual es definitiva e inapelable.

XII

49. La Corte pasa a examinar las alegaciones y pruebas presentadas por las partes y
estima que:

a. No hay contención sobre el hecho de que la señora María Elena Loayza Tamayo
haya sido detenida el 6 de febrero de 1993 por miembros de la DINCOTE en un inmueble
ubicado en la calle Motobomba, Manzana D, Lote 18, Urbanización Los Naranjos, Distrito Los
Olivos, Lima, Perú. Tampoco la hay de que permaneció incomunicada durante los días
comprendido entre el 6 y el 15 de febrero de 1993 (...).

b. Le corresponde a esta Corte determinar si dicha detención se ajustó a los


términos del artículo 7 de la Convención y en este caso considerará, si el estado de
emergencia y de suspensión de garantías que había sido decretado en el Departamento de
Lima y en la Provincia Constitucional del Callao a partir del 22 de enero de 1993, es relevante
en el presente caso.

50. El artículo 27 de la Convención Americana regula la suspensión de garantías en los


casos de guerra, peligro público u otra emergencia que amenace la independencia seguridad
de un Estado Parte, para lo cual éste deberá informar a los demás Estados Partes por conducto
del secretario general de la OEA, "de las disposiciones cuya aplicación haya suspendido, de los
motivos que hayan suscitado la suspensión y de la fecha en que haya dado por terminada tal
suspensión". Si bien es cierto que la libertad personal no está incluida expresamente entre
aquellos derechos cuya suspensión no se autoriza en ningún caso, también lo es que esta Corte
ha expresado que

los procedimientos de hábeas corpus y de amparo son de aquellas garantías judiciales


indispensables para la protección de varios derechos cuya suspensión está vedada por el
Artículo 27.2 y sirven, además, para preservar la legalidad en una sociedad democrática (y
que) aquellos ordenamientos constitucionales y legales de los Estados Partes que autoricen,
explícita o implícitamente, la suspensión de los procedimientos de hábeas corpus o de amparo
en situaciones de emergencia, deben considerarse incompatibles con las obligaciones
internacionales que a esos Estados impone la Convención (El hábeas corpus bajo suspensión de
garantías (arts. 27.2, 25.1 y 7.6 Convención Americana sobre Derechos Humanos), Opinión
Consultiva OC-8 del 30 de enero de 1987. Serie A Nº 8, párr. 42 y 43).

... las garantías judiciales indispensables para la protección de los derechos humanos
no susceptibles de suspensión, según lo dispuesto en el artículo 27.2 de la Convención, son
aquellas a las que ésta se refiere expresamente en los artículos 7.6 y 25.1, consideradas
dentro del marco y según los principios del artículo 8, y también las inherentes a la
preservación del Estado de Derecho, aun bajo la legalidad excepcional que resulta de la
suspensión de garantías. (Garantías judiciales en estados de emergencia (arts. 27.2, 25 y 8
Convención Americana sobre Derechos Humanos), Opinión Consultiva OC-9/87 del 6 de octubre
de 1987. Serie A Nº 9, párr. 38).

51. El artículo 6 del Decreto-Ley N° 25.659 (delito de traición a la patria) dispone que

en ninguna de las etapas de la investigación policial y del proceso penal proceden las
Acciones de Garantía de los detenidos, implicados o procesados por delito de terrorismo,
comprendidos en el Decreto Ley Nº 25.475, ni contra lo dispuesto en el presente Decreto Ley.

La Corte observa, en el expediente del caso en trámite ante ella, que la notificación de
fecha 6 de febrero de 1993 que hizo la policía a la señora María Elena Loayza Tamayo le
comunicó que había sido detenida para el "esclarecimiento del Delito de Terrorismo". El
Estado ha manifestado que, si bien la señora María Elena Loayza Tamayo no tenía acceso al
recurso de hábeas corpus, podía haber interpuesto algún otro recurso que, sin embargo, el
Perú no precisó.

52. La Corte considera que, de acuerdo con el artículo 6 del Decreto Ley N° 25.659
(delito de traición a la patria), la señora María Elena Loayza Tamayo no tenía derecho a
imponer acción de garantía alguna para salvaguardar su libertad personal o cuestionar la
legalidad de su detención (...), independientemente de la existencia o no del estado de
suspensión de garantías.

53. Durante el término de la incomunicación a que fue sometida la señora María Elena
Loayza Tamayo y el proceso posterior en su contra, ésta no pudo ejercitar las acciones de
garantía que, de acuerdo con el criterio de esta misma Corte, no pueden ser suspendidas.

54. Con mayor razón, considera esta Corte que fue ilegal la detención de la señora
María Elena Loayza Tamayo con posterioridad a la sentencia final en el proceso militar de
fecha 24 de septiembre de 1993 y hasta que se dictó el auto asertorio de instrucción en el
fuero ordinario el día 8 de octubre del mismo año. De lo actuado en el proceso está probado
que en dicho lapso se aplicó también la disposición del artículo 6 del Decreto Ley N° 25.659
(delito de traición a la patria).

55. En consecuencia, la Corte concluye que el Perú violó en perjuicio de la señora


María Elena Loayza Tamayo el derecho a la libertad personal y el derecho a la protección
judicial, establecidos respectivamente en los artículos 7 y 25 de la Convención Americana.

XIII

56. La Comisión Interamericana alegó que el Perú violó el derecho a la integridad


personal de la señora María Elena Loayza Tamayo, en contravención del artículo 5 de la
Convención.
57. La infracción del derecho a la integridad física y psíquica de las personas es una
clase de violación que tiene diversas connotaciones de grado y que abarca desde la tortura
hasta otro tipo de vejámenes o tratos crueles, inhumanos o degradantes cuyas secuelas físicas
y psíquicas varían de intensidad según los factores endógenos y exógenos que deberán ser
demostrados en cada situación concreta. La Corte Europea de Derechos Humanos ha
manifestado que, aun en la ausencia de lesiones, los sufrimientos en el plano físico y moral,
acompañados de turbaciones psíquicas durante los interrogatorios, pueden ser considerados
como tratos inhumanos. El carácter degradante se expresa en un sentimiento de miedo, ansia
e inferioridad con el fin de humillar, degradar y de romper la resistencia física y moral de la
víctima (cf. Case of Irlanda v. Té Unidad Kendo, Kendo of 18 Janear 1978, Series A no, 25
párr. 167). Dicha situación es agravada por la vulnerabilidad de una persona ilegalmente
detenida (cf. Case Janear v. Austria, Kendo of 4 Desembre 1995, Series A no. 336, párr. 36).
Todo uso de la fuerza que no sea estrictamente necesario por el propio comportamiento de la
persona detenida constituye un atentado a la dignidad humana (cf. Ibíd. párr. 38) en violación
del artículo 5 de la Convención Americana. Las necesidades de la investigación y de las
dificultades innegables del combate al terrorismo no deben acarrear restricciones a la
protección de la integridad física de la persona.

58. Aun cuando la Comisión alegó en su demanda que la víctima fue violada durante su
detención, la Corte, después de analizar el expediente y, dada la naturaleza del hecho, no
está en condiciones de darlo por probado. Sin embargo, los otros hechos alegados como la
incomunicación durante la detención, la exhibición pública con un traje infamante a través de
medios de comunicación, el aislamiento en celda reducida, sin ventilación ni luz natural, los
golpes y otros maltratos como el ahogamiento, la intimidación por amenazas de otros actos
violentos, las restricciones al régimen de visitas (...), constituyen formas de tratos crueles,
inhumanos o degradantes en el sentido del artículo 5.2 de la Convención Americana. De las
alegaciones y pruebas examinadas aparecen elementos graves y convergentes, y no
desvirtuados por el Estado, que permiten válidamente presumir la existencia de una práctica
de tratos crueles, inhumanos y degradantes en la cual se enmarca el presente caso de la
señora María Elena Loayza Tamayo, en violación del derecho a la integridad personal
consagrado en el artículo 5 de la Convención Americana.

XIV

59. La Comisión alegó que en los procesos llevados a cabo en el fuero privativo militar
por el delito traición a la patria y en el fuero común por el delito de terrorismo contra la
señora María Elena Loayza Tamayo, el Estado peruano violó los siguientes derechos y garantías
del debido proceso legal contemplados en la Convención Americana: derecho de ser oído por
un tribunal independiente e imparcial (artículo 8.1); derecho a que se presuma la inocencia
(artículo 8.1 y 8.2); derecho a la plena igualdad en el proceso (artículo 8.2); derecho de
defensa (artículo 8.2.d); derecho de no ser obligada a declarar contra sí misma y a declarar
sin coacción de ninguna naturaleza (artículos 8.2. g) y 8.3) y garantía judicial que prohíbe el
doble enjuiciamiento penal por los mismos hechos (artículo 8.4).

60. En relación con el argumento de la Comisión de que los tribunales militares que
juzgaron a la señora María Elena Loayza Tamayo carecen de independencia e imparcialidad,
requisitos exigidos por el artículo 8.1 de la Convención como elementos indispensables del
debido proceso, la Corte considera que es innecesario pronunciarse por cuanto la señora María
Elena Loayza Tamayo fue absuelta por dicha jurisdicción castrense y, por tanto, la posible
ausencia de estos requisitos no le causaron perjuicio jurídico en este aspecto, con
independencia de otras violaciones que se examinarán en los párrafos siguientes de este fallo.
61. En primer término, al aplicar los Decretos Leyes N° 25.659 (delito de traición a la
patria) y N° 25.475 (delito de terrorismo) expedidos por el Estado, la jurisdicción militar del
Perú violó al artículo 8.1 de la Convención, en lo que concierne a la exigencia de juez
competente. En efecto, al dictar sentencia firme absolutoria por el delito de traición a la
patria del cual fue acusada la señora María Elena Loayza Tamayo, la jurisdicción militar
carecía de competencia para mantenerla en detención y menos aún para declarar, en el fallo
absolutorio de última instancia, que "existiendo evidencia de la comisión del delito de
terrorismo dispone remitir los actuados pertinentes al Fuero Común y poner a disposición de la
Autoridad competente a la referida denunciada". Con esta conducta los tribunales castrenses
actuando ultra vires usurparon jurisdicción e invadieron facultades de los organismos
judiciales ordinarios, ya que según el mencionado Decreto Ley N° 25.475 (delito de
terrorismo), correspondía a la Policía Nacional y al Ministerio Público la investigación de ese
ilícito y a los jueces ordinarios el conocimiento del mismo. Por otra parte, dichas autoridades
judiciales comunes eran las únicas que tenían la facultad de ordenar la detención y decretar
la prisión preventiva de los acusados. Como se desprende de los anterior, los referidos
Decretos Leyes N° 25.659 (delito de traición a la patria) y N° 25.475 (delito de terrorismo)
dividieron la competencia entre los tribunales castrenses y los ordinarios y atribuyeron el
conocimiento del delito de traición a la patria a los primeros y el de terrorismo a los
segundos.

62. En segundo término, la señora María Elena Loayza Tamayo fue enjuiciada y
condenada por un procedimiento excepcional en el que, obviamente, están sensiblemente
restringidos los derechos fundamentales que integran el debido proceso. Estos procesos no
alcanzan los estándares de un juicio justo ya que no se reconoce la presunción de inocencia;
se prohíbe a los procesados contradecir las pruebas y ejercer el control de las mismas; se
limita la facultad del defensor al impedir que éste pueda libremente comunicarse con su
defendido e intervenir con pleno conocimiento en todas las etapas del proceso. El hecho de
que la señora María Elena Loayza Tamayo haya sido condenada en el fuero ordinario con
fundamento en pruebas supuestamente obtenidas en el procedimiento militar, no obstante ser
este incompetente, tuvo consecuencias negativas en su contra en el fuero común.

63. El Perú, por conducto de la jurisdicción militar, infringió el artículo 8.2 de la


Convención, que consagra el principio de presunción de inocencia, al abrir a la señora María
Elena Loayza Tamayo la comisión de un delito diverso a aquel por el que fue acusada y
procesada, sin tener competencia para ello, pues en todo caso, como antes se dijo, (...) esa
imputación sólo correspondía hacerla a la jurisdicción ordinaria competente.

64. La Comisión alega que la señora María Elena Loayza Tamayo fue coaccionada para
que declarara contra sí misma en el sentido de admitir su participación en los hechos que se le
imputaban. No aparece en autos prueba de estos hechos, razón por la cual la Corte considera
que, en el caso, no fue demostrada la violación de los artículos 8.2.g y 8.3 de la Convención
Americana.

65. La Comisión solicitó el desagravió a la señora Carolina Loayza Tamayo, abogada


defensora de la señora María Elena Loayza Tamayo, por las supuestas maniobras intimidatorias
y acusaciones falsas que le hizo la DINCOTE. La Corte observa que dicha abogada no fue
incluida como víctima en el informe que la Comisión remitió al Estado con fundamento en el
artículo 50 de la Convención, por lo cual, esta petición no procede.

XV
66. En cuanto a la denuncia de la Comisión sobre violación en perjuicio de la señora
María Elena Loayza Tamayo de la garantía judicial que prohíbe el doble enjuiciamiento, la
Corte observa que el principio de non bis in ídem está contemplado en el artículo 8.4 de la
Convención en los siguientes términos:

...

4. El inculpado absuelto por una sentencia firme no podrá ser sometido a nuevo juicio
por los mismos hechos.

Este principio busca proteger los derechos de los individuos que han sido procesados
por determinados hechos para que no vuelvan a ser enjuiciados por los mismos hechos.

A diferencia de la fórmula utilizada por otros instrumentos internacionales de


protección de derechos humanos (por ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de las Naciones Unidas, artículo 14.7, que se refiere al mismo "delito"), la Convención
Americana utiliza la expresión "los mismos hechos", que es un término más amplio en
beneficio de la víctima.

67. En el caso presente, la Corte observa que la señora María Elena Loayza Tamayo fue
procesada en el fuero privativo militar por el delito de traición a la patria que está
estrechamente vinculado al delito de terrorismo, como se deduce de una lectura comparativa
del artículo 2, incisos a, b, y c del Decreto Ley N° 25.659 (delito de traición a la patria) y de
los artículos 2 y 4 del Decreto Ley N° 25.475 (delito de terrorismo).

68. Ambos decretos-leyes se refieren a conductas no estrictamente delimitadas por lo


que podrían ser comprendidas indistintamente dentro de un delito como en otro, según los
criterios del Ministerio Público y de los jueces respectivos y, como en el caso examinado, de la
"propia Policía (DINCOTE). Por lo tanto, los citados decretos-leyes en este aspecto son
incompatibles con el artículo 8.4 de la Convención Americana.

69. El Juzgado Especial de Marina, en sentencia de fecha 5 de marzo de 1993, que


quedó firme después de haberse ejercido contra la misma los recursos respectivos, absolvió a
la señora María Elena Loayza Tamayo del delito de traición a la patria y agregó que
"apareciendo de autos evidencias e indicios razonables que hacen presumir la
responsabilidad ... por delito de Terrorismo, ilícito penal tipificado en el Decreto-Ley número
veinticinco mil cuatrocientos setenta y cinco, procede remitir copia certificada de todos los
actuados policiales y judiciales el Fiscal Provincial de Turno ... a fin de que conozcan los de la
materia y proceda conforme a sus atribuciones legales...".

70. La Corte no acepta la afirmación del Estado en el sentido de que la sentencia de 5


de marzo de 1993 no hizo otra cosa que "inhibirse al conceptuar que los actos que se imputan
a María Elena Loayza Tamayo no constituyen delito de traición a la patria sino de terrorismo
[ya que] el término de absolución que utilizó la Justicia Militar... no se equipara a lo que
realmente puede entenderse del significado de esa palabra...". En dicha sentencia, que
resolvió un proceso seguido también contra otras personas, el mencionado Tribunal utilizó,
refiriéndose a algunas de ellas, la frase "se inhibe del conocimiento del presente caso con
respecto a..". Si la intención judicial hubiera sido la de limitar su pronunciamiento a un asunto
de incompetencia, habría empleado idéntica fórmula al referirse a la señora María Elena
Loayza Tamayo. No fue lo que hizo, sino que, al contrario, usó la expresión "absolución".

71. La Comisión presentó copias de varias sentencias dictadas por los tribunales
militares para demostrar que, cuando este fuero se considera incompetente para conocer un
caso similar, utiliza el concepto jurídico de "inhibición". Textualmente, en una de ellas, el
Consejo de Guerra Especial de Marina resolvió "[su i]inhibitoria ... a favor del Fuero Común
debiendo remitirse los actuados al Señor fiscal provincial en lo Penal de Turno por constituir
los hechos del delito de Terrorismo, a fin de que se pronuncie conforme a sus atribuciones; y
los devolvieron".

72. La Corte observa que el Juez Instructor Especial de Marina, al absolver a la señora
María Elena Loayza Tamayo y a otros procesados, dictó una sentencia, con las formalidades
propias de la misma, al expresar que lo hacía: "Administrando justicia a nombre de la Nación,
juzgando las pruebas de cargo y de descargo con criterio de conciencia y a mérito de la
facultad concedida en el artículo primero del Decreto Ley veinticinco mil setecientos ocho y
artículo primero del Decreto Ley veinticinco mil setecientos veinticinco, concordante con la
Ley Constitucional de fecha seis de enero de mil novecientos noventeros". Además, decidió
"sin lugar el pago de reparación civil", que sólo procede cuando se absuelve a una persona y no
cuando se declara una incompetencia.

73. Por cuanto, en las sentencias firmes pronunciadas por los tribunales militares y
ordinarios en relación con la señora María Elena Loayza Tamayo no se precisa los hechos sobre
los cuales se fundamentan para absolver en primer lugar y condenar luego, es necesario acudir
al atestado policial y a las acusaciones respectivas para identificarlos.

74. Ante la jurisdicción militar los citados hechos se consignan de manera imprecisa en
el Atestado Ampliatorio Nº 049-DIVICOTE 3-DINCOTE de 25 de febrero de 1993 y,
concretamente, en la parte relativa de la acusación formulada por el Fiscal Militar ante el
Juzgado Especial de Marina el 4 de marzo de ese año, se le imputa a la señora María Elena
Loayza Tamayo que

[era integrante] del Departamento de Socorro Popular del Partido Comunista del Perú-
Sendero Luminoso, conformando la "Célula de Dirección", y (era) responsable de la elaboración
de los planes de acción para cada campaña o período determinado, así como de la dirección,
supervisión, control y abastecimiento logístico de los destacamentos y milicias que ejecutan
las diversas acciones terroristas.

...

Asimismo, se ha determinado que María Elena LOAYZA Tamayo, alias "Rita" (es autora)
del delito de Traición a la Patria y se encuentra comprendido(a) en el Decreto Ley Nº 25.659
por los siguientes argumentos:

- Por haber efectuado acciones a favor de la organización terrorista del Partido


Comunista del Perú-Sendero Luminoso con empleo de armas de fuego y artefactos explosivos.

- Por pertenecer a la organización terrorista del PCP-SL con nivel dirigencial


"Comunista", "Mando Político", "Mando Militar", "Activistas Combatientes", lo que se corrobora
con sus manifestaciones, actas de reconocimiento, documentación incautada.

- Por pertenecer a un grupo dedicado a realizar "Aniquilamiento" de diferentes


personas y como tales encargados de seleccionar los objetivos, planificación y ejecución de
dichas acciones...

- Por haber demostrado en todo momento que tiene preparación ideológica e


importancia dentro de la organización terrorista, al negar en todo momento su vinculación o
aceptar lo mínimo para aparentar y demostrar coartadas a fin de evadir o atenuar su
responsabilidad penal, que es característica en los componentes de esta agrupación,
exponiendo su cinismo y fanatismo para de ese modo conservar su "regla de oro" (secreto y no
delatar), conforme a sus principios doctrinarios.

- Se ha llegado a establecer que los inmuebles en donde realizaban reuniones para


planificar, coordinar, retransmitir directivas, evaluar las acciones, efectuar balances y para el
adoctrinamiento Ideológico-Político son los siguientes:

- El inmueble de María Elena Loayza Tamayo, alias "Rita”, en donde residían en forma
clandestina Nataly Mercedes Salas Morales alias "Cristina" y Vilma Ulda Antauro alias
"Mónica"...

75. Ante la jurisdicción común la instrucción se inició mediante auto dictado por el 43º
Juzgado Penal de Lima, el 8 de octubre de 1993, el cual se apoyó en el mismo atestado
policial ampliatorio. Dicho auto, en la parte pertinente sostuvo que:

existiendo evidencias de la comisión del delito de terrorismo contra los referidos


encausados; a que se les atribuye a los denunciados formar parte del Partido Comunista del
Perú -Sendero Luminoso- que para la consecución de sus fines utilizan medios terroristas...

Igualmente, en dicho auto se requirió a la DINCOTE que remitiera los documentos,


manifestaciones policiales y anexos el atestado policial mencionado, entre éstos las
manifestaciones de la señora María Elena Loayza Tamayo, la notificación de su detención, su
ficha biográfica, el acto de registro domiciliario de su residencia y los documentos que en ésta
fueron incautados.

76. La Corte considera que en el presente caso la señora María Elena Loayza Tamayo
fue absuelta por el delito de traición a la patria por el fuero militar, no sólo en razón del
sentido técnico de la palabra "absolución", sino también porque el fuero militar, en lugar de
declararse incompetente, conoció de los hechos, circunstancias y elementos probatorios del
comportamiento atribuido, los valoró y resolvió absolverla.

77. De lo anterior la Corte concluye que, al ser juzgada la señora María Elena Loayza
Tamayo en la jurisdicción ordinaria por los mismos hechos por los que había sido absuelta en
la jurisdicción militar, el Estado peruano violó el artículo 8.4 de la Convención Americana.

XVI

78. La Comisión solicitó que se condenara al Estado por la violación del artículo 51.2 de
la Convención por haberse negado a "dar cumplimiento a las recomendaciones formuladas por
la Comisión".

79. La Corte ha dicho anteriormente que, de conformidad con la regla de


interpretación contenida en el artículo 31.1 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los
Tratados, el término "recomendaciones", usado por la Convención Americana, debe ser
interpretado conforme a su sentido corriente (Caso Caballero Delgado y Santana, Sentencia
del 8 de diciembre de 1995. Serie C Nº 22, párr. 67 y Caso Genie Lacayo, Sentencia de 29 de
enero de 1997, Serie C Nº 30, párr. 93).

80. Sin embargo, en virtud del principio de buena fe, consagrado en el mismo artículo
31.1 de la Convención de Viena, si un Estado suscribe y ratifica un tratado internacional,
especialmente si trata de derechos humanos, como es el caso de la Convención Americana,
tiene la obligación de realizar sus mejores esfuerzos para aplicar las recomendaciones de un
órgano de protección como la Comisión Interamericana que es, además, uno de los órganos
principales de la Organización de los Estados Americanos, que tiene como función "promover
la observancia y la defensa de los derechos humanos" en el hemisferio (Carta de la OEA,
artículos 52 y 111).

81. Asimismo, el artículo 33 de la Convención Americana dispone que la Comisión


Interamericana es un órgano competente junto con la Corte "para conocer de los asuntos
relacionados con el cumplimiento de los compromisos contraídos por los Estados Partes", por
lo que, al ratificar dicha Convención, los Estados Partes se comprometen a atender las
recomendaciones que la Comisión aprueba en sus informes.

82. En relación con este punto la Corte concluye que la violación o no del artículo 51.2
de la Convención no puede plantearse en un caso que, como el presente, ha sido sometido a
consideración de la Corte, por cuanto no existe el informe señalado en dicho artículo.

XVII

83. En su petitorio, la Comisión solicitó a la Corte que ordenara al Perú reparar


"plenamente a la señora María Elena Loayza Tamayo por el grave daño -material y moral-
sufrido por ésta" y que ordenara decretar "su inmediata libertad".

El artículo 63.1 de la Convención Americana establece que:

Cuando decida que haya violación de un derecho o libertad protegidos en esta


Convención, la Corte dispondrá que se garantice al lesionado en el goce de su derecho o
libertad conculcados. Dispondrá, asimismo, si ello fuera procedente, que se reparen las
consecuencias de la medida o situación que ha configurado la vulneración de esos derechos y
el pago de una justa indemnización a la parte lesionada.

84. Como consecuencia de las violaciones señaladas de los derechos consagrados en la


Convención, y especialmente de la prohibición de doble enjuiciamiento, en perjuicio de la
señora María Elena Loayza Tamayo y, por aplicación del artículo anteriormente transcrito, la
Corte considera que el Estado del Perú debe, de acuerdo con las disposiciones de su derecho
interno, ordenar la libertad de la señora María Elena Loayza Tamayo dentro de un plazo
razonable.

85. En cuanto a otro tipo de reparaciones, la Corte requiere la información y elementos


probatorios suficientes a fin de decretarlas, por lo que ordena abrir la etapa procesal
correspondiente, a cuyo efecto se comisiona al presidente para que oportunamente adopte las
medidas que sean necesarias.

XVIII

POR TANTO:

LA CORTE,

DECIDE,

por unanimidad,
1. Que el Estado del Perú violó en perjuicio de María Elena Loayza Tamayo el derecho a
la libertad personal reconocido en el artículo 7 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, en relación con los artículos 25 y 1.1 de la misma.

por unanimidad,

2. Que el Estado del Perú violó en perjuicio de María Elena Loayza Tamayo el derecho a
la integridad personal reconocido en el artículo 5 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, en relación con el artículo 1.1 de la misma.

por unanimidad,

3. Que el Estado del Perú violó en perjuicio de María Elena Loayza Tamayo las
garantías judiciales establecidas en el artículo 8.1 y 8.2 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, en relación con los artículos 25 y 1.1 de la misma, en los términos
establecidos en esta sentencia.

por seis votos contra uno,

4. Que el Estado del Perú violó en perjuicio de María Elena Loayza Tamayo las garantías
judiciales establecidas en el artículo 8.4 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, en relación con el artículo 1.1 de la misma.

Disiente el Juez Alejandro Montiel Argüello.

por seis votos contra uno,

5. Que ordena que el Estado del Perú ponga en libertad a María Elena Loayza Tamayo
dentro de un plazo razonable, en los términos del párrafo 84 de esta sentencia.

Disiente el Juez Alejandro Montiel Argüello.

por unanimidad,

6. Que el Estado del Perú está obligado a pagar una justa indemnización a la víctima y
a sus familiares y a resarcirles los gastos en que hayan incurrido en sus gestiones ante las
autoridades peruanas con ocasión de este proceso, para lo cual queda abierto el
procedimiento correspondiente.

El Juez Montiel Argüello hizo conocer a la Corte su Voto Disidente y los Jueces Cansado
Trinidad y Jacana su Voto Concurrente Conjunto, los cuales acompañarán a esta sentencia.

Redactada en español e inglés, haciendo fe el texto en español, en San José, Costa


Rica, el día 17 de septiembre de 1997.

Hernán Salgado Pesantes, presidente


Antonio A. Cansado Trinidad
Héctor Fin Zamudio
Alejandro Montiel Argüello
Máximo Pacheco Gómez
Oliver Jacana
Alirio Abreu Burelli
Manuel E. Ventura Robles, secretario

Leída en sesión pública en la sede de la Corte en San José, Costa Rica, el día 20 de
septiembre de 1997.

Comuníquese y ejecútese.

Hernán Salgado Pesantes, presidente


Manuel E. Ventura Robles, secretario

Este documento es copia fiel y auténtica del original que reposa en los archivos de la
Secretaría de la Corte.

San José, 22 de septiembre de 1996

Manuel E. Ventura Robles, secretario.

VOTO DISIDENTE DEL JUEZ MONTIEL ARGÜELLO

1. No me satisfacen algunas de las afirmaciones, apreciaciones y argumentos de la


sentencia que antecede en relación con violaciones a la Convención Americana, mas considero
innecesario entrar a detallar cada una de ellas en un caso tan complejo, salvo cuando
conducen a conclusiones contrarias a las que han sido aprobadas.

2. He votado afirmativamente todos los puntos de la parte dispositiva, excepto los


referentes al doble enjuiciamiento de la señora María Elena Loayza Tamayo (artículo 8.4 de la
convención) y a la orden de libertad de la misma. A continuación, expondré las razones que he
tenido para votar en contra de la decisión de la Corte sobre esos dos puntos.

3. Es cierto, que la sentencia dictada por la Sala Plena del Tribunal Supremo
Militar Especial el día 24 de septiembre de 1993 confirmó la absolución de María Elena Loayza
Tamayo por el delito de Traición a la Patria, mas esa frase no puede ser interpretada en forma
literal y con independencia de su contexto.

4. Si esa frase hubiera tenido por fundamento que la imputada no había cometido
los hechos que fueron materia del proceso militar, constituiría un juzgamiento que impediría
un proceso posterior ante la justicia común.

5. Es cierto también, que la referida sentencia no indica en forma expresa cuál es


el fundamento de la "absolución", mas él puede deducirse fácilmente del resto de la frase
decisiva de que la "absolución" forma parte.

6. En efecto, en el resto de esa frase decisoria se dice que:

" en lo que atañe a María Elena Loayza Tamayo la absuelve del delito de Traición a la
Patria y existiendo evidencia de la comisión del delito de terrorismo dispone remitir los
actuados pertinentes al Fuero Común y poner a disposición de la autoridad competente a la
referida denunciada".

7. De lo anterior aparece claro que lo que el Tribunal Militar decidió en su


sentencia no fue que María Elena Loayza Tamayo no había cometido los hechos que se le
imputaban, sino que, tales hechos no constituían el delito de Traición a la Patria y que el
tribunal no tenía competencia para juzgar el delito de terrorismo cuyo juzgamiento
correspondía a otros jueces.

8. El hecho de que en otros casos los jueces se hayan inhibido de conocer, lo que
sería técnicamente lo correcto, no modifica la forma en que debe ser interpretada su decisión
en el presente caso. Tampoco lo hace el que la decisión se haga "sin responsabilidad civil", ya
que esto también sería consecuencia necesaria de que los hechos imputados no se
encontraban en la esfera de competencia del juzgado.

9. Como consecuencia de todo lo anterior, no puede decirse, que los tribunales


militares hayan juzgado a María Elena Loayza Tamayo, sino que, se limitaron a hacer una
calificación jurídica de los hechos que se le imputaban y al constatar que no constituían el
delito sobre el que tenían competencia para juzgar, se inhibieron de hacerlo y pasaron el
expediente a los jueces comunes que sí tenían competencia.

10. Al llegar el caso al conocimiento de los jueces y declarar éstos la culpabilidad


de la procesada por el delito de terrorismo, no ha habido, pues, un doble juzgamiento y una
violación de la Convención.

11. Respecto de la orden de libertad de María Elena Loayza Tamayo, la Corte ha


usado una fórmula bastante oscura que equivale a un decreto de absolución de la procesada y
como fundamento se aducen las violaciones de los derechos consagrados en la Convención,
especialmente de la prohibición del doble enjuiciamiento. Cualesquiera que sean los vicios de
un proceso, ellos pueden conducir a su anulación por un superior competente, pero no a la
absolución del reo. En cuanto al doble enjuiciamiento, podría entrar a otras consideraciones,
más lo estimo innecesario en vista de que, en mi opinión, no ha existido tal violación.

Manuel E. Ventura Robles, secretario.


Alejandro Montiel Argüello, Juez

VOTO CONCURRENTE CONJUNTO DE LOS JUECES Chancado TRINDADE Y JACKMAN

Hemos votado en favor del punto resolutivo 3 de la presente Sentencia, pero nos vemos
obligados a dejar constancia de nuestro entendimiento del alcance del artículo 8.1 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, tal como fue considerado por la Corte en las
circunstancias del presente caso Loayza Tamayo. En base del hecho de que los tribunales
militares peruanos absolvieron a la señora María Elena Loayza Tamayo, la Corte consideró
innecesario pronunciarse sobre el argumento de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de que estos tribunales carecen de independencia e imparcialidad, como es
requerido por el artículo 8.1 de la Convención.

Si bien es cierto que, en este caso, dichos tribunales absolvieron a la detenida,


pensamos que tribunales militares especiales, compuestos por militares nombrados por el
Poder Ejecutivo y subordinados a los cánones de la disciplina militar, asumiendo una función
que compete específicamente al Poder Judicial, dotados de jurisdicción para juzgar no sólo a
militares sino también a civiles, que emiten sentencias -como en el presente caso-
desprovistos de motivación, no alcanzan los estándares de las garantías de independencia e
imparcialidad requeridos por el artículo 8.1 de la Convención Americana, como elemento
esencial del debido proceso legal.

Antonio A. Cansado Trinidad


Oliver Jacana
Manuel E. Ventura Robles
Secretario.

ANÁLISIS Y CRÍTICA

I.- EL DAÑO AL PROYECTO DE VIDA Y SU PAULATINA INCORPORACIÓN A LOS


ORDENAMIENTOS JURÍDICOS.

Cuando en la década de los años ochenta centramos nuestra atención y reflexionamos


sobre la naturaleza y los alcances del "daño a la persona" comprendimos su trascendencia, así
como pudimos comprobar cómo, increíblemente, la doctrina y la jurisprudencia, con pocas
excepciones, no habían reparado en el pasado no lejano en la necesidad de proteger
preventiva, integral y unitariamente a la persona. Por siglos, tradicionalmente, los jueces sólo
se preocupaban de indemnizar tan sólo los daños que generaban consecuencias patrimoniales
y, de cuando en vez, se consideraba el llamado "daño moral", entendido como dolor o
sufrimiento (premium dolores). El daño emergente y el lucro cesante agotaban el horizonte de
la responsabilidad civil.

La situación hasta hace poco reinante en el mundo de la responsabilidad civil se


inspiraba, como bien se sabe, en una concepción individualista-patrimonialista, donde el
interés dominante era la protección del patrimonio y donde señoreaba la culpa como el único
factor de atribución. Ello explica el desentendimiento de la doctrina y de la jurisprudencia en
lo atinente a la reparación de los daños a la persona cuando ellos originaban consecuencias de
naturaleza extrapatrimonial, no mensurables en dinero. El dinero, y no el ser humano, era la
medida de todas las cosas. Y, cuando se empezó tímidamente a considerar la reparación de
los daños de aquel carácter, sólo se tuvo en cuenta al hombre productor de riqueza, al homo
Faber. Los menores de edad, los ancianos, las amas de casa, los jubilados, los desocupados,
los religiosos, quedaban marginados

La exclusiva deshumanizante visión patrimonialista del derecho explica el histórico


descuido en lo tocante a la tutela integral del ser humano. No obstante, los estragos y los
horrores de las dos guerras mundiales ocurridas en la primera mitad del siglo XX y los avances
de la tecnología fueron los detonantes que suscitaron una reacción de parte de los hombres de
pensamiento. Esta reacción originaría la forja de una concepción humanista-personalista del
derecho en la cual la preocupación central dejaba de ser el patrimonio para ser sustituida,
con razón, por la persona.

Los filósofos de la primera mitad del siglo XX "redescubren" la estructura bidimensional


del ser humano como la de un ser simultáneamente libre y social. Quedó atrás la insuficiente
definición del hombre que divulgara Boecio en el siglo VI como siendo tan sólo una "sustancia
indivisa de naturaleza racional". La singular calidad ontológica del ser humano, que hace que
cada uno de ellos sea único, irrepetible, idéntico a sí mismo, explica su particular dignidad.
Dignidad de la que derivan todos aquellos atributos que, por su calidad espiritual, requieren
de una protección diferente a aquella que históricamente se ha dispensado a las cosas del
mundo, a los instrumentos de los que se vale el hombre para realizarse como persona.

El "redescubrimiento" del ser humano, que evidencia su dignidad de ser libre, nos
permite comprender los diversos daños que es posible causarle, según sea el aspecto de su
unidad existencial donde, primariamente, puedan ellos incidir. Lo que es fundamental en
nuestra indagación es el poder haber diferenciado, para los efectos de una cabal reparación,
es que el daño a la envoltura psicosomática, ya sea al soma o a la psique, es distinto que el
daño que afecte su libertad, que es el sustento de la unidad existencial.

Aunque al tema nos referimos específicamente en el punto Nº VI de este trabajo, cabe


adelantar, en relación con lo anteriormente expresado, que un daño al soma o a la psique es
de diverso grado que uno que incida en la libertad. Si bien todos están interrelacionados por
tratarse de una unidad existencial, por lo cual un específico daño repercute, en alguna
medida, en las otras esferas de la persona, es posible comprender que el daño más grave es
aquel que lesiona la libertad en cuanto ser del hombre.

Un daño somático -una herida en uno cualquiera de los miembros o en la mano-


repercute en la psique al afectar la salud, el estado de bienestar, y producir algún
sufrimiento. Un daño psíquico -derivado de una cierta tortura- se refleja también en el soma,
a través de desarreglos funcionales o de otra índole. Un estado de terror produce un sudor
frío. El daño psicosomático, si bien incide primariamente en alguno de sus componentes,
afecta la unidad existencial.

Como también lo mencionamos más adelante, el daño psicosomático es diferente al


daño que se puede causar a la libertad. Se entiende que, a la libertad en el tramo de su
Faber, de su aparición en el mundo donde campean las conductas intersubjetivas. Es decir, al
ejercicio de la libertad, a la realización, cumplimiento o frustración de una decisión libre.
Observamos en la libertad dos instancias o tramos: el subjetivo, íntimo, que es el de la
decisión u opción entre un abanico de posibilidades existenciales, y el objetivo o el de la
realización o puesta en acción de aquella decisión. Este último tramo es él puede ser
afectado, ya que la libertad subjetiva sólo se elimina con la muerte del sujeto.

El ser humano, al decidir en cuanto ontológicamente libre, escoge entre un proyecto u


otro. El ser humano vive proyectando. Se proyecta en tanto el ser humano es libre y temporal.
Entre estos múltiples proyectos que emanan de una libre decisión del ser humano existe uno
que es el más importante: se trata de lo que se designa como el "proyecto de vida". Este
proyecto conlleva la aspiración de vida de la persona, aquello que desea "ser" y "hacer" en su
vida. En él está dado su propio destino. Esta es la verdadera trascendencia del "proyecto de
vida".

Recién, en los últimos años, se ha comprendido en toda su dimensión la complejidad y


riqueza del ser humano y los múltiples daños de que puede ser objeto. Entre éstos se está
atendiendo, con especial énfasis, aquel que incide en el proyecto de vida. Prueba de ello son
las diversas sentencias que, a nivel de la jurisprudencia comparada, empiezan a considerarlo
para los efectos de su debida reparación. En un trabajo anterior hemos comentado algunas de
ellas. En esta oportunidad nos referiremos a una medular y paradigmática sentencia de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica donde, precisamente,
se reconoce y repara un daño al proyecto de vida.

En el artículo 1985º del Código Civil peruano se considera como reparable el genérico
"daño a la persona", que comprende todos los diversos daños que puedan ocasionárseles al ser
humano incluyendo el "daño al proyecto de vida". Hemos comprobado que se ha comenzado a
solicitar en ciertas demandas, cuando es el caso, la reparación a las consecuencias derivadas
de un daño a la persona, incluyendo el mal llamado "daño moral", así como de aquellas
generadas por la frustración o menoscabo o retardo del "proyecto de vida".

En el Proyecto de Código Civil para la República Argentina, terminado en marzo de


1999 y entregado por el Ejecutivo a la Cámara de Diputados en julio último, se considera en el
artículo 1600º, inciso b), el daño al "proyecto de vida". Como se aprecia el asunto, dada su
especial trascendencia, va siendo incorporado a la legislación contemporánea además de las
referencias bibliográficas que a él se refieren.

II.- ALCANCES DE LA SENTENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS


DE SAN JOSÉ DE COSTA RICA: EL CASO "MARÍA ELENA LOAYZA TAMAYO".

La Corte Interamericana de Derechos Humanos, con fecha 27 de setiembre de 1997,


dictó sentencia en el caso "María Elena Loayza Tamayo", quien había sido absuelta del delito
de traición a la patria (terrorismo agravado) por la justicia militar y luego procesada por los
mismos hechos, bajo el cargo de terrorismo, por la justicia común. La Corte consideró que se
habían violado las garantías judiciales recogidas en el artículo 8º de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos. Es decir, concretamente, en lo concerniente al principio non bis in
ídem. En efecto, el parágrafo 8.4 de la citada Convención dispone textualmente que "el
inculpado absuelto por una sentencia firme no podrá ser sometido a nuevo juicio por los
mismos hechos".

En la sentencia de reparaciones de 27 de noviembre de 1998, la Corte ordenó que el


Estado peruano "ponga en libertad a María Elena Loayza Tamayo dentro de un plazo
razonable". Así mismo, dispuso el pago de parte del Estado peruano de una "justa
indemnización a la víctima y a sus familiares y a resarcirles los gastos en que hayan incurrido".

La Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica, en la


mencionada sentencia de reparaciones de 27 de noviembre de 1988, reconoce expresamente
la existencia del "proyecto de vida". Lo muestra, con acierto, como la más importante
dimensión de la libertad ontológica en que consiste el ser humano. Como se advierte, se trata
de una sentencia de la jurisdicción supranacional que contribuye, de manera notoria, a
"reorientar y enriquecer la jurisprudencia internacional en materia de reparaciones con el
enfoque y el aporte propios del Derecho Internacional de los Derechos Humanos" (1).

El fallo que glosamos facilita, además, la más amplia difusión -a nivel de la doctrina y
de la jurisprudencia comparada- del significado del "proyecto de vida" como la más importante
expresión de la libertad en su tramo objetivo. En esta sentencia, por consiguiente, también se
pone de manifiesto el alcance que tiene, dentro del genérico concepto de daño a la persona,
el daño a dicho proyecto de vida (2).

En la mencionada sentencia, luego de analizar en términos generales los alcances


conceptuales de la noción referente al "proyecto de vida", la Corte sostiene que es posible
causar un daño a dicho proyecto ya sea frustrándolo, retardando su cumplimiento o
menoscabándolo en alguna medida. Es así que, con referencia al caso concreto sometido a su
jurisdicción, reconoce, precisamente, "la existencia de un grave daño al 'proyecto de vida' (3)
de María Elena Loayza Tamayo derivado de la violación de sus derechos humanos". Ella había
sido injustamente encarcelada durante cinco años por el presunto delito de terrorismo,
habiendo sufrido en este lapso diversas agresiones contra su persona.

Para la Corte, el "daño al proyecto de vida" de María Elena Loayza Tamayo atenta
contra su desarrollo personal por factores que, siéndole ajenos, le son a ella "impuestos en
forma injusta y arbitraria, con violación de las normas vigentes y de la confianza que pudo
depositar en órganos del poder público obligados a protegerla y a brindarle seguridad para el
ejercicio de sus derechos y la satisfacción de sus legítimos intereses" (4).

Del mismo modo, la Corte reconoce que en el caso de la víctima es "evidente que los
hechos violatorios en su contra impidieron la realización de sus expectativas de desarrollo
personal y profesional, factibles en condiciones normales, y causaron daños irreparables a su
vida, obligándola a interrumpir sus estudios y trasladarse al extranjero, lejos del medio en que
se había desenvuelto, en condiciones de soledad, penuria económica y severo quebranto físico
y psicológico". En el fallo se concluye que "este conjunto de circunstancias directamente
atribuibles a los hechos violatorios que ha examinado esta Corte, ha alterado en forma grave y
probablemente irreparable la vida de la señora Loayza Tamayo, e impedido que ésta alcance
las metas de carácter personal, familiar y profesional que razonablemente pudo fijarse" (5).

De lo manifestado por la Corte se aprecia que, si bien el daño sufrido por la actora no
frustró de manera radical su proyecto de vida, sí alteró "en forma grave y tal vez irreparable"
dicho proyecto, habiéndole impedido alcanzar las metas u objetivos que se había propuesto.

III.- PRELIMINAR APROXIMACIÓN AL "PROYECTO DE VIDA".

En cuanto a este específico como radical daño al "proyecto de vida", en el


pronunciamiento de la Corte se deja constancia que "conviene manifestar que este concepto
ha sido materia de análisis de parte de la doctrina y de la jurisprudencia recientes". En
efecto, por nuestra parte y desde 1985, en diversos trabajos publicados tanto en el Perú como
en el extranjero venimos insistiendo en la existencia de un daño al "proyecto de vida" como
expresión objetiva de la libertad en que ontológicamente consiste el ser humano. A través de
ellos hemos delineado sus alcances conceptuales y determinado cuáles son las graves
consecuencias que para el ser humano se derivan del daño que pueda causársele (6). Hemos
también expresado nuestra sorpresa por el hecho de que tanto la doctrina como la
jurisprudencia hayan ignorado hasta ahora la existencia del "proyecto de vida" así como la
reparación de las consecuencias del daño que pudiera ocasionársele.

En dichos trabajos hemos tratado de precisar que sólo es posible concebir la existencia
de un "proyecto de vida" tratándose de un ser libre y temporal como es el ser humano. La
libertad, en su vertiente subjetiva, es la capacidad de decisión del ser humano. Esta íntima
decisión, generada en el mundo de la subjetividad, supone preferir una determinada opción
entre un abanico de posibilidades existenciales que le ofrece el mundo. El ser humano, en
cuanto libre es, por ello, un ser proyectivo. El ser humano vive proyectándose en el tiempo.

En su vertiente objetiva la libertad se plasma, a raíz de una decisión subjetiva,


principalmente en el "proyecto de vida" así como en todos los otros proyectos que posibilitan
el "hacer la vida", que permiten el desarrollo integral de la persona. Por ello, nos hemos
referido en otro lugar "al proyecto", en singular, -que no es otro que el "proyecto de vida"- y a
"los proyectos", en plural, es decir, a todos los demás que el ser humano elige y trata de
realizar en su tiempo existencial.

Pero, como se ha señalado, el "proyecto de vida" no sólo es posible en cuanto el ser


humano es ontológicamente libre, sino también porque, simultáneamente, es un ser temporal.
A partir del presente, apoyado en su pasado, el ser humano se proyecta permanentemente
hacia el futuro. El ser humano, como lo refiere Heidegger, es tiempo (7). De ahí que, a través
de decisiones libres, se va realizando en el tiempo. La vida no es algo acabado o terminado.
Ella se va haciendo permanentemente, desplegada en el tiempo. La página final de una
biografía coincide con la muerte.

Debemos distinguir entre el tiempo existencial, que es propio de cada ser humano, que
se extiende desde la concepción hasta la muerte, del tiempo cósmico o universal. Nuestra
referencia es, por cierto, al primero de ellos, es decir, al tiempo existencial. Es decir, a
"nuestro" tiempo.
De otro lado, y como lo señala la propia sentencia de la Corte Interamericana, el daño
al "proyecto de vida" ha sido considerado y debidamente indemnizado por la jurisprudencia
comparada. El ingreso en el derecho vivo de la figura del daño al "proyecto de vida" es la más
convincente demostración de su vigencia y de su aplicabilidad en la protección y defensa de
los derechos humanos. Son de nuestro conocimiento algunas sentencias, especialmente
argentinas y peruanas, en las cuales se indemnizan los daños causados al "proyecto de vida" en
cuanto expresión de la libertad. En ciertos casos, si bien no se hace expresa mención al
"proyecto de vida", es clara su alusión no obstante emplearse otros términos.

IV.- CARACTERIZACIÓN DEL "PROYECTO DE VIDA" EN LA SENTENCIA DE LA CORTE


INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS Y EN LOS CORRESPONDIENTES VOTOS RAZONADOS.

a.- El proyecto de vida en la sentencia de la Corte.

Es para nosotros alentador comprobar cómo, después de casi quince años de habernos
ocupado por primera vez del daño al "proyecto de vida", una instancia jurisdiccional del rango
y jerarquía de la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoce y consagra, a través de
la sentencia del caso "María Elena Loayza Tamayo", la existencia de una nueva manifestación
objetiva de la libertad como es el "proyecto de vida" así como de la posibilidad cierta de su
violación mediante una determinada acción dañosa. Estamos seguros que este fundamentado y
lúcido reconocimiento del proyecto de vida y su certero rico análisis conceptual, tendrá
pronta y amplia repercusión en la jurisprudencia comparada y movilizará a un sector de la
doctrina, que aún lo desconoce, a ocuparse de esta inédita dimensión de los derechos
humanos.

El "proyecto de vida", en el pronunciamiento de la Corte, "se asocia al concepto de


realización personal, que a su vez se sustenta en opciones que el sujeto puede tener para
conducir su vida y alcanzar el destino que se propone". Se trata, en este caso, de opciones que
el ser humano, en cuanto libre, escoge entre una multitud de posibilidades existenciales. La
opción que el hombre elige le ha de permitir, como apunta el fallo, "conducir su vida y
alcanzar el destino que se propone" (8). Es decir, otorgar un sentido a su decurso existencial.
En otros términos, la Corte estima que en el "proyecto de vida" está en juego nada menos que
el futuro del ser humano, lo que libremente ha decidido "ser" y "hacer" de su vida.

En cuanto a las opciones o posibilidades existenciales, la Corte precisa que ellas son "la
garantía de la libertad". La libertad supone decidir, elegir, previa una valoración, entre un
abanico de opciones existenciales aquella que determinará su futuro. Por ello, no puede
concebirse que una persona sea verdaderamente libre, es decir, capaz de decidir y preferir,
"si carece de opciones para encaminar su existencia y llevarla a su natural culminación" (9). La
opción u opciones que el hombre elige para realizar aquello que "decide ser" en el futuro
constituye el ingrediente de su "proyecto de vida". El "proyecto de vida" representa la máxima
aspiración del ser humano, lo que él decide "ser" en la vida.

Las opciones que el hombre elige para fraguar su destino personal poseen, como señala
la Corte en la sentencia que comentamos, "un alto valor existencial". Precisamente, el que el
ser humano, en cuanto libre y temporal, decida realizar su vida según determinada opción, no
significa otra cosa que "esa" opción tiene para él un prioritario valor existencial. En su
discurrir existencial el ser humano tratará de realizarse según la opción que libremente ha
escogido entre una multiplicidad de opciones. De ahí que el derecho proteja la "realización"
plena de la libre decisión del ser humano, la que se concreta en su "proyecto de vida". Es
decir, el derecho, al proteger el "proyecto de vida", está tutelando la más significativa
manifestación objetiva o fenomenal izada de la libertad del ser humano.
Se protege la realización del “proyecto de vida" porque en él está en juego, como está
dicho, el destino mismo de cada ser humano. El mayor daño que se puede causar a la persona
es la frustración, menoscabo o retardo en la realización del "proyecto de vida". De ahí que la
sentencia, con acierto y sensibilidad, expresa que su "cancelación o menoscabo implican la
reducción objetiva de la libertad y la pérdida de un valor que no puede ser ajeno a la
observación de la Corte" (10).

b.- El "proyecto de vida" en el voto razonado de los magistrados Antonio A. Cansado


Trinidad y Alirio Abreu Burelli.

Los jueces A.A. Cansado Trinidad y A. Abreu Burelli emiten un valioso voto razonado
conjunto en el que desarrollan y profundizan algunos decisivos tópicos relacionados con el
"proyecto de vida", del que venimos ocupándonos desde la década de los años ochenta. Su
contribución es de suma importancia pues inciden, con hondura y agudeza, en determinadas
características propias de esta radical dimensión del ser humano. Es decir, su razón de ser.

En su voto conjunto expresan, como lo hemos apuntado, su convicción de que es


necesario reorientar y enriquecer la jurisprudencia internacional en materia de reparaciones
con el enfoque y el aporte propios del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Ellos
comprueban que ésta es la aspiración de los juristas más alertas al comprobar que "la doctrina
contemporánea parece reconocer esta necesidad, al empezar a proveer sus primeros aportes
para dar mayor precisión al alcance de las reparaciones en el ámbito" del mencionado Derecho
Internacional (11).

Los citados magistrados se refieren al aporte que en nuestros días representa para la
disciplina jurídica el haber advertido que el "proyecto de vida" constituye la manifestación
más importante de la libertad objetiva y, por consiguiente, que el daño que se le pueda
ocasionar es el más grave que pueda sufrir el ser humano. En efecto, cabe preguntarse a este
propósito ¿cuál daño puede superar las consecuencias devastadoras para la vida de una
persona que la frustración de su propio destino? Truncar el "proyecto de vida" supone crear un
vacío existencial que puede conducir a la persona a una profunda depresión, a una aguda e
irreparable postración. Y, lo que es más grave, puede crear en la persona adicción a las drogas
y, en un caso límite, puede ser causa del suicidio.

La frustración del "proyecto de vida" significa en quien lo sufre la pérdida del sentido
de su propia vida. Este truncamiento trae como natural consecuencia el que la persona no
podrá vivenciar más los valores que escogió para orientar su vida, para decidir preferir
determinada opción u opciones frente a otras que descartó por no guardar sintonía con sus
más íntimas aspiraciones existenciales.

Los magistrados Cansado y Abreu Burelli, al evidenciar la trascendencia del "proyecto


de vida", declaran que de ahí deriva "la importancia que atribuimos al reconocimiento, en la
presente sentencia de la Corte Interamericana, del daño al proyecto de vida de la víctima
como un primer paso en esa dirección y propósito". Es decir, incorporan al elenco de los
derechos humanos la dimensión espiritual en que consiste el "proyecto de vida" como máxima
expresión de la libertad objetiva y, por consiguiente, ponen de manifiesto la magnitud del
daño que se le puede causar al ser humano a raíz de su frustración o menoscabo. Se trata, sin
duda, de un importante logro en materia de protección de los derechos fundamentales del
hombre, ya que la tutela del "proyecto de vida" implica, como se reitera, la protección de la
libertad misma del ser humano dirigida a diseñar su destino, a determinar sus metas y
aspiraciones existenciales.
En su voto razonado los mencionados jueces se preguntan, con razón, que "si no
hubiera una determinación de la ocurrencia del daño al proyecto de vida, ¿cómo se lograría la
restitutiva in integran como forma de reparación? ¿Cómo se procedería a la rehabilitación de
la víctima como forma de reparación? ¿Cómo se afirmaría de modo convincente la garantía de
no-repetición de los hechos lesivos en el marco de las reparaciones?". Después de formular
estas preguntas claves y orientadoras, concluyen que "no se podría dar respuesta a estas
interrogantes sin determinar la ocurrencia de un daño al proyecto de vida y fijar sus
consecuencias". Desarrollan su pensamiento en el sentido "que estas consideraciones alcanzan
mayor relieve en un caso paradigmático como el presente, en que la víctima se encuentra viva
y, por lo tanto, la restitutiva in integra, como forma par excelente de reparación, es posible"
(12). Su planteamiento supone, en el fondo, dejar de considerar tan sólo la reparación de los
daños materiales para lograr, a través del reconocimiento del daño al "proyecto de vida", la
reparación integral de los daños, de toda índole, causados a la persona.

Los citados magistrados, al estimar que los conceptos jurídicos, "en cuanto encierran
valores, son producto de su tiempo, y como tales no son inmutables", comprueban que dichos
conceptos tradicionalmente "han estado fuertemente determinados por un contenido e interés
patrimoniales -lo que se explica por su origen- marginando lo más importante en la persona
humana como es su condición espiritual" (13). Y reconocen, en este sentido, que el "punto de
referencia sigue siendo, aún, el patrimonio", no obstante que "el ser humano tiene
necesidades y aspiraciones que trascienden la medición o proyección meramente económica".

Se hace así explícito en el planteamiento de los magistrados cuyo pensamiento


comentamos que, al tomar conocimiento de la estructura propia de la naturaleza humana,
consideran la imperiosa necesidad de no dejar de resarcir los daños a la persona carentes de
contenido patrimonial. Es decir, no dejar sin reparación las consecuencias de aquellos daños
que lesionan las diversas expresiones de la libertad. Y, la primera de entre ellas, la libertad
subjetiva de decidir o elegir su propio "proyecto de vida" y, específicamente, el indemnizar
por los daños que se causan a consecuencia de la muy grave frustración o serio menoscabo de
la libertad objetiva expresada, precisamente, en la realización del "proyecto de vida".

Somos del parecer, como lo tenemos expresado en numerosos otros trabajos, que las
conclusiones a las que llegan los magistrados Cansado Trinidad y Abreu Burelli en el voto que
venimos comentando, se fundamentan en una nueva concepción del hombre considerado como
una unidad psicosomática sustentada en su libertad. En una libertad que es el ser mismo del
hombre y que se manifiesta en el mundo exterior -se fenomenalita- a través de conductas
humanas compartidas que conforman la rica, creativa y compleja trama de la vida social. Ello
se hace patente no sólo en lo que llevamos glosado del pensamiento de dichos magistrados
sino en aquello a lo que nos referiremos en los párrafos siguientes.

Para sustentar su punto de vista los magistrados Cansado Trinidad y Abreu Burelli nos
recuerdan que, en 1948, hace ya medio siglo, la Declaración Americana de los Derechos y
Deberes del Hombre advertía en su preámbulo, directamente y sin eufemismos, que "el
espíritu es la finalidad suprema de la existencia humana y su máxima categoría" (14). Las
palabras del preámbulo de la Declaración Americana, antes citadas, en opinión de los
magistrados -que no podemos dejar de compartir-, "se revisten de gran actualidad en este
final de siglo". Es por ello que concluyen al respecto que al reparar los daños causados por la
violación de los derechos humanos "hay que partir de una perspectiva integral y no sólo
patrimonial de sus potencialidades y capacidades" (15).

Por consiguiente, en concepto de los mencionados magistrados, "resulta claro que las
reparaciones no pecuniarias son mucho más importantes de lo que podría primar facie
suponer" (16). Nos hallamos, así, frente a una concepción humanista del derecho que deja
atrás aquella otra de corte eminentemente individualista y patrimonialista que gravitó por
años en la doctrina y la jurisprudencia comparada y que, aún en cierta medida, sigue presente
en el horizonte jurídico. De ello debemos congratularnos los que desde antiguo adherimos a
una concepción personalista del derecho a la par que mantenemos la firme esperanza que esta
visión de lo jurídico sea la que domine en el mundo por venir, pese a todos los embates de los
materialismos de todo signo y color.

Por lo demás, y como es sabido, esta concepción humanista fue la que inspiró la
elaboración de muchas de las figuras jurídicas recogidas por el Código Civil de 1984
superándose, de este modo, la visión predominantemente individualista-patrimonialista que
subyacía en el derogado Código Civil de 1936.

V.- DESLINDE CONCEPTUAL ENTRE EL DAÑO AL "PROYECTO DE VIDA" Y EL DAÑO


EMERGENTE, EL LUCRO CESANTE Y EL DAÑO MORAL.

A fin de aclarar la inexplicable confusión en que habían incurrido los abogados del
Estado peruano al pretender asimilar, absurda e inocentemente, el "daño al proyecto de vida"
al "daño emergente" y al "lucro cesante", la Corte Interamericana formula en la sentencia un
claro deslinde conceptual entre estos diferentes daños para dejar expresa constancia que el
"daño al proyecto de vida" es una "noción distinta" a la de aquellos daños.

El pronunciamiento de la Corte establece que el daño al proyecto de vida "ciertamente


no corresponde a la afectación patrimonial derivada inmediata y directamente de los hechos,
como sucede en el 'daño emergente". Y, en lo que hace al "lucro cesante", se señala en la
sentencia que "mientras este último daño se refiere en forma exclusiva a la pérdida de
ingresos económicos futuros, que es posible cuantificar a partir de ciertos indicadores
mensurables y objetivos, el denominado 'proyecto de vida' atiende a la realización integral de
la persona afectada, considerando su vocación, aptitudes, circunstancias, potencialidades y
aspiraciones, que le permiten fijarse razonablemente determinadas expectativas y acceder a
ellas" (17).

La diferencia del daño al "proyecto de vida" en relación con el llamado daño "moral"
está implícita en la sentencia de la Corte. En efecto, en ella se dedican tres autónomos rubros
para tratar, respectivamente, de los daños materiales (daño emergente y lucro cesante), del
daño moral y del daño al proyecto de vida. Para la Corte, por consiguiente, dichos daños son
diferentes y no cabe confundirlos. El "daño al proyecto de vida" lesiona el ejercicio mismo de
la libertad ontológica del ser humano mientras que el daño denominado "moral" incide en el
aspecto psíquico de la persona, más precisamente en el emocional.

Para hacer lo más evidente posible aquello que remarca la sentencia en cuanto a
diferenciar el daño al "proyecto de vida" de los demás daños que se podían causar a la persona
formulamos en su momento, como lo tenemos apuntado en precedencia, una doble
clasificación de los mismos. En la primera, los diferenciamos en cuanto a la naturaleza misma
del ente dañado. Distinguimos así y, en primer término, el daño objetivo o daño a las cosas,
del daño subjetivo o daño a la persona. En segundo lugar, diferenciamos el daño en relación a
las diversas consecuencias derivadas de los mismos, es decir, en patrimoniales y
extrapatrimoniales (18).

La primera clasificación se justifica en cuanto que los criterios y las técnicas referentes
a la reparación de un daño a la persona difieren de aquellos que se utilizan para indemnizar
un daño a las cosas u objetos del mundo. No es lo mismo tutelar un daño al "proyecto de vida"
o un daño cualquiera a la esfera espiritual de la persona que un daño causado a su patrimonio.
En cuanto al daño subjetivo o daño a la persona distinguíamos, a su vez, el daño que
incide en la unidad psicosomática de aquel que lesiona la libertad expresada objetivamente
en el "proyecto de vida". Este distingo se explica porque ellos son aspectos diferentes de un
mismo ente. En el ser humano es posible distinguir teóricamente su cuerpo o su psique de la
libertad ontológica que los sustenta. Los daños que se pueden causar a cualquiera de estas
diversas facetas del ser humano tienen características especiales.

El daño psicosomático puede incidir primariamente en el cuerpo de la persona a través


de una lesión cualquiera -una herida o una mutilación, por ejemplo-, por lo que nos
encontramos frente a un daño somático, o puede incidir primariamente en la psique, por lo
que nos hallamos ante un daño psíquico. A esta especie de daño psicosomático lo designamos
como daño biológico. Como es sabido, todo daño somático incide en una perturbación psíquica
y viceversa. Este daño psicosomático, ya sea preferentemente somático o psíquico, supone
una lesión que debe ser, en sí misma, evaluada por el juez, con la colaboración de peritos,
para su correspondiente resarcimiento.

Pero todo daño psicosomático genera, en mayor o menor medida según el caso, un
daño a la salud, es decir, al bienestar de la persona. La vida de una persona sufre diversas
alteraciones como consecuencia de un daño biológico, por lo que esta modalidad de daño
debe ser también evaluada en forma independiente por el juez.

El daño a la libertad, expresado en la lesión al "proyecto de vida", es diferente del


daño psicosomático en cualquiera de sus modalidades. En el primero se causa un daño a la
realización libre de la persona mientras que, en el segundo, como se ha señalado, se lesiona
preferentemente algún aspecto del cuerpo o de la psique. Por ello, también, el daño al
"proyecto de vida" debe ser ponderado por el juez de manera independiente a los daños de
carácter psicosomático.

VI.- EL DAÑO AL "PROYECTO DE VIDA" COMO DAÑO A LA LIBERTAD OBJETIVA O


FENOMENALIZADA.

Es digno de resaltar como, en concepto de la Corte y coincidiendo con nuestro


planteamiento, el daño al proyecto de vida incide en la libertad del ser humano para
desarrollar integralmente su personalidad de acuerdo a su personal vocación. Se trata, como
lo hemos puesto tantas veces en evidencia, de un daño radical, que afecta nada menos que el
ser mismo del hombre. Como también lo hemos manifestado en otros foros, el daño al
proyecto de vida supone, siempre y necesariamente, un previo daño a la envoltura
psicosomática de la persona. Es sólo a través de un daño al soma o a la psique que se logra
dañar el núcleo existencial del ser mismo del hombre.

Pero, es así mismo destacable la amplia interpretación que de este concepto realiza el
Tribunal al hacer extensivo el daño al proyecto de vida, más allá de la frustración del mismo,
a las limitaciones o restricciones de las opciones existenciales que posee toda persona para
cristalizar un determinado "proyecto de vida". Es así que se sostiene en la sentencia, como lo
hemos apuntado en precedencia, que la cancelación o menoscabo de dichas opciones
"implican la reducción objetiva de la libertad y la pérdida de un valor que no puede ser ajeno
a la observación de esta Corte". Como se aprecia, la Corte se refiere tanto a la frustración o
cancelación del "proyecto de vida" como a los menoscabos, limitaciones, o restricciones que él
puede sufrir.

Precisamente, en otro trabajo, hemos distinguido entre la pérdida de "chances",


oportunidades o posibilidades que inciden en la existencia misma del ser humano de aquellas
otras que afectan su patrimonio. No es lo mismo el que una persona haya perdido la "chance"
de incrementar su patrimonio al haberse impedido que un caballo de carrera de su propiedad
no llegara a tiempo al hipódromo -donde era considerado largamente como el favorito para
ganar la prueba- de haber perdido la "chance" de continuar viviendo a causa de un equivocado
diagnóstico de un médico. En un caso la pérdida es de carácter patrimonial mientras que la
segunda es existencial. En este grupo están comprendidas las pérdidas de oportunidades para
realizar plenamente el proyecto de vida o aquellas que generan un menoscabo o un retardo en
su concreción.

En la sentencia que comentamos se estima que en lo que concierne al daño al proyecto


de vida "no se trata de un resultado seguro, que haya de presentarse necesariamente, sino de
una situación probable -no meramente posible- dentro del natural y previsible
desenvolvimiento del sujeto, que resulta interrumpido y contrariado por hechos violatorios de
sus derechos humanos". En el fallo que comentamos se reconoce que los hechos que originan
un daño al proyecto de vida "cambian drásticamente el curso de la vida (19), imponen
circunstancias nuevas y adversas y modifican los planes y proyectos que una persona formula a
la luz de las condiciones ordinarias en que se desenvuelve su existencia y de sus propias
aptitudes para llevarlas a cabo con probabilidades de éxito" (20).

Como consecuencia de lo expuesto, la sentencia expresa que "es razonable afirmar que
los hechos violatorios de los derechos humanos impiden u obstruyen en forma sustancial el
desarrollo del individuo". O, dicho, en otros términos, el daño al proyecto de vida, "entendido
como una expectativa razonable y accesible en el caso concreto, implica la pérdida o el grave
menoscabo de oportunidades de desarrollo personal en forma irreparable o muy difícilmente
reparable" (21).

Mediante los párrafos precedentemente citados, se percibe cómo la Corte se reafirma


en su percepción sobre lo que significa el "daño al proyecto de vida" cuando señala que éste
cambia "drásticamente el curso de la vida". Pero, tal como le hemos hecho notar, asimila
también al concepto de daño al proyecto de vida "la pérdida o el grave menoscabo de
oportunidades de desarrollo personal en forma irreparable o muy difícilmente reparable". Es
decir, que un "daño al proyecto de vida" no sólo implica la frustración del mismo sino también
todo menoscabo, restricción o limitación que pueda sufrir y que, de alguna manera, frustren
parcialmente o retarden la realización temporal del "proyecto de vida".

Por su parte, en su voto razonado los magistrados Cansado Trinidad y Abreu Burelli
sintetizan con precisión la naturaleza misma del "proyecto de vida" cuando afirman que éste
"se encuentra indisolublemente vinculado a la libertad, como derecho de cada persona a
elegir su propio destino" (22).

Como se ha podido advertir de la glosa que hemos efectuado, la apreciación que hace
la Corte de lo que significa el "proyecto de vida" así como con aquella referida a la magnitud y
alcances del daño que se le puede ocasionar y que afecta profundamente la existencia de la
persona coincide plenamente con lo que hemos venido sosteniendo desde hace más de quince
años sobre el particular.

Dentro de esta línea de pensamiento, y como lo hemos señalado en su lugar, cabe


destacar que el "proyecto de vida" es propio tan sólo de un ser que es, al mismo tiempo, un
ser libre y temporal. Sólo un ser libre, como lo hemos apuntado, es capaz de proyectar su
vida, de valorar y, por lo tanto, de preferir esta opción sobre aquella otra. Sólo un ser
temporal es capaz de tener un futuro y, por consiguiente, de formular un "proyecto de vida"
que se despliega en el tiempo. El ser humano, para realizarse en el tiempo en tanto ser libre,
debe proyectar su vida. La vida es, así, un proceso continuado de "haceres" según sucesivos
proyectos. En el presente decidimos lo que proyectamos ser en el instante inmediato, en el
futuro, condicionados por el pasado. Como seres libres y temporales, los humanos estamos
condenados a proyectar. La vida es un constante proyectar. Algunos proyectos se cumplen
mientras que otros, en cambio, se frustran (23).

VII.- ¿ES REPARABLE EN DINERO EL DAÑO AL PROYECTO DE VIDA?

Como conclusión de las consideraciones antes glosadas, el fallo de la Corte reconoce,


como se ha anotado, que se ha cometido "un grave daño al proyecto de vida de María Elena
Loayza Tamayo, derivado de la violación de sus derechos humanos". Pero, no obstante, este
explícito y contundente reconocimiento de la existencia de un daño de magnitud al "proyecto
de vida" de la víctima y de su cabal conceptualización, la Corte Interamericana argumenta que
"la evolución de la jurisprudencia y la doctrina hasta la fecha no permite traducir este
reconocimiento en términos económicos, y por ello el Tribunal se abstiene de cuantificarlo".
Se deja constancia, no obstante, que "el acceso mismo a la jurisdicción internacional y la
emisión de la sentencia correspondiente implican un principio de satisfacción en este orden de
consideraciones" (24).

Discrepamos, en este puntual aspecto, de lo manifestado en la sentencia.


Consideramos, tal como lo hace notar en un voto disidente en esta materia el magistrado
Carlos Vicente de Roux Rengifo, que es contradictorio que en la sentencia se repare con una
suma de dinero un daño predominantemente subjetivo como es el mal llamado daño "moral",
en cuanto dolor y sufrimiento y, al mismo tiempo, se sostenga que, por ausencia de
precedentes jurisprudenciales, no es posible reparar en dinero un daño sustancialmente
objetivo, como es el daño al "proyecto de vida".

De un lado, la afirmación contenida en la sentencia no está en lo cierto pues, como lo


advierte dicho magistrado, existe jurisprudencia en este sentido y, del otro, aun en la
hipótesis que fuera cierta dicha afirmación no vemos obstáculo alguno para que la Corte, tal
como ha reconocido con lucidez la existencia de un "daño al proyecto de vida", no se empeñe
en repararlo sentando, de este modo, un extraordinario precedente internacional que serviría
de referencia a futuros pronunciamientos jurisprudenciales.

Como está dicho, en un voto parcialmente disidente, el Juez Carlos Vicente de Roux
Rengifo reconoce que "la Corte ha dado un paso adelante al considerar el daño al proyecto de
vida como un rubro por tener en cuenta en ciertos casos de violación de los derechos humanos
y ha presentado una buena base conceptual para dar soporte a este paso". Advierte, sin
embargo, en sagaz y atinada observación -que, como es obvio, compartimos- que en la
sentencia la Corte "se ha abstenido de hacer surgir de esta plataforma conceptual una
condena específica en el caso que nos ocupa, decisión que no comparto". El magistrado
estima, como le hemos apuntado en precedencia, que sí es posible traducir en dinero, a título
satis activo, las consecuencias de un daño a la esfera emocional, como es el caso del mal
llamado daño "moral", con mayor razón ha de ser posible hacerlo en el caso del daño al
"proyecto de vida", cuyas consecuencias se evidencian de modo objetivo mediante su
gravitación en la vida de la persona a través del tiempo.

En otro acápite de su voto singular, el magistrado Roux Rengifo, al referirse a la


afirmación de la sentencia en el sentido que "la cuestión del daño al proyecto de vida no tiene
aún arraigo en la jurisprudencia y la doctrina", manifiesta que vale sostener "que no es del
todo ajena a ellas". De acuerdo a la realidad, observa que Tribunales judiciales "de diversa
naturaleza, en diferentes latitudes, se han ocupado ya de la alteración de las condiciones de
existencia de la víctima como un tipo de daño que merece ser reparado, y han evaluado esas
condiciones, de alguna manera, en un sentido dinámico, que involucra las perspectivas y
proyectos del damnificado" (25). Se trata, sin duda, de un matiz que el magistrado ha
pretendido poner en evidencia a fin de que no se mal entienda que la falta de "arraigo" del
concepto "daño al proyecto de vida" pudiera ser interpretado como un absoluto silencio de
parte de la doctrina y de la jurisprudencia comparada.

Sobre la base de la argumentación aludida, al considerar que María Elena Loayza


Tamayo "vio profundamente alteradas sus condiciones de existencia y su proyecto de vida y
merece ser reparada al respecto", fija lo que sería en su concepto la indemnización del daño,
el mismo que ascendería a la suma de U.S.A. $ 124,190.30 (ciento veinticuatro mil ciento
noventa dólares americanos con treinta centavos). Es ésta la suma de dinero que se debió
conceder a la víctima, a título satis activo, y que debió fijarse en la sentencia. De este modo,
no se hubiera dejado de reparar, a título satis activo, un consistente "daño al proyecto de
vida" de la demandante. Es comprensible, como se ha hecho notar en otros de nuestros
trabajos, que el señalar una determinada suma de dinero para reparar un daño al proyecto de
vida se sustenta en un criterio de equidad de parte del juez competente.

VIII.- DAÑO AL "PROYECTO DE VIDA" Y "DAÑO MORAL".

De otro lado, el magistrado Roux Rengifo distingue claramente -con argumentos


coincidentes a los que hemos expuesto en otros trabajos- los conceptos y alcances jurídicos
del "daño al proyecto de vida" de aquellos derivados del llamado daño "moral". En cuanto al
primero, al reiterar las consideraciones vertidas en la sentencia bajo comentario, manifiesta
que se trata de un daño que incide en "las alteraciones de las condiciones de la existencia",
que pueden guardar relación con diversas circunstancias, como es el caso "de la interrupción
de la carrera profesional". En cambio, el denominado daño "moral" tiene que ver no con
alteraciones de condiciones de la existencia sino con el "sufrimiento o la aflicción subjetivos
de la víctima, que son indemnizados, como perjuicios morales, mediante el reconocimiento
del precio dolores" (26).

Es así, que las alteraciones de las condiciones de la existencia, relacionadas con el


daño al proyecto de vida, "son modificaciones del entorno objetivo y de la relación de ésta
con aquél, que suelen prolongarse en el tiempo mucho más allá del momento en que cesan la
aflicción o la congoja ocasionadas por el hecho dañino..." (27). Es por ello que el magistrado
cuyo pensamiento glosamos expresa que al aludir al "daño al proyecto de vida" nos situamos
"en rigor, en el campo de un daño inmaterial, pero distinto (28) del perjuicio moral". De ahí
que, en su concepto, "la Corte hizo bien en tratar la cuestión del proyecto de vida, en el
presente caso, por separado del daño material y del daño moral".

Advertimos, con explicable satisfacción, que el valioso pronunciamiento de la Corte,


como lo recalca el magistrado Roux Rengifo, coincide con la vieja posición que hemos venido
sosteniendo desde hace casi dos décadas en el sentido que el mal llamado daño "moral", que
incide en la esfera emocional de la persona, es sólo uno de los tantos daños que se pueden
ocasionar a la persona como lo es también, en otra escala y magnitud, el "daño al proyecto de
vida". Ambos daños están comprendidos en el genérico concepto de "daño a la persona". El mal
denominado daño "moral" (premium dolores), en cuanto dolor o sufrimiento, es un daño
predominante psíquico mientras que el "daño al proyecto de vida" lesiona el núcleo existencial
de la persona en cuanto afecta su libertad (29).

Se trata, por lo expuesto, de una valiosa contribución que nos ofrece el magistrado
Roux Rengifo, la misma que se suma al esfuerzo inacabado y persistente que un sector de la
doctrina viene realizando para precisar los alcances conceptuales del genérico "daño a la
persona" y, dentro de él, de aquellos referidos a los diversos específicos daños que pueden
ocasionarse a múltiples aspectos del ser humano en cuanto unidad psicosomática sustentada
en la libertad. La contribución del citado magistrado de la Corte Interamericana es
significativa dentro de las calificadas opiniones que en tiempos recientes vienen
produciéndose sobre esta materia

IX.- MAGNITUD DEL "DAÑO AL PROYECTO DE VIDA".

En su voto singular Roux Rengifo hace dos pertinentes observaciones en relación con los
alcances del "daño al proyecto de vida". En este sentido y, en primer término, anota que no
toda modificación de las condiciones de existencia merece ser indemnizada. Manifiesta que
para que ello ocurra "debe tratarse de un cambio de mucha entidad, que trastoque a fondo,
por ejemplo, el marco afectivo y espiritual en que se desenvuelve la vida de la familia, o
trunquen una evolución profesional que ha consumido grandes esfuerzos y empeños". De otro
lado, apunta que al considerarse el "daño al proyecto de vida" deben evitarse "ciertos
extremos, como creer que la víctima permanecerá atrapada para siempre en la inmovilidad y
la desesperanza, o darle aval a una suerte de tragedia eterna". De ahí que, a su parecer, los
jueces deben tener en cuenta esta cuestión en el momento de fijar, "en equidad, el monto de
la respectiva indemnización".

Resultan pertinentes, en nuestro concepto, las observaciones formuladas en


precedencia, a las cuales nos hemos referido en trabajos anteriores sobre la materia. El "daño
al proyecto de vida", como muchas veces lo hemos puesto en evidencia, es un daño radical y
profundo que se causa a la persona y que genera como grave consecuencia el que se frustre
aquello que constituye el eje central y decisivo sobre el que gira la entera existencia de la
persona. Se trunca, nada menos, que el destino de la persona, con lo que se le hace perder el
sentido de su existencia.

Para precisar las consecuencias del "daño al proyecto de vida" hay que distinguir entre
el daño radical, que lo frustra por completo, de aquellos otros daños que, sin llegar a truncar
o cancelar dicho proyecto, generan su significativa limitación, restricción o retardo en cuanto
a su normal desarrollo. La pérdida de opciones u oportunidades existenciales traen como
consecuencia un menoscabo en la realización integral del mismo.

Como ejemplo de la primera hipótesis podemos referirnos al caso de un afamado


pianista o de un destacado cirujano, ambos existencialmente dedicados a lo que consideran
una valiosa realización personal que otorga pleno sentido a su vida. Ambos pierden una mano
en un accidente. Es indudable que, en este caso, se ha producido una total frustración de su
proyecto de vida, de su más íntima vocación o llamado existencial ya que no podrán ser más
"un pianista" o "un cirujano". Se ha creado en ellos un vacío existencial.

En cuanto a la segunda hipótesis, podemos citar el caso de María Elena Loayza Tamayo
en la cual la víctima no ha sufrido la frustración completa de su "proyecto de vida", no
obstante, lo cual son evidentes los graves menoscabos que han limitado y retardado
significativamente su realización integral. En esta situación es muy probable que, sobre la
base de las consecuencias del daño padecido, no podrá nunca más realizar su proyecto de vida
tal como libremente lo decidió en su momento.

De otro lado, no está dicho que siempre y necesariamente la persona que ha sufrido
un daño en lo que atañe a su "proyecto de vida" no pueda otorgarle a su vida un nuevo
sentido. Ello, si bien es posible es, sin embargo y en todo caso, altamente improbable si nos
atenemos a la hondura y radicalidad de las consecuencias de un daño de esta magnitud. Toca
al juez, atendiendo a las circunstancias del caso y a las calidades personales y edad de la
víctima, determinar la magnitud y las consecuencias que, en cada caso, pueda ocasionar el
"daño al proyecto de vida" así como determinar la reparación que corresponda.
X.- LA CENTRALIDAD DE LA PERSONA Y EL HUMANISMO JURÍDICO.

Es ésta una nueva ocasión para reiterar nuestra antigua posición en torno a lo jurídico.
Ella tiene su raíz en la convicción que poseemos en cuanto que para un mejor y más profundo
conocimiento del derecho se requiere, necesariamente, un conocimiento -lo más aproximado
posible- de lo que es el ser humano. Es decir, de su estructura bidimensional que, por un lado,
lo hace libre, idéntico a sí mismo, único, singular, irrepetible y, por lo tanto, poseedor de una
especial dignidad y, simultáneamente, por el otro, lo muestra como un ser social, que no
puede dejar de hacer su vida con los demás.

Precisamente, el derecho adquiere su real sentido, su razón de ser, a partir de dicha


comprobación, desde que sería imposible para los seres humanos vivir en sociedad, en cuanto
seres libres, sin contar con reglas de conducta -sean estas morales, religiosas o jurídicas- que
protejan al mismo tiempo la dignidad inherente a la persona, individualmente considerada, así
como el interés social con miras al bien común. Esta tutela, de carácter personalista-
comunitaria, debe atender a la especial calidad ontológica del ser humano, en cuanto ser libre
y temporal. El derecho sólo se concibe en una comunidad de seres libres y coexistencia les. Si
el unitario ser humano careciese de alguna de estas dos dimensiones el derecho perdería su
sentido.

Al reflexionar sobre el concepto "proyecto de vida", los magistrados Cansado Trinidad y


Abreu Burelli, ponen de manifiesto que esta noción, como lo hemos apuntado en precedencia,
se "encuentra indisolublemente vinculada a la libertad (30), como derecho de cada persona a
elegir su destino". Destacan que, en la sentencia por ellos suscrita, conjuntamente con los
demás magistrados de la Corte, se advierte que "difícilmente se podrá decir que una persona
es verdaderamente libre si carece de opciones para encaminar su existencia...". El enfoque
del "proyecto de vida" es del todo acertado, desde que el "proyecto de vida" es "posible en
cuanto el ser que lo gesta, como se ha dicho, es un ser libre y temporal". En efecto, dicho
"proyecto de vida" es el resultado de una elección o decisión -en que consiste la libertad en su
tramo subjetivo- y de la temporalidad del hombre.

Precisamente, por ser libre, la persona decide y elige, desde su propia perspectiva,
situada en un espacio-tiempo histórico, entre las opciones que le ofrece la vida. La expresión
radical de esta decisión, como lo hemos expresado, es el "proyecto de vida". Por ser libre, la
persona debe decidir su destino, es decir, lo que "será" y "hará" en su vida. Esta decisión,
propia de quien es raigalmente un ser libre, es posible en la medida que el ser del hombre,
además, es tiempo.

El "proyecto de vida", como se ha apuntado, se decide en el presente, sustentado en el


pasado, para realizarse en el futuro. De ahí que la afirmación de los citados magistrados,
antes glosada, en el sentido que la noción de "proyecto de vida" se encuentra
"indisolublemente vinculada a la libertad" se ajusta a la realidad, describe un radical aspecto
de la existencia humana. Y, al hacer referencia a que la persona, toda persona, tiene derecho
a "elegir su destino" ponen de manifiesto el sentido temporal del "proyecto de vida". El
"destino" se sitúa en el futuro. De lo expuesto se concluye que el daño al "proyecto de vida" es
un daño a la libertad en el tramo de su realización fenoménica.

Para los magistrados a cuyo lúcido pensamiento venimos refiriéndonos, expresan que el
proyecto de vida, como no podía ser de otra manera, "envuelve plenamente el ideal de la
Declaración Americana de 1948 de exaltar el espíritu como finalidad suprema y categoría
máxima de la existencia humana". De ahí que sostengan "que el daño al proyecto de vida
amenaza, en última instancia, el propio sentido que cada persona humana atribuye a su
existencia. Cuando esto ocurre, se causa un perjuicio a lo más íntimo del ser humano: trátese
de un daño dotado de autonomía propia, que afecta el sentido espiritual de la vida".

No podríamos agregar una palabra más a la certera percepción de Cansado Trinidad y


Abreu Burelli. Ellos, con la calidad intelectual y humana que les es reconocida, han calado
hondo en el significado y alcances del "proyecto de vida". Y, de paso, han dejado sentada una
concepción humanista del derecho. Esta posición personalista es propia del derecho desde que
su razón de ser es la privilegiada y prioritaria protección del ser humano y, secundariamente,
de su patrimonio.

En el pensamiento expuesto se percibe una realidad que algunos juristas aún no tienen
presente o prefieren ignorar. Nos referimos al hecho de que el ser humano, sin dejar de ser
naturaleza -es decir, un animal perteneciente a la especie de los mamíferos-, se distingue de
los demás seres en cuanto a su calidad ontológica de ser libre. La libertad, vale decir, lo
espiritual, es aquel plus que lo diferencia de los otros seres del mundo. El espíritu es, por ello,
la "categoría máxima" en lo que concierne a la naturaleza humana y su protección resulta ser
la "finalidad suprema" de la sociedad y del Estado.

El espíritu, como refiere Max Scheler, es lo fundamental de la persona ya que "es su


independencia, libertad o autonomía esencial -o la del centro de su existencia- frente a los
lazos o la presión de lo orgánico, de la vida, de todo lo que pertenece a la vida y, por ende,
también a la inteligencia impulsiva propia de ésta". El espíritu es el núcleo existencial de la
persona, es su libertad. Libertad que, a diferencia de los demás animales, le permite
administrar "los lazos o la presión de lo orgánico", es decir, de sus naturales instintos.

De otro lado, Scheler resalta que la libertad no se confunde con la envoltura o unidad
psicosomática del ser humano en cuanto la libertad no se asimila a "la inteligencia impulsiva"
propia de éste. En otros términos, no podemos definir a la persona sólo sobre la base de su
psiquismo, de su inteligencia, voluntad o sentimientos, ignorando su núcleo existencial, es
decir, su libertad espiritual. Así lo reitera Scheler cuando sostiene que el ser espiritual "no
está vinculado a sus impulsos, ni al mundo circundante, sino que es libre frente al mundo
circundante, está abierto al mundo, según expresión que nos place usar" (31).

Al formular las reflexiones y consideraciones que hemos transcrito sobre el "proyecto


de vida" y el consiguiente radical daño que sobre él pudiera incidir, los magistrados Cansado
Trinidad y Abreu Burelli concluyen su voto razonado expresando que "todo el capítulo de las
reparaciones de violaciones de derechos humanos debe, a nuestro juicio, ser repensado desde
la perspectiva de la integralidad de la personalidad de la víctima y teniendo presente su
realización como ser humano y la restauración de su dignidad". Por ello, apuntan, la "presente
Sentencia de reparaciones en el caso Loayza Tamayo, al reconocer la existencia del daño al
proyecto de vida vinculado a la satisfacción, entre otras medidas de reparación, da un paso
acertado y alentador en esta dirección, que, confiamos, será objeto de mayor desarrollo
jurisprudencial en el futuro".

Las expresiones citadas en el párrafo anterior reflejan, como lo hemos advertido, una
concepción humanista o personalista del derecho que profesan dichos magistrados. Por ello, al
distanciarse de una concepción predominantemente individualista-patrimonialista de lo
jurídico, propugnan un represamiento de la responsabilidad civil ante la violación de los
derechos humanos. Es decir, cierran un capítulo para abrir otro de inspiración humanista. Esta
posición coincide plenamente con lo que de tiempo hemos venido sosteniendo en el sentido
que una concepción humanista del derecho exige una revisión, un replanteamiento o
represamiento, de toda la institucionalidad jurídica (32).
La posición asumida por los magistrados Cansado Trinidad y Abreu Burelli es innovadora
en cuanto tiene en cuenta la realidad propia del ser humano y de su vida. De aquel ser que es
creador y protagonista de lo jurídico. La fundamentación de su valioso y esclarecedor voto
razonado adhiere a la tendencia que, sustentada en el personalismo, sostiene que estamos en
el umbral de una nueva época en la cual una estrecha y única visión economicista del derecho
va siendo paulatinamente superada por una concepción que hace del ser humano -con la
complejidad y riqueza que le son propias- el centro y eje de lo jurídico. Es decir, de una
concepción humanista de lo jurídico.

La sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que brevemente hemos


glosado y comentado en este trabajo, abre así una nueva perspectiva, antes ignorada, en
materia de derechos humanos. Su medular enfoque significa un significativo vuelco, un salto
de calidad que no pasará desapercibido y con el que se inicia una nueva época al centrar lo
jurídico ya no en el patrimonio individual sino en el ser mismo de la persona humana.

Cabe resaltar que la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos


constituye una demostración irrefutable que la teoría del daño al "proyecto de vida", que
bosquejáramos en 1985 y que hemos venido desarrollando en estos últimos quince años, no es
una mera especulación, una
inútil teoría. Por el contrario, el desarrollo y las reflexiones por ellos realizadas -coincidentes
con nuestra posición- y su aplicación al caso que fuera sometido a su conocimiento, han
permitido mostrar su vigencia. Su reconocimiento ha facilitado el que se proceda a reparar
radicales atentados contra el ser humano -antes ignorados por los tribunales- en lo que él
tiene de nuclear y sensible: su libertad. La plena incorporación de la teoría del daño al
"proyecto de vida" al derecho vivo, que palpita en la jurisprudencia, es la más clara expresión
de que dicho proyecto se constituye en la Faber de la libertad en cuanto en él se juega el
destino y futuro de la persona.

De otro lado, la sentencia de la Corte Interamericana consagra y recoge la doctrina


hasta hoy elaborada sobre el "proyecto de vida" y su consiguiente daño, así como se alinea con
la aún incipiente jurisprudencia que, al identificar el "proyecto de vida", ha iniciado la
reparación de su frustración o la de la pérdida de "chances" existenciales conducentes a su
menoscabo y que origina como consecuencia la limitación o retardo en su desarrollo y
despliegue en el tiempo.

La sentencia y los votos de los magistrados de la Corte Interamericana de Derechos


Humanos, a los que nos hemos referido, han de permitir a la juventud, generosa e idealista
por naturaleza, confiar en un mejor futuro para la humanidad. Esta juventud debe confiar que
en un mundo jurídicamente globalizado serán cada vez más difíciles las violaciones de los
derechos humanos, así como se ha de tender al paulatino destierro de una cultura de la
muerte, de la impunidad y del sistemático engaño que, por desgracia, aún impera en ciertas
latitudes.

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